La Firme con Gastón Salgado: “Claramente no tenía las mismas herramientas; pero tenía calle, más chispeza y otras habilidades”

Gastón Salgado en entrevista para La Firme afuera del Teatro del Puente. MARIO TELLEZ / LA CUARTA

El elogiado actor saltó a las teleseries y hoy, en Al Sur del Corazón (Mega), repasa su historia tras un premiado año: su formación en San Joaquín, los contratiempos para estudiar, el despegue con El Reemplazante, la oscuridad tras encarnar a Martín Vargas, el renacer, el amor, la exposición y su sueño internacional: “Las limitaciones de mi origen quizá afuera son una ventaja”, declara.

A Gastón Salgado Rojas (39), tímidamente, la gente empezó a reconocerlo en la calle tras ser parte El reemplazante (TVN): “¡Ay, Claudio!”, le exclamaban al toparse con el actor que dio vida al recordado narco de la serie grabada entre el 2012 y 2014. Pero era algo esporádico.

El intérprete oriundo de San Joaquín incluso recuerda —en entrevista con La Cuarta— que una vez lo reconocieron “cuatro veces, pero con cuatro personajes distintos: “¡Güena, Claudio!”; en otra esquina, “¡Güena, Martín!”; y en la otra: “¡Nahuén!”, en alusión a otros proyectos de los que ha estado, Sitiados (2015) y Martín, el hombre y la leyenda (2018).

Aquellas fueron anécdotas muy puntuales de su primer tramo de carrera: “Las series y películas la gente no las veía, eran de nicho; ahora ya por las plataformas son más vistas”, reflexiona. Sin embargo, tras su debut en una teleserie de Mega como co-protagonista con Pedro, la nocturna Hijos del desierto (Mega, 2022), vino el salto popular, muchas más personas sabían quién era: “Una locura”, asegura. Y el fenómeno se ha repetido ahora que es parte de su primera vespertina, Al sur del corazón, como el capataz Pablo.

“Ser o no ser”, comenta shakesperianamente un transeúnte que pasa por el parque junto al Teatro El Puente. Dentro, sentado en una desocupada sala, con el murmullo incesante del río Mapocho bajo sus pies, Gastón repasa vida y obra para La Firme: desde una juventud en una población en el sureste capitalino; su accidentado primer intento para estudiar actuación, marcado por una crisis en la economía familiar; la preparación y el despegue de “Claudio”, uno de sus papeles ícono; el delirante proceso para interpretar al controvertido boxeador Martín Vargas, que le implicó una dramón interno y monetaria que lo obligó a replegarse en la “cuneta donde todo partió”; su resistida arremetida en las teleseries; los premios; la búsqueda de un salto internacional; su distancia con el teatro; presente amoroso; Pancho Melo como su referente; reflexiones varias… todo eso, y mucho más, acá.

LA FIRME CON GASTÓN SALGADO

De San Joaquín, en la población Juan Planas, recuerdo las pichangas de mi infancia. Vivía al frente de un parque, que al principio era un potrero y sacaban ripio, después se transformó en un basural, y luego en un campamento. Pero ya a mis quince años, era un parque, que lo inauguró un actor que fue alcalde de la comuna, Ramón Farías. Estaban de moda (Marcelo) Salas y (Iván) Zamorano. Soy de la U, me creía Salas, tenía la camiseta y me ponía el cintillo; aunque no era tan bueno como Salas.

No era tan bueno para la pelota, pero de actitud —ligado a la actuación— celebraba como el “Matador”, me metía en el papel de goleador. Uno va perdiendo esa inocencia e ingenuidad de jugar, de creerse el cuento. Una vez entrené profesionalmente y me di cuenta que no tenía ni talento; me daba miedo jugar a la pelota, porque el fútbol es violento, con codazos. No sé si era mi hábitat favorito.

"Una vez entrené profesionalmente y me di cuenta que no tenía ni talento", recuerda Gastón sobre el fútbol. FOTO: MARIO TELLEZ / LA CUARTA

No me dejaban salir mucho de mi casa, para que no me juntara con los cabros “malos” del barrio. Fue una limitante, pero también una ventana para encontrar mi camino en la actuación, o en el cine y las películas. Había delincuencia, aunque tampoco era tan heavy; creo que ahora está más peludo. Pero sí había harto copete, droga de repente: la juventud. Siempre fui un poco más introvertido que el resto, me gustaba estar solo, jugar solo, a los soldaditos, hacía aviones con artefactos eléctricos (como mi papá es electricista). Siempre tuve un mundo interno bien desarrollado, tratando de crear; no era una necesidad salir a la calle. Me ayudó a protegerme, y concentrarme en el cine, que me educó. Crecí con las películas. Veía Rocky, todas las de (Sylvester) Stallone, de (Arnold) Schwarzenegger, que estaban de moda, las Indiana Jones, las Volver al futuro y las de Steven Spielberg.

Mi papás siguen viviendo en San Joaquín, en la misma casa. Trato de ir todos los domingos. No paso mucho tiempo sin ir a ver a mi papá, Gastón, y mi mamá, Eliana. Viven en una casa que era de mi abuelo, y con todos mis tíos. Cada uno compró un pedacito; está toda mi familia ahí.

El cine me marcó mucho y ayudó a sortear ese muro social que hay en las poblaciones. Ahora hay más oportunidad, pero en esa época no sé si había tantas; lo más probable es que estás destinado a estar ahí, a trabajar con tu papá o estudiar, pero irse de ese lugar no hay tantas posibilidades, y sobre todo en el arte. Cuando entré al teatro, a la actuación, claramente sentí que no tenía las mismas herramientas, el mismo bagaje cultural, los mismos referentes ni quizá la educación que un cabro de otro lugar. Pero tenía calle, más chispeza, otras habilidades. Al principio me costó adaptarme a este nuevo mundo artístico mucho más cercano a la elite, pero creo que también marca un sello de mí, ser de este otro lugar, porque generalmente los actores son de familias más acomodadas; y en general los actores tratan de darle oportunidades a sus hijos, y se genera como una dinastía artística.

"En general los actores tratan de darle oportunidades a sus hijos, y se genera como una dinastía artística", analiza Gastón sobre su rubro. FOTO: MARIO TELLEZ / LA CUARTA

Mi chispeza está en que me adapto a los espacios, entiendo a las personas y creo que soy muy empático, que puede sonar autorreferente, pero un actor tiene que ser empático, ponerse en el lugar del otro; no hay un rechazo, al contrario, una integración del otro. Por eso, en general, en ninguna parte caigo mal o me siento inadaptado, porque me hago parte, como una amalgama que se transforma. Y es la gracia de la vida, creo que es un error decir: “Yo soy así, no converso con nadie”. Eres “así” por ciertas limitaciones y estructura mental. Todas las personas tenemos esa habilidad de adaptarnos al otro, ser más empáticos y sensibles y no “soy así porque me criaron así”. Tengo muchos defectos, pero esa es una virtud: la empatía.

