Ante una nueva función de La Ciudad Sin Ti, obra que homenajea a Pedro Lemebel, el actor revive su amistad con el icónico escritor. También repasa su vida y presente: quiebre con Claudia Pérez, su lado cómico y familiar, planes, nueva pareja y mucho más. “En mi vida en general, de repente, me encuentro con alguien y me cambia el rumbo”, declara Rodrigo Muñoz.
Tal y como acostumbra, usando estilosos lentes oscuros, Rodrigo Muñoz Sáez (57) se pasea contento por los pasillos y patios del Campus Oriente UC, saluda a quien se le cruza, mete conversa y, eventualmente, se presta para una foto si algún funcionario de la universidad se la pide. Aquí, donde el actor estudió su oficio, recorre, y su memoria se transporta a las por músicos que pasaron por estas aulas en paralelo a él, como “Titae”; las protestas durante los 80, y el haber conocido a Claudia Pérez, con quien estuvo emparejado 32 años.
Por estos días, entre proyectos varios, Muñoz se alista para conmemorar los diez años de la muerte de Pedro Lemebel, instancia que tendrá la novena temporada de La ciudad sin ti en el Teatro Nescafé de las Artes (las entradas se compran por Ticketmaster), el 31 de enero a las 20:00 horas. La obra es una adaptación de una serie de crónicas del agudo e hilarante escritor, quien fuera gran amigo de la expareja que hace ya varios años fueron a conocerlo a su trabajo en Radio Tierra, en el barrio Bellavista.
Muñoz y Pérez adaptaron algunos de sus escritos al formato teatral, y así surgió un nexo profesional que, sobre el final, evolucionó hacia una estrecha amistad. Es más, sin esfuerzo, al actor se le vienen las anécdotas a la cabeza. Recuerda los tacos de Lemebel, y que una vez le preguntó:
—Pedro, ¿no te duelen las patas con esos tacos?
—Obvio, pero es una postura política —le respondió el otro.
“Y tenemos una historia genial”, recuerda sobre una conferencia en un teatro repleto. Una vez que Lemebel terminó de hablar, un tipo del público lo rebatió, alegándole una falta de verosimilitud a una de sus historias: “Dices que fuiste con tu enamorado a Laguna Verde y desde ahí vieron Valparaíso, pero de Laguna Verde no se ve Valparaíso”, alegó. Y Pedro, pícaro, lo rebatió con humor: “Pregúntale al que fue conmigo, que vio hasta Concón”. Se desataron las risotadas en al auditorio. “Me reía mucho con él, lo pasábamos muy bien”, recuerda con aire nostálgico.
Pero aquella es sólo una parte. En entrevista con La Firme de La Cuarta, el intérprete repasa su historia, presente y adelanta qué viene: su infancia marcada por la risa, pero también por la distancia con su padre; su periplo por las teleseries con personajes que califica de “mamones” y “pavos”, ganándose el cariño del público; el fin de su matrimonio con Claudia Pérez, ruptura que le resultó un “infierno”; el naciente pololeo que lo tiene dichoso; la película que dirige sobre la historia del “Conejo” Martínez y una incipiente serie sobre Américo; una vieja parada de carros a Felipe Avello; su faceta de padre y abuelo; entre varias otras cuestiones.
A continuación, largo y tendido...
LA FIRME CON RODRIGO MUÑOZ
A los seis o siete años me regalaron un traje de vaquero. Me encantaba. Salí a jugar y volví con uno de payaso: “¿Y tu traje?”, me preguntaron. “Lo cambié”, respondí. Mis papás habían juntado las lucas; comprarse un disfraz no era como ahora, que vas a cualquier lugar... Ahí ya estaba clarísimo para dónde iba la micro... Se enojaron, pero después se reían y me decían: “Eres la primera persona que cambia la pistola y las chaquetas por nariz de payaso y peluca”. Todos los niños de mi pasaje se juntaban en mi casa, y los hacía reír, les contaba historias, le hacía sketchs y como un stand up. Sin querer, siempre he tenido alrededor gente que se ríe y comenta. No soy bueno para contar chistes, pero sí anécdotas, historias y que la gente se exprese.
En mi familia todos eran contadores y querían que siguiera en el rubro. Cuando dije que iba a estudiar Teatro quedó la escoba, no lo podían creer, mi mamá me decía: “¡Pero cómo!...”. Mi papá fue el más duro, porque se tiró con: “Eres fleto”, y yo le decía: “Papá, no, quiero estudiar Teatro, me gusta expresar”. Me enojé y dijo: “¡Ay, se enojó el fleto!”. Al final estudié igual. Mi mamá y mi abuela materna fue la que más me apoyó. Cuando empecé a hacer obras, mi papá iba y no entendía nada: “¿Por qué este hueón hace esto?” o “¿Quién le pone la plata?”. Era inentendible para él. Con mi hermano son contadores; los llevé de viaje a Brasil y, en vez de disfrutarlo, estaban todo el rato preguntando: “¿Cuánto gana el taxista” o “¿cuánto costaría esto?”, mientras yo les decía: “¡Disfruten el viaje en vez de valorizarlo! Valórenlo por el lado del sentimiento y no por las lucas”.
Con mi papá siempre he estado distanciado. Ahora lo voy a ver de vez en cuando, pero (es) muy cuadrado, de una época muy machista, y yo le salí totalmente humanista; no le calzaba. Me costó harto que me reconociera lo que hago. Como mi papá no me quería, me trataba mal, desde chico, a garabatos, no me pescaba mucho; era distinto a él entonces nunca me pescó. En cambio mi otro hermano es parecido, hacen las mismas cosas y tienen los mismos gustos.
Me quería más la gente de afuera de mi casa que dentro; no entendían. En ese tiempo yo recitaba poesía en el colegio, rarísimo; el raro del colegio. Estaban todos jugando a la pelota y yo estaba buscando tréboles de cuatro hojas, ¡totalmente nada que ver con mi familia“, jajaja. Me costó y creo que empecé a hacer teatro porque veía que la gente se reía, lo pasaba bien y dije: “Por aquí está mi camino”. Al estudiar Teatro encontré mi tribu; eran todos iguales a mí: “Maravilloso”, pensé. Vivía más en la universidad que en mi casa. Me sentí validado. Una vez lo dije en una entrevista: “Estudié Teatro para que la gente me quisiera”.
