La periodista actualmente lidera el repunte de Tu Día en el rating matinal de Canal 13 y en conversación con La Cuarta hace un repaso de su carrera, abordando también su vida familiar.
Tras 20 años en Mega, la periodista dio un giro a su carrera y se cambió a Canal 13, donde actualmente lidera el repunte del Tu Día en el rating matinal: “Hoy día estoy cumpliendo el rol más importante de mi carrera”, declara a La Cuarta.
La conductora hace un extenso repaso de su carrera y cuenta cómo su inseguridad se volvió una “fortaleza”. También habla de su separación, del amor hacia sus hijas y del drama que le fueron las espinillas en su adolescencia: “He aprendido a querer todo lo que es mi cuerpo”, asegura. Además se sinceró sobre el vínculo con su compañero de pantalla: “Lo adoro, soy una privilegiada”, expresa. Incluso se define como “conservadora” y “extremadamente sensible”.
Todo eso y mucho más a continuación.
La Firme con Priscilla Vargas
Soy la tercera de cuatro hermanas y las dos mayores hacían harto rabiar a mi mamá. Entonces, pucha, si mi mamá (Patricia Abuhadba) ya tenía problemas con mis hermanas mayores, yo pensaba: “Para qué le voy a dar problemas”. Ella siempre decía: “Oh, podría haber tenido puras Priscillitas”. Yo era una hija muy consciente —dice a modo de talla—. Y eso lo apliqué en el colegio; también trataba de portarme bien. Si estaban todas gritando en la sala, yo era la que estaba callada para que retaran al resto y no a mí, o llegaba siempre con la tarea. Uno no se da cuenta, pero ahora que lo veo a distancia, efectivamente cómo uno se forma cuando es niño va repitiendo esas costumbres y se replican cuando ya eres adulto.
Nunca me retaron. Si alguna vez me corrigieron, fue con mucho cariño. Pero, de verdad, soy una agradecida, porque no sabría cómo reaccionar si alguien realmente me reta fuerte; no estoy acostumbrada; nunca mi mamá ni mi papá me retaron. No sabría cómo reaccionar, a mis 44 años.
Estuve 20 años en prensa, donde uno es hijo del rigor. Partí en una televisión que era súper dura. Escuchaba a los jefes gritar, dentro de un departamento de prensa donde los ánimos a veces se elevan y todo pasa dentro de la contingencia. Uno siempre se equivoca y, por lo mismo, para que no me retaran, siempre tuve mucho cuidado con no equivocarme. Me preparaba mucho; si tenía que hacer un móvil que duraba un minuto de si estaba o no despejada la ruta, me aprendía los datos exactos y lo ensayaba antes de salir al aire: reducía al mínimo la posibilidad de equivocarme. Sentía mucha vergüenza si es que me llegaba a pasar. Y en algún minuto me pasó. Pero en la evolución que uno va teniendo dentro de esta carrera, siento que equivocarse es humano.
Seguramente ahora en Tu día (matinal de Canal 13) me equivoco todos los días. Hay veces que no me doy cuenta porque corrijo sobre la marcha, y creo que todo el mundo se equivoca, todo el tiempo, y no somos robots. Es más, me gusta evidenciar, incluso, cuando me he equivocado, y me gusta rectificar. Y nadie se murió.
Imagínate, una familia muy conservadora de puras mujeres, somos cuatro hermanas, cinco nietas; o sea, no ha nacido nunca un hombre. Asumo que soy una persona muy bien portada. Me formé en un colegio de monjas, donde teníamos que ser todas muy señoritas; siempre he sido muy contenida. Pero me acomodó siempre ser así, no es que “ay, estudié en mi colegio de monjas y ahora me quiero revelar”. Me gustaba ser así: correcta. Me gustaba hacerle caso a mi mamá. Si no me daban permiso, ok, me lo bancaba. Nunca tuve esa necesidad de rebeldía, porque, en realidad, me acomodó la educación que recibí en ese colegio. Y en mi casa nos comportábamos muy igual.
