A sus 46 años, repasa su biografía tras una serie de hitos que la hicieron “tocar fondo”, relata. Hoy, como panelista de farándula en el Sígueme (TV+) analiza su presente laboral y más personal: “Estuve hasta los 40 jodida de la cabeza”, dice quien además hace unos días causó polémica por unos viralizados dichos.
—Es muy rara muy historia: de fea a bonita, de bonita a famosa, y cerrada, sin importarme la tele —sintetizó Carla Ballero Alvarado (46)—. La tele, para mí, es un trabajo, nunca me la jugué por ser destacada.
Oriunda de Viña del Mar, acaso para entender la biografía completa de la comunicadora hay que ir directo a sus primeros años, al bullying que enfrentó de niña por su físico, a la depresión de su madre, a la figura “ambivalente” de su padre y un abuso sufrido durante su adolescencia en que hace alusión en distintos pasajes de esta entrevista.
Si bien estuvo en recordados programas como Venga conmigo (Canal 13), Morandé con Compañía (Mega) y Ciudad Gótica (TVN), la actriz de profesión —según ha dicho en reiteradas ocasiones— nunca tuvo su foco en la pantalla. Su prioridad era lo afectivo, buscar la atención “de una persona en específico en cada momento de mi vida”, es decir, las parejas con las que se ha relacionado en el tiempo y que, muchas veces, la llevaron a meterse a “pantanos” que muchas veces la hicieron tocar fondo, saltando algunos estos hitos incluso hasta la palestra pública y mediática.
Ya cumplido su sueño de ser madre de tres hijos, Carla estuvo internada durante el 2020 en medio de un periodo evasivo de excesos. Tras aquella última etapa crítica, hace ya buen rato regresó a la tele, siendo hoy panelista estable del programa de espectáculos Sígueme (TV+). “Hoy trabajo profesionalmente, porque soy como culposa y me gusta estar 100% haciendo lo que tengo que hacer, y lo hago bien; sino, no lo hago”, remarcó quien —en diálogo con La Firme— hizo un repasó de buena parte de su historia, hasta su presente personal y profesional, definiéndose “feliz”.
La conversación se dio días previos a los viralizados dichos que emitió de que “Chile es un país de mala raza”. Frente a la ola de críticas, pidió perdón y declaró que “nunca pensé en ningunear a mi país”, que “fue una mala forma de expresarme” y una “estupidez”. Luego, a través de su instagram, agradeció las muestras de apoyo y remarcó: “Nada más que decir, creo que ya pedí las disculpas que tenía que pedir”. Sin embargo, más recientemente, aseguró que ha recibido amenazas de muerte.
Durante la semana, La Cuarta se comunicó con Carla, quien contestó que —en lo inmediato— no podía decir nada más al respecto y expresó que “ha sido muy duro para mí y los niños”.
LA FIRME CON CARLA BALLERO
Fue súper buena mi infancia. Tengo un papá que nos llevaba a la Quinta Vergara, que podías hacer picnic y jugar en las montañitas que había. Siempre salíamos a hacer ese tipo de excursiones a diferentes partes, como el Parque Salitre, que se quemó. Mi papá fue súper presente; y mi hermanos, que somos cuatro, también. Muy llenita en ese sentido. Salíamos a andar en bicicleta sin importar nada. En los días del día de la Madre, del Padre y Navidad era todo muy familiar. Somos aclanados, familia italiana.
En el colegio no me consideraba linda ni tampoco me consideraban linda. Soy de este color de piel (bien bronceado), nací así; pero en esa época me decían “negra”. Y tenía problemas a la vista, graves, astigmatismo y miopía (que me operé después), entonces usaba (anteojos) poto de botella. Mi mamá, para hacerla corta, nos cortaba el pelo “a lo Principito”, con patillas. Era negra, peluda y con anteojos. Entonces, como método —ahora lo entiendo—, siempre trataba de buscar a la niña más bonita del curso y me hacía mejor amiga. Así accedía a los hombres, desde chica; tengo recuerdos desde el primer niño que me gustó, que eran dos, Gastón y Víctor, muy bonitos. Así podía jugar al “semáforo” o la “pieza oscura”, que nunca me elegían a mí. Era triste. Crecí con una personalidad tratando de encajar, pero fuerte, porque en esa época no decían que le hacían “bullying”; uno sufría medio pa’ callada. No era tema.
Tengo una sensibilidad especial. Desde los 4 años esperaba a que todos en mi casa se durmieran para dormirme; hacía cosas nada que ver con mi edad... Creo que uno, cuando ha sufrido ciertas situaciones —que a alguna edad sufrí alguna especie de abuso directamente—, uno va mezclando las cosas: tengo recuerdos de mis papás pelear, esperaba que dejaran de pelear para dormirme (no los quiero poner como “padres peleadores”), y yo esperaba que eso parara para dormir. Tengo flashbacks, no sé si realmente pertenecen a los 5, 7 o 10 años, hay una mezcolanza... Creo en las vidas pasadas, creo que uno viene con una carga, porque no tenía sentido hacer esas cosas tan chica, de protección de la manada y cuidar a la gente.
