A los 94 años el "mocito" de Edith Piaf, el flacucho que le ganó a las críticas, descansa de los escenarios para siempre dejando un legado que enlaza a generaciones de seguidores.
Es 11 de marzo de 2017 y en el Caupolicán canta Charles Aznavour, de 92 años. El recinto está lleno. Entona "Juventud, divino tesoro" en medio de la emoción de un público de diferentes edades. Hay nostalgia. Y baila, cruzando un brazo como si estuviera danzando con su pareja. Entrecierra los ojos. Y gira. Y gira.
Su muerte golpeó duro a sus millones de seguidores, los mismos que toman como suyas sus letras a pesar de las diferencias generacionales, marcadas en ocho décadas de carrera y que lo llevaron a pisar este suelo en cuatro ocasiones.
"Recientemente una chica de 18 años me dijo que ella podía reconocerse en uno de mis temas, el que yo escribí 60 años atrás. Así que espero que mis canciones perduren con los años, pero es algo que nadie puede predecir", reconoció a La Tercera.
A la longevidad le peleaba de frente. El francés de origen armenio se valió esta última década de un apuntador electrónico para no olvidar las letras, las que entonaba en francés, inglés, alemán y español, siempre apoyado de una banqueta alta, que hacía olvidar que era un flacucho de un metro 65.
Y como si el apogeo no tuviera freno en él, la vida quiso darle el descanso que siempre esquivó, a los 94 años y con hartos proyectos en carpeta y una futura presentación en Bruselas.
"Escribo todos los días, durante horas. Me aburriría hasta la muerte si no pudiera escribir más canciones", contaba.
Con Piaf a fuego
Comenzó a temprana edad en el mundo del canto y la actuación, pero recién a los 22 años vino su "golpe de suerte": Edith Piaf llegó a su vida para marcarlo a fuego.
El mito dice que fueron amantes, pero él lo desconoce. Para ella era como su mocito, al que ocupaba hasta de chofer. Una relación de "te odio, te quiero", en la que él pasó duras vergüenzas.
"Todavía escucho las carcajadas de Edith y los chistes con los que nos matábamos de risa, y sobre todo, recuerdo cuando me llamaba 'Huevoncito'. Pero, al mismo tiempo, me decía: 'Este es un genio'", recuerda Aznavour.
Simone Berteaut, hermana de Edith, rememora esa compleja relación: "Pobre Charles, qué calvario padecía. Me he preguntado muchas veces si acaso tenía vocación de mártir", recordando que Charles "se ocupaba de todo, del equipaje de Edith, del material y la dirección escénica, y era quien levantaba el telón. 'Charles, tú actuarás primero. Te necesitamos en el plató mientras dura el espectáculo', ella le decía".
Nace un grande
Después de esa marcadora educación, vino el premio a tantos años de esfuerzo... Llegó el cine, los protagónicos y su canción emblema: "La Bohemia", la que grabó en 1966 y que se transformó en una bandera para París.
Su éxito venía de la mano con su enorme interpretación en escena, una voz única y una empatía que lograba enlazar sentimientos con el público.
Sus canciones tenían que ver con la desgracia, las relaciones románticas y la nostalgia, con un dejo constante de ironía.
Con el tiempo, y ya convertido en superestrella, se reunió con Sinatra en 1994 (de hecho, se le conocía como el "Sinatra francés") y mostró su visión más política, acompañando públicamente a su Albania querida.
Y es ahora, en su muerte, en que "La Bohemia" lo recuerda a él...
La bohemia la bohemia
que yo viví su luz perdió
La bohemia la bohemia
era una flor y al fin murió...