Revivir películas de género fantástico, parece ser una tónica recurrente de los estudios fílmicos actualmente. Terminator y Blade Runner son algunas de las tantas víctimas de una tendencia que, para bien o para mal, trae de vuelta a los clásicos… con más efectos especiales, por supuesto.
En ese contexto, el Festival de Toronto fue la plataforma para presentar la revancha de Depredador, con una secuela desarraigada de la acción noventera y de la mano de John McTiernan, cineasta que trajo de vuelta al asesino intergaláctico en 1987, junto a un Arnold Schwarzenegger con más balas que de costumbre en un escuadrón, paradójicamente, integrado por el actual director de la saga: Shane Black.
Dos continuaciones poco plausibles y un par de crossover con Alien, enlistan una vigencia de treinta años de un ícono cultural que ha subsistido más por el amor de los cinéfilos que por su calidad fílmica.
A Black lo conocemos por su trabajo en la (in)memorable Iron Man 3, en The Nice Guys (Dos tipos peligrosos), pero sobre todo en su labor como guionista en Arma Mortal (Lethal Weapon).
Depredador tiene un poco de todo lo anterior: humor desgarbado y simplón; balas por aquí, balas por allá, una inconmensurable cantidad de sangre y cabezas rodando en el piso.
Cuando se produce un remake o secuela, se debe ser cuidadoso al renovar la esencia que proveen filmes populares, sin caer en la réplica exacta. He ahí el mérito de Black al fusionar, simétricamente, la locura de Rambo con la moda de ciencia ficción de Alien, unión que el mismo director declaró en alguna ocasión. Dejando atrás fallos para avanzar hacia un mejoramiento de la saga.
Así, la jungla centroamericana vuelve a la cartelera, ambientada en el campo de batalla que todos rememoramos; sobreviviendo a un depredador con sed de muerte, condensados en 107 minutos para evocar el recuerdo de la génesis de El Depredador.