Tras una etapa en México, vuelve a radicarse en Chile, y por estos días presenta su nuevo disco y un show en Teatro Coliseo. El músico repasa su historia, presente y el régimen de las redes sociales: “Tengo un par de haters, pero me lo tomo con ternura porque es un amor encubierto”, opina.
Aunque en una oficina en la ciudad sus lentes oscuros podrían sugerir lo contrario, Pedro Subercaseaux García de la Huerta (46) se muestra como un tipo sencillo de inmediato. De niño vivió en las afueras de Santiago junto a su numerosa familia, en San Bernardo, en el sector de Nos. Recuerda que para ir a la capital “había que andar mucho en auto, todos los días, y que la Ruta 5, por donde está Carozzi, me parece que era una vía”, según relata a La Cuarta. “Pasaban los camiones en contra y el auto se movía. Estaba muy a trasmano todo”.
Si bien la música no siempre fue un destino claro, de chico le gustó hasta que, pasada la adolescencia, se adentró con todo en ella, siendo parte de distintas bandas. Le costó la idea de tomar un camino en solitario y hacerse un nombre como “Pedropiedra”... Hoy ya tiene seis discos a su haber, con el recientemente lanzado Tótem, el más extenso de su discografía. Y ya se alista para lanzar una nueva canción, “Detrás de ti”, que debutara en el Teatro Coliseo el 12 de abril a las 20:00 hrs (las entradas están disponibles en Puntoticket). Aquel show, además, contará con un coro aficionado escogido por el propio cantautor, quien en sus redes sociales hace ya tiempo ha mostrado cierta vocación pedagógica musical.
Pero ese es sólo un fragmento de su presente y una partícula dentro de toda su historia. Siendo hijo del pintor Juan Subercaseaux, Pedro estuvo cerca de dedicarse al arte; con ocho hermanos, de niño debió aprender a compartir; siendo un adolescente enfrentó la muerte de su madre a causa de un cáncer; en el 2007 partió a México y se terminó quedando un par de temporadas, e incluso vivió unos meses con Jorge González; regresó a Chile ya como “Pedropiedra”; se casó y tuvo hijos; vio cómo la pandemia afectó a su quinto disco, Aló!; se radicó de nuevo en Ciudad de México, ya con su familia, pero hace poco regresó; se ha adaptado al régimen de las redes sociales; ha pasado algún mal rato por opiniones políticas; e incluso fue parte de El Antídoto (Mega), conducido por Fabrizio Copano; entre otras aristas.
En su fuero más personal, se ha definido a sí mismo como un “bocasucia”, es decir, “me gusta decir asquerosidades, tallas indecibles, pelar y todo”, explica. Ya bien entrado en sus 40 y tanto, el artista se ha deshecho de algunos complejos consigo mismo, como con su voz, a pesar de que sigue sin considerarse un “gran cantante”. Pero defiende la importancia de la autoaceptación, al igual que con el propio cuerpo, aunque:
—Lo digo porque tengo una mata de pelo —admite con humor para La Firme Pedro, lejos de la calvicie—. No sé si diría lo mismo si me estuviera quedando pelado.
Eso y mucho más, a continuación…
LA FIRME CON PEDROPIEDRA
Viví en Nos, en San Bernardo, hasta los diez años; después en Pedro de Valdivia con Francisco Bilbao. Mi infancia fue rodeada de mucha familia. Mi recuerdos más entretenidos, musicales, son de cuando nos cambiamos a Providencia: Había una tienda, que todavía está, Epiphone Line, donde venden insumos musicales. Primero iba a mirar instrumentos, y después a comprar cuerdas, baquetas, uñetas y todo tipo de cosas. Atiende el mismo caballero hace más de 30 años.
Somos diez hermanos. Vivir entre varios implicaba que siempre andábamos apretados en el auto, o yo dormía con tres hermanos más en una pieza. No habían favoritos ni privilegiados, era todo una especie de “orfanato”. Me acuerdo que en casas de amigos había Coca Cola en el refri, o cereales, y era como: “¡Wow!”. Las infancias han cambiado mucho en relación a la manera que me crié yo y la gente de mi generación. La mía se parecía mucho más a cómo se criaron nuestros padres y abuelos a cómo se crían nuestros hijos hoy. La bolsa de basura de la casa era una bolsita a la semana, con unos huesos de pollo y cáscaras de zapallo, y ahora la cantidad de basura que saco de mi casa: cajas de leche, bolsas de todo tipo, envases, y todo que viene muy envasado. Antes, era más austero en general.
En “Amar en silencio” cuento mi enamoramiento por una niña en la iglesia, en Nos, en la Avenida Portales, frente a la Maestranza San Bernardo. No sé si está la iglesia todavía, pero el relato es súper vívido, porque era muy tal cual como está en la canción. En ese tiempo era una capilla chiquita en la mitad de un descampado. No me enamoré de la niña, pero me gustaba; para que sea una canción, hay una máxima: “No dejes que la verdad arruine una buena historia”; siempre hay que ponerle condimento. La niña era ciega. Han aparecido como tres ciegas que dicen que son la de la canción. Me han escrito y me han llegado comentarios. Eran tres personas distintas, así que por lo menos dos están mintiendo, jaja, o están confundidas.
Jugaba a la pelota, pero era malo. Un primo nos convirtió en hinchas de la UC. Le tenía simpatía al equipo, hasta el día de hoy, pero nunca me ha importado si pierde o gana, y ya no sé quién es el DT. Le perdí la pista. Las únicas veces que me he emocionado de verdad con partidos de fútbol fueron de la Selección. Me acuerdo del “Cóndor” Rojas, que vi ese partido cuando se cortó. Estaba indignadísimo. Me gustaba jugar al arco, entonces me hacía guantes con papel y cola fría.