Ahora me alegro de tener espinillas. Antes, sentía mucha vergüenza. Y en la época de colegio no había tantas soluciones como ahora. Yo decía: “chuta, cuando tenga hijos, lo primero que haré apenas les salga una espinilla será llevarlos al dermatólogo”. No quería que vivieran lo que viví. Marcó parte de mí de mi inseguridad en la adolescencia. Puede ser un tema muy superficial, pero, de verdad, te quita seguridad para enfrentarte al cabro que te gusta, o hablar en público, porque piensas que lo único que te estás mirando son las espinillas. Tuve dos o tres años de muchas espinillas, hasta que tuve un tratamiento hormonal y se me quitó... ¡Y descubrí un mundo! Todavía me sale una que otra espinilla y les pongo nombre.
He aprendido a querer todo lo que es mi cuerpo, en general, hasta mis arrugas y líneas de expresión. Trato de mirarme al espejo y ver lo que me gusta. Es una cuestión que aprendí desde que tenía espinillas. Cuando me miraba al espejo en la mañana, veía con cuántas espinillas amanecía para ir al colegio. Era lo único que veía. Y ahora trato de ver mi cuerpo como un todo. He ido trabajando la autoestima y eso, sobre todo trabajando en televisión, es muy importante. Si nos empezamos a fijar en: “Ay, que no me gusta aquí”, que el pelo acá, que las cejas... uno nunca va a quedar tranquilo ni conforme. He aprendido a estar conforme conmigo misma, a querer mis líneas de expresión. Soy muy expresiva para hablar, sé que tengo más arruguitas en los ojos, y me gustan, porque siento que son parte de mí.
Hace poco me salió una espinilla que me duró tres semanas y me fui a entrevistar Antonio Banderas con esa espinilla. Si hubiese sido 20 años atrás, me hubiese muerto. Era gigante. Y pude haber dicho: “¡Cómo voy a entrevistar a Antonio Banderas con esta espinilla!”. Y me dio lo mismo. Así que ahora soy una persona muy segura.
Quería estudiar Comunicación Audiovisual, ser directora de televisión como Gonzalo Bertrán, estar a cargo de todo: mover los hilos. Cuando ya estaba en plena carrera, empecé a ver reportajes y, dentro de ellos estaba Alipio Vera y Julio López Blanco. Me gustaba mucho Alipio, porque era un muy buen contador de historias; de algo muy sencillo hacía un reportaje lindo. Y cuando vi un reportaje de In situ (programa de Megavisión de fines de los 90′), que era sobre los camioneros que cruzaban de Chile a Brasil, se subía Julio López Blanco con su camarógrafo, hacían todo el recorrido y pasaban por los pasos fronterizos, se encontraban con niñitas pidiendo comida en medio de la nada y contaban cómo vivían los camioneros todo ese proceso, y pensé: “Eso quiero hacer, reportajes, contar historias”. Y le conté a Jorge Rodríguez, camarógrafo con quien fuimos pareja de reporteo durante seis o siete años en Mega, y me respondió: “Yo hice ese reportaje con Julio López Blanco”. No podía creer que el reportaje que me marcó para trabajar en prensa lo hizo el camarógrafo que me inspiró durante años. Fue mágico.
En la universidad éramos muy amigos con Andrés Caniulef, pero nos hemos alejado, por los tiempos; él está trabajando en otro canal. Mis compañeros pensaban que él era “El Quijote” y yo su “Dulcinea”. Era muy gracioso —se ríe—. Pensaban que había una atracción, pero nada que ver; yo estaba pololeando. Era mi mejor amistad en la universidad, aunque igual tenía más amigos. Hacíamos todos los trabajos, incluso la tesis, juntos. Como vivíamos cerca, era mucho más fácil. Pasábamos todo el día juntos.
