Ante los ojos públicos es uno sólo con su más recordado personaje: el Compadre Moncho. Pero el actor insiste en lo poco que tienen en común. A sus 82 años, repasa su infancia marcada por la muerte de su hermano, sus bellos años en el Instituto Nacional, la complicada dictadura, su carrera, su quiebre con Beatriz Alegret y mucho más.
—¿Usted es el Compadre Moncho? —le pregunta tímidamente un niño a un contundente señor de barba, anteojos, bufanda y pelo crespo.
—No —le contesta, seco, desentendido del icónico personaje de Los Venegas, la recordada serie de las tardes en TVN, concentrado en el fotógrafo que tiene en frente suyo.
Él es Adriano Castillo Herrera que, a sus 82 años, no abandona su gusto de trasladarse a pie para todos los lados posibles, sobre en el centro de Santiago; aunque actualmente se mueve más por los cafés de Providencia. Camina y observa, y la gente se lo queda mirando. Su figura no pasa piola. Algunos lo saludan, otros incluso se acercan a hablarle, como una señora que lo encara simpáticamente al también concejal municipal: “¿Me diste mala suerte en el bingo, ¿te acordai? En Quinta Normal”. Sentado en una cafetería, se acuerda, o al menos esa impresión le da a la mujer. Se ríen.
Cuando él recuerda, a veces, se da una larga vuelta para remontarse a su pasado, pero siempre retoma el hilo hábilmente o pide un recordatorio: “¿Qué me habías preguntado?”. Seguido, en sus historias aparece algún protagonista ya muerto y, tras lamentarlo con una frase, retoma. Le afloran memorias que ya han contado muchas veces, pero disfruta reviviéndolas. Habla de (casi) todo, con liviandad, sin mayores tabúes, a menos que pueda afectar a un tercero. Lo escucho.
LA FIRME CON ADRIANO CASTILLO
Tengo el recuerdo de cuando mi hermano Juan enfermó de poliomielitis, en 1947. Muy patente. Este brote dejó a muchos en silla de ruedas y a muchos los mató, como a mi hermano. En ese tiempo era muy difícil y no había cómo controlarla. Mi papá, Manuel, había hecho la Estación Central de Concepción y el Hospital Regional de Concepción, que hoy son monumentos nacionales; tenía muy buena situación. Tras terminar esos trabajos, se viene a Santiago, mi hermano se enferma y mis papás hicieron todo lo posible por salvarlo. Con los contactos que tenía, mi papá importó antibióticos de experimentación en Estados Unidos. Se arruinaron tratando de salvarlo, y quedamos viviendo en una habitación.
De esa pieza me acuerdo. Yo, cabro chico de seis, jugaba a la pelota en un patio y miraba hacia el interior de la habitación: estaba mi hermano, de cinco años, sentado en la cama, muy erguido, mirándome, como un adulto, un ser ya desarrollado. Me miraba con tranquilidad y paciencia, como diciendo: “Este niñito cómo juega”. Esa es la única imagen de infancia que tengo.
Graficaré lo que significó esa época para mis padres, que quedamos en nada, viviendo en una pieza en Independencia, que no sé quién se las arrendó, mi hermanas todavía no nacían y mi madre, Juana, tenía muchas joyas que conservó muchos años en un cofre. De repente, cuando mi papá no tenía trabajo, ella agarrada el cofrecito, iba a la Tía Rica a Capuchinos con San Pablo, y las empeñaba y volvía con plata. Mucha plata. Mi papá no volvió nunca más a ese esplendor que tuvo.
De mi dos padres aprendí lo que es vivir en pareja, me enseñaron a vivir en concordia. Nunca los vi discutiendo, ¡nunca! Mi madre era la jefa del hogar. Ellos hacían todo en el dormitorio, y después quien ejecutaba era mi madre; mi papá trabajaba. Aprendí que tienes que vivir en armonía, tener una convivencia agradable.
Mi padre quedó huérfano a los doce años y empezó a trabajar muy niño. Era muy simpático, pero creo que nunca pudo superar la muerte de mi hermano. Era muy serio. No era hosco para nada, agradable; nunca me dio un beso o abrazos, que era habitual en los padres de aquellos años. Eso lo hacemos nosotros ahora, con nuestro hijos; pero en ese tiempo, no. De repente podíamos juguetear, tirar chistes y todo ese tipo de cosas, pero en general era muy estructurado; se levantaba muy temprano y hacía todo lo que tenía que hacer. Nunca lo vi llegar curado a la casa o más allá de las 9 de la noche, ¡nunca! Siempre preocupado de su familia, pero con cierta distancia. La gran ejecutora de todo era ella, él opinaba y tenían una resolución como pareja; no actuaban en forma individual.
