Se popularizó como “La tía de la micro”, con sus videos chistosos en redes sociales de su rutina conduciendo buses. Le puso sus ojos Tierra Brava, reality de Canal 13 que “no entendí” y “no me supieron explotar”, comenta a La Cuarta. Antes, como su padre tiene una discapacidad, creció en un hogar del Sename; con 20 años se las arregló sola con su embarazo; y llegó al rubro del transporte. Hoy, declara: “Tengo casa propia, mi auto y estoy estudiando”.
Azzartt Maveth Arias (28) se levanta a las 5:30 AM, prepara desayuno y almuerzo para su pequeño hijo, Facundo; lo despierta, lo viste, le echa colonia, le da sus vitaminas y a las 7:10 está listo para el furgón escolar. Ella, en tanto, agarra el auto y parte a su pega en un terminal de buses de Pudahuel; y vuelve a su casa en un condominio de La Florida alrededor de las 18:30. Esa es su rutina de lunes a viernes.
Anochece, se acerca la hora de comer y “Facu”, de seis años, propone hacer panqueques. Una amiga de ella, que lo cuidó durante la tarde, le ayuda con la sartén, mientras la madre responde a las preguntas de La Firme, para La Cuarta. El nene aprovecha de payasear y, cada tanto, se acerca a su mamá para darle un besito o hacerle un cariño. Más tarde, él ve monos animados en la tele, sube el volumen y ella reacciona: “Hijo, bájale, Facundo”, le pide.
Hace tres años, Azzartt compartió en TikTok un cómico video de su rutina como conductora de buses Red Movilidad (ex-Transantiago), y al ratito había alcanzado un millón de reproducciones. Recién partía en el rubro del transporte, pero siguió con los videos chistosos en redes sociales. Empezó a contar su historia, como que su madre biológica la abandonó con tan sólo nueve meses, que creció en un hogar de menores de Maipú ligado al Sename y que su padre con discapacidad la visitaba sagradamente cada domingo; a los veinte, viviendo sola en un departamento, quedó embarazada, y fue el nacimiento de su hijo el que la llevó a la conducción. Y se las arregló para conseguir su auto y casa propia.
Un domingo, ella estaba de turno y un puñado de niños subieron al bus: “La tía de la micro”, le repetían. Así nació su apodo que, seguro, llamó la atención de la producción de Tierra Brava, el reality de Canal 13. Duró dos semanas en el encierro en Perú, donde dejó en claro su fuerte carácter, lo que le costó las nominaciones de sus compañeros. Ahora, se alejó de lo mediático, retomó su rutina en los buses y anda bien ocupada, por lo que ni siquiera está con tiempo para el amor: “Pero tengo gatos, no sé si cuenta”, comenta con humor. Acá, su vida, presente y planes.
LA FIRME CON AZZARTT ARIAS
Estaba parada frente a un ventanal enorme en el hogar de la Protectora de la Infancia. Es el recuerdo más de chiquitita que tengo, como a los tres o cuatro años. Estaba asustada porque llovía, había truenos y, de repente, aparecían luces, relámpagos. Y la tía del hogar me dijo que no tuviera miedo y que me acercara a ver, porque me estaban sacando fotos; entonces me puse así, a posar.
Me fui al hogar de María Ayuda, en Maipú, a los cinco años. Mi papá, Osvaldo, pidió el traslado porque el de Protectora era mixto; compartía con niños de dieciocho años y yo tenía cinco, y el otro era sólo de mujeres y católico. El cambio fue muy lindo, es mi segundo recuerdo más lindo. La familia te entregaba en el santuario Schoenstatt, en La Florida, muy chiquitito. Hicieron una misa y un ritual en que mi papá me entregó a la tía del hogar, y no llegué tan traumada, jaja, porque él me dijo: “Tienes que estar tranquila, es un lugar muy bueno, muy maternal”. Me fui tranquila.
Mi papá tiene 74% de discapacidad en su cuerpo; a los 21 años tuvo un accidente; un camión lo arrolló. Me iba a ver cada domingo, sagradamente, lloviera, nevara o con calor infernal, siempre con su bolsita antigua de feria, con frutas, verduras y colaciones. Crecí, por decirlo de alguna manera, encerrada, no conocía la realidad afuera. Más grande le pregunté por qué me internó, pero siempre me gustó: estaba con niñas, el hogar era bueno, salíamos, conocí la playa, la nieve y pude viajar en avión, cosas que en otros hogares lamentablemente no se ven. Dentro de todo, tuve una buena infancia.
Mi hermano Kail siempre acompañó a mi papá a verme. A veces mi papá estaba cansado y él decía: “Vamos, viejo”. Lo agarraba y lo llevaba. Siempre lo apañó. Somos súper diferentes, pero para lo que necesito él está, y es súper buen tío con el Facu.
Mis dos apellidos son Arias. Pensé que mi mamá biológica no me había reconocido en toda la vida, pero si busco con mi RUT, ella es mi mamá legalmente. Maveth es mi segundo nombre. Mi mamá biológica se llama Azzartt Maveth y yo también me llamó Azzartt Maveth. Siempre supe que nos llamábamos igual. Mi papá siempre le decía “la Maveth”. Ella tiene como siete hijos, y repartidos de diferentes hombres. Tuvo al Kail y a mí, y nos dejó. Tuvo otros dos, y los dejó. Y después tuvo dos o tres niñas. Me pasaba mucho que cuando iba en la micro siempre miraba, así como: “¿Ella será mi mamá? Se parece a mí”. Siempre tuve ese trauma.