Siempre he sido bien independiente de mi medio. Yo tenía sueños de entrar a espacios culturales o ganarme un Fondart; y cuando entré a espacios más culturales, me aburrí. Me di cuenta de que me gusta más mi medio independiente, mis obras, con mis amigos y la gente que quiero. Ha sido súper bueno, porque no solo he tenido trabajo, sino que he podido generar trabajo, y es bonito. Siempre me gustó la gente que ayudaba a los demás: Jaime Vadell le dio trabajo a Rodrigo Bastidas; Rodrigo me dio trabajo a mí y yo le doy trabajo a actores más jóvenes. Me parece que ese círculo virtuoso es muy importante, desde los afectos. Prefiero una persona simpática a un súper talento del teatro.
¿Se sigue mirando en menos la comedia frente al drama? Siempre está ese perjuicio, sobre todo en Chile. Generalmente los que tiran para abajo son los intelectuales que se ríen poco y son más intensos, y para valorarse ellos, de alguna manera. (Albert) Einstein dijo “un día sin risa es un día perdido”. Me río todo el día, ando todo el día con amigos buscando de qué reírme. Con Rodrigo Bastidas, Jorge Zabaleta y Fernando Larraín siempre miramos el lado gracioso de la vida.
La comedia siempre ha estado en mí; pero más que el chiste, soy actor-comediante. Trato de hacer la diferencia porque el humorista cuenta chistes, y es muy experto en eso; a mí se me olvida a la mitad cuando estoy contando. Pero cuento historias y vivencias, y hago que la gente pase un rato agradable.
De chico era el encargado de que le hicieran bullying. Pero no me importaba mucho porque, como la gente se reía, me da lo mismo. Tienes dos posibilidades con el bullying: te vas para adentro o explotas. Por suerte exploté para afuera, y lo usé para después escribir mis obras de teatro y películas. Después aprendí mucho con Rodrigo Bastidas, que fue mi profesor en la escuela. Y después con Willy Semler, que fue mi profe, aprendí mucho. Con Lemebel ya fue la coronación de “aprender de la vida”. Por ejemplo, yo uso lentes de colores siempre, y un poco porque me decía: “Si tú quieres hacer algo, hazlo, ¿qué te importa lo que diga al resto? La muralla de Berlín se cayó, hay que aplicar estética”. Empecé a ser bastante libre. Soy súper libre.
Desde que estoy estudiando mis compañeros dicen que tengo mal carácter cuando las cosas no funcionan. Quiero que la gente se lleve un buen espectáculo y, cuando no funciona la técnica o el sonido, me da mucha rabia, porque uno hace todo un trabajo para entregárselo al público. He parado obras: “No, empecemos de nuevo”, digo. Volvemos para atrás, arreglamos lo técnico y volvemos a empezar. La gente debe llevarse un buen espectáculo. Eso hace que nuestro gremio suba de pelo. Soy súper riguroso en eso, en el teatro en general: los ensayos son a tal hora y nadie puede faltar.
Soy lo menos triste del mundo. Pero soy bien llorón, me pongo a llorar con cualquier cosa; veo una escena emotiva y lloro con casi todo. Siempre ando entre la risa y el llanto. Es medio raro. Las situaciones familiares me emocionan mucho. Al jugar con mi nieta o cuando con mi hija vamos juntos al teatro o salimos a pasear, siempre estoy emocionado. Cuando vamos de viaje, en el avión ya voy con lágrimas a punto de escapar. Quizá porque no tuve una familia tan estable, y siempre fui “el apartado”, me emociona.
Aprendí harto de Pedro Lemebel, un tipo que no tenía pelos de la lengua, no le debía nada a nadie, hacía lo que quería y era tan libre que daba susto. Podía pasar cualquier cosa en la noche, terminar preso o en el departamento de una conocida escritora. Una vez fuimos a una exposición, había una foto de él, no estaba su nombre, y dejó la escoba: arrancó la placa que había en el museo, se puso a gritar, se fue caminando por un espejo de agua y yo, más chico, iba detrás persiguiéndolo como su chaperón; llegamos todo mojados a su departamento, nos fuimos a comprar una botella de vino y ya se nos olvidó el episodio. Pero a veces me daba susto salir con él, era súper heavy cuando algo no le parecía. Y cuando algo le parecía, era afectuoso. Una vez estaban vendiendo un libro de él en la calle y dijo: “No me importa que me pirateen, pero pirateenme bien”, y vio si tenía todas las hojas. La gente está llena de miedos, de “qué va a pensar el otro”; pero cuando eres libre de eso, generas que la otra gente también se comporté así, y sea sincera contigo. Todo el mundo tiene susto de relacionarse.
Pedro era un genio agudísimo, pero si te equivocabas en algo era lapidario. Me entrevistaron, hablé de plata, dije: “Yo le pago el 10%”. Y me retó heavy: “¡Nunca mezcles la plata conmigo! Si vas a hablar de plata no hables de mí”, me dijo. Nunca más hablé de plata delante de él; decía que la gente tenía que valorar su trabajo no por lo que costaba monetariamente, sino que por lo que significaba emotivamente. Una vez unos periodistas estaban entrevistando a Juan Radrigán, dramaturgo; y llegamos con Pedro y los periodistas dejaron de entrevistar a Radrigán y fueron a entrevistar a Pedro —que era más llamativo, andaba con plumas, turbante y los ojos pintados—; pero les paró el carro: “¡Ni cagando! ¡Terminan su entrevista y después me entrevistan a mí!”. Fue súper educado lo que hizo. Todo en él era una declaración de principios.
