La actriz es la protagonista de Secretos de Familia, la teleserie que Canal 13 estrena el 10 de marzo. En conversación con La Cuarta, adelanta la trama, pero también repasa su propia historia, distintos hitos vitales, desde que se convirtió en madre a los 16 años hasta su papel en Generación 98 (Mega). Eso y mucho más.
Daniela Ramírez Rodríguez (37) se ríe fuerte, de improviso, ante ciertos recuerdos. Mueve sus manos como una extensión de su voz: se abraza a sí misma cuando pareciera incomodarse o se las lleva al pecho si algo la remece. Entre tantas preguntas sobre su vida, celebra y alza cómicamente los brazos cuando es consultada por Secretos de familia, la teleserie de Canal 13 que llevaba un buen rato en el baúl y que finalmente se estrena 10 de marzo en horario estelar (después de Tierra Brava).
La actriz interpreta a “Elena Valdés”, la protagonista, una pediatra que regresa desde Madrid tras quince años con su distante familia en Pirque, donde descubre que su hermana, Sara (Florencia Berner), la única con la que tenía cercanía, presuntamente se ha suicidado. Ella se lanza a investigar toda la oscuridad familiar detrás de la tragedia, siendo Martín (Álvaro Rudolphy), quien le tiene sangre en el ojo al clan, su aliado.
En la conversación para “La Firme” de La Cuarta, la actriz habla de su papel en la trama; repasa su infancia en Maipú, hasta el giro radical que fue convertirse en madre con sólo dieciséis años; revive algunas producciones clave en su carrera como, su despegue con Los archivos del cardenal (TVN), su popularidad con Amanda (Mega) y su protagónico en la serie Isabel, donde encarnó a la reconocida escritora chilena; habla de queridos colegas como Gabriel Cañas, Amparo Noguera, Ignacia Baeza y Gabriel Urzúa; analiza el clima político y la conmemoración del Día de la Mujer; y aborda distintos hitos de su vida, algunos menos felices que otros.
LA FIRME CON DANIELA RAMÍREZ
Viví en la Villa Las Terrazas, en Maipú. Lo primero que me viene a la mente era que jugaba en la placita, a subirme al árbol, uno normal, no un sauce, jaja. Salía a la calle a subirme a ese árbol y me quedaba ahí toda la tarde; mi amigos, abajo, me llamaban y yo estaba ahí arriba, con una amiga que también sabía subir. ¿Si me preguntas qué hacía cuando chica? Subirme harto a los árboles; una vez volví con mi hijo, Martín, grande, y me subí a mi árbol, el mismo de donde crecí... Oh, qué lindo... Jugar, vida de barrio, vecinos, amigos, salir a andar en bicicleta e ir a La Farfana a darle comida a los terneros; Maipú antes era chacra en algunas partes. Alcancé a vivir todo eso.
Vengo de una familia de esfuerzo, trabajadora, de gente común y sencilla, que trabaja mucho para progresar, gente de barrio, de clase media; sobre todo, de mucho esfuerzo y trabajo. Mi papá, Juan, es la persona que más he visto trabajar en la vida, y lo sigue haciendo, todavía, y le gusta. Puede a veces ser un problema, pero es súper lindo.
Las generaciones cambiaron un poco. Antes nuestros papás estaban con nosotros, pero no se vinculaban tan directa y emocionalmente como hoy, que es prioridad saber cómo está tu hijo y qué le pasa. Antes nos criaban, nos daban educación y todo eso, pero no estaba ese lazo tan contenedor; hoy hay una preocupación primordial por los hijos y los niños. Antes obvio que estaba el amor y todo, pero uno se criaba con los hermanos más que nada... A mí me pasó eso por lo menos, y a hartos amigos. Nos dejaban en la mesa al lado, ellos se comían la torta y nosotros un pedazo más chico; de ahí, a jugar. Ahora creo que hay otra relación, de más atención, comprensión e interés afectivo. También ha evolucionado mucho más la investigación psicológica, qué le pasa a los niños, cuáles son sus fragilidades, y estamos más atentos
Había tomado talleres de teatro en el colegio, desde los quince. Y después de los catorce empecé a trabajar, en una editorial que vendía libros, y ganaba plata con mi trabajo, haciendo obras infantiles los fines de semana, seis funciones cada día. Me gustó ese primer acercamiento, porque sentí que el diálogo con el público, esa capacidad de no ponerme nerviosa, de no avergonzarme, que me gustara, motivara y movilizara, era importante en mi vida. Desde ahí dije: “Esto me hace sentido, me gusta, puedo opinar, puedo decir cosas interesantes, aportar”. Las historias siempre tienen ese deber, están opinando de lo que sea. A los personajes con los que no estoy de acuerdo en lo que piensan, los tengo que abrazar, son los que más hay que humanizar y entenderlos; al final, no hay mejor villano que el que uno quiere.