Me portaba pésimo. Siempre fui altanera, contestaba y llevada a mis ideas. Si las tías decían: “Ya, todas a acostarse”, era la única que me quedaba despierta, jugando. Discutía y peleaba en el colegio, porque me molestaban mucho por ser de hogar. Estuve en diez colegios, desde la básica a la media; la vez que duré menos fueron dos meses. Siempre me echaban, una vez fue por opción mía. Me trataban de “huacha”, de que “esta no tiene papá” o “no tiene mamá”. Y les respondía: “No, tengo a mi papá, me va a ver siempre y me compra mis cosas”. Y después no aguantaba y me iba a lo físico, a los golpes, jajaja... Los niños son crueles. Siempre fui con perso, nunca me quedaba callada, decía todo, tal cual soy. Si me preguntaba cómo me caía alguien, yo respondía “mal” o “súper bien”.
Mi historia más triste en el hogar fue cuando tenía siete años. Eran doce casas dentro de una parcela, y la mía se llamaba “Acogimiento”, con puras niñas grandes, de entre 14 y 16 años; entonces yo era payasa, me agarraban, me querían de muñeca y me pintaban. Eran las 21:30, 22:00, 23:00... y seguía dando jugo, me habían pintado cara de payaso. La tía me retó: “¡Estás castigada!”, y me llevó a la terraza, que tenía una pandereta y daba al terminal de Metbus, en René Olivares. Me dejó afuera y me tiró un balde de agua fría. Yo era chica, tenía la edad del Facu, gritaba: “¡Vieja culia!” y “¡me están tirando agua, tengo frío!”. Lloraba. Y había un perro labrador, gigante, que cuidaba el hogar; y me dijeron: “¡Te vamos a tirar al ‘Kayser’ si no te calmai!”. Y yo gritaba: “¡No, no!”. Me calme, porque el “Kayser” era un terror. Me fui a acostar. Al otro día, la acusé y no me creyeron, porque era la niña que se portaba mal todos los días... Es fome que no te crean... A los dos días, llegó un conductor, cuando recién se había inaugurado el Transantiago, tocó el timbre y preguntó: “Tengo la duda, ¿quién vive acá?”, y le respondieron que era un hogar de menores. “Ah, necesito hablar con la persona a cargo”, dijo. Habló con la directora y le contó que escuchó que “estaban maltratando a una niña”. Me llamaron a la oficina y me creyeron po’, por el caballero, que hoy sería mi colega.
En esa época se hacía oídos sordos al maltrato infantil; no era algo “normal”, pero nadie decía nada si le pegaban a un niño en la calle. Ahora sí po’, todos se meten. Creo que al caballero le quedó dando vuelta, lo pensó con su señora y le dijo “anda a ver”... Después él le contó a sus colegas que al lado había un hogar de menores y, para los 18 de septiembre y Navidad, nos llevaban empanadas, tortitas y pasteles... Es loco, siempre estuvo esa conexión (con el mundo del transporte)...
María Ayuda quedaba al lado de tres terminales de micro. Escuchaba el ruido, o cuando se tiraban muy para atrás y rompían las panderetas. De repente, en el hogar nos sacaban a Fantasilandia, o a veinte de nosotras nos llevaban juntas al médico, y llenábamos las micros amarillas. Pagábamos el pasaje y, como ellos sabían que éramos del hogar, nos cobraban tres pasajes, y nos íbamos todas sentadas al doctor. Tengo muchos recuerdos de las micros, siempre me interesaron. Al principio, yo decía: “¿Uy, cómo pasarán cambios?”, o siempre veía cómo recibían la plata.
Como me portaba mal, muchas veces no me creían. Siempre tenía que ser firme con lo que decía. “La Azzartt hizo eso”, pero “no po’, yo no fui”, respondía. Nunca cambié. No sé si es entendible, pero las tías que trabajan en el hogar en ese tiempo no estaban capacitadas para cuidar menores —y no sé si hasta hoy lo están—. Son niñas en riesgo social, que vienen de sus casas maltratadas, abusadas o cualquier cosa: obviamente no confían en un adulto. Yo no confiaba; les decía todo y hacía pataleta, y si quería no comía y me escapaba. “Esta es una niña problema”, pensaban, en vez de acogerme y escuchar: “Azzartt, dime, ¿por qué estás enojada?”. Quizá por eso perdía la credibilidad ante otras niñas que le seguían el amén a las tías; y yo no po’, jajaja.
Hoy la gente me cree, pero no le gustan mis formas o cómo digo las cosas. Si tengo que decirle a alguien que es desordenado o cochino, se lo diré, y obviamente no le gustará, por mi tono. En cambio, con mi mejor amiga nos comunicamos muy bien; es la única persona a la que le puedo decir: “Tienes razón” o “no quiero hablar”, y me entiende, porque sabe que es mi forma de ser, no es que la esté atacando.
Soñaba que manejaba, en la carretera, en un bus o camión. Siempre me llamó la atención manejar. Me costó obviamente aprender, el miedo en la autopista y todo eso. Pero siempre me gustó. Hemos salido con mis amigas, he manejado diez horas y me dicen: “Hueona, a vo’ te gusta manejar”, porque otras se aburren, está lleno de tacos. Siempre estoy bien, no chata de manejar, con una sonrisa. Cuando llegue el día que ya esté aburrida, realmente ya no voy a querer más. Lo sabré.