Mi mamá se enfermó de depresión severa y se hizo súper complicada la vida. Hoy puedo verlo desde otro punto de vista; he vivido muchas cosas, soy mamá, tengo tres hijos y también sufro lo que sufrió mi madre. Éramos muy yuntas y, de un día para otro, se enfermó y no lo entendí. Fue un alejamiento, dejó de ser cariñosa, porque estaba mal, ¡y la perdí! Perdí a mi amiga. Por eso creo que soy una persona de pocos amigos y muy cerrada, porque, de alguna manera, había entregado todo y lo perdí. Duró mucho. Me costó mucho, no “perdonarla”, decir “perdón” es mucho, no sé lo merece. Miro ahora a mis papás y digo: “Son la zorra”, increíbles, la lucharon sin muchos recursos emocionales... Pero obviamente lo sufrí y tuvo costos súper fuertes: cómo me comporto o comportaba en mi vida tiene que ver con eso.
Tuve una relación ambivalente con mi papá, porque era súper exitista, gerente en una de las empresas más grandes del mundo. Mi viejo era todo para mí: nos hacía reír todo el tiempo, se sacaba la cresta, viajaba todos días desde Santiago, siempre presente, y pro con mi vieja. Miro para atrás y digo: “Qué loco, siempre la cuidó”. Hoy las relaciones son súper desechables, la gente no tiene esa manera de relacionarse. Me crié en esa fórmula: te entregas 100%, o no. Tienes que lucharla... no sé si fue bueno o malo, tiene sus costos, porque a veces te metes en pantanos que no tienes por qué navegar... pero no sería la mujer que soy si no hubiese sido así.
Mi papá era súper cariñoso, pero tenía algo que no me gustaba: muy machista y celoso, pero poco activo en cuidarnos como mujeres. Sentía que era cabrón y todo, pero que en los momentos de defendernos de un hueón, no lo hacía. Sentía que era pura boca, más que hechos... No nombraré los momentos en que me faltó esa defensa, pero fueron de chica y grande... Cuando viví algo de chica, mis papás no lo supieron, y se los conté a los 43 años. Y lo destapé, para mí, a los 26, y lo viví a los 13. Uno se guardaba las cosas, no las contaba, y era como “romper” familias, y me quedé callada (con lo del abuso). Por eso tengo una personalidad que pareciera fuerte, pero por dentro soy súper frágil.
Participamos en la creación de la iglesia de Reñaca, la de San Expedito, porque vivíamos en Balmaceda, frente al (colegio) Mackay. El cura (Enrique) Opazo tiene una relación muy grande con mi familia. Yo cantaba en misa y éramos súper católicos; mi mamá era de (la congregación) Schoenstatt y mis papás hacían charlas pre-matrimoniales. Un mundo muy católico. Un día fuimos a la misa del cura, temprano. Yo, con 14 años, me había puesto un aro en el ombligo y no le había contado a mi viejo. Estábamos en la fila para recibir la comunión y el cura me sacó, frente a toda la comunidad, y dejó en evidencia que yo estaba mostrando el ombligo, muy poco... Fue terrible. Renegué de la Iglesia. Y mi mamá defendía nuestra fe más allá de lo que son los seres humanos, haciendo la distinción.
Hoy tenemos una relación bastante más sana con la Iglesia (después de destaparse los numerosos casos de abuso), pero igualmente cuando voy a la iglesia, siempre lloro… Siento que ahí tengo un encuentro con Dios, creo profundamente en la Virgen, Dios y los santos. Toda mi vida he sido creyente. Pero cuando he vivido episodios totalmente difíciles de superar, le pido a San Expedito, y me lo resuelve inmediatamente... Si no tienes fe, no tienes por dónde llevar la vida.
Me puse a pololear a los 14. Soy la del medio, “la oveja negra”. Salí con 6,6 del colegio, me iba la raja, entonces mi papá lo aceptaba. Y siempre fui súper honesta, cara de raja, ¿qué iba a andar inventando?... Era un ingeniero informático, científico loco, surfista, gringo e hijo de marino mercante. Me enamoré, la negrita y el blanquito. Él, mayor que yo, de la universidad iba a buscarme al colegio, y era “la bacán”. Adolescente, con las hormonas vueltas locas, lo único que quería era estar todo el tiempo juntos... A los 17 años me fui a vivir sola, y me lo traje a Santiago, hasta los 21. Yo trabajaba en Chiletabacos, hacíamos los teams y ganaba muchas lucas. En Reñaca me encontró un productor y me dijo: “Deberías trabajar en la tele”, y yo ya estaba con la onda de irme. Era súper clara en mis decisiones. No las pensaba, eran todas de la guata, hasta hoy.
Siempre el foco ha sido mi pareja. Proviene de lo que viví cuando niña: ver a una madre enferma, a un padre de alguna manera ambivalente —porque sentía que el culpable de su enfermedad había sido él—, y a una persona siempre cuidando a otra. Me dediqué a ser enfermera de todos los hueones, eso hice en mi vida, y no hacerme cargo de mis dramas, de haber vivido abuso y situaciones que me guardé. Me relacioné con los hombres siempre de manera muy tóxica. Como era fea, y en algún momento sentí que me quisieron desde un abuso, entendí que la sexualidad era lo único por lo que te querían... obviamente mis relaciones no fueron sanas. Lógico. Y lo entendí ya muy grande. Este análisis lo hago ahora, no a los veinte. Estuve hasta los 40 jodida de la cabeza.