Dejé de comer carne bien chica, a los quince, por una decisión política, para no fomentar la explotación ni la matanza. Cuando uno es más joven es más impulsivo y todo mucho más intenso; esa intensidad adolescente la traducía en mis actos, y era necesario para mí como un granito de arena, aportar en algo. En Maipú había un universo más under y tenía esas influencias que me hicieron sentido. Generé consciencia de muchas cosas.
Me tocó enfrentarme un poco al bullying, pero como todo niño. No fue algo que marcara mi vida, cuando niña... Y después para adelante no sabemos, jajaja.
Fui mamá súper chica, a los dieciséis. Ese hito fue mi todo: mi anclaje, mi orientación, mi objetivo, mi cable a tierra... mi cambio drástico de ser una adolescente a una madre; ni siquiera una mujer. Me dejaron terminar cuarto medio, fueron súper amables; yo era “la niña embarazada del colegio”; fue muy amable todo para lo difícil que es asumirlo, con compañeros buena onda. Pude seguir estudiando gracias a mis papás; las oportunidades me las dieron, me cuidaron a mi hijo y por eso pude seguir estudiando y no farreármela, porque ya me estaban haciendo un gran favor, que era cuidarme a mi hijo. Me sentía con una responsabilidad gigante.
Si no hubiera sido mamá tan chica no sé qué habría sido de mí. A veces me lo pregunto, porque mi conciencia y mis recuerdos están muy ligados, al antes y después de Martín; es una bisagra súper marcadora: hasta los dieciséis, y después viene toda la vida. Fue muy poco lo que viví sin Martín, entonces crecí con él también.
Ya era rarísimo que yo optara por actuación, siendo mamá, y mamá soltera y chica. Era difícil el escenario, pero era lo que más me hacía sentido y tenía ganas de hacer. Esa imaginación de verme haciendo algo que me llenaba el alma, y que me gustaba y divertía mucho: seguí ese sueño, sin cansarme y siempre demostrándole a mis papás que podía, y trabajar paralelamente a eso, con esfuerzo, intentándolo de verdad, con todo lo que implica ser estudiante universitaria, vivir lejos, ser mamá y muchas realidades que existen, y no te queda otra que es ser un multifacético en la vida para lograr cosas.
Todos los padres, y lo digo por mí también, tenemos un poco de susto cuando la opción y la pasión de tu hijo está posicionada en el arte, porque es una profesión que nadie la “necesita” —todos la necesitamos porque tenemos que despertar la sensibilidad humana— en sentidos productivos, que hoy se lee todo en sentidos productivos, no es necesario. Uno se tiene que crear esos propios motores para desarrollar y causar interés. Es difícil, da miedo, y puede sonar cliché y todo, pero cuando uno quiere algo no se cansa hasta tener algo de eso. Es bonito.
Los archivos del cardenal (TVN) fue mi primera gran pega; quedé por el casting. Fue un antes y un después en mi vida. Fue el mejor punto de partida que pude haber tenido. Tuve mucha suerte de estar en esa producción significativa, simbólica, trabajo de memoria, primera vez que en televisión abierta se denunciaban casos de violaciones a los derechos humanos así cómo se hizo, abiertamente, y con un lenguaje súper cuidado pero categórico. Creo que funcionó, o sea, hasta hoy me conocen y me reconocen ese trabajo. Yo estaba soñando, me pellizcaba todos los días, de estar actuando con (Alejandro) Trejo, con la Paly (Paulina García) y con el Benja (Vicuña) de partner, con 23 años. Y era mi primer trabajo después de egresar de la universidad. Fue una felicidad completa, un compromiso total con la historia y lo que significaba hacer esa serie.
