Retirado de la televisión —por ahora—, el aventurero periodista predica sus vivencias y sobre la protección del medio ambiente, siempre arriba de su bicicleta. El deportista repasa su historia, desde su solitarias escaladas a las mayores cumbres de América, sus más especulares encuentros salvajes, hasta lo más personal: “Diría que tengo pila pa’ rato”, declara quien ha visto de cerca a la muerte.
Detrás de Luis Andaur Zurita (57), la silueta de un elefante africano junto a una acacia con un rojizo atardecer sabanero de fondo. Aquel gran cuadro cubre una pared de su hogar, rodeado de dos máquinas de flipper, un bajo eléctrico que descansa en un atril, y sobre los estantes reposan decenas de figuritas de animales de diversos lugares del planeta. Sus tres perros, abrigados con chalequitos sobre sus lomos, se pasean y se echan en su casa en la precordillera de Peñalolén.
Es difícil, ¿por dónde empezar? El aventurero periodista se encuentra atiborrado de historias y anécdotas, algunas cercanas a la muerte, otras —acaso— increíbles, pero respaldadas en videos que fueron parte de recordados programas televisivos como Pasaporte Salvaje (CHV), Bicitantes (Mega) y, por supuesto, La ley de la selva (Mega), que marcó el gran salto monetario y mediático del deportista.
Sin embargo, aquella es sólo la segunda mitad de la vida de “Lucho”, que ya en su niñez en La Cisterna vio cómo sus gustos divergían de los de sus pares adolescentes: los animales y el deporte aventura echaron raíces en su identidad; se encumbró solito en las mayores cumbres de América, como el Aconcagua y el Ojos de Salado; casi perdió la vida en un aluvión en el Cajón del Maipo; estuvo literalmente mano a mano con las serpientes más peligrosas del planeta; salió ileso de recónditas regiones de África y Asia; se enamoró de “bonitas mujeres”; fue parte de un reality; y hasta vio la famosa “luz al final del túnel” tras una serie de trombosis derivadas de una condición genética.
Hoy, retirado de los acelerados ritmos de la TV, cuenta a La Firme cómo se dedica a recorrer Chile y contar sus vivencias; quiere dejar una “huella”, declara. Con más de 400 mil seguidores, a través de su instagram (@andaur.luis) revive sus viajes, y entrega mensajes y denuncias para proteger el medio ambiente:
—Llegan muy poquitos haters a mis redes sociales —comenta a La Cuarta—. Una cosa es aceptar la crítica, porque uno de repente comete errores y siempre hay dos caras de la moneda, pero no que alguien te diga “¿a quién le has ganado?”, o uno que me dijo “ese anda (en bici) para la tele nomás”. Y otro le respondió: “Más respeto, todo lo que somos nosotros es gracias a Luis”.
Eso y mucho más, a continuación... tómese su tiempo.
LA FIRME CON LUIS ANDAUR
Había un perro de la calle que siempre me ladraba cuando salía a andar en bicicleta en mi barrio de La Cisterna. Una vez se me acercó y nos hicimos muy amigos, a pesar de lo bravo que era con toda la gente, pero conmigo tuvo más cercanía; no sé por qué… Un día lo envenenaron y murió. Me dejó sufriendo mucho. Desde ese momento encontré un amor inclaudicable a la protección de los animales. A nadie le importó que se muriera el perro, como “ah, mejor porque le ladraba a todo el mundo y los carteros ya estaban podridos”. No sé en qué momento le agarré tanto cariño, ni por qué él se me acercó. Es algo que traemos en la sangre algunas personas, no todas.
En el colegio siempre me aislaba. Me iba solo a los recreos; en los paseos de curso, al río; y en Guanaqueros, siempre a los cerros. Tenía amigos, pero no era muy sociable, muy en lo mío, independiente y autónomo. Cuando tenía que hacer dibujos, todo era referente a los animales. En primero, segundo y tercero básico tocaban la campana del final del recreo y yo ni siquiera escuchaba porque estaba metido en los árboles viendo las cuncunas. Pasaba afuera de la sala de clases, era muy distraído. He cambiado, estoy mucho más social. Con la tele y la fama, también me aislé, me alejé un poquito, no quise estar mucho con gente. Pero soy muy social cuando hay que estar, ayudar, tener amigos y ser de verdad; ahí siempre estoy.
Con mis primos éramos vecinos y muy adictos a los animalitos. Constantemente íbamos en familia a Chitakelindo, a parques temáticos, al cerro, y nos juntábamos a ver programas de Jacques Cousteau, de ciencia y todo. Nuestros papás eran muy cercanos, muy aclanados, compraron dos casas y vivíamos con mis primos. De a poco divergí; mis primos y hermanos se quedaron en la moda, el típico jeans y las zapatillas North Star y cosas de la época, y yo pedía aletas de hombre-rana o artículos deportivos. Mis regalos de cumpleaños eran totalmente diferentes al resto.
Mi papá, Luis, y mi mamá, Eliana, eran contadores, él trabajaba en el Servicio Impuestos Internos (SII), y ella en la Contraloría General de la República, y tuvo que dejar el trabajo por nosotros porque éramos tres hermanos; soy el mayor. Antes, cuando llegaban de sus trabajos, nos traían regalos, y yo pedía monitos de peluche, mascotas y animalitos; y mis hermanos, tanques de guerra y lo que veían en la tele. Siempre fui inclinado por los animales. Me di cuenta de que mi afición era totalmente diferente a la genética familiar, que todos son de números.
A Guanaqueros fui por primera vez en 1971, con mis papás, que les agradezco que me diera una vida al aire libre. No teníamos ni una expectativa y había solamente un camping y casas de pescadores. El lugar me gustó tanto; no quedaba tan lejos de Santiago, cuando había camino de una vía y todos de tierra. Lo encontramos tan salvaje y bonito; yo siempre iba de pesca, a las rocas y subir cerros. Mis amigos del camping me pedían que los llevara a esas expediciones. Iba a pescar el muelle, diez jureles, o sacaba ostiones del mar, y los vendía en la caleta, y con esa plata compraba las fichas para ir a jugar flipper, pool o taca-taca. Me hice súper autónomo, agarré ahí lo de no pedirle plata a mis papás.
Me crié viendo a Jacques Cousteau, el oceanógrafo. Me gustaba el mar, pero mis papás no querían que estudiara Biología marina porque habría tenido que irme de Santiago; y mi papá quería que fuera médico o ingeniero, y le dije que “no, me cargan los hospitales”. “¿Y quién te pagará la carrera?”, me respondió. “No tenemos las condiciones para pagarla, y te vas a morir de hambre”. La típica. Pude ser veterinario, pero las operaciones y la sangre no me gustan. Félix Rodríguez de la Fuente, un naturalista español, hacía documentales en el Canal 13 los sábados en la mañana, y yo los veía todos. A los siete años, ya me sabía los animalitos, ya quería viajar a África e ir a Asía a conocer el dragón de Komodo; todo lo quería concretar. Me hice un amante de casi todos los animales, con tendencia social hacia los perritos. Y siempre quería conocer a “los cinco grandes de África”, el “Big five”: el león, el búfalo, el rinoceronte, el elefante y el leopardo.
Soy totalmente doglover, me encantan los perros, pero en vida salvaje el tigre representa mucho, lo encuentro súper versátil, mucho más que los leones. Los he visto nadando en en la India, cruzando ríos, siendo que los gatos no son buenos pal agua (según la cultura popular); y los he visto montándose arriba de elefantes gigantescos. La habilidad del tigre es inconmensurable con cualquier animal salvaje. A los delfines también los encuentro increíbles por la inteligencia, como lobos marinos. Mucho de nosotros proviene de esa inteligencia que tienen estos animales.
Mi primer intento de subir un cerro grande fue El Plomo (5.424 mts) en 1989. Me habían robado mi bicicleta, no tenía plata, pero tenía un amigo que era productor del programa Deporte Color (Canal 13). Y yo era bueno para la bicicleta y los cerros, pero jamás había subido uno de 5.000. “Oye, quiero ir al cerro El Plomo y lo bajaré en bicicleta”, le dije. Yo no sabía nada, y tenía dos amigos trekkeros, no andinistas pero que les gustaba, y me acompañaron. Tuvimos un temporal tremendo, increíble, como a los 4.500 de altura; caían los rayos al lado nuestro, se nevó todo, mis amigos estaban congelados y apunados. Decidí atacar la cumbre. Pero, de repente, cuando iba subiendo vi que ellos ya no daban más. No quise ser irresponsable. No había teléfono ni forma de comunicarse, y pensé: “Mis papás deben estar muy preocupados”. Tenía la posibilidad de ir a la cumbre, pero: “Bajaré nomás, no puedo arriesgar la vida de mis compañeros y está mi familia urgida esperando”. Mandaron un helicóptero a rescatarme, y bajé en bici igual; me hicieron tomas desde el helicóptero, y llegué hasta La Parva donde estaba mi papá, esperándome, llorando, súper urgido y preocupado... “No importa”, pensé. “Luis Andaur va a tener su cumbre”. Fue un fracaso. Iría solo de ahí en adelante, no arriesgaría a más gente.