Ya en séptimo, octavo o en la educación media, hacía los trabajos en las casas de los compañeros. “Pucha, ¿cómo digo que no puedo ir?”, pensaba. Pedía permiso en el hogar y me decían: “Puedes ir, pero tiene que llamar la mamá del compañero, nosotros tenemos que visitar la casa y, si es apto, puedes ir dos horas a hacer el trabajo y volver”... ¿Cómo le explicaba a mi compañero para que le dijera a la mamá que tiene una compañera del Sename? Era complicadísimo. Muchas veces no podía hacer los trabajos. Y más adelante tuve muchas mamás de amigas que comprendían, e incluso iba después de clase a almorzar o los fines de semana. Pero era difícil de entender: “Pucha, me gustaría salir”, pensaba. Compré el pan recién cuando tenía diecisiete años.
Un día, a los quince años, fui a buscar a mi mamá biológica. Con mi RUT, los Carabineros me dijeron que me llamaba igual que ella: Azzartt Maveth. La estuvimos buscando todo el día con una amiga, que le preguntó a una vecina si había visto a una señora que se parecía a mí, y le dijo que sí, que vivía al frente. Fuimos, nos abrió su pareja y le dije que buscábamos a “Maveth, de parte de Azzartt”. Se sorprendió, pasamos y ella estaba cocinando, con una guata enorme, embarazada otra vez. Fue shockeante: “Pucha, no se hizo cargo del Kail, de mí, de mis otros dos hermanos, y la mujer sigue teniendo hijos... ¿Qué le pasa al Estado? ¿Por qué no la opera?”, pensaba yo, lo juro. Entramos y ella le dijo a él: “¿Invitaste a tus primas? Preséntamelas”. Y era yo, su hija po’. Cuando la vi, lo único que hacía era observarla, si en verdad me parecía a ella; soy igual a mi papá. Mi amiga le dijo: “Señora, es su hija”. Me quedó mirando, se puso a llorar y me pidió perdón.
Mi mamá biológica me llevó a tribunales con mi papá. Fue un show, a él lo trataron pésimo, siendo que siempre se hizo cargo de mí. Le di la espalda, fui súper mala hija, porque anhelaba tener a mi mamá, y después me di cuenta que (ella) no era lo que yo esperaba. Me perdonó. Fue caótico, de locos. Al mes, por teléfono, ella me dijo que no quería que fuera más a su casa, porque no estaba preparada para tener una hija adolescente... Me dio pena, pero como que me lo esperaba.
Ya tenía a mi mamá adoptiva en ese tiempo, que era una cuidadora de otra casa en el hogar, Magaly, que vive en Maipú. La conocí un 18 de septiembre, estaba con chupalla, trenzas y una guitarra, pegándose el show, haciendo reír a todos. Nos pusimos a hablar. Antes de conocernos, ella se preguntaba: “¿Qué tiene esa niña? ¿Por qué nadie la apoya? Algo bueno debe tener”. Siempre tuvo la duda de por qué yo estaba en mi burbuja. No nos separamos más. Me fugaba del hogar para ir a verla; se enteró la directora y le dijo: “Magaly, renuncias para sacar a la Azzartt o se acaba la relación más allá de educadora-niña entre ustedes”. Renunció, se fue a otro hogar y empezamos a salir los fines de semana y me presentó a su familia. La considero mi mamá, la molestó y le digo: “Ya po’, Magaly, dame el apellido”. O cuando fui al Registro Civil a sacar el pasaporte, me llamó por teléfono y me dijo: “¿Dónde estás?”, y le contesté que en el Registro Civil. Me preguntó si me iba a casar y le respondí: “No, vine a cambiar el apellido”. Se ríe nomás, pero es mi mamá y la abuela de mi hijo.
Postulé a realities, desde que salí del hogar, como tres veces. Nunca les llamé la atención. Quizá no era el perfil. Antes los realities eran minas regias y estupendas, y ahora cambió un poco, jaja. Postulé a uno del Mega y a otro del Canal 13, pero no recuerdo qué nombres. Crecí viendo los realities, siempre fue mi sueño ser conocida. Como salí del Sename, siempre (estaba el prejuicio) de que iba a quedar embarazada, que no tendría futuro, estudios e iba a ser una drogadicta. Yo decía que “si me puedo hacer conocida, mostrar mi historia, más niñas o niños pueden decir: ‘si ella pudo yo también po’”. Al principio me daba vergüenza decir que era del Sename, y después dije: “No, ¿por qué tengo que tener vergüenza? Soy resiliente”. En ese cambio (de mentalidad) mi papá me ayudó mucho. Fui muy mala hija, como a los 15 o 16 años, y si yo tenía algo que hacer, no lo llevaba porque tenía una discapacidad y me avergonzaba mucho. Hasta el día de hoy le pido perdón, y lo entiende, nunca me lo criticó, siempre ha dicho que soy buena hija. Siempre me decía: “No tienes que tener vergüenza del hogar ni de tu papá, porque gracias a eso eres quién eres”. Y pensé: “Es verdad, tiene toda la razón”. Después le agradecí que me haya dejado en el hogar. Y gracias a él tuve más conciencia de las personas con discapacidad; es difícil para ellos desenvolverse afuera. Perdí la vergüenza.
Mi carácter fuerte no es que me haya cerrado puertas de frentón, pero me ha impedido mantenerme en algo; por ejemplo, una vez estaba trabajando en una tienda de zapatillas, me iba súper bien, mi jefa me adoraba y vendía mucho. Pero llegó un jefe nuevo y a él no le gustaba mi carácter porque le decía todo, como: “A mí no me hables así”. No porque fuera el jefe me iba a gritar o exigir cosas que no estaban en el contrato. Y no me pasó a (contrato) indefinido... Me gustaba mucho ese trabajo.