La plata no me interesaba. A los 23 años me compré un departamento en efectivo, tenía dos autos, después me compré otro departamento en Manquehue Norte, iba al Balthus (gimnasio), me iba de viaje, invitada a mis amigos, todos abogados y con lucas. La plata, para mí, era un placer; pero yo no era más que nadie, respecto de nada; mi viejo perdió todo en algún momento y nos embargaron veinte veces. Fui súper ordenada. Soy una proveedora, soy un hombre —qué machista—; siempre mantenía a la gente. Todavía. A las parejas, todo el rato, me daba exactamente lo mismo si tenía (plata) o no. Tener una conversación interesante con alguien es lo que me interesa, tener onda con una persona; sino, ¡me da lo mismo!
Quería mi casa, mi marido, mis hijos, hacer deporte y no trabajar, jaja... El “no trabajar” ya no está en mis sueños. Trabajar me da un mundo. Con la vida que tuve con mi marido, me encerré: no más amigos ni familia, por muchos años. Eso me generó una forma de ser muy pa’dentro. Hoy digo: “Tener un trabajo me hace sociabilizar, me hace venir y conocer gente”. Es contradictorio, porque amo a las personas y me entrego; y concha la lora, ¡te rompen! Y no es porque sean malos, es porque la gente, limitada, que es la mayor cantidad, te rompe, y no con ganas, lo hacen por error; es su forma de ser, andan por la vida rápido, no pasan por las cosas fundamentales, que tiene que ver con códigos y lealtades.
Invité a un matrimonio amigo a mi casa —que no entra nadie más que mis padres, hermanos, hijos y (ex)marido— para celebrar Halloween. De repente, me fui a la pieza a ver a Mateo (hijo menor) y escuché que empezaron a hablar de mi historia de vida. “¡Qué loco, el hombre que yo más quiero en la vida (su ex), con las personas que yo más quiero, porque, se toma unos copetes, están hablando (de mí)”, pensé… La gente hace esas cosas, y no por maldad, pero no las tolero. Ese es mi tema. Cuando conmigo la cagas, no estás nunca más en mi vida. Te puedo aguantar veinte años, haciéndome mierda, pero cuando decido que no lo haces más, no me ves nunca más. Hay un silencio eterno. Peor. Parece que es más doloroso. Soy así, no tengo rabia, no soy de guardar rencor.
Mi sueño era ser mamá, y lo cumplí, jajaja. Con mis tres hijos me pasó que me volví “media loquita”. Los primeros meses entré en otra dimensión; con la pechuga, darle leche y la papa, estaba todo el tiempo viviendo en son de ellos. Uno entiende que es per se, pero esa época es muy rara, porque con la Colomba, la primera, evidentemente no lo había vivido nunca; es como una adicción a tus hijos, una cosa rarísima, “que no les pase nada”, estar ahí, y sentirte tan poca cosa; no como ser humano, me refiero a que somos nada, como seres humanos. Sentir que una persona depende de ti te cambia totalmente la forma de ver las cosas.
Toda la vida tuve una búsqueda de algo. Sentía que me faltaba algo, que había algo que no es palpable, como la fe: cantar en misa o que entro a la iglesia y se me paren los pelos. O cuando veo a alguien llorando: ayer (5 de diciembre) la Antonella Ríos estaba llorando en pantalla (Por crueles comentarios que recibió tras sufrir encerrona con Marcelo Barticciotto), y le escribí; no quiero que me responda, pero de verdad no quiero que sufra, es tremenda mina. Me importan las personas, mucho, me importa otro ser humano.
¿Dónde pongo el límite para hablar de mi vida? No hablo de otros, hablo de mí, pero no de otros, porque aunque estén hoy en mi vida, la gente no tiene por qué enterarse de cosas de otros por mí. Encuentro que es un respeto básico; y por otro lado, los códigos. Creo que es un respeto que hay que tener a todas las personas y, especialmente, a mi marido, al padre de mis hijos. Eso es intocable. INTOCABLE.
El año que estuve internada, cuando empezó la pandemia, 2020, fue horrible; doblemente encerrada. Fueron tres meses que no vi a mis hijos, y no podía hablar tampoco con ellos. A los tres meses salí, los vi, pero estuve un año internada; empecé a verlos a los tres meses porque avancé muy rápido, y porque soy así. Ya estaba lista, me iba los viernes y volvía los lunes en la mañana. Me hice la mejor amiga de la dueña del centro, haciéndole entrenamiento a todas las minas, gente con problemas graves, heavy. Éramos cuatro mujeres en un espacio de 1x1, un minuto de ducha, limpiar el water de gente que no es como uno, que no tiene educación, y da lo mismo; y yo aperrando me hice amiga de todos. Estaba en llamas. De verdad, creo que ha sido uno de los momentos de más crecimiento para mí; si no hubiera pasado por eso, no sería lo que soy hoy, ¡ni cagando!