Mi papá era muy político y cooperó con los comunistas y Pablo Neruda, en 1938, para traer el barco Winnipeg desde España para la Guerra Civil. Todavía tengo la colección de 25 litografías magníficas que los españoles me regalaron a mi padre por haber hecho este acto de solidaridad.
Los Castillo tenían muy buena facha, eran fachosos. Los Herrera eran así cómo soy yo, un gallo común. Mi tía Julia, prima de mi papá, fue una de las primeras mujeres hermosas que admiré, porque la vi en una foto en un álbum que tenía mi madre. Muy buenamoza.
Mi experiencia en el Instituto Nacional fue fantástica. Cuando salgo de tercera preparatoria (3° básico), mi padre y mi madre, Juana, empiezan a buscar dónde me podían poner. Vivíamos en Quinta Normal, en el mismo edificio que la familia del padre del exfutbolista y seleccionado Roberto Hodge (1944-1986). Un día, mi papá bajando la escalera, se encontró con don Roberto padre, quien le sugirió: “¿Por qué no lo pones en el Instituto Nacional?”. “¿Pero cómo lo hago?”, le contestó él. “Yo trabajo ahí”, le dijo. “Tiene que dar un examen y se presenta mucha gente”. Mi mamá me inscribió para esa prueba en diciembre de 1950. La di y quedé entre los 80 seleccionados, y se habían presentado unos 2 mil. Pasé nueve años con mis compañeros de colegio, que son mis hermanos, porque pasaba todo el día ahí: llegaba a las 8 de la mañana y me iba a las 5 y media de la tarde. Tengo una unión muy férrea con todos esos muchachos.
Tengo la imagen de las grandes pichangas. En ese colegio antiguo, de adobe, que tenía una altura de —te invento— cinco o seis metros; eran altísimas, anchas y grandes. Llegaba el recreo y salíamos al patio, que era un cuadrado grande; a los costados estaban las salas de clases en el primero y segundo piso, que eran sostenidos por columnas que servían de arcos. Como éramos tantos en el patio, y todos jugábamos fútbol, y había un “arco” al lado del otro, si mirabas de arriba veías a 200 cabros chicos jugando... Era un enredo; no sabías qué pelota seguir. Me daba mucha risa. A veces me iba al segundo piso para ver. Era un enjambre de cabros chicos. ¡Y todos se entendían! ¡Y cuando era gol era gol! Era muy particular. Cuando llegaba el momento del timbre, se suspendía todo. Las pelotas eran chiquitas, de taca-taca, y otros se preocupan de hacer una más grande; de repente aparecía una de tenis. Eran muy rudimentarias.
Yo era bueno para la pelota, jugaba en el equipo del colegio. Aunque había muchos jugadores, así que no había problema si yo faltaba. Siempre se armaba un buen equipo.
El Instituto lo gocé muy bien. Era de los pocos que venía de un lugar popular; la mayoría de mis compañeros vivían de Plaza Italia hacia el barrio alto, tenían muy buena situación. Yo vivía en Quinta Normal. De repente, para molestarme, me decían: “Vete, vete a esos santurriales, a los extramuros de la ciudad”. Los recuerdos son muy buenos.
La educación que recibí fue de primer nivel, cosa que ya no existe, y eso lo lamento, porque ahora el colegio está transformado en uno común y corriente; incluso perdió el nivel de excelencia, porque a estos chicos rebeldes que hay ahora se le ocurrió no responder, entregaron la prueba en blanco del Simce y quedaron en último lugar. Perdieron el nivel de excelencia, ¡imagínate!, ¡cosa no entiende nadie! Lamentablemente estamos en esa situación. Pero creo que en algún momento va a volver al nivel que tuvo hace 60 años.
Las cosas que me grabaron a fuego en el cerebro fueron: “Disciplina, hijo, disciplina” y “respeto por el otro, el que está al lado tuyo”. Muchos de mis compañeros tenían muy buena situación económica, pero si alguno de ellos lo hacía notar contra otros, era absolutamente dejado de lado, no era escupido, pero era más o menos lo mismo... ¡No! Era inaceptable la discriminación por nivel económico o raza. Que alguien osara reírse o hacer broma al respecto era despreciado por el resto. Un día, un compañero mío le dijo una frase hiriente a un chico judío y determinamos no hablarle durante un mes; aplicamos la ley del hielo.
