Hoy no tengo ganas de hablar de televisión. Quiero hablar del circo. Este emblemático panorama familiar que no puede faltar en la idiosincrasia chilena.
Todos crecemos con la palabra circo en nuestras vidas. Antes se usaban mucho los animales para producir espectáculos circenses, ¿se acuerdan? Menos mal, hoy ya no está permitido y se han fomentado las presentaciones de los acróbatas, payasos, magos, tragafuegos y números musicales.
No sé si a ustedes les pasa, pero yo siempre he tenido sentimientos encontrados con la "familia circense", y me refiero a los circos chilenos, que varios de ellos no tienen muchos recursos. Viven de forma itinerante, en casas rodantes, pero siempre dignos al momento de prenderse las luces. Con la misión de hacer reír a chicos y grandes, aunque no lo estén pasando nada de bien por dentro, y a veces incluso arriesgando sus vidas en el show. Con una disciplina ejemplar y muy preocupados de su vestimenta, salen al escenario igual.
Sin ir más lejos, el payaso Pastelito, me atrevería a decir el payaso chileno más exitoso en el mundo, tuvo que actuar igual el fin de semana pasado en Rancagua, teniendo a su hijo grave internado. Se vistió, se maquilló y salió a hacer reír al público, porque "la función debe continuar", lema de todos los artistas. Admirable y profesional, de aguante y entereza. Detrás de ese maquillaje había un papá sufriendo, triste y angustiado por la salud del pequeño. Lamentable... Así es la vida de bajo de una carpa de colores. Él es un grande.