Me tomo una copa de vino y dejo la mitad, no es tema. Mi problema no era el alcohol ni los jales ni las adicciones. Mi problema era mi locura, que había que solucionarla. Entonces yo tomaba 30 Ravotril, dos botellas, sin límites, me daba exactamente lo mismo lo que fuera, la hueá era desaparecer, y eso es un tema que no tiene nada que ver con uno que se encierra en el baño a jalar, o una mina que está todo el día chupando. Nunca fue mi problema. Hoy vivo súper normal, casi no tomo, pero porque no lo necesito. Antes era evadir.
Creo que la terapia me ayudó, siempre voy al sicólogo y al siquiatra, toda mi vida; creo que es un desde. Conozco personas ultra cercanas que de un día a otro dejaron en la droga y nunca más, que habían jalado toda su vida, todos los días, por 40 años, y de un día, no se internaron ni le pasó nada: fue una decisión. Creo que están muy sobrevaloradas muchas cosas, las terapias y la cuestión; depende de uno: ¿Yo quiero? ¿Cómo te va a ganar esta huevada? ¿Cómo va a haber algo que sea más poderoso? Es porque tenía una adicción o una enfermedad. Si ya estás bien, no necesitas algo que te suba y después te baje... ¿Qué es eso? Andar buscando estar arriba y después irse al fondo, y quedar igual. No tiene sentido. Estoy muy orgullosa de quién soy, y amo cómo soy ahora. No quiero estar en otro estado.
No me detenía en la vida, no vivía los procesos, jaja. Estoy en pausa como hace tres años. Mi vida cambió radicalmente. Yo era así, de una cosa a otra, de una a otra, de una pichula a otra pichula, jajaja, escandalosa, era como: “¡Hueona, basta!”. Sin hacer el proceso de entender. Y si no entiendes nada, nunca sales del hoyo: repetir, repetir y repetir, hasta que me cansé. Lo fui descubriendo sola.
Nunca fui tan sincera con un siquiatra ni con un sicólogo; siempre me dio vergüenza contar tanta cosa, porque mi vida no es contable, a nadie, ni a un siquiatra, ni a Buda ni Dios... o sea, sólo Dios sabe mi vida, pero nadie más que Dios. … Estoy segura que nadie resolverá mis problemas. A mi hermana le cuento cieeertas cosas, pero nunca todo. No lo necesito. Cuando uno abre la boca para cosas importantes de uno, queda la cagada... ¿Quién te va a resolver un problema? Nadie, sólo tú. Tienes que hacerte cargo de tus propias cosas. ¿Para desahogarte? Búscate un sicólogo, alguien que no te conozca a nadie… y ni siquiera a él le puedo contar las cosas que he hecho, ni cagando.
Necesitaba tocar fondo para aprender. Aún tengo cosas que aprender, pero ya son cosas más nice… después de tratar de suicidarme 25 mil veces, loca total... Yo era muy extrema, muy todo o nada, muy “¡hasta el final!”. Loca total. Miro para atrás y digo: “¡¿Cómo hice esa hueá?! ¡Qué pasaba por mi cabeza! ¡Tanta era mi falta de amor!”. Obvio que lo hacía por falta de amor, estaba buscando atención todo el rato, de una persona en específico en cada momento de mi vida; pero eso era lo que quería, que me vieran, porque nunca me vieron. Por eso es tan importante la infancia, y reparar.
Tengo tres hijos y digo: “Cochesumadre, tienen mis genes”, jajaja, y los genes de mi marido... Por genética, digamos, estamos cagados, jajaja... (Aunque) somos maravillosos de alma... Y los niños, gracias a Dios, la sufrieron tanto en algún momento, que generaron maestría en su vida. Hablas con ellos y son de otro nivel, los tres han sido elegido todos los años mejores compañeros, tienen 6,9 de promedio, no estudian, ¿a mis hijos les reviso un cuaderno?, ¡jamás!, no pelean entre ellos, y si pelean cierran la puerta, y tengo conversaciones con ellos de tres horas. Mis hijos son más maduros que toda la gente que me rodea, ¡lejos! Fui súper premiada.
Todas las personas que han pasado por mi vida han tenido un sentido súper especial en mí, porque pese a que yo pueda decir “ay, estuve con este huéon” y no sé qué: ese hueón me enseñó muchísimas cosas, a ser generosa, desprendida, a no tener vergüenza, a trabajar mi sexualidad, a ir con la verdad por delante, porque la mentira no te lleva nada y hacerte la hueona tampoco; no me gustan esas personas, y en general —más en este medio—, la gente trata de no ser, de parecer, y eso se ve, se traspasa. No soy una persona que va a generar contenido y salir todos los días en las redes, porque no soy llamativa en ese sentido; pero sí me sentara a hablar con una persona todos los días y tuviera un programa, me encantaría. Esa tecla me gusta, tocar a la persona, conocerla. Creo que todas las personas tienen algo, pero hay que encontrarlo, ser capaz y sacar eso de una persona.