A Pedro le gustó el teatro que hacíamos con sus crónicas. Al principio era medio hosco, porque mucha gente le pedía sus letras; pero después, cuando vio el resultado y lo que pasaba con el público, se entregó. Todavía tengo un mail guardado en que me dijo: “Rorro, quiero hablar contigo, juntémonos”. Y le dije: “¿Quieres que te llevemos algo?”. “Un mango”, respondió. Buscamos, en la mañana, un mango y no encontramos. “Bueno, pero una papaya, un durazno, alguna hueá amarilla”, nos respondió. Se transformó en un súper amigo. En su último cumpleaños, en el 2014, Pedro ya estaba mal. Le llevé de regalo una blusa y me dijo: “Vamos, te la quiero modelar”. Me la modeló. Se veía muy bien con su blusa, y me dijo: “Ahora me acompañarás a recibir a los invitados”. Ya éramos yuntas, andábamos todo el día juntos. Llegó Chinoy. “¡Hola, Chinoy!”, saludaba muy cariñoso, luego pasaba y me decía: “No se le entiende ni raja lo que canta”, JAJAJA. Después, (Claudio) Narea: “¡Hola, Narea! ¡Cómo estai!”, y luego me decía: “Este hueón no compuso ni una hueá”. No podía parar de reírme. Me reí toda la noche. Simpatiquísimo.
Pedro nos casó en Pirque, en el 2000, y nos llevó de regalo un cantor travestí que cantó zarzuelas. Fue muy bonito ese matrimonio, del que no hay ningún registro, nada... Tal vez era una predicción de que no iba a durar para toda la vida, jaja... Estaba lleno de gente, era hermoso. Estaban los “Sinvergüenza”, hicimos un show y me dejaron en pelota mis compañeros. La gente le llevaba libros a Pedro y los firmaba. Rodrigo Bastidas se puso a contar chistes con (Pablo) Macaya arriba del escenario. Fue muy entretenido.
En El amor lo manejo yo interpreté a Emily y fui a pedirle consejo a Pedro Lemebel. Como yo no quería reírme de los gays, fui a hablar con él y me dijo: “Hazlo desde el cariño”. Fui a su casa y estaba esperándome, entero de blanco, con un gorrito amarillo. “Estoy disfrazado de cala”, me dijo, jajaja. Era gracioso, rápido (me gusta la gente con chispeza, es una particularidad del chileno muy valorable). Me sirvió harto (su consejo). Emily es un personaje súper cariñoso, la gente lo quería y siempre terminaba con una frase: “Ojo de loca no se equivoca”, que es de Pedro. Cuando él veía teleserie, porque veía mucha teleserie, me escribía: “La escuché hoy día, ‘Chico’”. Él ya estaba en cama.
A diez años de la muerte de Lemebel, echo de menos: “¿Qué habría escrito con todo lo que ha pasado?”, con la pandemia, el estallido (social) y esta extranjería que se nos vino encima, porque él siempre miraba las cosas de un punto de vista distinto, por el lado. Veía cosas que no todo el mundo ve. Echo de menos un cronista que me hable un poco de esto. Creo que los standaperos, de alguna manera, hacen un análisis “sociológico”. El humor tiene esa capacidad. Puedes criticar de manera más estricta y dura, o también con el humor.
Hace diez años me hicieron un secuestro exprés en Plaza Egaña. Tomé un taxi y, en vez de seguir derecho, dobló, me esperaban en una esquina, y me trataron de asaltar. Me sacaron algunos billetes, pero no el computador, aunque me tironearon. Salí corriendo, perdí los zapatos, me caí al suelo, traté de hacer parar autos y nadie paraba; se asustaban. Fui a hacer la denuncia y me dijeron que era súper común. Quedé asustadísimo, con las rodillas hinchadas... Le tengo respeto a lo que está pasando ahora (con la delincuencia). Creo que se podría hacer mucho más, que las autoridades podrían ejercer más control, poner más freno y tener más capacidad; voy a una población y veo al compadre traficando al lado mío y digo: “¿Cómo la PDI no va a saber?”. Obviamente saben, no sé por qué no se los llevan.
Una vez me apuntaron con una pistola (antes de la pandemia). Iba llegando a la casa de mi exsuegra, en Príncipe de Gales, y de repente unos tipos trataron de robarme el auto, me apuntaron con una pistola y me puse a conversar con el asaltante: “Pero, compadre, ¿por qué me haces esta hueá, ¿qué onda?”, le dije. Y como que me reconoció y se bloqueó; seguramente me había visto en alguna parte. Bajó la pistola, se subió al auto y se fue. Me salvé... Por suerte hago personajes simpáticos; si hiciera “el malo”, me pegaba un tunazo, jaja.
Llegué al mundo de la televisión por el teatro; Rodrigo Bastidas llevó a la Quena Rencoret y le gusté. Hice el camino largo. Busqué la tele, me presentaba a los castings, pero no quedaba; quedaban puros galanes. Pero cuando me fueron a ver al teatro, y se rieron, me llamaron. La primera que hice fue Aquí mando yo (TVN), que yo escribía y actuaba.
El personaje que más le queda en la retina a la gente es Toñito (Separados, TVN, 2012), que era un mamón. En Chile somos todos mamones, entonces el mamón la rompió. Una vez un camionero, un tremendo hueón, gigante, paró y me dijo: “Quiero hablar contigo”, y yo pensé: “Oh, me mandé un condoro”. Y me dijo: “Yo soy mamón”. Nos sacamos una foto. La gente es muy cariñosa. Paso sacándome fotos casi todo el día cuando salgo, no tengo ni un prejuicio. Me encanta, me doy el tiempo. Lo aprendí de Renato Munster, que es un galán. Una vez fuimos a un gira, se me perdió y estaba tomando once con unas señoras en su casa. Es interesante cómo él enfrenta su carrera. Y se lo copié. Ahora voy a funciones y termino con la gente comiendo en su casa. Uno a veces anda apurado, o con un conflicto en la cabeza, pero no cuesta nada parar un poquito y hacer feliz a alguien.
Me encanta hacer teleseries, lo paso bien, me río, me gusta grabar y los directores ya me conocen, entonces me dan un espacio para probar cositas. Además siempre hago personajes con los que la gente se entretiene, amables. Alguna vez quise ser “el malo” de una teleserie, pero nunca me pescaron, jaja, con la cara que tengo no doy para hacer “el malo”. Siento que ya hay una confianza de parte de los equipos, no como cuando uno llega al principio todo tímido. Ahora me siento cómodo en un set de televisión.
Siempre me toca hacer papel de mamón y de pavo. Creo que yo soy un poco así, creo que todo el mundo se hace un poco cómo es; uno le pone las característica del personaje, pero finalmente es tu cara, tu cuerpo y forma lo que uno le presta al personaje. Me pasa que de repente me pongo a hablar en serio, pero nadie me toma en serio y la gente se ríe. Estoy acostumbrado. Es una forma de enfrentar el mundo. O cuando cuento alguna historia, “¿es en serio?”, me preguntan. “Sí, en serio”, digo. Ya lo tengo superado.