Hace 64 años salí del Instituto, me junto con mis compañeros y no hay diferencias. La mayoría son de derecha, y algunos son de ultraderecha. Cuando fui candidato a consejero regional por Las Condes, Vitacura y esas comunas, además de votar por mí, muchos pusieron plata en mi cuenta. Eso te demuestra el nivel de afecto y unión que tenemos, que son mis hermanos. Lamentablemente he perdido a varios, se han muerto como 15 ya. Pero nos seguimos juntando.
Terminé la carrera de químico farmacéutico, pero no me titulé. Me arrepentí de no haber terminado el ciclo. Eso no se hace. A todos los jóvenes les digo: Mira, compadre, si inicias algo, desarróllalo y termínalo. No le dejes en el aire cabos sueltos: todo tiene un inicio, un desarrollo y un fin. Ponle punto. Yo me equivoqué. Me dediqué al teatro, a la televisión y al cine, pero fue irresponsable de mi parte. No es sólo una irresponsabilidad, es un forado en la economía de los padres, porque ahora pagan todo, a pesar de que yo no pagué un peso para estudiar.
Siempre me he considerado un tipo con suerte. He tenido buenos amigos y, para un hueón feo como yo, es una gracia haber tenido las compañeras de vida que tuve. La gente cree que al verme doy suerte. Es un mito que tiene como quince o veinte años. Un día tuve que viajar al aeropuerto y, a las 6:30 AM, me falló el taxi que había pedido. Así que tomó otro, que era de un viejito. Me llevó rápido y no perdí el avión. Tiempo después, me llamó y me dijo: “Nunca he ganado más plata que el día que lo llevé a usted, ¡nunca en mi vida! Usted fue el que me dio suerte”. Y se expandió el mito.
En la dictadura nunca me arrestaron, interrogaron ni nada, a pesar de haber hecho dos campañas por Salvador Allende. Ahí hay un indicio de mi suerte, jajaja. Creo que eso es pura suerte. A mucha gente la trataron muy mal, la detuvieron, la hicieron desaparecer, la torturaron y la mataron. Lo único que hicieron fue colocarme en una lista de “gente indeseable”, a la cual no se le debía trabajo porque era “peligrosa para la patria”. Entonces, claro, nadie me daba pega. Ese fue el mayor castigo. Eso es tener suerte, porque la gran mayoría la pasó como la mona.
Una situación de vida bien particular me ocurrió en octubre o noviembre de 1973. Los actores Pato Contreras y Jorge “Chico” Guerra hacían un diálogo en la Corporación Arrau, en Lastarria con Rosal, donde había un teatrito. Ahí yo tenía un taller, como de escultor, y hacía clases de matemáticas y me ganaba la vida con eso. Cuando me enteré que estaban estos colegas abajo, nos encontramos después de la función. Nos fuimos a tomar un copete a un pub en Merced. Nuestra conversación dio vuelta exclusivamente en torno a: “¡Vámonos, hueón, vámonos”. Ese era el verbo: vámonos. Y todos estábamos de acuerdo. Ellos lo hicieron. Yo, como soy cómodo y quedado, no lo hice. Debí haberme ido, no porque sea un gran actor, sino porque con mi nivel de educación habría caído bien en todos lados.
Toda mi vida lo he pasado bien. Entre 1970 y 1990 fue la época más compleja, no diría que la pasé mal, pero no tenía trabajo, tenía que inventármelos, estaba objetado. Fue complejo, pero me las arregl.
La dictadura empieza en 1973 y, en 1979, llega a Chile el español José “Pepe” Vilar, quien sólo conocía a Lucho Córdoba, gran actor y cómico. Cuando llega traído por Alfredo Lamadrid para hacer tele acá, no conocía a nadie, y Lucho me recomendó, al ponerme en una lista junto a otros actores. Pepe me llamó, pero estábamos en dictadura cuando él fue contratado en lo que hoy es Chilevisión. Le dijeron que Adriano Castillo no podía estar, porque estaba en la lista negra del gobierno. “No, vamos a trabajar con él”, dijo Pepe. “Va a trabajar conmigo este señor”. Así es Pepe, terco, porque Lucho me había recomendado. Mandó a llamar al gerente de producciones y me impuso en CHV. Estuve todo ese año.
