La Firme con Javiera Contador: “Actuar de sexy o ir de mina por la vida no lo tengo; llegué tarde a la repartija de sensualidad”

Entrevista en profundidad a Javiera Contador, por estreno de obra Tóxicas. 

FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA
Entrevista en profundidad a Javiera Contador, por estreno de obra Tóxicas. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Tras sumar y restar, califica su 2024 como un año “súper bonito”, mientras alista estrenos como la obra Tóxicas. La actriz repasa su vida, obra, presente y da vuelta la página de un traumático Viña: “Me encantaría viajar haciendo humor por el mundo”, manifiesta.

Javiera Isabel Contador Valenzuela (50) miente con una cuota de inocencia: dice que tiene un año menos de su edad real, al punto de que se ha creído su propia mentira; así que, según ella, aún le falta un poco para llegar a las cinco décadas de vida:

—Las voy a sentir ahora —comenta y se ríe con miras a su próximo cumpleaños, desentendiéndose con humor de la realidad.

Pero la actriz también remarca que, en distintos ámbitos donde trabaja, siempre le hacen ver que tiene mucha “pila”, que está llena de energía; ella supone que esa cualidad la heredó de su madre.

Por esos días, mientras almuerza —y con el helado de postre— en un café al lado del Teatro Nescafé de las Artes, donde el 25 de marzo estrena la obra Tóxicas, junto a Natalia Valdebenito y Karol Blum, quienes por primera vez trabajan juntas. “Son tres cuadros y somos tres personajes”, explica a La Cuarta. “Tiene que ver con que las tres han entablado relaciones tóxicas y que una puede ser tóxica a cualquier edad”. Primero, se dejan ver unas treintañeras en pleno periodo de “carrete”, cuando una de ellas amanece con la resaca y el borrón mental de su cumpleaños; luego, cuarentonas, ya en etapa de terapias sicológicas y encontrándose a sí mismas; y luego, envejecidas, octogenarias. Y advierte:

—Esto corre para hombres y mujeres: mientras más tóxica, menos te das cuenta.

Como sea, Tóxicas también resulta una buena excusa para hablar de las toxicidades con otros y, sobre todo, consigo misma. Javiera se acuerda de Kena Gómez de Larraín, “pero a ella le gusta que le digan Kena Larraín”, aclara en alusión a su icónico papel en Casado con hijos (Mega), y dice admirar una característica de ella:

—Siento que la Kena me da a mí, Javiera, una libertad que yo no tengo. Soy súper compungida…

En entrevista con La Firme, la actriz —que por estos días también se alista para el estreno de la película Desconectados 2— repasa parte de su vida y quehacer, desde una sus primeras palabras en Libia, seguida de una infancia bastante nómade y distanciada de su padre; sus primeros pasos en el modelaje y en la tele, marcados por los estereotipos de belleza de la época; sus travesías con Ricardo Astorga para la Rutas del Nilo y de Oceanía; el boom de Casado con hijos, marcado por una amistad con Fernando Larraín, y más adelante un matrimonio con el director, Diego Rougier; sus andanzas en el stand up, con un éxito y un fracaso en el Festival de Viña; su faceta de madre; la compleja relación con su cuerpo; redes sociales; farándula y la intervención de Gonzalo Valenzuela en los Premios Caleuche; entre otros tópicos.

Eso y mucho más, a continuación…

LA FIRME CON JAVIERA CONTADOR

A mi abuelo, que era piloto de aviones, le ofrecieron un trabajo muy bien pagado, así que mi familia se fue a vivir Libia post 73. Mi mamá me tuvo muy joven, a los 18. Dice que mis primeras palabras fueron en inglés, que rompía las muñecas, las descuartizaba —no sé si es tan lindo contarlo— y decía: “Poor baby”. Y yo inglés hablo más o menos, y siempre le pregunto: “¿Pero por qué no me profundizaste ese inglés en ese momento?”. Mi mamá sintió que no era el mejor lugar para criar a una hija; la cultura era demasiado distinta, especialmente en lo que respecta a las mujeres, ya que era un país con muchas restricciones. Decidió volver a Chile bastante rápido. Viví alrededor de un año en Libia. El resto de mi familia siguió y de ahí se fueron a Italia, y los íbamos a ver. Quizás por eso mi familia es muy viajera. Hay familias que te inculcan desde chico “trabaja y tu primera plata júntala para el pie del departamento o un auto”. En mi familia siempre ha sido: “Junten plata y viajen, viajen, cabros, viajen”.

Tuve una infancia muy movida; nos cambiábamos mucho, viví en muchas casas. Mi mamá era de moverse, media gitana en el sentido que le gustaba un lugar y decía “ya, me quiero cambiar”. Viví en El Arrayán, después en Los Dominicos, y después una casita en Puente Alto, donde mis abuelos. En general lo pasé bien cuando chica. Fui una niña muy niña; jugué con las barbies hasta grande, no sólo porque me creía niña, sino que me parecía entretenido cambiarles de ropa y jugar con las amigas. Jugaba al 21 (o blackjack) y apostábamos plata. Me acuerdo de haber tenido amigos imaginarios, jugado con los perros, con muchas historias, funcionando mucho en la cabeza, muy imaginativa. Jugué mucho y sigo jugando. Ser actriz es jugar eternamente.

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"Ser actriz es jugar eternamente", reflexiona Javiera. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Mi mamá es muy joven, entonces siempre ha sido una mamá muy pila, con mucha energía. Es inagotable y lúdica, de dar permiso para jugar y mucha libertad. Ha tratado que nosotros seamos lo más libres. No es de tradiciones, es como “juntémonos cuando todos quieran”. Todos empezamos a trabajar muy chicos, —bueno, también había que hacerlo—, y todos hemos empezado a viajar chicos y mi mamá jamás ha sido de “no hagas esto”. Todo lo contrario, es como, “¿te gusta? Bueno, lánzate, tírate y si no resulta no pasa nada”. Tengo eso por el lado de mi mamá.

No tengo mucha relación con mi papá. Se separó de mi mamá y nunca viví con él. Después ha pasado sus procesos, un periodo en que necesitó luchar con sus propios fantasmas. Es alcohólico, pero está rehabilitado hace más de 25 años; lo encuentro súper admirable. No me tocó vivir la experiencia de cerca; apareció ya rehabilitado, cuando yo tenía 26, con mi vida súper hecha. Lo hemos hablado y me parece loable. Pero nos encontramos con que en la relación ya estaba con ese vacío tan grande. Lo respeto y todo, pero tengo una distancia. Lo veo muy poco. Por momentos tendemos a reencontrarnos, vernos un poquito más, como cuando tuve hijos. Pero no construimos la relación desde la base, por lo tanto, es más bien formal. Cuando no hay historia compartida, y no conoce quiénes son tus amigos ni tu pareja, es muy difícil. Pero entiendo y le agradezco la vida.

Mi mamá se volvió a emparejar. Somos cuatro hermanos de tres papás: yo, después vienen mis dos hermanos y mi hermana. El papá de mis hermanos siento que fue una figura mucho más paternal conmigo: el que me fue a dejar, a buscar y a los actos del colegio. Soy muy trabajadora, empecé a trabajar muy chica y también tiene que ver con eso: mi mamá no se la podía con todo, mi papá no existía en términos económicos ni emocionales, por lo tanto, fui grande bastante chica, cosa que agradezco hoy. Uno se va construyendo según la propia historia.