Sin duda que tuve que ir contra la corriente, siempre lo he sentido. Siempre quise ser actor en películas, por eso me gustaba más el cine que el teatro. Era mi sueño, hacia dónde quería llegar. Les decía a mis amigos y se reían de mí, se burlaban un poco, y en el colegio igual. Recién me acerqué a la actuación formalmente cuando tenía 24 años, y tengo conciencia de que quiero ser actor desde los trece años; hubo un tiempo en que era como yo mismo tratando de convencer al mundo y a mí de que era lo que quería hacer, sin saber lo que significaba ser actor, o cómo convertirse, cómo se trabajaba y cómo se estudia, de qué se trataba. Es difícil, uno tiene que ir luchando contra estas voces que lo único que quieren es que tú no lo logres, ponerte la pata encima. De hecho, en general mi círculo amistoso, no tiene nada que ver con compañeros del colegio ni del barrio; no porque reniegue de mis orígenes, sino porque no tienen nada que ver con el cine.

Nunca tuve dudas de que tenía que ser actor. Nunca. Sí he dudado, por ejemplo, del teatro, porque decía: “Quiero vivir de esto, no es un hobby”. Es mi vida. Quería a toda costa tratar de dedicarme a eso. Tuve esa constancia, perseverancia y no rendirme nunca; creo que muchos caen en el camino porque no tienen quizás una determinación o ese objetivo tan claro; y en general el chileno es chaquetero, envidioso y celoso. Mi papá al principio no es que no me apoyara, pero claramente tenía miedo de que me dedicara a la actuación; nadie quiere que su hijo sea actor, o por lo menos “ya, estudia otra cosa, algo con lo que te puedas mantener y después, a lo mejor, dedícate a lo que siempre quisiste”.

"Nunca tuve dudas de que tenía que ser actor", declara Gastón. MARIO TELLEZ / LA CUARTA

Fui poco incomprendido en mi juventud, en el Liceo Industrial de San Miguel Agustín Edwards Ross. Me gusta mucho crear. Cuando chico inventaba naves, en un momento me encantaban las películas de guerra y me hacía metralletas de palo, siempre llevado al juego, que en el fondo es actuar po’, todo el rato interpretando personajes. Fue un cambio entrar al Industrial porque te preparan para trabajar; los cabros con los que te enfrentas: era de puros hombres, una selva, una jungla, hueones de tres metros, no flaites pero de pobla igual que yo, mucho más destinados a trabajar como torneros y electricistas.

Me adapté bien porque siempre he sido piola y no soy un tipo pesado ni iracundo, dialogo bien y me adapto a todos los espacios. Pero sobreviví más porque siempre he sido bueno para hacer sonidos —ya no tanto—, pero siempre estaba imitando voces; a mis compañeros lo tenía muertos de la risa, pero como el piola del curso, de repente tiraba una imitación o una talla, no era el florerito de mesa.

En segundo medio se abrió un taller de teatro. Empecé a entender que tenía ciertas habilidades, que mis compañeros me decían “oye, actuai bien”. En tercero medio, una profesora de castellano me hizo adaptar Cien años de soledad, un resumen de tres páginas. Hasta ese momento era incomprendido porque la electricidad usa habilidades más racionales, siendo yo mucho más humanista, sensible y de las letras; no me iba muy bien, (promedios) 4 o 5 y tanto. La profesora nos mandó el texto y algo pasó ahí: con mi cabeza, que estaba en otra parte, inventando todo el día, era el momento perfecto para captar toda esa energía creativa en algo concreto. Hicimos una obra, y como éramos puros hombres, y en esa novela hay mujeres, disfracé a varios compañeros de mujer. La ensayamos un mes, hice el afiche, la música, la dirigí, actué e hice todo. ¡Fue un éxito! Todos muertos de la risa, JAJAJA. Y la profe a todos nos pone un 7. Íbamos a recreo y me llamó: “Deberías dedicarte a eso, porque eres muy bueno”. Que tu profesora de castellano, que en ese momento es el referente peak ligado a lo que yo quería, te diga eso: “Ya, ahora me tengo que dedicar a ese actor”, pensé. “Es mi camino”. Fue el impulso, me dio la confianza.

Gastón recuerda un hito clave para convertirse en actor, que fue en segundo medio, en plena época escolar. MARIO TELLEZ / LA CUARTA

Entré a estudiar un año Teatro a la Universidad de las Américas y tuve que salirme porque mi papá tuvo una crisis económica. Estuve bien bajoneado, me fui a la B. Generó mi carácter. Si no me hubieran pasado ese tipo de cosas, no hubiese soportado las que me tocaron para adelante. Hice preuniversitario antes de dar la Prueba de Aptitud, me preparé esos meses pero los otros cuatro años me había ido como el hoyo. Quería estudiar en la Universidad de Chile o la Católica, pero no te pescan si no tienes el puntaje ni notas buenas. Le puse la soga al cuello a mi papá, que si yo no era actor, no me iba a dedicar a nada y prefería ser basurero... ¡Chico po’! Dieciocho años. Mis papás, con sus posibilidades, trataron de conseguir opciones; en esa época estaba el CAE (Crédito con Aval del Estado), pero no se lo podían dar porque no estaban contratados; mi mamá era comerciante y mi papá independiente.

No teníamos ninguna universidad, y la de las Américas estaba abriendo la carrera, que a la larga era una estafa, porque daban una beca: por ejemplo, la carrera, valía 400 lucas, y con esta beca pagabas 200 lucas, pero las 200 lucas que no pagabas se te acumulaban y a fin de año tenías que pagar los cuatro millones que no pagaste mensualmente. Estudié el primer año con esa beca, mi papá sacándose la cresta, mi mamá tenía un negocio, para solventar los gastos, y mis hermanas que estaban estudiando... Hubo un momento a fin de año que no pudo seguir pagando, quedó en Dicom, así que no pude seguir.

