La Firme con Luis Slimming: “El humor fue un arma de defensa, un hueón me podía estar pegando y yo igual lo iba a hacer llorar molestándole a la mamá”

Entrevista a Luis Slimming para La Firme por su gira de fin de año. Foto: Andres Perez

El comediante, tras su triunfo en Olmué, vive el mejor año de su carrera. Pero el camino ha sido largo, con tropiezos, adversidades y trabajo duro, mientras está en conversaciones para presentarse en el Festival de Viña 2024.

El bicho de la comedia ha sido parte de Luis Slimming (36) desde siempre. Le gusta hacer reír y, en sus años escolares, hasta le sirvió como arma de defensa, según él mismo cuenta. El humor permaneció durante largos años como un mero talento oculto, una curiosidad dentro de su biografía sólo conocida por sus pares. De hecho, estudió matemáticas en la Universidad Católica.

Sin embargo, la fantasía de ser comediante latía, expectante. Y en 2011 un productor de Mega lo vio sobre un tímido escenario y lo llevó a participar en Coliseo Romano. Ante el público y las cámaras en las instancias clave, no le fue bien; los nervios lo traicionaron. Pero el talento estaba y siguió su senda detrás de pantalla, incluso colaborando codo a codo con grandes como Edo Caroe y Stefan Kramer, y eventualmente con otros como Fabrizio Copano y Pedro Ruminot. Por ahí pasó aquel cerebro que razona en clave de “chistes”.

Tras años desde cierto anonimato, “Don Comedia” se animó con todo a ser el quien contara sus propios chistes ante el público. Hasta que llegó al 2023, su mejor año tras presentarse en Olmué, y ya habiendo consolidado en el podcast El sentido del Humor y su programa Entre broma y broma, además de ser parte del estelar de Canal 13 El Purgatorio. Por esos días, se alista para su gira nacional, partiendo el 11 en Talca, y luego seguir en Vallenar, Coquimbo, Santiago, Osorno, Antofagasta y los principales escenarios del país desde noviembre a febrero. Mientras, se encuentra en conversaciones para presentarse en el Festival de Viña... ¿Pero qué falta para que se concrete? Todo eso y mucho más, aquí.

LA FIRME CON LUIS SLIMMING

Recuerdo el primer día de clases en kinder, a los cinco años. Fue horrible, jaja; aparte que yo era muy mamón, entonces terminé llorando. Pero había otra compañera que no paraba de llorar. La tía nos dijo: “Ya, chiquillos, a hacer pipí”, entramos todos los hombres al baño y yo nunca había usado pantalón, siempre había usado buzo en mi casa. Cuando me tocó hacer pipí, me bajé los pantalones hasta los tobillos —como Pato Torres cuando lo pilla la señora— y mis compañeros decían como: “Cacha a Luis”. Y la profe: “No, Luis, tienes que sacar la pirula nomás”. Y yo: “¿Qué?”. Fui el hazmerreír de mis compañeros. Hasta que la niña que no había dejado de llorar vomitó... y pasé a segundo plano.

Por el lado de mi mamá, y algunas partes de mi papá, era muy chistosa la familia. Tenía que meter la cuchara y “competir” con mis primos chistosos. Pero en la casa, en el núcleo familiar, siento que el humor servía más para romper la tensión. De repente se ponía un poco densa la conversación en la mesa, entonces su tallita para relajar. Era como un sistema de defensa y, además, social.

Hasta séptimo básico era tímido, hasta que en octavo cambié. Justo en ese verano di mi primer beso. Hizo que tuviera más confianza en mí y me creyera más el cuento. Hubo un cambio drástico, porque antes yo era de tirar la talla al compañero que estaba al lado mío en la mesa; después ya alzaba la voz y que se rieran todos. No lo hacía consciente, se me ocurría nomás. Me gustaba hacer reír. Era bacán. Crecí en La Florida y estudié de séptimo a cuarto medio en el Santa María de La Florida.

A Luis siempre le interesó hacer reír a sus compañeros. Foto: Andres Perez

En algún momento sentía que yo era muy gracioso, pero que no servía mucho; hacía reír a todas mis compañeras, pero al final otro hueón se las comía, jajaja. Siempre fui bueno para la talla, pero nunca fui carretero; sólo tiraba la talla del colegio. En los carretes no conversaban, bailaban y tomaban, y a mí me gustaba tirar la talla. Fui elegido mejor compañero varias veces, “el payaso” o cuando los terceros medios organizaban las despedidas de cuartos me tocaba animarlas a mí.

El humor fue un arma de defensa. Cuando era chico me tenían de casero algunos compañeros: me pegaban; no bullying verbal, pero sí físico. Vi que haciéndolos reír los anulaba. Un hueón me podía estar pegando y yo igual lo iba a hacer llorar molestándole a la mamá. Después los hueones más choros me tenían buena porque era gracioso nomás. Me dejaron de molestar. Fue en la básica, como en quinto, y hubo un tiempo en que me daba miedo ir al colegio y todo. Pero no era una cuestión constante: había un compañero con el que me llevaba mal... Creo que sí me marcó, soy bien cobarde en general, bien evitativo del conflicto, quizá por lo mismo. Pero no recuerdo mi etapa escolar como triste. Hay gente que lo pasó pésimo en el colegio; yo lo pasé bien. Pero tuve episodios penca.

