La Firme con Leo Rey: “Antes era mujeriego, me portaba mal, aproveché la fama al máximo y me llegó el tirón de oreja”

28 Agosto 2023 Entrevista a Leo Rey, cantante. Foto: Andres Perez

En medio de una infancia “gitana”, Cecil Leiva fantaseaba con ser artista. Pero rodeado de carencias, la senda era difícil. La exvoz de La Noche hace un repaso por su historia tan íntimo como musical, recuerda sus aciertos, carencias, errores, triunfos, metidas de pata y su peak de fama. También habla de su presente solista y temas pendientes.

Arriba, a pocas cuadras de La Moneda, en una concurrida esquina, Cecil Leiva (43) tiene su departamento junto a su esposa, Eliana Cazares, y sus dos hijos en común. Pero también, en una pieza oscura y aislada del tumulto del centro de Santiago, tiene su estudio él, quien ha dedicado toda su vida a moldearse como Leo Rey. En aquel espacio en penumbra, ambos, la persona y el personaje, se convierten en uno sólo.

El popular cantante tropical está frente a su equipo de grabación, con la pantalla que le ilumina la cara, mientras prepara un disco de covers de figuras como Raffaella Carrà o Diego Torres. Está concentrado. Hace poco sacó una reversión de “Estrechez de corazón”, a modo de homenaje para Jorge González. También, ahora lanza “Sigue la cumbia” junto a Américo, canción basada en hechos reales… al menos en su génesis.

Es una faceta en que el cumbiero quiere profundizar: la autobiográfica, de hecho, durante el 2022 sacó “Eva”, inspirada en una polola que le fue infiel con una amiga suya… Esa es apenas una anécdota en la historia de Leo Rey, quien tuvo una infancia “gitana”, de carencias y algunos maltratos. Pero tenía una convicción: ser artista. ¿Su inspiración? Luis Miguel. ¿El obstáculo? La senda cuesta arriba, por muchas razones. Sin embargo, siempre tuvo claro su objetivo —asegura—, y supo abrir las “puertas” que el destino le puso. Por supuesto, los tropiezos y metidas de pata no han faltado, sobre todo tras saltar a la fama con La Noche, grupo que lo marca hasta el presente y, acaso, hacia el futuro. Acá, su historia.

LA FIRME CON LEO REY

Mi primer recuerdo es de marzo de 1985. Yo tenía cinco años, estaba en La Calera, la Quinta Región. Andaba jugando ahí. Con mi papá teníamos los taca-tacas y, como los juegos funcionan de noche, en el día aprovechaba de ser niño. Andaba con una motito a pedales, como una bicicleta, y me pilló el terremoto en medio de la plaza, prácticamente solo. Me asusté mucho. De los cerros se caían piedras y se levantó mucho polvo.

Me crié con mi papá, Óscar Leiva, de chiquitito en la calle, como gitano, sin ninguna comodidad; tampoco nunca fui al colegio. Aprendí a escribir solo, con lo que me enseñaba mi papá, lo básico. Como había que atender los taca-tacas y dar vuelto, igual fui aprendiendo lo básico de matemáticas. Nos cambiábamos todos los meses de ciudad; de Limache nos íbamos a Villa Alemana, y de ahí a Quilpué, La Calera, Quillota... Yo era la mano derecha de mi padre en los juegos, éramos los dos nomás, lo ayudaba a hacer todas las cosas.

Los primeros pasos del cantante tropical fueron en torno a la cultura gitana. Foto: Andres Perez

Como éramos itinerantes y ambulantes, estábamos siempre en contacto con los gitanos; nos topamos en terrenos y campamentos. Jugaba con los gitanitos chicos en el día. En la carpa todos los gitanos cantaban y tocaban guitarra. Eso me fue llamando la atención y lo fui absorbiendo, quizá sin pensarlo, disfrutaba, y mi oído captaba la guitarras, los cantos. Todo eso era especial, porque el flamenco es distinto al pop y todo lo demás. Me mimetice un poco, de hecho, siempre digo que que soy gitano, me siento gitano, porque crecí así, pidiendo agua, consiguiéndonos luz, arrancando de los pacos y poniéndonos en lugares sin autorización.

El interés por ser cantante siempre estuvo. A mi papá también le gustaba la guitarra y cantaba en los ratos libres; pero él es de otra época y nunca logró estar en un escenario, consolidado, ni nada. En los taca-tacas, para atraer a la gente, poníamos música con altoparlantes. Era una conexión directa en todo el sentido de la palabra. Siempre supe hacer música y cantar, nunca me metí a aprender, sino que fue dándose solo. No me acuerdo en qué momento aprendí a tocar guitarra o cantar. Siempre fue mi pensamiento de escape: no quería estar en los taca-tacas, la pasaba mal, no jugaba, todos los cabros chicos tenían regalos y yo tenía que trabajar. Era otra vida.

Al ver cómo la música se manifestaba en los artistas, que eran famosos, los aplaudían y tenían fans, eso quería ser yo. Fue mi puerta de salida; no quería seguir el rubro de mi papá, quería ser artista. No sé de dónde salió esa idea, pero siempre lo quise hacer.