Me estaba yendo bien en la escuela, lo que siempre quisiste estudiar, y los profesores me decían que tenía talento, y claramente me faltaba mucho, sobre todo cultivarme, tener más referentes. Venía de pobla, mi visión del mundo, y del arte y de la vida, era muy limitada. Tuve que volver a la casa, no tenía nada qué hacer. Trabajé con mi mamá en el negocio; le iba a comprar al Alvi en un autito de mi papá, un Nissan Sunny, durante un año. No me quería levantar, me daba depresión, porque había estado a punto de tocar mi sueño, lo había tocado, experimentado, y tuve que volver a la casa de mis papás.

Seguí yendo un tiempo a la universidad, aunque no habíamos pagado. Los coordinadores y todo el mundo trataba que yo siguiera. Ya en segundo año, en una clase de actuación un profesor —que no voy a decir su nombre; es conocido—, me echó y me dijo que por qué no estaba en la lista: “Usted no puede estar acá”. Me fui llorando a mi casa. Soy una persona fuerte, pero también sensible, me dolió mucho que me echaran, que me excluyeran. Lloraba, mi papá me preguntó, le conté y me dijo: “Ya, no vas más a esa hueá”. Le molestó que estuviese dando lástima y yendo sin pagar. “Si quieres estudiar, trabaja conmigo, guardas plata y vuelves a estudiar”. Fue una lección.

"Soy una persona fuerte, pero también sensible", cuenta Gastón sobre su personalidad a propósito de un amargo momento. MARIO TELLEZ / LA CUARTA

Trabajé con mi papá como electricista, salíamos temprano en la mañana, tomábamos desayuno, en “la contru” (construcción), como un año. Fue muy importante. “Empecemos de nuevo, levantémonos, hay que partir desde cero, y ganándome mis monedas”, pensé. No lo había experimentado antes. Después me salió una pega en el Homecenter en electricidad y junté plata para estudiar en el ARCOS (Instituto profesional). Fueron dos años fundamentales, porque entendí que para ser actor no era necesario tener sólo un poco de talento, tenías que ser constante y súper disciplinado. En las Américas igual me la había farreado, con dieciocho años, viniendo de San Joaquín a Providencia, Manuel Montt —había estado cuatro años con puros hombres—, enamorado de todas mis compañeras, puro hueveando, jaja. Tuve dos años para pensar y volver con todo. En la ARCOS era como caballo de carrera, solamente estudiaba y estudiaba.

Después de salir de la escuela de actuación, estuve harto rato en una compañía de teatro en Talagante, en “La Oruga”, en el campo, hacíamos musicales en un galpón. Cuatro años de puro teatro. Después la compañía no funcionó y el director, Carlos, me preguntó: “¿Qué quieres ser?”, y yo le dije que “quiero ser actor de cine”. Y me metí a la Escuela Matus Actores. Seguí haciendo teatro, pero en algún momento dije: “Parece que no es tan fácil salir y actuar en cine”. Después entendí cómo funciona el campo laboral del actor: en general a los actores que llevaban al cine los directores los veían en el teatro y de allí los sacaban. Lo que yo quería era actuar, pero llegó un momento en que era un gastadero de energía la exposición; el contacto con la gente, no me es lo más cómodo, no me siento bien estando tan expuesto. El teatro te consume igual, con energía. Siempre lo he pensado, y en las clases que hago lo digo: “Uno tiene que enfocarse, no puedes ser actor de cine, de tele...”. Puedes hacerlo para sobrevivir, pero si quieres que te vaya bien en algo, tienes que dedicarte, enfocarte. Me enfoqué en el cine; era lo que quería.

"El teatro te consume igual, con energía", admite sobre un factor que lo alejó del teatro. MARIO TELLEZ / LA CUARTA

En el teatro “te tienes que vestir de una manera y tienes que ser cool. Porque si no eres cool no entras”, dije hace un tiempo, y no es de resentido; es porque lo experimenté, y es lógico. Pertenecemos a grupos sociales; dentro de la misma sociedad chilena hay distintos grupos separados por clases, ingresos económicos, bagaje cultural y gustos; es súper normal. Me di cuenta que en el mundo del teatro había un cierto tipo, arquetipo y prototipo de persona, y que si no encajabas en ese tipo, desde cómo hablas, cómo te comportas y vistes, no perteneces, como cualquier grupo social al que no te adaptas. Mucho tiempo traté de encajar o de entrar, y no, me hacía daño no pertenecer. “No, esto no es para mí”, pensé. “Claramente estoy perdiendo mi energía con el teatro”. Pero fueron varios factores: el cansancio, la poca paga, el sacrificio, el exceso de trabajo y que nunca me sentí adaptado.

Es súper importante saber de dónde eres, reconocer tu origen y no olvidarlo, no pasarlo a llevar y ser una persona falsa. Sé de dónde soy, pero todos cuando jóvenes queremos pertenecer a la cosas; y la no pertenencia en un momento me dolió. Pero también me di cuenta de que por mucho que me adaptara, me vistiera y hablara de cierta manera, no iba a entrar. Creo que (el teatro) pertenece más a una elite; y no soy de la elite, nunca voy a ser de la elite y no me interesa pertenecer a la elite. En el cine encontré un espacio más transversal, más democrático; hay actores que nunca han estudiado, pero el director necesita un tipo personaje y da lo mismo dónde estudiaste o naciste, porque necesita tu energía, tu emoción, tu rostro y biografía. En el cine había un espacio más cómodo para mí.

Muchas veces me sentí presionado con salir en la tele, desde chico. Empecé a hacer teatro, me empezaba a ir bien y “¿cuando va a salir en la tele, mijito?”, me preguntaban. O salía en una serie, no se había estrenado, y me decían: “¿Y cuándo va a hacer otra cosa?”, sobre todo mis vecinos, que me conocían de chico como “el hijo de la señora del almacén”. Puedes estar veinte años en el teatro, pero si no has salido en la tele, la “gallá (el pueblo)”, la gente común y corriente, no te conoce, entonces no eres “exitoso” en el fondo. Un actor exitoso es un actor que conocen y reconocen, por sus personajes. Siempre fue una presión, pero lo importante es no darle energía, cada uno tiene su camino.

"Muchas veces me sentí presionado con salir en la tele, desde chico", recuerda sobre sus primeros pasos actores. MARIO TELLEZ / LA CUARTA

No quería estar en teleseries por varias razones; primero, por prejuicio. Por miedo también; soy actor pero no me gusta estar expuesto, en el centro, soy más piola; por algo actúo, porque en ese espacio uno se transforma. Y de las teleseries me da miedo el impacto en la vida del actor, fuera de las cámaras. También decían que es muy rápido (el ritmo de grabación), ¡fuum!, como una fábrica de salchichas. Pero entendí que si no hacía teleseries no me iban a llamar para otras cosas. Hice cine y series por mucho tiempo, y me habían llamado un par de veces a teleseries, a proyectos no tan interesantes, y preferí que no, como una de las últimas de TVN, Dime quién fue. Después de la pandemia, cambió todo, estuvimos tan parados, y aparecieron estos proyectos y dije: “Tengo que hacerlo”.