El trabajar me genera algo súper bonito: volver a querer a las personas; las alejo, pero las alejo porque las quiero, porque no quiero que la caguen, jaja, cuando va todo bien. Me he abierto a la amistad. Soy una máquina, del trabajo a mi casa, y en mi casa tengo mi gimnasio. No me muevo de mi casa. Amo entrenar, es mi vida, o salgo a andar en bici con los niños. Estuve muchos años viviendo para otros, para mis parejas, y me quitó mucha vida; no es responsabilidad de ellos —ojo—, era mía. Pero ahora estoy re feliz así, conmigo.
A veces este trabajo (en el Sígueme) te hace hablar de cosas que no me gustaría hablar. Todos tenemos una vida y hemos hecho muchas cosas, y yo he sido pública, y públicamente juzgada, y públicamente me he mandado cagadas, graves, que hoy día las veo como graves; entonces ponerme a hablar de otras personas es bien complejo. Hablo desde mi vivencia, siempre digo: “Yo la cagué” y “yo lo viví, por eso lo digo”; empatizo con el dolor ajeno, porque viví tan fuertemente los dolores. Tema que ponen, tema de viví, jajaja... estuve presa, esto otro, ¡basta!... Puedo hacer un libro —¡qué libro!—: una enciclopedia; también es entretenido desde ese lugar, y así me lo he tomado. Me he ganado el respeto.
El otro día llevamos la noticia de la detención de la periodista Chris McMillan por hurto (similar a la situación que en el 2016 protagonizó Carla al robar en centros comerciales; con los años contó que sólo “quería llamar la atención de mi marido”). La vergüenza es algo que perdí en mi vida; me juega a favor, soy cero ego, desde siempre, porque no era linda. Me crié como entregándome, no siendo bacán, desde la humildad. Cuando la vi (a McMillan), primero me puse a llorar, sola, porque obvio me generó algo. Es súper loco: el cerebro vive las cosas tal cual, las estés viviendo o no; si las piensas, las vives y la sensación física es la misma. Cuando veo algo que viví, lo repito físicamente, las emociones son las mismas y mi corazón salta. La farándula y el espectáculo en general hoy es diferente, las cosas se ven de otra manera; pero el escarnio público es el mismo. No se lo merece. Entiendo su dolor. No es que esté validando el “vamos todos a hacer cagadas”; pero sé que eso no proviene de una sanidad mental, viene de un desequilibrio, de algo que mal en ti; y hay que trabajarlo.
“La vergüenza que uno lleva es para siempre, porque uno es público”, dije en un capítulo del Sígueme, porque en el fondo cada vez que dicen “robo”, salto por dentro; aunque nadie esté hablando de mí. La palabra “robar” me provoca la misma sensación que tuve cuando me detuvieron y estuve encerrada en un calabozo. Vuelvo a vivirlo. Eso es la vergüenza —no con el resto—, conmigo, personal. Es mucho más doloroso, porque no sé en qué momento se irá de mí. Pero también lo agradezco, porque me hace recordar dónde estuve para nunca más estar ahí… Qué bueno tener recuerdos… Me perdoné, pero siempre que llego a un lugar soy “Carla Ballero”, no yo, no la “Carla Ballero” que sólo yo conozco; soy “Carla Ballero” pública. Primero pueden decir “uy, qué rica”, “qué flaca”, varias cosas, y después viene: “pero está hueona estaba loca”. Y es inevitable que la persona que está frente a mí no lo piense, y lo veo, porque tengo percepción.
Siempre he pensado que tengo una parte del cerebro que he desarrollado para que trabaje un poquito más. A la gente la veo, y nunca me he equivocado, con nadie: con los amigos de mis hijas, con la familia... nunca me equivoco. Entra una persona y (le saco la foto), y no porque esa persona sea mala, sino que no le creo, miente, o no tiene resuelta su vida; y la trato igual de bien. Soy terriblemente perceptiva. A veces es súper agotador, pero no lo puedo evitar; está en mí. Aparte no paso desapercibida, (sin importar) cómo me vista, aunque ande con el moño parado —porque en mi vida no ando así, este vestido rojo es pa’ la tele—; es una energía que tengo. Sé que soy una persona diferente, atractiva digamos; no me refiero a la belleza física, me refiero a la del alma. Sé que soy así, y que mi familia es así. Somos diferentes.
La gente conmigo es un amor, me ama. Lo agradezco muchísimo, porque me crié en la época en que las personas eran las que hacían tu fama po’. Fui a almorzar al Sheraton, que no voy nunca, no salgo nunca, pero cuando salgo voy con mis hijos. Uno de los mozos, pendejo, de 30 años, me dijo: “Ay, señora Carla (que está perfecto, la edad la miro con orgullo), mi mamá la quiere”, y me pidió sacarse una foto para su mamá. Ya estoy en otra etapa de mi vida en que me hace sentir poderosa y respetada sólo por la edad, y por ser mamá y otras cosas que te va dando la edad. La gente es súper cariñosa, me escriben cosas súper cariñosas. Tengo hartos seguidores, pero no soy de redes sociales; no soy de responder preguntas y esas hueás que ni las entiendo. Sé que lo debiese hacer para ganar más plata, pero tampoco me moviliza. Quizá me ganaría MUCHOS millones, pero no, no, no, jaja.