Era muy parecido al Niño Poeta cuando chico, en lo pinochetista, jajaja. Y en lo físico, porque era medio gordito. Y en mi familia mi papá era milico y mi mamá dueña de casa, muy de iglesia; entonces yo era un poquito conservador. No sé a qué edad uno se va despinochetizando, jajaja, estoy esperando, jajaja... No, yo creo que fue principalmente en la media, de a poquito, y después en la universidad, y cuando entras a trabajar y sales de la burbuja. No sé cuál será el proceso natural; la gente en la universidad empieza a encontrar su identidad. A mí me pasó un poco más viejo. Cuando empecé a leer en textos todas las atrocidades de la dictadura, que pasaron en las calles por las que yo caminaba, recién ahí empaticé realmente. Hasta antes, la figura de (Augusto) Pinochet era como la de (Adolf) Hitler: si bien era mala, era lejana.

Slimming recuerda que, por herencia de sus padres, fue bastante conservador cuando niño. Foto: Andres Perez

Álvaro Salas, Coco Legrand y los Dinamita Show eran mis grandes referentes. A Alvarito lo encontraba un balazo, era genial lo que hacía de tirar la talla. Y del Coco me gustaba su estilo muy distinto: no andaba con un terno feo, andaba en moto, cool, y la gente lo escuchaba con mucho respeto. Eso me gustaba. Han quedado cosas de ellos en mi humor. Siento que tengo muchas cositas de Alvarito: la risa y el tirar la talla; en el colegio me decían “el Alvarito Salas”. Me gusta hacer chistes de todo, y de repente hago juegos de palabras, que son súper tontos y muy Alvarito Salas. De Coco Legrand me gusta el enojarme cuando estoy hablando.

Yo era un chimpancé al lado de algunos compañeros matemáticos míos en la Universidad Católica. Estaba en el primer semestre de tercer año y llegó un cabro de primero que ya en el segundo semestre era ayudante mío. Te sientes tonto. Yo venía de un colegio en el que era un pez grande en una pecera chica. Cuando salí de 4º medio de verdad pensada que era superdotado. Y después me di cuenta que era un poquito más inteligente que un mono. Tenía compañeros brillantes, que estudiaban en Oxford y después se fueron a Cambridge.

Hice clases de física seis meses, poquito; reemplacé a una profe en su postnatal. No estudié pedagogía en matemática, pero creo que se enseña mucho la mecánica de las cuestiones y resolver ecuaciones. Y es latero eso, siendo que la parte más linda de la matemática uno la ve en su aplicación: la naturaleza se puede explicar con un lenguaje matemático. Eso es bonito. Siempre hago la analogía de cuando en el colegio te enseñan el cuadrado de binomio y los números es como cuando te enseñan las notas musicales, pero nunca te muestran una canción. Cuando entré a la universidad y vi cómo las matemáticas se manifestaban en la naturaleza, fue como escuchar a un hueón tocar piano por primera vez y pensé: “Todos estos símbolos y estas partituras tienen un sentido”.

"La naturaleza se puede explicar con un lenguaje matemático", asegura Luis. Foto: Andres Perez

Hacer clases fue una bonita experiencia. Al principio toda escoba nueva barre bien y estaba muy entusiasmado. Era divertido llegar con experimentos de física y que los cabros chicos vieran cómo las ondas rebotaban. Como sabía que iba a estar poco tiempo, me iba en la volá y hablaba de los planetas, de cómo se formaban las estaciones del año, que uno cree que tiene que ver con estar más cerca o lejos del Sol, y en realidad tiene que ver con que la Tierra está inclinada. En esas cuestiones la pasaba bien. Algunos alumnos me pescaban. Y se daba algo muy divertido: a medida que la letra avanza en el alfabeto, el curso se va poniendo más desordenado; los del A son limpiecitos, y con los del G ya me sentía el Tío Emilio, jaja.

Creía que le había hecho clases a Guillermo Maripán (defensa de La Roja), pero al final no era él. Me escribió un muy amigo de Maripán, que era fan mío, y al final Maripán me escribió y le dije: “Oh, hueón, sorry, creí que habías estudiado en tal parte”. No. Después descubrí que al cabro que le hice clase era otro, que se llamaba Benjamín Inostroza, algo así (actualmente juega en Iberia de la Segunda División). Al final jugó y no llegó a la selección chilena; le fue menos bien. Ahora no cuento la historia de Maripán porque es mentira básicamente.

Hay algo en común entre la matemática y el humor, pero no sé qué es. En lo que más se parecen es en reconocer patrones. Cuando estudias matemáticas y ves ciertas secuencias, puedes decir que el número que viene. En el humor pasa lo mismo: te fijas en ciertas palabras; por ejemplo, si quieres hacer el chiste de un futbolista que choca un auto, hacer algo con que se pasó una roja, y buscas palabras que tengan similitudes entre “autos” y “fútbol”, y al reconocer esas cositas surge el humor. Romper la lógica: la matemática es muy lógica, y en el humor lo que más se aprecia es la lógica, justamente romper la estructura que venías llevando. Por ejemplo, en la regla de tres, el tercero tiene que quebrar la lógica de los otros dos para ser gracioso. Siento que para eso me sirvió haber estudiado matemática, para reconocer esas cosas y planear.

Slimming creía haberle hecho clases a Guillermo Maripán, aunque ya comprobó que no fue así. Foto: Andres Perez

En algún momento se vuelve mecánico hacer humor. Ahora estoy en El Purgatorio (Canal 13) y todas las semanas hay que escribir algo y todo está más o menos relacionado a la idea de que los famosos mueren. El chiste de que “este es tu último entierro” se va repitiendo. Cuando trabajé con Edo Caroe en un programa para el Canal 13, escribimos más de 40 libretos, todas las semanas por un año. Ahí era bien mecánica la cuestión, como ir al baño sin tener ganas. Tenías que hacerlo, y a veces lo más divertido del humor es cuando sale espontáneamente. Se hace mecánico, pero no tedioso, sino que la mecánica te funciona también porque vas agarrando trucos, dándote cuenta de ciertas cosas que después te facilitan la pega.