Estudié Licenciatura en Biología, hice el plan básico, pero reprobé las álgebras, las matemáticas, dos o tres veces; tomé puros ramos deportivos para conseguir los créditos y pasar al siguiente año: andinismo con Claudio Lucero, tenis con Luis Guzmán y fútbol con el “Tata” Casanova. En los deportes era el tipo más hábil, bueno para la pelota, y una bestia para subir cerros. Descubrí que tenía habilidades. Todos mis ramos de biología de poblaciones, invertebrados acuáticos y toda la base sobre animales la tuve los primeros semestres. Pero nos metían en la misma sala con los ingenieros y matemáticos. Como no me gustaban ni era bueno para las matemáticas, y era una malla súper severa, no terminé biología.
Los deportes me gustaban mucho y me cambié a estudiar Educación Física al Ex-Pedagógico. Cuando subí El Plomo, me investigaron, me vieron, y descubrieron que tenía el hematocrito más alto; tenía más mayor concentración de glóbulos rojos, un consumo de oxígeno altísimo. Mi nivel deportivo estaba súper alto para deportes de largo aliento; no me apunaba ni tenía casi ni un problema en la altura. Obviamente me canso como todo el mundo, pero mi aclimatación es mucho más rápida. Pero lo más importante son los riesgos objetivos que corres, como las avalanchas.
Decidí subir solo el Aconcagua (de 6.961 mts, en Argentina, el más alto de América) en 1991. La aproximación al monte, que tiene como 40 kms, gran parte, casi completa, la hice en la bici; tenía que llevar todas mis mochilas y bolsos, 60 kilos, en equipos, comida y todo. Un día, aproveché de aclimatar, dejaba mis cosas a 4.000 metros, y después bajaba a buscar mi bici y en ella me hacía el recorrido hacia arriba. Pescaba la cámara —como iba solo—, la dejaba arriba de una roca, apretaba el botón y sacaba fotos. Llegué al campamento base, a los 4.200, de ahí me fui a los 5.000 con bicicleta al hombro.
Había un japonés muerto a 60 metros de la cumbre, en “El filo del guanaco”, la última parte. Los andinistas me decían: “Está ‘el japonés’, así como de lado, como riéndose; tomas la izquierda, tres metros, y llegas a la cumbre”. Era un punto de referencia. Jamás pensé en devolverme, al revés: me motivaba mucho a seguir. Y había dos argentinos muertos, en el glaciar de los Polacos, detrás de la cumbre, en una carpa. Fue un aliciente, me motivaba más a seguir: “No tengo que frenarme por eso”, pensaba. “¿Qué errores cometieron para no hacerlos yo?”.
No sufrí ni una puna, no tuve problemas de altura en el Aconcagua. Sí tuve temporales que me tuvieron una semana congelado, a 6.000 metros, con 20° o 30°C bajo cero. Muchas personas mueren en estas expediciones; se había muerto un mexicano al lado de mi carpa. Una expedición me bajó la bicicleta; la había dejado en un lugar para atacar la cima al otro día. Bajé de los 6.600 a los 4.000 mts a buscarla y volví a subir en la misma jornada. A las doce de la noche del otro día partí hacia la cumbre. Mi objetivo era pedalear arriba y bajar el cerro completo. Llegué a la cumbre como a las 2 PM y, como es plana, anduve como cuatro o cinco minutos por ahí. Bajé el cerro y justo iba subiendo el profe Lucero con los chicos que se preparaban para ir al Everest. “Hola, profe”, los saludé, y quedaron mirándome raro. Bajé el cerro completo en bici, hasta mi casa en La Cisterna, que estaba llena de periodistas esperándome.
Hice grabaciones en el Aconcagua, pero desafortunadamente no pude tener una foto pro; la única me la sacó un argentino de Tucumán que estaba en la cumbre, y estuve cuatro días tratando de ubicarlo para conseguirla, e hice que saliera el póster y significó una carrera definitiva más profesional. Subí el Ojos del Salado (el volcán más alto del mundo), y me hice tres cerros de 6.000 metros seguidos. Nadie me podía impedir mi meta. Me puse cada vez más osado, a hacer cerros más grandes. Toda la plata que ganaba de los auspicios como deportista destacado la invertía en equipos, en cámara, equipo de buceo, un parapente y todo lo habido y por haber para hacer deporte aventura, y viajar por distintas partes de Sudamérica. Hacía videos y los llevaba a Chilevisión para que me siguieran auspiciando.
El 1 de mayo de 1993 pasé un susto grande con un aluvión, cuando estudiaba Educación Física. Me fui al Cajón del Maipo, al refugio de la Universidad de Santiago. Como no tenía lucas, acampé en el jardín, en Lo Valdés. Fui a mirar fósiles y escalar montañas. A la mañana siguiente estaba durmiendo y un amigo me gritó: “¡Cabro hueón, se viene el aluvión, te dije que no acamparas ahí!”. Jamás había pasado algo tan grave ahí. Me asomé y venía un aluvión gigantesco, con rocas; el refugio contuvo un poco pero explotó, animales muertos eran arrastrados, tapas de water, de todo... Se llevó mi carpa y yo estaba en calzoncillos. Me subí a una roca desesperado, y se deslizó hacia la quebrada. Había unos buldócer justo en el borde, que impedían que el aluvión cayera, pero igual bajaba un río de lodo. La roca giró, me caía al barro, alcancé a ver a la gente que me miraba desde el cerro y, de repente —según me contaron—, uno de los buldócer vacía el barro de la pala y yo salí de ahí, medio mareado, me traté de parar, caminé para todos lados y me desplomé. Me fueron a buscar en helicóptero, me llevaron a la Mutual, me examinaron, estaba como pollo, y el traumatólogo me dijo: “No tienes nada, un esguince en el tobillo, golpes y magulladuras; pero estás bien”.
Volví al Aconcagua, en 1997, hasta la cumbre. Tuve un altercado, el director del parque no me quería dejar subir; me agarró mala. Le dije que no había nada que me lo impidiera, le pedí por favor, le rogué, y me dijo “ya, OK, subes y bajas”. Me indicó por dónde subir. Pero ya en el cerro, Carlos Carsolio, el primer mexicano que hizo un 8.000 en Latinoamérica, me dijo: “Oye, Lucho, abajo te están te están esperando y parece que te van a tratar mal; hubo una discusión de los gendarme y los guardaparques y te van a detener, por bajar el cerro en bicicleta”. “Pero me autorizaron”, le dije. “¿Pero firmaste algo?”, me preguntó. “No firmé nada”, admití. O sea, iba con la palabra del director del parque, y me desconoció todo. Me detuvieron, me aplicaron la Ley de Secuestro y me confiscaron todo, pero arriba le había dejado todas mis grabaciones y fotos al mexicano para que me las trajera por otro lado.
Estuve detenido en un container, me escapé por una ventanita chica y arranqué a pata por los cerros. En la mañana, congelado, le hice dedo a unos ariqueños, un taxi amarillo grandote. Me metí en la maleta y pase el control de aduana desde el lado argentino. Mi universidad encontró que era un agravio y mucha gente me apoyó. Me acompañó un vicecanciller, un diplomático, a Argentina a aclarar lo que había pasado. Los guardaparques y la gente que me detuvo no se presentaron, mandaron a un tipo de la gobernación de Mendoza. Yo tenía que reconocer que había hecho algo prohibido, pero en ninguna parte especificaba lo de bajar en bicicleta. Para no discutir, acepté, recuperé mi bicicleta, nos dimos la mano, un abrazo y me vine a Chile. Me aplicaron una sanción de por vida vetado de los parques nacionales de Argentina. Dos años después anduve en el Chaltén, Parque Nacional Los Glaciares, en El Calafate, una guardaparques me ubicó y me dijo que en el Aconcagua había una red de corrupción; se quedaban con las máquinas de los andinistas, las pertenencias de los muertos y cobraban los rescates. Una cosa bien oscura. Nunca se me aplicó el castigo.
