A sus 75 años, se alista para nuevas funciones de su monólogo “70 o sé tonto” en el Nescafé de las Artes, desde el 30 de marzo al 2 de abril. Las entradas casi se agotan. Sin embargo, el reconocido comediante viene de dos años complicados. Primero fue la pandemia con las cuarentenas “lateras y urticantes”; luego, debió vender su querido teatro; y en octubre del 2021 sufrió un accidente en moto que le dejó la pierna hecha pebre. Hoy, da las gracias a tres jóvenes bomberos: “Si no hubiese sido por ellos pasa un auto por arriba mío y muero”, dice a La Cuarta. La obra —que “se basa en la destrucción”— surgió después de todo esa dura etapa, cuando volvió a caminar, y deja al público “pa’ adentro”, asegura. No le interesan los festivales y, aunque, piensa, le queda poco tiempo sobre los escenarios, “este es mi vicio”, manifiesta quien mezcla a su personaje con la persona.
El show 70 o sé tonto, en el Teatro Nescafé de las Artes (30, 31 de marzo, 1 y de abril), parte mostrando toda la destrucción que se logró en el estallido social, donde se hizo mierda el Metro, quemaron las iglesias, cagaron colegios y universidades. Como si todo eso fuese poco, la Plaza Italia también (fue) destruida totalmente. ¿Entonces qué hago yo? Le digo al público: “Yo creo que puedo ser más carajo que estos hueones, voy a destruirlo todo”. Entonces la gente queda pa’ adentro. Ahí el personaje habla algo que los va a remecer.
Hay toda una historia con que todo el público se asusta: “¡¿Quiere que le sea franco?! ¡¿Sí o no?!... ¡¿Sí o no?!”. “¡Síííí!”, gritan todos. “No tienen para qué gritan que pongo nervioso... ¿Quiere que le sea franco? Bueno: Yo no creo que hayan sido los $30 del reajuste del Metro, ni los 30 años de gobiernos intermitentes los que provocaron el estallido social. Yo creo que esto tiene más que ver con los 500 años de conquista basados en el poder de las armas y en la imposición de nuevas creencias religiosas... ¡Eso, mis queridos amigos, provocó una herida profunda en la memoria de los pueblos originarios y se fue heredando generación tras generación, en la base misma de nuestra sangre mestiza! ¡Este es el momento preciso y precioso para encontrar el encuentro con los demás, y así de una vez por todos diluir la rabia y el odio!”. El viejo está totalmente chalado y pide que lo lleven a una clínica. Lo que se dice en ese minuto impacta muy fuerte a los espectadores; estamos hablando de los pueblos originarios. Quise defender eso, por eso lo digo.
La obra le llega a la gente, y generalmente gran parte del público se pone de pie para aplaudir. Es emocionante todo lo que estoy viviendo. Todo está basado en lo que me pasó en la casa con la pandemia; está hecho con la creatividad de que pienso tanta huevada. Esas cuarentenas, lateras y urticantes, sin saber qué mierda hacer, sin tener ni siquiera una información a la que atenernos. Estaba desesperado. Ahí empecé a escribir esto, que es una historia de un viejo que le cambió la geografía de piso, totalmente.
70 o sé tonto se basa en la destrucción, porque si te das cuenta, hoy día gran parte de esta ciudad está con muchos problemas cerebrales, con locuras ya desatadas. Eso es lo que también relata el gallo, no tiene vergüenza de narrar lo que está viviendo, y se tira como bestia contra todo. De haber sido hijo de la prosperidad, hoy somos huérfanos de la inseguridad: “¡¿Dónde no arriesgo mi vida, hueón, mi prestigio, mi honra, la puta madre?! ¡¿Dónde?! ¡¿Quién mierda me ayuda?!”.
Eran varias las hermanas, pero me fui con la más grande... de goloso. Ella es alta, de piernas largas y la bauticé como “La garza farsante”. Se indignó de verdad la vieja (su esposa), pero sabe que esta es una historia, que no tiene nada que ver con ella.