Ya no fui galán. No sé si me da para galán, nunca me dio, ni cuando joven. Pero cuando estaba en la escuela de teatro era galán, musculoso y flaco. Me quedé un poco pegado con eso, pero obviamente después ya no. Y mi personalidad no es de galán, aunque pueda haberlo sido físicamente. Creo que para hacer de galán hay que tener una personalidad especial. Una vez llegué haciéndome el galán donde unas chicas: “Hola, ¿cómo están?”, y me tropecé y saqué la cresta. Mi personalidad no congenia con el galán.
Cuando más chico quería ser más diverso (como actor), pero ahora no. Me encanta lo que hago y siento el cariño de la gente, sobre todo ahora que me separé y he tenido que vivir solo, he sentido más el cariño de la gente, de los administradores de mi edificio, los conserjes, la vecina que me lleva sushi en la mañana y la gente me saluda en la calle. Fue doloroso inicialmente, pero ha sido un crecimiento humano muy especial, porque he estado más cerca de la gente. He salido a fiestas o eventos nocturnos a los que antes no salía. En Valparaíso estuve en una batucada como con cien personas y todos en la calle hasta las 4 de la mañana, bailando; y la gente muy amable, cariñosa, me cuidaba, porque Valparaíso igual es peludo en la noche.
Me critican mucho en mi familia que me saco muchas fotos con la gente en la calle; “ay, papá, ¿hasta cuándo?”, me dicen. Pero la gente tiene una ilusión y no la quiero romper, quiero que estén alegres. Me saco fotos cuando estoy comiendo, me da lo mismo; en cambio los otros actores dicen “no, espere a que termine de comer”. A mí no me importa. Por ejemplo, salgo con Renato Munster, que es galán, entonces la gente le dice “don Renato”; en cambio a mí me dicen “¡güena, chico!” y me abrazan. Es otra la relación. Me gusta.
Hice teatro en todo Chile, en provincia la gente es muy efusiva. He tenido suerte. Desde que empecé siempre me llamaron de obras súper exitosas, en De uno a diez, ¿cuánto me quieres?; ¿Quién me escondió los zapatos negros?; después Sinvergüenza, que fue un hit; La sexualidad secreta de los hombres y en Impotente. He tenido suerte de que la gente siempre va a ver las obras. Una que se llama Matrimonio que estuvimos años haciéndola. En esa época no trabajaba tanto en televisión y podía vivir del teatro, que es algo difícil de hacer.
Hice stand up e incluso estuvo en el Festival de Olmué (2015), pero no me gustó, por la soledad. Es un camino súper solitario. De repente me tocaba estar en Osorno, en festivales masivos, y yo solo en un camarín, helado, esperando, y dije: “No sirvo para esto”. Eran buenas lucas, pero no valía la pena. Me gusta el contacto con mis compañeros y reír el camarín. Admiro mucho a los standaperos, tienen cuero de chancho, porque a veces el público no está dispuesto a escuchar. He estado en festivales donde la gente está toda curada y no te escuchan. Es un camino para gente más dura, otro tipo de personalidad. Yo soy más sensible: no me escuchan y me pongo a llorar, jajaja… Ahora estoy preparando un unipersonal, pero más teatral, menos standapero, que es un poco la historia de mi vida, pero en comedia; no puede ser otra cosa, jaja.
En un festival —no sé si de Antofagasta—, estaba en el camarín y de repente vi un viejito español, solito esperando, venía saliendo de su rutina. “¿Usted qué hace?”, le pregunté. “Soy cantante”, me dijo. “¿Y cómo se llama?”, le pregunté. “Manolo Galván”, me respondió. “¡Manolo Galván! ¡Maravilloso!”, expresé. Tuve momentos lindos en esa época, de conocer gente bien especial. Teloneé a Los Vásquez, a Chico Trujillo, 31 Minutos, estuve con Don Francisco y ene gente que pensé que nunca conocería. Fue bonito.
No estoy de acuerdo con que se puede hacer humor de cualquier cosa. El humor tiene que evolucionar: no reírte de los más débiles. Un tiempo tuve ene de conflicto con Felipe Avello, que se reía de la gente humilde. No recuerdo qué año, escribía en el diario The Clinic unas columnas horrorosas. Justo estaba leyendo el diario y no aguanté más; se reía de un político, me cayó pésimo, decía cosas atroces, irrepetibles. En un avión lo paré y le dije: “Hueón, no puedes hacer eso, reírte de las nanas o de los obreros; ríete de ti, pero no de la gente”. Después, en la pandemia, me llamó por teléfono y me dijo: “Maestro, estoy cambiando”. Creo que está bien decir las cosas, parar el carro. Me parece bien la evolución que ha hecho; no porque yo se lo haya dicho, él mismo se dio cuenta. Creo que mucha gente se lo dijo. Yo antes me guardaba muchas cosas, por miedo; pero ahora, que ya tengo mi carrera hecha, me enfrento a la gente y no tengo rollo. Y la gente lo valora, si lo dices de buena manera.
Estaba haciendo la obra Los limpiavidrios en el 2017, no quise seguir y tuve un conflicto. Eran burlescos, se reían de la gente que que le faltaban los dientes (de hecho, mi personaje no tenía dientes), y me cansé de hacer bullying. Era un tipo de humor. Salió en el diario que yo había “traicionado” a mi compañeros porque me había ido, y la gente me retaba. Tenía que defenderme y les explicaba toda la teoría de por qué había cambiado el humor. Mi exseñora me apañó; ella estaba en una teleserie y me dijo: “Ya, retírate y yo pago las cuentas”. Nos iba muy bien, fuimos al Estadio Nacional, lleno, dos veces. Ganábamos mucha plata, pero siempre los principios importan más que la plata. No me sentía bien haciendo ese tipo de humor.