Fui al Colegio Apoquindo en la enseñanza media. A pesar de que me llevaba bien con mi curso, el fin de semana me veía con otros amigos, y no conservé muchas amistades post colegio. Desde la adolescencia empecé a buscar a mis amigos más en la música. La música es siempre ser un poco bicho raro, quedarse tocando guitarra en el recreo o juntarte con otros tipos que les gustaba la música, sin importar los freak que fueran.
Mi primer público fue mi familia en general. Era medio florero; hacía imitaciones, bailaba y cantaba. Hacía una canción en la Navidad para toda la familia y la cantaba. Era medio estrellita. Me lo tomaba en serio. No se piensa mucho, me salía súper instintivo. Cuando dije en una entrevista que mi hermana mayor había sido mi primer público y que no me había tratado muy bien, casi se murió de pena, jaja. Se acordaba. Le daba rabia que yo cantara porque yo cacho que le daba celos, que lo veo con mis hijos también: cuando hay un hermano chico más pintamono y precoz, al otro le da rabia. Nos llevamos pésimo hasta los 18, y de ahí nos hicimos amigos, después que pasas la adolescencia y todos sus problemas en que no cachas qué chucha te está pasando por las hormonas. Vivimos juntos un tiempo y nos hicimos inseparables.
Charly García dijo que la música que te define es hasta los 17 años. La música que te marca cuando adolescente es súper importante. Después uno trata de sentir esa misma magia con músicas nuevas, pero no siempre se puede; hay algunas cosas que sí, pero otras no tanto. Me marcaron los Beatles, Creedence, Los Prisioneros, Michael Jackson, UB40, The Cure, Soda Stereo, Charly García, Led Zeppelin, y un montón de bandas. Creo que entre todos los músicos chilenos, hasta mi generación, o la que vino después, escuchamos todos más o menos la misma música. Te encuentras con los tipos de Los Bunkers o de los Kuervos del Sur, y todos escuchamos lo mismo cuando chicos. Crea una especie de comunidad, de camaradería, de un lenguaje común, independiente de la música que se haga.
En un momento de mi vida le agarré tirria a Guido Vecchiola. Mi mamá (Paula García de la Huerta) murió de cáncer el año que él protagonizaba una teleserie en que hacía a un enfermo de cáncer (a Matías Undurraga, que muere de leucemia en Amor a Domicilio, de Canal 13, 1995). Canalicé por ahí, en esa figura. Por supuesto que esa tirria ya no existe. Yo era muy chico, tenía 17, pero lo veía en la teleserie y decía: “Puta, esto no es así”. El proceso duró como dos años: mi mamá se enfermó, se sanó un poco y después le volvió con todo. Guido Vecchiola lloraba mucho en la teleserie, y mi mamá no lloraba nada. Me daba rabia. Cosas de pendejo. Mi mamá tenía una resistencia a verse frágil, como para proyectar una tranquilidad; morirse con ocho hijos debe ser una cosa bien terrible. Aun así ella estaba súper entera, siempre. Lo viví con negación. No creía que se moriría.
Se van a cumplir treinta años de la muerte de mi mamá. Alcance a ser su hijo el tiempo suficiente. Tengo muchos más recuerdos de ella que mi hermana diez años menor, que tenía siete cuando ella falleció. Me tocó mucho tiempo de tener madre. Con estos ocho hijos que dejó, se ha mantenido una hermandad muy potente, hay muy poca pelea, mucho apañe y quedó medio repartida esa personalidad entre sus ocho hijos. Mis dos hermanos, que son hijos de mi papá, son súper queridos, pero nunca viví con ellos, y tengo sobrinos de la misma edad, entonces es una relación distinta, menos horizontal.
Mi mamá era buena para solucionar cosas, ya sea prácticas, como para chasquillar, o si tenía un problema con una persona y hablarlo, y encargarse de las cosas. Tengo algo de eso. Ella me enseñó a ponerle cuerda a la guitarra y un montón de cosas. Me enseñó a improvisar soluciones también. Quería que fuera abogado. Aprendí a leer solo, muy chico. Como en toda la canción de “Inteligencia dormida”, me subieron de curso porque entré al kinder y ya había aprendido a leer durante el verano. Mi mamá lo tomó como “una señal de que este es muy bueno para las letras”. Aprendí como a los diez meses a hablar. Era muy precoz. Ella me veía como de abogado... Igual todas las mamás sueñan: “Ay, quiero que este sea doctor, que este sea abogado, que este sea cura...”, jajaja. No sé si eran tanto mis características como su proyección de cómo quería que fueran sus hijos.
Duré dos semanas (o creo que fue un mes) estudiando Arquitectura. Estaba muy en la disyuntiva entre Artes plásticas, pintura derechamente, o Música. Decidí en un momento: “Quiero ser pintor”. Pintaba e iba a un taller durante la adolescencia, y aprendí a pintar con óleo. Mi papá es pintor (Juan Subercaseaux) y me dijo que no estudiara Artes plásticas, que podía aprender con él o con un maestro por fuera, y que estudiara Arquitectura pensando en una carrera con más futuro, con la misma lógica que te dicen: “No estudies Música, estudia Ingeniería en sonido”. Le hice caso, pero caché tan rápido que no era para mí que al tiro me salí.