Antiguamente era muy fácil, pero ahora uno evita hacer chistes con el físico, a menos que sea muy evidente. Por ejemplo, Miguelito, ¿de verdad no vas a decir nada de su estatura? Sé que es feo hablar del cuerpo de la gente, pero a veces es inevitable; y a veces no. Tienes que ser muy orejón para que la gente lo note, jajaja. Lo mismo con la gordura. Yo siento un poco más de libertad en molestar con la gordura, porque yo soy gordo; esta es complicidad, como los negros que pueden hacer chistes de negros, los judíos chistes de judíos, y a mí déjame huevear a los guatones. Déjame una, jajaja.

Que me dedicara al humor era tema para mis papás. Si bien mi carrera no era la gran cosa, estudié en la Universidad Católica, entonces para ellos era muy importante que yo saliera de ahí. Pensaban que podía dejar todo tirado por este sueño “infantil” de ser humorista. Pero cuando empecé a ganar un sueldo y vivir bien del humor, empezaron a agarrar más confianza. Y cuando vieron que los humoristas a los que ayudaba les iba bien en el Festival de Viña, dijeron: “Ya, este hueón tiene talento, dejémoslo tranquilo”.

Luis Slimming, Marcelo Valverde y Héctor Romero son los protagonistas del podcast El sentido del humor.

Siendo guionista aprendí a tragarme el ego. Había chistes que escribía y los aplausos se los llevaba el humorista. Hay una película que se llama The Prestige (2006), de Cristopher Nolan, en que “Wolverine” (Hugh Jackman) es un mago que hace unos trucos a través de un doble, y el verdadero mago queda escondido bajo el escenario, entonces está detrás de la cortina, solo (haciendo los trucos). Así me sentía. Los aplausos se los llevaba otro, pero sabía que el chiste era mío. Pero era bonito que la gente se riera, igual me sentía bien. No me ponía a llorar ni triste. Pero sí pensé: “Qué bonito sería recibir esos aplausos yo”.

Ahora se ha popularizado más que existimos los guionistas, aunque no todos los humoristas usan guionistas, entonces hay que tener cuidado porque la mayoría de los humoristas escriben sus propios chistes, los de stand-up al menos.

Cuando partí en Coliseo Romano fue como humorista, pero como me fue mal (en la gala) terminé de guionista, y me sentí muy cómodo de guionista, porque si bien tenía esta parte del ego, también tenía la buena de que si el chiste salía mal nadie decía que era culpa mía. Si un famoso se enojaba porque los huevebas, nadie me iba a molestar. Edo dijo una cuestión por la que le llegaron amenazas de muerte, y a mí no me llegó ni una. Disfrutaba esas cosas del anonimato. Después sentí la pulsión, que la gente se riera conmigo no sólo por escrito, también cuando lo contaba. Inevitablemente me subí al escenario, porque tuve un lapso entre 2011 y 2017 en que sólo escribía para otros.

Aunque no deslumbró en Coliseo Romano, esa fue su fuerte de entrada para convertirse en guionista de humor. Foto: Andres Perez

El podcast, El sentido del humor, me hizo desenvolverme mejor, porque antes le tenía mucho miedo al micrófono. Con el conversar y después entrevistar humoristas en Entre broma y broma empecé a soltarme más. Antes cuando el show partía mal, terminaba mal. Ahora he dado vuelta públicos: parten mal y terminan muy bien. Pero siempre es un riesgo, me da miedo no poder darlos vuelta, porque cuando cortas la leche ya nada es gracioso. Es muy difícil salir de ahí. Pero a veces se puede. Siento que he mejorado en eso, pero cuando soy más chistoso es cuando me está yendo bien. Si algo está funcionando mal, se me nota. Hay que trabajar en eso. Es práctica y práctica.

Mis chistes tienen harta autobiografía. Me gustan los chistes y soy de partir de una base real, porque siento, además, que es más gracioso cuando te pasa a ti. De repente cuento cuestiones que son falsas, pero de una base verosímil. Eso siento que da más risa, por eso lo uso, más que porque quiero hablar de mí; sé que funciona más. No tengo el talento del Bombo Fica para hacer un chiste como el de los choros. He inventado historias cortitas, chistecitos de personajes como un salero, pero cortitos, no podría mantener diez minutos una historia de un tarro de conserva con choros.

Le tenía miedo a los escenarios, me ponía nervioso, me quedaba en blanco, no sabía qué decir. Pero me interesaba, así que partí de a poquitito, con cinco minutos. Aprendí a controlar, al principio me daban mucho miedo los silencios. Después aprendí que los silencios son parte importante del humor, los necesitas, para que las risas se noten. Tiene que haber una historia un poco más larga, o meterse en un tema más oscuro, porque también lo divertido es generar tensión. Cuando estás en una cuestión media tensa y la rompes, es muy gracioso. O cuando estás contando algo incómodo, a veces la gente no sabe si reírse o no; generalmente con la política la gente espera que se ría el de al lado para reírse.