Tras el accidente en octubre del 2021, me impacté con el trabajo que hicieron tres cabros jóvenes, que eran bomberos. Si no hubiese sido por ellos pasa un auto por arriba mío y muero. Yo estaba esperando a más de 30 motoqueros, hombres y mujeres, y los iba a llevar para subir por la Cordillera y llegar a Los Andes, para que supieran cuál era el camino. Iba a 40 kms/hr, despacio, esperándolos. Siempre parto a la hora; de hecho, nunca he aceptado que un espectáculo mío no parta a la hora exacta. Obviamente estos cabros salieron más tarde, y yo fui a la vuelta de la rueda. De repente un auto me pasó a llevar, y el conchesumadre ni siquiera paró ni nada. La moto era de más de 550 kilos, muy pesada. Y estos cabros me salvaron. Tenían un sistema: unas láminas de acero, prácticamente de un metro cuadrado, las estiraron y se transformaron en una camilla. Yo estaba totalmente consciente. Fue impactante. Ellos mismos también llamaron a Carabineros y a la ambulancia, porque pensaban que tenía algo en la columna. La pierna quedó completamente molida.
Estuve alrededor de cuatro meses en cama, sin moverme. Después empecé con un triciclo de cuatro ruedas, que lo compró mi mujer, para que pedaleara con un pie para ir al baño o cualquier cosa. Perdí gran parte de la masa muscular. Luego vino otro cabro joven, un kinesiólogo, y me dijo que “en tres meses y medio te voy a dejar andando”. Todavía no sabía si volvería a caminar, pero así fue. Partimos con una cuadra; me costaba, no sabía cómo hacerlo, hasta que terminé caminando sin problemas.
Mientras no me movía lo que hacía era simplemente pensar: ¿qué mierda puedo hacer? ¿Cómo me puedo levantar? Había tenido que vender el teatro y la oficina, que era muy bonita y grande. Decidí quedarme con lo básico: un buen productor, un buen sonidista y un buen iluminador; podemos llegar de Arica a Punta Arenas. El teatro mío tenía para 550 personas y contaba con una tecnología que ningún otro la ha tenido. Tuve la suerte de que, de pronto, llegaron unos españoles y me dijeron: “Queremos comprarle el edificio de tres pisos que tiene usted”.
Cuando empiezo a desplazarme y no meterme en la cabeza todos los problemas que había tenido, ahí es cuando dije: tengo que empezar a escribir algo que a la gente le llegue al corazón, que se ría, reaccione y sepa cómo me volví a parar. Ahora salgo en bicicleta al escenario, no en moto, pedaleando.
Quise ser cura, pero después desistí. De hecho tengo una hermana que es monja; se casó con Dios, así que tengo buen cuñado. Lo que hice fue precisamente contarle eso a mi viejo (Amado Paredes). Y llegaron allá los curas y el viejo escuchó lo que me dijeron. Él habló: “Ya, perfecto, pero le vamos a dejar unos añitos más para que madure”. Y obviamente maduré. Quería ser franciscano, por el hábito que tienen, medio café. Pero le hice caso al viejo. Y después seguí haciendo lo que me gustaba: el humor.
En el mismo espectáculo, el ‘loco’ dice: “Dejé de creer en los santos, violadores, hijos de perra, se esconden en las iglesias, en los colegios... maldita sea... Dejé de creer en la política; por culpa de los políticos; y de dejé de creer en la verdad, gracias a algunos medios de comunicación... ¡Mienten! ¡La puta madre! ¡Mienten!”. El hueón está rayado. Todas esas cosas van quedando, y a la gente le van llegando todas esas cosas de un hueón solo, totalmente chalado. Eso está dicho en los momentos precisos y preciosos para que esta cuestión funcione.
Todo parte desde el circo. Por eso a mi teatro lo bauticé, como el chileno es siútico: “Circus Ok”. Fui estimulado por el circo desde niño, siempre me gustó. ¿Cuál es la diferencia entre un tony y un payaso? Nadie te la enseñó, en la universidad tampoco, nadie te enseña nada, absolutamente nada. La palabra “humor” es inglesa y significa “fluido”. Los ingleses son lo que bautizan eso, pensando en aquellos años, quizá en qué siglo, cómo podía la gente comunicarse y reír: pensaban que era un fluido que tenían algunos seres humanos, un modo más relajado, cercano, humanizado. Así parte todo.
