La destacadísima actriz vuelve a presentarse en un escenario como narradora de una puesta en escena. Con 96 años, manifiesta que “no pienso parar de hacer cosas” y, si bien a veces se aflige por su memoria marchita, está muy conectada con el hoy: “Soy una persona con mucha suerte”, declara entre emotivas reflexiones e íntimos balances vitales.
—Te he contado puras huevadas —comenta una (injustamente) autocrítica María Delfina Guzmán Correa.
Ya cerca de las 17:00, su departamento en Las Condes le da la espalda al atardecer y las numerosas flores y plantas de su balcón reposan a la sombra en coloridos maceteros.
“¿Estás cansadita?”, le pregunta su hijo Juan Cristóbal Meza, compositor y director de Ciudad, la sonora puesta escena sobre distintos puntos icónicos de Santiago en que su madre, con 96 años, hará de narradora en el Nescafé de las Artes (compra tu entrada AQUÍ), el martes 29 de octubre a las 20:00. “Estoy bien, estoy bien”, le contesta ella, aunque tiene algo de sed, pero sigue presta a seguir la conversación con La Cuarta.
La memoria de Delfina se extravía entre las decenas de teleseries que hizo, se olvida de algunos nombres y lugares que marcaron su vida; pero hay hitos y figuras que de inmediato reflotan en su mente, como las tensiones con su madre, sus dos matrimonios o su relación con el catolicismo.
Bien acomodada en su felino sofá animal print ,y con sus piernas cubiertas por una delgada manta, la actriz se da el trabajo de escuchar y, sobre todo, de responder con gracia. Las preguntas sobre el pasado le resultan más difíciles, pero cuando se trata de referirse al presente y a usar el ingenio, habla despacio y, a su vez, se explaya, hasta que su voz se vuelve un hilito. “Estoy en el aquí y el ahora”, declara. “Leo los diarios todos los días”. Sus ojos brillan, humedecidos, y miran con la ternura y entereza de quien todavía es capaz de subirse a un escenario, y ganas de sobra.
Cada tanto, Delfina se empantana en los olvidos propios de la edad, pero logra salirse con la suya: una por una hila las palabras y se expresa, sin temor a meterse en abstracciones difíciles de verbalizar, transmite tal lucidez sobre sí misma y sobre la vida que emociona tanto al reportero de La Firme como a su propio hijo. “Ya, “pollito”, yo creo que estamos, estás cansadita”, le sugiere él.
Ella obedece, suspira a modo de descanso, conversa y, si no escucha algo, pregunta para mantenerse al tanto, conectada a lo que sucede.
LA FIRME CON DELFINA GUZMÁN
Diosito de los cielos creó a la raza humana y la creó sin memoria. Lo que más falla es la memoria. ¿De qué hablan (cuando hablan) de vejez? Se comienza a mal relacionar el tiempo. No sabes qué día es, qué fecha es... Yo ya... ya no importa.
¿Algún recuerdo de mi infancia en el barrio Concha y Toro?... ¿El barrio Concha y Toro? (“Donde tú naciste, naciste en la calle Catedral”, le recuerda su hijo Juan Cristóbal)... En la calle Catedral, sí... No tengo ningún recuerdo o imagen de esa época... nada.
Cuando chica no era buena para mentir, sino que ¡la reina de las mentiras! Seguí mintiendo (durante mi vida), porque nunca acepté que fuera un pecado, que fuera algo errado. Al contrario, es una condición, y muy buena condición, el poder inventar la realidad... Fíjate que siempre vale la pena mentir, siempre es mejor la no-realidad que la realidad.
Me expulsaron del Colegio Universitario Inglés, que lo agradecí más adelante. Era un colegio católico y yo no era de las más sanas, sobre todo por la onda de mentira y, como yo le llamaba, la “alteración de la realidad”. Pero tengo bonitos recuerdos. El lugar era precioso, era un gran, gran colegio, en Providencia.
¿Miedo a la autoridad? Miedo no. Yo era la reina de... (hacer las cosas por el lado, escaparse por la tangente, según grafica haciendo un gesto con su mano).
Parece que en un momento (de mi vida) dejé de ser católica; en los principios del comunismo, me puse huevona. Tenía que estar en contra de la religión. Muy poco tiempo. Al poquito tiempo puse en mi pieza los santos, la Virgen del Carmen y a Jesucristo. La iconografía religiosa fue lo que más me agarró a mí: la historia de los santos y la de Jesucristo encuentro que es absolutamente maravillosa.