He tenido los típicos porrazos, pero curiosamente nunca en los cerros que bajé en bicicleta. En 1997 andaba en la calle, en mi moto, y un tipo se pasó la luz roja, chocamos y tuve una fractura expuesta de tibia y peroné. Iba en la ambulancia, me costaba respirar, me dolía el pie por todos lados y me desvanecí. Me llevaron a la Clínica Las Condes, me vieron los doctores: lo grave no fue la fractura, sino una trombosis en la pierna que me impedía la oxigenación. Fue el primer hallazgo de trombosis en mí. Me recomendaron tomar anticoagulantes y, ya cuando estaba bien, no tuve ningún problema y los dejé.
El primer viaje que hice al continente africano fue a Sudáfrica en el 2001, y regresé con mis documentales, y los estrenaba en Extra jóvenes (CHV); después estuve en Sábado gigante (Canal 13) y los mostraba ahí; luego en Pase lo que pase (CHV) con Julián Elfenbein. Golpeaba puertas en todos lados, en la TV de cable, donde fuera, para mostrar mis cuestiones y seguir viajando. Mi objetivo no era la televisión, porque nunca me ha gustado la tele, sino con eso lograr los auspicios, viajar y conocer el mundo.
Los reptiles me gustaron desde niño. Veía pasar las lagartijas de colores, Liolaemus tenuis, la típica, la esbelta, verdecita con azul. Pero un día, curiosamente, estábamos en Sudáfrica, en una aldea al norte de Pretoria, y había una serpiente en una casa, en un techo. Le dije a (Chaz) Thomson, mi camarógrafo: “Oye, ¿qué serpiente es?”. La quedé mirando. “Es una cobra, una Naja nigricollis”, supe. Me puse guantes, la agarré de la cola y la tiré; la gente estaba asustada, la iban a matar o a quemar la casa; hay muchas creencias. La saqué, la dejé en el piso y se levantó frente a mí, empecé a jugar con la serpiente, el Thomson grababa y la gente aplaudía. Yo sabía de serpientes, pero nunca había tenido un encuentro así. Pasamos el dato de que éramos rescatadores de serpientes de las casas, que es muy común allá. En ese tiempo —no como ahora— no se sabía nada de estos animales, o muy poco, de las anacondas, pitones, víboras venenosas y todas estas especies raras que tenían comportamientos increíbles que descubrí en la interacción directa.
Me acercaba a los animales y se puede interpretar como que los molestaba. Pero en ese tiempo lo que interesaba era descubrir los comportamientos de la vida animal. No sabíamos, interactuamos con animales generalmente metidos en casas, no los buscamos, era casualidad de la vida. De repente en el camino se nos cruzaba una pitón grandota, que parecía un tronco. “Agarrémosla y saquémosla”, pensaba. “Y aprovechemos de grabarla, tomarle fotos, cachar su comportamiento, ver como actúa en ciertas condiciones y la liberamos en un parque o lugar seguro”. Nos encontramos con mambas negras y serpientes súper peligrosas. Aproveché de sacar mucha información, entre el 2003 y 2005. Esa dinámica me permitió desmitificar muchas cosas. Nunca usé palos, ni cuerdas, a mano limpia nomás.
Fuimos a Venezuela a buscar anacondas para La ley de la selva (Mega) y nos dijeron que había una gigante. “¿Y cuándo mide?”, preguntamos. “Veinte metros”, nos respondieron. “¿Veinte metros? Imposible”, pensé. “A lo más ocho o nueve metros, y las más grandes”. Fuimos a ver, nos metimos en un pantano, donde había un montón de gente que fue a ver este “monstruo”... La encontré, todos arrancaron, parecía una tubería, una cuestión gigante. “No pierdo la oportunidad ni cagando”, pensé. Había un montón de plantas en el agua, pasó al lado mío, di la vuelta, le vi la cabeza y me tiré. Me mordió la mano, pero la agarré super fuerte y no me pudo hacer la constricción; pero me llevó hacia la orilla; tenía la boca muy abierta, parecía un pitbull. La sacamos entre varios, la tapamos los ojos, la medimos (midió alrededor de 8,2 metros): la más grande grabada, por lo menos nunca he visto una así en televisión, ni registrada. Se la iban a echar con escopeta. Llegamos a un trato, la pescamos entre varios, la guardamos en un costal en auto y la llevamos al Hato El Cedral, que es de conservación... Pero generalmente ahí corre la ley de que a todos los animales los cazan. Atrapamos a un montón de animales y los llevábamos a lugares más seguros.
Hace unos años, un periodista de La Cuarta me llamó para entrevistarme por mis aventuras salvajes. Yo le describí mis encuentros más extremos, entre ellos el de la anaconda que atrapé, y tituló la nota con: “La anaconda más grande es la mía”. Me hizo reír. Es un chiste lo que dije —en Instagram— de que me llegaron ofertas de porn star por ese título. Siempre dicen que Sylvester Stallone y varios así en su historia han sido actores porno. Fue una talla nomás.
El animal que mata más gente en Chile es el perro callejero. Acá no lo dimensionamos, pero basta ir a la selva de Ecuador o Perú y es muy común ver desde serpientes a capibaras. En todos esos lugares hay animales peligrosos; aprovechamos que, como no había información y la gente especulaba sin saber, como la “serpiente mata caballos” o la “tres pasos”. Lo más simple para saber cuál es su nombre científico y sus características, porque algunas son muy parecidas. Ya, una Bothrops atrox, que es las bushmasters (del género Lachesis, conocidas como “cascabeles mudas”). Son las más peligrosas, y hay una que mide como cuatro o cinco metros, la víbora más grande del mundo. Y hay una serie de mitos sobre ellas. Pude agarrar dos o tres para conocerlas, y no eran como decía la gente ni los libros. El mayor aporte que hicimos con esta interacción con los animales —que mucha gente no lo entiende y critica mucho— es que sacas información espectacular de los comportamientos animales, totalmente desvirtuados en la cultura popular y la mitología. “Te matará en tres segundos, das tres pasos y te caes”, decían. ¡Mentira!
Hay una serpiente especial, la de coral, que tiene anillos rojos, amarillos y negros. La roja con amarillo mata a un hombre, y la roja con negro no tiene veneno. Pero en situación de estrés no sabes cuál es cuál; andan tan rápido que no alcanzas a ver el orden de los anillos. La única forma de saber es capturarlas, verlas, interactuar y revisar sus colmillos. La mayoría de las serpientes son tímidas, entonces cuando veo una digo: “Esta es súper peligrosa”, y la dejo pasar. Pero para eso debes conocer al animal y eso no lo aprendí en la universidad. Ese fue el gran aporte, haber descubierto comportamientos increíbles de animales que son muy mitificados y no hay nada de información.
Hemos ido a las islas de Komodo a ver a los dragones, que están súper mitificados. Comen carne muerta que cultiva bacterias que producen infecciones irreversibles; una persona se puede morir en tres días o una semana. Pero tienen —y he visto— unas garrapatas en su cuerpo que les sacan sangre, y así los investigadores últimamente han descubierto que los dragones de Komodo tienen veneno como las serpientes. He visto cómo los Komodo muerden un búfalo, cómo durante una semana el búfalo se empieza a deteriorar y a convulsionar; pero eso lo podemos descubrir sólo estando con ellos. Tengo que tomar uno, tengo que verlo, estar en juego con él.
Cuando partimos con la interacción fue por una circunstancia de la vida, pero hoy está mal visto. Y ya no lo hice más. Ya descubrimos ciertas características de ciertos animales hace veinte años; los presentamos y mostramos que es un mundo increíble. No ibas a tener ni una posibilidad, por lo menos en Chile, de ver algo así. Con Chaz creo que fuimos los pioneros en este formato. Lo único que había era Sergio Nuño con los hermanos Guedda que recorrían Chile. ¿Pero alguien que viajara por el mundo descubriendo a estos animales increíbles? Ni siquiera lo vi en programas de NatGeo o Animal Planet, con equipos hiper producidos; nosotros éramos sólo dos personas. Partí solo, auto-grabación. Desde Sábado gigante y La ley de la selva conté con un camarógrafo. Me he encontrado con producciones de tres o cuatro móviles, con veinte o treinta personas. Hacíamos un trabajo mucho más auténtico y cercano.