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"Soy muy trabajadora, empecé a trabajar muy chica", repasa Javiera. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Me cuesta sentirte sexy y mina, y por eso funciono más con el humor. Fui muy gordita de guata cuando chica y me molestaban un poco, un poquito bullying. Una vez que me compré un traje de baño a rayas —mala idea—, obvio parecía pelota de playa. Crecí asociando que mi belleza estaba mucho más en mi personalidad que en mi cuerpo. También me hicieron bullying porque mi sueño era tener calcetines blancos de vuelito con zapatos de charol negro, como las de la tele gringa; pero mi mamá —que era más estilo hippie— encontraba que era una moda horrible, me ponía unas polainas de lana calipso. Una vez vino mi abuela de Italia, me trajo unos calcetines blancos de vuelito con zapatos de charol negro y un vestido aprincesado. Fui a un cumpleaños y todas las cabras me hicieron bullying —pesadas las hueonas, (pero) igual las quiero —; me decían: “¿Cómo te vas a vestir así?”. Empecé a lanzarme más grande, como en segundo o tercero medio. Después entré al mundo del modelaje, a la Revista Paula, y ahí sí era más (lanzada)... pero me quedó eso de la infancia, de no sentirme muy bonita… Me gustan las fotos, en las fotos no tengo rollos; pero actuar de sexy o ir de mina por la vida no lo tengo, no me llegó; llegué tarde a la repartija de sensualidad.

Quedé en la U. Católica y en la U. de Chile en Teatro. Fui a las dos y me pareció que el Campus Oriente era una belleza; me sentía dentro de una película y tenía muchas carreras juntas, Filosofía, Literatura y otras cosas. Sentía que había más vida universitaria. Fue una de las importantes decisiones. Había que tomar ramos de otras carreras, entonces iba a la Casa Central de la Católica a tomar de Arte. Era compañera de Claudia Pérez, Blanca Lewin, Álvaro Espinoza y Mariana Loyola, y Rodrigo Muñoz era un poco mayor, porque el “Chico” era asistente del profe. De la universidad, mis grandes amigas, mis hermanas, son la Kika Neumann (después se retiró), la Aranzazú Yankovic y la Clau Pérez porque hemos trabajado mucho juntas. A la Mariana la adoro y admiro, pero no tengo una relación tan cercana como con las otras, con las que tengo el chat todo el día y les digo: “Estoy una entrevistada con La Cuarta”.

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"Lo actuar de sexy o ir de mina por la vida no lo tengo", analiza Javiera. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Fui a castings y en la primera teleserie (Rojo y miel, TVN) que quedé me hicieron bajar ene de peso, me pusieron rubia y me sacaron las cejas. No lo defiendo en el sentido de que me parece que no hay que perseguir un canon estereotipado de belleza, pero sí entiendo que a veces hay personajes que lo requieren. A veces hay personajes que uno los lee y piensa: “Esta sería una flaca histérica, fumando pucho todo el día”, y sientes que el cuerpo debe también adaptarse a esa situación; o a subir de peso si “esta es una (mina) relajá”. Es muy bonito eso de nuestro trabajo. En el modelaje te medían, como a las azafatas de antes: peso, cintura, pechuga, y así.

Cuando yo entré a la tele —que fue hace, ¡ay!, muchos años—, el prototipo era “mina rica de Revista Playboy”: flaca de cintura, buenas pechugas, buen poto y tostada. Te obligaban a ir al solárium y me quemé la piel, como para ir a la posta. Ahí mi alegato era, muy barsa, por supuesto: “Te apuesto que a la Nicole Kidman no la hacen ir al solárium, jaja”. Y se reían porque “tú no eres la Nicole Kidman”. Ojalá tener uñas largas también. Y me dijeron muchas veces: “¿No has pensado en ponerte pechugas?”. Era muy flaca; ahora soy más de contextura media, entonces tengo más pechugas, pero cuando era chica y flaca no tenía pechugas.

Me encantaba ser plana, lo encontraba súper bonito para los personajes. Después entré a hacer comedia a Canal 13 a la “La Pato Cuacuá”, que era medio andrógina, ni hombre ni mujer; y para eso no tener pechugas era súper. Si quieres ser un personaje pechugón, te pones pechugas (falsas); pero si quieres ser un personaje más plano, no tienes cómo.

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"Te obligaban a ir al solárium y me quemé la piel", recuerda Javiera sobre sus inicios de TV. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Había un prototipo de belleza más hegemónico que había que seguir y era parte de la época. No me complicaba, lo cuento “anecdótico”. Con el tiempo hemos dejado de normalizar muchas cosas que, cuando era más joven, eran comunes. Y me parece bien que hoy sean impensables. Antes era natural que te dijeran: “Chiquillas, vamos a hacer una fiesta con los posibles clientes de la teleserie, así que vengan con mini (falda), vengan bonitas”, cerrando un ojo como diciendo “ven rica para gustar”. Y una tenía que aguantar que un montón de viejos te manosearan la espalda o te tiraran besos chupados. Era asqueroso, pero era lo normal. Lo he hablado con muchas amigas mayores, y en el fondo, una siempre tenía un amigo o un tío medio pasado, y era algo que simplemente se aceptaba. No se nos ocurría decir: “Oh, viejo asqueroso”. Ahora sí lo decimos, y está bien. Me encanta que mi hija no tenga que vivir esas situaciones.

Me hice muy amiga de Claudia Conserva en Fuera de Control (Canal 13). Muy amigas, la quiero harto y sé que también me quiere, pero tampoco tengo una relación tan cotidiana. En esta pega hay periodos de la vida como con los chicos de Casado con Hijos, o la Claudia en Fuera de Control, que uno se ve todos los días y todo el día, y te enteras de toda la vida de la otra persona, los momentos buenos y malos; y después termina el proceso de la obra, película o teleserie, y uno se deja de ver. Uno se mete a otro proceso con otro grupo humano. Por eso dicen que los actos son intensos, y es verdad, porque uno vive relaciones muy intensas. Pero son periodos cortos. Después uno se distancia nuevamente, y hay personas con las que el cariño queda. A la Claudia la quiero mucho, pero no tenemos una relación ni hablamos mucho por WhatsApp. Durante su enfermedad (cáncer) le escribí, pero sería muy cínica decir que viví el proceso con ella. Le escribí cuando me enteré; la “Aranza” (Yankovic) estaba trabajando con ella y era nuestro puente. Encuentro que lo que ella ha pasado, vivido, superado y en la que está, es súper valioso, y el aporte que hace desde su lugar.