Mi segundo embarazo, el de Josefa (14), fue mucho más complicado que el primero. Eso te genera una relación de más protección, porque la mayor (Catalina, 16), fue un embarazo perfecto, casi llegué a la clínica teniendo la guagua, sin dolor. “Quiero tener más hijos”, pensé. Fue maravilloso. Y la segunda fue mucho más delicada. Hasta hoy tiendo a protegerla mucho más que a la mayor, que la veo más “roblecito”. “Ella es mi roble, no se enferma nunca”, le decía. Y con la otra es: “Cómo va a salir así vestida, abríguese, porque se me puede enfermar”, o (cómo va a hacer) tanto ejercicio, porque nació con los pulmones inmaduros. “Pucha, a lo mejor no es bueno que haga tanto deporte”, pienso. A ella no le gusta que la proteja, le gustaría que la tratara igual que a mi hija mayor. Afortunadamente no tiene ni un problema, pero es inconsciente que uno tiende a proteger al hijo que vio más débil en algún minuto, independiente de que trato de criar igual a las dos hijas, la misma enseñanza y los mismo desafíos. Pero me cuesta mucho.
Dos es el número perfecto, aunque nadie tiene la fórmula para ser mamá: son dos niñitas que se acompañan, tienen muy poca diferencia de edad, los mismos gustos musicales, van a conciertos juntas, usan la misma ropa, se la prestan, son muy compinches y se piden consejos. Y uno tiene dos ojos, dos brazos y dos orejas para cuidar a dos hijos. Desde ese punto de vista, ha sido muy fácil ser mamá. Y ellas me ayudan mucho; son muy empáticas.
Son parecidas a mí cuando era chica. ¡Muy responsables! Me da risa porque veo a la más chica, que va en octavo, estudia para una prueba, se empieza a angustiar y a llorar. “Por favor, relájate, ¿qué vas a hacer cuando seas grande y trabajes?”, le digo. Mi mamá debe haber pasado por lo mismo, porque yo le hacía unas crisis de angustia así. La mayor es más relajada, pero la segunda es igual a mí.
Uno predica con el ejemplo. Mis hijas toda la vida me han visto levantarme antes que ellas, porque siempre estuve en el noticiero de la mañana, y me levantaba a las 4:15; y resulta que ellas se levantan a las 6:30. Y disfrutan de levantarse temprano, nunca se han quejado, porque, además, qué se van a quejar conmigo si yo me he levantado dos horas antes que ellas toda la vida. Son muy madrugadoras, igual que yo.
En algún minuto, al medio televisivo entrabas por pituto, o si eras de ciertas universidades te era mucho más fácil. Pero básicamente lo que me costó fue el camino largo que hacemos todos los chilenos en cualquier tipo de trabajo. Valoro haber pasado por episodios que me marcaron, y fueron malas experiencias, pero uno aprende más. Me ayudó a valorar el trabajo de cada uno de mis compañeros, a tener respeto por los distintos roles que tenemos en el programa. Todas las piezas son fundamentales.
Me ha tocado pasar por todos los lugares. Partí como asistente de producción atendiendo y sirviendo café, llevando al invitado a peluquería, y sentía que si no llegaba con el invitado rápidamente, no salía al aire; era así de importante. He tenido una carrera larga, pero muy bonita y gratificante. Siento que el sacrificio, de verdad, tiene su recompensa; uno no valora cuando las cosas son fáciles. Por eso cuido mi trabajo y me preocupo de hacer las cosas, todos los días, muy bien, tal como cuando era chiquitita.
Si en algún momento me sentí discriminada fue porque lo escuché y me lo dijeron: parte de las razones por la que yo no podía hacer un despacho en vivo era porque me llamaba “Priscilla”. Yo no tenía ningún problema con mi nombre y pensaba: “¿Por qué me están coartando la posibilidad de hacer despachos por cómo me llamo?”. Eso no lo entendía. Pero llegó un punto, durante los últimos diez años, cuando empecé a crecer profesionalmente y tener un reconocimiento, en el que dije: “En realidad no lo hago tan mal”. Ya mi nombre pasó a segundo plano, nunca más fue tema. Me reconcilié con mi nombre... Y me encanta aunque tenga que deletrearlo cada vez que me lo preguntan; es con “sc” y “ll”. No me importa. Somos pocas las “Priscillas”. Yo me preguntaba: “¿Por qué mi mamá no me puso Carolina?”, que es mi segundo nombre. Pero quizá hay muchas “Carolinas Vargas”, pero me gusta ser “Priscilla Vargas”, porque no está lleno de “Priscillas Vargas”.
