La Firme con Gabriel Urzúa: “Me desengrupí cuando fui papá y cumplí 30, empecé a tocar más tierra”

Entrevista al actor Gabriel Urzúa, quien hace poco interpretó a Robin de Generación 98, para La Firme. Foto: Andres Perez

El actor se desconcertó cuando en la calle le gritaban “¡Robin!”, por su querido personaje de Generación 98. Pero los meses mediáticos han pasado y, mientras prepara un concierto tributo y una importante obra de teatro, repasa su vida y carrera, desde su niñez, su teatral amistad con Gabriel Cañas, paternidad, sexualidad, hasta proyectos actuales y el oficio de actuar: “Me preocupo de defender y juzgar al personaje”, declara.

Sentado en una silla plegable en una vacía sala de ensayo de un residencial barrio de Ñuñoa, Gabriel Urzúa Parodi (37) habla escuetamente, despacio, casi murmura, ¿acaso reticente? ¿Desconfiado? Pero los minutos pasan, agarra ritmo, relajo, y se explaya, e incluso se muestra de risa fácil, y tira una tallita cada pocas frases.

Llegó adelantado. En menos de una hora parten los ensayos de El hombre elefante, reconocida obra teatral en la que hará al protagonista, “John”, inspirada en la historia real Joseph Merrick, quien sufrió malformaciones desde guagua, y que ha sido interpretada por figuras como el mismísimo David Bowie o, más recientemente, Bradley Cooper. De a poco llegan al recinto sus compañeros de elenco, como Guilherme Sepúlveda y Mariana Loyola. En su estreno en Chile, la pieza estará desde el 1 al 25 de agosto en el Teatro Nescafé, con canciones de Pink Floyd como banda sonora.

En el mismo escenario de Manuel Montt, el intérprete será parte de La gran noche del rock, concierto homenaje que lucirá a reconocidos actores locales —como Gabriel Cañas, Josefina Fiebelkorn, Fran Walker y Montse Ballarín—, y él tendrá a su cargo entonar hits de los Rolling Stones, Bowie y Pink, lo que —según admite a La Cuarta— implica un desafío extra cuando se trata de aplicarse en el idioma anglo, el próximo sábado 29 de junio.

Gabriel ya deja atrás el saltó mediático que le implicó “Robin”, el carismático amigo gay de “Martita” (Daniela Ramírez) en Generación 98, que inicialmente sólo tenía la misión de hacerse pasar por su pololo. Pero creció y se metió en el top de los más queridos por los televidentes: “Me empezó a conocer mucho la gente como ‘¡Robin, te amo!’, y yo como ‘¿en serio?’”, contó hace un par de meses en El Antídoto, de Fabrizio Copano.

En conversación con La Firme, “Gabo” se sincera sobre su juventud nómada por distintas ciudades de Chile; recuerda sus “engrupidos” inicios en el teatro y cómo conoció a un amigo clave en su carrera, Gabriel Cañas; analiza sus principios sobre la actuación; cuenta la razón de su arribo a las teleseries; se confiesa sobre “Robin; habla de su faceta como padre; de sexualidad y de ser padrastro; de su entrenamiento con su colega Remigio Remedy...

Eso y más, acá.

LA FIRME CON GABRIEL URZÚA

Mi primer recuerdo: estábamos en un patio y había un plumón de cama, jugando los tres, como si fuera una carpa. Soy el único hombre entre mis hermanas.

Nací en Valdivia, viví en Osorno, San Felipe y terminé el colegio en Calama, por el trabajo de mi papá, que es ingeniero. Como me cambiaba harto de colegio, él me sugirió, en un momento, cuando sentía que iba dejando amigos (atrás): “Piensa al revés, que vas ganando, conociendo personas, y lugares”. Eso me iluminó y ayudó. Me han quedado algunos amigos. A mi ciudad natal, Valdivia, me gustaría volver, ¡sí! La visito casi todos los años, tengo a mis primos, y mis papás son de allá originalmente.