Luis Slimming con el parche de "Brunito", haciendo como si fuera el popular personaje de Los 80. FOTO: PABLO OVALLE ISASMENDI / AGENCIAUNO

Antes de Coliseo Romano, sólo me había subido a los escenarios de la universidad o para el Día del Alumno. Una vez había ido a un bar a hacer micrófono abierto. Fue la noche en que me vio un productor de Mega (Andrés Canales), en un evento organizado por la Jani Dueñas con Paloma Salas, en el teatro El Cachafaz de Guardia Vieja. Fui, hice diez minutos, me fue la raja, se me acercó un productor y en el casting me fue bien, pero en la gala mal.

Mi estilo de humor cuando mejor funciona es cuando me tienes cariño, porque así no suena pesado. Si estoy molestando a alguien, sabes que no es por hacerle daño. Estoy molestando porque es gracioso. Pero cuesta cuando no te conocen, porque suena todo pesado. “¿Pero por qué está molestando? ¿Qué te crees?”. Si me conoces, sabes cómo soy y que después me voy a molestar a mí mismo. Se hace mucho más liviano todo.

Es la gracia de Felipe Avello, que nos metió ese inception (inicio) de que es el Avello, no lo tomes en serio. Siento que, de alguna manera, he hecho lo mismo, con el podcast y tengo apariciones en televisión. No sé si estaría todos los días en un SQP (CHV), pero al final estoy haciendo El Purgatorio, que igual es un programa medio de farándula. Si bien no es lo que pretendo, se ha estado dando naturalmente. Pero me encantaría tener el éxito de Avello a ese punto. Avello cuando era chico era muy odiado por la gente, nos daba risa a un grupo muy específico de personas. Y después Avello se empezó a convertir en este humor transversal. Ahora su público son niños chicos y abuelitas. Esa cuestión la encuentro genial: cómo transversalizar el humor sin perder tu identidad, porque Avello sigue siendo Avello. De repente igual le da la pataleta y se pone a decir huéas brígidas y la gente se ríe, porque sabe que no está hablando en serio.

Slimming mira con atención el camino seguido Felipe Avello, y ve los puntos en común. Foto: Andres Perez

Edo Caroe juega un papel muy importante en mi carrera y quiero creer que yo también en la de él, jajaja. Partimos juntos, ninguno de los dos sabía escribir chistes, aprendimos juntos en este camino, y haciéndonos reír mutuamente descubrimos que éramos chistosos. Le tengo un cariño muy grande y una admiración, porque lo que hizo de llenar dos Movistar Arena nos abrió la mente a todos los humoristas de aspirar a eso. Antes era el Festival de Viña, ¿y después qué?

Con Edo somos amigos, no nos juntamos tanto; pero, por ejemplo, ahora como Edo hace todos estos espectáculos donde invita comediantes a telonear, en esas instancias lo veo, y generalmente nos quedamos conversando y tomando alguna cosita. Siempre me invita a su cumpleaños y cuestiones; lamentablemente nunca puedo ir, porque además estamos de cumpleaños cerca. A veces los celebrábamos juntos. Somos de escribirnos, nos felicitarnos para algún logro del otro. Mantenemos una bonita relación.

Ana Pulgar, mi esposa, es el motor de mi carrera; si no hubiese sido por ella yo seguiría haciendo clases de matemáticas. Me decía que tenía talento, que yo podía hacer esto y aspirar a más. Cuando era guionista me decía: “Cobra más”. De hecho ella es mi mayor crítica; le pregunto: “¿Estuvo bueno el show?”, y ella me dice: “Sí, pero ese chiste lo vienes contando hace rato ya”. A veces discutimos y le digo: “Qué sabes tú si tú pones inyecciones”, jajaja (es enfermera). Pero al final es mi público: si hago reír a Ana ese chiste es infalible. La Ana no se ríe nada, pero le encanta el humor. Tenemos un humor muy nerd, las cosas que más disfrutamos las vemos juntos. Pero es muy crítica de mi trabajo en el escenario. Cuando no me sabía mucho los chistes me llevaba un cuadernito y ella lo encontraba súper poco profesional, como un torpedo. Es la que me mantiene los pies en la tierra, la que me empuja a ser mejor y la que me alegra ver feliz. Todos los logros son para ella.

¿Cómo nos conocimos? Fui su profe de matemáticas, jajaja. Déjame terminar la historia porque así suena horrible. Ella era secretaria en la Clínica Alemana. Tenía 23 años y mi hermana también trabajaba ahí, y se hicieron amigas. Y Ana le contaba que siempre quiso ser enfermera, pero salió de un colegio técnico, y mi hermana le decía que diera la PSU. Y empezó a ir a mi casa y yo le hacía clases de matemática una vez a la semana para preparar la prueba. En ese rato nos empezamos a gustar y cuando dio la prueba la invité a salir. Después la acompañé a hacer ese trámite donde vas a la cúpula del Parque O’Higgins a buscar la universidad en que quedaste. Esa fue nuestra primera cita. Y de ahí hasta el día de hoy. Yo tenía 24 años. Ella era mi jefa y se metió con su empleado, jaja.

El comendiante habla del rol clave que ha jugado su esposa, Claudia Pulgar, en su carrera. Foto: Andres Perez

Con Ana voy a cumplir 11 años de relación, pero el rol de padrastro empezó cuando empecé a vivir con la Matilda, a sus siete años. Al principio es raro porque uno no es papá; uno trata de mantener cierta lejanía, porque no sabes si te corresponde. También tiene que ver con la confianza; la “Mati” me empezó a decir “papá” a temprana edad, pero eso no me convertía en su papá inmediatamente. Fue lento. Parte de un cambio que hice en la pandemia, en que empecé a ir al psicólogo, me ayudó mucho a empoderarme de mi paternidad. Antes me sentía papá prestado; no me empodera tanto con la “Mati” como siento que es ahora. Somos partners y me llama para cualquier cuestión. Siento que soy su figura más cercana. Quizás no estuve muy ahí en su niñez, pero ahora en su adolescencia, ya con catorce años, soy más presente. Ha sido bonito emocionarme con logros de ella. Tenerle un cariño genuino se va formando de a poquitito, hasta que después ya es inevitable.