Aprendí de productores, periodistas y editores, pero de quienes más aprendí fue de los camarógrafos. Tengo una historia súper bonita con Jorge Rodríguez. Me mandaban a hacer la nota del día en el noticiero, la más importante, y al otro día me mandaban a, por ejemplo, por qué las abejas son amarillas. Y él salía con la misma actitud. Nos empezamos a conocer y él había estado en la guerrilla, era corresponsal de guerra, había entrevistado a todos los presidentes y, así y todo, salía con la misma actitud para el tema menos importante y superficial. “Uno primero tiene que disfrutar el trabajo”, me decía. “Tenemos que agradecer estos bálsamos que nos entregan las noticias, porque todas las noticias son malas, y si tienes la posibilidad de hacer una noticia positiva, disfrutémosla”. Lo encontraba genial —se emociona, los ojos se le humedecen—. Me va a dar pena.
Con veinte años en prensa, me involucré en muchas historias; antes de ser periodistas somos personas. Si tenía que entrevistar a una familia que iba a pasar la Navidad y no sabían qué comer, con mi papá (Luis Alberto Vargas) nos coordinábamos. El 24 de diciembre me llamaba y me decía: “¿A quién tenemos que ayudar hoy día?”. Yo le decía que “en la mañana entrevisté a una niñita que le pidió una bicicleta al Viejito Pascuero y no le va a llegar”. Y mi papá llegaba con la bici. Era una cosa súper invisible. No sé por qué lo estoy contando —se ríe avergonzada—. Conocer tantas historias también me ha enseñado la solidaridad y a valorar lo que uno tiene.
Pensaba, en algún minuto, que la inseguridad es una debilidad en televisión o en cualquier trabajo, pero ha sido una fortaleza, porque me obliga a estar siempre informada, preparándome; siento que nunca estoy al 100%, como cuando vas a rendir una prueba y estudias hasta último minuto. Eso me mantiene más tranquila y me da seguridad, por ejemplo, al momento de empezar el programa. Esa inseguridad me ayudó a tener los pies en la tierra, que no se me subieran los humos a la cabeza cuando empecé a salir en televisión, en trabajar mi autoestima y mi lado más intelectual. Siento que al estar en televisión, aunque sean dos minutos o 5 horas al aire, tienes una tremenda responsabilidad en cada cosa que comunicas.
Antes, si me equivocaba, me angustiaba y estaba todo el día pensando en eso y dándole vueltas. Me auto-flagelaba, pensando, pensando y me costaba mucho dar vuelta la página. Pero uno así no avanza. Eso lo aprendí en los últimos años, sobre todo cuando pase de prensa a estos formatos más de entretención; tiene que ver con asumir que, de verdad, somos personas que nos equivocamos y no somos perfectos. Ahora doy vuelta la página más rápido, y eso me ha permitido avanzar.
Cuando me cambié de Mega a Canal 13, sentí que tenía que dar un paso más allá de sólo entregar una información a la gente. Sentía que tenía que involucrarme más con el contenido; y era muy difícil hacerlo en las noticias, porque es súper estructurado. Pero yo no tenía en vista hacerlo en un matinal y se dio la posibilidad del Aquí somos todos (extinto programa vespertino de Canal 13), y también ayudaba a solucionar ciertos temas. Por eso fue tan importante para el paso al matinal, donde tenemos una responsabilidad y hacer una reflexión desde el sentido común. Lo que hacemos es empatizar con la ciudadanía, porque también somos ciudadanos. Hablar desde el sentido común es lo único que necesitamos para abordar distintos temas. La empatía es un factor fundamental.
El Aquí somos todos fue una gran capacitación para soltarme, salir de prensa, y fue un tránsito que se dio muy orgánico. Siento que en el matinal soy yo, con mis defectos, errores, debilidades y fortalezas; sobre todo porque yo tenía contenida las emociones en prensa, donde uno habitualmente habla de noticias malas, y ahora nos emocionamos, y más de alegría, porque lo que más tratamos en el programa son son situaciones que a veces nos enojan, y también puedo demostrar mi enojo, pero también la alegría.