Mi padre murió en el 2002. Le gustaban los perros labradores; había tenido uno desde 1995, mi papá falleció y el perrito, “Tambor”, murió un mes después; no sé si por pena, pero dicen que siempre hay una conexión. Y busqué al tiro a “Tambor II”, el famoso que salía de La ley de la selva. Lo busqué en un criadero para que me acompañara a todos lados. No era el objetivo llevarlo a la tele, pero era tan partner y a la gente le gustaba tanto. Tenían mucha habilidad para los piqueros, subirse a una tabla de surf, me seguía en todo y hasta volaba conmigo en parapente. Me hablaba, era increíble, yo le decía algo y perfectamente me entendía.
A “Tambor II” lo descubrieron en La ley de la selva: “Lindorfo” (Sebastián Jiménez) y el “Profesor Rossa” (Iván Arenas) lo veían y decían: “Oh, el perro simpático... ¿Por qué no lo traemos para que vean lo que hace?”. Llegamos a un acuerdo y “Tambor” tuvo su espacio y lo auspiciaba Champion. Yo iba con el perrito a todos lados y caché que se empezó a estresar; a cada rato nos paraban, era una locura. Estaba en un momento peak, porque marcábamos 25 o 30 puntos de rating, altísimo. Desafortunadamente, a sus diez años, en el camping de Guanaqueros una familia le dio un hueso que le astilló el intestino; tuvo una infección y murió en la operación. A su funeral fueron como cien personas, se llenó, de todas partes. Lo enterré en Guanaqueros, lo exhumé uno días después, me lo traje y lo tengo aquí con una plaquita en mi casa.
En La ley de la selva, recorriendo en bicicleta por distintos lugares, integré los deportes a lo que me gustaba: el descubrimiento de los animales. Fuimos muy avanzados porque diez años después recién empezaron a hacer cosas parecidas. Y yo antes del Extra jóvenes ya recorría solito en mi bicicleta para registrar animales en distintos parques nacionales de Chile: flamencos, guanacos, vicuñas, zorros, reptiles y todo lo que pillaba en el altiplano o cualquier parte de Chile, hace treinta años... Todas esas aventuras las llevaba a los canales de televisión. Eso significó que me dieran una práctica donde yo quisiera. El formato más profesional lo desarrollé en Sábado Gigante y después en La ley de la Selva, que me dediqué 100% a los animales. Pero mi auspiciador era Oxford, y siempre había andado en bicicleta y era un vehículo no contaminante: caía como anillo al dedo. He sido ciclista toda la vida. Nunca he dejado la bicicleta.
No busqué la fama, no la quería, andaba escondido, con gorro, tapado. De repente, llegaba a eventos en provincias, y a veces había mil o dos mil personas esperando desde afuera y tenía que ir con guardias de seguridad, porque hasta corría riesgos de asfixia y apriete; la gente no se mide y botaba barreras. De tanta firma y cosa terminaba con el brazo tiritón, no lo controlaba. Y “Tambor”, estresado. Fue un poquito nefasto tener tanta fama en un momento.
La ley de la selva competía contra Sábado gigante y programas muy exitosos, (pero) no estaba en el top. Y en el 2007, cuando “traje” los cocodrilos en Costa Rica, las anacondas y esos bichos tan increíbles, que era un formato nuevo, fue una locura, el rating era altísimo. Yo recibía un sueldo por cada nota, que era bajo. Era súper pavo. Tenía un amigo en la tele que me decía: “Lucho, estás una hora al aire, en el momento más caliente, te anuncian y pasan dos tandas comerciales... ¿Sabes cuánto vale un comercial en horario prime? Te están pagando el 0,00001%; después pasará el boom y tendrás 400 lucas en la cuenta”. El dueño de Oxford, Julián (Burgos), me dijo: “El impacto que has tenido ha sido altísimo”. Me ofreció un sueldo altísimo, que llegaba a ser asqueroso; Oxford y mis auspiciadores me pagaron muy bien. Y como a mi espacio le iba bien, hablé con la gente del Kike Morandé (su productora, Kike 21) y me dijeron que me lo merecía (el aumento de sueldo). Era de los mejores pagados en la televisión, pero aparte tenía mis auspiciadores.
¿Qué hice con las lucas? Tenía a mi camarógrafo con buen sueldo, éramos sólo dos, y me compré mi casa. “Tengo que aprovechar para las vacas flacas”, pensé, “porque durará dos, tres, cuatro años y se acabará; comprarme terrenos, departamentos e invertir”. Me compré el auto de mis sueños. Siempre soñé con darme vacaciones e irme a un crucero, e invité a mi mamá. Me dio todos los gustos que quise de niño. Nunca pude tener mi auto propio ni nada. Fue tal la locura que dije: “Me encantan esos pantalones”, “quiero un flipper en mi casa”, “quiero navegar, me quiero comprar una embarcación”. Me compré un lancha. “La vida es una sola, después nadie se acordará de mí y cago”, pensé.
La ley de la selva perdió su esencia. Decidí irme porque no me pasaron en dos oportunidades y me ponían a las 12:30 o 1:00 AM, ya no tenía mucho que ver con los animales. Tuve mi propio programa, Annimales, con Lindorfo, que no nos pusimos de acuerdo, nos fuimos independiente uno del otro a Canal 13. Dije que yo no servía para animar porque, pero que podía acompañar porque viajaba y seguía haciendo mis notas. Por primera vez era parte de algo más propio. A los dos años hubo cambios: llegó la administración (Andrónico) Luksic, cambiaron las dinámicas de las lucas y me llegó una propuesta de Chilevisión, para tener mi propio programa, que fue de los mejores que hice: Pasaporte salvaje, porque no tenía tanto rating ni tanta presión, y en las calles ya no había tanto hueveo, podía irme de vacaciones tranquilo; era harta locura, pero mucho menos, hoy hay más madurez. Ya no tenía que trabajar para subsistir, tenía mis estatus; no necesitaba más, tenía mis cosas y me había dado mis lujos. Me sentía súper realizado.
Fui parte del reality Amazonas. Había estado con CHV en Pasaporte salvaje. Cristián Inostroza, uno de los productores que conocía mi trabajo, me preguntó dónde podían grabar un reality de aventuras. Querían hacerlo en República Dominicana, que era lejos y no tan, tan turístico. Les recomendé San Blas en Panamá, que era más cerca, pero más caro. “La otra parte en que podrían hacerlo es Perú”, sugerí. “Tengo amigos allá, en comunidades, los bora y los yagua, me conocen por todos lados, he ido años para allá; si van, respetan y quieren hacer algo de aventura, vamos para allá y cachamos”. Fuimos a hacer la pre-producción, les presenté a los jefes bora, gente bien pobre que necesitaba despegar un poco (económicamente). Pangal (Andrade) estaba disponible para hacer las estructuras, “y tú po, Lucho”, me ofrecieron. “No, no, no”, contesté al tiro, “no quiero estar en el reality... pero propongo sacar a los chicos a la selva y mostrarles la naturaleza, las serpientes y los animales, hacerles viajes de aventura, salir a remar y subsistir”.
Había una teleserie, Soltera otra vez (Canal 13), que la llevaba en el ranking: salió el primer capítulo de Amazonas y marcaron 21, y la teleserie 23. Aparecí como en el tercer capítulo: elegí a Claudio Valdivia, Pablo Schilling, Sandra Bustamante y a la “Geisha” (Anita Alvarado) —estaban súper asustados, eran buenos cabros—, y agarramos a una anaconda que había en una laguna chiquitita, como de cuatro metros; los cabros fascinados, y le fue la raja, marcó un peak.
Sentí que era importante que yo estuviese en Amazonas, por la seguridad y muchas cosas que pasaban. Pero como todo reality, empezó a guatear, a explotar la parte sexual entre el bora (Aroldo Miveco) y la Tanza Varela, que era la pareja del momento (tiempo después ella reveló que fue un tongo), hice dos o tres cosas más, y estaba ya en desacuerdo. Decidieron traer al bora a Chile, como si fuera Jemmy Button (yagán llevado a Inglaterra en 1830), con sus atuendos y “presentarle” la ciudad. El gobierno y la gente en Perú consideró que era un agravio ponerlo como un muñequito, un trofeito, como un salvaje. Le encuentro la razón a los peruanos, aunque se pusieron muy ariscos; había como cien personas en el hotel tirándonos piedras, escupos y gritando: “¡Váyanse chilenos!”. Se armó una campaña anti chilena. Se podría haber arreglado lo diplomático, pero al Aroldo lo traían a las discotecas, lo tiraban con los bora, fue un boom, empezó a descubrir que pagaban bien cada vez que iba a bailar a una discoteque, todas las minas vueltas locas, y se perdió...