Julia Vial (conductora del Sígueme) me dice que estoy en mi mejor momento. Me pasan cosas que antes no, como que mi hermana me llame y me diga: “Súper bien, estamos súper contentos”. Me da vergüenza, me da pudor cuando me halagan, siempre, no sé cómo reaccionar... Hay que aprender a aceptar el halago, quedarte ahí, en esa incomodidad, jaja. Me siento como una niña, roja. Me siento re querida. Puedo decir que tengo amigas acá. Con la Julia y la Gise (Gallardo) son con las que mejor me llevo, con la Gise nos hemos hecho muy buenas amigas, le cuento todo; esa es mi sicóloga, sabe más que nadie; con la Dani (Aránguiz) también; Sergio (Maraboli) sabe todo de mí; y “Guagüito” (Michael Roldán) igual. Los llamo por teléfono, y ahí cacho que he generado vínculos; de hecho, hemos ido a almorzar, jaja, he salido.
La plata no tiene ningún sentido más que darte tranquilidad. Estoy súper contenta hoy teniendo un ingreso fijo, que es mi trabajo en TV+ mis redes sociales, que me dan mucha lucas y libertad. Es una libertad que uno necesita tener. No ando guardando la plata. Eso lo hace Raúl (Fergie), mi marido, ya hay alguien que se ocupa de eso.
Volverá “El Muro” del Kike Morandé. Me encantaría, creo que es fantástico, se ríen de todo y es un humor que hace falta; estamos muy oscuros. Me encantaría hacer algo así, quizá actuaría, porque para estar al lado de Kike diciendo “Aló, Kiké”, no po’, jajaja, esa hueá ya no existe, cero posibilidad. Cuando lo vi ahora en la Teletón, encuentro que él sí tiene ganas de volver, y creo que es un personaje divertido.
Con Kike Morandé tuvimos una relación bien especial; conoció a mi marido, eran de la misma edad, y también conoció a mis padres, y siempre tuve muy buena relación con la Jose (Fantini, esposa) y sus hijos. Teníamos una relación diferente a la que Kike establecía en general con “las chicas Morandé”... En un momento, creo que Kike se enojó conmigo, yo creo que cuando hablé en La divina comida (En el 2017, contó que él habría tratado de darle un beso,y luego ella aclaró que fue “una situación casi divertida y chao”), hace muchos años, creo que ahí se picó; porque hubo un alejamiento, nunca más supe de él. Sé que el Kike es atravesado, pero sé que dije una verdad, entonces después pensé: “No debí decirlo, pero...”.
Le tengo mucho cariño a Kike, me es difícil ser objetiva con él, porque lo quiero mucho y considero que es un hueón la raja como jefe y compañero; como marido, anda tú a saber, y ahí está con la Jose y creo que lo logró... Pero en algún minuto fue súper heavy pa’ uno como mina que se metiera con la (Cecilia) Bolocco, ¡y en mis ojos! Ese momento que vivió de la separación con la Jose lo vi, y soy súper de la familia y aperrar, entonces no me gustó. De alguna manera, ahí tuve un alejamiento de él; más bien tiene que ver con la mujer, de celosa, como una es de celosa con el padre. No dejo que mi papá ande mirando, ¡pobre de él! Soy así, soy re celosa. Creo que tiene más que ver con eso lo que me pasó con él.
He trabajado los celos. He estado con minos estupendos. Tuve una pareja que me ponía el gorro cada tres minutos y después me acostumbré. ¿Sabes? Me han tocado puras cosas para que yo las trabaje y las supere. Hoy día los celos no existen; o sea, si siento celos es porque ese no me quiere; si mi cuerpo siente celos es porque algo malo está pasando, porque esa persona algo me está dañando, entonces chao, ¡ni cagando lo acepto!
Soy celosa del amor. Por ejemplo, si mis hijos quieren mucho a alguien, algo me pasa (dentro); soy súper celosa, ese tipo de celos. Creo que es el más “grave”, o sea, creo que es el celo real. No tengo celos de la pareja, no voy a andar mirando el celular; no es tema para mí. Es el que puedan querer más a otro, del cariño, de “es MI amiga”, jaja. Cuando estaba en el colegio y llegaban compañeros de curso nuevos, los odiaba a todos, que no llegara nadie nuevo, jaja. No me enojo nunca, pero cuando me enojo dejó la cagá, queda la zorra.
Estoy casada legalmente, no nos vamos a separar nunca, y vivimos juntos; en el fondo somos más que un matrimonio, nomás no tenemos sexo. Pero en todo lo otro, soy una geisha. Somos re amigos, nos adoramos, re pro con los niños y estamos siempre juntos. Nos conocemos tan bien, cero posibilidad que nos caigamos mal, porque no haría algo que le moleste, o él a mí. Obviamente el hueón tiene 64 años y hace grrrr (ruidos fuertes) en la noche y cosas que por eso no seguí casada; pero ahora vivimos juntos y es tan divertido. Él escucha la tele con el volumen a 60 y si yo hablo por teléfono a las 9:30 PM, va, me golpea la puerta y me dice: “¿Hasta qué hora durará la conferencia de prensa?”. Escucha la vibración de mi voz y le molesta... En esas cosas nos peleamos. Pero nos llevamos la raja, los niños son felices, me da todo, le doy todo, le hago el desayuno, el almuerzo, la comida, sus huevitos duros, semillitas y sus huevaditas para que no se sienta mal. Todo fantástico. La plata de él es mía y la mía es de él.