Gabriel Urzúa repasa su niñez y adolescencia viviendo en distintas ciudades de Chile. Foto: Andres Perez

En el colegio me gustaba jugar a la pelota, jugaba todos los deportes que había todo el tiempo, hacía todos los talleres extra-programáticos. Lo pasaba muy bien. Tenía buenas notas; eso me daba la licencia de portarme como quería, básicamente. Cuando viví con mi mamá —que fue menos que con mi papá— me retó: “Sales todos los días, pura guitarra y leseo”. Y dije: “Bueno, si te preocupan las notas, que lleguen las notas y hablamos”. Y me iba bien. No sé si era rebelde, porque no iba en contra de nada, pero me las arreglaba para hacer lo que quería. Disfrutaba.

Alguna vez dije que era la “oveja negra de la familia”. Me refería a ciertas diferencias políticas, o de tener una familia más conservadora, y uno ser más liberal. Diría que siempre fui así... por ser el único hombre, o el más chico. Mi mamá me recalca que soy “criado en la libertad”. Yo me lo tomo a pecho, jeje.

Tuve una úlcera muy chico, como a los dieciséis años, se me reventó, en un viaje de gira de estudios en Brasil. En mi caso, lo asocié a un montón de penas, rabias y todo. Me atendieron, me operaron allá y llegó mi papá a acompañarme; estuve como diez días, volví para la Navidad... Fue divertido finalmente, doloroso pal pico sí... Antes era más callarme mis cosas, de hacerme el loco, muy de tapar el sol con un dedo. Y aprendí que no hay que hacerse el hueón básicamente; si duele, duele.

Gabriel admite incluso que hasta le daría cierto temor que su propia hija estudie Teatro. Foto: Andres Perez

Mi raíz con el teatro es, por un lado, el humor, que mis dos papás lo tienen mucho. Segundo, la música; de chico me regalaron instrumentos. Y tercero, cierta libertad para decir: “Oye, quiero estudiar Teatro”. Alguna vez mi papá me dijo: “Bueno, puede ser un hobby”, pero nunca se opuso ni nada, y mi mamá menos; esa libertad que me dejaron hacer lo que me tincaba. Entre los actores se repite el temor de los padres. Es muy difícil, incluso para los mismos actores. Yo que tengo una hija digo: “Pensar que ella quiera dedicarse a esto...”, es difícil, no hay ninguna cifra ni número que indique que pueda ser una buena posibilidad, jajaja, esa es la verdad, como para el futuro de tu hijo.

El canto me gustó antes que el teatro. Lo primero que tuve fue una batería, como a los diez u once años; a través del ritmo entré a la música, diría yo; y luego guitarra en el colegio, ya en la (educación) media; y ahora ya más grande, el piano.

En el colegio, en la media, estaba en un taller de teatro; de alguna manera, me interesaba, sabía que tenía ciertas habilidades en el lado más humanista, de historia y lenguaje. Me gustaba la idea de la interpretación; pero lo que me hacía dudar era que, en verdad, no tenía muchos referentes, no conocía mucho el teatro. Había vivido en regiones, donde era muy difícil que le llegara algo directamente. Eso me tiraba un poco para atrás. Pero di las pruebas especiales que se hacen antes de la PSU —en ese mismo tiempo— y me fue bien en la Universidad Católica y en la U. de Chile; las pruebas mismas me generaron entusiasmo y dije: “Entretenida esta cuestión”. Quedé más encantado, y con lo difícil que era; en la Chile todo el mundo me decía lo imposible que era quedar, y en esa época postulaban muchas personas. Postulamos como 800 hueones y quedamos dieciocho. “Oh, debo estar bien encaminado”, pensé.

Gabriel recuerda entró algo dubitativo a estudiar Teatro, pero rápidamente se enamoró de la carrera. Foto: Andres Perez

Elegí la U. de Chile por un asunto de onda, que no sé cómo decirlo, un poco más “punky”, lo que me gustaba en esa época. Y de cifras también, porque en la Católica quedaban 40 y postulaban 350; y en la Chile postulaban más y quedaban menos, entonces pensé: “Si quedo en esa, seré mejor”. Todo esto en la ignorancia absoluta.