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Javiera hablo sobre su relación con Claudia Conserva, que en antaño fue una estrecha amistad. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Quedé en el casting de La ruta del Nilo (TVN) y una de las condiciones era hablar inglés, y yo no hablaba. Ricardo Astorga me invitó a almorzar para que habláramos del programa y me dijo: “Javi, cacho que tu inglés no es tan bueno, y el mío tampoco”. Y le contesté: “Ricardo, te juro que aprenderé”. Me había ido de Canal 13 y no tenía un peso. “Bueno, filo”, pensé, tenía chequera y en un instituto tiré doce cheques para clases particulares, a poto pelado, con un profesor particular; iba de lunes a sábado, de 9 de la mañana a 1 de la tarde, muy intensivo. Como al segundo mes, del instituto me dijeron: “Oye, ¿te gustaría ser rostro del instituto?”. Y yo, como “obvio”. Y me dijeron: “No tenemos plata, pero te vamos a devolver todos los cheques”. ¡Buenísimo! Y estuve en el cartel de la micro un rato largo siendo rostro. Cuando uno da ciertos saltos, y a veces arriesga, pasan esas cosas. Y con mi inglés nos fue bastante bien, y me tocó hacer dos Rutas seguidas.

Cuando hicimos La ruta del Nilo con Astorga, estaba obsesionado con ir a ver a los últimos caníbales. La Ruta siguiente (la de Oceanía) fue en Indonesia, para buscarlos. Una avioneta nos dejó en un punto y teníamos que caminar por la selva como en una película, cinco días. Uno de esos días, de repente, escuchamos: “Ulululú”. “¡Al suelo, al suelo!”, dijo alguien. Nos tiramos y empezaron a caer flechas como en los monos animados, clavándose en los árboles. Después nos explicaron que, si hubieran querido darnos, nos daban; sólo querían asustarnos y dispararon a los árboles. Ser atacada con flechas no estaba en mi menú. En el menú ya vienen ciertos temores: te puede atropellar una micro, que te explote el calefón, un accidente de auto, que el avión se caiga y mil maneras de morir… pero que te disparen flechas en la mitad de la selva, no estaba en las posibilidades. Había ciertas reglas: no mirar a los ojos a quien te apuntaba; lo sentían como un desafío. Llevábamos muchas cosas para intercambiar, porque en la selva la plata no vale: ofrecíamos tabaco, machetes y cosas útiles. Hubo buena onda. Finalmente, llegamos a los caníbales y fue súper loco, porque cada vez que llegaba alguien nuevo, se enojaban y atacaba: “¡Ukalaka!”, gritaban. La palabra para decir “buena onda” era “rumbialo”, y rompimos el hielo; lo repetíamos todo el rato: “rumbialo, rumbialo”. Y cuando llegaba otro a atacarnos, los que ya nos conocían le decían: “Son buena onda, ya los conocimos”. Estuvimos ahí, durmiendo con ellos, tres o cuatro días.

No todo el mundo piensa igual, no todas las culturas son iguales, y hay que tratar de no imponer la cultura de uno. Uno no sabe cómo están formadas sus opiniones: ¿en qué historias? ¿En qué creencias? Esos viajes (en las Rutas) fueron muy importantes porque estuvimos con unas tribus que, por ejemplo, a dormían de día por el calor y en la noche era mucho más fresco para poder conversar, con el típico círculo, el “consejo de ancianos”, donde hablan de su historia. Sus pegas son llevar las vacas a tomar agua, cuatro horas caminando y volver. Y esa misma gente, cuando los sacaban de esos territorios y a veces los mandaban a campos de refugiados, los llevaban a ciudades donde tenían que hacer trabajos de mano de obra, aseo o asistentes de gasfitería; y una de las quejas era que eran muy flojos. Y yo decía: “No es flojera, es que no tienen ese concepto Occidental de levantarse a las 8, ir a trabajar…”. Es una persona cuya cabeza estuvo basada en llevar a la vaca a tomar agua y volver, durante veinte años. ¿Se supone que esa persona ahora querrán agarrar una herramienta? No es un problema de flojera o falta de ganas, es que su mente está concebida de otra manera. Yo llegué allá también con una parada —por la edad— más “ecologista”, y al principio me parecía una crueldad que alimentaran a ciertos animales con otros animales. Ahora entiendo que es parte de muchas culturas y también de su propia cadena alimenticia.

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"Ser atacada con flechas no estaba en mi menú", recuerda Javiera sobre La Ruta de Oceanía. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Viajé por Vietnam, Camboya y China en el 2008. Hacer La Ruta me abrió y voló la cabeza. Iba a viajar con una pareja, pero como terminamos, dije: “Voy a viajar igual”. Incluso, esa pareja —que es una persona que quiero mucho— me dijo: “Oye, pero igual viajemos juntos”, pero no quise. Nunca había viajado sola y, como ya tenía la experiencia de dos Rutas en el cuerpo, dije: “Puedo”. Fui a China, después decidí ir al sur, y ahí me fui a Camboya y a Vietnam. Ahora volví a Camboya ahora en enero con mis hijos y marido, a Angkor Wat (el templo hinduista más grande), porque quería compartir esa lugar con ellos, y la primera vez que fui estaba sola, no había nadie. Ahora estaba repleto.

En esa época Google no estaba tan fuerte y uno viajaba con un libro que se llama Lonely Planet, y buscaba los datos como en una guía de teléfono. Ahí, en un ciudad del sur de China, vi una foto del “estanque del Dragón Rojo”, o algo así, y dije: “Quiero conocerlo”. Fui y era precioso, como un Pucón o San Pedro de Atacama, muy ondero. Yo estaba en el alojamiento que podía pagar, con habitaciones compartidas y muy chiquititas. Pedí una sola, y en la noche se me metió el administrador, un chino, a la pieza y me dijo que “hagamos algo”; y yo le dije: “¿Algo? ¿Cómo que algo?”. “¿Cualquier cosa?”, propuso. Y yo: “No, no, no”. Lo empujé y puse el clóset en la puerta —como en las películas— y me quedé sentada hasta que amaneciera. Mal, peligroso. Me fui en la mañana cuando sentí ruido de gente.

En Camboya, en Angkor Wat, en vez de tomar un taxi tomé un tuk-tuk, que son los autitos. Y el cabro me dijo: “Te cobro y te llevo a los parques”. Y había un parque que quedaba muy lejos, como a 200 km, y me fui con él en una moto chiquita, y yo agarrada atrás (de la moto), porque es súper mal visto agarrarle la cintura al chiquillo; eso no se hace, es como regalarse, tienes que irte agarradita solita atrás, como tres horas, y yo pensaba: “Si me mato acá, ¿quién me encuentra? ¿Quién se entera?”. No había celulares, nada. Fue loco, bonita experiencia, pero fuerte. El de la moto se portó super bien, era mucho más chico, tenía como 20 años; era un amor.

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"Fue loco, bonita experiencia, pero fuerte", recuerda Javiera sobre su viaje en solitario por Asia. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Siento que la Kena (Gómez de Larraín, de Casado con hijos) me da a mí, Javiera, una libertad que no tengo. Soy super compungida; no sé por qué, no tengo religión católica, mi mamá es bien compungida y por ahí debe ser. No voy a censurarme o decir algo para dañar a esa persona, pero sé que voy un poquito con límite, y la Kena no tiene eso; me permite jugar con una franqueza que considero que viene de ella. No la encuentro mala persona, es franca, porque viene del campo. Con los años no me voy pareciendo a ella, pero la voy queriendo y admirando más. Me encanta su libertad en todo: en no complicarse con el cuerpo, los pensamientos ni nada: vivir de una manera bastante libre. Me encanta y yo no tengo eso.