Recuerdo con mucho agrado a Pepe, porque era un hombre de teatro integral. Hacía la comedia como es en España: con voces muy altas, lo que a mucha gente acá le llama la atención o no le gusta. Él, siendo políticamente nada que ver conmigo (yo creo que los republicanos nuestros son comunistas a su lado, jaja, él quería un rey), me defendió, primero en CHV y después en TVN, que era el canal del gobierno. Así que recuerdo mucho a Pepe. Así era, muy generoso, no se hacía problema por nada. Tuvimos una muy buena relación en el escenario y aprendí mucho. Lamentablemente, era un gran fumador también, y eso lo mató.
Cuando nació mi hijo, Javier, una tarde de octubre de 1981, yo estaba grabando con Vilar en el teatro que hoy es el Nescafé de las Artes, por eso no pude estar en el parto; Pepe se habría indignado. Después de la grabación, Pepe me invitó a comer y, claro, le pusimos alcoholes. Llegamos a la clínica de Nuñoa donde estaba mi señora de ese entonces, Patricia Jaramillo, con mi hijo, como a las una de la mañana, y como éramos muy conocidos en esa época, los tipos de la puerta me hicieron pasar. Pero ella nos vio pasados de copas y nos gritó: “¡Fuera, fuera!”. Nos echó cagando, jajaja. Y nos devolvimos a donde estábamos. Así que fui al día siguiente a ver a Javier y lo conocí. Es un momento bien lindo y particular cuando conoces a los hijos.
Yo me separé en 1988, cuando Javier tenía unos siete años, pero nunca he estado separado de esta relación con mi hijo. Desde chico andábamos para todas partes juntos. Siempre le han gustado los autos y, cuando tenía como cuatro años, en Providencia, cerca de Tobalaba, íbamos caminando y vio una librería con muchos autitos dentro. “¿Te gusta alguno?”, le pregunté para comprarle uno; en ese tiempo yo manejaba billete. “¿Será muy caro, papá?”, respondió. Me acuerdo siempre de eso.
Este es un país importante, muy bueno, y es el mejor país de América Latina. Y lo ha sido siempre. No es el más rico, es el mejor, por organización y un montón de razones. Lamentablemente hemos ido decayendo, porque las últimas generaciones no han estado a la altura; se han transformado en una gran revisión de todo; siendo el mejor país de América Latina algunos lo quieren refundar. Nos falta, tenemos que mejorar la educación, la salud y muchas cosas. Pero tenemos que mejorar, no cambiar todo.
No. Nunca me interesó ser diputado, alcalde ni nada. No me llamó la atención. Quería ser actor, ese era mi trabajo, ahí quería desarrollarme. La política siempre me ha interesado. Pero yo coopero con mi sector. Siempre lo he hecho. Después de muchos años me propusieron para ser consejero regional y luego concejal. Sí, hasta ahí, porque ser concejal no me impide trabajar como actor todo el día. Si me pidieran estar ocho horas al día en la oficina, no postularía a ese puesto, por ningún motivo. Quiero seguir siendo actor. Pero un día tengo que asistir al consejo, fiscalizar la alcaldía y cooperar con la gente.
Coco Legrand es un gran humorista, un hombre de teatro y un buen amigo. A fines de los 80, necesitó a un actor para un café concert que se llamó No vote por mí, que fue para las elecciones de ese entonces. Hicimos el acuerdo en salario y todo el asunto perfecto; en ese tiempo él vivía súper arriba, construyó una casa y allá fuimos con Alberto Castillo. Lo hicimos durante dos años. El sketch al principio duraba veinte minutos y terminó durando media hora. Fue muy divertido. No reímos mucho. De vez en cuando nos topamos.
Llevábamos unos ocho meses del café concert y Coco decide ir un mes a Concepción, al Gatsby, un pub de allá, muy céntrico, simpático agradable y elegante. Coco arrendó una casa de tres pisos frente a la Laguna Grande de San Pedro, porque él no se anda con chicas, no te lleva a una residencial. Estaba lleno de árboles, nada de ruido, todo muy bucólico. Como los dormitorios tenían poca luz, llevé una cama al living, que tenía los tremendos ventanales dando a la laguna, abría las cortinas y pasaban los botes a remo. Me levantaba tipo 9 o 10 de la mañana, y ahí estaba mirando la laguna. Daban las 11... 11:30... 12:00... Y yo mirando la laguna... Tipo 13:00, yo decía: “Coco, ¿a qué hora iremos a Concepción? Yo necesito asfalto, hueón”. ¡Y eso le quedó grabado! “Necesito asfalto”. De repente, hay una voz que grita desde alguna parte: “¡Necesito asfalto!”. Sé que es Coco. A veces ni siquiera lo veo. Es una persona muy organizada, muy buen artista y muy correcto como empresario. Con Coco y si las funciones son a las 20:00, son a las 20:00.