Al salir del hogar, estudiaba, trabajaba, vivía sola y arrendaba una pieza; a veces no tenía qué comer. Viví en lados muy malos. Y fui de a poco, creciendo en el trabajo, mejorando, cambiando de lugares, y dejé mis estudios: “Quizá no puedo estudiar”, pensé, “pero puedo optar a una vida mejor”. Me enfoqué en tener mi casa y mis cosas. A mi papá lo veía muy poquito. Cuando me fui del hogar fue una decisión: “Puedo sola, no necesito de nadie, incluso de mi mamá (Magaly)”. A los 20 años volví a hablar con toda mi familia: con mi mamá, mi papá y mi hermano. Y me enteré que estaba embarazada. Tuve al Facu y llamé a todos: “Hola, tuve un hijo, pueden venir a conocerlo”, jajaja, y todos fueron. Me alejé porque estaba explorando el mundo, había salido sin saber cómo se pagaba el agua ni las cuentas, cómo divertirme, o distintas responsabilidades como trabajar y mi sueldo dividirlo entre el arriendo y la comida. Estaba creciendo como mujer y quería hacerlo sola; pasé un año sabático de familia, jajaja.
Cuando no sabía que estaba embarazada del Facu, con tres meses, arrendaba un departamento al lado del metro Santa Ana y trabajaba en Costanera Center. Me iba en bici por la ciclovía y me caí. Venía una micro por Av. Andrés Bello y un conductor me vio y paró, con todos los pasajeros. Se bajó y me ayudó. Siempre estuve conectada con los buses. Después yo decía: “Si veo algo también me voy a bajar y ayudar; si alguien estuvo para mí, también puedo estar para alguien más”. Es loco. En la media, después de clases, compraba cajetillas, ilegalmente, jaja, y le vendía a los choferes cigarros sueltos, café y pancito. Siempre estuve ligada.
Lo pasé súper mal cuando quedé embarazada. Me costó mucho aceptarlo, porque terminé con (el pololo y padre del niño) y a los tres meses me enteré. Lo llamé y me dijo que no era de él. No quería ser mamá soltera, porque me crié en un hogar católico y soy súper católica: “¿Qué van a decir las tías de hogar? ¿Qué va a decir mi madrina?”, pensaba. Cuando me enteré le dije a mi mamá: “¿Qué pasaría si estoy embarazada?”, me contestó que “no me gustaría, porque no tienes nada qué ofrecerle; sería muy triste, no puedes contigo y no vas a poder con un niño”. Así que no le conté, jajaja. La llamé cuando nació Facundo. Y hoy mi mamá me dice: “Me equivoqué, porque has logrado todo siendo mamá soltera, y partiendo sin nada”.
Ni siquiera en el trabajo dije que estaba embarazada. Me echaron embarazada, sin saber. Después tuve que decirlo y me devolvieron el trabajo. Pero me costó mucho aceptar el embarazo. Trabajaba en el mall, en el Florida Center, y no entendía nada de la maternidad y en mi celular le escribía cartas a mi mamá (biológica), como: “Pucha, necesito de ti, un consejo...”. A la Magaly la amo y la adoro, pero no me podía dar consejos de maternidad porque nunca fue mamá, sólo conmigo. Le escribía cartas para entender la maternidad, que por qué me costaba tanto, y que “yo no quiero ser como tú, quiero cerrar este círculo vicioso de una mala maternidad, ser una buena mamá”. Pero fue muy difícil.
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Fue cuático, no sabía nada, ni siquiera mudar un niño. Estaba embarazada y llamé al papá del Facu y dijo que no (se haría cargo). Mi mejor amigo, Álvaro, que es el padrino de Facu, siempre estuvo. Tenía un antojo y él me lo llevaba a la pega. Un día fui a una ecografía e invitó a otro amigo, fuimos los tres... Dios mío... Pasamos los tres a la eco y empezaron a mostrarnos (las imágenes) y mi amigo le dio al otro: “Viste, hueón, si tiene mi nariz”; y yo pensaba: “Uy, cállense”; y el otro le respondía: “No, mira, si la nariz es mía, la tiene redonda”. Y el que hacía la eco nos miró y me preguntó: “¿Todavía no sabe quién es el papá?”. Fue terrible, jajaja. Fue mi apañador en todo el proceso. Fue como al papá que Facu no tuvo. Cuando iba creciendo la guatita, le hablaba. Hizo mejor mi embarazo.
Como mi mamá se fue cuando yo era guagüita, una vez me dio una crisis y decía: “No sirvo para esto”. Siempre he vivido sola desde que salí del hogar. El Facu lloraba y yo me preguntaba: “¿Cómo lo hago callar? ¿Cómo le hago tuto? ¿Qué hago? No puedo con esto”. Y después me decía a mí misma: “Sí, puedo, no voy a ser como ella (su mamá biológica)”. Esa fue mi fuerza. Un mal recuerdo me ayudó a superarme.