Creo que Fernando Larraín me ama, jaja. Funcionamos mucho como un matrimonio, hacemos muchas pegas y películas juntos, y tenemos una relación de matrimonio. Con el permiso de la Gaby (Olivares), su mujer, y de Diego (Rougier) —quien además también tiene un matrimonio extraño con Larraín, somos como un triángulo—, una mujer que trabajaba en mi casa y la primera vez que llegó, una mañana, miró a Diego saliendo en pijama, me miró y me dijo: “¿Y su esposo?”. Y le contesté: “Este”. Me preguntó: “No, ¿en serio?”. “Sí”, le dije. Se empezó a reír y me dijo: “Es que juraba que su marido era Fernando Larraín”. Nos pasa mucho. Tenemos mucha química profesional. Sé qué tipo de mujer le puede gustar a Fernando; si pasa alguien, y la encuentra bonita, lo sé, y a él le pasa lo mismo conmigo. Funcionamos en ese ámbito, nunca hemos tenido el rollo (amoroso). Todo lo contrario: en algunos momentos de crisis de él o míos, o en algunas peleas y discusiones, somos súper partners para escucharnos y salir a almorzar. Somos bien confidentes.

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"Somos súper partners para escucharnos y salir a almorzar", dice Javiera sobre su amistad con Fernando Larraín. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Con Diego Rougier (director y su marido) éramos mucho de (de relacionarnos desde) la pega, y si a mí me hubieran preguntado: “¿Quién te gusta de tu trabajo? Estás obligada a que alguien te guste”, creo que habría dicho: “Fernando Larraín”. Pero me acuerdo de que Gustavo Becerra me dijo: “Creo que tenís ene química con Diego”. Y yo: “¿Diego?”. Teníamos una cosa muy creativa, en el fondo de las tallas y chistes, de ocurrencias para el propio programa.

Me gusta mucho dirigir y no puedo evitar que se me ocurran cosas no sólo para mí, sino para todos, y trato de proponerlas. Cuando terminó Casado con hijos, con Diego armamos una productora porque teníamos muchas ganas de seguir creativamente. Teníamos la idea de una película, pero como no teníamos la plata ni nada, y no sabíamos el mundo del cine, nos metimos primero a hacer cortometrajes. Ambos vivimos nuestras propias vicisitudes; Diego se separó de su mujer, yo me separé de mi pareja, me fui a China sola y después empezamos con los cortometrajes. Nos invitaban a distintos festivales y empezamos a viajar juntos. En uno fuimos a un festival en Machu Picchu, y una noche, conversando —cada uno tenía su pieza—, nos tomamos unos vinos en el Cusco, con la puna. No me aguanté, una cosa llevó a la otra, despertamos juntos y nunca más nos separamos. Apunados, pero no arrepentidos: vamos a cumplir quince años.

Con Diego nos conocimos trabajando. Nuestra casa es un espacio creativo siempre. Cuando empiezan las ideas de las películas (como Desconectados 1 y 2), los guionistas van a la casa y me encanta que sea un espacio donde la creación está presente. Si hay que poner casa para los ensayos de teatro, mi casa siempre está disponible. Si estamos acostados, Diego me dice: “Oye, ¿y si hacemos esto?”. Nos reímos y esa complicidad no la hemos perdido, tiene mucho que ver con el humor, con nuestro trabajo juntos, porque Diego también hace sus cosas y yo las mías. Pero el trabajo en conjunto siempre tiende a la comedia, es inevitable. Y yo necesito la opinión de Diego, es una mirada que me hace bien; y Diego lo mismo conmigo. Hemos hecho teatro, película y de todo juntos.

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"Nuestra casa es un espacio creativo siempre", reflexiona sobre su relación con Diego Rougier. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Mi etapa más extenuante han sido los matinales (Mucho gusto y Muy buenos días). Son una locura porque son cinco horas al aire, en vivo. Hay que llegar muy temprano y te cambia mucho la vida. Igual, cuando hice matinales, que fueron cinco años en total, no cambié tanto mi vida: no dejaba de ir al cine y de tener comidas con los amigos, entonces me acostaba a la 1 y me levantaba a las 5. Me llevó a dormir menos y empezó a afectar. Y vengo del mundo del teatro; la pega de matinal es más periodística. Lo encontraba súper monótono, era como “El día de la marmota”. Marzo: colegio, mochila, la liebre, el seguro; abril, Semana Santa, los pescados, el Mercado Central; septiembre, las alergias, 18 de septiembre, el doctor de las alergias… Todos los años igual, un loop eterno. Da una disciplina, porque hay que estar alerta, pasan cosas en un minuto; es súper buena escuela de tele: muela entremedio, que te están diciendo “¡que el doctor hable!”, “¡sácalo que está fome!” o “¡pero apúralo, nos estamos muriendo (en el rating)!”.

No volvería a un matinal. Me han ofrecido muchas veces, muchas; la última vez hace dos años. Es divertido porque me han ofrecido y digo: “No”. “Pero Javiera, ni siquiera hemos hablado”, me responden. “Es que esta conversación ya me estresó”, contesto, por la sola la proyección en mi cabeza de estar levantándome temprano y no ir a las actividades del colegio de los niños; y también, en cinco horas, alguna huevada vas a decir, y los programas o las redes sociales van a pescar esa frase desubicada y se armó todo. Esa exposición prefiero que no.

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"Me han ofrecido muchas veces", asegura Javiera sobre volver a un matinal. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Antes del stand up, en el 2018, nunca hablaba desde mí, siempre hacía algo con peluca, con personajes. Hacía como una especie de “stand-up”, con el formato del stand-up, pero desde otra persona. Y cuando empecé a hacerlo, sobre todo cuando fui a mi “Viña bueno” (2020, ganó gaviotas de Oro y Plata), jajaja, hablé desde mi maternidad, de mis cosas, de mí; la gente lo recibió muy bien. Es muy liberador reírse de tus hijos, de los suegros, de las tías del colegio y de los amigos; pero no para liquidarlos ni cancelarlos, sino desde el humor. Expresarse me parece súper liberador. Uno pueda tener un espacio para hablar de los hijos sin que sea terrible. Me parece que está bueno.

¿Sigue el estigma en el mundo teatral hacia la comedia? Siento que las personas se han dado cuenta de que ser comediante es super difícil. Una vez entrevisté a Alfredo Castro para la radio y hablaba de sus personajes icónicos de comedia. Decía que tenía la sensación de que había visto actores de comedia haciendo muy bien roles “serios”, más que actores “dramáticos” haciendo comedias; no siempre resulta. Jim Carrey cuando hizo Eterno resplandor de una mente sin recuerdos… Pero estaba ese estigma de que la comedia era un “género menor”. Creo que todavía existe. Por ejemplo, llevándolo al cine, que una comedia sea nominada a un Oscar es muy raro, ganan en otras cosas, en esos premios de consuelo como Diseño y Producción, siendo que después los que animan (la ceremonia) son puros comediantes, desde Billy Crystal a Jimmy Kimmel.

Con la comedia puedes hablar de temas de manera mucho más amable. Pasó con la época de la pandemia —que mucha gente lo ha dicho— que el humor se transformó en una válvula de escape, de descomprimir. Evidentemente, si eres una de esas personas que está pasando una situación (complicada), no te causará humor, y también es natural que así sea. Es parte del humor saber que a veces a alguien le puede molestar. Y es la vida. Obviamente si alguien cuenta un chiste de funeral y vengo de un funeral, a lo mejor me río, o me hace pasar una rabia espantosa. Son sentimientos humanos.