Me metí a trabajar de asistente en una productora, Filmocentro, que ya no existe; entré de goma, estuve todo ese año y luego después entré a estudiar Música. Deseché Arte porque en ese tiempo caché que era Música. Tenía 17, no puedes tenerlas siempre tan claras las cosas a esa edad. Me pareció más entretenida la música, empecé a tirarme instintivamente para allá. Lo de la música lo había desarrollado mucho desde los doce años, entonces también me sentía cómodo con ese lenguaje y se me daba fácilmente.
Una de las pocas cosas que me arrepiento en la vida es de haber echado a un amigo de Tropiflaite, que era uno de los que lo empezaron, pero encontrábamos que no tocaba muy bien, y creíamos que era súper importante que tocara bien. Lo echamos y al final el grupo no llegó a ninguna parte. Esa amistad quedó dañada por mucho tiempo. Tuve que realmente preocuparme de reconstruirla. Me di cuenta de que fui muy cruel: privilegié un proyecto incierto, una hueá ambiciosa, por sobre una amistad de años. Fue un charchazo terrible para esta persona, y a mí a la larga me hizo sentir como un bobo y muy mal amigo. No sé si han sido tan crueles conmigo como yo fui con ese amigo.
Del 2007 al 2009 viví en México. Cuando llegué me quedé en la casa de Jorge González un par de meses (está súper documentado en un libro, Canciones de lejos). Lo conocí un poquito antes de partir para allá. Yo venía con un disco de CHC (banda), La cosa, del que él era súper fan. Lo conocí por medio de Vicente Sanfuentes, de Hermanos Brothers. Justo antes de irme, Jorge me dijo: “Oye, tengo una casa allá y está la señora Luli; la casa no la está usando nadie, así que cualquier cosa, anota su teléfono y la llamas para quedarte”. Me quedé ahí, efectivamente, como un mes. Después llegó él con su familia, pero la casa era súper grande y me dijo: “Quédate un rato más”. Lo venía recién conociendo. Grabé mis primeros demos en su estudio, con su bajo y todos los instrumentos.
Me acuerdo con mucho cariño cómo Jorge González reunía gente en su casa. Hacía asados y guitarreos, y venían Los Bunkers, la Javiera Mena, y músicos de allá como de Da Punto Beat y Sonido San Francisco... Una vez tocó de bajista mío, en un local muy chico, Tokyo Pop, asqueroso y no había nadie. Nos juntamos con dos bandas más y ensayamos como una sola, diez temas, tres de cada una. Jorge era el bajista. Hay algunas fotos por ahí: está con el bajo con los stickers (futboleros) y teñido rubio… Me acuerdo de haber ido al cine a ver Tropical Thunder (o Una guerra de película). Nos cagamos de la risa. Íbamos a jugar a la pelota en la plaza. Íbamos a comer tacos. Lo vi tocando en el (Festival) Vive Latino en el 2007... Y otras cosas que no podría contar, jaja.
Jorge González por dentro es como una abuelita, jaja. Lo vi la semana pasada. Está mejor que nunca. Le había dado seis meses de vida y acaba de cumplir diez años desde el ACV. Digo que es como una abuelita porque a veces me escribe y me dice: “Mándame dibujos de los niños”, o me manda memes. Lo voy a ver a la casa y está ahí sentado. Cuando lo voy a ver, está en su sillón hecho mierda, todo rasgado por gatos, y él está ahí con sus libros, discos y gatos, en su departamento. Está muy feliz. Ya dejó de salir tanto, pero cuando iba a mi casa se le subían los gatos encima. Es un tipo que, si no fuera por la austeridad enfermiza que tiene, habría terminado viviendo quizá con el mismo ACV pero en una mansión en Miami. Él tenía una necesidad de autosabotearse y de nunca dejar de ser la persona que fue; cada vez que tenía la oportunidad de una súper fama él la negaba y la dejaba de lado. Nunca quiso perder la cabeza por eso.
Me devolví de México por los lazos familiares. Hice muy buenos amigos allá, de hecho seguí yendo mucho. Mi segundo disco, Cripta y vida, del 2011, lo fui a grabar para allá. En un comienzo me fui por un par de meses y terminé extendiendo mucho mi quedada. Me devolví cuando me salió una movida para hacer el disco, lo grabé, empecé a tocar allá, lo llevé a sellos y traté de editarlo; estaba masterizado en Nueva York, porque un tipo le había puesto plata, pero nadie lo quería editar. Entonces lo andaba vendiendo en copias de CD-R, con timbres de goma que mandé a hacer, y los vendía como un disco muy indie, pero tenía un sonido más pulcro. En Chile lo quisieron editar, me vine a lanzarlo, y me fui quedando.
Mi primer disco de solista lo lancé a los 30 años (2009), lo que es bastante tardío. Esos años entre los 20 y los 30 siento que estaba buscando mi voz sin saberlo. Tuve varias bandas, como Hermanos Brothers, Tropiflaite y CHC, en las que yo tenía un aporte creativo, pero me nació más tarde lo de hacer canciones, querer cantarlas y hacer mi cuestión solo. Pedro Peirano me dijo: “Haz algo importante antes de los 30”. Eso me caló muy profundo y dije: “Si quiero hacer algo tengo que hacerlo yo”. Después de ese consejo me tomé en serio y pensé: “Cantes como cantes, o escribas como escribas, hazlo, y vamos viendo”.