Una entrevista favorita de Entre broma y broma fue con Iván Arenas, que se entrevista solo, es dejarlo hablar nomás. Lo más grande. Una entrevista que me gustó mucho fue con Pollo Fuentes, muy divertida, sin tenerle mucha fe a la entrevista. Muy buena. Óscar Gangas se lució también. Alvarito Salas también estuvo muy buena.

Al principio invitaba sólo a amigos, como a Edo o Stefan Kramer, y después empecé a llamar a humoristas que no conocía pero que nos habíamos visto porque igual había trabajado en tele varios años. Después al programa empezó a ir bien y muchos empezaron a ofrecer. Óscar Gangas me llamó y me dijo: “Llévame”. Y salió una joya. Pensé que iba a ser incómodo, pero no. Uno piensa que los viejos, como son de otra generación, tienen un humor distinto. Ha sido bacán entrevistarlos y conocerlos, y te das cuenta de que al final es la misma hueá: los chistes son distintos, pero son las mismas experiencias, como la vieja que no se ríe o el camarín que vale callampa. Eso ha sido muy bonito.

Álvaro Salas y Luis Slimming en Entre broma y broma. Fotografía facilitada por El sentido del humor producciones.

El sentido del humor partió como un podcast de Marcelo Valverde y Fabrizio Copano, hasta que Fabrizio se fue a Estados Unidos. Marcelo quería seguir haciendo el podcast, grabamos la cuestión y se empezó a convertir en un conversar entre nosotros. Después sumamos a Héctor Romero y cachamos que había una muy buena dinámica entre los tres. Partió como una tirar la talla con un micrófono. No nos conocía nadie, podíamos hablar de cualquier cosa. Y la gente se empezó a enganchar, gente joven. La mayoría de los cabros que nos escuchaban estaban estudiando, y ahora son profesionales; fueron creciendo nosotros y hoy son nuestro público más fiel. Ha sido bonita la evolución de nosotros mismos, y el público que nos ha premiado mucho, por la espontaneidad de que somos así. Ahora nos cuidamos más, porque hubo un tiempo después de Olmué en que hueá que decía salía en el diario.

Mi salud, sufrir un infarto es un miedo por el que no hago nada todavía, pero sí quiero bajar de peso y no comer tanta azúcar. Es una preocupación, pero siento que todavía estoy aprovechándome de que soy “joven”. Es una preocupación que tengo, pero lamentablemente no hago nada por ella, todavía. Siempre que voy al gimnasio lo dejo. Pero siento que he bajado de peso un poquito. Estar con hartos proyectos tampoco te deja tiempo para almorzar, te terminas comiendo un McDonald’s. Pero la salud mental está bien, jajaja.

En la pandemia estuve con una distimia (Trastorno depresivo persistente), según mi psiquiatra. Todavía estoy tomando pastillas. Creo que fue un poco por la pandemia, no trabajar, estar en la casa y la falta de vitamina D sin estar expuesto al sol. Se fue dando una depresión, más otros temas personales. Más encima con el psicólogo hablas hueás y se van abriendo otras puertas; al final pasó que la misma terapia de psicología me fue deprimiendo más, hasta que ella me dijo: “Anda al psiquiatra”, que me empezó a dar pastillas y me empecé a sentir mejor. Pero no sé si fueron las pastillas o que se terminó la pandemia y pude volver a trabajar, tras estar dos años sin actuar ni sin sentir las risas. Y creo que era una distimia que venía arrastrando de hace muchos años, sólo que no se notaba porque era funcional; siempre he sido flojo, pero parece que no era sólo flojo, además tenía esta este problema. Aparte cuando eres chistoso o tratas de hacer reír, la depresión no se nota tanto.

La pandemia gatilló en Luis un complejo periodo respecto a su salud mental. Foto: Andres Perez

El Purgatorio es caleta de pega. Al principio hacer la rutina para el invitado me tomaba toda la semana. Después empiezas a agarrar el ritmo y a encontrarle la maña. Son dos “muertos” (invitados), y con la “Chiqui” Aguayo nos los repartimos. Escribimos las condolencias y después nos juntamos con Marcelo y Héctor a arreglar esas condolencias. Le vamos metiendo chistes y sacando otros. Después los mandamos, se revisan y de ahí nos preparamos con la Chiqui.

José Miguel Viñuela tuvo la mala suerte de ir al principio del programa, cuando estaba encontrando su identidad. Y lo que nos habían pedido era que fuera como un roast, un formato gringo que se trata justamente de sacarle al invitado todos los trapitos al sol y hacer chistes de sus peores cosas, como lo que hacía Yerko Puchento, pero tratamos de modernizarlo y al final fuimos encontrando esto. Pero la verdad es el chileno es muy buena persona, empatiza hasta con “El Tila” (también conocido como “El sicópata de La Dehesa”); puedes tener a la persona más mala ahí, le empiezas a tirar chistes crueles y la gente dice: “Piensen en la la mamá del ‘Tila’”, jajaja. Y a Viñuela más encima lo estábamos hueveando porque lo estafaron, entonces igual era mala onda. Nadie tiene la culpa de que sea estafado, pero siento que a Viñuela no ha dado vuelta la hoja, a diferencia del Huevo Fuenzalida, que le hicimos caleta de chistes de cocaína y estaba cagado de la risa, porque ya no es tema para él. En cambio, el corte de pelo (al camarógrafo en Mucho Gusto) y todo eso parece que todavía le pesa, entonces no se ríe.