En el 2012 me detuvieron por manejar en estado de ebriedad. Tenía 24 años. Fue un aprendizaje total y un cambio radical. Me golpeó mucho en términos personales, emocionales-sicológicos, para entender; primero que todo, que no hay que hacer eso, y eso hay que respetarlo. Me equivoqué, me caí y aprendí.
Sentía un hambre muy desmesurada por trabajar y la tuve que aprender a controlar. Gracias a mi papá, jajaja. Tengo muy asociado el esfuerzo del trabajo, y también soy súper maniática y metódica. Me propongo algo y sólo me tranquilizo y descanso cuando sé que pude hacerlo, si era para mí o no. Me pongo objetivos. Y en eso tengo a mi papá, mi mamá y mi hijo como fuerzas para lograr las cosas y que tengan un sentido... Si yo crezco mi hijo crece, y así generamos más felicidad en mi vida, jajaja.
Amanda (Mega) me dejó la sensación de que las mujeres queremos hacer justicia y alzar una voz. Fue algo que tocó a muchas mujeres: denunciar los abusos sexuales que hay hacia nosotras. Fue súper lindo lo que pasó, porque hubo un tejido después de eso; fue como la primera marcha más masiva del 8M (8 de marzo), y hacía sentido el discurso del personaje. Fue darle voz a todas esas mujeres que, a veces por vergüenza, no denuncian, que son mecanismos que genera uno para defenderse, como la vergüenza y la culpa. Y no: hay que hablarlo y eso hizo el personaje, dar ese espacio.
Mi prima Noelia murió de cáncer a los 29 años... Ay, me da pena... Se murió hace poco (diciembre del 2021)... (Se quiebra) Ya, no es algo que no esté resulto por la familia (con una cuota de humor), pero no sabía que preguntarías eso, perdón... Me marcó mucho, la extrañamos todos los días: era una mamá hermosa, una pareja con su hija... Una pena tremenda que la vida se haya cortado ahí. No lo entendí nunca y la extrañamos siempre. Somos mujeres de mi familia materna, que ahí hay otra historia más larga: a mi mamá, Pilar Rodríguez, se le murió la mamá cuando tenía cuatro años y tuvo que sobrevivir a eso; todas las mujeres hermanas se juntaron mucho e hicieron un matriarcado grande. Ella es una de mis primas de ahí, de esos tejidos. Fue súper fuerte para todos.
Interpreté a Isabel Allende en el 2021 (para la serie Isabel de Mega), y siempre he dicho que mujeY me gustaría hacer a Simone de Beauvoir, me encantaría también. Son mujeres importantes, que han hecho luchas sociales y han sacado la voz por las demás mujeres. Eso es importante ponerlo en el centro, sobre ahora con la conmemoración del 8M.
Gané el premio Caleuche y el Platino en el 2022, por Mejor interpretación femenina con Isabel. Los enaltezco esos galardones. Los Platino fueron un reconocimiento internacional a mi trabajo, pero que estuvo a disposición de Rodrigo Bazaes (director); él enalteció la serie, hizo un trabajo milimétrico. Para ser la primera producción seria de series de Mega, estábamos todos muy felices con todo lo que pasó con esa historia, orgullosísimos del premio, que no sólo es mío, sino de todo el equipo; maquillaje, vestuario... Fue súper significativo. Ese reconocimiento hace que haya atención con lo que está pasando en Chile. Es un premio a nuestra capacidad de hacer ficción.
Nunca me atrevía a decir: “Me siento feliz”, porque hubo un momento en en que sólo trabajé mucho y no reconocía las cosas que había hecho, no las miraba porque estaba en la máquina del hacer, de mi edad productiva, de conseguir cierta estabilidad en esta pega tan inestable, y no me había detenido a mirar las cosas lindas que había hecho. No reconocía esa felicidad desde la tranquilidad, de decir “uy, he logrado algo, se está materializando todo, con lo que elegí y haberme sobrepuesto con mis papás y haber sido valiente”. Por eso antes no me atreví a decir que “soy feliz”. Soy feliz. Soy muy feliz conmigo, con mi hijo y mi oficio.