En la universidad conocí a Gabriel Cañas; lo encontré demasiado hippie, como un huaso-hippie. Era de otra onda, “Chester” le decíamos, como el león de Cachureos. Encajamos cuando, en segundo año, hicimos una obra de la escuela juntos, Todas las derrotas vuelven. Ahí nos hicimos amigos. No le encuentro nada de malo que fuera hippie; era claramente una persona muy buena, jajaja, y yo era más malo... no sé.

En la universidad me engrupí como actor, y siendo actor de “la Chile” más encima. Después hice clases, entonces vi que los alumnos se engrupen. Uno cree en el rigor y la cuestión, pero después te engrupes porque crees que eres el más bacán. Uno nunca deja de sentirse así, JAJAJA. Creo que me desengrupí cuando fui papá, que coincidió con cumplir 30 años, así que no sé si fue una cosa o la otra; pero más menos ahí empecé a tocar más tierra. Digo una engrupida en buena. También uno necesita engrupirse, porque sino no sales; o sea, les recomendaba a mis alumnos —o le recomendaría a las nuevas generaciones— engrupirse, porque si no te la crees tú, no hay cómo hacerla: engrupirse, armarse un grupo, creer que tu texto es importante, creer que puedes salir, ir a regiones y que la obra vale la pena... nadie apuesta por ti, tú nomás. Tiene que haber un grado de engrupirse, de creerse el cuento.

Gabriel recuerda sus tiempos universitarios en que se "engrupió", algo que le sirvió en su carrera, según dice. Foto: Andres Perez

Un actor es un ladrón, en todo sentido. Uno roba referentes artísticos, directamente, como ir a ver una obra y encontrar que alguien actúa bacán y eso te rebota. Pero también lo que uno percibe; un maestro de “la Chile” decía que “la capacidad de percepción es directamente proporcional a la capacidad de creación”, es decir, que todo lo que percibo/robo de la vida, me sirve para crear.

Uno forja su opinión a través de lo que vive, lo que piensa, lee, escucha y la comunidad a la que uno pertenece; y en el momento que uno se para en el escenario, creo que eso se traspasa, o se debería traspasar en cierta medida. No creo que el teatro sea un lugar para ir a opinar, pero sí para dar opiniones; no sé cómo ser más claro con esa frase. Es importante generar un punto de vista en lo que se hace, pero no por eso uno está levantando banderas. Al menos yo, me preocupo de defender y juzgar al personaje, tratar de juzgarlo: encontrar la parte inteligente y la media hueona, que es lo que me pasa con todas las personas del mundo, jajaja, conmigo mismo también, que uno es medio hueón y bacán. Me da la sensación que tengo la capacidad de entender mis falencias, de también entender que no las entiendo, jajaja, y de reconocer cosas buenas.

"Divido a los actores/actrices en los que respiren y no respiran", declara Gabriel y explica su punto. Foto: Andres Perez

Divido a los actores/actrices entre los que respiren y no respiran, en el sentido más evidente y real. Uno arriba del escenario puede hacer todo en apnea... Uno se preocupa de hacer con una energía extra-cotidiana casi todas las cosas; pero a veces la respiración, no; te paras en el escenario y no sabes cómo mover las manos, los pies, cómo poner la columna, o habla y mira el personaje; pero no te preguntas cómo respira, o cuánto necesitas respirar. Y la respiración necesita una cualidad extra-cotidiana arriba del escenario. Es algo transversal entre los actores, hay unos que respiran y otros que no toda la vida. Hay algunos actores que no atienden a eso, y eso puede llevar a ser un buen o mal actor.

No quiero sonar nada técnico ni fome, pero la energía extra cotidiana, en el fondo, es la capacidad de poner atención en las cosas que parecen naturales en la vida: tomo la taza, cuánto me demoro, cuál es la velocidad, el peso, la fuerza y todo eso. Y si uno no le pone atención a la respiración, es como si no respirara. Hay unos que le ponen atención a la respiración, y otros que no. A mí me gustan los que le ponen atención; eso creo yo.