“Ser bueno o ser malo no dependía de que te lo dijeran, sino de que tú lo sintiera; eso es muy importante, la sensación del bien y del mal”, dije en una entrevista sobre mi ingreso al Teatro... Llegué al mundo de la gente del Teatro, y mis compañeros (estaban) con todas las puertas abiertas, gente que adoré y me adoraron. Nunca tuve problemas con mis compañeros, al contrario. Tengo un recuerdo absolutamente bello... bellos recuerdos... y muy divertidos además... ingeniosos...
Mi primer marido fue muy rico, con mucha plata, Joaquín Eyzaguirre, con lo cual mi familia estaba fascinada. Pero me duró bien poco po’ oye: dos o tres años, tuve dos hijos (Nicolás y Joaquín) y después buenas noches los pastores. (Después) me casé con un señor de clase acomodada, digamos, muy inteligente, director de teatro, y yo ya estaba metida en el Teatro (la etapa en la que conoció a quien se convirtió en su segundo marido, Gonzalo Meza).
Mi mamá no quería que fuera actriz y se reconcilió con mi decisión cuando comencé a tener éxito... ¡No! Al principio casi se murieron, pobres, porque dejé a un marido, que era riquísimo, de familia riquísima, y me fui con otro caballero po’. Quedó la cagada.
“No era rebelde, hago caso, sobre todo cuando es gente inteligente”, dije hace unos meses... pero hasta por ahí nomás, porque, por ejemplo, con mi mamá tuve mucho problema, porque ella era una mujer entre nueve hermanos, los Correa, que eran una familia muy rica e importante; y mi mamá era considerada inteligente... y ella se consideraba más inteligente de lo que realmente era. Y le daba la rabia más grande cuando decía algo y yo le decía: “Eso no es así”. Le llevaba la contra, porque yo leía mucho. La cultura me interesaba; mi gran amigo fue Pepe Donoso... Los conocí a todos (como a Nicanor Parra, Ernesto Sábato, Pablo de Rokha, Pablo Neruda, Alejo Carpentier y Mario Vargas Llosa). Eramos amigos.
Me casé dos veces y después tuve mis parejas... ¿Qué lugar ocupó el amor en mi vida? Fíjate que bien importante, sobre todo mi segundo marido. Fue muy, muy importante. Y después él se casó con una ÍNTIMA amiga mía, adorable. Entonces, de repente, estamos los tres juntos y es muy agradable. No me produce ninguna sensación de desplazamiento, de que hay que elegir una u otra, ¡porque ya eligió ya po’!... Eligió a la más joven. Mi segundo marido era cinco años menor que yo, y esto me lo sacaba en cara a cada rato, me decía: “Haberme casado con una vieja”, jaja, y yo (le respondía): “Haberme casado con un roto”, porque no pertenecía a ninguna familia oligarca.
“Siempre que me preguntan pelotudeces, digo ‘no me acuerdo’”, comenté en otra entrevista, jaja. ¿Qué temas me parecen pelotudeces?... Mira, averiguar las condiciones económicas de los pretendientes, ¡porque todos te van a contar cualquier cuento! ¡¿Quién te va a decir que no tiene plata?! Al contrario... ¿Sabes lo que pasa? En el mundo del Teatro, están todos con todos, hay poca controversia; hay un apoyo, un afirmarse unos con otros, un sentido comunitario, y entre los actores pa’ qué decirte, mucho, mucho.
¿Una época favorita de mi vida? Mira, mi amorcito, si quieres que te diga la verdad, cosa que digo muy pocas veces, no por mentirosa sino porque se me olvida todo... El cuento de la vejez es eso, te descomunicas con el tiempo... ¿Cómo me llevo con eso? Mira, aparezco como una mentirosa, pero eso ya es de película, cosa que no me importa mucho.
Nunca he dejado de sentirme oligarca, ¡ni pienso! Me gusta sentirme oligárquica, mandona, rezongona, exigente. Me gusta mucho... Yo creo que los niños (sus hijos) me han bajado el moño (en lo mandona); para ellos lo que yo diga da lo mismo.
¿Delfina Guzmán se miente a sí misma?... Mmm, ¿en qué me miento?... En los éxitos... En el sentido de haber hecho un trabajo bonito, bien, bueno, y yo misma promulgar por todos lados que era una maravilla. Yo era muy auto-levantadora de ánimo. Yo no era una persona que dijera: “Ay, más o menos me salió”. No, todo lo contrario. He sido una persona con una suerte tan increíble: de los hijos que tuve, de las amistades que tuve y del gremio que elegí. Yo soy una persona con suerte, con mucha suerte.