El último contacto con mi mamá biológica fue cuando nació Facu. Mi hermana chica iba a ver a mi hijo y yo le preguntaba: “¿Cómo te vienes para acá desde Calera de Tango hasta Puente Alto?”, y me dijo que “la Maveth me trae” y que esperaba afuera. Independiente de lo que haya pasado, yo pensaba: “¿Cómo está esperando afuera, en invierno?”. Y le dije que la hiciera pasar, si era su único nieto y “tiene todo el derecho a conocerlo”, pensaba yo... Ya habían pasado cinco años desde la última vez que nos vimos. Conoció al Facu y quedó chocha. Tuvimos comunicación y dentro de un año nos vimos como cinco veces; nos traía frutas y verduras. Y después se alejó. “No seguiré insistiendo en algo que no da”, dije. Nuestra relación madre-hija nunca floreció.
Siempre había tenido la idea de hacer el curso de las micros. Una media-hermana tiene un amigo que es colega mío y para las fiestas de fin de año llegaba con su uniforme y le decía: “También haré el curso”, y yo dándole pecho al Facu. “¿Qué dices, cabra chica?”, me respondía. “Lo haré”, le insistía. Compré mi auto, saqué la licencia y esperé dos años para hacer el curso. Pasó la pandemia, postulé en el Sence, era gratis y lo hice; sólo le avisé a mi papá. Terminé el curso, me eché la prueba por una pregunta, seguí en el retail y un día me llamaron en una empresa para, con clase B, estacionar buses, lavarlos, familizarme y sacar la licencia si me quedaba gustando. Estuve tres semanas y me enamoré de los buses, los primeros eléctricos. Estudié tres días, di la prueba de nuevo y la pasé.
Hace tres años, en abril, publiqué un video en TikTok, el de “¿Quiere que le baile?”, y se viralizó. Había empezado a salir de conductora y siempre subían vendedores ambulantes. Uno me regaló un helado en Alameda. “Tengo dos heladitos, se me están derritiendo”, me dijo. “Te regalo los dos”. “Pero no tengo nada qué ofrecerte”, le contesté, andaba sin efectivo, y le dije: “¿Quiere que le baile?”, y se puso a reír a carcajadas, y me dijo que sí. Me reí, no le bailé, jajaja, pero hice el video, porque la frase estaba muy de moda; era de una teleserie. Lo subí y cuando llegué al terminal ya tenía casi un millón de reproducciones... Y la gente decía: “¿Cómo va a manejar buses ella?”. Llevaba como dos semanas trabajando en los buses, todos dudaban, pero les llamaba mucho la atención. Empecé a hacer videos mostrando la vida cotidiana en los buses. No tenía ni un plan, nunca pensé “me haré famosa”. Ya había olvidado la idea de los realities, no había vuelto a postular. Pero se dio.
La primera vez que salí sentí el prejuicio machista de “mujer al volante peligro constante”. Le decía a mi jefe que lo único que quería era salir a la calle. Salí el primer día, en la 108, y paré en el primer paradero, toda emocionada y arreglada. Abrí las puertas y se subió un chico de unos 38 años. Le dije: “Hola, buenas tardes”, y me contestó: “¿Estás manejando tú?”. Le dije que sí, me miró y se bajó. ¡No se quiso ir conmigo! Después pasó un caballero mayor y me dijo: “No se preocupe, yo subo”. Me saludó, se sentó y seguí... De repente, en los virajes uno ocupa más espacio (que otros vehículos) y quedan así asustados o se tiran para atrás, como si por ser mujer uno no fuera capaz de hacer un buen viraje. Y se equivocan po’.
Cuando me cambié a Metbus, mis compañeros me decían: “Oye, te están esperando”. Había gente que me esperaba en los paraderos para irse conmigo. Al año me empezaron a reconocer. De los autos me tocaban la bocina, o la gente se subía y me quedaba mirando. Le pasa mucho a mis colegas hombres que mujeres les dejan los números de teléfono. A mí nunca, nunca. Veía a un tipo guapo y nunca me resultó, JAJA, nunca me dejaron un número. Era más cercana a los vendedores ambulantes, siempre me conocían. O en Av. Grecia hay un caballero que es canoso, anda con una colita y es ciego. Siempre le paraba, aunque él no me hiciera parar. Y le decía: “Hola, ¿cómo está?”. Sólo por la voz me reconocía. Tenía más llegada con los vendedores ambulantes que con los pasajeros.
Ha cambiado caleta la cantidad de mujeres que conducen en la Red Metropolitana de Movilidad (exTransantiago). Cuando empecé el curso, había muy pocas. Antes de cinco buses en los que me subía, en uno había una mujer. Les contaba que quería hacer el curso, les preguntaba dónde lo habían hecho, y me respondían: “Tienes que ver en internet”, y yo pensaba: “Uy, qué pesada”. A mí me preguntan y siempre respondo: “Está el IGT, el Automóvil Club de Chile, hay con y sin simulador...”. Si alguien quiere hacerlo, uno tiene que ayudar po’. No como ellas, jajaja. Ahora te subes a un bus y la mitad es hombre y la mitad mujer. Hay muchas más mujeres en las calles, en los terminales también, en comparación a cuando partí. En el curso que estoy ahora hay ene de mujeres, y antes había poquísimas.
Una vez apuñalaron a un joven para robarle el teléfono cuando iba manejando. También unos hinchas del Colo Colo me querían robar el extintor del bus, aunque después me di cuenta que no lo tenía, jajaja. Ese ha sido el susto más grande que he pasado manejando. Los del Colo fueron a la ventana y me tenían ahí hasta que les pasara el extintor. “¡¿Por qué se los voy a dar?! ¡¿Por qué le pegaste al bus?!”, les dije. Eran como catorce cabros chicos. Los días más complicados son cuando juega el Colo y los viernes, que siempre hay desvíos en la Alameda y es complicadísimo; no sé qué pasa porque nunca voy para la Plaza Baquedano, pero siempre está la embarrada; se ponen a pelear o cortar las calles y empiezan los desvíos, y los pasajeros gritando: “¡Por qué doblaste!”.