Volví a reunirme con los de Chilevisión: “Les dije que iba a pasar esto, que no trajeran al bora a Chile”, les recordé después de Amazonas. Los peruanos se fueron en la volá, pero están cuidando lo suyo. “Queremos hacer otro”, me propusieron, y sugerí que fuera en Pantanal, pero sabía que les dirían que no. Yo quería ir igual, para cachar. Les propuse hacer uno que se llamara Pantanal.cl, como había una teleserie ya inscrita. “Lo hacen allá, y ponen a las minas con camisas y botas vaqueras”, planteé. “No quiero participar, de verdad, pero me encantaría ir”. Debían contratar a una productora brasileña que les cobraba como uno o dos palos verdes (dólares), y estaba totalmente alejado de los presupuestos. Pero me pegué el viaje igual, me daba lo mismo si iba o no el reality, quería ir a ver a mis amigos y todo eso, que era lo que me interesaba.
En Zambia, en el Parque Nacional South Luangwa, uno de los más prolíficos, había un campamento llamado “Flatdogs”. En el camino desde la capital, Lusaka, que son como 7.000 kms, te topas con antílopes, y llegando ves elefantes, es muy usual. El camping que habíamos reservado estaba dentro del parque y al lado del río. En la noche salían hipopótamos a pastar, y nosotros dormíamos en una plataforma de madera arriba de un árbol, a cinco metros de altura; cuando se movían los árboles, era porque los elefantes se rascaban o los búfalos pasaban. Era parte del diario vivir. Andaba en bici por distintos lugares y, de repente, veía un grupo de elefantes cruzando el camino. Un día iba pasando una manada grande y le dije al Thomson: “Graba, graba, aprovecha, hablaré del carácter de ellos”. Uno estaba como lagrimeando, con una secreción; estaba en celo, medio bravo. “No nos va a embestir porque anda con el grupo”, dije. “Mueve las orejas, los colmillos para arriba, pero está sumiso; quiere espantarnos”. El camarógrafo estaba detrás del árbol y me puse adelante como yendo a mi carpa. Y el elefante se puso en frente mío, barritó, corrió diez metros, imparable, echando tierra. Le hice un gesto, se frenó como a cuatro metros de mí, y se fue... Había evaluado: “Se acercó y paró, vendrá de nuevo, pero no se me va a tirar”... A lo mejor tuve cuea.
El animal que más me ha impresionado es el rinoceronte de un cuerno (Rhinoceros unicorni), al sur de Nepal. Fuimos por las montañas y nos dijeron que habían unos parques en la frontera con India donde habitaba... No lo conocía, tiene como una armadura, gigantesco, súper bravo y difícil verlo; quedan súper pocos. Teníamos que estar metidos en unos juncos. De repente, nos apareció entre los juncales. Nos escondimos detrás de un árbol, transpirando. Son más bravos que la cresta, y súper brutos, no miden si tienen una casa o un auto adelante; en ese sector de Nepal son los que matan más gente, más que los tigres, elefantes o cualquier animal. Vimos como cinco, fue súper prolífico, no es común.
El dragón de Komodo es impresionante, por lo difícil que es verlo y sólo están en dos islas; es un “fósil viviente”, único. Y el otro es el mono proboscis (o narigudo), que tiene la nariz colgando y parece ser humano, y sólo está en Borneo. Los animales más raros del mundo están ahí. Veía murciélagos de un metro, y ardillas, lagartijas y serpientes voladoras. Es impresionante. Lo más exótico que he visto en mi vida es Borneo; pero en abundancia es Kenia y Tanzania, “La gran migración”.
El más difícil de encontrar ha sido la cobra real. Estuve meses y años yendo al Sudeste asiático, diez veces, y finalmente le encontré en Bali. Son súper tímidas, se esconden, no acostumbran a estar frente a un ser humano, ni lo persiguen ni nada; es un mito, es defensa nomás. Se esconde y es muy rápida. Es muy venenosa, mata a un elefante. Ese género de serpiente (Ophiophagus) es, lejos, el más venenoso del mundo… El dugongo también me costó, en Egipto, en el mar Rojo. Aparece en una época del año y lo logramos ver; diría que está dentro de los animales más raros del mundo, hay registrados 23 en ese mar, y justo llegó uno. Estuvimos dos semanas; les encargamos a todos los pescadores que nos avisaran si aparecía uno, y justo cuando apareció, rajamos y lo vimos. Son mamíferos (orden Sirenia, parientes de los elefantes), no peces, salen cuatro segundos, les ves la nariz y se hunden al tiro, veinte metros para abajo.
Nunca he podido ver al oso polar. Podría ir a Canadá y hay vuelos para el Ártico, pero es una exploración mucho más elevada en costos en relación a otros lugares del mundo; con 10 mil dólares puedes ir cuatro meses a recorrer África; Laos, Vietnam y Camboya; o las islas de Indonesia: optamos por ir a países más raros y difíciles donde teníamos muchas más opciones con poca plata. Nunca he registrado osos, pero en cualquier momento podría tomar un tour en Estados Unidos, incluso los osos (negros y pardos) muchas veces se meten a las casas o los basureros, como en Nebraska o Yosemite. Pero si me dan la opción de ir a Etiopía a registrar un cocodrilo de seis metros, ¡es otra cosa para mí!
Lo que más me ha impactado en mi vida es registrar a un perrito café perdido en la Reserva Nacional de Samburu, en Kenia, la única parte del mundo donde hay leones machos sin melena. Un león esperaba a unos órix (antílopes sable) para cazar. El perrito se fue directo donde el león. “Graba tú, porque yo no puedo ver esto”, le dije a Thomson. Corrió y corrió, el león paró, sentimos su rugido y el perro chilló. “Lo hizo pebre”, pensé... El león salió arrancando, y el perro detrás tratando de morderle las patas, ladrándole... Nunca imaginé que un perro chico le echara la foca al león. Luego llegó una leona, más brava, el perro se le acercó y ella arrancó por una quebrada.
Una vez vi a una hiena solitaria —porque generalmente son carroñeras y andan siempre en grupo— persiguiendo como media hora a un ñu, agarrarlo, cazarlo, comerle las vísceras e irse. ¡No lo había visto en mi vida! Jamás vi una actitud así de una hiena. ¡Y cazó un ñu! Grandote, 150 kilos, y una hiena que pesa 60 kgs. Lo persiguió hasta que lo agarró de la guata. Finalmente decidimos mostrar sólo la persecución, porque era muy cruda la escena.
Agarré a una de las cobras más peligrosas del mundo en África, la snouted (Naja annulifera), la de nariz, para conocerla. Me había dicho que era escupidora, y me puse lentes. Pero no. Le vi los dientes, la puse de espalda y la manipulé. Se dio vuelta y se quedó quieta. “Se murió la serpiente”, me dijo el camarógrafo, “está con la lengua afuera, los ojos desorbitados y el cuerpo pa’ la cagá”. “No se murió”, le respondí, “está viva: se está haciendo la muerta”. Le toqué el abdomen, respiraba. Era su mecanismo de defensa. La grabamos, hasta que despertó, la dejamos en el suelo, y se fue... Nunca había visto que un animal tan depredador y con tanto veneno tuviera esa actitud.
¿Miedo con los animales? Nada, cero, jamás, ni por si acaso. Una vez estábamos en la gran migración del Serengueti (de ñus y cebras en busca de pastos verdes) y nos bajamos del vehículo para grabar. Al lado nuestro apareció un ñu totalmente herido, rasguñado por garras de león, entre unos arbustos. Había tres o cuatro leones por varios lados a nuestro alrededor… nuestro guía, pálido... Pero no se compara al riesgo que tuvimos en un golpe de estado en Nepal o cuando no detuvieron en Zambia: veníamos llegado del aeropuerto y pararon al taxista; le encontraron un pomo con hashish, droga; y nos llevaron presos. Tuvimos que pagar por nuestra salida, 100 dólares cada uno, perdimos algunas cosas y nos dejaron botados que hay en un sitio eriazo en Lusaka. Pienso que fue una mala jugada con los policías para sacarnos plata.