Me costó encontrar mi personalidad para presentarme en vivo. En todos los grupos que estuve nunca fui frontman y por mi inseguridad con el cantar me daba mucha vergüenza cantar en vivo, porque me importaba mucho. Pero cuando te deja de importar, empiezas a cantar mejor. Son cosas mentales. Como cantautor lo recalco mucho en los talleres, donde llegan tipos de 50 o 60 años, que de repente sacan canciones súper lindas: “Realmente nunca es tan tarde”.
Justo cuando empecé a hacer música profesionalmente me tocó la época de la crisis de los sellos, y empezaron los contenidos gratis en internet. Pasé por todas las etapas de la música independiente, las hice todas: ir a golpear una a una radio con un CD, o subir canciones a MySpace y que gente como Julieta Venegas comentara tus canciones. Al final, lo único que no he hecho ha sido trabajar con un sello. Todo lo otro lo viví desde el principio. Ahora hay cabros de 20 años que van a mis talleres, tienen canciones súper buenas, están empezando y me preguntan cómo entrar, y sólo les puedo decir: “La única manera que se me ocurre es por contenidos”. Y es muy triste, porque ya no hay un “mecanismo industrial” que esté buscando música: están buscando más caras y números. Y tener números sin tener carrera es ilógicamente imposible. Para la gente más joven entrar es súper difícil.
A mi señora la conocí por medio de un amigo. No siempre tuve la idea de hacer familia. Se fue dando muy naturalmente. Como vengo de una familia “funcional” y fui criado muy poco traumado, uno también trata inconscientemente de replicar eso. Me funcionó mi infancia con hermanos, entonces creo que generalmente uno reproduce un poco lo que le tocó. Creo que era un poco inevitable. De hecho todos mis hermanos formaron familias. Todos lo replicaron un poco.
Mis hijos tienen entre 5 y 11 años. Cuando tienes hijos te cambia muchísimo la vida, te empiezas a dedicar a la música en tus tiempos libres. Con hijos la vida deja de pertenecerte tanto y está bueno porque también dejas de pensar todo el rato en ti. Creo que artísticamente puede ser perjudicial, pero importa menos también. A veces uno lo resiente y dice: “Puta, hace quince años estaba cagado de la risa de todo”, pero lo vas aceptando, y la cantidad de cosas buenas que te enseñan los hijos, y que traen con ellos, hacen ese contrapeso.
Inevitablemente llegará un momento en que mis hijos serán adictos a la pantalla para siempre —como todos nosotros—, entonces ese momento quiero que ojalá sea tarde lo más posible, y que sean niños el mayor tiempo posible. Muchos de mis recuerdos más felices son en los 80, corriendo al lado de una acequia, en la playa o en la naturaleza con animales. Un niño que usa pantallas sólo quiere más pantalla, y al final nada más le interesa. Trato de retrasar esa llegada inevitable, y prolongar la infancia lo más posible. En muy poco tiempo más serán adultos para toda su vida. Al final lo único que puedes darle a los hijos son buenos recuerdos de cuando chicos, para que cuando sean grandes tengan algún lugar donde acudir cuando todo esté mal.
En los comienzos de la pandemia, ingenuamente, muchos decíamos: “Esto nos hará bien como Humanidad porque nos daremos cuenta realmente de lo que es importante en estos meses en la casa”... Y no: pamplinas. Primero, cambió mucho la industria musical, se volcó casi exclusivamente hacia los contenidos: importa mucho más cómo promocionas la música más que lo que estás promocionando. Y me parece que con esas medidas de súper reclusión en la casa —que en Chile creo que fueron más duras que en ninguna parte—, después de la pandemia siento que todo se fue muy al chancho en cuanto a los discursos de los políticos. Como que ya no importa ser un pelotudo. Todo se puso como muy “post” algo, pero no sé qué... Son sensaciones que tengo, no las tengo muy intelectualizadas.
“Siento que voy para abajo”, dije en el 2022 a The Clinic. Estaba medio bajoneado. Con esa entrevista me llamó la mánager y me dijo: “No puedes decir eso; si quieres siéntelo, pero tienes que hacerte el hueón”... Hay un impulso y un momentum. Y creo que cuando estaba hablando de eso miraba con nostalgia mi momentum, que fue durante la década de 2010. Pero es súper natural primero subir y después mantenerse, cachar para dónde vas, qué tipo de música quieres hacer o cómo quieres mostrarte. Hay un momento en que no te lo estás preguntando, en que haces nomás.
Me he dado cuenta, y en la música sobre todo, que uno a veces tiene años súper buenos, otros no tanto, otros más malos. Es un sube y baja, y hay que aprender a estar en todas, sin pensar que ya “la hiciste” o que ya todo se acabó y vale callampa. Creo que la vida o la mente de los artistas pasa mucho siempre entre esos dos extremos: sentirte la raja o una mierda. Y esa es la tierra de la cual salen las obras, de sentir cosas y de sentirte bacán o mal. Al menos en mi caso, de ahí vienen las letras, las melodías y todo. Hay que abrazar ese sube y baja, ese vaivén, esa dualidad, vivirla y “aprovecharse” de ella, más que usarla para alimentar o destruir tu ego.
Hace tiempo con mi señora teníamos el bichito de irnos a México. Desde que te casas todo se convierte en un proyecto familiar. Ella profesionalmente no tenía algo que ir a hacer allá, más que vivir en otro lado y buscar lo suyo; lo encontró durante estos estos años que estuvimos —una cuestión que desarrollaba desde Chile—: el paisajismo. Por ahí también floreció algo, jaja. Y teníamos el punto a favor de que yo allá era relativamente conocido, conocía gente y podía desarrollarme un poco. Fue totalmente una buena experiencia y los niños lo pasaron súper bien. México tiene un montón de cosas alucinantes. Y como familia fue fortalecedor irse, sin raíces de apoyo a empezar de cero. Para mí fue un shock de adultez extremo. Volví a Chile en septiembre.