Los de Tierra Brava me llamaron, tenían mi número. Me contaron que en las reuniones del reality dijeron como dos veces mi nombre; en ese entonces, ya había salido un par de veces en TVN. Sabían de mis videos, pero no sabían mi carácter, jajaja. “La vamos a entrevistar a ver qué onda”, dijeron. Y quedé po’. Creo que no me supieron explotar, jajaja, porque, al final, todo reality necesita su villana; es mi papel perfecto, jaja. Llegué a un mundo que no entendí. Ahora lo entiendo, porque ya lo viví. Todos van con sus personajes hechos. Se prenden las luces y es otra cosa; se apagan, no están las cámaras, y son otras personas. Son muy metidos en sus personajes; tienes a uno haciendo una estupidez acá, al otro peleando y a otros gritándose, porque todos quieren las cámaras... Y no entendía; me dediqué a limpiar, regar plantas, a otras cosas.
Serviría para un reality más de convivencia, porque obviamente sería la misma “pesada” y “directa”, pero me encuentro muy divertida, jajaja, tengo mi lado. No me supieron valorar, jajaja. Volvería a un reality, más de convivencia, no de actividad física.
Antes del entrar al reality me definí como “gritona, fácil de irritar y con poco filtro”. Avisé que era así, tal cual. Me sacaron mis compañeros, pero igual la gente después me criticó en redes sociales. Al principio me afectó, pero después pensé: “Soy así, no voy a cambiar”. Y mantengo las mismas amistades de antes y, si saben cómo soy y no les molestó, la gente si me quiere me querrá tal cual soy. Salgo a la calle y está el murmullo de: “Oye, ella es la de la micro”. A la gente no le da para decirme: “Oye, eres tú”. Soy muy pocos, pero sí escucho. Antes era: “Mira, la de la micro”; y ahora es: “Mira, la Azzartt, ¿será o no?”. Más encima, siempre me estoy cambiando el pelo, se quedan con la duda y no me piden fotos. Y siempre ando con el Facu y si me dicen: “Oye, ¿me puedo sacar una foto?”, el Facu contesta que “sí”, jajaja. Él tiene que salir en la foto.
Con la Pamela Díaz y con la Cami Arismendi me llevé bien, y en su momento igual con la Vale (“La Guarén” Torres); me llevé bien con muchos. Pero al estar 24/7 con alguien te das cuenta que, por ejemplo, había gente que era muy floja y cochina, y me carga. Estás conviviendo con quince personas más, o sea, mantén tu mierda lejos; no metas a los demás en tus cosas. Eso me molestaba mucho. Con la Cami hablamos casi todos los días. Con la Pame nos respondemos una que otra historia, o si necesito algo le pregunto; pero no somos amigas.
Pamela Díaz siempre fue un personaje que admiré. Me fui súper decepcionada del canal porque no mostraron muchas cosas que hicimos con la Pame, o conversaciones que realmente tuvimos; por ejemplo, a veces en actividades yo decía cosas, la Pame se cagaba de la risa y decía: “Hueona, eres igual a mí”. Teníamos el mismo humor, nos entendíamos súper bien. La gente decía: “Ay, la chupamedias de la Pame”; y no. Una vez fui a un carrete y estaba el Karol Dance, con quien he compartido muchas veces, y me dijo: “Eres igual a ella, tienen el mismo humor”. Pero no es que yo le copié, soy así de chica. No me molesta que me digan versión fruna (de Pamela Díaz), para nada, es un halago, jajaja.
Me cuesta abrirme por miedo a que la gente critique mucho, como lo de mi mamá, que nunca lo conté. Cuando estuve en el Sename me escapé y tuve que robar en el supermercado, que tampoco me enorgullece, pero son cosas que viví, y nunca lo he contado. Pero no es para decir: “Hazlo”; no se debe hacer. Pero son cosas que uno pasa y te hacen crecer. A veces soy cerrada, siempre estoy a la defensiva. Mis vivencias las cuento, pero antes era muy “Ay, Sename, malo” o “la mujer conduce mal”. Más encima, abarco temas súper fuertes; me costaba un poco. Ahora me gusta hablar del tema para que deje de ser un tabú, y que otros también hablen, porque hay muchos niños y niñas de Sename que son profesionales: contadoras, profesoras, maquilladoras, etcétera.
Me costó volver a encontrar pega de conductora de buses después del reality. Me habían hecho una promesa en la empresa donde estaba, que me iban a recibir, y me mintieron (finge voz de tristeza), jaja. No me recibieron ni me dieron razones. Después tenía un viaje con el Facu fuera de Chile; para qué iba a buscar trabajo. Me quedé con las redes sociales y, gracias a Dios, me fue bien. Y de ahí dije: “En marzo tiene que volver ‘La tía de la micro’”. Después que no me quisieron recibir, ahora tengo dos ofertas más de otras empresas. Estoy analizando lo que me quede más cerca, por el Facu, porque vivimos solitos; es complicado estar en un terminal muy lejos. Mi vida post reality se ha mantenido igual.
Estudié Ingeniería Mecánica el año pasado, lo congelé por el reality y pretendo volver el segundo semestre. Ahora me matriculé para un curso de instructora de conductores de Red; me gustaría enseñar a otros colegas. Estoy haciendo la práctica para volver a trabajar, porque hace siete meses que no salía a las calles. Tengo experiencia de dos años y me preguntaron si quería hacer la práctica o irme directo a la calle; para sentirme segura y dar seguridad a los usuarios, decidí practicar antes. Que no me pase un accidente y aparezca: “‘La tía de la micro’ chocó un poste”.