Primera vez que no estoy en una relación, este estado yo no lo conocía. Llevo tres años así. Después de Raúl me puse a pololear con Adrián Zárate, que con él estuve seis años, y ahí se acabó y no más… Siempre estoy abierta al amor, obvio, no ha llegado… No me llaman la atención las personas que están metidas en cosas... por ejemplo, si salgo con alguien y veo que chupa mucho (copete), ¡chao! Uno sabe cuando la persona está (con algún problema o dependencia). Veo al tiro las señales. Aprendí con el tiempo, he conocido millones de hueones, mujeres, hombres, seres humanos en general... Aparte, siempre hago que la gente me dé todo, el primer día. Es evidente. A veces se te presenta gente de 58 años, que supuestamente está súper resuelta, y tiene la cagá en su vida; ¡cero posibilidad! No quiero un rollo, drama, revuelo, que me llamen, un hueón en mi cama. No quiero. De hecho, ni siquiera sé si quiero tener una relación. Estoy muy bien así.
“A mí la cosa tranquila no me gusta, me aburre (...) El gallo bueno amoroso, ese patrón me cargaba”, dije en otra entrevista. Ahora me encanta, ojalá. Pero tiene que ser mino, me gustan los hueones lindos; o sea, estupendos más que lindos. Y eso es difícil de encontrar... Me gustaba el drama... ¡No! ¡Ya no! Me carga el drama. Me alejo del drama. ¡¿Quién se va a juntar con un drama?! El drama tiene la adrenalina, pero eso es a los 20 o 30 años. Ahora no quiero adrenalina. No la necesito, jaja.
Nunca me han dado un primer beso, siempre los doy yo... Me cago, qué atroz lo caliente, jaja. Soy una descarada. Toda la vida yo me tiré encima, nunca me pidieron pololeo, siempre soy yo. Yo soy el hombre de la relación.
Me llevo súper bien con mi cuerpo, porque me siento bien. Lo que sí, siempre trato que la gente vea que estoy sana, porque soy muy delgada. Cuando chica era más redondita porque la tele te engordaba más en esa época, y porque, segundo, pololeaba con Álvaro Casanova, que le gustaba que fuera más gordita; entonces yo entrenaba y comía de una manera que no daba más, para yo verme bien hacia él… Lo que me costaba estar así... Ahora me importa una raja. Me encuentro estupenda. Amo mi cuerpo. Tengo 46 años y parezco de 20. Estoy feliz. No me interesa lo que piense el resto. Cero. En algún momento me importó mucho. Ya no.
Álvaro (Ballero) es el más lejano de mis hermanos. Como familia nos juntamos siempre, TODOS; nos vemos una vez por semana. Somos muy aclanados. Con Álvaro éramos muy yuntas cuando él era más chico, porque yo como que lo cuidaba; pero ahora está en su mundo, igual que yo: sus hijos, su vida, inserto en eso. Y cuando nos juntamos, él está estudiando y leyendo. Lo amo, lo adoro con toda mi alma —igual que a todos mis hermanos—, tenemos una relación espectacular. Me llama cuando tiene problemas, pero yo no lo llamo si tengo algo; más bien lo cuido. Somos muy así, somos muy papás con todo lo que se relaciona con nosotros. Con mis hermanas me llevo increíble; con Álvaro, bien, lo amo, pero no somos... No podrías decir que con Álvaro te llevas “la raja”, porque no es un hueón divertido; es más fome que la chucha, no es un hueón que vibra contigo. Él se ríe de uno, ¿pero de él?... tiene que estar curao. Nos juntamos y está siempre durmiendo, acostado, no aparece. Es un ser humano bien especial.
Me tengo que proponer metas. Me encantaría tener un programa de conversación, entrevistar gente. No (un programa) de varias personas conversando; yo y otra. Uno vive en su mundo privado pensando que a uno nomás le pasan ciertas cosas, y al otro no; y resulta que a todos nos pasa millones de cosas: la maternidad, la envidia, la vergüenza, los placeres, el sexo, la familia, los hermanos, los padres, los pololos, los amantes, todo. Y a veces, cuando hablas de verdad con alguien, te das cuenta: “¡A mí también me pasa!”. Son tantas estupideces y cosas de la vida diaria, que encantaría tocar esa tecla... No sé dónde, no tengo idea, pero creo que todos necesitamos amor, nada más... También está el formato del podcast, pero soy floja, me cuesta mucho esa responsabilidad; mándame a algo y lo hago perfecto.
Me encanta la política, pero no trabajaría en eso. Me llamaron para ser parte de un partido, o sea, tuve reuniones, pero lo encontré ridículo. ¡No! ¿Con todo lo que he hecho en mi vida? ¿Más encima ser política? No, basta. Fue el Partido de la Gente. He estado con todos los ministros y todo, los conozco a todos. La (ministra Antonia) Orellana me llamó por teléfono para que hiciera algo de la Ley Papito (Corazón). De verdad, tengo mucha cercanía; los entrevisté mucho tiempo. Y me encanta saber de todo. Cuando me metí en ese mundo, todos los días leía, estudiaba mucho. Me encanta.