Mi mayor defecto es que soy extremadamente sensible. Me cuesta contenerme ante situaciones emotivas; de hecho, lloro mucho de felicidad, si veo un vídeo de un perrito o una persona que hace un gesto, lloro, me emociona, me traspasa. Como ahora siento esta libertad de ser yo misma, a veces se me olvida que estamos en la tele: soy yo misma con mi alegría, risas y llantos.
Toda la vida me enseñaron que los medios de comunicación tienen tres funciones: educar, informar y entretener. Pero ahora tenemos una función que es más importante, y que puede ser incluso prioridad antes de esas tres que nos enseñaron en la universidad: la compañía. Logramos esa compañía que necesita tanta gente, porque sino pueden encender la tele y ver Netflix, pero hay mucha gente que se siente parte del grupo de amigos que es Tú día. Siento que hoy día estoy cumpliendo el rol más importante de mi carrera, que es hacer compañía a muchos chilenos, empatizar y, por supuesto, informar, entretener y educar.
Algo que he aprendido en el último tiempo es el “se pensó y se hizo”. Es verdad que uno tiene que tomar las decisiones con responsabilidad, pero piénsalo tres veces, no le des veinte vueltas, porque sino no terminas haciendo nada; aunque asegúrate, si te vas a lanzar, de que la piscina tenga agua. Eso lo he aprendido ahora último con estos tres cambios: en el tema personal, separarme, que es una decisión súper importante, y también muy dolorosa; cambiarme de trabajo, y de casa. Son como los tres duelos que uno puede vivir en vida, y creo que eso mismo me ha ayudado a crecer, madurar y ver la vida de forma distinta.
Todavía soy conservadora, pero antes era muy conservadora y estructurada. Pero uno puede hacer cosas diferentes, no tiene por qué ser regla o estar todo escrito en piedra. ¿Si quieres hacer otra cosa te vas a quedar esperando?...
Uno va descubriendo tantos talentos en la medida que tiene la posibilidad de descubrirlos. Cuando entré a prensa me preguntaban: “¿Te irías a hacer un matinal”. “¡No, cómo lo hago!”. Pero ahí uno de a poco, dice: “Oye, sí”. Estoy feliz, porque lo intenté, resulta y me gusta; me siento cómoda. Pero eso pasó solamente porque tomé una decisión y no le di 40 mil vueltas.
Cuando uno termina viviendo el “día de la marmota” (cada día igual al anterior), es cuando necesitas más emociones o ponerle un proyecto nuevo a tu vida. Necesitamos todos los días proyectos que pueden ser desde “mañana me compro una planta”, o “quiero decorar mi jardín, hasta comprar una casa. En la medida que tienes proyectos, tienes un objetivo en la vida. En esos periodos que pasé en lo personal y profesional (separación, cambio de casa y pega), sentía que todos los días eran lo mismo. No me veía con otros proyectos y pasaron a ser todos los días iguales. Más que perder la alegría, sentía que me estaba opacando. Necesitaba un reimpulso y ahí decidí hacer estos cambios, que fueron drásticos, pero no me arrepiento. Todos me han resultado, afortunadamente, hasta ahora.
La vida ha sido injusta conmigo, como siempre he entrado muy temprano a trabajar, me acuesto muy temprano y veo las noticias; tengo que estar bien actualizada. Nunca he salido a carretear durante la semana, a no ser que sea el cumpleaños de una súper amiga; tampoco tengo un grupo de amigas para ir a un happy hour o juntarnos todos los jueves. De repente lo hago, pero muy rara vez, dos veces al año.
Los viernes y los sábados puedo salir más. He tenido carretes muy bacanes en el último tiempo, en que me digo: “Ya, disfruta”. De verdad que han sido muy buenos. Para un carrete, que debió ser hace dos meses, nunca había llegado de vuelta al hotel, porque estaba fuera de Santiago, con luz de día, y llegué con luz de día y me sentía lo más (bacán)... Ni en mis mejores momentos, porque mi mamá me dejaba hasta las 3 de la mañana nomás; y después ya empecé a trabajar de temprano, tenía el reloj biológico dado vuelta. Era imposible. Pero me he mandado algunos carretes.