"No quería seguir el rubro de mi papá, quería ser artista", asegura el cantante sobre su infancia. Foto: Andres Perez

Entre los once y catorce años empecé a cantar en calle y bares. Primero, lo hacía para ganar monedas, pero empecé a darme cuenta de que me gustaba mucho, que quería ser profesional y lograrlo. Sabía que tenía que aprender mucho, pero de ahí partió todo. Me quería titular, jajaja. Muchas veces veo en redes sociales que dan consejos de que “el Universo responde a todos tus deseos” y “tienes que manifestar tu deseo”. Todo eso lo hice, sin querer. Todas las cosas que pensaba tan intensamente se me iban dando súper fácil. Fue una carrera más o menos agotadora por lo autodidacta, pero finalmente logré encarrilarme en el camino. Se me fueron abriendo puertas poco a poco.

En Hijuelas, me escapé de mi papá, que era medio malo conmigo, me maltrataba un poco, a pesar de que yo ya he tenido hijos y veo lo sacrificado que es; aun teniendo una pareja estable es difícil. Yo igual era súper pinganilla, y él a veces se excedía un poco y me sacaba la cresta. Un día, en 1994, ya con 14 años y más hombre, lo mandé a la punta del cerro y decidí irme a vivir a la calle. Me salió persiguiendo y me fui corriendo, llegué a un paradero, agarré una micro y me fui al centro de La Calera. Ahí me separé de mi papá y nunca más estuve con él. Empecé mi vida prácticamente solo.

Me fui a jugar videojuegos y eso fue lo me hizo olvidarme de todos los problemas. Siempre estuvo la protección del angelito (¿de la guarda?): si no tenía dónde quedarme, un amigo me invitada a su casa, o me quedaba en algún lugar. Nunca me pasó nada malo, afortunadamente.

El Mortal Kombat resultó clave en los inicios de Leo Rey, al menos de una manera indirecta. Foto: Andres Perez

Ahí apareció el Mortal Kombat en mi adolescencia. Otro cabro chico hubiera pensado, quizás, en matarse o en meterse en las drogas y las malas juntas. ¿Y yo qué hice? Me fui a los videojuegos. Era tan impactante en esa época como la pasta base de ahora, porque los cabros chicos pasaban metidos ahí, hacían la cimarra, era un vicio. Pero para mí fue tan maravilloso, porque yo pensaba, comía y escuchaba Mortal Kombat. Nada más. Lo mío era tener plata para jugar una ficha, pasar a la siguiente etapa y descubrir el juego. Por eso es tan importante; me ayudó a no errar el camino. Aparte, como necesitaba plata para jugar, eso me llevó a cantar, recurrir a mi talento, que me daba mucha vergüenza, pero lo hice por el juego. Sin ese juego, quizás qué hubiese sido de mí. Fue una conexión: me dio fuerza y un camino. Familiarmente estaba solo: mi mamá prácticamente no me conocía y no tenía a nadie más. Nunca más me alejé de los videojuegos.

“Johnny Cage” es mi personaje favorito del Mortal Kombat, porque era bacán, se abría de piernas, era como Jean-Claude Van Damme. Lo que más me encantaba es que era el artista, que tiraba besos, se ponía lentes y era actor de Hollywood. Me encantaba. Mucho de Leo Rey tiene eso, de esas primeras cosas que yo viví, que después le dieron vida a mi personaje. El personaje tenía que tener accesorios, porque, además, yo no tenía mucho brillo, no era Leonardo DiCaprio, un rubio de ojos azules al que le gritaran: ¡Ay, mijito rico!”. Los lentes daban style, flow. El pelo largo, que era típico de los grupos de cumbia argentinos, y los bailecitos, las letras calentonas. Fue un conjunto de cosas que se mezclaron y que tienen mucho que ver con el videojuego.

Nunca fui a la escuela. Después estuve con mi mamá, Rommy Schulz, un año, y ella me mandó al colegio. Llegué a ser presidente de curso y saqué promedio final 6,7. Me fue muy bien. Tenía siempre ganas de aprender y tuve mis métodos, porque no sabía muchas cosas; de hecho, soy re bueno para las matemáticas, sin nunca haber estudiado. Todo lo que he aprendido como que venía dentro mío; todo ha sido de oído y autodidacta. Venía con el chip cargado con lo básico, jajaja.

El primer día de clases dijeron: “Ya, niños, saquen el cuaderno de matemáticas”. Y yo tenía tres cuadernos en la mochila, era la primera vez que iba y le preguntaba a mi compañero cuál era ese cuaderno, y me decía que era uno con cuadros. Los primeros días costó agarrar confianza, porque siempre fui muy respetuoso, algo que mi papá me inculcó. Le tenía un respeto muy grande a los profesores, y me preocupaba de estudiar, de escribir y hacer la tarea rápido. Eso me ayudó a tener buenas calificaciones.

Ahí me enamoré por primera vez de una compañera, ¡oh!, era linda, muy bonita. Y ahí empezó a aflorar la música. Pensé: “A través de la música puedo ser romántico”, porque de hablarle no había mucha posibilidad: era muy chico y vergonzoso. Me inspiré y escribí mi primera canción. Me empecé a dar cuenta que esto era lo mío.

Cecil Leiva recién pudo ir a colegio en su adolescencia, pero él a esas alturas ya tenía claro su objetivo: ser cantante. Foto: Andres Perez

Después de estar un año sin mi papá, como un pajarito libre, fue difícil cuando mi mamá tuvo mi tuición: que a un gitano lo pongas en una casa, acostarse y temprano levantarse, hacer tareas... La vida normal no la conocía. Tenía cuatro hermanos más, a los que prácticamente no conocía. Y la economía no estaba muy bien. No la pasé muy bien al comienzo, pero una vez más la música me dio la oportunidad de salir adelante. Le dije mi mamá: “Estamos mal de lucas, consígueme una guitarra, puedo salir a cantar y traer plata para que comamos”. Recuperé la libertad, porque salía a Quillota y Valparaíso a buscar las lucas. Igual iba al colegio, aunque me quedaba dormido y todas esas cosas. Todo ese lapso de trabajar para ayudar fue la práctica; fui mejorando, los detalles, la afinación, las canciones y el repertorio. Fue una etapa de trabajo, sacrificada también, pero en la que más aprendí musicalmente.