Como actor, uno tiene que actuar en todos los formatos; y si eres bueno lo harás bien, aunque la historia sea mala... Al Néstor Cantillana donde tú lo pongas actúa bien, en el teatro, en doblaje, en cine y series, porque es buen actor. Y la tele te da una estabilidad económica que no había podido lograr en diez años haciendo series, películas y teatro. Y te da una vitrina. Y los directores, aunque digan que no, quieren al actor que está en vitrina, en la parrilla, no al que está retirado en la montaña, porque no les sirve, porque la gente ve las películas por los actores, por los directores igual, pero en general uno cuando está en el streaming dice: “Ah, mira DiCaprio”, y veo la película por (Leonardo) DiCaprio. “Si quiero lograr mi objetivo, que es internacionalizar mi carrera, hacer películas por todo el mundo, tengo que ser conocido, para que me llamen”, pensé.

Gastón debutó recién en el 2022 en teleseries, con un co-protagónico en Hijos del Desierto. Ahora la gente lo reconoce mucho más, según dice.

El Reemplazante (2012) fue lo primero que hice profesionalmente en la tele. A propósito de “la escena de las empanadas de queso”, la situación era muy divertida: un narco que vivía con su abuela, y su padre que era hueón que había crecido pero seguía siendo un pendejo. Se prestaba para el humor. Y teníamos muy buena onda con el (Gonzalo) Canelo, el “Hamster” (su socio), nos hicimos amigos. El director, Nico Acuña, antes de cortar (la escena) nos daba un espacio para que el actor inventara y aparecieran cosas nuevas. Esa fue improvisada, no está en el guion (Gastón revisó el guion unos días después de esta entrevista). Hay otras muy buenas también. Terminaba la escena y todos esperaban el chiste, estaba la presión de “qué va a decir este hueón”. Una maquilladora, la Sandra, me sopló una idea para una escena también icónica en que estoy con la Flavia (Karla Melo), que me dice que está embarazada, nos peleamos, el “Hamster” la echa, él me queda mirando y le digo: “¿Vo también estai embarazada?”.

Hice El Reemplazante y después me llamaban para puro ser narco. Quería hacer otro tipo de personaje. Pero después entendí que uno también tiene un casting, un perfil, un rostro, una energía que proyecta ciertas cosas. Evidentemente tengo un rostro mucho más popular, por algo mis personajes son populares: los pacos, mapuches...

En el fondo, un paco puede ser mapuche, popular y narco a la vez; es el mismo estereotipo: un tipo que quizá no tuvo tantas posibilidades se fue por el camino de los pacos, y otro por el de la delincuencia, generalizando obviamente. Es mi espacio, lo que la gente quiere ver, sentirse representada con estos tipos de personajes. En general cuando se representan estos personajes en series y teleseries siempre es desde una caricatura, porque —en general— los actores no tienen la vivencia. Y me pasaría a mí si interpretara a una persona más pudiente, porque no tengo esa experiencia; tendría que sumergirme, vivir un año en una mansión para sentirse así, porque sino haría una maqueta. Quizá tengo la responsabilidad como artista de representar esos roles, porque son los personajes que pertenecen a la sociedad chilena. Evidentemente que hay variaciones, y ojalá hacer cosas distintas, pero me gusta igual. Ya me reconcilié con eso.

Tengo calle, nací en una pobla, conozco ciertos acentos, y hay una capacidad de imitación que tengo como actor; y hay un trabajo de observación. Para El reemplazante estuve mucho tiempo preparándome, en la manera de hablar, y viendo películas, referentes, tratando de que no fuera un narco, el flaite nomás. Cuando leí los guiones dije: “Este es Scarface, Goodfellas, El padrino...”; me lo imaginaba hasta con terno. Y cuando empezamos con las pruebas de vestuario, ¡era un flaite po’!, con zapatillas Total 90, (corte) sopaipilla... “Qué interesante, todo este mundo gansteril, que me encanta del cine, cómo lo llevo a la población de Pedro Aguirre Cerda en Chile?”, pensé. Es pura preparación y observación; no hay nadie que te esté diciendo qué hacer, era yo haciendo una búsqueda artística mayor.

El primer proyecto "profesional" de Gastón fue El Reemplazante, y revive cómo armó el personaje. MARIO TELLEZ / LA CUARTA

Cuando haces algo, y funciona, te llaman para lo mismo. “Quiero hacer un narco, ¿a quién llamo? A Gastón”, piensa un director. “No voy a llamar a un tipo que tengo que probar”. Uno puede explotar eso, estrujarlo y después chao. Si hubiese seguido siendo narco, lo más probable es que hubiese quedado encasillado y hubiese sido como “el narco de la vida”, y no me hubiesen dado más personajes. De paco no haría más de nuevo, tendría que ser algo muy interesante; por ejemplo ahora para La cacería II era un capitán, del OS9, pero no andaba de paco, sino con mi traje y mi chaquetita.

Una vez me dijeron el “Al Pacino chileno”, genial es ese apodo. Fue en una entrevista que me hicieron, la primera portada en que salí, en Dato Avisos, que la entregaban por todo Santiago. Son mis referentes, Marlon Brando, Robert De Niro, Al Pacino, ese tipo de actores, de método, que investigan y se transforman. Súper bonito elogio, pero me gusta más Robert de Niro, engancho más con él.

"Una vez me dijeron el 'Al Pacino chileno', genial es ese apodo", comenta sobre su primera portada en una revista. MARIO TELLEZ / LA CUARTA

Cuando hice a Martín Vargas (para la serie Martín, el hombre y la leyenda, estrenada en el 2018) me fui a vivir a la Comunidad Ecológica de Peñalolén. Ese proceso ha sido lo más difícil que he hecho: era un personaje súper potente, icónico del deporte nacional, vivo, conflictivo y controversial. Hay actores de método, y siempre he querido hacer esa forma de enfrentar un personaje, y este estaba pintado: boxeador, de época, toda su vida. Cuando leía el guion, veía que (el personaje) tenía mucha rabia; era su motor, su emoción. Yo no era una persona tan rabiosa y pensé: “Tendré que aislarme de todo lo que es mi vida y construir un nuevo comportamiento”. Y para cambiarlo tienes que cambiar qué comes, tus relaciones sociales, de amistades... Ahora me arrepiento de haber hecho algo tan radical, pero lo quería hacer.