Gabriel la labor teatral, específicamente en la importancia de respirar bien. Foto: Andres Perez

La primera teleserie que hice fue Amor a la Catalán (2019, Canal 13). En el teatro había encontrado una forma de vivir en el estándar que me parecía posible, y también entendía que ese era el espacio que me nutría, donde uno puede investigar y crecer; todavía lo siento así. Y la televisión es al revés: hay que ser proactivo y, en el fondo, es rentar; y en la medida que no necesitaba esa renta, prefería no trabajar ni esforzarme por estar ahí. Sin embargo, el día que caché que iba a ser papá, prendí unas alarmas y empecé a buscar trabajo ahí (se contactó con Vicente Sabatini, director de dicha teleserie).

Para La Ley de Baltazar hice de pareja de Gabriel Cañas (Hernán y Mariano en la teleserie). Nunca habíamos hecho de pareja; siempre coqueteamos, pero... jajaja. Para mí fue mejor que fuéramos tan amigos, más tranquilizador.

Hice a “Robin” (o Robinson Valdivia) en Generación 98. Está por verse si perdurará en la memoria colectiva, todo es demasiado fútil últimamente. Ya que todavía la gente se acuerde, es harto, jajaja (el último capítulo de la teleserie se estrenó en abril). Dentro de mi carrera, no le pondría ningún cariño en especial a Robin. O sea, quiero ser muy honesto: qué bacán que a la gente le haya gustado y todo, pero para mí no es algo que haya sido demasiada dedicación y que le podría valor. Hay cosas que me han costado mucho, y que quizá no han tenido tan buen resultado, pero que para mí están en un buen lugar.

Gabriel admite que, dentro de su carrera, no siente mayor "cariño" por Robin a nivel actoral. Foto: Andres Perez

Hice una obra de David Bowie (Bowie, el musical) que encuentro que no me salió nada bien, pero que para mí es muy importante porque aprendí mucho, como conocer mis límites o el valor de una carrera inmensa (la del destacado cantautor británico); para mí fue hacer un homenaje y me hubiera encantado haber tenido un poco más de experiencia. Por eso para mí está dentro de los primeros, como dificultad. Uno desarrolla un afecto a esos proyectos, a pesar de que puedan ser más o menos fallidos.

Tenía un limitante que era no tener una educación formal sobre la música, por ejemplo. Me tocado trabajar en musicales, pero lo hago desde un amateurismo que empieza a despegarse del profesionalismo que tengo del teatro, que tengo muchas herramientas; me encantaría haber podido estudiar un poco de música de verdad para equilibrar un poco eso. No saber leer una partitura me genera un límite, jaja. El idioma en este momento también me genera un límite, estoy tratando de aprender inglés. No me manejo tanto como quisiera. Puedo cantar las canciones en inglés, pero me gustaría ya estar leyendo con fluidez, por ejemplo, libros y obras de teatro en producciones. Y a estas alturas, ya me siento tarde.

Sentía una deuda con la televisión. Ahí sí podría decir que lo de Robin fue algo bacán. Mi deuda era hacerlo bien. Antes sentía que no me había salido bien, no sé si por los personajes o qué, pero —linkeándolo con lo anterior— es como si hubiera estado siendo un actor que no respiraba. Había hecho en Verdades Ocultas “Benjamín” y “Hernán. Con el “Gabo” en La Ley de Baltazar, estando cerca del Cañas, sentí cómo podía trabajar, que él me daba luces de cómo hacerlo mejor, cómo sacarle filo o punta a este trabajo. Hasta antes de eso me defendía nomás. No sabía cómo crear, urdir, armar, elegir; en esto estaba mi deuda.