Martín Cárcamo igual ayudó, me dijo: “Libérate, lánzate”. Me he sentido más liberada. Antes pensaba: “Cómo voy a llegar de día del carrete”. Chao, da lo mismo. Hay una cosa que uno no tiene que ver: el reloj antes de dormir ni los fines de semana cuando te vas a acostar. Da lo mismo, qué importa. Igual siempre me levanto temprano; sábados y domingos a las 9 AM ya me estoy duchando, y eso ya es muy tarde. Aprovecho harto el día.
Tengo una habilidad, aunque es horrible que yo lo diga: sé ganarme a las personas, porque tengo la habilidad de hacer que se sientan cómodas, desde la máxima autoridad como el Presidente (Michelle Bachelet, Sebastián Piñera y Patricio Aylwin ya como exmandatario), hasta por ejemplo, hoy día (31 de mayo) las señoras de Maipú que tejían. Y siempre terminan agradeciendo las entrevistas. Independiente de que pueda tener entrevistas muy duras, si es de contingencia, voy a hacer las mismas preguntas pero en tono amable, no enojada.
Cuando entrevistamos a Tonka Tomicic por Parived (investigado por el caso de los “relojes VIP”), hice todo lo posible para que ella se sintiera cómoda. Era una entrevista muy difícil, más para ella que para nosotros, porque las preguntas son importantes, pero las respuestas (son) más importante todavía.
Es raro dar entrevistas, porque pienso: “¿Qué interesante puede tener mi vida? ¿Qué puedo contar?”. Cuando me hicieron el De tú a tú (Canal 13), marcó un antes y un después en mi carrera, porque, de partida, nunca había abierto las puertas de mi casa; y también abres las puertas del corazón, muestras una intimidad. Cuido mucho mi intimidad, pero, de alguna forma, es muy sano que la gente vea que soy una persona muy normal, y de dulce y agraz, en lo personal y profesional. Eso ayuda a que las personas puedan empatizar conmigo y yo empatizar con ellas. Hablar de mi vida fue un paso súper importante en mi tránsito hacia este lado de la televisión. Creo que era necesario, pero me costó al principio. Después de esa entrevista, mucha gente me felicitaba, me agradecía o me decía “a mí me pasó lo mismo, también tengo una hija prematura”. Fue muy positivo.
No le encuentro nada complicado a conducir un matinal. Horrible lo que estoy diciendo: nada se me hace complicado. Estoy tan feliz, porque el programa realmente me permite ser yo. A lo mejor lo complicado puede ser: “Ya, ordenémonos, organicémonos” cuando empezamos a pasarla tan bien que nos olvidamos que estamos al aire. Eso no pasa mucho: olvidarte de que estás al aire. Se me hace muy fácil. Antes no veía matinales, de hecho, ahora tampoco, porque hago Tu día.
En Mega era muy buena compañera. Andaba súper alegre, buena onda y la mejor disposición; los camarógrafos se peleaban para salir (a reportear) conmigo. Yo organicé la fiesta de prensa de fin de año durante quince años: hacía los videos, conseguía el local, premios y cobraba la cuota. Era un tremendo evento. Eso ayuda, también, a que fuéramos muy amigos y (se generaba) buena onda. Llegué a la conducción del noticiero y seguía organizando la fiesta. Siempre me preocupé de eso... No sé quién estará organizando ahora la fiesta, pero dudo que tengan regalos, porque yo tenía viajes, bicicletas y estadías en hoteles.
Cuando gané el Copihue de Oro (a Mejor Animadora), estaba en Madrid. Fue todo sorpresivo. Aterricé, me fui rápidamente, sabía que tenía que hacer un despacho con siete horas de diferencia. Llegué a la Plaza de España. Me puse frente a la cámara y, de repente, “Repe” (José Luis Repenning) me dijo: “Priscilla, te queremos felicitar...” y empezó a hablarme, felicitarme y contarme por qué me merecía este premio, mientras yo pensaba: “No voy a llorar, no voy a llorar...”. Fue tan emocionante escucharlo hablar tan genuino; y además, gracias a él también hemos construido un Tu día renovado.. “No lo hubiese logrado sin ti”, le dije —se emociona otra vez y los ojos le brillan—. Me dio pena. Soy atroz —y se ríe.