Terminé loco. Como necesitaba experimentar una energía que no era la tenía normalmente, arrendé una cabaña y me fui a aislar, como Dani Day-Lewis. Ese era mi rollo. Estuve un año preparándome, y la serie no se grababa, hasta que partimos, la grabamos y funcionó, todo bien, con la preparación que tuve, las conversaciones con Martín durante un año... ¿Y después qué hacía con todo eso? Yo boxeaba todos los días, ya era boxeador, no era Gastón, era Martín Vargas. Me convertí en él.

Después de dos meses grabando —lección para mí—, uno tiene que volver (a ser uno mismo), porque uno evoca una energía que no es propia, y a la larga te hace daño; no eres tú. Tarde o temprano te afectará. Como estaba solo y aislado, con frío, me quedaba sin plata, y la serie salió después de dos años, me atrapé, el personaje me comió. Tuve que volver donde mis papás, donde todo empezó, a la cuneta donde partí, y sin ni un peso. Cobré la plata del Martín, la mitad la gasté en el arriendo de esa casa por un año, y todas las cuentas, gastos comunes y luz; toda mi energía y atención estaba en preparar el personaje. Se me acabó la plata.

"Tuve que volver donde mis papás, donde todo empezó, a la cuneta donde partí, y sin ni un peso", recuerda sobre una etapa complicada tras interpretar a Martín Vargas. MARIO TELLEZ / LA CUARTA

Cuánto tuve que volver a mi casa toqué fondo. No podía seguir así, era una mentira la que sostenía: no podía seguir pagando esa casa, no quería actuar, estaba súper frustrado porque la serie no salía, no quería más: “Esto es una farsa, no vale la pena tanto esfuerzo”, pensaba. Volví donde mi familia, que me reconoció medio raro, que me vestía raro y súper depresivo. La historia de Martín, además, en los últimos años, es pura oscuridad, se vuelve alcohólico y cuando en el 1995 vuelve a pelear, está viejo y le sacan la chucha, y todo era una estafa para ganar plata. Me quedé con esa última última sensación.

No me volví alcohólico, nunca tan entregado, jaja. Cuando partimos, entrenaba todos los días, hacía mil abdominales, no comía carbohidratos, pura proteína, me la preparaba todos los días, entrenaba, boxeaba a las tres de la mañana... Me creía Rocky, estaba haciendo a Rocky... En la medida que van pasando las cosas en el guion, uno va adaptando. Fueron dos meses, once jornadas por capítulo, y lo grabamos cronológicamente, que fue súper bueno para lograr esa transformación, porque partimos desde el principio al final. Cada capítulo era una época, y ya en el tres y el cuatro estaba más transformado, no entrenaba tanto, empecé a comer más carbohidratos para subir un poquito de peso, y a veces le ponía (al trago) para experimentar la situación. Pero al principio nada, estuve un año sin tomar nada.

Fue una experiencia difícil, por todo lo que me pasó después, pero me sirvió como experiencia: nada es más importante que tu salud mental. Y no tener tanta expectativa, porque tenía demasiadas; era mi primer protagónico en el Mega, que ya estaba bien posicionado. “Esto me abrirá mil puertas”, pensaba... No pasó nada, nada, no me llamaron a nada. Y más encima le contaba a todo el mundo —nunca hay que contar tanto—, todavía ni salía la serie, y yo subiendo fotos de mi preparación. Hablé mucho del proyecto, lo expuse mucho antes de que saliera; de alguna manera los proyectos se queman cuando haces eso. Tienes que quedarte más piola, hasta que salga.

Volví con mi familia, y con tres perros, como tenía una casa grande se me ocurrió adoptarlos; me quedé con uno y los otros dos los di en adopción. Me recuperé con mi familia, volviendo a mi casa, mi pieza, a alimentarme mejor; ya ni comía bien, comía como boxeador, que no tenía ningún sentido porque ya no boxeaba. Este año me habían ofrecido un personaje para una serie, a Arturo Godoy (otro gran boxeador chileno); habíamos llegado a acuerdo y finalmente desistí, dije: “No volveré a vivir esa tortura”. Fue una tortura: no comer, entrenar, hacer a un hueón que estaba más loco que una cabra. Demasiado estímulos.

"Me recuperé con mi familia, volviendo a mi casa, mi pieza, a alimentarme mejor", dice Gastón sobre su papel más complejo. MARIO TELLEZ / LA CUARTA

Tuve una exprofesora del ARCOS, Marcela Fuster, que dejó la docencia y abrió una consulta terapéutica con herramientas de la actuación, una psicóloga con herramientas actorales. Estuve como un año con ella, que me ayudó a salir, porque estaba con la mierda hasta arriba. Me veía y, de hecho, la gente me decía: “Estás demasiado cansado”.

En esa época tenía un mánager, un chanta. Yo no tenía ni un peso, estaba viviendo con mis papás, y tenía mánager... ¡Imagínate! Una hueá absurda. Y el mánager me había conseguido esta teleserie mala de TVN, Dime quién fue (2017). En el contrato no me pagaban mal, pero era un personaje de mierda, una síntesis de todo lo que había hecho: medio narco, psicópata y boxeador. No quería hacerlo. Pero estaba listo, tuve una reunión, firmamos un contrato y al día siguiente me llamó Juan Sabatini (director), que tenía un proyecto para mí: La cacería (2018), y el personaje estaba bueno, “Carrasco”. Le dije que “acabo de firmar para TVN”. Al día siguiente, me llamó mi representante y me dijo que el contrato estaba “malo y quedó nulo”; tenía que ir a firmarlo de nuevo. Pero le dije que quería la serie, pero él no, porque no se quedaría con la cola del 10%. Lo convencí, hice La cacería y volví a empezar. Fue mi segunda oportunidad. Volví a estar bien cuando me sentí otra vez capaz de enfrentar otros personajes, después de un año. Me sirvió para madurar, entender qué quería, y cuidar la salud mental y la propia integridad.

Ahora termino una jornada de grabación, llego a mi casa, entreno con un saco (de boxeo) y medito. Trato de desconectarme, separar las dos cosas. Es lo difícil de la pega del actor, que uno tiene que separar su trabajo, como trabajas con tu biografía y emociones, las sientes. Es muy difícil hacer esa división. Y me encanta actuar, estoy todo el día pensando en eso. El deporte y la meditación me ayudan mucho, y darme mis gustitos; si tengo una escena dura, voy a comer, estoy con mi polola; recupero lo que boté.