Había grabado mis dos primeros discos en México, fui mucho a tocar allá, prácticamente todos los años; toqué tres veces en el Vive Latino, y en festivales en Puebla, Monterrey y Guadalajara. Trabajaba con una agencia de management y de booking muy buena, que se llamaba Los Manejadores, que de los chilenos manejaban a Mon Laferte y Los Tres. Pero justo para la pandemia esta oficina cerró, porque tuvieron un problema de plata con Mon Laferte. Fue tan grande el cagazo que la agencia cerró, cambió de nombre y sus miembros se separaron. Yo, que estaba con ellos, tenía un ascenso en mi carrera allá, porque cada vez había lanzado los discos en lugares más grandes que el anterior, estaba en la radio y todo. Y para la pandemia ese disco que saqué, Aló!, no se promocionó. La pandemia mató esa racha que tenía en México y se acabó esta compañía.
Volví a México a tratar de retomar el buen momento, a conocer gente nueva, establecer contacto y agarrar un management, pero me di cuenta de que, con el tiempo que transcurrió entre que se cerró Los Manejadores y que volví para allá, tenía que remarla desde abajo. Y al hacerlo con tres hijos, con familia, caché que no me daba el tiempo. Hay máxima en México: si te quedas diez años en México, la haces, haciendo lo que sea. Pero yo no podía esperar tanto tiempo, porque, de partida, me fui y me empezaron a llamar mucho para venir a Chile; estaba viniendo mínimo cada dos meses para tocar, y quedaba la familia allá. Fue súper absurdo. Allá me costó mucho tocar y moverme. Ese momentum había que construirlo de nuevo.
Me traería de México su industria musical y los 120 sus tipos de ají. Y de Chile me llevaría para allá lo directo que somos en el trato. En México lo contrario; es muy difícil que te digan que “no”, te están diciendo que “sí”, pero (en realidad) es “no”. Un bajista mexicano cuando estaba grabando, hizo la toma y preguntó: “¿Estuve bien?”. “No”, le respondí, “hazla de nuevo, por favor”. Y el hueón era como: “¡¿No?! ¡¿No estuve bien!?”. Y yo le respondía: “No, pero todo bien, hagamos otra, tenemos toda la tarde, tranqui”. Y en México una pregunta: “¿Estuve bien?”, y te contestan: “¡Sí! ¡Estuvo increíble!... Pero hagamos veinte tomas más”.
Me sentía más seguro con cómo hacía letras que con cómo cantaba. Ya pasé ese trauma. Creo que finalmente hallé mi manera de cantar, y es una cuestión de oficio, madurez y que te vas aceptando cómo eres. Estar sobre los 40 años y vivir acomplejado es una huevada muy estúpida, porque a esa edad no puedes estar pegado en eso. También pienso algo parecido respecto a los tratamientos correctivos de belleza, o ponerse pelo; hay que aceptarse cómo uno es... body positive, jaja. Son cosas que hay que superarlas sicológicamente, no sucedáneamente... Lo digo porque tengo una mata de pelo; no sé si diría lo mismo si me estuviera quedando pelado.
Me di cuenta de que hacía muchas canciones, las grababa en tonos súper altos y después para cantarlas en vivo me eran difíciles. Vas encontrando el registro que mejor te queda y, como he trabajado con productores más técnicos que conceptuales, esas cosas quedaban siempre a mí arbitrio: el tono. Muy pocos de los tipos con los que grababan me decían: “Canta más suave, bajémosle”. Entre ensayo y error te das cuenta cómo te desarrollas mejor y empiezas a conocer tus debilidades y fortalezas. Y llevas más tiempo parado frente a un escenario; vas aprendiendo cómo hacerlo. Nunca he considerado que soy un gran cantante, pero ya dejó de importarme y aprendí a cantar cómo quiero y mejor me sale.
Musicalmente siempre he tenido una pata en el mainstream y una en lo más freak. Nunca me he querido definir mucho tampoco como “soy un músico de rock”, “soy un músico urbano o de hip-hop” o “soy un músico pop”. Me gusta hacer música y trato principalmente de sorprenderme a mí mismo, por medio de las letras,, con lo que más me desafío. No me siento muy parte de una escena, no me llaman mucho para hacer colaboraciones, y cuando invito a gente a colaborar muchas veces se hacen los huevones, o tratamos de componer juntos y no nos resulta mucho. Me siento, no completamente, pero con un 20% de outsider dentro de la escena. No sé si lo busqué conscientemente, sino que quizás empecé a darme que lo era un poco. Uno igual tiene sus mañas, pero no es que dije “ya, seré el bicho raro de la música chilena”. Pero si te toca ese rol, hay que tratar de llevarlo, explotarlo, sacarle la vuelta y entender por qué es así.
Mucha gente me comenta que escucha mi música en familia, por las letras yo creo. El disco anterior de Bad Bunny (nadie sabe lo que va a pasar mañana) lo puse en la casa y casi que me daban ganas de ir a taparle las orejas a los niños. Era muy explícito. Por el mismo motivo que no les pondría una película para mayores de 18 años, siento que que mis letras son “para todo público”, aunque tienen obviamente un poco de cochinada, de pornografía y todo, pero pasa piola, con más humor, picardía e “inocencia”. No soy un un letrista hipersexualizado, y es lo que me me gusta mucho de artistas como Salvatore Adamo que, de entre todos estos románticos de los 70, era el que hacía las letras de amor sublimado e inocente, y me emocionaban mucho.