En el 2012 en Separados (TVN) hicimos una pareja de exs con Claudia (Pérez). Se mezcló la ficción con la realidad. Nos pasó también en Entre medias (TVN) y Como la vida misma (Mega). Cuando trabajamos mucho juntos, hemos tenido conflictos... Ahora ya fue definitivo. Creo que esta separación es definitiva; no como en las anteriores, que terminábamos y volvíamos. Fue un año y medio trabajando juntos todos los días. Y agota. Yo de repente le decía un texto: "¡Hasta cuándo eres tan invasiva!“. Y después nos íbamos a la casa y me decía: “¿Por qué me lo dijiste así?”. “Pero si fue el personaje”, contestaba yo. “Sí, pero igual me miraste como diciéndomelo a mí”, me decía. Se va mezclando la realidad con la ficción, de alguna manera... No recomiendo que las parejas trabajen juntas, desgasta el doble. Pasa un poco que el enojo de la casa lo llevas al teatro.
Para mí fue un infierno separarme, no lo podía creer, además de la forma que fue, extraño: nada concreto, desgaste de pareja. Y salir en Las Últimas Noticias, en portada, no me los esperaba tampoco. Fue súper fuerte. La gente me abrazaba en la calle y me hacía llorar, me regalaba cosas; un señor que vendía limones me regaló sus limones. Fue bien especial ese momento. Ahora ya lo puedo hablar tranquilamente, porque ya lo pasé, pero el momento fue muy duro. El cariño de la gente me sirvió, y estaba más sensible también. Estaba haciendo las obra de Los tres espermios... y era el espermio más fome de la Historia, deprimido; Bastidas y Larraín me tiraban buena energía, hasta que salí adelante. Ahora estoy contento de nuevo.
¿Cómo salir adelante post separación? Me di cuenta de que tengo muy buenos amigos. Zabaleta me llamó todas las semanas, ¡todas!; Bastidas, también; y todos mis amigos estuvieron al lado mío durante los ocho meses, encima mío, y me invitaban a asados; mis hijas, también; mi nieta me decía “no estés triste”, y me hacía cariño. Y salí así, con el cariño de la gente. Mis hijas son grandes igual, lo tenían asumido... creo que ellas lo tenían incluso más asumido que yo, así como “papá, relájate, todo sigue igual”. Lo más duro es que hay que compartir las vacaciones; tenemos una casa en el Sur y hay que dividir el “un día tú y un día yo”, porque uno no sabe cómo, primera vez que me pasa. Pero mi familia se lo tomó bien. Mi mamá y mis hermanas fueron una ayuda increíble. Mi nana fue a ayudarme al departamento y hacía comidas ricas. La gente me ayudó, porque tampoco fue que me hubiese mandado un condoro, ni ella; la relación se fue apagando nomás.
Con Claudia seguimos siendo... no amigos, no somos amigos; ya no trabajamos juntos ni nada... pero tengo muy buenos recuerdos; toda una vida juntos, desde acá, del Campus Oriente, que nos conocimos. Estamos juntos en la película del Conejo (Martínez); en un momento —como soy el director— pensé en sacarla, estaba muy enrabiado con lo que pasaba, pero me di cuenta que no: tenía que seguir en la película, hacer su carrera y yo apoyarla en todo.
Tenemos una bonita historia de amor... Al principio me enrabié porque no sabía por qué nos estábamos separando. Nunca lo pude entender, y tampoco entendía la portada en el diario. Pero ya está superado, de hecho hoy le mandé una foto con una polera que nos gustaba a los dos... A Claudia la quiero, la amo, pero no volvería. En un momento pensé que podíamos volver. Pero ahora no.
Ya nos desvinculamos de todo (con Claudia), no tenemos la compañía (Chilean Business); los dos podemos ocupar el nombre, pero ella hace sus obras y yo hago las mías. Ha sido mejor, mucho más aliviador. Hago teatro con mis amigos y hacemos obras que nos gustan para reírnos; estamos haciendo Tres espermios desobedientes sin permiso de su mamá, con Bastidas y Larraín, y nos reímos muchísimo.
Tengo una polola, veinte años menor que yo. Estoy pololeando, lo paso tan bien, me tratan tan bien. Me di la oportunidad de conocer nuevas personas; y se puede, y guardando el cariño que uno puede tener, y no mezclar; las relaciones son distintas. Estoy contento. Por primera vez me atreví a tener otra pareja. Antes siempre estaba como esperando. Ahora tomé la decisión y tengo otra pareja, y ya estoy en otra. A mí polola le gusta la música urbana, es amiga de artistas urbanos. Su mamá era fan de mis personajes, y después ella siguió su camino. ¿Cómo nos conocimos? Nos encontramos, simplemente el destino. Yo estaba pasándolo muy mal, recién separado, muy triste, y de repente nos encontramos. Fue una luz. Ando feliz de nuevo. Estamos juntos hace dos meses.
Me quedé con varias lecciones tras la separación. Me afectaba esto de llevar tantos años (en una relación) y cómo encontrar pareja de nuevo. No hay edad para eso; de hecho con mi polola la pasamos la raja, nos reímos todo el día. La edad cronológica no te puede marcar una forma de vivir. Y lo otro que aprendí es que nada es para siempre. Ya no me aferro tanto a las cosas; lo material, lo afectivo y cualquier cosa se puede apagar, como se le ha ido la carrera a muchos colegas que se han mandado condoros. Nadie tiene asegurado nada.
Ya no me considero celoso, estoy más viejo; me da lo mismo. Hubo una época en que era celoso, un poco porque, de repente, veía escenas con amigos en que, por ejemplo, ella (Claudia) estaba en pelota con Macaya o con (Claudio) Arredondo. Y después los veía a ellos, tomábamos un shop en la noche y pensaba: “Conchesumadre, vio a mi señora en pelota”. Ese rollo. Pero ya lo tengo completamente superado. Me da lo mismo. Mi novia ahora es guapísima y joven, y todo el mundo el mundo la mira; y ya no me da nada. Si no quiere estar conmigo, se irá. Nada es eterno.
Hubo una época en que ser machista era como “choro”. Eso mismo de ser celoso era una forma de machismo. Lo superé. Además tengo dos hijas mujeres y una nieta... Una vez un compañero de mi hija llegó con cartera; me sorprendí y le comenté: “Tu amigo viene con cartera”, y ella me tiró la choreada al tiro: “¡¿Y qué tiene?!”, y me saqué el pillo: “Es que no le viene con los zapatos”, con humor. Caché que no podía hacer esos comentarios. Uno va evolucionando.