“Historia de un amor”, de Guadalupe Pineda, es una canción que mi papá ponía en los taca-tacas...Ya no estás más a mi lado corazón”. Es una canción muy oreja y muy hitazo; siempre me quedó dando vueltas. Fue de las primeras canciones que aprendí, por lo tanto, era mi caballito de batalla. Cuando estuve en el Festival del Bototo (en el servicio militar) y a un casting en la tele. Me salía bien, la tenía bien afiatada. La cantaba mi ídolo Zalo Reyes y después la grabó Luis Miguel, entonces más me gustó... “Es la historia de un amor”, y me bautizaron como “Luis Miguel”.

Siempre fui fanático de Luis Miguel, para mí era como Elvis Presley. “Yo quiero ser ese, yo quiero ser ese”, pensaba. Era una idea loca y todo el mundo se reía de mí, hasta mi propia familia, y me decían “anda trabajar y a estudiar”. Pero en mi cabeza estaba que yo sería famoso, estaría en el Festival de Viña y todo eso. Mi inspiración fue Luis Miguel y esos artistas que vivían de la música y que sonaban en la radio. Era lo único que pensaba, no quería estudiar ni volver con mi papá... Música, música, música.

Su mayor referente era Luis Miguel, aunque también sabía que ambos tenían varias diferencias. Foto: Andres Perez

Al principio, me miraba y decía: “Chucha, que es difícil lo que estoy pensando de ser artista”. No tenía los atributos: tenía la nariz grande y no tenía muchos detalles que yo veía en los artistas, como la nariz derechita y que eran perfectos. Tenía que ir haciendo el camino. Fui torciendo cosas que no estaban en el estándar, como no tenía las directrices o los principios para ser un artista.

Tuve hartas personas que se portaron muy bien y fueron consejeros, como locutores de radio que me cuidaban, me daban la oportunidad y admiraban lo que yo hacía. Cuando niño es mucho más fácil; es tierno ver a un cabro chico que canta. Pasaba a una carnicería en Limache, donde Luis Claudio, un amigo compositor y guitarrista, que me afinaba la guitarra, aunque las cuerdas ya no daban más. Él me enseñaba acordes, rasgueos y las notas de las canciones para que sonaran más bonitas. Ricardo Suárez también, un locutor de una radio de Quillota, me entrevistó en 1991 y todavía tengo la grabación guardada. Muchas veces me dijeron que no, pero de repente resultaba.

Tenía que aprender a hablar bonito, nunca quise ser flaite, porque en el medio donde me crié, con la pobreza, había gente que hablaba mal. Me preocupaba hablar bien y, cuando me juntaba con gente, ponía mucha atención a las palabras, a qué significaban, ser muy respetuoso, bien amable y agradable: me estaba formando para ser artista. Lo aprendí en el camino y la vida me puso buenos mentores.

A pesar de casi no haber ido al colegio, Leo Rey asegura que siempre se preocupó de su forma de hablar. Foto: Andres Perez

Siempre pensé que la vida me tenía preparado algo, pero tenía que descifrarlo, darme cuenta de cuáles eran mis oportunidades. Cuando estaba viviendo con mi mamá, quería ser libre y hacer carrera con la música, cumplí 17 años, y me inscribí voluntario para el servicio militar; al salir sería mayor de edad y nadie podría mandarme.

Mi hermano mayor había hecho un servicio militar y me decía: “No lo hagai, porque te van a hacer levantarte temprano, te aporrean, te llevan a campaña y tienes que cuidar los caballos”. Me metió mucho miedo, pero yo pensaba: “Tengo que hacer el servicio militar”. Me fui a inscribir y justo aparece un milico vestido con el uniforme del norte, color arena-ocre, y dijo: “Estoy reclutando soldados para el regimiento N° 24 de Arica (”Huamachuco”), con playas, sol, arena, mujeres y eterna primavera”. Y decidí: “¡Voy!”. Esa fue la señal de la vida. Fui el primero que levantó la mano para ir donde nadie más quería. No nos llevaron a Arica, sino a la frontera con Bolivia (Putre), en la altura, que fue horrible, porque pensé que le iba a pasar bacán, pero allá había tormenta y nieve, la media cagada.

Después de cuatro o cinco meses haciendo guardia, se “arrancaron” unos soldados (que fueron castigados), lo que me dio la posibilidad de acceder a ser garzón del casino de los oficiales. Y me metí, barsa, y dije: “Me mandó mi cabo de reemplazo”. Era mentira. Ahí no entraban soldados, puros oficiales. La pasé muy bacán gracias a la música. Cantaba boleros y todo el alto mando eran personas adultas que cachaban esas canciones y se las consumían como “¡qué buena!”.

Allá llegó Daniel “Huevo” Fuenzalida de invitado. Si yo no hubiera hecho toda esa maniobra, no se hubiese dado ese encuentro. Canté y me dijo: “Oye, espectacular, aquí está mi tarjeta para cuando salgas de aquí”. Cuando salí del regimiento, fui a dar allá a Chilevisión, para Extra Jóvenes (Chilevisión), y me recibió en su oficina. “Luis Miguel”, me dijo, “qué bueno, ahora ponle güeno”. Me di la oportunidad.