Tótem ha sido mi disco más largo. Tenía muchas canciones, sentía que varias merecían estar ahí y nunca había hecho un disco largo, y es entretenido tratar de hacer distintos tipos de disco. El disco anterior a este, Aló!, era todo lo contrario, cortito, casi con la mitad de canciones y una estética súper uniforme, conciso, de esos que parecen que todas las canciones son una canción larga, o que todas se parecen mucho. Uno siempre va de un lado al otro del péndulo. Quería hacer un disco que tuviera más tipos de las cosas que sé hacer y me gusta hacer.
Tenía medias vetadas las palabras “amor” y “corazón” en mi música. Me parecían muy de canción. Pensaba, por algún motivo, que los clichés eran algo de lo que había que escapar. Eso siempre ha guiado mucho mi manera de escribir. Pero hay un momento en que no se puede rehuir la realidad de que eres un compositor de canciones y que esas palabras pertenecen al mundo de la canción. Cuando las he usado trato de verdad estar sintiéndolas; cuando son una muletilla es charcha. He tratado de no usarlas, o que se sienta de verdad, que la estés usando porque no hay una palabra mejor, no sólo porque riman con “o”.
El coro ciudadano que haré en Teatro Coliseo tiene que ver con los talleres. Mucha de la gente que mandó los videos son aspirantes a músicos y estudiantes. Es abrir las puertas del proceso del ensayo, la prueba de sonido y lo que hay alrededor antes de un show. Aparte, un coro de quince personas cantando una canción con tres voces suena muy potente, estéticamente suena la raja. Tenía ganas de que la canción en específico en que quiero meter el coro pueda tener esa potencia. Me pareció más interesante abrir un concurso, invitar a gente a participar en vez de buscar un coro profesional, que aparte llegarían y dirían: “¿Oye, pero esta armonía estás seguro que está bien?”. Quería hacer algo de piel y autodidacta. Nos juntaremos a ensayar, por supuesto.
Estoy empezando algo nuevo. Voy a lanzar una canción para el Teatro Coliseo (“Detrás de ti”), que la he estado haciendo por contenido en redes sociales y mostrando todo el proceso: cómo nace la canción, qué tipo de acordes voy a usar, dónde voy a partir, la letra, la música y qué pasa cuándo uno ya tiene los acordes, y parte la producción. Todo eso lo he ido subiendo en videos y esa canción la voy a estrenar ese día. Y tengo otros planes que ya están andando. No lo quiero adelantar todavía, pero son discográficos.
Ahora en la música importa más la forma que el fondo. Es algo a lo que hay que adaptarse nomás. Quedarse lloriqueando por lo que uno perdió, por las cosas que eran de una manera y cambiaron, es perder el tiempo. Hay que adaptarse, sin olvidarse de lo que uno es. He tratado de no olvidarme de hacer música y de que eso es lo que importa, a pesar de que si a muchos músicos nos quitaran el Instagram sería muy delicado, porque es como tu “tiendita”. Por mucho que no me guste cómo son las cosas, si quiero seguir viviendo de la música, tengo que hacerme un espacio en esa área, que no es la que quise ni para la que me preparé. Me gusta estar en el estudio, hacer música sin presión, tocar, ensayar, leer y ver películas. Pero a esto se agregó que “tienes que encargarte de las redes y mostrar tu música por ellas”. Es una manera de acercar a la gente a las canciones”.
El 95% nos hemos visto obligados a tener presencia en redes sociales. En la pandemia empecé a hacer talleres de composición, ya he hecho varios, en México, en Concepción y online; y ahora lo haré con una plataforma mayor: Talleres de Bolsillo. Traté de hermanar mi contenido de redes sociales con tirar tips y hablarle a principiantes. Lo he enfocado en cosas súper básicas, para gente que le gusta la música y le gusta saber esas “perogrulladas”. Y tengo un par de ideas que me gustaría hacer para YouTube, siempre en música y tomando al principiante como público y fuente de nutrición.
Me atrae la inocencia del compositor sin estudios. Es súper hermosa. Hay mucha canción no tan buena, pero de repente parecen unas súper geniales, que a uno nunca se le ocurrirían. Un amigo dijo que un músico autodidacta tiene un campo de muchas hectáreas y tiene una una palita y un chuzo (para trabajarlas); y un músico con estudios tiene una parcelita pequeña, de 5000 m², y tiene retroexcavadora y arados. El “campo gigante” se te acorta con cosas que aprendes. Y uno también roba de ese “campo gigante” que tiene el músico autodidacta.
No sólo en la música, el ser humano está condenado a querer lo que no tiene. Entonces cuando digo que uno cuando es solista quiere tener una banda, y viceversa, es una huevada más filosófica que práctica.
Soy solista y tengo una banda, Macedonia, con Jorge Delaselva y Federico Dannemann, que la estamos retomando. La teníamos muy perdida. No nos hemos dejado de ver en mucho tiempo y de repente uno de ellos escribió: “Ya po’, antes que a alguno le dé un ACV tenemos que hacer un disco”. Empezamos a juntarnos el año pasado, ya tenemos varias canciones y empezaremos a grabar durante el invierno. Ha estado muy increíble, nos hemos juntado a componer y tocar por horas. Me tiene muy motivado y me pone a pensar que no tengo que estar TODO el día pensando en Pedropiedra, sino que puedo sacarme de ahí y proyectar música hacia otro lado que no sea alimentar esto, que requiere atención permanente.