Necesito ruido y movimiento. Me llevas una semana a un lugar tranquilo, y a la semana un minuto ya estoy molesto, inquieto, me quiero volver. Tengo 82 años, pasarán tres años, cinco, no sé cuánto duraré, y seguiré igual. Si me quieres matar, mándame a un lugar tranquilo. Si me quieres matar, dime “jubílate, no hagas nada”. Ahí yo me muero, me voy cortado. Tengo que estar en actividad, moviéndome.
Los Venegas (TVN) representó el trabajo que me ha dado más a conocer en mi vida, porque me conocían por el Festival de la una (TVN), por el teatro de José Vilar, por Sábado Gigante (Canal 13), pero Los Venegas me hicieron realmente conocido. Además, disfruté mucho haciéndolo; era un equipo muy agradable, grabamos cerca de 4 mil capítulos y trabajamos un día a la semana todo el día.
Soy muy distinto al Compadre Moncho, porque él es un irresponsable. Pero tenemos algo en común: ahora estoy muy tranquilo, pero entre los 20 y los 59, siempre me gustó la fiesta, la jarana, el buen pasar, las chicas lindas, me ha gustado pasarlo bien. He disfrutado mucho la vida. Estoy agradecido. Pero a diferencia de él yo soy un gallo muy serio y disciplinado. Pero a los dos nos gusta la risa y la broma.
Magdalena Max-Neef, “La Mirnita” (esposa del Compadre Moncho), es una amiga muy inteligente, muy seria, que me hace reír mucho, sobre todo en Instagram, porque de repente pone cosas muy divertidas. Con la Pepi Velasco me hacen reír mucho, mucho. La Magdalena es una compañera muy buena. No tengo nada que decir de ella.
Tengo la política de casarme una sola vez. Puedes tener, si quieres, 30 parejas en tu vida, pero tienes que pasar una vez por el Registro Civil, para tener esa experiencia. Sólo una vez, porque creo que la relación normal, y que recomiendo, es el arrejuntamiento, el amancebamiento o concubinato. ¿Por qué? Porque ahí estás unido única y exclusivamente por el afecto, el respeto y el cariño, no por un papel legal. Es porque ella quiere estar contigo y tú con ella. No hay ningún atado. Ahora, cuando aparecen los hijos, hay que responder, no puedes hacerte el loco. También me resultó bien cuando me casé, tengo un hijo maravilloso de esa relación. No tengo nada de qué arrepentirme.
A los 60 me chanté, me alejé de la vida bohemia, porque vi que, alrededor de esa edad, muchos y muy buenos artistas cayeron en enfermedades y murieron al poco tiempo. Esa es una edad precisa para parar y decir: “Cálmate, baja las revoluciones”. Además, me fui a ver al médico y me dijo: “Cálmate, ya no puedes andar como a los 30 o 40; ahora, todo más tranquilo”. Y me recomendó: “Los vicios bájalos, no los elimines; el único que tienes que eliminar es el cigarro”. El cuerpo no aguanta. Los artistas que no bajaron su nivel de vicio están todos muertos, ¡están todos muertos! Y creo tener muy buena genética; me lo dijo un neurólogo. ¿Por qué lo dijo? No tengo la menor idea. Él no podía creer la edad que tenía. Pesé seis kilos cuando mi pobre madre me tuvo en el Sanatorio Alemán de Concepción... ¡¿Sabes lo que es tener un tipo de seis kilos cuando no había cesárea en 1941?!”. Mi pobre madre... Qué increíble.
He tenido carretes largos, de baile, jarana. Uno divertido que tengo es con Óscar Olavarría, un gallo de muy buena facha. Hicimos una función en un café concert en el litoral, y de una mesa con cuatro chicas nos invitaron, y estaban con botellas de pisco. Nosotros fuimos. Eso terminó en la casa de una de ellas hasta el otro día. Eso fue en serio. Eso tiene cierta gracia. Una de ellas se asustó y se mandó a cambiar, jajaja, no sé por qué; parece que estaba subiendo mucho la temperatura. Se arrancó y las otras se quedaron. No suelo contar ninguna cuestión con nombre y apellido, ni siquiera con lugares, porque la gente saca cuentas. No quiero que mi cuento perjudique a nadie.