Daniel Fuenzalida es un tremendo amigo, estoy muy agradecido de por vida. Gracias a él logré llegar por primera vez a la tele. Esa fue la inyección máxima para darle con todo. Siempre hablo con él y nos saludamos. De hecho, me gustan mucho los vehículos antiguos, y le vendí una Citroneta, porque él también es coleccionista. Conversamos y siempre en los escenarios nos topamos. Cada vez que puedo le digo que “estoy muy agradecido”, porque él creyó en mí en ese momento. Fue una oportunidad de oro, que no la hubiese encontrado en otro lado.

Estuve bailando axé. Tenía que ir al gimnasio para verme bien y bacán. Cuando cantaba no tenía ni un brillo, era pa’dentro, sin personalidad. Me metí a bailar, pero no porque quisiera ser bailarín, era para soltarme y hacer algo en el escenario además de cantar. Estuve bailando, destaqué, y me iba bien con las chiquillas, jaja. Formar al artista, de a poquito. Salí de los bailes y me dejé crecer el pelito largo, pero me costaba y, con la desesperación, no me crecía nunca, jaja.

Tal vez sin quererlo, el cantante asegura que Daniel Fuenzalida jugó un papel clave en su carrera. Foto: Andres Perez

En el 2003 estaba cantando en unas parrilladas, llegó un gallo que me aplaudía, era el único que se paraba y me decía: “¡Güena, ídolo!”. Creí que me estaba hueveando. Pero me dice: “Oye, cantai muy bien, tengo un grupo que se llama La Banda Maestra, y quiero que te vayai conmigo”. No me gustó la banda porque tocaban puros covers, y yo no quería aprender canciones, buscaba originalidad y una propuesta musical.

Nuevamente apareció una puerta: no me gustó la banda, pero igual fui, porque pensé: “Algo debe haber ahí”. Y estaba el guitarrista de La Noche (Jorge Desidel). Me vio cantar y nació el primer contacto. Cuando logro llegar a La Noche y me propusieron que sea el vocalista, comencé con la etapa de dejar crecer el pelo, para ir acorde a lo que era Ráfaga, Potencia, La Rosa y todos esos grupos. En ese tiempo había harta necesidad, poca pega y no había plata. Dejarse crecer el pelo era complicado, porque requería un cuidado para verse bien, y hasta ese momento yo vivía en calle, en residenciales o casas de amigos. No tenía mi pieza, mi cama, mis utensilios ni mis cosas. Era artista por dentro, pero por fuera no me veía tan artista: no tenía buena ropa, la guitarra valía callampa, tenía los dientes amarillos, pa’ la cagá, y lleno de espinillas. Me miraba al espejo y decía: “Vamos que se puede”, me tenía que dar ánimo yo mismo. Desde el 2002 al 2007, fueron años de dura pelea, y lo logramos.

Pasé por distintos grupos y siempre estaba el fantasma de los exvocalistas. Los compañeros nunca me querían, me encontraban penca. No sabía cantar cumbia, no era tan rítmico; estaba acostumbrado a las baladas y a acompañarme solo. Tenía mi propio método, sin la guitarra estaba como en pelotas, no sabía qué hacer. Entonces los compañeros nunca me dieron el visto bueno. De a poquito ahí fui mejorando y ganándomelos. Aparte, siempre llegaba a reemplazar a alguien, en La Noche igual. En las primeras tocatas yo le ponía buenooo, le hacía todo el empeño. Pero no. Me tocó bien dura esa etapa. Ahora los hueones deben estar pegándose en la pera: soy el único famoso de todos los grupos por los que pasé.

En los distintos grupos por los que pasó, Leo Rey siempre lidió con los fantasmas del "exvocalista". Foto: Andres Perez

La clave fue la convicción y las ganas, a pesar de que me miraba y no tenía por dónde ser artista; me faltaban los condimentos, pero los fui desarrollando, de a poco, muy mejorando. Me levantaba motivado para lo que tenía que lograr. Cuando te predispones a algo, pasa. Fui dándome cuenta de que tengo que ir por la vida dándole siempre oportunidad a mis pensamientos.

Mi papá siempre me ordenaba: “Piensa antes de hablar”. Él es muy tranquilo, siempre súper sano y deportista. Me enseñó: mente sana, cuerpo sano. Pero igual no lo he puesto mucho en práctica, porque a veces me dejo llevar por la emoción y hablo más de lo debido. Acorde a los años, y a que uno “madura”, va tomando de mejor manera ese consejo. Hoy ya lo logro hacer, jaja. Pero me ha costado mucho. En algún momento, cuando me separé de La Noche, hablé mucho y no pensaba. Le daba nomás, porque estaba picado y era como terminar con la ex. Fue una banda que que nos fue increíble, logramos el éxito rotundo, y que se acabara de la noche a la mañana fue algo que sacó mi peor lado. Ese es el aprendizaje.

Con los años he analizado bien mi historia con La Noche; finalmente pensé bien antes de hablar, jaja. Al final, el grupo fue mi universidad. Con ellos logré el peak máximo de la fama. Pasaron cosas que son anexas a la felicidad y a todos los lindos momentos que vivimos, con giras nacionales e internacionales, y que hoy día me reconozcan es gracias a ello. Estoy con otra predisposición, de no atacar, de resignarme, porque la marca es lo que amo, y la considero mía; o sea, pienso que La Noche es mía, no técnicamente, pero fui el que le dio el peso a esa banda, y logramos que fuera un fenómeno. Ahora, sigo adelante con mis proyectos y mis cosas, y recordar solamente todo lo lindo.