La exposición al principio me daba risa, pero después me dio lata porque a veces los medios son muy de inventar hueás. Cuando partió el programa decían que con la “Chiqui” nos llevábamos pésimo y que ella había pedido mi renuncia. Y nada de eso era verdad. ¿Por qué salen estas cuestiones?, me preguntaba. Y después vas cachando que la gente se queda con eso, con el titular, y da lo mismo que tengas la razón o no, pero te ven que estás peleando con este y con este, y te tachan de peleador y que te crees la raja. Empiezas a generar una animadversión. Y eso es lo que me molesta, porque si te ven que estás peleando con todo el mundo, quedas de peleador, a pesar de que estás haciendo tu pega nomás. No me gustaba hacer noticia por eso.

El 2023 ha sido lejos el mejor año profesional, he podido crecer más en lo que yo amo: contar chistes. Si bien ya llevaba un tiempo haciendo chistes en bares, este año he podido tener la experiencia de ir a casinos, teatros y festivales. Al tener distintas público también vas mejorando, porque se genera el efecto de que empiezas a hacer reír a los mismos que ya te conocen, y la gente paga por ir a verte. A veces me ha tocado ir a lugares donde nadie sabe quién soy yo, y lograr hacerlos reír es bacán. He crecido caleta como profesional este año, y también mejoraron las lucas, que no es menor.

Después de que fui a Olmué me empecé a sentir humorista. Pero es personal, porque a Paloma Salas la encuentro una comediantaza y no creo que ella quiera ir a algún festival. Pero personalmente sentí que el Festival de Olmué me validó un poquitito como comediante a mí mismo, y un poco para la gente también. Hasta antes de eso todavía me daba lata poner “comediante”. Al principio, cuando iba a los hoteles y tenía que escribir mi profesión, ponía “profesor” o “licenciado en matemáticas”. Pasó mucho tiempo hasta que empecé a poner “guionista”; me daba vergüenza, pensaba que “no he escrito ni una teleserie”, y ponía “libretista” nomás. Y hace poquitito empecé a poner “comediante”, y ya me lo creo. Esa inseguridad tiene que ver con lo que me pasaba cuando estudiaba matemática: una cosa es estudiar y otra cosa es ser matemático. Entonces cuando te presentas como matemático es como “yiaaa, qué teorema has inventado vo’”. Me pasaba eso. Pero ahora vivo de esto, es mi fuente de trabajo, lo que hago y en lo que pienso todo el día. Mi vida es ser comediante.

A Luis le costó verse a sí mismo comediante, sin embargo, finalmente lo logró tras Olmué. Foto: Andres Perez

El matrimonio de una de mis hermanas fue el mismo día que Olmué. Yo sabía que en mi familia no iban a tener problema, por la oportunidad que era, pero yo no quería pasar por encima; a veces uno pide permiso sabiendo que el permiso está, pero hay que pedirlo igual. Si me hubieran dicho que no, yo habría dicho “puta que eres egoísta”. No alcancé a ir; ella se estaba casando, la fiesta terminó a la tres de la mañana y yo recién me desocupé de dar entrevistas como a las 2 AM, entonces de Olmué a Santiago iba a llegar a nada. Fue muy lindo, porque en TVN hicieron un contacto en directo conmigo en el backstage, llevaron una cámara y pude ver a mi familia en la tele en vivo. Pude estar en ese matrimonio de alguna manera. Y en el matrimonio estaba el bailongo y todo, y en una salita había una tele “para los que quieran ver al Luchito”, y al final terminaron todos yendo a verme, como un partido de fútbol.

Con el humor toca postergar momentos personales y familiares, pero trato de que no, de priorizar. En algún momento traté de no tomar shows los fines de semana, justamente para estar en la casa, y después de a poquitito negociar. Trato de por lo menos un fin de semana al mes no salir, porque típico que el sábado viajo y vuelvo el domingo. Trato de dejar un fin de semana al mes para estar en la casa. Igual mi horario es más flexible y trato de ir con la “Mati” al cine el jueves, por ejemplo. Hasta ahora ha sido llevadero. Mi señora igual trabaja harto, pero también ahora tiene teletrabajo; hay días que nos quedamos juntos en la casa, en mitad de semana.

Había un baile que hacía Nachito Larraín (Fernando Godoy en Casado con hijos) que yo lo encontraba muy bueno. Y yo lo practiqué frente al espejo, hasta que me salió y dije: “Con este paso voy a matar en las fiestas”. Pero con el otro pie el baile me sale como las hueas porque no lo ensayé. Y una vez a una compañera de trabajo le tiré esa talla, porque justamente ella estaba hablando de que “si un hombre baila bien es bueno en la cama”. A propósito de eso dije ese chiste. Dio mucha risa y pensé que ese chistecito podía sumarlo a la rutina de Olmué. Y lo sumé al final, nunca lo contaba. Lo empecé a probar un par de semanas antes y dije: “Uy, funciona, estamos”. Y había un juego de palabras en que yo decía que en vez de Dua Lipa yo era “Dua Lipo”, por la guata, pero no funcionaba siempre, porque no se entendía el “lipo” de liposucción. Al final lo saqué, pero dejé el resto.

Luis Slimming desmenuza algunos de sus chiste de Olmué. Fotografía facilitada por El sentido del humor producciones.