Me tengo que preocupar cuando lloro de pena, pero, la verdad, muy rara vez lloro de pena. A lo mejor trato de compensar, porque como no lloro de pena, lloro más de alegría.
José Luis Repenning es mi mejor amigo, lo adoro. Soy una privilegiada de tener un amigo como él. Es horrible idealizar, pero es un amigo sabio, y todos necesitamos un amigo sabio en nuestras vidas. Uno puede tener un amigo bueno pal carrete, que lo pasas bien y te hace reír todo el día; él tiene eso, pero además es sabio. Es centrado y pone las cosas en su justa dimensión; por ejemplo, cuando me urgía y me daba mil vueltas porque me equivocaba, “Repe” era como: “Qué importa, da lo mismo”. He aprendido a ser más relajada gracias a él, a no preocuparme tanto por las cosas. Y de él he recibido muy buenos consejos; mis mejores consejeros pueden ser mi papá, mi mamá, varios compañeros de trabajo y “Repe”.
Que nos vinculen amorosamente con “Repe” ya me da risa. Creo que a la sociedad le falta amor —se ríe— y tratan de proyectarse en mí y “Repe”. Pero no, me da risa, de verdad. Afortunadamente me vinculan con “Repe”, que no es un monstruo... imagínate que fuera feo —otra vez risas—. Ya, qué tanto, que me vinculen, chao.
Antonio Banderas está de cumpleaños el mío día que “Repe”, lo descubrí ahí, los dos son Leo, del 10 de agosto. Antonio Banderas era un hombre muy sabio también, y decía: “Yo creo en la amistad entre un hombre y una mujer”. La amistad es lo más lindo que uno puede tener. Son personas que tú eliges para que te acompañen en la vida, y yo estoy tan feliz de haber elegido a “Repe”, que me acompaña hasta en el trabajo.
“Repe”, igual que yo, son cuatro (hermanos) hombres, y nosotras cuatro mujeres. Él estudió en colegio puros hombres y yo de puras mujeres. Pero yo tengo varios amigos hombres y soy la única amiga mujer que él tiene. De alguna manera eso lo descolocó. Pero a medida que avanzó el tiempo, empezó a creer en la amistad entre hombres y mujeres, y es posible. Soy muy buena amiga.
Estuve a punto de ser tripulante de LAN, partía el lunes y el jueves antes me arrepentí... se pensó y se hizo. Pero si no hubiese sido periodista, hubiese sido directora de tele, siempre relacionado con los medios. Cuando estaba en el colegio, vine a Canal 13 a ver cómo se grababan las teleseries, Adrenalina; yo igual era chica, eran como mis referentes, aunque nunca me dejaron salir a carretear así (como las protagonistas).
En la universidad nunca fui carretera, para qué te voy a decir sí si no. Era muy estudiosa.... Aprendí a ser estratégica. No salí con las mejores notas de la universidad, porque hay ramos que no te sirven para nada. Pero le ponía mucho talento a los ramos prácticos; me concentraba en entregar los trabajos de radio, televisión y cine, y para los ramos teóricos estudiaba rápido, para aprobar nomás. Le ponía más pino a lo que realmente me iba a servir.
Me dicen “Pri”, pero mis hijas me dicen “Mamutis”, no “mamá”, y siempre les preguntó por qué me dicen así. “Porque tú eres única”, me responden. “Hay muchas mamás, y ‘Mamutis’ sólo tu”... Awww —exclama con ternura.
Tuve un sueño y lo cumplí: Me fui de viaje sola a los 40 años a Nueva York ¿Pero mi sueño pendiente? Visitar algún lugar donde se vean las auroras boreales, y allá voy a ir sola, no voy a llevar a las niñitas, para que no se hagan ilusiones y que ellas después trabajen para eso, sino después no van a tener ningún objetivo —se ríe.
Soy súper creyente. Tengo un ícono de la Virgen María en la entrada de mi casa, y siempre lo beso, cuando llego y cuando me voy: agradezco, no pido, siempre agradezco. Ese es mi rito.