"Es lo difícil de la pega del actor, que uno tiene que separar su trabajo", explica Gastón sobre su vida privada MARIO TELLEZ / LA CUARTA

De vez en cuando me reconocían en la calle, pero una vez a las 500. Pero después de Hijos del desierto, una locura, en todas partes: “Oiga, Pedrito”, en el mall, fotos, sobre todo en regiones, donde más es el impacto de la tele. No es algo que me incomode; hay actores que les incomoda. No me molesta, es el trabajo de uno y uno tiene que hacerse el tiempo. Pero después de Hijos del desierto, cambió; y ahora con esta (Al sur del corazón) también: “Pablito”, y sobre todo con el público de las mujeres, la señora, la abuelita, que te abraza... Nunca me han agarrado el poto, pero al Pancho sí. Con las teleseries se nota el impacto en la gente.

Para la exposición Pancho Melo ha sido un gran maestro. Grabamos La cacería, nos fuimos un mes a Alto Hospicio, Iquique. Nos hicimos amigos; el Pancho es una muy linda persona y muy generoso como compañero. Una vez salimos, y él no podía: si aquí es furor, en regiones es una locura. Eran jaurías de mujeres que se lo querían comer, le agarraban el poto. Tenía que salir con gorro, con pasamontañas, tapado entero. Una vez fuimos a comer, el taxista lo reconoció, después nos bajamos y estaba lleno de gente. Y este hueón: “¡Ya, ¿qué quieren?! Pasa pa’ acá?”, y grababa (con los celulares de la gente), preguntaba, y se daba el tiempo. Estaba tres horas sacándose fotos. Nunca me lo dijo, pero claramente entendí que era el camino; por eso la gente la quiere hasta hoy, porque es cariñoso y cercano.

Uno no tiene ni un brillo como actor sin la gente, que es la que te ve. También entiendo que la gente es un poco invasiva varias veces. Un verano me estaba comiendo un pulpo, con el tentáculo acá (colgando de la boca), y apareció una persona; algunas no tienen tanto sentido común. Pero uno tiene que darse el tiempo, es parte del trabajo, como actuar bien y aprenderte tus líneas, interactuar con la gente y entregarle un regalito, un momento de atención, si es lo que quieren.. ¿Qué te cuesta grabar un video?

Gastón junto a Pancho Melo en La Cacería. Hoy considera a su colega como un referente en cómo manejar la exposición.

En las series grabas seis escenas diarias; en películas, cuatro, relajado, mucho tiempo de espera. Y en las teleseries, en Hijos del desierto, eran catorce o quince escenas. Me costó adaptarme. Me aprendía las escenas del lunes, pero el martes en la noche tenía que aprender catorce más, y el miércoles otras catorce... No me daba. Pero uno agarra un training y confianza. Encontré una nueva técnica: leía las escenas en la noche, destacaba la idea de qué se trataba y en la mañana, cuando me maquillaban, estudiaba los guiones en el teléfono, hacia un scanner de memoria de corto plazo. Cuando ensayas antes de grabar, haces una planta de movimiento, “me siento, tomo esto, digo el primer texto, me sirvo agua...”; y en base a eso uno se acuerda de qué decir. Es más fácil así que memorizar como en una disertación. Y está el oficio y entender qué estás diciendo; más allá de las palabras lo importante es el subtexto. Concentraba mi memoria en un tiempo acotado.

Son seis viajes a Puerto Octay para Al sur del corazón y llevamos como cuatro, dentro de los ocho meses de grabación; nos quedan dos o tres. Estuvimos en abril, en mayo no nos fuimos y ahora en julio nos vamos una semanita, para grabar en los exteriores, río, volcanes, Frutillar o Puerto Octay. Y en los estudios (de Mega, en Vicuña Mackenna) hacemos los interiores.

Pablo es un personaje mucho más cercano a mí, en lo emocional o tipo de persona. Venía haciendo bandidos, gánsteres, narcotraficantes, pacos, mapuches, guerrilleros, personaje de cierto tono de thriller, de carácter fuerte, dramáticos. Y siento que tengo una personalidad más dócil; yo Gastón, en la vida, soy un tipo más “normal”, más piola, sensible. La gente cuando me conoce es como: “¿Y qué pasó con el bandido?”, JAJAJA. Pero Pablo es más cercano porque tiene buenos sentimientos, más conciliador, tranquilo y sencillo; muchas cosas de mí. Es más fácil de hacer, más cercano a uno. Siempre hay una construcción, cosas que uno le mete, pero es mucho menos agotador. Con Hijos del desierto llegaba con ganas de matarme, todo el día llorando, hablando de la muerte. Con todos los personajes intensos, por mucho que uno sea un profesional y tenga oficio, el cuerpo igual somatiza.

Si bien mi personaje, Pablo, sufrió una pérdida (la muerte de su polola, Gladys), como es una teleserie vespertina familiar, no es algo denso, es una justificación para que esté de luto y lo traten de perseguir estas mujeres (Milagros, Valentina y Judith), no es que el tipo esté cagado (muy deprimido). Es entretenido, llego a mi casa tranquilo, son escenas parejitas, nada tan extremo; por el momento, lo agradezco. Uno está más acostumbrado a escenas intensas, pero ahora me vino bien esto.

"Es entretenido, llego a mi casa tranquilo, son escenas parejitas, nada tan extremo", dice sobre su actual rol en Al Sur del Corazón. MARIO TELLEZ / LA CUARTA

He hecho tres personajes mapuche. El primero fue Nahuén (Sitiados, 2015), una súper producción; tuve que subir de peso y aprender la cosmovisión, tuvimos clases; leí e investigué harto para entender el mundo mapuche. Es un conocimiento que tienen todos los pueblos ancestrales, los aztecas, los incas; soy muy parecidos. Después hice a Michimalongo, en Inés del Alma mía (2020); en Sitiados se había intentado hablar en mapudungún, pero al final se desestimó. Y en Inés hablamos mapudungún; tenía unos papelógrafos en mi pieza con todas las frases. Le agregué otras entonaciones y sonidos para volverlo más cinematográfico; pero me lo aprendí de memoria. No sé mapudungún.