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"Las personas se han dado cuenta de que ser comediante es super difícil", analiza Javiera. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Pecados digitales (Mega, 2021) creo que fue un súper error hacerlo, o un error mutuo: yo por aceptarlo y ellos por elegirme, porque les dije: “Ojo que yo no le voy a decir algo (mala onda) a alguien por muy farandulero que sea”. Ellos me explicaban que esa persona quería estar ahí. “Sí, pero no quiero preguntarle algo que lo haga sentir incómodo”, insistí. No soy la persona adecuada; hay que tener a alguien que pregunte, y hay gente talentosa y que le encanta. Hicimos un mix muy malo. Nunca cuajó. Si me hubieran dicho: “Acá hay un programa de farándula dura”, no lo hago nomás; pero me dijeron: “No es de farándula, es como de humor”. Ese mix hizo que no tuviera identidad. Fue una responsabilidad compartida, porque ellos no querían hacer directamente farándula, y yo tampoco; pero, al mismo tiempo, los temas más calientes eran faranduleros.

Siento que Viña 2024 fue una seguidilla de malas circunstancias… ¿Estuvo fome? Sí. La rutina estuvo muy fome. Pero estuvo muy fome porque yo no tuve la capacidad de enfrentar esa situación con humor; era una pifiadera. Para mí estaba imposible, seguramente hay gente que sí, pero yo no. Y ese es el aprendizaje también, porque uno se pregunta: “¿Por qué fui de nuevo? Podría no haber ido, obvio, pero eso lo digo ahora. Pero si me hubiera ido bien, habría sido hermoso, porque Viña es muy bonito cuando te va bien; lo viví, lo que sucede a nivel de energía, la gente y todo. Ahora, con lo que me pasó, que fue un muy mal paso, me dio una cosa súper rara que ojalá les haya pasado a todos los que han tenido malos pasos: esa misma noche, al día siguiente en la mañana, (me llegó) una cantidad de cariño de la gente. Pero de verdad. Desde la conferencia de prensa, esa misma noche, con los chiquillos gritando “¡Javi!”, como “gracias”, fue súper loco.

Fue un momento súper delirante. La gente al final pedía “gaviota” y yo decía: “No, no, no”. Sabía que lo que había pasado estaba súper mal, lo tengo claro. Pero es muy bonito lo que me ha pasado de recibir lo que uno ha construido en términos de cariño, porque es bien incondicional e irracional el cariño. El viernes siguiente mi cabeza estaba muy agobiada de la vida y fui al cerro. Mi hijo chico me dijo: “Mamá, te quiero acompañar”. Lindo él, era su manera de apoyar. Entré por las Aguas de Ramón (La Reina), llegamos y los chiquillos me dicen: “Javi, pasa, no pagues”. Y así en todos los lugares. Al principio me hacía llorar, era como “hola”, me abrazaban y me decían: “puta, qué mala suerte”. Hay un “haterismo” que es natural, pero lo que más me emociona es que en general la gente no se queda con que lo hice mal o bien: se queda con que lo pasé tan mal y la gente lo pasó tan mal conmigo, y que fue un momento incómodo; ene gente me dijo eso, hasta periodistas. Como que el morbo quedó atrás. Así es Viña, es un riesgo que se corre y lo que pasó, pasó y ya está.

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"Así es Viña, es un riesgo que se corre y lo que pasó, pasó y ya está", concluye Javiera. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Mis hijos (Mila y Theo) llevaron mucho mejor lo de Viña, porque uno se cuestiona ene cosas: “¿Por qué? ¿Qué es lo que pasó?”. Y siento que pasaron muchas cosas, además, desde la producción. Pero también empiezo ahora a ver que lo que pasó, pasó. Mala suerte. Mal yo también, por supuesto, sobre todo. Y ya está, y hay que seguir. No es un tema censurado, hablo, pero, por favor, la gente te dice “supéralo”. Sí, pero superémoslo todos.

Por supuesto que Viña me dejó lecciones. Creo que el humor que hago, quizás, normalmente no es para festivales; o quizás puede que sea la rutina. Pero parece que el nivel de cortisol de un festival no me lo banco; hay que estar relajado para que salga divertido, y parece que no soy así, parece que no voy a estar relajada nunca. También uno debe tener “baterías”, los chistes cortos. Pero también depende de dónde y cuándo uno va. He hecho evaluaciones súper matemáticas y profesionales.

En el 2018 partí haciendo stand up, es poco tiempo, pero hubo años en que casi sólo me dediqué al stand up. El año pasado, seguramente por lo de Viña influyó, lo dejé bastante de lado… Ahora lo paso bien en mi show, pero todavía chiquitito. Jamás podría pisar otro escenario tan importante, porque todavía me falta ene. No es que uno lo pueda hacer los fines de semana: tienes que dedicarte. Ahora voy a la actuación, tengo las energías más repartidas; pero no quiero dejarlo, para nada.

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"Tengo las energías más repartidas; pero no quiero dejarlo, para nada", declara Javiera sobre el stand up comedy. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

La rutina de Viña la boté… es que tengo como estrés postraumático. Es terrible porque no era pésima. La ejecuté muy mal, pero la gente que la vio la gozó; la mostré dos años. Uno va al Festival a matar esa rutina. No daba para repetirla, pero se perdieron muchas cosas que ni siquiera alcancé a decir y muchas las dije muy mal; entonces, nada, los gajes del oficio.

No sé si volvería a Viña, pero es más un no, sobre todo porque siento que el humor tiene mucho que ver con el placer al realizarlo, y más que el escenario en sí, el nivel de exposición de la prensa y redes sociales, lo que dicen y no dicen, y que te hagan bolsa y que te quieran tanto que después te hagan bolsa, todo eso me es mucho más agotador anímicamente que el show en sí. Hay que estar preparado para eso, y siento que ya no estoy tan preparada emocionalmente.

Vi el show de George Harris, porque me ha salido mucho en Instagram. Tengo sentimientos encontrados. Siento que su reacción estuvo mal; pero siento también que a los nos ha ido mal no podemos encontrar fome a nadie; pierdo un poco de autoridad. Pero obviamente sentí que es una mezcla de factores; o sea, picarse… el que se pica pierde, es ley universal de la vida. Pero también siento que había una animadversión previa, y desde el Festival dicen: “No, nada que ver”; pero siento que lo pusieron un poquito para que eso pasara.

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"Tengo sentimientos encontrados", reflexiona Javiera sobre la rutina de George Harris. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Antes de Tóxicas con la Natalia Valdebenito teníamos muy buena onda, pero nunca habíamos trabajado. La entrevisté —hace mil años— en la radio y ella me invitó a su show de stand up. La fui a ver y dije “obvio que tiene que ir a Viña, está demasiado bueno”, y ella ya tenía cerrado ir. Hicimos buena onda y después nos encontramos en la vida, un par de veces, pero cosas super profesionales. Ahora cuando nos convocaron a trabajar con la Karol Blum fue como “¡ehh!” y los ensayos son muy divertidos. Estamos ensayando muy intensamente porque tenemos poco tiempo antes del estreno, pero ha sido choro. Nunca había trabajado con ellas y ha sido super entretenido. Somos muy disparás, todas comediantes, entonces la pobre directora (Carla Zúñiga) tiene que estar como “ya, chiquillas, no se vayan al chancho…”.