Cuando pienso en lo que he logrado, lo primero que se me viene a la mente son Los archivos del cardenal, que también nos ganamos el Altazor con esa serie; Isabel; Matar a Pinochet también fue súper significativa; las teleseries... A todo uno le tiene un cariño particular; son procesos y momentos distintos. Puedo recordar mi vida a través de la ficción, con la película o la teleserie que estaba haciendo. Tiene un peso. Cuando organizo o cuento en mi vida, a veces me preguntó: “¿En qué estaba el 2022?”, y me respondo que haciendo tal teleserie. Hay una conexión directa, todas tienen algo de mí.
Mi hijo, Martín, estudia música y ya no le queda nada (para terminar). Nos llevamos súper bien y, cada vez que crece más, nos llevamos mejor. Discutimos, soy exigente con él, más que nada con sus motivaciones, quiero que le vaya bien y veo sus potenciales, que es increíble y muy buen cantante. Estoy ayudándolo. Y me llevo súper bien con los chiquillos (sus amigos), los amo. Nos fuimos a la playa con unos amigos de él, soy la “Tía Dani”; pero no me dicen “Tía”, me dicen “Dani”. Me encanta la relación que tengo con mi hijo, es súper cercana.
En cuanto a mi presente amoroso, estoy bien, acompañada, jaja [Como es de público conocimiento, ya no con su colega Felipe Rojas, según reveló la periodista Cecilia Gutiérrez].
Elena Valdés (su protagónico en Secretos de familia) se parece a mí en lo impulsiva y el sentimiento de hacer justicia. La justicia es algo que intento despertar en todos los seres humanos. La valentía también. Y ahora un poco en el corte de pelo, jaja. No tenemos tanto en común; es Elena más rígida, mucho más cuadrada y concreta. Yo soy más volátil... o dispersa, jaja... o es lo mismo en verdad, jajaja.
Hay un “suicidio”, en primera instancia en Secretos de familia. Un familiar, tan cercano, que para mi personaje era su hermana chica, Sara, su relación más directa, la única que ella considera como familia cariñosa y contenedora; era su todo y descubre que este personaje se “suicida”. Retratar todo el arco de dolor de una muerte tan cercana es súper difícil, porque hay nivel de sugestión, ponerte en los zapatos e imaginar; buscas relatos parecidos, emociones e historias reales para ponerte en esa situación.
Hablé con hartas personas a las que le han muerto seres queridos y así me dispongo, siempre acercándome a la “verdad”. Esa es parte de la investigación para empaparse de los universos e imaginarlos. Es súper difícil porque es exigente emocionalmente. Pero uno tiene técnicas y siempre está jugando a que es “verdad”; lo que también es sabroso, entretenido. Tiene esa dualidad de estar en el dolor, pero controlado porque también es un juego o una mentira. Estás protegido, pero uno lo da todo actuando. No hay forma de controlar cuando estás con la tecla de sentir algo, a pesar de que uno no puede desbordarse como “¡corten!” y la actriz sigue llorando, jajaja. Es complicado pero sabroso.
Nunca me ha afectado la carga emocional que te deja un personaje. Incluso me rio, tiro la talla y hablo de cómo quedó la escena, que me gusta mirarlas porque soy súper autoexigente. Pero con una amiga, la Ignacia Baeza, que ya estamos más grandes, nos dijimos: “Qué heavy cómo queda tu cuerpo cuando representas una situación”. Es fuerte ponerse en esas situaciones y lugares, te resiente el almita; uno queda inspirando un poquito más profundo. Es normal: le exigiste a tu cuerpo, emociones e imaginario; de alguna manera, uno igual está ahí.
Hago la pareja protagónica con Álvaro Rudolphy (Martín Fernández). Con él había hecho una película, Romance policial. A Álvaro lo encuentro uno de los mejores actores de Chile. Es súper generoso, es transparente, súper buen compañero, trabajador, ético y profesional. Generamos buena química. Trabajar con él es una delicia porque nos miramos, nos entendemos y nos emocionamos rápidamente; nos decimos verdades actuando. Es bonito cuando se dan esas situaciones con un compañero que te entrega tanto para que resulte, porque está en el presente. Es súper buen actor.