Tenía miedo que mi hija Daniela fuera actriz. Quería estudiar música al principio y pensé: “¿Cómo la ayudo? No cacho nada”. Y cuando entró a Teatro sentí un poco un alivio; por último la podía guiar un poco. Empezamos a trabajar juntos y ya hemos hecho tres, que ahora estamos en La verdadera historia del grupo ABBA, nos ha ido fantástico y ella lo hace súper bien, con un personaje súper lindo. El miedo me lo fue quitando el hacer, y vi que actuaba bien, y que la gente se reía con ella, porque hay ene hijos de actores que no son tan buenos, jajaja. Pero ella es buena actriz, tiene chispeza.
Camilo Zicavo me encanta, mi yerno, que fui a su recital el otro día y quedé pa’dentro: es como el (Gustavo) Cerati chileno; le irá la raja. Está recién incursionando en este estilo solo, pero buenísimo el show, de una hora y media o dos horas; todo el mundo encantado. Lo conocía por la Moral Distraída, pero ahora porque es pareja de mi hija. Es muy buena onda, nos llevamos bien y apañamos. Fue al primero que le presenté a mi polola, antes que a mí hija, jaja.
Han sido muy lindo ser abuelo. Mi nieta, Violeta, me bautizó; las guaguas te inventan nombres, y me puso: “Lolo”. Es súper cariñosa y me quedo harto cuidándola, como mi hija de repente tiene eventos y cosas así, y pasamos toda la noche jugando. Es muy entretenido. Además no tienes la responsabilidad de papá, que tenía que enseñarle cosas. Fui papá y abuelo joven... Es loco, porque yo he sido más hermano de mis hijas que papá, y ellas me lo critican de repente, como nunca puse muchos límites ni reglas. La Claudia fue la que se llevó el peso de la crianza más formal. Yo era más juguetón.
Mi nieta es tataranieta de Delfina Guzmán. Una vez nos pasó una anécdota súper buena: Fuimos al Museo de Cera de Las Condes, vio a la Delfina Guzmán y se le tiró encima: “¡Mi güelita!”. La abrazaba. Y todos los guardias reclamaban: “Oiga, está desarmando el mono”, jajaja.
Con Jorge Zabaleta partimos con una especie de Socios por el mundo, en Nueva York y después pensábamos ir a África, pero con la pandemia hasta ahí nomás llegamos. Después Pancho Saavedra, que tenía los contactos y todo, lo empezó a hacer con él. Pero me parece bien, era el indicado. A mí también me pasaba que yo era muy casero, no me gustaba salir mucho de la casa; la mayoría de mis carretes era hacer asados con mis amigos en mi patio. También hay que tener una personalidad especial para ser un viajero. Si me hubiese pasado lo de que se les murió un amigo (el asesinato de Toni Espadas en Etiopía), yo hubiera quedado bloqueado, creo. Soy un llorón, me emociono a cada rato; no sé si servía para estar muy lejos mi casa, echo de menos a mis niñas.
Me encanta Socios por el mundo. Lo que inventamos un poco con Jorge ellos lo han depurado y lo han hecho mucho mejor: es hablar de los temas, pero no meterse en lado intenso, sino como dos amigos turistas, que fue un poco en los primeros libretos en Nueva York. Creo que la sustancia de esa programa esta basada en eso... Ahora haremos algo con Jorge y Pancho, un nuevo proyecto para el teatro.
Me llamaron a un programa de farándula, Hay que decirlo (Canal 13), para ser panelista, pero no sirvo mucho para eso. Igual buena onda, fui, nos reímos, pero claramente yo no tenía nada que ver. Creo que burlarse de los demás, reírse de cómo la gente se viste, o cómo se equivoca la gente, no es un buen camino para hacer humor o un programa. Tuve mucho conflicto en una época con un animador, Jordi Castell, que se reía de la ropa de la gente, y peleamos como dos o tres veces en cámara. No corresponde. No tengo rollo de decírselo en la cara. Me parece que es una pésima forma de enfrentar la farándula. Se puede hacer en forma positiva.
Ahora escribí una película para México, que es graciosísima, y ojalá que ya le vaya bien, La prima rusa. Es un poco basada en cómo un tipo en conflicto termina triunfando. Soy el guionista junto a Sebastián Freund la mandamos a México, quedamos y nos la compraron. Va a salir el próximo año (2026); no depende mucho de nosotros.
La película del “Conejo” Martínez sale el próximo año, en que soy socio con Renato Munster. Es bien ficcionada: la anécdota es la historia del “Conejo”, pero empezó a volar sola y a entrar personajes. Queremos que entre algún artista urbano, y en eso estamos ahora; quiero hablar con Pailita o algún otro, que entre en la historia. Me lo aconsejó mi polola: “Los artistas urbanos son los que la llevan ahora”. He estado escuchando harto, y es bien interesante, porque al principio uno mira en menos esa música porque las letras son muy directas y qué sé yo; pero hay algunos muy interesantes. Carin León, por ejemplo, me sorprendió, la voz que tiene y cómo le da vuelta a las frases.
En la película del “Conejo” están Jorge Zabaleta, Benjamín Vicuña, Fernando Larraín, Rodrigo Bastidas, Renato Munster, mi hija Daniela, Constanza Mackenna, Claudia Pérez y un amigo, que no es actor, ingeniero pero que hace un papel importante, Jorge Carrasco, que desde chico lo encontraba un tipo graciosísimo; lo metí en esta película y está super bien. Zabaleta es el que se atora con un maní, el “Conejo” lo salva y se le ocurre vender maní. Soy el “Conejo” y hago la dirección de actores. Era divertido porque los estaba dirigiendo con los dientes falsos, todos cagados de la risa, nadie me tomaba en serio. Hicimos unas filmaciones muy buenas en Nueva York, a todo cachete. Hay que terminar de grabarla.
Estoy escribiendo un guion que es la serie de Américo. Hablé con él y me dijo: “Ya, démosle”, y empecé a estudiar y escribir. Es su historia, la haré en ocho capítulos. Lo de Américo es muy incipiente. Junto con Rodrigo González, el comediante, estamos tirando las primeras líneas, y buscando quién la va a producir. No será un drama; estudiando su historia, es súper romántica, como Coco, por eso lado la queremos llevar, algo más emotivo, que la gente valore a su artista nacional. Estábamos en una fiesta, miré a Américo y se me ocurrió: “Hueón, quiero escribir tu historia”, y me contestó “¡ya!”. Fue espontáneo.