Recomiendo ser discreto: lo que hagas con una mujer es de ustedes, les pertenece a ustedes. Nunca cuentas ¡nada! Absolutamente nada, porque, en el peor de los casos, vas a perjudicar a alguien, incluso a alguien que esté enamorado de esa persona, y lo vas a dejar con un puñal en el pecho, durante toda su vida. Quédense callados.
En general, los hombres le tienen miedo a las mujeres muy lindas, se cohíben. Entonces pensé: “Acá hay un nicho para explotar”. ¿Cómo explotar este nicho siendo un hueón feito? Tienes que tener ciertas pillerías. Primero, ser culto, educado y simpático. Pero, fundamentalmente, lo primero es llamarle la atención, porque si no se fija que existes estás cagado, no te va a dar bola jamás. Y tienes que ser diferente a los otros. ¿En qué sentido? La mayoría de los tipos anda obsequiosos y, mientras más estupenda la mina, más obsequioso; están todos como una alfombra para que ella los pise; esos no le interesan. Así que mientras más estupenda menos bola le doy. Siempre da resultado. Aunque no podí estar eternamente en eso. Tienes que transformarlo en simpatía: alguna pequeña atención, así como una cosa de amigos o compañeros. Si además de eso que hemos hablado, le haces un favor importante, tienes mucho avanzado.
Estuve con una modelo de Canal 13, espectacular, que llegó a Sábado gigante o a otro programa. Use mi técnica. Un día me di cuenta que estaba muy preocupada por algo. Sin darle ninguna importancia, le dije: “Te noto tensa, ¿qué te pasa?”. Me contó que la abrumaba un problema con el crédito hipotecario; recién había comprado un departamento. “¿En qué banco tienes el crédito?”, le pregunté. Ella me contestó, y le dije que tenía un amigo en su banco, que el realidad no era del suyo, sino del mío. Fui donde él y le pregunté si tenía un amigo en el banco de ella. “Sí, claro”, me dijo, y fui donde el fulano para contarle. Me pasó su tarjeta, se la pasé a ella y, sin darle mucha importancia, le dije que fuera a hablar con ese gallo y que “vas de parte mía”, a pesar de que yo recién lo conocía al hueón. Le solucionó el problema que para ella era muy grande. Ni siquiera le pregunté cómo le había ido y ella me habló: “Te pasaste, me solucionaron todo”... Tuvimos un año de relación. Era encantadora y preciosa.
Un día mío en la semana es muy común y corriente. Si no tengo nada qué hacer, me levanto tarde, tipo 8 de la mañana, veo tele, leo, hago sudoku y puzzles. Después, tipo 11, salgo, voy al centro, paso a buscar un programa de las carreras de caballos y me tomo un café en la calle Ahumada. En la tarde llego a almorzar y duermo una siesta. Y en la tarde voy a alguna parte que me llame la atención. Sino, estoy trabajando; voy a trabajos específicos. Pero no tiene nada de particular mi vida. Antes, hace unos veinte años me acostaba muy tarde. Pero siempre me duermo muy tarde; antes con mayor razón, cuando carreteaba, ni nos acostábamos, jaja. Ahora me estoy acostando más temprano.
Estoy escribiendo una autobiografía. Son anécdotas. Todo esto partió en Chile Actores, que tiene un taller de autobiografía que maneja Marco Antonio en la Parra, dramaturgo de calidad. De ahí nació la idea. En eso estaba cuando de repente apareció la editorial Montaña Negra, que me dijeron: “Adriano, queremos hacer un libro contigo”. Y me mostraron un libro, muy hermoso, con muchas fotografías, muy bien impreso, del compositor Vicente Bianchi. “Me interesa”, les dije. Hicimos el acuerdo económico y firmamos un contrato. Están haciendo ellos todo el asunto, pero yo lo escribí; debo tener unas 140 páginas. Todo se los pasé para que sea revisado; lo están estructurando. Creo que saldrá a fin de año o principios del otro. El libro es muy encachado. Me tiene entusiasmado.