¿Qué sensaciones me genera seguir actuando?... Fíjate que mucha gente me lo dice, porque tengo 96 años, con tener una entrevista, ¡no tengo problema!... porque si se me olvida, lo invento. Y (dicen que) las cosas importantes no se le olvidan a uno: no, sí se le olvidan, se le olvidan... No me pongo NADA de nerviosa con la actuación, nada, nada; y en las entrevistas menos, porque mientras más puedo inventar, ¡más me entretengo!
En Ciudad tengo que leer la narración, es un texto súper largo, no lo memorizo; no era necesario, pero lo podría haber estudiado... (“Pero no te quería dar esa tarea”, le dice su hijo)... Pero bueno, salió bien.
Parte del elenco son alumnos de 23 años y pasando por todas las edades, con chelos y violines. Estar con ellos es absolutamente como si fuera la primera vez mía. No tengo problema con la cabrería joven, a no ser que sean huevones, porque hay mucho niñito huevón: el niñito que cree saber cosas que no sabe, y cree que te va a meter la cuchara. El engañador me da rabia.
Ciudad muestra distintos lugares icónicos de Santiago... ¿Si tengo algún lugar favorito?... A ver, ¿qué podría ser? Qué difícil... Santiago lo conozco... Para mi, el lugar ideal es el copiloto (en el auto). Eso, para mí, ya es una locura, porque me siento al lado, veo todo, con todo el tiempo que necesito... Fíjate que no sé qué lugar de Santiago... Me gusta mucho el cerro San Cristóbal, cuando voy a la casa de mi exmarido. Esa pasada de gente, ese cambio continuo que es un cerro: ves a una persona y a los minutos no la ves. Esa entrada y salida de un ámbito la encuentro muy linda; además el cerro es precioso. Encuentro que Santiago es precioso. Cuando de repente veo los árboles, los primeros que me plantaron, no había aparecido la idea de bosques de abetos, todos eran árboles distintos. La mezcla de árboles es lo que más me gusta. Lo encuentro TAN bonito. Te encuentras con sorpresas, y que además son engañosas... Es una ciudad preciosa, me encanta.
Me encantan los jardines. Mis papás tenían fundo y me eduqué con un respeto a la naturaleza, amo la naturaleza. Nosotros de chicos le hablábamos a las plantas y las cortábamos con cuidado. Tuve una (gran) educación, por la inglesa que me educó y mi mamá también, que adoraban la naturaleza.
Soy matea total, absolutamente. Yo tenía que aprenderme un texto, daban las 4 de la mañana, no me había dormido, seguía, las 5 AM... Fui muuuy trabajadora.
Si uno vive con las sorpresas que te da la vida, a mí me ha hecho tantas sorpresas, que capaz que aparezca como la reina de no sé qué.
A mis 96, ¿qué es el Teatro para mí?... Es algo a lo que yo me sujeto, estoy amarrada ahí. Todo lo que hago tiene relación con eso, o va a tener relación, o tuvo, o me preocupo de que tenga. Mi relación con el teatro es muy, muy profunda. Es un amor de haberlo obtenido todo. Además que he tenido una suerte que no la ha tenido nadie; no me importa que no la haya tenido nadie más, pero (es) la sensación de que fui escogida para tener buena suerte. En primer lugar, los hijos que tuve, cuatro bellezas que no te las explico. Después, haber escogido el teatro, que los escogí así, al aire, por alguien que me contó, un amigo; es decir, no tuve una formación que me llevara a preocuparme de lo artístico; mi mamá era religiosa, pero no artística.
Me encantaba bailar, mucho. En las fiestas no paraba, y en la casa, de repente, sola bailaba. El cuerpo, para mí, ha sido un instrumento de mi personalidad bastante importante. Estoy feliz de haber tenido un cuerpo que podía bailar, que podía levantar las piernas alto, hacer buenos ejercicios, era buena gimnasta... Tengo un amor enorme al cuerpo... Desgraciadamente no puedo caminar, eso ha sido una lata. Eso se acabó, la posibilidad desplazarme; pero mientras pude hacerlo, no paré... no paré.
¿Tenía buena relación con mi cuerpo? Me habría gustado ser un poco más alta, tener las piernas un poquito más largas.