Fue una época hermosa estar en el Área Dramática de TVN; terminé animando el matinal, Buenos días a todos y el Año Nuevo. Me habían ofrecido contrato en el matinal, pero me fui porque yo quería actuar; en un momento me dieron a elegir entre seguir siendo guionista o actor, y me fui por el lado de la actuación. Veo muy dramático el futuro de TVN. Creo que no van a hacer nada con estas platas que recibieron; o sea, ojalá hicieran algo, pero no hay ningún proyecto. Lo de TVN es un problema de gestión: se van dando cargos políticos unos a otros, no hay una persona de televisión. Pero si ellos llamaran, por ejemplo, a Rodrigo Bastidas, a mí con un equipo, a Zabaleta, o a Pato Pimienta, a tipos que inventan cosas, y los pusieran a cargo de un Área Dramática (porque la Quena Rencoret está súper bien en Mega, pero nunca se sabe), sería genial. Se dan cargos entre un político y otro, y nadie se atreve a hacer nada.
Conduje el Buenos días a todos con la Karen Doggenweiler. Nos llevamos súper bien. No somos del mismo rubro, yo hago más teatro, pero tuvimos súper buena onda; además yo también era amigo de ME-O (Marco Enríquez-Ominami). Una vez ella me invitó a tomar once, llegué con un queque y había el medio mambo, la media fiesta... hasta ahí nomás llegó el queque, jaja... Me encanta que anime el Festival de Viña. Lo hará bien. Creo que es la mejor animadora que tenemos en Chile: carisma, simpatía y manejo.
No me gusta el comunismo porque fui a lugares comunistas, como Cuba, y nunca había visto tanta pobreza en mi vida, gente durmiendo con los chanchos, en el barro. Fue súper triste. No era lo que yo pensaba. Estuve en Rusia también, haciendo una película, y había una señora vendiendo su gato, su mascota. Y también estuve en Venezuela. Quizá la ideología es interesante, pero en la práctica no funciona. Es mi visión, no quiere decir que el capitalismo funciona, porque Estados Unidos también tiene ene de errores; pero, por ejemplo, los países más de centro como los nórdicos funcionan mucho mejor, como que la gente es más consciente. Creo que tiene que ver con educar a la gente; y el que gana no gana tanto, y el que es pobre no es tan pobre.
Este Gobierno atinó en Cultura ahora último, pero se portó pésimo también (en relación a administraciones anteriores de la Concertación y la Nueva Mayoría). Cuando tienes tus necesidades básicas más solucionadas —generalmente gente de derecha—, te das el lujo de ir al teatro a ver un espectáculo; pero la otra gente está preocupada del día a día, de parar la olla, entonces no tiene mucha plata para ir mucho al teatro. Y por otro lado, la izquierda valora más el folklore y esas cosas, son sus íconos más que los actores, que son más “faranduleros” y son como más de centro o elite... Tengo un auto antiguo y muchas veces llegaba a la bomba de bencina y el bombero me decía: “Shhh, la cagá de auto que tiene si usted es actor de la tele”. No tiene nada que ver. La gente piensa que la gente de la tele es millonaria, y estamos muy lejos de eso.
Me crié en un ambiente súper femenino que me cobijó y me apañó, más que mi papá, que es muy grosero; también creo que ahí está esa reticencia a los garabatos. El lado femenino de mi casa fue el más acogedor. Y después tuve un ambiente con puras mujeres de hijas, mi señora y nieta. Todo mi entorno es femenino. Por eso creo que nunca digo garabatos, igual que en mis obras.
No me gusta hablar de sexo, soy medio cartuchón; y tampoco me gusta decir garabatos. Uno tiende a pensar que los actores son más extrovertidos o liberales. Siempre me cargó hablar de sexo, no sé por qué; tengo un rollo con eso... quizás porque tengo tres hermanas mujeres… Me gustaba Infieles, que hablaba de sexo, pero de una manera más lúdica, en que la historia sustentaba lo sexual; no el sexo por el sexo. De repente uno ve cosas gratuitas, que te meten la escena de sexo porque vende, pero a veces no es necesario.
Una vez en un restorán vi que trataron mal a un mesero, me paré, fui a reclamar y me fui del restorán. Uno no puede dejar pasar una injusticia. Además la vida es tan corta que si uno puede ayudar a alguien en el sentido, más que monetariamente, en la dignidad, es fundamental. No tengo nada que perder, me da lo mismo; soy independiente.
La plata nunca me ha importado mucho, la verdad; va y viene. Toda mi carrera la hice para mantener mi casa y ocuparla en viajar. Tengo un auto antiguo. Pero la plata se ocupa para cosas emocionales, creo yo. Por suerte, he viajado casi por todo el mundo, por el teatro, el cine y por curiosidad.
Viajar es mi gran pasión, más que el teatro. Uno de los lugares que más me marcó fue Nueva Orleans. Ahora me voy de nuevo: con un grupo de amigos de la infancia vamos, con cámaras e iremos a bares antiguos, donde hay viejitos que tocan jazz. Me tiene súper inspirado. Es para Instagram y YouTube. La ruta del jazz se llamará. Vamos un ingeniero, un comerciante, un juez de la República y yo; un grupo raro... “Lo que no unió el amor, lo une la música”, como dice el grupo Abba.
En mi vida en general, de repente, me encuentro con alguien y me cambia el rumbo. Así conocí a la Claudia, me enamoré a primera vista, estuve un año tratando (de que me pescara) y nos casamos rápidamente; y después, tener una hija: “Ya, echémosle para adelante”. Ahora conocí a mi polola hace dos meses, y también: “vamos a vivir juntos”. Mi vida es así, no me pongo ninguna traba de nada. En mi caso ha sido bueno, me ha permitido ser flexible, surfear la vida. ¿Me fue mal con una obra de teatro? Le cambio el nombre, vestuario, trama y todo, y sigamos para adelante, y fue un éxito. No me echo a morir por nada.