Han estado súper bonitos los ensayos de Tóxicas. Valdebenito como actriz, juega. La Karol es super versátil y la Nata tiene mucho oficio de comedia y mucha disposición. Al principio una no se atreve a decir una idea y ahora la directora es como “dime todo” y lo va incorporando. Hay gente que le gusta que el director nomás les diga; pero como acá hay temas de humor y ambas tenemos harto oficio, la directora también está super dispuesta: “¿Quieren jugar? Denle”.

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"Estamos ensayando muy intensamente porque tenemos poco tiempo antes del estreno", dice Javiera sobre Tóxicas. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Soy muy poco celosa. No veo la maldad donde no la hay. No es que nunca haya sentido celos, los he tenido, pero cuando los he tenido, siempre he tenido razón. He sido testigo de muchas relaciones en que las peleas son muy intensas y luego las reconciliaciones también. Nunca en mi fase de pareja he pasado por eso; no peleo, muy poco. Pero tuve que aprender a discutir, porque tenía lo de casi no pelear para no tener conflicto, quedarme callada. Esa también tiene su lado de toxicidad, pero con uno mismo; te vas guardando las cosas y, de repente, le dices al otro: “Ya, me quiero separar”, porque uno ya lo procesó sola, y el otro queda como: “¿Pero en qué minuto? ¿Por qué no me dijiste?”. Un par de veces me pasó. En mi primer matrimonio éramos muy chicos, pero fui muy poco de hablar las cosas. Si uno se lleva mal con uno, es muy difícil; creo que es muy tóxico hacer cargar a la otra persona con, por ejemplo, tus frustraciones. Es injusto que trate de hacer cargo al otro de mi felicidad.

Soy feliz sola y siempre lo he intentado. Ahora tengo una relación muy estable hace muchos años; si les preguntara a mis hijos si nos han visto pelear, creo que dirán que no, o una vez, una discusión, así como del auto, pero muy poco. Vi a mi mamá pasarlo muy mal en alguna relación y pelear mucho, y de niña fui testigo de papás peleando heavy, y obviamente no quiero repetirlo. Siento que mi madre tuvo la suficiente inteligencia para ayudarme a elegir un camino donde no repitiera el modelo. Me parece que las relaciones son para sacar una mejor versión de ti, que lo pases bien y que estemos los dos felices; si no, no tiene tanto sentido.

Me falta liberarme de tratarme mal con mi cuerpo, de dejar de ir a la playa para no usar traje de baño, que es un nivel de toxicidad con uno mismo. Hay mucha gente en el país que me reconoce y me va a decir: “Ay, que está gordita la Contador”. No quiero pasar por esos comentarios. Me encantaría que me diera lo mismo. Soy una mujer grande, en los 50, lo intento, pero me falta liberarme de las culpas. Me costó mucho aprender a decir “no”; podía estar reventada, pero me preguntaban “oye, ¿podís venir?”, y yo “sí, sí”. Tu voz interior te dice que “no”, pero también quieres quedar bien. Al final, ¿cuánto es por ti o cuánto es para que no digan que una es “mala persona”?

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"Soy una mujer grande, en los 50, pero me falta liberarme de las culpas", analiza Javiera. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Cumplí 50, pero me quito un año desde hace mucho y lo tengo tan incorporado que mis amigas se ríen, porque además lo cuento. Ya los cumplí el año pasado, pero no los celebré porque no los sentí. Me dicen: “¿Para qué te quitas un año? Quítate cinco”. No sé, lo tengo súper incorporado… Lo único que siento es que, si ya viviste 50 años, viviste caleta. Me cuesta mucho explicarlo, porque cuando chica y tenía 20, me juntaba con personas de 40, y decía en mi interior: “¿Estos creen que tienen la misma edad que yo?”. Bueno, soy esa otra persona ahora, estoy del otro lado. Lo que dicen todos los viejos: “Uno se siente súper joven por dentro”. Como que no ha pasado tanto la vida; pero, claro, las rodillas no son las mismas y uno va mucho más al doctor. Tampoco te queda tanta energía, no como para subir el cerro todos los días; ojalá que sí, pero esas cuestiones ahora las tengo más presentes. En términos de pega, uno sigue funcionando más o menos igual. Es más placentero; a los 30 o 40, uno es mucho más conflictivo, pero con los años uno se relaja bastante: obviamente quiero ser más flaca, pero sé que no es tan terrible si no; sé que nadie me contrata por mi cuerpo, lo tengo súper claro. Me da como un relajo, para bajar la intensidad de la vida. Noto que estoy más relajada.

Tengo pésima relación con el peso. Quiero ser la más flaca del mundo desde hace treinta años, y ya no lo logré pero mi cabeza, todavía acomplejada, sigue pensando que seré súper flaca en algún minuto. Lo digo con humor, pero igual es terrible porque es verdad: hablo con mis amigas de que “fulanito bajó de peso” y todas sabemos que nos da un poco de envidia, y me parece terrible. Funciono más desde el humor que de lo dramático, pero sí es dramático que me cueste mucho llevarme bien con mi cuerpo. Además, me gusta comer, tomo vino y todo. He descubierto que necesito hacer más deporte, subo el cerro y hago trekking, y me encanta. Es la forma que he encontrado para llevar una vida con los placeres de la comida. Estaba mucho más gordita y es incómodo para trabajar, al menos para mí, saltar en el escenario…

En la comedia, o yo por lo menos, necesito también cierta liviandad; porque hay muy buenos comediantes que no tienen un cuerpo tan estereotipado. Quizás por este complejo, por esta cosa en mi cabeza, siento que funciono mejor si me puedo mover mejor. Soy de las que ha pagado el gimnasio todo el año y no va nunca. Pagué tres meses para hacer danza y bajar de peso mirando la tele, lo hice dos veces, es entretenido, pero sé que no lo haré nunca más. En mi cabeza todavía habita esa persona adolescente —medio infantil— que jura que en cualquier minuto… ¡pum!: súper flaca.

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"Soy de las que ha pagado el gimnasio todo el año y no va nunca", sincera Javiera. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Tengo una alopecia genética. Es un tema, pero tengo un remedio que me recetó la doctora. Es un medicamento que sólo puedes tomar si ya no vas a tener más hijos, porque tiene muchas contraindicaciones; por ejemplo, no puedo donar sangre. La alopecia femenina se ha vuelto más común, pero en mi familia casi todas las mujeres la tenemos. Lo importante es tratarla a tiempo, porque a veces no es sólo que se te caiga el pelo, sino que se debilita tanto que parece que una estuviera pelada, cuando en realidad el cabello está demasiado ralo. Afortunadamente, ahora lo tengo bastante más controlado. La medicina avanza muchísimo; confío en que en unos años encontraremos una mejor solución.

En redes sociales uno tiende a prejuzgar sin tener idea de nada. Dices una frase desafortunada —que he dicho muchas— y te hacen bolsa sin detenerse a ver al otro y pensar: “Ya, ¿es solo una frase desafortunada? ¿O quizás ese pensamiento tiene relación con una historia personal?”. En ese sentido, hay muy pocas ganas de escuchar al otro. Nadie se escucha.