En dos series estuve con Benjamín Vicuña, que siempre estaba haciendo mil cosas, llegando del avión, en su Land Rover; estaba en otra esfera. Pero muy simpático y chistoso; es encantador el Benja. Ese proyecto en sí era una locura, estaba Andrés Parra, “El patrón del mal”, y puros rostros internacionales latinoamericanos. Esa serie la grabamos justo en el estallido social. Y para hacer a Michimalonco, yo que vivo cerca de la Plaza (Italia), estaba viendo una película y pensé: “¿Qué hueá estoy haciendo aquí?”. Fui a ver qué onda y empecé a tirar piedras. Me duró como una semana mi onda revolucionaria, pero esa efervescencia nos ayudó a enfrentar el proyecto.

“Mi esencia es sentirme como un outsider, un no pertenecer, es el camino que elegí”, he dicho. Pero no porque me hayan marginado. Siento que me gusta ser más un observador que estar en el centro. Cuando estás muy expuesto estás expuesto a la mala onda y la mala vibra. También siento que es por mi origen; es dónde me siento cómodo. Desde ahí tengo que hablar, de mi experiencia de vida como actor. Siento que, de alguna manera, la gente quiere que represente a esos personajes. No sé si me ayudaría estar tan en el centro, mi material está en los márgenes.

"No sé si me ayudaría estar tan en el centro, mi material está en los márgenes", analiza sobre fu perfil actoral. MARIO TELLEZ / LA CUARTA

Nunca he estado tan preocupado de lo que digo, porque siempre he hecho noticia por mis trabajos, no por lo personal. No tengo limitaciones tipo: “No voy a hablar de esto, porque no quiero que lo sepan”. Al principio, cuando me entrevistaban, me daba miedo como “¡qué me van a preguntar”, también con los prejuicios que tiene uno de “no voy a saber qué decir” o “cómo hablar o expresarme”. Vas agarrando oficio, repitiendo un poquito lo mismo, y es una historia también, la tuya, agregando cositas, mintiendo un poquito para hacerle más interesante, jajaja. Es parte del trabajo del actor dar entrevistas. O uno debe “defender” las películas, hablar de sus personajes, cómo los construiste. No es solamente actuar. Si eres parte de un proyecto, eres rostro del proyecto, y tienes que ir a las entrevistas; es parte de tu pega.

Ahora que estoy un poco más viejo, puedo tener la oportunidad de —quizá— elegir los proyectos en que estoy. Cuando recién partí hacía de todo, me pagaran o no, porque necesitaba oficio. Pero trato de no hacer todo, y sobre todo cosas que no me quiten tanta energía. O que valga la pena: si es una súper película para Amazon Prime o Netflix, vale la pena sumergirse en un rol intenso tipo un pastabasero. Trato de cuidar esa energía porque, como ya me pasó, puedo caer de nuevo.

"Si es una súper película para Amazon Prime o Netflix, vale la pena sumergirse en un rol intenso tipo un pastabasero", analiza sobre posibles papeles futuros. MARIO TELLEZ / LA CUARTA

Sería interesante hacer personajes como un “exitoso empresario”, porque —quizá— tendría un origen más popular, netamente por mi casting, por mi perfil... Y es parte de lo que es hoy la sociedad. Hoy hay mucha más posibilidad, con el ingreso de los inmigrantes, muchas más historias que contar; antes era la historia del paco, del mapuche, del narco. Y uno envejece y tiene la opción de hacer otros roles, como papá de un niño, o un empresario. En Algunas bestias soy un un papá de una familia, vilipendiado y alcohólico. Y ahora, en la nueva película que hicimos con Jorge (Riquelme), que se estrena este año, hago a un pescador artesanal... Está buena esa película igual. Pero siempre estoy dentro de ese mundo popular, y me gusta, es mi espacio. No es algo tan terrible.

Me encantaría representar a alguien como Víctor Jara, un artista, tocar guitarra, sacar las canciones de Víctor, cantar. El chileno popular no es solamente narco, delincuente o paco; hay trabajadores, artistas, escritores o intelectuales; no por ser pobre vas a tener a ser netamente sólo ciertas opciones. Puedes ser un papá honrado que trabaja por su familia. Ese es un poco el problema de la tele, ha encasillado todo, no solamente el lado más humilde, sino también la gente más pudiente. La tele separa mucho porque construye caricaturas, no muestra la realidad; es blanco y negro, demasiado radical.

Parte de mi búsqueda es internacionalizar mi carrera. Creo que es el momento ahora. Estoy más preparado mentalmente y como actor. Tengo las herramientas para trabajar en cualquier formato, película o director. Creo que las limitaciones de mi origen, quizá afuera no son limitaciones, sino una ventaja, algo que me hace diferente. Quizá mi rostro aquí es encasillado en ciertos rasgos, pero afuera puedo hacer otras cosas.

Lo potente del cine con las películas, a diferencia de las series y teleseries, es ir a los festivales, que es donde conoces al director o productor que te dice: “Oye, tengo una película en España”. Es dónde uno hace esos tratos. Ahora hay muchas más posibilidades: tenemos a Pedro Pascal, a Alfredo Castro, la Paulina García, que están en las grandes ligas, y antes no se daba. Son nuestros referentes de que se puede. Ojalá no me llegue tan viejo, jajaja, y sea más joven para aprovecharlo más.

Un sueño es ganar un Oscar. Cuando chico tenía una profesora que nos hizo un ejercicio de escribir un discurso. Escribí un discurso de que me ganaba un Oscar, jajaja. Más que el premio, es estar ahí, en esas grandes ligas; más allá del éxito y la fama, sería entretenido, bonito, grabar películas así, con ese nivel de presupuesto y esas historias. Crecí viendo películas que —quizá— me ayudaron a salir de mi población, y a entender que la realidad no sólo era lo que vivía yo, sino que habían muchas otras... Qué lindo sería viajar por el mundo haciendo películas, estar en cada lugar y conocerlos, su idiosincrasia y cultura; nutrirse de eso.

"Tengo muchos defectos, pero esa es una virtud: la empatía", declara actor sobre su personalidad. MARIO TELLEZ / LA CUARTA

Con La Cámara Films, mi escuela de actuación cinematográfica, me encanta ser profesor, enseñar. Tengo una necesidad de ayudar a esas personas que están recién partiendo en el mundo audiovisual de mostrarles un camino. Me ayuda a dominar más mi oficio, porque para enseñar o explicar algo tengo que dominarlo perfecto, no solamente teóricamente sino en la práctica. Me hace cada vez mejor actor. Y en la creatividad, porque constantemente estamos haciendo ejercicios, escribo guiones. Necesito estar creando e inventando. Hay de todo, he tenido alumnos con (Síndrome de) Down, y ahora estoy con uno que tiene una especie de Asperger. Y hay actores y no actores, gente que no ha estudiado actuación en su vida, que ya vienen de vuelta y quieren experimentarlo. Lo bonito de la actuación en La Cámara es que uno actúa de sí mismo, y para actuar de ti debes reconocerte y saber quién eres, mirarte al espejo. Te abre un abanico de posibilidades.