Hay muchos que en las entrevistas dicen: “Mire, yo no soy ningún payaso”. Ojalá lo fueras por tres minutos de tu cabrona vida, porque si supieras qué hace un payaso, te darías cuenta que estás tan equivocado. Vas a poder entender cómo el payaso interpreta al joven que busca tener un modo divertido para entregar información.
El tony representa la torpeza, siempre se cae. La risa parte cuando éramos trogloditas, cuando caía una piedra al salir de la cueva, donde se fondeaban: Una vez se soltó una piedra, a uno llegó en la cabeza y lo mató. Y eso les dio una risa potente. No lo podían creer, y se empezaron a dar cuenta de otras cosas. Eso me llamó mucho la atención. Y dije: esto es lo que quiero hacer. Cuando éramos más cabros, íbamos a ver a la abuelita. “Abuelita, ¿cómo está?... ¡No, no baje, yo subo y la ayudo!”. “No, mijito, sí puedo bajar”. Y la vieja se sacaba la mierda. Uno se cagaba de la risa primero, pero después la levantabas, si es que no estaba toda quebrada. Todo eso era parte de lo que me gustaba entender y saber. Este es mi vicio.
Mi madre vive hasta el día de hoy, tiene 100 años. Me hizo mucha gracia cuando hace unos meses la fui a ver y reaccionó de una forma increíble. Le dije: “Hola, viejita linda, ¿cómo estai?”. “¿Quién eres tú?”, me contestó. “Cómo que quién soy yo? Tu hijo”, le respondí. “No”, me dijo, “mi hijo es muy gracioso”. No quise complicar la situación. Por respeto, también, me retiré. Todas las veces que puedo la voy a ver al departamento. Estamos cuidándola entre todos los hermanos. Eso me hizo ver la fuerza que tenía ella para entender muy bien el humor; era profesora.
Éramos siete hermanos, varones todos. Obviamente yo partía haciéndome el gracioso en la misma familia. Siempre estaba imitando a algunas de las voces y la forma con que mi viejo hablaba. Muchas veces también me retaban: “¡Oye, para la leserita, porque ahora vamos a hablar en serio!”. Me tenía que quedar callado. Me hacían leer el diario para estar en conocimiento de las cosas que pasaban y tener una conversación. Eso me ayudó.
De chico era un “lobo estepario”, como a los siete años. Siempre se los quieren pitear (a los lobos), los quieren matar; pasaba escondido. De niño, ¿qué podía hacer? Estábamos internados, mi mamá no me podía pasar a buscar, salvo los fines de semana. Era medio loco también. ¿En qué sentido? Siempre me quería burlar de alguien. Cuando me servían el postre, siempre había una lámina de dulce de membrillo. La sacaba del plato y, cuando nadie miraba, la tiraba al techo y quedaba pegada. Y de repente, fallaba, y le llegaba a un cura pelado o a alguno de los alumnos. En algunos minutos me llamaban “Papelucho” o “El Loco González”.
Una vez tuve la estúpida idea de hacerme el gracioso con el director, que era un cura pelado, delante de los compañeros de curso. Cuando llegó el rector, dije: “Parece que lo bautizaron con agua hirviendo”. Los cabros se cagaron de la risa, pero el viejo se indignó. Quedé bien retado.
En el internado viví una soledad que también me ayudaba para pensar cosas, y también lo que leía de los libros con los que me enseñaban. Eso me ayudaba a encontrar recuerdos tan bonitos de cuentos, que eran impactantes. El cine también me ayudó, ver a Cantinflas, a El gordo y el flaco, Los tres chiflados, me fue armando. Podía hacer gestualidades que hicieran reír en el curso como el “Loco González”. Cuando se me pasaba la mano, me dejaban el fin de semana sin poder salir, pero eso no me volvía loco.
¿Por qué me dedico al humor? Por tres grandes razones. La primera, es un estilo de vida. La segunda, porque es un proyecto a largo plazo que puede durar toda la vida. Y la más importante, a mi juicio, porque es un trabajo de transformación creativa permanente y con sentido social. Por eso trabajo con esto, porque realmente me apasiona.
No estudié teatro, pero me apasiona el teatro. Por eso también todo mi trabajo lo hago en teatro. Por ejemplo, no voy a festivales, porque no es el grupo humano que necesito tener, que escuche y entienda. Estás en un festival y dicen: “¡Ahora canta ‘Yolito’!”, y después viene el otro que toca flauta, y se va alargando, alargando... Prefiero estar en un teatro, mostrar lo que escribo y lo que hago arriba del escenario.