Tengo un hermanastro, hijo del esposo de mi mamá, que es gay, y que nacimos el mismo día. Crecí con él desde los cinco años, y eso me dio la oportunidad de naturalizarlo, versus lo que culturalmente era hace un tiempo atrás, que era súper marcada una diferencia o discriminación. Siento que no viví algo de discriminación con ellos nunca. Y por otro lado, en mí, conmigo mismo, nunca me cerré o he cerrado a que esto (la orientación sexual) sea una marca que me pueda definir. Es loco, porque siento que a la comunidad (LGBTQ+) sí le importa definirse; pero a mí como heteronormado-cis(género)... no sé si me defino tanto como un heterosexual, jaja, esa es la hueá.

La tele te encasilla harto en un tipo (de personaje). Obviamente me gustaría hacer todo lo que fuera lo contrario al Robin, jaja, cualquier cosa. Sería, por lo menos, entretenido. Ahora no estoy trabajando en la tele, pero tengo un proyecto, pero no lo puedo decir.

La comedia se me da, más que la elija o la quiera; de hecho, al revés, empieza a ser el mal del comediante el querer hacer obras más “serias”. Siento que se me da más la comedia, y lo desarrollo, y me gusta, me agrada; pero no es que ande buscando. La verdad, ando escapando últimamente, jajaja.

"La verdad, ando escapando últimamente", dice el actor sobre la comedia tras haber interpretado a Robin. Foto: Andres Perez

He tenido invitaciones a programas de talentos, pero las he rechazado más bien porque no se dio en por negociaciones. No me acuerdo cuáles eran, pudo haber sido cualquiera. Tuve un par de ofertas, pero no llegamos a puerto.

Con Robin viví todo el proceso (mediático): urgido y enojado, después caché que era pura buena onda, bacán y mega contacto y cariño, y después empezó a desaparecer. Y eso es todo. Ahora estamos de gira con una obra de la Generación 98, y en las regiones la gente tiene un poco más de fanatismo; la tele está más lejos de la persona; en Santiago es más fácil encontrarse en el supermercado con cualquier hueón que sale en la tele. Allá no tanto; la gente se pone eufórica, entonces si es antes de la obra, o en medio de un paseo, bacán, todo bien; pero si estoy con mi hija, me complica; si estoy curao, me complica; si estoy comiendo, me complica; si estoy tomando desayuno... Si estoy con una cuchara en la boca, y me dicen “¿te puedo sacar una foto?”, pienso “ándate a la chucha”. Pero si estoy caminando en una plaza, o estoy antes o después de la obra, feliz, obvio, me tomo todas las fotos del mundo, mando saludos y todo.

La gran noche del rock (concierto tributo) pasa por las voces de los actores y actrices que cantan. Yo cantaré una de los Rolling Stones, “Satisfacción”, “Space Oddity”, de David Bowie, y “Comfortably Numb”, de Pink Floyd. Bowie me fascina, de hecho pedí cantarlo. Una cosa era la obra, ejecutarlo, actuarlo, cantarlo y todo, y otra es la música y la oreja que me dejó, y me fascina cantarlo en la guitarra y el piano.

Gabriel interpretará distintas canciones icónicas del rock anglo en el Teatro Nescafé a fines de junio. Foto: Andres Perez

A John Lennon lo interpreté y me siento súper espejado con él, con su vida y su manera... como que tuviera un espíritu de él. Empecé a leer su biografía y pensé: “Wow, yo soy la reencarnacion de John Lennon”, jaja... Como en esos programas de imitadores: “¡Él es el hermano perdido de él!”... Nos parecemos en el sentido del humor y la creatividad.

El hombre elefante (obra de teatro) está basada en la vida real de Joseph Merrick, pero obviamente es una ficción, así que el personaje se llama “John”, que, para mí, interpretarlo es un proceso largo de deseo, tanto que vi esta obra montada hace como nueve años en Londres. Desde ahí sentí que esta obra se debía dar en este país; el guión era increíble… de lo que entendí, jajaja. “Me encantaría interpretarla”, pensé. En esa época ya habíamos hablado con Francisco Olavarría, que es el productor de la obra, y él también sentía ese interés. Pasaron los años y cada año era una oportunidad de hacerla o no, hasta que llegamos a hoy día. Es bacán, porque a esto me refiero cuando las cosas tienen un proceso; este tipo de trabajos son los que más me gustan, cuando uno piensas que llevas nueve años pensando en hacerla.