El cumbiero admite que, si se dieran las condiciones, estaría abierto a un regreso de La Noche. Foto: Andres Perez

Estuve en el Festival de Viña en 2009 y 2010. Cuando adolescente, estaba la “Concha acústica”, y me paré un día con la guitarra, miré para arriba y dije: “Algún día voy a estar acá”. Cuando llegó el momento, hice lo mismo durante una tanda comercial, y dije: “Lo logré, tengo que ser fuerte y firme ahora”. Estaba mal de la garganta y nervioso. Me decía a mí mismo: “No puedes fallar ahora”. Me di el valor y fue la felicidad máxima: llegué a la meta en ese momento, con un rating tremendo, una locura por el grupo, nos llevamos los premios y entrevistas. Fue una locura. La Cuarta también estuve presente en el piscinazo que no me puede dar (tras ser elegido “Rey Feo”). Esa fue la cúspide y es la meta, también, a lograr nuevamente, ahora como Leo Rey, conquistar nuevamente, proponer nuevas canciones y volver a la Quinta Vergara. Ese es el nuevo sueño.

El 2010 fui de jurado al Festival de Viña y ahí me tocó el terremoto. Fue brígido, jajaja. Fue bastante fuerte. Y se ponchó todo lo que había pasado en el Festival, obviamente, con la mala noticia. Nos habíamos llevado todos los premios y yo nuevamente estaba postulando a “Rey”. Había una proyección internacional e íbamos a viajar a Venezuela, Uruguay, Colombia. El terremoto paró todo. Después, con la sacudida, parece que también ahí se movieron las cosas y me enteré de algunos malabares que hubo con La Noche con mi pega de jurado, ya que no se me dieron los viáticos. Y de ahí vino la bomba final que llevó a la separación. Pero el Festival de Viña fue lo máximo, y creo que también fue el mejor momento de la banda.

Siempre están los sueños de volver con La Noche, porque fuimos un fenómeno. Cada vez que veo que vuelven Los Tres o Los Bunkers me paso el rollo y digo: “Qué lindo sería”. Técnicamente, quizás es imposible, porque tendríamos que hablar, reunirnos y arreglar las cosas que quedaron sin solución y llegar a buen acuerdo. No pienso en la plata, porque los momentos que vivimos fueron maravillosos, girábamos por todo el país y dejábamos la embarrada en todos lados. Es un regalo que, yo creo, la gente pide; los grupos finalmente se juntan porque la gente los pide. Ha pasado mucho tiempo y las canciones marcaron, dejaron huella en toda esa generación. Sería lindo. Tengo hartos sentimientos encontrados, pero nunca me cierro. La vida es una sola, hay que saber perdonar, se cometen errores y, de aquí en adelante, hay que aprender a hacer bien las cosas. Si hubiese una propuesta interesante para mí, quizás podría pensarlo.

Ya tomé la iniciativa con el reencuentro que fue en el 2010. Los busqué, les pedí disculpas no sé por qué, pero pedí disculpas para que volviéramos e hiciéramos nuevamente la gira. Ahora estoy súper bien con mi carrera solista, así que un regreso tendría que pensarlo muy bien, porque sería retroceder un poco en todo el trabajo que estoy haciendo. Pero no te puedo negar que si siempre da la cosquillita en la guata; sería maravilloso, porque con La Noche fuimos la mejor banda en su momento.

El choque con la micro en 2010 con algunas cervezas en el cuerpo me dejó un aprendizaje. Hay que ser responsable, sobre todo, con lo que significa el manejo de un vehículo y exponer a la gente. Afortunadamente no me pasó nada, no hubo lesionados, pero fue una irresponsabilidad beber y conducir. Luego, cuando me cambiaron los exámenes para que me salieran limpios, hicieron un sumario y despidieron gente, fue todo muy, muy, muy desagradable. Es un episodio un poco amargo, no tanto para mí, a pesar de que me quitaron la licencia, pero lo que más me dolió es que las personas que trataron de ayudarme fueron afectadas. Una persona maravillosa hizo eso por mí, para protegerme, y cuidarme como artista. Lo agradezco de todo corazón. De esa experiencia rescato que hay que pensar bien antes de hacer una tontería.

Leo Rey es fanático de los autos, un pasamiento que lo ha acompañado durante buena parte de su vida. Foto: Andres Perez

Una fanática me regaló un Chevrolet Camaro, una señora, aunque nunca supe quién era. Pero me han regalado hartas cosas; de hecho, peluches todavía debo tener guardado en bodega, montonadas de peluches; cuadros; fotos con las fans; trofeos de fan clubs, cadenas de oro; pulseras; tatuajes se han hecho las mismas fans con mi nombre o mi cara. Siempre ha sido muy bacán la gente conmigo; sienten la energía de que uno disfruta y agradece lo hace. El Camaro fue el premio máximo, para un cumpleaños, de una fan que murió en el anonimato y nunca quiso decir nada. Me lo mandó a dejar y nunca más supe nada. Una bendición, agradecido.

Estoy en etapa de creación, así que he estado bien alejado del Mortal Kombat, porque, de verdad, es enviciante, sobre todo porque juego torneos contra otros competidores que tiene un muy buen nivel. A veces transpiro y tiemblo; y es el honor, porque ser el número dos no me sirve. Es bien intenso. Trato de dedicarle las tardes, cuando ya termino la sesión de estudio de grabación, a eso de las 19:00 hasta las 23:00, a jugar online contra distintos jugadores del mundo, y mantener el nivel. Todavía estoy primero en el ranking. Bajé a segundo hace un mes, pero ya lo recuperé; si no juegas o pierdes, bajas.