Elena tiene conflictos directos con su madre, Raquel Cruchaga (Mariana Loyola), y con toda su familia, pero directamente con ella es una relación súper tirante, y que debería ser el vínculo contenedor, amoroso y amable. La mamá es muy exigente, castigadora, poco cariñosa y selectiva con ella; no la elige. No elige a Elena. Hay un conflicto desde siempre y tensiona un poco la investigación que empieza Elena, intuitivamente, porque quiere descubrir la verdad; y después se da cuenta que es más peligroso de lo que pensaba, que su familia puede ser su propio enemigo; porque quizá ahí está el culpable.
Siempre en las teleseries se idealizan las relaciones mamá-hija, todas son buenas y maternales. Acá hay una relación quebrada desde hace mucho tiempo, en que ni siquiera con este evento tan traumático (el presunto suicidio) son capaces de sanar esas asperezas. Y en cuanto a la relación con el personaje de Rudolphy, es una relación que tampoco está romantizada: empieza a surgir porque se necesitan y porque están muy solos; y cuando se encuentran es el único espacio seguro de contención, que son ellos juntos, y eso que son de “bandos enemigos”. Es interesante que ella vea en él a la única persona en que puede confiar.
Cargaba con el estigma de tener cara de sufrida, resiento la pena. Quizá represento el dolor de una forma especial, que hace sentido y lo transmito. Supongo que lo vieron así y me siguieron llamando para eso, y se olvidaron de que podía ser distinto. No me incomodaba ese estigma. Lo tenía más que resuelto. Pero igual me lo he sacado; uno no elige los personajes que te dan. A veces los proyectos te llegan y uno empieza a armarlos, y además que los desafíos sean distintos es maravilloso; lo que le pasó a la María Gracia Omegna (con Generación 98), que le dieron otro aire (más cómico), porque uno puede llegar a esos lugares y generar otras aristas, intenciones y personalidades. Sólo tienen que confiar. También sucede que no te han visto en esa tecla. Ahora puedo decir que me han visto en otras teclas, y que esa versatilidad ayuda a pensarme para otras historias. Actuar nunca es fácil: te expones y te están mirando. Todas esas cosas repercuten en uno.
Yo me rio más que nada, no me tomo la vida con dolor; soy súper sensible, pero me rio. Me gusta esta sintonía de estar bien, contenta, reírme, disfrutar a mis amigos y las conversaciones. Soy más optimista en ese sentido. Y la pena la habitaba ahí (actuando), jajaja.
En Secretos de familia, Elena es más seria, administra su dolor: sufre, pero cuando entiende que hay que investigar algo, va con todo, seca y dura. Es súper objetiva, directa y quiere descubrir la verdad. Es pediatra; tiene eso medio minucioso. Todas esas emociones que uno vive en la trama principal, como el “suicidio” de la hermana y la búsqueda del culpable, es lo que se trabaja, más que la historia que arrastra el personaje, que son detalles que permiten nutrirlo y que tenga un peso más tridimensional. A Elena le agregué el corte de pelo, fue mío, heavy. Llegué con el pelo así y listo. Me atrevo a decirlo —muy en buena onda— que le aporté el corte de pelo, porque quería desmarcarme de personajes pasados. Y me dio carácter.
Volví a valorar que las teleseries son ficciones que la gente ve todos los días; estamos todos los días en las casas de las personas. Alguien que sigue la teleserie te ve todos los días; tiene esa sensación de compañía, o dependiendo del personaje, que le interpela, le da lata, rabia o lo que sea. Pero estamos ahí. Y ese discurso y entretención que tenemos todos los días en las casas de las personas es súper importante. Me doy cuenta cuando estoy en la calle, me saluda alguien y siento que me conoce. Es súper importante lo que uno está entregando en esos códigos de televisión-público. Hay una responsabilidad gigante de la que hacernos cargo con buenas ficciones y orientar los contenidos hacia temas contingentes que la gente esté viviendo, resintiendo y sucediendo. Es muy cercana nuestra pega... Uuuy, sí.
Cuando a una teleserie le está yendo bien la gente se prende y me gusta esa exposición, el cariño de la gente. Me gusta cuando pasan cosas, cualquiera sea el trabajo que uno hace, pero que se hable de lo que uno hace, está bien. Una se siente más tranquila porque genera algo, y es lo único que queremos: generar un grado de conciencia, poner temas en la mesa y que las familias conversen y se reflejen con lo que está pasando en la teleserie.