Etiopía es un país complicado, hay mucha protesta y grupos étnicos diferentes. Nos requisaron un dron y nos llegó un piedrazo en un vehículo en Harar; en el valle del Omo me estaba haciendo una selfie, una señora pensó que la grababa, me pegó con un palo en la cabeza, y me rompió el cascó y quedé mareado. Siempre he considerado que Etiopía es el país más raro y loco de todos, por la diversidad étnica, por los paisajes sísmicos, la diversidad cultural, porque ha sido el único país que no ha sido conquistado, y que cerró sus puertas durante mucho tiempo; está rodeado por un entorno de puros musulmanes e islámicos, y son los únicos cristianos ortodoxos. La diversidad cultural que tienen en el sur es muy diferente, porque en el valle del Omo son puras tribus africanas diferentes a la contextura o al etíope en sí mismo, que es un flaquito, ruliento y de cara triangular. Pero en el sur de Etiopía es totalmente diferente: un africano autóctono, alto, el clásico; es otra configuración anatómica, los mursi, los hamer, los karo y varias etnias. El norte del país, la región del Tigray, donde se supone que está el Arca de la Alianza, hubo una guerra civil hace dos años que murieron 300 mil personas, muchas más que Ucrania hasta ahora, pero no se sabe porque, pal mundo, a nadie le importa Etiopía.
Fuimos dos veces a Etiopía y el valle del Omo (zona donde fue el asesinato del guía de Socios por el mundo) lo dejamos para el final; sabíamos que era el más complicado. Ha habido tanta revuelta social que fue el país más pobre del mundo, y hay tanta diversidad entre cristianos y musulmanes, gente que vive en la extrema pobreza, sequía, todos luchan por el agua, y en algunas partes hay hasta canibalismo... Es muy difícil ir a un país en que no entiendes el idioma, porque ni siquiera hablan inglés como en Uganda o Kenia, como nunca fueron conquistados. Y la región del Omo, la de Las Naciones y los Pueblos del Sur, es totalmente federal e independiente; y cada uno de esos pueblos tiene un idioma. Si quieres comunicarte, necesitas pasar por cuatro idiomas diferentes, entonces muchas cosas se malinterpretan. Son países que te cambian las reglas de un momento a otro.
En Egipto también tuvimos un problema por grabar a un par de mujeres con burka en el mar; no sabíamos si se meterían con traje de baño o no. Se metieron con la burka, grabamos y cuando llegamos al hotel nos pararon dos patrullas militares para meternos presos. El gerente de nuestro hotel, el Hilton —que estaba vacío porque hace poco habían matado a unos turistas alemanas—, un tipo influyente, intercedió para no nos metieron presos; pero tuvimos que borrar las imágenes de las musulmanas.
Al sur de Uganda hay mucha canibalismo y en el norte está el Ejército de Resistencia del Señor, en guerra civil con Sudán del Sur, que se matan islámicos y cristianos; secuestran y tienen niños soldados. Y en sur está en frontera con República Democrática del Congo, con guerrillas hace mucho. Y Ruanda ahora está en paz, pero en un momento se mataron los hutu con los tusti, un millón, a machetazos (1990-1994). Hay gorilas y queríamos ir a verlos, pero fue súper complicado porque hay canibalismo, y unas islas y pueblos que son verdaderos bunkers; dos o tres hectáreas donde viven miles de personas, todos infectados por Sida —niños incluidos—, donde arrancan los presos, reos rematados y los peores homicidas. No tienen refrigeración ni nada, están llenos de malaria, se muere gente todos los días; niñitas de doce años embarazadas, prostíbulos; es como Sodoma, la última parte del mundo. Son súper pobres, viven de la pesca del Lago Victoria. Fuimos invitados por una persona muy querida de allá, íbamos bien cubiertos, y logramos generar una interacción súper cercana. Pero nos arriesgamos; fuimos sin mascarilla, para no marcar una brecha.
Hago una evaluación general para medir riesgos, y veo hasta dónde llego. Si veo que puedo, voy con todo, no me fijo en gastos. De repente cuando iba en bicicleta y veía un acantilado en que podía sacarme la chucha, decía no. Pero cuando veo que la voy a ganar, no me echo pa’ atrás, voy totalmente decidido. Una vez estábamos con unos cocodrilos en Indonesia, y el domador dijo: “Mete la cabeza en uno de los cocodrilos”; y cuando iba a hacerlo, le dije: “No lo voy a hacer, este cocodrilo está cebado, no me da confianza”. Le iba a tocar la nariz y… ¡Paf! (Aplaude con fuerza)... se mandó la cerrada de hocico... Menos mal que no metí la cabeza. Siempre tengo ese presentimiento. Por eso casi nunca me ha ocurrido nada. Una vez me mordió una cascabel, pero fue por mala manipulación mía.
Cuando partí con Bicitantes (Mega) cambió un poco el concepto. Ya había registrado cuanto animal había —quizá me faltaron los osos polares—, cuanto aporte había hecho, y dije: “Ya, ahora quiero hacer un programa de mi país, toda la vida he grabado afuera”. Los programas eran de tan poca acción, tan planos, mucha cocina, y pensaba: “Es simpático, pero no tiene gracia mandar a un camarógrafo a una feria a sacar cuñas; no puedes estar años haciendo lo mismo con la caleta de pescadores y el curanto del Sur”. Quisimos hacerlo más aventurero y extremo. Todo es válido, es cultura y aporta, pero tienes que salir un poco de la calle y la feria, descubrir más, porque ese curanto viene del mar, y en el mar pasan cosas, y ese curanto quizá en veinte años más no lo podrán comer, porque hay salmoneras contaminando el mar, mineras tirando relave, hay más población y reducción del hábitat. Todo es consecuencia, pero el comienzo es la naturaleza. Ese descubrimiento hacíamos con Bicitantes, recorriendo ríos, volcanes y la Madre Tierra en su origen, donde habían fósiles. Todos nuestros programas fueron de verdad, nunca hacer por hacer.
Fuimos al volcán Chaitén, llegamos a la cumbre, volamos, vimos cuántos domos y erupciones había arriba, cómo estaba, por dónde pasó el relave, seguimos la ruta, qué pasó con los bosques de alerce, describimos la altura y edad que tenían. Después llegamos al último eslabón de la cadena, que es el pueblo, donde hay gente que tiene hoteles y hacen comida rica; pero es la consecuencia. Esa población que está ahí estuvo a punto de desaparecer por una erupción volcánica (2008); no hubiera existido. Íbamos del origen y al final descubriendo qué está pasando; denunciamos cómo el ser humano ha invadido cada vez más sin un desarrollo sustentable del turismo, de los asentamientos humanos y montón de cosas.
En el 2016, en una pichanga de fútbol, me trancaron y volví a tener una fractura expuesta de tibia y peroné. Me llevaron a la clínica y era mucho más grave: tenía trombos por todos lados del cuerpo. En un comienzo me iban amputar la la pierna, 12 centímetros arriba de la rodilla. Me tuvieron que hacer con la misma vena un bypass. Estuve unas doce horas en pabellón, y no salía; se suponía que la operación de fractura duraría dos horas. Pero no. No había ni una información y llevaba horas y horas. Me despertaron a las 5 de la tarde y no podía soportar el dolor en la pierna, toda morada. ¡Fue gravísimo! Estuve muy mal. Debía tomar anticoagulantes de por vida y cuidarme de no tener accidentes graves. No tuve ningún problema y le dije al doctor que me bajara la dosis.
Cuando tuve el accidente del pie, pensé: “He estado en tantos programas, he conocido tantas culturas, he estado en golpes de Estado, en reyertas sociales, conocido países súper difíciles, los animales más raros, batí récords, fui deportista destacado, fui pololo, tuve bonitas mujeres que me acompañaron —hasta ahora que tengo a mi pareja—, me he llevado súper bien con la gente y me sienten súper cercano”. Creo que hay empatía conmigo porque partí de abajo, no tuve características nórdicas ni soy un estereotipo de mino. Me costó más que la cresta, estuve desde 1989 al 2005 sin recibir un peso. Era un hueón más pobre que la chucha, dormía de allegado en una pieza de tres hermanos, que se casaron y se fueron y yo dormía con un colchón en el suelo, con un computador conseguido, y me sacaba la cresta para hacer mis notas. Cuando junté las lucas para hacer mis propias producciones, despegué; pero fue una vida súper sacrificada. Tuve diez años de bonanza increíbles, que los aproveché al máximo, porque yo era un paria: andaba en bicicleta, en la universidad vendía los vales de alimentación para comprarme una llanta de bicicleta, mis papás eran separados, pagué mi crédito fiscal recién en el 2003 con unos seguros cuando murió mi papá. De ahí en adelante, pura felicidad: viajar y pasarlo bien, pero me costó por lo menos catorce años llegar a un nivel reconocido, y a mi primer sueldo.