No he tenido nunca un auto. Ni tendré. Yo camino. Si estoy muy apurado llamo un taxi. Si estoy más apurado, llamo un uber. Pero siempre ando caminando. ¿Por qué voy a Providencia? Porque me encuentro con los amigos; a los amigos ya no los encuentras en el centro (de Santiago), toda la gente se ha movido. Vengo acá hace treinta años. Me encuentro con la gente, hago reuniones y firmamos contratos.
Camino por salud mental y física, es bueno caminar. Pero lo otro es que caminando observas; los actores vivimos de observar. Observas comportamientos, en el metro, en la micro y en las calles; para mí es muy útil. Me permite mantenerme en buen estado. Esa es la experiencia de la calle.
Estuve en MasterCher Celebrity (Canal 13). No conocía a nadie y todos mis compañeros resultaron muy agradables. Pasábamos desde las 7:00 de la mañana hasta las 12 de la noche juntos, en un mismo hotel, en el mismo lugar de grabación, esperando; si te toca un grupo desagradables estás jodido. Caí perfecto. Estaba Betsy Camino, Rocío Marengo, Pato Torres, Leo Caprile, Pablo Ruiz, Grimanesa Jiménez (1937-2023), Marcelo Marocchino, Steffi Méndez y Nachito Pop, que era el más cercano; puta que nos reímos. Pensé que iba a durar una semana, porque jamás he cocinado nada. En Canal 13 me dijeron que unos chefs colombianos me iba a enseñar dos o tres cosas, y que no me preocupara. Con eso me defendí. Estuve cinco semanas... ¡Cinco! Además, como parásito, me acerqué a las mujeres que sabían cocinar, como Betsy, Ignacia Allamand y Natalia Duco. Cuando había que hacer grupo, me acercaba. Todo el mundo muy simpático.
Con Beatriz Alegret estuve treinta años. Me propuso que tuviéramos un hijo cuando yo tenía más de 60, y yo no quería. Me equivoqué ahí, porque cuando una mujer lleva más de diez años contigo y te propone una cosa así, no le puedes responder la hueá que le respondí: “¿Estai loca? Cómo se te ocurre...”. No había terminado de decir eso cuando me di cuenta que la había cagado. Ella se sintió. Fue un error mío, uno de varios que cometí en mi relación con Beatriz. Me fui de la casa, porque estaba muy sentida. ¡Y tenía toda la razón! El culpable soy de que hayamos terminado esta relación, como le dije a Martín Cárcamo en Los 5 mandamientos (Canal 13). Es una mujer excelente: buena esposa, amante y compañera de vida, en todo sentido; además, siempre preocupa de ti. Una mina fantástica a la que perdí por pelotudo. Esa es la verdad. Dejé que la relación se marchitara, hasta que, al final, se acabó. Me arrepiento, por supuesto, de haber actuado así. ¿La medida que tomamos era correcta? Era correcta. Pero una buena relación con la puedes dejar marchitar, ser tan descuidado. Fui descuidado y hueón… Me equivoqué. Sí. Lo único que espero es que ella esté bien, porque uno no deja de querer a las parejas.
Beatriz me ayudaba a teñirme el pelo. Tengo un gran amigo, Jaime Vergara, que tiene una gran peluquería en la calle Luis Pasteur, en Vitacura. Lo conocí en un canal que se llama Tevex TV, cuando hacíamos un programa con Alberto Castillo, Separados, que era un late. Estupendo peluquero y muy buena persona. Él cada cierto tiempo me encacha, además con unos productos de muy buena calidad. No tengo problemas con eso. Pero durante quince años lo hizo ella, entre otras 1.500 cosas que le debo. Lo único que tengo son agradecimientos.
A mis 82 años no ando de picaflor. Ya no hay esperanza de volver a enamorarse, no me pidas cosas, jajaja. Me quedan veinte minutos de vida. Pero las mujeres para mí son el centro de la vida, con el trabajo y la política. Ya estoy muy viejo para andar tratando de conquistar a alguien, o hacer este tipo de juegos... Pero de repente aparece alguien, como soy un hueón conocido (que es un gran punto a favor) pero no hago ningún compromiso; más bien un touch and go. Vas y te devuelves a tu casa. Con los años uno se vuelve más mañoso y las mujeres mucho menores que uno no andan buscando a un hueón mañoso. Yo me porto bien, una vez, y me devuelvo para la casa.
Si no hubiera sido actor habría sido químico farmacéutico o profesor de matemáticas. Tuve grandes profesores de matemáticas, como Alberto Zapata. Tremendo. Así que cuando vino la dictadura, y me objetaron, le hacía clases particulares a hijas de artistas; todas resultaron muy buenas. Salvaron esos estudios.