El Mortal Kombat me ha dado una actualización, reinventarme y me ha hecho popular con los más jóvenes. “Güena, Kung Leo”, me gritan en la calle. “¡Brígido!” , o “¡El campeón de Mortal Kombat!”. Gano otro público.

Con el Mortal Kombat tengo pendiente ir a Estados Unidos, a California, Minnesota y Las Vegas, porque hacen torneos presenciales, y están los mejores exponentes. Así que, ¿qué mejor que ir a probarse allá, traerse un trofeo y decir con un trofeo que eres el mejor del mundo? Me han pasado cosas muy lindas, pero lo más importante siempre es el desafío: quiero ser el mejor del mundo de los Mortal Kombat clásicos (I y II).

Aunque Leo Rey ha ganado distintos torneos, admite que todavía le quedan muchos logros pendientes. Foto: Andres Perez

La música trato de hacerla como si fuera un trabajo normal: entrar al estudio de 10:00 de la mañana a las 14:00, almorzamos, de ahí seguimos hasta las 20:00; siempre con horario, obligaciones y disciplina. Eso ha dado resultado. Escribiendo canciones, con el tiempo hemos ido aprendiendo en la composición, que es mucho más complicada. Me defiendo muy bien en las composiciones musicales y los arreglos. En las letras todavía falta aprender, en la poesía y todo eso. Pero con esfuerzo se puede aprender y hacer cosas bonitas.

Soy muy romántico, me gustan las baladas, pero con La Noche me hice un perfil más de calentón, infiel y de moteles. Generalmente cuando compongo me voy a lo romántico; de hecho, “Como la lluvia”, que es una canción de mi autoría en el primer disco de La Noche, es súper romántica; se la había dedicado a la chica que me gustaba en el colegio. Se me fue el compositor que era el más caliente, más cochinón y hacía esas letras. Por ejemplo, “Que nadie se entere” (que relata una infidelidad) pegó hace trece años atrás, y era distinto a cómo es la cosa ahora. Hay que ir cambiando, no puedes hacer una canción que haya resultado hace una década, y con la misma fórmula.

Algunas canciones como “Eva” o “Señor juez” son autobiográficas. He tratado de, cuando trabajo, mirarme al espejo, en el sentido musical. Me pasan tantas cosas que, creo, le pasan a mucha gente, entretenidas o muy bizarras, como lo de “Eva”, que es fuerte, pero me sucedió. A la vez es algo que me hace reflexionar: “Si yo tengo hijos —que tengo hartos por lo demás, seis— también estoy abierto a eso”. Tengo que abrir mi mente y aceptar algunas cosas que son cada día más “normales”: la diversidad o el derecho a ser feliz y amar a la persona que quieras. Tengo que ser maduro, para así hacer una canción que llame la atención, y finalmente entregar un mensaje de amor y aceptación. Con “Eva” quedé muy contento y conforme. Y me di cuenta que es más entretenido, de pronto, jugar con lo autobiográfico. Esa fórmula estamos incrementando ahora.

“Sigue la cumbia”, la canción que hice con Américo nació de la biografía de él: la historia de la imaginé y después la llevé a la melodía. La letra la hice pensando en él. Buscaba hacer un feat con él, quería una canción para los dos, no una adaptación. Siempre estuve más o menos al tanto de lo que pasaba con el colega, y sabía que estaba medio complicado con la familia (y el alchol), y pasaba procesos difíciles. Pensé: “Américo se está recuperando, dejando atrás todo su mal momento de excesos y problemas familiares... Y llego yo, el mala junta, y todo lo que ha avanzado lo echaré a perder, luego de llegar a su casa e invitarlo a una fiesta, y el me dice que no, que ‘estoy en otra’ y ‘me chanté'. Y lo convenzo y lo llevo a esta fiesta en que se desata la locura y queda la embarrada”. Fue muy fácil, después, hacer la canción. Él no sabía, pero se la mostré, le encantó y me dijo que “es un hitazo y está muy entretenido”.

Jorge González, de Los Prisioneros, siempre fue tremendo ídolo. Hace unos cinco años me lo encontré en Antofagasta. Estaba yo en un evento y él estaba almorzando en el mismo restorán. Lo conozco de toda la vida en el sentido artístico, entonces sabía que era medio ¡brígido!, entonces no me quería acercar a tomarme una foto con él. Pero para mi sorpresa, cuando logro acercarme, me dice: “Claro, Leo Rey”. Y yo: ¡ooooh! “Gracias, maestro”, le contesté. La foto la tengo publicada en Instagram y todo. Ahí se me ocurrió hacer algo.

Estuve mucho tiempo ideando para homenajear a Jorge González, pero ni una canción llegaba al contraste de lo que yo hago, que es cumbia y coros arriba. Escuchaba “Pateando piedras” o “Cultura de la basura”, y no eran más o menos del estilo. Y otro día, escuchando “Corazones rojos”, “Amiga mía” y “Noches en la ciudad”, resultó que eran muy rápidas. Con Daniel Chamarro, mi compañero artístico y creador de La Noche, que está conmigo, elegimos “Estrechez de corazón”, y quedaba muy bien. Con la inteligencia artificial, en un programa para separar los instrumentos de las voces, pesqué la voz de Jorge, la pusimos sobre un ritmo de cumbia, y pensamos que “sí, queda bien”. Quería pedirle que participara en los coros, pero con su delicado momento de salud era muy complicado; no quería molestar. Así que usé el programa para usar su voz y que tuviera su esencia. Finalmente, logramos hacérselo llegar a él y quedó loco. Nos mandó un cumplido: “Felicidades, me alegro que estén haciendo canciones como esta, que tiene un buen arreglo, y me encanta porque me gusta mucho la cumbia”. Y nos tiramos el piscinazo a producirla lo más lo más “homenajeadora” posible, porque es difícil a una canción tan potente e ícono hacerle una versión que no le reste.