No pienso en dónde vivir. Me gusta mi casa, me carga moverme, me carga viajar, me carga hacer maletas, jajaja. Me muevo, estoy todo el día arriba de la pelota, soy agotadora; pero en el fondo quisiera estar todo el día en mi cama viendo tele. Odio los viajes y, cuando me he ido, hay que estar preocupada de los niños, los cargadores, los celulares, los ipads, el traje de baño, el skincare... no, me quedo en la casa.
Tuve pareja argentina siete años y mi mejor amiga es argentina, y muchos chilenos no tienen códigos, porque son dobles, no viven la vida de verdad; pelan y envidian, porque no tienen magia, la magia la tiene uno dentro, entonces viven yendo al mall, de viaje, sacando fotos pal Instagram, mostrando tu felicidad de mentira. No soy así.
Soy una persona fuera de lo normal. Las cosas que vivido en mi vida son incontables, pero prefiero, por lejos, mi cama —no la del Hyatt, ni la del Sheraton, ni la del W, ni del Hilton—, mi almohada, Netflix, mis pesas, mi pieza y el refrigerador lleno de comida para cocinarle a mis hijos. No quiero nada más. Hoy disfruto de las cosas tan simples de la vida, porque en un momento ni los simple era fácil; no había nada, amor, cariño ni vida. Me quería morir, no quería vivir.
Antes yo no era feliz. Hoy me siento feliz. Me siento la raja, plena conmigo; no tengo la necesidad de encantar a nadie, sólo a mí. Eso habla de que estás bien po’. Este estado es máximo... Nunca había estado así. Ahora entiendo a la gente que es feliz, jaja, a la gente normal. Ahora entiendo a mi hermana mayor, Silvana, que toda la vida siempre tan bien y tranquila. Uno quiere paz. Es una tranquilidad: tus hijos y marido bien, buena onda, feliz, plata, trabajo, ¿qué más quieres? ¿Para qué querer drama?... Elegí siempre el drama, a los adictos, a los enfermos; yo enferma, loca, al borde, tirándome... No, ya, ¡por favor, basta! Es súper bueno porque a mis hijas tengo puros ejemplos que darle.
Todos tenemos derecho, el deber de ser felices. De lo único que no puedes salir es de la muerte. Nada más.
Cuestionario Pop
Si no hubiera sido comunicadora, habría sido bailarina.
En mi mi época de estudiante de Teatro, era estudiosa, siempre he sido súper pro; me titulé con un 7.
Un apodo es “Negra” y “Charlie”, que un pololo me decía así, y en una época, desde los 24 a los 33, todos me decían “Charlie”, hasta Raúl, que me empezó a decir “Linda”. Y toda mi familia y gente cercana: “Negra”.
Un sueño pendiente es estar enamorada, de nuevo; creo que es un estado muy placentero... ¡No es un sueño!, pero me gustaría. Es algo que no lo tengo ahora, y que quizá lo tendré.
Una cábala es rezar. Siempre estoy rezando: “Dios te salve María” o “Gloria al Padre”, cuando estoy en una situación. Me doy cuenta porque lo hago sin querer.
Una frase favorita es “¿vos sos? ¿o te entrenás?”, JAJAJA. Esa.
Una comunicadora que admiro es la Karen (Doggenweiler), me gusta mucho su humor. Me encanta.
Un trabajo mío que no se conoce es que manejé un restorán, en Alonso de Córdova 5000, un año, y ganaba como 3 palos y medio, en una época que no hice tele. Debió ser el 2005 o 2006.
Con mi primer sueldo me compré un departamento, junté todas mis platas.
Mis cantantes favoritos son varios, Chayanne y Luis Miguel. Amo lo romántico. Con Myriam Hernández es la que más grito; es la que más amo.
Una pasión escondida es esquiar.
¿Algo de lo que me arrepienta? De todo, JAJAJA, ¿de mi vida?... De haber caído en la oscuridad.
Un talento oculto es cantar.
Una película que me hace llorar, las más mamonas, pero que me encanta, es Secreto de una pasión.
Creo en el horóscopo, todo el rato. No tomo decisiones en base a eso. Soy Tauro. Nos gusta comer, dormir, el placer, el sexo, la belleza, ¡pero no nos gusta hacer nada! Jaja.
Si pudiera tener un superpoder... Eso me lo preguntaron en el Miss Chile y contesté una estupidez, jajaja, es una pregunta que me lleva al pasado, y respondí tener rayos X, como yo no veía bien, y en la explicación quedé como la típica “tonta de Miss Chile”, jaja; tenía que pasar por ahí... Creo me gustaría volar, la sensación de volar.
Un placer culpable es la cumbia, soy re chula para la música. La cumbia argentina, villera, me encanta.
Si pudiera invitar a tres famosos de la Historia a un asado, una sería Cristina Fernández (de Kirchner), porque la admiro, la encuentro una tránsfuga genial e inteligentísima; Evita Perón; y a mi ídolo, Pepe Mujica. Soy muy política.
Carla Ballero es mamá, profesional, comunicadora y una mujer feliz.