En el 2021, haciendo Bicitantes, me quedaba hasta las 4, 5, 6 y 7 de la mañana editando todos los días; meses en esa dinámica, sentado. Fue tal la exigencia, el poco descanso y el nivel de estrés, que me sentí mal a principios del 2022. Pensé que era Covid-19. Empecé a tener dificultad para respirar y me puse inyecciones de anticoagulante en la guata. Iba subiendo la escaleras de mi casa y me desplomé. Apenas respiraba. Llamé a la clínica para que me esperaran. Abrí los ojos, me sentí un poquito mejor por la dosis que me metí. Agarré el auto y me fui solo; no le dije nada a mi mamá para no preocuparla. Estaba en control, pero con una falta de aire tremenda. Me ingresaron al tiro en la clínica, me hicieron un escáner completo y tenía dos trombos gigantescos en mis pulmones, de 3 y 2,5 centímetros, una trombosis bilateral pulmonar; uno de los ventrículos lo tenía como una pasa, muerto. Los doctores me dijeron que podía infartarme al tiro; mis posibilidades eran, de verdad, mínimas.
Estaba en la UTI cardiaca, lleno de máquinas por todos lados. No se podía operar ni nada, había que esperar nomás. Al otro día, llegó el doctor y me dijo: “Increíble, has recuperado bastante tu forma, pero uno de los pulmones está totalmente infartado”. No estaba seguro de si pasaría ese día. Pero mi mejora fue tan exponencial que al quinto día caminaba en la clínica. Al sexto día estaba en mi casa y salí a pasear con los perros, andaba en bicicleta y corría. Pero tuve un daño irreversible en los pulmones, estoy prácticamente funcionando con un pulmón y cuarto. Me determiné en todo momento subsistir, no me quería morir ni cagando, me aferré a toda mi fuerza y dije: “Lo voy a superar”.
“Bueno, lo he pasado tan bien que si muero ahora, no pasa nada”, pensé en un momento. Lo sigo pensado, no pasa nada. Opté por un sistema de vida, que es súper arriesgado y que me apasiona; es como pedirle a un corredor de autos que no haga lo que le apasiona. Diría que lo mío no es más peligroso que salir en la noche en Santiago, jajaja. Lo mío es una falta de proteína C que me detectaron hace mucho tiempo; tengo problemas de coagulación. Mi papá me lo traspasó, y más grave. Tengo que estar súper preparado. Pero no tengo familia, no tengo hijos, fui súper responsable en ese sentido. Cuando caché que tenía este problema, pensé: “¿Para qué voy a ser irresponsable y le voy a pasar la enfermedad a un hijo? ¿Para qué voy a casar con alguien —tengo mi pareja, eso sí—, y producir un tremendo problema? De quien me tengo que preocupar es de mi mamá”.
Me compré mi casa, aproveché todo lo que pude ahorrar para tener bien a mi mamá y, si falta algo algún día, no tengo deudas, he hecho una vida súper feliz y he hecho lo que he querido. Desafortunadamente tengo esta enfermedad, pero estoy súper bien. Pude grabar perfecto Bicitantes teniendo ya la enfermedad. Incluso ahora he hecho mis máximos desafíos como esquiar en nieve y en agua, vuelo en parapente, travesías en bicicleta, subo como peo para arriba, porque mi capacidad pulmonar no ha bajado. Me cuido un poquito más para no tener accidentes, pero no ha impedido mi vida normal. Nadie tiene la vida comprada, pero ya tengo una en que he hecho todo: he viajado, tengo mis responsabilidades listas, tengo a mi mamá bien, no le debo plata a nadie, no tengo hijos, ni esposa, ni rendirle cuentas a nadie. Y mi aporte realmente ya lo hice. Por eso también me retiré de la televisión hace dos años.
Cuando termine Bicitantes, había un proyecto nuevo, pero dije “no quiero más”. Incluso ahora me llamaron de un par de canales porque quieren contar conmigo. Les dije que me había retirado. No cerraré la puerta obviamente, pero ya me retiré de la televisión. Mi tema ahora está en mis experiencias de vida, la estoy contando. Estoy dando charlas en distintos lugares y promocionando el país; lo que me gusta. No tengo la presión de la tele, puedo disponer del tiempo. Me llegan todos los días propuestas para charlas, visitas a ciertos lugares, trabajar por el medio ambiente, la basura y el reciclaje, y con mi emprendimiento también de ropa hecha con botellas plásticas recicladas del mar. Mi tema hoy es contribuir a la defensa del medio ambiente.
Con la tele, lo único que me interesaría —y fui muy claro con un canal que tuve una reunión hace unos días—, la condición esencial era que fuera un tema cercano a los animales y la protección del medio ambiente. No quiero hacer algo que tenga que ver con turismo ni más humorístico; no quiero que se malinterprete, pero hay mucha gente que anda por todos lados haciendo cosas más humorísticas, que no hay un aporte realmente al medio ambiente, sino porque es moda; de repente hay un actor o actriz metido en un granja de chanchos y limpian un galpón... Está bien, pero no es lo mío… Me dieron la libertad de qué me gustaría hacer. Generalmente los canales te dicen: “Queremos que hagas esto y este es el auspiciador”. Les dije que no funcionaba bajo presión, que no fuera un estrés, y que si hacía algún proyecto, necesitaba tiempo y, si lo hiciera, sería para el próximo año.
Todos los días me llegan propuestas de casas de apuestas. “Te vas a forrar, tienes miles de seguidores, sólo tienes que postear esto y puedes ganar $10 o 20 millones”, me dicen... Todas rechazadas. No voy detrás de la plata, la tengo y no necesito más; ya tengo mi jubilación lista. Lo que haga lo haré por placer, porque me gusta y quiero entregar un mensaje. Si me necesitan y me quieren parar dictar una charla en una universidad a la comunidad —obviamente es mi trabajo y tiene un costo—; pero si es un aporte a la comunidad, voy. He estado treinta años sacándome la cresta, pero trato de ayudar lo máximo posible.
A veces me pilla la máquina, porque todos los días hay problemas con los perritos abandonados, con gente que la está pasando mal, con las hidroeléctricas, con los ríos, la basura, los mares y humedales. Trato de hacer mensajes más genéricos en mi Instagram, pero cada vez que publico algo hay gente que dice: “¿Y cuándo para acá?”. Son 360 comunas con veinte mil basurales. Es muy difícil cubrir a todos, pero donde puedo voy presencial y trato de aportar. De eso me gustaría hacer un programa, detectar las partes dónde podríamos darle utilidad al reciclaje o cómo podríamos compostar; pero es medio fome si no le das un perfil deportivo, extremo, que tenga aventura y vértigo. Por ahora lo estoy haciendo con mi Instagram. Tengo una agenda bastante completa. Ahora iré a Copiapó, a Bahía Inglesa, a ciertas áreas y parques; también al Valle del Encanto, a distintos lugares a exponer un llamado medioambiental.
Estuve en Cochamó buceando para ver delfín chileno, endémico de Chile. Vimos gran cantidad de boyas de Aislapol (plástico poliestireno), que están prohibidas porque las aves lo picotean, se les expande (el material) y las puede matar. Me llamó la atención ver tantos plásticos botados en la orilla. Un amigo bien protector de la naturaleza me explicó que el suelo marino está bien contaminado por los miticultores, y que se ha encontrado hasta con baterías, cuerdas, desechos, plásticos y un montón de cuestiones. Recorrimos y vimos todo eso. Pero en otras partes, donde están las salmoneras, los pellets (que comen los salmones) están dejando una capa de residuo, detrito. Está bien que haya miticultores, pero dejan la cagá y no limpian. Nunca se hicieron cargo de la cagá que dejaron.