Cuando volví a buscar pega había temor de que soy más conocida, por eso no quedé en el primer trabajo: se va criticar, la gente no me va a dejar manejar o yo iba a mostrar un bus en mal estado, siendo que tampoco eso está en mis videos. Hay buses eléctricos y buses viejos; en mal estado no están, sólo que están viejos, pero el país los está renovando. Uno puede mostrar las dos cosas: te cagas de calor en uno antiguo porque no tiene aire acondicionado, y tienes toda la tecnología de un bus eléctrico.
Tiro la chacota en el curso de conducción, pero me toca conducir y me pongo seria al tiro; los mismos profes dicen: “Es otra Azzartt”. Me transformo, porque me tengo que concentrar, tener mi visión panorámica, mis oídos y todos mis sentidos en la conducción; llevo personas, puede ser mi papá, mi hijo, mis amigas o tu familia.
Me es difícil hacer espacio para mi vida sentimental. Qué terrible, jajaja. Bajé Tinder cuando salí de Tierra Brava; no fue buena idea, porque todavía aparecía en pantalla. Lo abrí, de aburrimiento, revisaba y pensaba: “Oh, qué guapo, Like”. Match y me hablaba: “Oye, eres fake, no eres “La tía de la micro’”. Y yo le contestaba: “Amigo, soy yo”. Le aposté un combo de cuarto de libra del McDonald’s, y le dije: “Apuesto a que te hablo de mi Instagram privado”. Le hablé, el tipo quedó impactado y le dije que “no voy a salir contigo por no creerme”, jajaja. Y no salimos.
Estudio, trabajo y tengo al Facu... Después del reality salí como tres veces a carretes. En el último terminé media (curada, bastante)... Jajaja, en la Bresh!, me vetaron. No entiendo este tipo de fiestas, porque va mucho influencer; hay algunos a los que hay que sacar arrastrando. Salí, borracha, me caí, pero agarré mi cartera, y digna. Una amiga me grabó y le dije que no me lo mostrara porque me daba vergüenza. Al otro día le pedí que me lo mostrara, y todos se reían. Lo vi, fue chistoso y pensé: “¿A quién no le ha pasado? Terminar así, postre (con mucha ebriedad), y en el suelo”. Lo subí, pero fue horrible, porque se me criticó mucho, como “la mamita que anda curada”... Y el Facu ni siquiera estaba conmigo ni yo estaba manejando. Y otras me aplaudieron también, así como “qué tanto critican si yo también pasé por lo mismo”. Sus comentarios hacen mi fama, jajaja.
Siempre cuando salgo soy muy cuidadosa en que no tomo (alcohol), porque manejo. Ese día me preparé: llamé a un taxista, me fue a dejar y a buscar. Si salgo sin auto obviamente tomo. Cuando estoy en las micros, si tengo libre al día siguiente, puedo tomar, pero hasta las 6 de la tarde, porque al otro día ya tengo que trabajar de nuevo; si se cae alguien y tengo alcohol en mi cuerpo, me voy a la cárcel. Me cuido mucho con tomar. Dejé de carretear, porque me enfoqué de nuevo en el Facu, para ahorrar plata y quiero hacer otras cosas. Basta de carretes y mi vida sentimental igual, porque no hay tiempo po’, lamentablemente, jajaja.
El padre del Facu vive fuera de Chile, en Estados Unidos. Nos llevamos pésimo, jajaja, cero comunicación. Pero es el papá. Cuando entré al reality una de las razones fue hacer lucas y llevar al Facu donde él. Pago casa, auto, colegio y son muchas mis deudas, como todos los chilenos, solamente que acá hay sólo un sustento. Y tenía que juntar lucas para llevarlo, pagar comida y estadía. Cuando salí del reality llevé al Facu a ver a su papá, que le pagó los pasajes.
No me veo manejando buses hasta viejita. Quizá en menos de diez años me gustaría tener mi propia escuela de conducir, o una flota de furgones escolares. El curso que empezaré en abril, que es para ser instructora, es una inversión; guardé plata del reality para hacerlo. Puedes tener el don de enseñar bien, pero lamentablemente no todos pueden pagarlo. Me voy poniendo metas: Si ya soy conductora, ¿por qué no puedo enseñar? Me he encontrado con gente que cree en mí y me dice: “Azzartt, acá están los datos, postula”. En el transcurso siempre tengo personas que me apañan, me enseñan o dirigen.
Tengo casa propia, mi auto y estoy estudiando. Siempre me imaginé así a esta edad. Siempre quise más, siempre fui ambiciosa, desde chica. En el hogar donde vivía había madrinas y llegaban en unas camionetas grandes, color plata, tipo jeep; íbamos a sus casas, que eran preciosas. Y yo decía: “Voy a tener esto, mi casa, mi auto y viajaré fuera de Chile”. En cambio otras niñas estaban pendientes de otras cosas. Y he logrado todo lo que me he propuesto, menos casarme y tener hijos, jajaja. El orden de los factores no altera el producto.