Decidí estudiar Diseño en la Universidad de Chile y solamente hice dos años completos. Después me fui a Estados Unidos para trabajar en estampados metálicos. Me gustaba mucho trabajar metales, en este caso, cobre. Hice muchas cosas, como caras y unos soles al estilo peruano. Pero después dejé todo eso. Eso sí, ahora de viejo me hago las camas, no voy a comprar una, la hago en metal y la diseño cómo quiero. La gente que llega a mi casa me dice “hueón loco”. Hay espacios donde tengo las motos paradas; soy voyerista. Todos los cuadros están chuecos, porque, con ironía, el chileno en esencia es un hueón chueco.
Mi viejo siempre me cuidó, precisamente cuando salgo del Festival de Viña en 1972, me dice: “Vente inmediatamente acá, porque la noche te puede volver loco”. Me di cuenta que uno debía tener total control de sí mismo, sobre todo para lo que uno hace. No puedo andar raja de curado ni tampoco tomando licor en el escenario; eso no lo hago. Nunca perdí el foco, porque antes era todo más formal, no había tanta locura como ahora. Había mucho respeto frente a los adultos mayores.
Siempre me fue muy bien en el Festival de Viña. Pero nosotros ya terminamos (con eso), lo nuestro ahora está para que la gente pueda ver otro tipo de show, y eso es lo que he cuidado hasta hoy, seguir trabajando en eso.
Soy de una época lejana, tengo 75 años. ¿Cuánto más podré trabajar? Este año y el próximo. ¿Qué más podría hacer? Tengo que recorrer todo Chilito.
No es que no quiera andar en moto, es que no puedo; ni siquiera iría detrás de otra persona que fuera manejando, no, no. Sencillamente me encuentro con mis amigos motoqueros, conversamos, lo pasamos bien, pero luego agarro mi auto y me voy.
Todos los santos días camino cuatro o cinco kilómetros; menos sábado y domingo, que ahí hago hasta siete kms, ida y vuelta.
Si no hubieras sido comediante ni siquiera me imagino qué habría sido.
Un apodo, además de “Coco” o “Coquito”, es que Javier Miranda me decía “Mi Coco Querido”. “Coco” me lo puso Don Francisco.
Un sueño pendiente que, obviamente, tengo que hacerlo ya rápido, es ir a Suiza a conocer el museo de Charles Chaplin. Es el deseo profundo que quiero y lo haré muy pronto
Una cábala es simplemente creer en la fe.
Mi frase favorita... ¿Qué podría decirte?... “Soy un pobre con vocación de alegre”.
¿Picada predilecta? Me gusta, de pronto, comer algunos sándwiches ricos. Pero ahora me tengo que cuidar; figúrate que de 80 y tantos kilos que pesaba, hoy debo estar en 77.
El trabajo más raro que he hecho es este: la comedia.
Ya ni me acuerdo en qué gasté el primer sueldo, pero obviamente siempre fui cómo nos enseñó nuestro viejo: tenías que ir guardando poco a poco tus pesos.
Un pasatiempo oculto, antiguamente, era viajar en moto a lo largo de todo Chile. En este momento, quiero salir a viajar, estar con mis hijos y mis nietos. Pero lo que quiero después de terminar este monólogo es darme ese gusto de estar en Suiza. Eso me tiene loco.
¿Qué música escucho? B. B. King... ¡I love B. B. King! ¡I really love!
Algo que extraño y que nunca volverá es a mi abuela, la madre de mi madre, hasta el día de hoy la sigo recordando. Ella me avivaba la cueca en lo que hacía.
Película con la que lloré... No sé si lloré, pero me impactó la de estos hueones que tenían los ojos medios raros, Avatar 2.
Claro que creo en el horóscopo.
Si pudiera tener un superpoder, sería: que me suba el sueldo el jefe.
Un placer culpable es beberme, por lo menos, una botella de espumante, donde las burbujitas se vean muy pequeñas, y gozarlo.
Si pudiera invitar a tres personas a un asado, serían mi jefe y el productor, los tres comiendo.
No sabría decirte quién es Coco Legrand.