¿Gabriel Cañas dijo que me admiraba como actriz? ¿Me estás leseando? (Se emociona)... Mi pollito... Hemos crecido juntos y aprendido harto. Nos ha tocado harta ficciones. Yo empecé un poco antes en el universo audiovisual —porque él es una máquina del teatro—, y hace ya unos diez años que él se metió a lo audiovisual. Nos aconsejamos, y siempre desde un lugar súper generoso, compañero y desinteresado. Lo adoro y sólo quiero que brille. Creo que eso él también lo ve en mí. Lo ayudé con consejos, nos decimos las verdades, nos ayudamos a potenciar las escenas, y con mucha confianza, sin muletillas y sin ego; dejamos todo de lado y con una relación directa de verdad, muy de hermanos... Lo amo... que ya dicho eso... ¿Qué el diga eso? (Que la admira) Es el manso actor... Cuando actuamos hacemos unos animalitos, jugamos a unos personajes que tenemos... (Hace unos ruidos chillones inentendibles) Jajaja... Lo voy a llamar más rato (Aún emocionada).
A Gabriel Urzúa lo conozco hace mucho, así que para Generación 98 (Mega) había un exceso de confianza. Nunca habíamos actuado juntos, pero estaba la cercanía de que nos conocíamos, de haber estudiado en las mismas generaciones, así que tengo la noción de que existe hace muuuucho, y que es un compañero. Cuando nos dijeron que seríamos partners, fue una delicia, y juntos creamos los personajes (Martita y Robin). Él es un actorazo, en teatro la rompe y en cine también. Estoy muy orgullosa y soy fan de Gabriel Urzúa... de los dos Gabrieles.
De gente conocida, Ignacia Baeza es mi mejor amiga. Nos conocimos en Amanda y no nos separamos nunca más, hablamos todos los días... Tengo hartos amigos de la tele, pero ella es mi mejor amiga de la vida: mi hermana.
Al igual que yo, Martita es ansiosa, un poco errática, hiperactiva y muy insegura. Me inseguriza todo po’, si las actrices somos súper inseguras. Estamos autoexigiéndonos y autoevaluándonos todo el tiempo. Y eso es un nivel de inseguridad. No todas las actrices son inseguras, pero yo sí reconozco que tengo eso de saber si lo que hago resultó o no, que me validen. Me pone un poco insegura, pero lo normal creo, sin exagerar, no estamos hablando de algo patológico, jajaja. Reconozco esa inseguridad, de repente, en no saber qué pasará y qué no. La incertidumbre. Todos lo tenemos un poco. Y también depende de cómo te criaron y todo eso que fortalece esas sensaciones.
Este 8 de marzo, Día de la Mujer, han pasado casi seis años de Amanda. Estoy más grande, pero los discursos siguen ahí. Sigo con esa capacidad de generar discurso, de la lucha social y por las mujeres. Son mis motores como mujer, empatizo absolutamente, me siento parte activa y hago públicas esas posturas. Esos motores siempre han estado; la justicia para mí es algo transversal. En el colegio peleaba mucho, defendía a mis amigas que las molestaban, siempre, no sé por qué. Me descolocaba la no-empatía, el juicio y no lo aceptaba. Me generaban mucha rabia.
En estos seis años hemos estado todos aprendiendo, ha sido un camino súper lento, porque no sólo estamos aprendiendo las mujeres a hacernos cargo de nuestros derechos, todos hemos tenido que aprender a posicionar a la mujer en el lugar que corresponde, porque somos súper importantes, digámoslo. Qué bueno que las nuevas generaciones vengan con estos cambios; esas estructuras antiguas, que ya no nos representan ni a la mujer de hoy, hay que abandonarlas, botarlas, extinguirlas y enterrarlas. Somos dueñas de casa, trabajadoras, madres, solventamos nuestro hogares y criamos a nuestros hijos. Las mujeres somos muy importantes en la historia de la Humanidad, y no tener ese reconocimiento por derechos sociales, es heavy.