Tengo una deuda pendiente con mis hijos Drake y Matilde (nacidos de dos fugaces relaciones pasadas): me gustaría estar más cerca de ellos, pero me cuesta mucho, porque generalmente tengo problemas cada vez que los menciono o los muestro. No sé por qué, no es con ninguna intención. Lamentablemente no puedo estar cerca de ellos por temas de adultos. Es algo que tengo que solucionar. Creo que, con el tiempo, poco a poco irá sanando. También ellos irán creciendo y dándose cuenta de algunas cosas que, quizás, no son buenas que las tengan que saber ahora. Pero que sepan que los amo con todo mi amor y todo cariño, porque son mis hijos. Quisiera estar cerca, pero no por mi disposición, si no por otras cosas ajenas y juicios, no puedo. Son un pedacito que me falta, porque me encantaría vivir con todos, tener una familia grande, que fue finalmente de lo que yo siempre carecí. Nunca tuve un hogar, entonces me gustan las multitudes, los hogares llenos. Acá los chiquillos juegan PlayStation, siguen mi onda y cantan conmigo. Me gustaría que lo pudiéramos disfrutar entre todos. Puedo comunicarme con ellos, no tanto, pero siempre están presentes, y luchamos para que, en algún momento, podamos estar juntos todos.

Eliana Cazares, mi esposa, es lo más maravilloso que me ha dado la vida. Yo antes era mujeriego, me portaba mal, aproveché la fama al máximo y yo creo que me llegó el tirón de oreja. Pero fue una puerta que abrí, porque gracias al destino la conocí a ella y, cuando la vi me enamoré; me pasó algo que nunca me había sucedido. Hoy día llevamos trece años juntos, tenemos dos hijos y estoy enamoradísimo. Ella es mi cable a tierra, es la dueña prácticamente de esta empresa, la que maneja todo este cuento y ve todos los detalles que yo, por ser más ignorante, no manejo; por lo mismo me han cagado tanto también, jajajaja. Me han demandado los músicos a veces o han pasado cosas por no estar encima, confiarme demasiado y no verlo como una empresa. Todo lo que he logrado, mi reinvención y nuevas canciones, son gracias a ella. Estoy feliz. Espero que estemos juntos para siempre. Soy un agradecido de haberla encontrado, porque hemos crecido bastante estos últimos años, gracias también a que me he anclado y puesto los pies bien en la tierra.

Eliana no me pescaba, me costó harto, meses. Había Messenger en ese tiempo. Yo le mandaba mensajes y le decía que estaba enamorado, le contaba todo. La única vez que me pescó fue cuando le dije que estaba dispuesto a hacer lo que fuera por estar con ella, lo que fuera. Ahí me tomó en serio y dijo: “Ah, este está hablando de verdad”. Ella pensaba que yo era un jote más, cantante, músico y bueno para las minas; no estaba muy interesada. Pero yo sabía que era algo distinto lo que me había pasado. Así que, también con el humor, harto chiste, se fue dando la cosa.

Leo Rey recordó su historia de amor con Eliana Cazares, quien al principio no lo "pescaba". Foto: Andres Perez

Si no hubiera sido cantante o gamer, me hubiera gustado ser humorista. Siempre, de chico, era bueno para los chistes: andaba con mi agenda y me aprendía chistes. Ahora lo he dejado un poco de lado, pero soy el alma de la fiesta en los viajes, y los cabros se cagan de la risa, les hago tallas y vamos hablando todo el camino. Una de las cosas me ha dado buenos resultados, en las relaciones humanas, ha sido el buen humor. Bueno, a mi señora la conquisté haciéndola reír, porque yo no tenía mucho que ofrecerle más que lo artístico.

Un apodo es “El Loco Leo”, porque soy prendido. Cuando estoy en la van o el hotel con los músicos, soy otro, soy desordenado, bueno para el garabato y la talla. No me quedo quieto nunca, hiperquinético. En los videojuegos, también, cuando gano y celebro... ¡Loco po’! Y me gusta, porque los locos somos bien felices.

Una cantante chilena que admiro es Myriam Hernández; como prototipo de mujer me encanta: sexy y femenina. Canta hermoso, tiene lindas canciones y mi admiración total. Todas las flores y los queques para ella, jajaja.

Mi comida dieciochera favorita son las empanadas obviamente; el asado, aunque como siempre; el pastel de choclo; hay tantas cosas ricas en el 18 de septiembre. Pero soy muy fanático de la comida casera: la cazuela, las albóndigas, las pantrucas y todas esas cosas. Hay que aprovechar ahí que en las Fiestas Patrias hay olor a Chile.

Leo Rey junto a su esposa, Eliana Cazares, en el programa De tú a tú (Canal), de Martín Cárcamo.

Un trago chileno favorito es el terremoto, porque es dulce, rico y con uno ya queda como guasca, jajaja, suficiente, jajaja.