A papá de la “Mati” no lo odio, pero no tengo ninguna relación con él; no somos amigos ni nada. Sólo que es gracioso decir que “lo odio” (en una rutina de humor). La “Mati” no tiene ningún drama. Supe que él se anduvo enojando, pero en realidad nadie sabe quién es él, salvo sus amigos, que lo molestaban, que en eso lo perjudicó. Pero pasó el tiempo, dejó de ser tema y se le olvidó.

Cuando la “Mati” era muy chica y no tenía mucho discernimiento, le decía a la Ana: “Oye, puedo hablar de esto?”, y ella me decía “Sí, dale nomás”. Y como la Mati ya es adolescente y la rutina hablaba de temas más de ella, como por ejemplo, el chiste que yo contaba de que la vi besándose con un cabro, que es verdad, le pregunté: “Oye, ¿puedo contar esto?”, y ella me dijo: “Ya, pero no digas el nombre de él”. Creo que lo nombré como “Benjamín”, pero tenía otro nombre.

Los chistes después de Olmué no los repetí. A veces iba a los festivales y me decían que los humoristas siempre cuentan la rutina que hicieron en Viña. Y por lo mismo me fue como las hueás en el Festival de Marchigüe, dos semanas después de Olmué, porque no tenía muchos chistes. Tenía puros chistes ordinarios, y era un festival familiar; había niños y guaguas, y yo haciendo chistes de la tula, que todavía los hago, pero ahora los adorno mejor.

Tras su éxito en Olmué, el comediante se esmeró en no repetir chistes de ahí en más. Foto: Andres Perez

Durante el año he estado pensando harto en el Festival de Viña, y ahora que se acerca la fecha, siempre está la posibilidad. He tenido conversaciones, sólo que todavía no se toma la decisión final, porque tienen que revisar los cambios. La última vez la vieron y dijeron: “Está buena, pero está muy fuerte”, jajaja, “queremos algo más parecido a lo de Olmué”. Estoy tratando de armar algo más transversal para ver si les gusta; y si no, bien también. Pasa ese efecto de que si te va bien en Olmué, lo más lógico es que después vayas a Viña. Pero también puede que no. No depende de mí. Aparte, el humor que hago es bien de intimidad, me gusta jugar con las cuestiones de las que no se debe reír, y hacerlo en una cuestión tan masiva es peludo, porque puede salir el tiro por la culata. Tengo que elegir bien las palabras que voy a usar, que se entienda que es una ironía y que no pienso tal cosa realmente.

Los guiones los trabajo con Héctor y Marcelo principalmente. En un principio era solo, pero ahora que agarramos esta dinámica del Purgatorio nos dimos cuenta de que los tres trabajamos súper bien. Empezamos a revisar las rutinas de Marcelo, de Héctor y las mías. Ahora nos han llegado las de humoristas que van a tener alguna presentación, y nos piden pegarle una leída.

La rutina de Olmué era presentarme un poco. Como la gente no me conocía, había mucho que hablar de mi historia y tratar de ser bien transversal. Ahora hablo más partiendo de la base que la gente sabe quién soy, y más o menos lo que yo hablo. Me gusta mucho tocar temas que, en teoría, no dan risa, lograr sacar la risa de ahí. Y también hay chistes ordinarios, pero que no suene tan ordinario, elegante; le meto alguna fórmula matemática entre medio para que no suene tan ordinario. Siento que el país está medio despolitizado este año; en Olmué veníamos con todo lo de la Constitución, el Apruebo, el Rechazo, el Pelao Vade, no habíamos tenido festivales por el estallido y la pandemia, y todo eso. Había muchas ganas de decir cosas. Ahora hablo poco de política, porque la gente está desconectada. En eso falta un poquitito. Pero me gustaría, si es que voy a Viña, tener un bloque político. También me da lata escribirlo antes del plebiscito, porque capaz que no sobreviva hasta febrero.

Luis Slimming tras su triunfo en Olmué. Fotografía facilitada por El sentido del humor producciones.

Don Comedia, un ordinario; Luis Slimming, un caballero”, escribió un espectador en YouTube. Don Comedia es una versión en el escenario de mí mismo. No hay mucha diferencia entre los dos, pero me da risa, me gusta que la gente vea la diferencia. El escenario te presta una autoridad. El otro día estaba diciendo algo, y alguien en el público repitió exactamente lo que dije. En persona le hubiese contestado; “Claro, sí”. En cambio, con el micrófono le dije: “Sí, eso exactamente fue lo que dije, me hiciste mansplaining a mí mismo. ¿Qué tan machista tení que ser para que le hagas mansplaining a otro hombre?”. Y eso empezó a dar mucha risa, y hasta la polola se reía de él. Y eso jamás se lo hubiese dicho en persona. Pero ahí buscas la risa. Te atreves a más. La talla en persona se me ocurre igual, pero no la digo porque no soy un sociópata tampoco, jaja. Pero en el escenario la risa justifica la pesadez.

El sueño de todos es internacionalizar la carrera, pero no es algo que anhele. Lo encuentro bonito, porque soy muy amigo de Fabrizio y él está haciendo el sueño: viviendo en Nueva York y actuando en el Comedy Cellar. Qué bacán, qué envidia. Pero hay una barrera idiomática también; no hablo inglés al nivel de poder contar chistes e improvisar. Soy más de escuchar, pero hablar soy un “Tarzán”. Eso me limita con el sueño de EE.UU., que es la Meca del stand-up. Y ya para México y otras cosas latinas, primero haré reír a los chilenos. Si no hago reír a los hueones con los que crecí y mantengo las mismas referencias, será muy difícil que logre hacer reír a los mexicanos, porque más encima creo que les carga el Chavo del 8, que es la única que hueá que tengo de México.