Como doglover, el problema de los perros sueltos no es culpa de los perros. Hubo una irresponsabilidad del ser humano, entre el Estado, los ministerios de Salud, Educación y las municipalidades; están todos involucrados. Nunca han querido tocar el tema que viene de mucho tiempo. No puedo aceptar que se mate, maltrate o haya crueldad con los animales, sea el que sea. Fue responsabilidad del ser humano. Están los perros asilvestrados, tienes que ver la forma de capturarlos; no vengan con cuestiones ahora del chip (del Registro Nacional de Mascotas), porque esas cosas no funcionan. Pero si das carta blanca a la cacería de los perros asilvestrados tendrás tipos con armas matándolos, no tendrás control; van a matar el perro el vecino o cualquiera perro, a colocar trampas, que afectan a todos; he visto perritos y zorritos mutilados. No saben hacer las leyes, porque no preguntan a la gente que sabe. Hay un tema a largo plazo, ¿pero cómo lo haces ahora?, cuando está el problema instalado. Invierte, así como fuiste negligente durante veinte años, toda esa plata que te ahorraste, ahora trabaja con profesionales, toma esos perros, haz una campaña efectiva de concientización y de esterilización y saca a los perros; a mí tampoco me gustan en la calle, porque transmiten enfermedades y sufren
El problema con la fauna nativa no tiene que ver con los perros (que la atacan y le causan enfermedades), están tratando de buscar una excusa. Los perros son responsables de muchas muertes (de animales nativos), pero la principal causa de la reducción de la fauna es la reducción del hábitat, el ganado, las hidroeléctricas... es decir, el hombre. Si haces una ley, hazla bien, porque todo es responsabilidad del ser humano. No le echemos la culpa de todo a los perros. ¿Tiene que haber un control? Claro que sí. Pero inviertan, pesquen profesionales, capturen esos perros y obviamente habrá algún perro que morirá, con una eutanasia adecuada, que el animalito no sufra.
No quiero tener hijos, porque estoy constantemente viajando y sería un papá ausente. De verdad, lo que más me apasiona es esto, no me apasiona tener familia, esposa ni hijos; lo que más me apasiona es mi trabajo, conocer el mundo, los animales y el medioambiente. Hubiera sido un hueón súper frustrado si hubiera tenido una vida familiar. Viajaré hasta que me dé la cuerda. Antes un gallo de 40 años era un anciano; hoy en día diría que tengo pila pa’ rato... pa’ rato, pa’ rato.
Tengo 57, pero me echan mucho menos edad, pero otra es que realmente te dé el cuerpo. Juego fútbol y corro los 45 minutos más que cualquier hueón de 30, o cuando pesco la bicicleta y salgo a cualquier parte, o subir cerros, ando súper rápido; siempre voy adelante en los grupos. Siempre llevo la delantera en todo. Ando súper bien físicamente, pero me cuido de no accidentarme. En abril fui a Juan Fernández en barco a ver el partido de Copa Chile, que llegó a las 6 de la mañana, y a las 8 ya estaba viendo qué cerro subir; estaban todos raja, cansados, como para dormir una siesta, y lo primero que hice fue subir El Centinela, uno de los grandotes, al otro día fue El Yunque, al siguiente al mirador de Selkirk, y al otro me levanté temprano para el recorrido completo a la isla. Estaba con una energía impresionante. Mi capacidad estaba tan buena que llegaba como peo arriba.
Dicen que hay que plantar un árbol, tener un hijo —no he tenido hijos—... Opté por no tener una familia, rechacé muchas cosas por hacer lo que me gustaba, pero en el camino me di cuenta de que no servía de nada si no lo transmitía ni dejaba alguna huella. Estoy súper feliz. De repente me escribe gente que me dice que ha tenido depresión, que ha estado a punto de suicidarse, y que me ha escuchado o visto mis programas, y le ha encontrado sentido a la vida. Hay gente que me dice que “por el amor que le tienes a los perros, conozco a los perros”, “Lucho, gracias a ti cambié mi vida completamente”, “gracias a ti encontré el amor a la bicicleta”, “gracias a ti me atreví a conocer el mundo”, “gracias a ti tengo respeto por los animales” o “gracias a ti me preocupo por la basura”. He producido cambios de las conductas de personas y me tiene contento.
Cuestionario Pop
Si no hubiera sido periodista-aventurero, me habría gustado ser músico, haber tocado guitarra eléctrica, o pintor... artista todo el rato.
En mi época de estudiante de periodismo no estudiaba nada, pero era de los mejores de mi generación.
¿Un apodo? Cuando chico me decían “Conan, el bárbaro”, porque era musculoso y hacía todos los deportes y levantaba pesas increíbles. Tenía condiciones deportivas extremas. Cuando entré a la universidad me decían “He-Man”.
Un sueño pendiente es volar, jajaja... Es difícil, porque he hecho casi todo y no me llaman la atención las cosas mundanas. Me gustaría haber sido piloto de Fórmula 1.
Una cábala es siempre levantarme y hablarle a mis perros. No puede haber un día en que me levante y no le hable a los perros. Es algo que me marca la limpieza del día, la sanidad y mi felicidad.
Una frase favorita mía es: “No puedo creerlo”. Es típica. Cuando grabamos ahora en el Sur, en Bicitantes, andaba en un helicóptero, íbamos a un glaciar o cualquier cosa, y yo: “¡Uh, no puedo creerlo!”.
Mi plato de comida favorito de otro país es el injera, que es una tortilla súper rica y que te la puedes comer con lo que sea. Es picante y la puedes mezclar con cremas y con todo.
Un trabajo mío que no se sabe fue en un frigorífico, saliendo del colegio y juntaba lucas para comprarme una bicicleta. Tenía que entrar a las cámaras frigoríficas a contar los pallets. Mi papá era contador de esa empresa y me llevó. Me pagaban mil pesos cada vez que iba.
Un cantante favorito es Frank Zappa.
Mi primer sueldo, que fue un cheque que recibí de Chilevisión, lo corcheteé y enmarqué, porque era de trece lucas, jaja. Y la primera vez que tuve plata en mis manos, que me la dio mi abuelo, fue para comprarme un equipo de hombre-rana: las aletas, el snorkel y la mascarilla.
Una pasión escondida es que me encanta el arte y coleccionar cosas cosas de los viajes; por ejemplo, si estoy en cualquier parte del mundo, me gusta traerme una roca. Tengo rocas de la cumbre del Aconcagua, de la del Ojos del Salado, del volcán Erta Ale en Etiopía, de la isla de Komodo... Donde voy siempre me traigo una roquita o recuerdo.
Un naturalista al que admiro es Félix Rodríguez de la Fuente, porque fue el primero que conocí, que es un fotógrafo profesional que ya murió hace mucho tiempo, y que lo primero que supe de los animales fue por una colección de revistas que empasté, Fauna. Y Jacques Cousteau, porque fue el que inventó el sistema de buceo autónomo, que tanto me gusta; y el aporte que hizo fue tremendo para conocer el mundo, el océano visto desde un punto de vista científico y aventurero.
Una película que me hace llorar es En el nombre del padre (1993), jaja.
Un talento oculto es: me encuentro súper rápido para las tallas, salir de situaciones y crear cosas. Tengo una memoria impresionante, me acuerdo de cada detalle; a los tres años me sabía todos los países del mundo y sus capitales, y los generales de la Segunda Guerra Mundial... Soy como un ratón de biblioteca, pero no leo: veo, veo y tengo mucha retención.
No creo en el horóscopo. Soy Virgo. Y Caballo de metal (en el chino); dicen que mi año, el 1966, es bien loco porque —me contaron— en China prohibieron los nacimientos, porque, según ellos, era gente que iba a dominar a otros, o algo así... Pero no creo, jaja.
Si pudiera tener un superpoder sería erradicar ciertos pecados que, para mí, son radicales: la mentira, la avaricia, la maldad y el daño. Y también eliminaría a todos los bots y haters, a toda esa gente resentida que no avanza en su vida, e impide que los otros sean felices o desarrollen sus habilidades.
Un placer culpable que tengo son las bebidas light y zero, me encantan, jaja.
Si pudiera invitar a tres famosos de la Historia a un asado, invitaría a Reinhold Messner, el escalador más célebre de todos los tiempos, la persona que más admiro; nunca me ha interesado ni siquiera sacarme una foto o pedirle un autógrafo a alguien, pero si a alguien perseguí para conocer fue a Reinhold Messner. A Frank Zappa, porque me encanta su música, lo encuentro un genio. Y el otro es Manuel Rodríguez, lo encuentro súper admirable; es un personaje aventurero que logró realmente jugarse la vida en momentos súper difíciles.
Luis Andaur es —siempre trato de preguntarme eso: ¿en qué momento nació todo esto? No escogí nacer, no fue una elección mía, y muchas veces critiqué a mis papás y dije: “¡Por qué me trajeron a este mundo con tanta desgracia y maldad! Voy a tratar de cambiar las cosas y entregar algo valórico, hacer algo bueno”, y creo que eso es Luis Andaur—: una persona que no busca fama, gloria ni nada de eso, sino entregar valores, y que la gente, ojalá, pueda ser mejor, buena; dejar algo trascendente. Más que un influencer, que un famoso y que todo, es una persona que ha logrado influir definitivamente para bien de muchas personas.