Me mata el humor en las redes sociales. El algoritmo me tira puros comentarios de cosas que jamás diría públicamente, pero que me hacen reír. En las redes hay mucho humor bueno. Lo único que no entiendo es por qué queremos hacer sentir tan mal a otra persona: el hate. No es lo mismo decir en mi casa que alguien me cae mal a sentarme a escribirle directamente: “Eres lo peor”. No logro entender de dónde surge esa rabia, esa necesidad de escribirle a alguien con el único objetivo de hacerlo sentir una basura. Me parece que es algo bastante chileno. El año pasado en alguna parte leí un estudio que decía que Chile es el tercer país en violencia digital en el mundo. Eso habla súper mal de nosotros. La gente siempre dice que “son unos reprimidos”, pero me da pena. Es innecesario. Puedo no gustarte mi trabajo, pero de ahí a que tengas que humillarme, no está bien. Las redes son importantes, sirven para difundir y para el humor, en todo sentido; pero hay límites.

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"Puedo no gustarte mi trabajo, pero de ahí a que tengas que humillarme, no está bien", declara Javiera. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Vivir la vida menos metida en el cahuín me da más tranquilidad. También siento que me debería importar mucho menos si dicen, hablan o no. Tengo que vencer eso. Tengo mucho más cuero de chancho para las redes sociales, pero igual me afecta. Entonces, si sabes que te afecta, exponte menos. Pero mi pega es expuesta, y hago teatro, tele y todo para que la gente lo vea. Me gusta más lo que hago, y lo sigo haciendo, pero trato de no tener niveles altos de exposición gratuita. Si puedo evitarlo, bien; si no puedo, filo.

Mentiría si dijera que no consumo farándula, porque uno consume, hay un interés innato. Hay momentos en que encuentro que ya es mucho, demasiado, que hay cosas que uno no debería ver en la tele, que es demasiado patético y mucha exposición. También es un consenso entre adultos: gente que mira y gente que quiere exponerse de esa manera… Si fuera Presidenta, no sé si la defendería, jajaja, pero no creo en la censura… No tengo un análisis tan claro. Hay una cuestión que no la tengo solucionada.

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"Mentiría si dijera que no consumo farándula", admite Javiera. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Sobre la intervención de Gonzalo Valenzuela en los Premios Caleuche (en defensa de Roberto Farías), los actores son personas que trabajan con las emociones y son muy emocionales. Entiendo el lugar desde donde se movió Gonzalo, y uno podrá debatir si era el lugar (correcto) o no, pero sucedió nomás. En reuniones de actores no televisadas pasan cosas mucho peores y fuertes. Acá tuvo un impacto mediático que lo engrandeció demasiado. Fue mucho más complicado y complejo lo que pasó después, con ciertos medios tomando algunas cosas, abusando de ciertas mujeres puntualmente. Siento que eso lo transformó mucho. La situación se complicó mucho más de lo que fue en sí misma. Fue una reacción visceral (de Gonzalo), quizás en un lugar no adecuado, pero sucedió y no creo que lo haya pensado; yo estaba ahí (de presentadora) y sé que no lo pensó, fue totalmente espontáneo. Siento que el eco que tuvo fue mucho más grande que la situación en sí.

El debate que generó Gonzalo (Valenzuela) quedó medio truncado porque hubo que tomar partido. Yo soy amiga de Gonzalo y al día siguiente hablamos, de hecho. Pero cuando él estaba hablando, yo estaba mirando hacia abajo porque pensaba: “A lo mejor alguien va a contestarle”; puede ser, porque son actores y actrices. Estaba pendiente de eso. No le negaría a nadie el derecho a hablar. Me parece que, si hay un espacio, lo doy; no soy la dueña. Y como miré hacia abajo, después en Twitter (hoy X) empezaron: “Se nota en su lenguaje no verbal que está metida (en la funa)” u “Obvio que estaba hablando de ella”. Me tuve que empezar a defender. ¿Qué tengo que ver yo? Lo que pasó trascendió el debate, lamentablemente, porque era una conversación interesante sobre cancelaciones, funas y espacios. Toda esa conversación quedó en segundo plano y se transformó en un asunto de “¿Quién fue? ¿Quién no fue?”. Respeto mucho a mis colegas y los quiero. Hubiera sido Gonzalo u otra persona, es su espacio y no soy quién para quitárselo.

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"La situación se complicó mucho más de lo que fue en sí misma", analiza Javiera sobre la intervención de Gonzalo Valenzuela en los Caleuche. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

“La maternidad me dio un nuevo margen de temores”, he dicho. Morir es el number one. Siento que no me puedo morir. Hasta que mis hijos tengan 40, no me voy. Segundo, cosas como que sean felices y buenas personas… Me gustan las series bélicas y ahora estoy viendo una de un francotirador, y digo: “Claro, un espía así no puede tener hijos porque uno se pone muy vulnerable”. No tengo posibilidad, porque si me dicen que está en juego la salud, la vida o algo de mis hijos, me tienen: hago lo que me digan. No es tan bueno, pero es así. Si quieres ser un buen asesino, no puedes tener hijos.

He tratado de transmitirles a mis hijos que uno anda con “la casa puesta”, que que la casa, finalmente, está en uno, y que lo pasen bien en cualquier parte. Si me invitan a un hotel, voy feliz, lo paso chancho; pero si me invitan a una carpa en un lago, voy feliz también. Ser feliz no está tanto en el lugar, sino en tu disposición a pasarlo bien, que lo transforma en una aventura. Hemos estado en lugares peligrosos y no pasa nada, está bien, ¿un par de ratones?, ya, sí, vamos, estamos juntos. Eso me lo dio esta infancia de mucho cambio, viajera y de disfrutar. La vida, al final, es corta; se ve larga, pero es corta. No tiene ningún sentido que uno la pase mal; va a tener dolor, pena, penas de amor, problemas profesionales y situaciones muy duras, entonces concéntrate en lo otro, en pasarlo bien, disfrutarlo, hacerlo entretenido.

En mi familia los cuatro hemos tenido que aprender a tener más paciencia. Diego, como es argentino, tiene eso de decir las cosas, y está bueno. Yo tengo harta paciencia, pero soy súper mala profesora: “¡Entiende, po!”. Y mis hijos la han ido desarrollando. Cuando mis hijos eran más chicos, obviamente la controlaban menos, pero ahora que están más grandes, diría que los dos tienen bastante más paciencia. Sobre todo, ahora que viajamos, que hicimos un viaje muy largo los cuatro, de seis semanas, tres días por país, muchos aeropuertos, muchas policías internacionales, muchas maletas, mucho que “el auto se va”, muchos metros y distintos idiomas, durmiendo los cuatro juntos en la misma pieza durante 40 días. Crecimos mucho en términos de paciencia. Aprendimos a respirar. Mi visión, y se la digo a mis hijos: “No te estoy diciendo que no seas malgenio, te estoy diciendo que asumas que estás de malgenio”. Sólo el hecho de que lo pienses te permite razonar y entender que no estás tan bien. Y trato de reconocerlo en mí.