Si me fuera vivir afuera, tendría que irme con Ana, la Mati y con mi suegro. Es más complicado. Hay que ir de a poquitito; primero acá. Me gustaría eventualmente ir a Argentina a hacer chistes, ver cómo me va y si me va bien, volver el otro año, después ir a Perú, y así, pero creo que viviendo en Chile.

Si bien el comediante quiere internacionalizar su carrera, su futuro lo vislumbra en Chile. Foto: Andres Perez

Si no hubiera sido comediante, yo creo que sería profesor de matemáticas. Pero quizá no en un colegio. Me hubiese gustado tener un magíster. No creo que hubiese podido, pero me habría gustado ser profesor de universidad de matemáticas. Seguir ligado al mundo de las matemáticas.

En la universidad era la peor combinación: flojo y poco carretero. Sólo faltaba a clase, pero no porque estaba con caña, sino que porque estaba en mi casa viendo Netflix. Era de tirar la talla, pero en el curso; lo mismo que hacía en el colegio, pero con malas notas, jajaja.

¿Un apodo? En el colegio siempre me decían “Luis” y “Slimming”, y en la universidad también. Ahora renació “Luchito” o “Lucho”, que era como me decían en mi casa.

Un sueño pendiente es ir al Festival de Viña y que me vaya bien.

Trato de no tener muchas cábalas, porque de chico tenía caleta y sentía que me atrapaba, me hacía dependiente de ellas; como el chiste de que ser supersticioso trae mala suerte. Me alejé un poco de las cábalas. Antes creía mucho en Dios, entonces rezaba. Después igual rezaba aunque no creyera en Dios. Pero rezar en el sentido de “Señor, ayúdame, por favor”, no sacaba un rosario. Era más una encomienda.

Una frase favorita es que “todo es gracioso hasta que te pasa a ti”.

Luis creía ser un genio de las matemáticas hasta que encontró a la universidad y conoció a sus compañeros. Fotografía facilitada por El sentido del humor producciones.

Un comediante chileno que admiro es Stefan Kramer, porque tiene una familia preciosa, formó un imperio por su talento, a punta de trabajo llegó más lejos que la cresta, es genuinamente buena persona y muy humilde a pesar de todo el éxito que tiene. Eso es admirable.

Una comida favorita es el pescado frito con papas mayo. Mi mamá lo hacía los domingos. Era el almuerzo familiar.

Un trabajo desconocido que tuve fue que conté gente en el Patio Bellavista. Me pasaron un contador y tenía que contar a los hueones que entraban de 9 de la mañana a las 18:00. Tedioso. Tenía que estar una semana. Creo que estuve cinco días y me fui.

Con mi primer sueldo me compré un reproductor de DVD, o ya en esa época de Blu-ray. Gané como 300 lucas, y creo que le di 100 mil a mi mamá, porque es la mamita. Y creo que me alcanzó para una tele chica.

Una pasión escondida es que me gusta dibujar. Hace tiempo que no lo hago, pero me gusta. Y me gusta hacerme sonar los huesos, jajajaja. Y lo otro ya es un problema médico, que los cueritos de los dedos me los saco y tengo los dedos horribles. Me pasaba que cuando estaba en la universidad mi talento oculto era ser chistoso. En cambio ahora, siendo chistoso, mi talento oculto es que me sé el cuadrado de binomio.

Slimming se sincera sobre su admiración por Stefan Kramer. Foto: Andres Perez

Un trago favorito es el Tom Collins (gin, limón, azucar, agua con gas y hielo), que sólo lo pido cuando quiero algo más fuerte y fifí, porque lo descubrí hace poco. Generalmente tomo piscola: Pisco Mistral de 35°, Coca-Cola zero y dos hielos.

Una película que me hace llorar es Up, la primera parte, cuando se muere la señora del viejito. Papá por siempre, la de Robin Williams. La lista de Schindler, El pianista y todas esas que están hechas para llorar. Y una película favorita es Volver al futuro. No lloré con ella, pero lloré cuando la fui a ver después al cine, cuando se reestrenó a los 30 años y fui con mi sobrino, con quien me llevo por diez años. Éramos muy cercanos y le inculqué esa película. Nunca la vi en el cine, pero cuando la fuimos a ver me emocioné y lloré, por haber ido con él, por estar viendo esa película, por verme yo ya viejo, disfrutando como niño. Y la metáfora de que de verdad me llevó al pasado.

No creo en el horóscopo. Sé que los escriben los estudiantes en práctica, jajaja. Ahora que trabajo con Vanessa Daroch (en El Purgatorio) creo que sí hay gente que tiene cierta sensibilidad, pero no sé si va por las estrellas, sino que por otro lado.

El comediante se muestra bastante escéptico al horóscopo. Foto: Andres Perez

Si pudieras tener un superpoder me gustaría correr rápido, porque siempre estoy atrasado y llego tarde a todos lados. Tener la velocidad de Flash.

Mi placer culpable es cagar en los baños de discapacitados.

Si pudiera invitar a tres personas de la Historia a un asado, sería Felipe Camiroaga, porque siento que nos hubiésemos llevado súper bien; justo se murió el año que yo entré a la tele. Con Michelle Bachelet me gustaría conversar. Y no alcancé a entrevistar a Eduardo Ravani, lo tenía en la lista y se fue; me hubiese gustado mucho conocer a Jorge Pedreros y a todo lote original del Japenning con Já.

Luis Slimming es un comediante que está tratando de caer bien.

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