Una canción mi favorita mía es “Es el amor”, me encanta, muy linda, que habla en tercera persona, y aconseja que mire hacia adelante y que siga la vida, que no se eche a morir por una relación que, quizás, no es la mejor.

Un show preferido para el 18 de septiembre fue... ¡La Pampilla! Porque nunca hemos estado ante tanta gente, millones, mucha, mucha gente, con La Noche. Nos sacaron los carabineros y toda la onda.

Ser chileno es bacán, me encanta, soy un orgulloso. Mi canción favorita, la que más me gusta, es la canción nacional; me pongo peludo y la canto con mucho orgullo. Siento que mi país es maravilloso, tiene todo. Siempre digo que es el “Estados Unidos chiquitito”. Aunque la cultura de la gente es un poco brígida, y a veces la carrera artística es media ingrata, porque a veces te tienen arriba, ¡wow!, y todos te aman, quieren e idolatran; después se olvidan y chao. No es como en Argentina, que a los ídolos los cuidan prácticamente toda la vida. Pero me encanta mi país. Me gustan sus carreteras, sus paisajes y sus extremos: el Norte muy caluroso y el Sur muy frío... Amo, amo Chile. Hasta he pensado cantar el himno nacional alguna vez por ahí. Me encanta mi país.

El artista tropical admite que su canción favorita es el himno nacional de Chile. Foto: Andres Perez

La cumbia es parte del folklore chileno, es un ritmo tan contagioso en que puedes moverte, e interactuar. El carrete está ligado con la cumbia, con el copete y todo. La cumbia es una música divertida y alegre, que transmite eso, y es lo que yo soy: alegre y bueno para la talla. Y a través de la música, con los ritmos, puedo dar felicidad.

Mi película chilena favorita es Sexo con amor (Boris Quercia, 2003), sobre todo la parte cuando dice: “Perra, conchetumadre, maraca culia, mujer de malos sentimientos...”, jajajaja. Me gusta.

Un sueño pendiente que tengo es que me gustaría viajar, conocer Japón, por la cosa de los videojuegos, la tecnología, las artes marciales, los robots y consolas. También me gustaría ir por la cultura; todo ese continente es muy de lo espiritual, la acupuntura, todas esas cosas raras que hacen los orientales me llaman la atención. Me encantaría.

Mi frase favorita es “brígido”... ¡Brígidoooooo!, jajaja.

Fui personal trainer, chanta nomás, porque tenía un libro que me regaló un tío que vivía en Estados Unidos, que era una enciclopedia de armas ,y ahí salían todos los ejercicios para cada uno de los músculos, los nombres y las elongaciones. Me lo estudié y estudié, y me metí a trabajar en un gimnasio. Y hacía de personal trainer, y le ayudaba a la gente. También cultivé mi cuerpo y me veía bien bacán; la gente me creía que era profesional. También trabajé en un packing recolectando tomates y repollo, que fue donde la pasé más mal, porque todo se reían de mí; yo cantaba, quería ser famoso y toda la cuestión, y me decían: “Nooo, de dónde vai a a ser cantante vo’”. Así que también pasé por la tierra, trabajando en el campo, en Limache, entre 1998 y el 2000.

Mi primer sueldo lo gasté en un personal stereo, siempre en algo que tuviera que ver con la música, para escuchar escuchar a mi ídolo Luis Miguel. Y me compraba los casetes y, cuando iba en la micro con la guitarrita, iba con mi Walkman. En eso gastaba mis lucas cuando era chico. Después, ya grande, con mi primer sueldo bueno, me compré mi primer auto, no era muy bueno pero era mi auto.

Una pasión oculta que tengo es armar cosas, como robots, que hay que ir pieza por pieza. Me gusta el trabajo metódico. Siempre compro y me gustan las artes manuales, aunque no soy muy bueno, pero los ensamblajes, los juegos didácticos de armar, y esas cosas me gustan. También soy coleccionista de música, casetes, antigüedades, autos, videojuegos... Loco por esas cuestiones.

Creo en el horóscopo. Yo soy Sagitario y es un signo bastante bueno, bastante positivo, aventurero y viajero. Es todo lo que yo soy, intenso, muy sentimental, sensible y todas esas. Siempre le achuntan.

Leo Rey declara que siempre tuvo claro cuál era su meta, sólo debía tomar las decisiones correctas. Foto: Andres Perez

Si pudieras tener un superpoder estoy entre ser invisible, porque cuando chico quería ser invisible para robarme la plata de un banco; pero elijo volar, siempre volar; de hecho mi ídolo era Superman. Cuando chico, salté de un segundo piso, con la toalla en la espalda, y me saqué la chucha. Pero volar me encantaría, y siempre sueño con volar, que voy a ras de piso, pero volando. Ese es un mensaje que me llega del Universo a través de los sueños, que soy libre y tengo mucha más altura por alcanzar.

Si pudiera invitar a tres personas de la Historia a un asado elegiría a Coco Legrand, porque me encanta, me cago de la risa; es el más seco de todos los humoristas. Al “Huevo” Fuenzalida, obviamente, mi compadre que me abrió la puerta para ser famoso. E invitaría también a Tommy Rey, para que le ponga la fiesta, tremendo artista, agradable y lo quiero mucho porque me trata muy bien cada vez que le hablo o quiero hacer algo; tremenda persona.

Cecil Leiva, o Leo Rey, es una persona que llegó a esta vida con un propósito; a pesar de lo difícil, de que siempre supo que su vida no iba a ser fácil, también supo que lograría llegar a la meta. Es una persona que sabe quién es, sabe lo que quiere y sabe lo que va a lograr.

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