Me interesa que es el Elefante una obra de teatro muy lejos de la película (del mismo nombre, de 1980, de David Lynch), muy humana, bien política, pero pasada por un espectáculo muy entretenido. Estamos hablando básicamente de un cuento que pasó en la vida real: un hombre que estaba en la miseria, exhibiéndose en un circo de freaks (fenómenos), y es tomado por un científico altruista para sacarlo de ahí y darle dignidad. Y resulta que en este proceso se va enfrentando a una sociedad que se enfrenta de nuevo a este hombre elefante, de una manera que, quizás, no es la mejor... No quiero hablar más, para no spoilear, pero enfrentando a dos sociedades distintas a un mismo problema, cae un ejercicio de preguntarse cómo va a reaccionar uno o el otro. Eso lo aplico en todo básicamente, en cada una de las cosas, por ejemplo: llueve, y hay algunos que les gusta y otros que no; hay nieve, a unos los favoreces y a otros los destruye. Queremos tener un país más justo en género, por ejemplo; para algunos no es ni por un segundo más importante mientras exista el hambre... Y todo ese tipo de cosas...

Gabriel protagonista la obra El hombre elefante, que se hará entre el 1 y 25 de agosto en el Teatro Nescafé. Foto: Andres Perez

En los Premios Caleuche (2024) gané el “Premio del Público” y “Mejor Personaje de Soporte”. Me genera felicidad. ¿Sabes qué entendí ese día? Todo el mundo me decía “felicitaciones, felicitaciones”; entendía las felicitaciones como un momento de “sé feliz”, porque la felicidad es pasajera, va y viene. Creo más en una cosa con la alegría de vivir en ella, o buscarla constantemente. Pero la felicidad pasa nomás, es parecido al día que te gradúas y te dan un diploma, o el día que fuiste papá... es una puta felicidad, tremenda nomás... pero pasa, se acaba.

Ser papá fue increíble, y difícil salirse de cualquier comentario cliché. No sé qué cosa no cliché decir, pero fue a toda raja. Pero algo no cliché es que me importa no exigirle ser sólo buena (a su hija, Luisa, de 6 años, de su exmatrimonio con Carmen Zabala). Siento que eso a veces pasa para los padres, pero de una manera bien gráfica, con la gente: uno tolera a las personas sólo si son buenas, y si son malas les haces las cruz prácticamente, no reconoces su humanidad.

En ese aspecto —y siento que en la obra el Elefante pasa lo mismo—, diría: ¿qué pasa cuando te das cuenta que esta persona que necesitas cuidar tiene cosas humanas que son no-buenas? Que tiene miserias, envidia, rabia y vicios. Eso lo empecé a pensar un poquito antes de ser papá, porque con nuestra compañía (teatral), Bonobo, este tema ya se había instalado en una obra, Tú amarás; ahí quedó gráficamente en mí marcado. Y el día que recibí en mis brazos a esta niña, dije: “Mi compromiso contigo es no exigirte ser sólo buena”; obviamente uno quiere darle valores y todo, pero ella es un ser humano; y la verdad de las cosas, si ella tiene un problema, se manda una mansa cagá y está en la cárcel, igual tendré que estar con ella.

Encuentro que hay distintas formas de tener hijos, entonces sí tendría más hijos. Me refiero a los hijastros. El otro día lo hablaba, y leí ese libro de Alejandro Zambra, Poeta chileno, y me parece importante dignificar el concepto de “padrastro”; o sea, hay padrastros como la corneta de malos, eso también es verdad, también tiene una carga mala porque hay unos matehueas pésimos, se ha sabido de cosas muy pencas que existen en ese tipo de relaciones; por eso no quiero decir que dignifiquemos el concepto así como así. Pero a veces son las personas que están criando a los hijos de otros, y dando cara, y encuentro que es una manera digna y hermosa de ser padre. He tenido ese rol (emparejado con María Gracia Omegna, quien tiene a su pequeña hija, Anka) y me parece bacán; lo digo por mí, pero también por muchas personas.