Siempre quise más o que me dijeran que no era capaz de hacer algo. Por ejemplo, un amigo me decía: “Qué vas a hacer tú el curso (de las micros), cabra chica”. Y un día llegué con el uniforme. “Mira, estoy trabajando en los buses”, le dije, y quedó pálido, no lo podía creer. Cada vez que me dicen que no puedo, sí puedo. Mi hermana mayor me dijo: “No puedes pagar una casa tú sola”. Cuando me la entregaron, la traje para que la viera. Cuando cambié mi auto me dijo: “No vas a poder cambiarlo, ¿cómo pagarás una casa y un auto?”. Y llegué con mi auto nuevo. Cada vez que alguien me dice: “Azzartt, tú no puedes”, va la Azzarrtt, porfiada, y sí po’, puedo. Eso me mantiene firme a mis ideales y sueños.
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Cuestionario Pop
Si no hubiera sido conductora de buses me habría gustado ser trabajadora social. Por 30 puntos no pude entrar a la universidad que quería. Ahora, igual tengo un trabajo social, transporto gente; por ejemplo, si no le paro a un caballero que tiene una hora de hace un año en el hospital, y la pierde, tiene que esperar otro año. Mi trabajo es social, indirectamente. Llevo a personas con discapacidad, las escucho a veces; se me sientan abuelitos al lado, que en la casa no los escuchan y yo sí. Mi historia de vida me hace tener esa vocación: mi papá es discapacitado, soy mamá soltera y he vivido bajo la vulnerabilidad del sistema.
Todos me dicen Azzartt, nunca he tenido un apodo. Una persona, en toda la vida, me puso un sobrenombre, que fue el sobrino de un pololo, que me decía “Peggy”. Jugaba con él a la pelota y me decía: “¡Peggy, acá!”.
Un sueño pendiente es terminar mis estudios, tener mi cartón. El próximo semestre los retomo, y son como tres años más.
Una cábala, la más linda que tengo y que siempre he hecho, es ir al santuario de Schoenstatt, a agradecer, cuando me salió la casa (a través de subsidio), cuando tuve mi primer auto o cuando me salió la gratuidad.
Tengo dos frases favoritas, una es “no me importa”. Y la otra es, por ejemplo, cuando una amiga me contó que estaba hablando con un chico, y él le dijo que había salido conmigo; le dije: “Amiga, no te preocupes, los hombres son del mundo”. Jajaja.
Una comida favorita son los ñoquis con salsa blanca y nuez rallada. Me gustan las pastas.
Trabajé en el cine cuando estaba en la educación media, estaba en confitería. Y me disfrazaba, siempre. Trabajé en McDonald’s de anfitriona: pintaba caritas y regalaba globos.
Con mi primer sueldo, en el cine, gané 90 lucas en un mes. Y mi mamá, Magaly, tenía un perfume favorito: el Amarige. Cobré mi cheque, iba en el Metro, feliz, vi una perfumería y entré, sin saber cuánto salía el perfume. Pregunté y costaba $85 mil, hace once años atrás. “¿85 mil?”, pensé. “Y gané 90 mil”. Lo compré, envolví y le dije a mi mamá que fui a cobrar el cheque; le conté que le traje un regalo. Ella no lo quería abrir. “Ya po’, mamá, abre el regalo”, le dije. Lo abrió y se puso a llorar. Ella sabía cuánto salía el perfume. Me quedaron cinco lucas para todo el mes.
De música me gusta mucho el reggaetón chileno: Adán la Amenaza, El Bai, Jere Klein, AK4:20, La Combo Tortuga, Santa Feria y los argentinos de Agrupación Marilyn. Me gusta mucho la música en inglés también, que la entiendo re poco, pero me gusta, como Sam Smith, Adele, Alicia Keys y Whitney Houston.
¿Talento oculto? Una vez me dijeron que cantaba muy lindo. No lo he explotado. Creo que serviría para cumbia o rancheras, pero no he ido ni a un karaoke.
Mi personaje favorito de Los Simpson es Homero (tiene un tatuaje de él), porque, dentro de que es borracho, es un buen padre. Trata de complacer a toda su familia: se preocupa de Marge; entiende a su hija, Lisa, que es la incomprendida; Bart es su viva imagen; y hasta se preocupa del perro y el gato. A su forma, se preocupa. Igual me reflejo mucho en él, porque Homero ha hecho todo, ha ido hasta a la Nasa. Cada cosa que dice la hace. Me reflejo mucho en eso, y también porque me gusta la cerveza, jajaja.
Una película que me hace llorar es Lo imposible, es muy triste, la del tsunami.
Si pudiera tener un superpoder me gustaría volar, para ver cómo se ve el mundo desde afuera, chiquitito.
Un placer culpable es ir al supermercado y abrir las bolsas de dulces. Me encanta, ¡pero las pago! Antes no las pagaba, pero ahora tengo un poquito más de plata. Y más encima le echo la culpa al Facu, así como: “¿Facu, quieres dulces?”, que me responde “no, mamá”. Y yo digo: “Ya, bueno”, y las saco y las abro.
¡Sí! Creo en el horóscopo. Soy el mejor signo, Tauro, jajajaj. Mi personalidad es muy Tauro: pasional, territorial, enojona…
Si pudiera invitar a tres famosos de la Historia a un asado, me gustaría a Amy Winehouse, que pudo haber entregado mucho, y el amor y la droga no la dejaron; el Padre Hernán (Alessandri), quien fundó María Ayuda, y es una fundación preciosa; y me encantaría conocer a Stefan Kramer, es muy divertido... ¡Bienvenido! Tiene un carisma bacán, me gustaría que me imitara alguna vez.
Azzartt Maveth es la mamá del Facu, hija de Osvaldo y la conductora de Red.
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