Cuestionario Pop
Si no hubiera sido actor, me habría gustado ser guía turístico, de todas maneras, o tener una agencia de viajes. Me encanta viajar y que la gente vea detalles de los lugares. Un lugar que lo recomiendo es Guarujá —que los pasajes están súper baratos—, puedes tomar un avión hasta Sao Paulo y luego un bus. Es maravilloso y más barato que andar por Chile a veces. Y quiero documentar los viajes que haré.
En mi época de estudiante de Teatro en la U. Católica, siempre me fue muy bien, tuve muy buenas notas, pero era bien carretero; era el único hippie de Campus Oriente. Era la época de la fiesta Spandex, me gustaba esa onda nocturna.
Un apodo es “El Chico”, siempre me han dicho así, porque dentro de mi generación hay muchos Rodrigos; nos hacían leer obligatoriamente en el colegio el Mio Cid Campeador —¡que es una lata!—, que era protagonizada por Rodrigo Díaz de Vivar, entonces hay muchos Rodrigos. Y yo era el más chico de mis amigos: Rodrigo Bastidas, Rodrigo Gijón, Rodrigo Núñez... Todos los Rodrigos que habían eran mayores que yo. Así que quedé como “El Chico” Muñoz.
¿Un sueño pendiente? Creo que he tenido la suerte de cumplir todas mis fantasías y sueños. Me puedo morir en paz.
Tengo varias cábalas, como que no paso debajo de las escalares; y para el teatro, decir el “¡mierda, mierda!” antes de la función, o no ocupar los anillos que uso con un personaje.
¿Una frase favorita? El “no estoy ni ahí”, me encanta, porque define tan bien cuando soltaste un problema. Y cuando yo era chico, no existía, es del “Chino” Ríos. Está buena para usarla... hay que bienutilizarla, porque no creo mucho en el nihilismo, en la gente que no cree en nada. Creo que el “no estoy ni ahí” es para crear nuevas cosas, no para desechar todo.
Un actor chileno que admiro es Rodrigo Bastidas, que encuentro que es un creador impresionante, tira pa’rriba y positivo. Todavía es un tipo valorable, desde la escuela hasta ahora. Y le va bien por eso, porque cuando eres buena onda se te devuelve. No le gusta tanto actuar, le gusta más dirigir y escribir.
Un cantante favorito es Carin León, que me gusta ahora, más nuevo; y Américo, que bailé todas sus canciones cuando hicimos Adiós al séptimo de línea en el Norte, que la gente estaba vuelta loca con Américo... Y súper importante: Camilo Zicavo, que tiene el grupo Plumas y antes la Moral Distraída.
Con mi primer sueldo me compré unos zapatos celestes y plateados. En esa época era chico y todos usaban zapatos negros o cafés. Llegué a mi casa y mi mamá me dijo: “¡¿Qué es eso?!”, no lo podía creer.
Un trabajo mío que no se conoce es que junior en la época que hacían el hoyito de las cartillas de la Polla Gol. Y tuve una verdulería como a los 17 años, y terminé tirándome los tomates con mi compañero... al lado había una feria —súper hueones—; nos fue pésimo, jaja.
¿Un pasatiempo escondido? Antes me gustaba hacer asados, pero ya no tengo parrilla... Y armo tours, me meto a las plataformas, a Booking y Atrápalo, y lo armo; me entretengo mucho en eso, aunque no vaya, jajaja.
Un lugar favorito es Chile es Coñaripe, donde tengo mi casa; es especial, porque está entre dos lagos, y hay un río. Me encanta. Voy una vez en invierno y otra en verano, una semana.
Una película que me hace llorar es Cinema Paradiso. Hace poco la vi. La pongo me pongo a llorar... Además descubrí que tiene 45 minutos más que no llegaron a Chile; estaba en uno videoclub en Roma, pedí que me pusieran Cinema Paradiso, y encontré que habían 45 minutos más. Si alguien la quiere ver entera, se puede; hay plataformas de cine internacional gratis, creo que Vimeo. Y te cambia la historia, porque la película inicial termina en que él no encuentra a su novia, y en la original se encuentra con ella y hacen el amor cuando son viejitos. ¡Una locura! Buena. Recomiendo.
No creo en el horóscopo. Soy Aries.
Si pudiera tener un superpoder... Ya lo tengo: hacer que la gente se ría y que lo pase bien. Lo he comprobado. Una vez me invitaron a una fiesta en Año Nuevo donde estaban todos tristes, cuando se murió Fidel Castro y justo fui a Cuba. No hubo fuegos artificiales, estaba todo oscuro, había apagón, y estaban todos callados conversando, y dije: “Esto no puede quedar así”. De a poquito empecé a conversar y a que la gente se expresara, y terminamos todos felices, bailando y riéndonos. Ahí comprobé que existe ese superpoder.
Un placer culpable son las canciones cebolleras, antiguas; de hecho, en Papá al rescate sale Jeanette, porque me recuerda a mi mamá cuando chico. Y me gusta el reggaetón, descubrí que no todo es tan burdo. Y me gusta cómo se relaciona la gente más joven, que eso en mi generación no existía; los actores éramos como cools, muy de negro. Y ahora la gente joven se dice “mi bebé”, “mi guagua” y “mi amor”. Se tratan bien. Me parece súper bueno ese cambio en la juventud, son más cariñosos.
Algo de lo que siempre me he arrepentido… no hacer cosas por el qué dirán. Una estupidez: una vez invitaron a una fiesta, en Rusia, y venía de una grabación, muy mal vestido, raja, cansado; y en la fiesta habían unas rubias maravillosas, y yo “no, me voy a cambiar ropa primero”, y no quise ir de puro cortado y tonto. Después vi las fotos de la fiesta y dije: “¡Puta madre! ¡Por qué no fui!”. Era una locura, una fiesta en la embajada de Moscú, todos arriba de la pelota... Ahora la ropa me da lo mismo, me visto con pura ropa reciclada.
Si pudiera invitar a tres famosos de la Historia a un asado, uno sería Jerry Lewis, porque inventó una forma de hacer cine, innovó, me fascinan sus películas, lo encuentro divertido y gracioso. Albert Einstein también me cae bien, y cómo descubrió la Teoría de la Relatividad en una micro, cuando se fijó que si él iba más rápido el reloj avanzaba más lento. Y Pedro Lemebel.
Rodrigo Muñoz es un actor al que le gusta que la gente esté bien, lo pasé bien y se ría. Le gusta la alegría.