Una teleserie que recuerdo con cariño fue una que se hizo en Isla de Pascua (Iorana, de TVN)... ¿Sabes, mijito? El problema de la vejez se llama la memoria, o sea, tu relación con el tiempo. Sabes que el tiempo te abandona. No sabes el día, me cuesta mucho darme cuenta qué día es. Me cuesta, realmente, me lo pueden decir en la mañana y a mediodía ya no sé. Y las épocas también; hay una relación de tu conducta con el tiempo de la que se ha hablado poco, y en realidad es modificador porque es increíble cómo puedes cambiar en un mes tu vida completa, en unos pocos días nomás.
El tiempo es algo que me aflige de repente, que no me acuerde de las cosas, la pérdida de los hechos: no acordarme cuándo, en qué estado estaba yo cuando pensaba tal cosa: un desacople con el tiempo. Es muy propio de la vejez y se habla muy poco de eso, de la relación que empiezas a tener con algo que se está siempre en movimiento, el tiempo. Aun cuando estudies las épocas, Historia. De repente, se me ocurre que estoy viviendo en la época de Cristo, por ejemplo, se me hace tan real como lo que estamos viviendo. Me pasa mucho esa relación con el tiempo... No lo sabría explicar mejor... Siento que el tiempo es algo que está ocurriendo y que, de repente, a mí me deja a un lado...
Tengo cuatro hijos, trece nietos, nueve bisnietos y dos tataranietas... se me olvida el nombre de esa niñita... ¡Luciana! Tiene cuatro meses y me la trajo Andrés recién nacida, me la puso en la cama y pensé: “¡Hay 96 años de diferencia entre este ser y yo!”. 96 son muchos años... Y ahí está, todavía, el germen.
Tengo una suerte que yo creo que no tiene nadie: cuatro hijos divinos y nietos que no te los explico. El otro día llegó Andresito, hijo de Nicolás, y entranando me dijo: “¿Qué crees que le dijo Adán a Eva cuando la vio por primera vez?”. “Mijito, no hablaban”, le contesté. “Aprendieron a hablar mucho después”. Eran unos monos que no hablaban na’, horroroso.
Las personas con las que más disfruto estar en este momento de mi vida son Pedro y la Lucy (enfermera y confidente), que son las dos personas que viven conmigo, la mitad del tiempo cada uno. Son unos santos de altar.
La reflexión es un acto que practico muy poco.
Estoy en el aquí y el ahora. Leo los diarios todos los días, veo las noticias. Estaba muy preocupada por lo de (Luis) Hermosilla, por Dios... Quiero tenerle mala y después digo que “no es para tanto” (porque por momentos el Caso Audios incluso se le hace cómico).
Tengo ganas de seguir haciendo cosas. No pienso parar de hacer cosas. Todo lo que me proponga, y que esté en condiciones físicas de hacerlo, lo haré. Lo que no quiero es estar en la camita, con los ojitos abiertos, de repente cerrarlos y se acabó el asunto; no quiero que sea así, con todos los niños llorando, o peleándose por las cosas... ¡No, no!... No creo que vayan a llorar los niños cuando yo me muera, porque ellos ya saben que me voy a morir; se los dije tantas veces.
¿Hay algo después de la muerte? ¡El Cielo y el Infierno pue! Por supuesto... Me he puesto muy católica. Me voy a ir al Cielo.
Cuestionario Pop (versión acotada)
Si no hubiera sido actriz, me habría gustado ser bailarina.
Un apodo es “Titita”, me encanta.
Un sueño pendiente es que el día que me vaya para el otro mundo no me dé cuenta, que Diosito no sea pesado, y no empiece con la sensación de que te estás terminando. No quiero verme terminar, quiero terminar sin darme cuenta. Quiero morirme sin darme cuenta
Una frase favorita mía es que “el roto no tiene límite”.
Si pudiera tener un superpoder que la vida de mis cuatros hijos sean tal como ellos quieren. Lo que más que me importa en la vida es que le vaya bien a esos cuatro niños.
Un placer culpable es el chocolate.
Si pudiera invitar a tres personajes de la Historia a un asado, uno sería Pepe Donoso... Se me van los nombres, esa cosa de la memoria es muy seria... A Salvador Allende, ¡que lo amé con pasión insana!... A Gabriel Boric, al pendejo este lo encuentro absolutamente exquisito. Cuando llegó a mi lado, me lo trajeron, le dije: “Párate y no te muevas”. Le di no sé cuántos besos. Me mata ese niñito, ¡me mata!
Delfina Guzmán es una dama bien mentirosa.