He hecho música instrumental para películas y publicidad. Por primera vez en mi vida estoy haciéndola por el gusto de hacerla, en mi casa, sin pensar que tienen que ser singles. No estoy pensando en generar expectativas ni que voy a subirla a plataformas y que estaré preocupado de promocionarla o de que la escuchen. Y se puede usar para películas. Fui muy fan de las películas de terror hasta el 2015. Me empezaron a dar lata en un momento y no he visto últimamente, salvo Midsommar, que me gustó mucho, o The witch.
La expectativa es la madre de la desilusión. No sé si es un mecanismo de defensa para moderar las ambiciones o para justificar el fracaso. Pero me parece que hacerse expectativas de cualquier cosa no sirve de nada, y solamente te puede llevar a desilusionar. Y si te haces expectativas y las cumples, no hay ni una ganancia tampoco. Hacerse expectativas es solamente propiciar la futura decepción. Me fui dando cuenta, no sé cómo, pero es una cuestión media budista al peo de tratar de eliminar el deseo y la proyección en el futuro.
Con Fabrizio Copano tenemos muy buena onda, nos conocemos hace poco. La primera vez que lo vi fue en el set de El Antídoto (Mega), pero habíamos conversado antes, éramos como “amigos de Instagram”. Nos hemos juntado un par de veces, muy buena onda y nos saludamos para el cumpleaños. Son relaciones que siento que giran en torno a la pega, pero entre gente que congenia. También hay una cosa del “mundillo”: entre gente que es un poco conocida a veces se saludan como si se conocieran de toda la vida, como “somos del club”. Es medio asqueroso pero real, jaja, yo no lo inventé.
Con Gepe somos amigos, hemos intentado de hacer música juntos, pero no se ha dado. No calzamos. Es una cuestión de química nomás, sólo eso. Y seguimos siendo amigos.
Veo a los humoristas del Festival de Viña porque me da algo medio adrenalínico. A Georgs Harris no lo pude ver, pero quedó picado el hueón. Y vi el show de Myriam Hernández, a Edo Caroe, Kidd Voodoo, a la Chiqui Aguayo pero no la terminé, y a Juan Pablo López, que estaba nervioso pero era bien gracioso... Siempre me preguntan si me interesa el Festival de Viña. Obviamente que iría, pero también comprendo que no me inviten, porque no soy un artista que sea completamente masivo o completamente famoso. Siento que no tengo una pata ahí y otra en tocar en una junta de vecinos de Peñalolén.
Empecé una vez una novela y nunca la terminé, pero estoy siempre escribiendo. Tengo muchos como capítulos de mi vida escritos, medio una autobiografía, pero musical: cómo fue la primera vez que toqué una guitarra, cuál fue la primera vez que hice una canción, la historia de Tropiflaite, y lo único que he publicado es lo de cuando conocí a Jorge González. Pero son cosas que uno va escribiendo por aprender a escribir, darte cuenta de que escribir un párrafo bueno requiere mucho trabajo, al menos para alguien que no ha escrito nunca “seriamente”. Es un desafío. No sé si alguna vez me interese publicarlo. Pero siempre me han gustado mucho las palabras y siempre he sido muy lector, entonces dan ganas. Es una cuestión de desarrollo y autoayuda. Aparte escribir y hablar es como una forma de psicoanálisis.
Hay artistas que, pasado cierto estatus o nivel desamparo, no pueden esperar que todo sea por medio de fondos. En otras entrevistas han sido muy maricones con los titulares, que han puesto así como: “No puede ser que hueones ya hediondos anden lloriqueando”. Era porque a mí me preguntaron: “Oye, ¿has pedido fondos?”. Y yo respondí: “Un hueón como yo, que tiene seis discos, ha tocado en todos estos lados y ya estoy hediondo, no puedo andar...”. Estaba hablando de mí. Y después me escribían de la Asociación Gremial de Folcloristas de Talcahuano y era como: “¡Cómo dices esa hueá!”. Hay que cuidarse de lo que uno dice, porque la cuña es algo muy artero.
Nunca he participado en campañas políticas. No he sentido la convicción de formar parte de ningún movimiento. Participé en un par de marchas y tuve unos momentos de más envolvimiento político. Recibí también harto hate por cosas respecto al estallido (social) que puse en Twitter, que ya nunca más lo miré. No me sentía cómodo ahí. Hay que tener mucho cuero de chancho o tener las huevadas demasiado claras. Creo que yo no las tengo tan claras. Prefiero hablar de lo que me siento cómodo. Mi mamá si estuviera viva seguramente votaría por (José Antonio) Kast. Nadie es enteramente bueno ni malo. Más allá de Kast o de quién sea.
Creo que nadie es completamente transparente respecto a cómo es. Últimamente me ha dado por decir una frase: “Me hago el bueno”, porque me dicen, “Oye, usted es súper buena onda y cercano.” Y yo la verdad en privado o con amigos puedo ser un conchasumadre. Por eso sin ser un gran fan de Karol Cariola (lo mismo con Luis Hermosilla y los chats sobre Evelyn Matthei), encuentro que la filtración de los chats es muy ruin, porque si le abren el teléfono a todo el mundo nadie queda libre: todos cagamos. Y me da rabia porque se termina hablando de eso, y no de los problemas de fondo. Creo que siempre hay un un póker de la vida en cuánto muestras y ocultas. La gente que más me conoce, con grupo de amigos, los de mi banda, amigos más cercanos de 31 Minutos y mi familia, saben mi lado B. Y lo muestro con pequeños “nuggets” en las letras, ahí dejó escapar un poco de cochinada a veces, de maldad y humor negro. Pero en el trato con la gente hay que ser siempre súper respetuoso y no achacarle tus problemas.