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"Siento que no me puedo morir", comenta los cambios vitales por la maternidad. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Soy muy desordenada con la plata. Soy una muy mala rica y muy buena pobre. Si no hay plata, no hay plata y listo, bueno; pero si hay plata… Ahora me he ordenado un poco más. En la pandemia me obligué; hay hartas deudas, y ahora tengo unos ahorritos por ahí, pensando también en una vejez, en una posible jubilación con los huevos en distintas canastas… Diego es mucho más ordenado, y creo que es millonario y no me dice, jaja. Además tiene el trauma del “corralito” (medida económica que limitó el retiro de efectivo de los bancos en Argentina en el 2001): tenía mucha plata y se quedó sin. Para él fue un gran paso pasar de (guardar la plata bajo el) colchón al banco, cuando cachó que la economía en Chile era mucho más estable. Él me ha ayudado a ordenarme. Pero igual soy la loca que ve que... ¡bajaron los pasajes!

Me robaron el teléfono dos veces este año. Me sacaron como dos palos y medio de la tarjeta, pero me lo devolvió el banco. Un buen dato para la gente: lo primero que hicieron —que fue super loco— es que me cambiaron la Clave Única. Cuando se quedan con el celular abierto, se quedan con tu vida, porque uno tiene el mail; y cuando uno quiere cambiar la clave, las coordenadas te llegan al mail y al teléfono. Me costó mucho recuperar todo, pero me sorprendió lo de la Clave Única, porque no sabía que —según me contó gente de ciberseguridad— lo que hacen es copiar tus antecedentes y lo ocupan para pedir créditos y cosas.

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"Soy una muy mala rica y muy buena pobre", admite Javiera sobre su manejo financiero. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

El 2024 fue un año súper bonito. Partió difícil con Viña, pero después protagonicé una película que sale ahora (Desordenados 2) y luego una serie, muy bonita, de la cual todavía no puedo hablar, y me tocó ser la protagonista. Estuve todo el año actuando y me encanta. Me gustaría hacer mucho más: actuar más, hacer más series, películas, y armar un stand-up con más tiempo y más pensado. Este año iba a sacar un show nuevo, pero estoy recién probando material, escribiendo. Me gusta mucho mi trabajo, pero también me encanta viajar. Me tocó hacer un show en Barcelona el año pasado, y ahí uno se cree la mejor, jajaja; había muchos chilenos que fueron de otros lugares de España, incluso familias, parejas y gente de todas las edades. Fue muy entretenido. Me encantaría viajar haciendo humor por el mundo.

Cuestionario Pop

Si no hubiera sido actriz me hubiera gustado ser arqueóloga.

En mi época universitaria en la U. Católica, si ahora tengo pilas, antes tenía el triple. Era mucho más ansiosa que ahora, buscando pega y castings, pensando en posibilidades. Trabajaba de payasito para pagar la universidad, entonces era muy busquilla; pero sobre todo muy inagotable, y agotadora seguramente.

¿Un apodo? Siempre me gustó Javi. Y después cuando salió “Habibi”, de las teleseries turcas, “Javivi”. Además es lindo porque quiere decir como “querida”. Entonces cuando me dicen “Javivi” me cae bien.

Tengo dos sueños grandes pendientes, uno por supuesto es ganar un Oscar, y el otro es hacer un capítulo de Saturday Night Live. Moriría por sentir eso.

Una cábala es que tengo un rito con mi amiga. La Aranzazú ve el tarot, (prende una) velita y ayuda a concentrarse, a tirar buenas energías. Antes de eventos importantes siempre paso por ese rito.

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Javiera contador asegura que un sueño pendiente es ganar un Oscar. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Una frase favorita es: “Mañana será un gran día”. Se la digo a mis hijos todas las noches, hasta el día de hoy. También me gusta mucho el “vo dale”.

Un trabajo mío que no se conoce es que fui mimo en supermercados, promotora y payasito, muchos años. Fui garzona y vendedora en tiendas de ropa.

Con mi primer sueldo importante pagué el crédito universitario.

¿Amigos en la tele? Los “Casado con hijos”: Fernando Larraín, Fernando Godoy y Dayana Amigo. Y tengo gente que quiero harto, que me llevo muy bien y que si las veo es como un cariño: Pancho Saavedra, (José Miguel) Viñuela, con la Mari Godoy almuerzo, y Virginia Demaría, es muy amiga mía. De las actrices, la Aranzazú y Claudita Pérez.

Una actriz que admiro es la Cate Blanchett. La amo, estoy como enamorada de ella. Siempre es linda, pero además actúa tan bien.

Un pasatiempo oculto es que, en un momento, me dediqué a la fotografía. Cuando empecé las Rutas, hice una exposición y todo, me gusta eso.

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"Mañana será un gran día”, esa una frase que Javiera repite seguido. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

¿Una película que me hace llorar? Estoy tan llorona. La última con la que lloré mucho: Wild Robot, y la volví a ver, y volví a llorar. Soy muy llorona.

Me arrepiento de no haber aprendido a bailar breakdance. Es uno de mis sueños frustrados y creo que, si hubiera aprendido más joven, o me hubiera dedicado más a la danza, bailaría mejor. A esta edad uno puede, pero ya no es tan ágil el cuerpo. Juro que hubiera sido buena en breakdance; me hubiera encantado… y hacer freestyle.

¿Un miedo? Suena medio rebuscado, pero le tengo mucho miedo a volverme más temerosa, por ejemplo, a las turbulencias. He viajado mucho últimamente con los niños, y siento que con la edad uno va se poniendo más temerosa; salir a la calle incluso, porque te bombardean con la delincuencia. Qué fome no querer salir porque te puede pasar algo, o no sacar a los niños. Siento que uno tiene que arriesgarse. Transformarme en esa persona temerosa es algo contra lo que lucho.

¿Creo en el horóscopo? Creo en todo. Soy muy creyente, pero al mismo tiempo en nada tan en serio. Creo en los ángeles y en la Virgen del Carmen. Pero también me pasa por la experiencia; estuve en la fiesta de La Tirana una semana completa haciendo un programa que se llamaba La Liga; entonces, conviví con la gente allá, me tocó estar en la procesión y elegir la ropita a la Virgen con el grupo de mujeres que se dedican a eso. Sentí que era tal el nivel de profundidad de esa devoción, que tengo mi Virgencita del Carmen. También me pasó en India, y tengo mi Budita… Cuando me dicen: “Ay no, estamos en Mercurio retrógrado”, yo contesto: “Ay, sí, toda la razón”. O, cuando estoy sensible, es por la Luna.

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"Transformarme en una persona temerosa es algo contra lo que lucho", declara Javiera. FOTO PABLO VÁSQUEZ R / LA CUARTA

Si pudiera tener un superpoder sería la teletransportación para poder viajar a cualquier parte. Igual la invisibilidad, también me gusta.

Un placer culpable, lamentablemente, es el vino; y los documentales de homicidios: CSI Miami, "Las Vegas", "Nueva York", y si están dando Criminal Minds me quedo pegadísima

Si pudiera invitar a tres famosos de la Historia a un asado, una sería Cate Blanchett, que sé que le voy a caer bien, vamos a ser grandes amigas; a la Meryl Streep; y a Paul Rudd.

Javiera Contador es una mujer que quiere reírse el mayor tiempo posible, y que la gente que está alrededor de ella también se ría.

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