Apoyé a Gabriel Boric en su campaña presidencial y al “Apruebo” en el primer plebiscito. No siento que me haya traído algún costo. Creo que me ha beneficiado, porque la gente sabe con quién está hablando y cómo pienso. Eso me alimenta y potencia, tener una postura, una opinión que puedo decir abiertamente, sin esconderme. Es un valor. No todos lo hacen. Hay que tener la valentía de arriesgarse en primera instancia; cuando lo hice, fue porque lo sentía, creía y sentía que era lo mejor. Y ahora también. Esa consecuencia es valiosa. Podemos pensar distinto y convivir también, y la idea es dialogar y llegar a consensos. Todos tenemos nuestros puntos de vista, nuestras vidas, historias y formas. Estamos sólo exigiendo derechos.
Con el sistema en que vivimos llegamos al punto en que tenemos que defendernos como individuos. Es lo único que nos queda, tenemos que hacerlo de manera independiente... No quiero ahondar en eso, pero este sistema hace que generemos nuestros recursos de manera independiente, y es súper desolador en algunos aspectos para mucha gente que necesita ayuda real.
Antes de la elección del Presidente Boric dije que el mundo de la cultura estaba abandonado hace mucho tiempo. Los cambios son paulatinos. Creo que siempre falta, que está en deuda, creo que lo pueden hacer mejor (en el Gobierno), y lo saben bien. Hay que trabajar más y fomentar más la cultura en este país. Es importantísima, porque el Gobierno cree en eso y es un discurso que lo ha dicho: esa sensación de que la cultura debe estar alineada con los procesos sociales, para que la gente se emancipe emocionalmente y despierte su sensibilidad. El Gobierno lo ha dicho abiertamente; creo que podría ser mejor y todavía tenemos tiempo para hacerlo mejor... Jajaja... ¿Me salvé? Yo creo que sí, jaja (Se relaja después de responder sobre política).
Cuestionario Pop
Si no hubiera sido actriz, me habría gustado ser nada... No, arqueóloga, porque me gusta el desierto.
En mi época universitaria en la Arcis era una mezcla entre estudiosa y carretera, pero no podía carretear porque tenía un hijo. O sea, lo normal.
Un apodo es “Ñañiela”, harta gente que quiero mucho me dice así. “La Ñaña”, me dicen.
Un sueño pendiente es viajar a la India y al Sudeste Asiático. No conozco para allá, me encantaría irme cuatro meses. Acompañada.
Una cábala es tomar té chai.
Una frase favorita es “esquesetei”, que se la digo a todo el mundo. Es como “exquisito” pero en portugués-leseo.
Una comida favorita es el pescado y los mariscos, especialmente de Tongoy.
Trabajos míos que no se han sabido son, uy, volantera y garzona... Ah, y fui mimo, JAJA, en Paseo Ahumada, con una amiga, muy chica. Nos pintábamos la cara, jaja, una mierda, para ganar plata, como $700... Vivíamos en Maipú, nos costaba más cara la micro.
La música que me gusta es Nick Cave, Macha y el Bloque Depresivo, Manuel García, Manu Chao... Uy, soy súper hippie... Silvio Rodríguez... ¿Qué más me gusta? Me gusta la música indie y noventera para bailar... Pucha, quedaré como una hippie.
Un talento oculto es que seco flores, la que sea, lo que se demore, a veces tres meses, y después las pongo en mi casa. Eso estoy haciendo ahora, que antes no sabía. Y bordo.
Admiro a dos actores chilenos: Alfredo Castro y Amparo Noguera. Aprendo un montón. Con la Amparo trabajé y es una máquina de actuar, es impresionante su capacidad para ponerse en lugares; es demasiado brillante. Y Alfredo es todo.
Una película que me hace llorar es Close, la última, me gustó mucho.
Creo en el horóscopo pero nunca lo he entendido tanto. No me entra. Creo que no tengo habilidad. Pero sí, creo un poco. Soy Capricornio.
Si pudiera tener un superpoder me gustaría convertir en agua las cosas, jajaja, pal futuro (por la sequía).
Un placer culpable es tomar mucho té chai.
Si pudiera invitar a tres famosos de la Historia a un asado vegetariano serían Leonardo DiCaprio; Salvador Allende, me habría encantado hablar con él; y a Nick Cave.
Daniela Ramírez es —uy, qué difícil—... una soñadora.
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