Me sigue incomodando que me pidan fotos. Lo entiendo. Lo aprendí de Jorge Gónzalez igual. También lo vi mandar a fans a la chucha. Pero una vez íbamos en un avión en Perú, se quedó dormido y de repente llegó una señora: “Jorge, Jorge...”. Él se despertó, la vio y ella le dijo: “¿Me puedo sacar una foto? Soy muy fanática”, y él le contestó: “Pucha, señora, ¿no ve que estoy durmiendo?... Ya, tómela”. Y posó, sonriente. Y pensé: “Oh, el hueón grande”. Entonces siempre me saco la foto. Pero hay veces en que ha tocado estar con toda mi familia, con un niño en brazos y con una maleta en la mano, y que llegue un huevón, igual es desubicado; pero siempre soy muy Jorge: “Pucha, amigo, ¿no veo que estoy con el niño?... Ya, tómela”. Aparte, si dices que no, quedas como un saco de hueas... Bueno, quizás hay que quedar como saco de hueas a veces.
Tengo un par de haters en redes sociales, pero me lo tomo con ternura, porque es un amor encubierto. Hay un huevón que en todo lo que pongo en Instagram me pone: “Huevón fome, hablas mucho y no haces nada”. Siempre el mismo huevón, ya lo tengo cachado. Me dan ganas de decirle: “Yo creo que te gusto un poco, hay algo ahí no resuelto”. El troll es alguien muy chico, como lo de Guido Vecchiola: huevones de 15 años que no tienen la cosa clara y me echan la culpa a la huevá equivocada.
“Uno no es más que un tipo que escribe canciones”, dije en otra entrevista. Uno hace lo que puede nomás po’, no lo que quiere. Casi todos hacemos lo que podemos, no lo que queremos... Claro, eso suena como: “Sólo soy un pobre tipo que escribe su canción...”, como un payaso. Pero es un poco así en realidad. Sí. Hago música y trato de no calcular tanto.
Cuestionario Pop
Si no hubiera sido músico habría sido sicólogo. De eso me di cuenta ahora: si tuviera que estudiar algo, me metería a Sicología de todas maneras.
En mi época universitaria, de bien chico, me dijeron tanto que tenía habilidades, que después siempre fui flojo. Me terminó cagando. Siempre creí que no necesitaba estudiar, entonces siempre me sacaba puros 5, porque no era tan inteligente como me lo creía. No era el que no estudiaba nada y se sacaba un 7. Era del montón total.
Un apodo, además de “Pedropiedra”: la gente que más me quiere me dice “Peter”, mi familia y mis amigos más cercanos. Y de chico me decían “Cabezón”, porque tenía efectivamente una una cabeza gigante.
No tengo un sueño pendiente.
Una cábala es que antes de tocar siempre hacemos un abrazo grupal. Y ahora último, vocalizar.
Una frase favorita es: “Me hago el bueno”.
Un trabajo mío que no se conoce es que fui asistente de producción en Filmocentro en 1996. Íbamos a filmar un comercial en que necesitábamos 200 globos, y tuve que inflar 200 globos. Terminé con los cachetes molidos. O iban a hacer un comercial en que salía un esqueleto de una facultad de medicina, y el esqueleto que se consiguieron estaba súper amarillento. Me tuve que averiguar cómo blanquearlo, llamar al Servicio Médico Legal y decir: “Quería saber cómo blanquear un esqueleto, porque lo necesitamos para una producción y está muy amarillo”. Y me respondieron: “A ver, deme un momentito...”... Anexo... Y me contestaron: “Sí, laboratorio, tiene que poner tres partes de amoníaco por una de cloro y bicarbonato, hacer la mezcla, y estar en un sótano...”. Ese tipo de cosas.
Mi primer sueldo lo gasté en una batería. Durante una Navidad fui empaquetador en Almacenes París.
Un cantante chileno que admiro es Cristóbal Briceño. Y uno amigo es Leo Saavedra.
Un personaje favorito de 31 Minutos es Tulio Triviño, por lo ridículamente imbécil y vanidoso que es. Es demasiado exageradamente la maximización de lo que representa el mundo de la tele. Encuentro que es un personaje perfectamente estúpido.
Un pasatiempo oculto es que me gusta leer, ver películas y jugaba harto ajedrez cuando chico, pero ya no. Y me gustan todas esas huevadas de la sección de espectáculos del diario: el crucigrama y el Sudoku. Pero no es tan interesante.
Una película que me hace llorar es La novicia rebelde, porque me acuerdo de mi mamá. La vi con ella muchas veces; y más encima es una familia que no tiene mamá, llega una institutriz a cuidarlos, y son varios hermanos, niños sin mamá... Es atroz, súper buena, pero lo más clichenta que hay. La daban cuando era chico en TVN.
Un miedo es la enfermedad, le tengo miedo a la enfermedad.
No creo en el horóscopo, pero igual me entretiene. Soy Aries.
Si pudiera tener un superpoder me gustaría tener músculos.
No tengo placeres culpables.
Si pudiera invitar a tres famosos de la Historia a un asado elegiría a Werner Herzog, Humberto Suazo y Violeta Parra.
Pedropiedra no tengo idea quién es y no me interesa averiguarlo.