En la universidad era carretero, tenía 19 años. Me pasaba del carrete a la primera clase. Pero siempre con la disciplina que aprendí en el Nacional: puedes andar en lo que andes, pero si tienes clases a las 8:15 de la mañana, tienes que estar. A veces estaba como la mona, pero estaba. Siempre estuve.
Un apodo que me puso Jaime Azócar es “Peruca”. También, como me eximía de los exámenes, pasaba los dos meses de vacaciones en la casa de la hermana mayor de mi madre, en Laguna de Zapallar. Volvía negro y en el colegio me decían “Negro Castillo”. “Cabezón” también me dicen unas pocas personas. Me decían “Guatón”, hasta que empecé a jugar fútbol, que me puse flaco, flaco. En la universidad, negro, flaco y con la peluca, parecía narcotraficante panameño. Parecía delincuente.
Un sueño pendiente es hacer una buena película, antes de morirme, es lo que me falta. He hecho buenas obras de teatro y programas de TV, pero una película que llame la atención no la he hecho. Si no llega, mala cuea.
Toda la comida típica chilena es mi favorita, como los porotos con rienda y las empanadas. Durante los 30 años que viví con Beatriz, ella hacía unas empanadas fritas de pino muy güenas. El 17, 18 y 19 de septiembre era la único que comía, con un buen vino tinto.
Con mi primer sueldo creo que lo primero que hice fue comprarle dos máquinas a mi madre, una lavadora y un horno, hace muchos, muchos años, como en 1967.
Un pasatiempo es la hípica, sí po’. He sido hípico toda mi vida. Mi padre era hípico. Los primos de mi padre. Los tíos de mi padre. Todos. Porque vivían en Independencia, al lado de Hipódromo Chile.
Mi música favorita es la ópera, tenores como Luciano Pavarotti, José Carreras, María Callas, Anna Netrebko y Verónica Villarroel.
No creo que haya vida después de la muerte. No creo ni en dioses ni nada. Creo que el Universo ha existido siempre y creo que esto de buscar dioses es una limitación humana. Y que ayuda. Soy muy respetuoso de la gente que tiene fe. La fe no la discutes.
Un trago chileno favorito es la whiscola o la piscola. Ahora último he tomado terremoto y es bastante güeno. Pero hay que tomar con moderación eso sí, porque es harto fuerte.
Las tres películas de El padrino son muy buenas. Las películas de Anthony Hopkins están muy bien actuadas y son muy buenas.
No creo en el horóscopo... No creo en Dios y voy a creer en el horóscopo, jajaja.
Un superpoder que me gustaría es ser un tipo que entrega beneficios a la gente, que si alguien necesita una operación chasquear los dedos y dársela, sobre todo con emergencias.
Si hubiera que invitar a tres personas de la Historia a un asado, dos de ellas serían mis padres. Y me gustaría conocer a alguien que lleve mi nombre en la antigüedad. Mi padre me puso Adriano, no tengo la menor idea por qué... ¡un nombre tan raro! Rarísimo, que nunca me gustó, lo encontraba muy afeminado. Pero me empezó a gustar en la universidad, en que mis compañeras eran un 70% mujeres, cuando mis compañeras, lindas, de colegios particulares, me empezaron a llamar Adriano. Lo encontré fantástico. Nadie se se llamaba Adriano. Ahora último apareció un futbolista brasileño. También hubo un emperador romano, hijo y sucesor de Trajano, que era benefactor de las artes y la letras. Me gustaría conocer a ese hueón.
Adriano Castillo es un gallo muy estructurado, disciplinado y estricto, al revés de lo que la gente cree. La gente cree que soy el Compadre Moncho, yo no soy el Compadre Moncho; yo actué. Es un personaje del que estoy muy agradecido. Lo amo y defiendo. Pero no soy él. A mi hijo le dicen: “Tú eres hijo del Compadre Moncho”. Y él, sociólogo, le contesta: “No, soy hijo del actor Adriano Castillo”. Para mí no es ningún problema que me digan así, pero si me dicen que soy igual a él, no. Por eso me llamó mucho la atención cuando alguna gente criticó a la nueva ministra de Cultura, Carolina Arredondo, por haber trabajado en Infieles (CHV). La trataron de prostituta. ¿Qué se creen? ¡¿Qué se creen?! Uno hace papeles. No es los papeles. Es demasiada la tontera. Es una estupidez.
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