Soy demasiado feliz en mi desarrollo artístico, pero sé que tengo que trabajar, ganar plata y hacer weas que me cargan, como someterme largamente a compromisos. Por lo general, estoy acostumbrado a estar en el lugar o en el trabajo que me interesa o me gusta; muy pocas veces choco con la vida. Pero estar lejos de mi casa, perder el tiempo libre y ese tipo de cosas me empiezan a desagradar.

"Estar lejos de mi casa, perder el tiempo libre y ese tipo de cosas me empiezan a desagradar", admite Gabriel sobre su trabajo. Foto: Andres Perez

Remigio Remedy es mi instructor de artes marciales; mañana (miércoles) entreno. Me ha dado una posibilidad increíble, porque me doy cuenta que tengo que entrenar siempre, o sea, creo que todos, sobre todo cuando ya llegan a cierta edad, tienen que amigarse con algún tipo de práctica, y se me hacen muy fomes las que no tienen que ver con algo que pueda aprender; o sea, está bien hacer gimnasio o bicicleta, pero si no aprendo algo asociado que tenga que ver con cierta postura, fuerza, equilibrio y formas, me aburro. En este caso me entretiene mucho las artes marciales: seguir aprendiendo cosas.

Puede que uno adquiera más seguridad con las artes marciales... Siento que ahora soy más fuerte, jajaja.

“En la vida hay más combos que recibir que dar”. Esas son sólo palabras de Remigio. Para los combos de la vida, trato de respirar. Ese espacio (de malestar) trato de hacerlo corto y decirlo, ser elocuente con eso: “Estoy triste” o “Tengo rabia”, y después se me pasa, llorando o sufriendo.

Cuestionario Pop

Si no hubiera sido actor... cuando chico había pensado en estudiar arquitectura. Ahora, ¡ni cagando! Y ahora estudiaría algo relacionado con lo humano, no sé sociología o algo así.

En mi época universitaria era carretero y estudioso, jaja.

Un apodo mío es “Gabo” o “Gabito”.

Tengo un sueño pendiente a corto plazo, que es ir con mi hija a los globos aerostáticos.

Una cábala es ocupar doble calcetín, los míos y los del personaje.

Sobre el final de la entrevista, Gabriel deja ver su fanatismo por el cantautor Jorge González. Foto: Andres Perez

Una frase favorita es “vamos que se puede”.

Un trabajo mío que no sabe es que una vez hice de duende... eso es todo lo que voy a contar.

Un cantante favorito es Jorge González.

Mi primer sueldo lo gasté en hueveo, probablemente, jaja.

Un pasatiempo es el deporte, la bicicleta. Juntar lápices grafito no es tanto un hobby, los necesito.

Un actor que admiro... ¿Puedo decir varios? Gabriel Cañas y Guilherme Sepúlveda.

El actor cuenta quiénes son algunos de los colegas que admira, siendo Gabriel Cañas uno de ellos. Foto: Andres Perez

Un talento oculto es el dibujo.

Creo en el horóscopo; o sea, obligatoriamente sí. Siento que todos creen, entonces uno va a creer si todos creen... Creo para la conversa, no es que me vaya a acostar y diga: “Oy, gracias por ser Capricornio”.

Hartas películas me hacen llorar, Forrest Gump es una de ellas.

No tengo un placer culpable, o podría responder como Jorge González: a uno le gusta o no le gusta la hueá; no me da culpa que me guste algo, por ejemplo, la música cebolla.

Sin pudiera invitar a tres personas famosas de la Historia a un asado, depende de si es a carretear y hay tiempo libre al otro día. En ese caso, tengo algunos: me gustaría John Lennon, Robert De Niro y Michelle Bachelet, que la encuentro bacán.

Gabriel Urzúa es... ¿Quién es Gabriel Urzúa?... Diría que es simplemente un ser humano, jaja.

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