Uno tiene dos misiones como ser humano, una de desarrollo personal y una colectiva. Como actor, mi sueño o búsqueda es actuar y hacer películas en el mundo, y viajar con eso, y contar distintas historias, ojalá personajes más marginados, los que no tengan voz. Y en sentido colectivo son mis clases, mis talleres, ¿qué mejor que enseñar todo lo que he aprendido? Al tener estos dos motores, uno tiene ganas de levantarse. Me levanto con ganas, aunque está grabando una historia que —a lo mejor— no es tan entretenida; pero me encanta, estoy actuando, me pagan por eso. Me levanto, me pongo vestuario y estoy actuando todo el día. Y en las clases lo más bonito es cuando los cabros dicen “aprendí”, porque van todos cagados de miedo, con muchos problemas de autoestima; después ven que tienen muchas cosas que no perciben pero que son igual de importantes; se conocen más, y así tienen más dominio de sí mismos.

Estuve harto rato soltero, como siete años, porque me acomodaba y lo pasaba bien. Pero ya llevo como un año y medio pololeando... y estoy mucho mejor, mucho más enfocado, concertado. Se me iba mucha energía. También es el karma del artista: sales en la tele y obviamente te pescan mucho más. Me escriben en Instagram, en la calle (me hablan menos), pero sobre por redes sociales; y se me iba mucha energía en eso. También dura el momento que dura la exposición, y después ya no te pesca nadie; en todos los planos, desde directores a mujeres.

Estoy mucho más tranquilo y enfocado en lo que tengo que hacer. El espacio de la pareja es súper rico, nutritivo, uno crece estando con otra persona. Lo otro es un bucle de estímulos nomás, instantáneo, es como una droga: salir con alguien, listo, ya, chao. No, en la intimidad es cuando uno se conoce, y al conocer a otro estás obligado a conocerte a ti. El amor nace primero de uno y, desde ahí, hacia un otro. Me ha venido súper bien estar en una relación seria y estable. Mi pareja es diseñadora de vestuario. La conocí en el trabajo.

"El espacio de la pareja es súper rico, nutritivo, uno crece estando con otra persona", analiza el actor sobre su pololeo. MARIO TELLEZ / LA CUARTA

Gané en el 2023 el Premio al Mejor Protagónico y el Del Público en los Caleuche. Fue bonito, el éxito, el peak en Chile con Hijos del desierto. Pero fue rudo igual, porque después hay una presión: tienes que hacer algo mejor. Lo disfruté, pero esas instancias de éxito no son tan nutritivas para uno como persona, no aprendes nada, te llenas de elogios, y que “eres el mejor” y todas esas frases; pero lo único que alimentan es tu ego. Después hay que seguir actuando. No hay que volverse loco; con Martín Vargas me volví loco con la expectativa de lo que iba a pasar: “Saldré en esto, soy el protagonista de una serie de Mega, después me llamarán de todas partes...”. Mi carrera ha sido paulatina, e ido haciendo de a poquito, y el éxito no me llegó pendejo. Lo más bonito es el cariño del público y caché que mi trabajo está generando un impacto en la gente, en la más popular y los trabajadores, que es lo que me interesa. Por eso el premio se lo dediqué a la gente.

Es bonito experimentar el éxito, todos queremos estar ahí, pero siento que no es tan nutritivo para la vida, para seguir creciendo, evolucionando y madurando. Uno aprende más del fracaso. Fui a dar una charla a un colegio el otro día, hice una retrospectiva de mi vida, y los fracasos han sido lo que más me ha enseñado; parece de “Perogrullo” la frase, pero es verdad, es cuando más he aprendido: desde esa necesidad de levantarte o reinventarte, es cuando aparece una nueva fuerza o claridad. El éxito atrae otras cosas, pero dura un instante, un ratito. Prefiero estar en las sombras, jajaja.

Cuestionario Pop

Si no hubiera sido actor me habría gustado ser director de cine. Cuando más viejo, a lo Clint Eastwood, me dedicaré a hacer mis películas.

En mi época universitaria tuve dos etapas. En la Américas siento que me la farreé, confiaba en mi talento nomás, pero no era suficiente. Y en la ARCOS era disciplinado, tenía puros 7, y más encima trabajaba.

Un apodo es “Ton”, que me dice así mi familia. Mi papá se llama Gastón. Es para diferenciarnos. Y entre los dos nos decimos “Tony”, jajaja.

Un sueño pendiente es un Oscar.

Una cábala es que medito y pido al Universo.

"Cuando más viejo, a lo Clint Eastwood, me dedicaré a hacer mis películas", plantea Gastón sobre tu futuro. MARIO TELLEZ / LA CUARTA

Una frase favorita es “todo va a estar bien”, jajaja.

Una comida favorita… tengo un restorán peruano al frente de mi casa, que voy cuando puedo: un risotto de quinua con filete... Rico.

Con mi primer sueldo me compré una tele y un VHS, un poco antes de El Reemplazante.

Un hobby es que... (Piensa) Todo tiene que ver con la actuación... Me gusta escribir historias, cuentitos, este tipo de cosas, a mano, con mi libretita, mis pensamientos.

Un actor chileno que admiro es Daniel Muñoz; Néstor Cantillana; Pancho Melo, un grande Pancho.

Un talento oculto es que puedo hacer sonidos; ya no tanto, pero cuando chico imitaba todo, a los caballos, los pájaros, animales sobre todo.

Mi película favorita es El náufrago, de Tom Hanks.

"Me gusta escribir historias, cuentitos, este tipo de cosas, a mano, con mi libretita", dice Gastón sobre sus pasatiempos. MARIO TELLEZ / LA CUARTA

Creo en el horóscopo. Soy Piscis, soy súper pisciano, jaja.

Si pudiera tener un superpoder sería volar, por la libertad de ir a cualquier parte del mundo.

Un placer culpable es el queso, me encanta. Pero trato de no comer tanto.

Si pudiera invitar a tres personas de la Historia a un asado, uno sería Víctor Jara, para conocerlo y compartir con él. A Marlon Brando, para que me cuente su experiencia. Y a Violeta Parra, para también conocer sus vivencias.

Gastón Salgado es una persona empática, soñadora y súper sensible.

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