Mi frase favorita, que se la heredé a mis niñitas, y es genial, porque me salva de todo: “Ocúpate y no preocúpate”. Para el Día de la Madre me escribieron una carta que decía: “Gracias por enseñarme que tengo que ocuparme y no preocuparme”. Es genial.
A mi picada favorita me ha costado tanto volver a ir, pero me encanta: es un local que se llama “Donde el Nano”. Fue un descubrimiento, salió en la tele, se hicieron súper famosos y se murió el dueño. Está en La Vega Central, y son los mejores sándwiches. Él me hacía sánguches de lengua, pero el que más me gusta es el chacarero, con ají verde y mayonesa.
Antes del periodismo, sólo trabajé con mi papá en eventos pirotécnicos.
Mi primer sueldo fue cuando hice la práctica en Canal 13 y se lo regalé en un anillo a mi mamá, que es buena para usar anillos. Agarré mi platita, fui a una joyería y dije: “Quiero una un anillo que valga esto”, y mostré mi plata. Y toda la plata se fue en ese anillo. Mi mamá cuida ese anillo como hueso santo. Fue un agradecimiento por todo lo que hizo por mí: ir a dejarme al colegio, ir a buscarme a la universidad... Fue súper paleteada. Siempre se sacrificaba por nosotros.
Algo que no se sabe de mí es que bordo, regalo toallitas de monitos bordadas con punto cruz. He hecho juegos de toallas cuando nacieron mi niñitas y baberos bordados. Eso es un talento. Es más, lo voy a recuperar; lo tengo abandonado.
Escucho de todo: me gusta la cumbia, la música anglo, U2, Michael Bublé, Elvis Presley... Pero ahora con mis niñitas me sé todas las canciones, toda la música urbana. ¡Es espantoso! Porque no puedo creer que me sé las letras. Me da una vergüenza atroz. Al pobre Pailita lo acosé en el Festival de Viña de tantos saludos que le tenía que mandar a mis niñitas; aparte Pailita es como el “artista urbano bueno”. Así que lo acepto. Además, le mandó un saludo de cumpleaños a mi hija y terminó llorando, emocionada. Ni con un viaje a Disney la pongo así —se ríe—. Era tan fácil hacer feliz a la niña.
Me gusta la piscola, el pisco sour y, si estoy en mi casa, el vino blanco. Pero si estoy en modo amigos, carrete, fiesta, matrimonio: piscola. La preparo con tres hielos; el pisco que llegue a un cuarto de vaso, no es tan cabezona; y después el resto.
He llorado con todas las películas. Salí del cine muerta de vergüenza con Coco, con sollozos, terrible. También con Un lugar llamado Notting Hill, ¡que la he visto diez veces y las diez veces lloro igual! Es muy buena. Creo que es con la que más he llorado.
Jorge Zabaleta no es mi amor platónico, sólo estábamos haciendo un juego en Tu día. Me obligaron tanto a decir alguien... ¿A quién iba a decir? Qué vergüenza, me obligaron. ¿Pero un amor platónico de la tele? No tengo, para qué vamos a comprometer a la gente. De verdad no tengo. Aunque de afuera podría ser George Clooney.
No creo en el horóscopo, pero lo encuentro muy entretenido. El que leo es el de Pedro Engel en la Revista Ya. Soy Sagitario. No cacho nada de los signos.
Si pudiera tener un superpoder me gustaría leer los pensamientos de la gente, así como “qué estás pensando ahora”. Es muy bueno ese. No existe un superhéroe que sepa hacer eso.
Un placer culpable que tengo es escuchar música de estos cantantes urbanos. Ya me empezaron a gustar. Antes le decía a mis hijas: “¡Cómo se les ocurre escuchar eso”. Y ahora las canto. Qué horror. Y ellas me dicen: “No escuches la letra, siente el ritmo”. Y cantan: “¡Saco la pistola y ta-ta-ta..!”. ¡Pero cómo! Atroz.
Si pudiera invitar a tres personajes históricos a un asado serían Patricio Aylwin, Michelle Obama y Elvis Presley. Me llaman la atención y es una buena mixtura.
Priscilla Vargas es, ¡qué difícil!, una mujer y madre chilena que se levanta todos los días a trabajar por sus hijas.
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