El comediante se sinceró sobre su presente personal y profesional con La Cuarta, enfocado en sus proyectos y en su hijo junto a Maly Jorquiera. Repasa dificultades laborales y familiares. Y hace un recorrido por su pasado, desde su infancia, pasando por la vorágine de El club de la comedia, hasta sus sueños pendientes.
Bajo un cielo que amenaza con lluvia, en la oficina de su casa en La Reina, repleta de cientos de figuritas de Los Simpson, a Sergio Freire (42) le duele la espalda al sentarse y sus ojos están cansados. Es amable. Pero se admite cansado; su pequeño hijo, Lucas, está de vacaciones. Han sido meses agitados, proyectos varios, algún drama familiar y el mal rato de su fallida gira por Europa, la cual el comediante califica como “una estafa al alma”, y le resta importancia a lo monetario.
Sin embargo, cuando el standapero se largo a recordar su historia, agarra vuelo y las tallas se le disparan: se remonta a su infancia en Cerrillos; sus impetuosos inicios con su “hermano gemelo” de la comedia, Pedro Ruminot; el éxito y los líos en El club de la comedia (CHV); su forma de entender el humor; su amor cargado de admiración hacia Maly Jorquiera; sus nuevos cortometrajes de Dosis; la chance de volver al Festival de Viña y un futuro dedicado a las risas.
“Es algo que me gusta y lo quiero seguir haciendo por siempre”, manifiesta, ya recargado de energía, sonriente, antes de partir a arreglarse para su show de la noche.
LA FIRME CON SERGIO FREIRE
En San Antonio creen que soy de allá, y mucha gente dice que nací allá. Algunas veces, al principio yo aclaraba que nací en Santiago... Y de repente: “¿Naciste en San Antonio?”, me preguntaban. “Si, hueón”, respondía. “Nací aquí”, jajaja, para evitarme toda esa aclaración. A veces no explico.
Viví en Cerrillos, caleta de tiempo, la niñez y la adolescencia. Los amigos que tengo hasta hoy son del colegio, equipos de fútbol y primeras pololas. Tuve una infancia entretenida, no la cambiaría por nada. También tuve mi primer grupo de rap, fui rapero; se llamaba “Cultura marginal”. Éramos súper buenos, pero queríamos parecer malos. Esa juventud depende harto del año que te tocó. Para mi fueron los 90′ y el rap pegando brígido: bailaba en las calles, con la radio, competencias y esa onda. Tuve también mi infancia de capilla, monitor de confirmación, porque había una iglesia. Todo lo que tenía cerca fui y lo hice.
La básica la hice cerca de mi casa, en un colegio que se llamaba Halley, porque se inauguró el año que pasó el cometa (1986)... Malo el nombre, jajaja. Cuando me preguntaban: “¿Dónde estudiaste tú?”. “En el Halley”, respondía. “¡¿En el jale!?”, me contestaban. “No, hueón, en el Halley”, aclaraba. “No es que jalen”. En la media me fui al Don Orione y ahí conocí a Pedro Ruminot, y fuimos compañeros y amigos hasta hoy.
Cuando chico, veía todo lo que salía de humor. Me acuerdo de los primeros VHS de humor donde se arrendaban películas: Los Roteques, Los Atletas de la Risa, Dinamita Show y las películas del Che Copete. Consumía, consumía y, de pronto, llegó el TV cable, y me ayudó a ver otros tipos de humor... Algo que me marcó fue descubrir lo completamente absurdo. Esa tecla me gustó más que la directa, la ordinaria o el doble sentido. Después le empecé a captar la onda a Andrés Rillón (1929-2017), con Medio mundo o De chincol a jote (Canal 13), el Jappening con já (TVN), Coco Legrand y todo eso apareció. Después salió Plan Z, ídolos al tiro. Lo daban tarde, pasada la medianoche, e igual los esperábamos. Al otro día lo comentábamos en el colegio, y Ruminot era el hueón que se quedaba despierto. Éramos los dos.
En mi familia siempre nos hemos comunicado desde el humor y el chiste; la más cercana que tuve fue la de mi papá, Sergio, y ellos eran ocho hermanos, cuatro hombres y cuatro mujeres, y todos eran buenos para la talla y responder rápido; no había diferencias. En las fiestas familiares los veía y trataba de imitarlos; de chico andaba tirando la cara. Fui aprendiendo.
Le contaba chistes a mi papá. En ese tiempo no había memes ni internet; era la raja que alguien se supiera un chiste y lo contara. Me empecé a aprender caleta; todos los días le contaba uno cuando llegaba de la pega. Y para contarlo bien lo ensayado, con un amigo y otra gente. Sin darme cuenta, desde chico practiqué contar una historia graciosa; me ayudó harto. Hoy, la gente hace sus propios chistes y en ese tiempo uno contaba los que te contaban. Ahora los escribo y voy haciendo todo más solo.
En mi familia nos cuesta meternos en temas más emocionales y profundos. Nos descoloca. No estamos acostumbrados a vivir emociones fuertes, aunque nos ha tocado. Ya tengo 42 años, soy más maduro, pero igual me cuesta. Ahora estamos viviendo algo súper fuerte con mi mamá, Elizabeth: le pusieron un marcapasos hace poco. Y todo este tiempo ha sido súper duro, y nos hemos visto enfrentados a que ya quiero empezar a reírme... ¿Pero cuándo vamos a empezar a reírnos de esto? Ahora ella está súper estable y mejorando. Pero la vimos mal. Me pongo pa’ adentro cuando pasa algo así. Nadie lo supo, mis amigos lo supieron después. Ahora ella está acá, en mi casa, andaba haciéndose exámenes, y de ahí vuelve con mi papá a San Antonio.
No sé muy bien cómo reaccionar ante mis experiencias fuertes. Pero para ayudar a otros soy seco; si tengo que subirle el ánimo a alguien, me es fácil, me gusta. Soy bien amigo de los amigos. La amistad es súper importante, cuidarla y cultivarla.
Mi mamá es mi fan número uno, la clásica, estuvo conmigo todo el rato desde la infancia. Y es súper buena partner de comedia. Antes tenía que ver caleta de cosas, porque se volvió mi profesión ver todo lo que sale de stand-up, sketchs y películas de humor, y ella se ponía al lado mío. Llegó un momento que, de repente, nos poníamos hablar cosas técnicas de los humoristas y pensaba: “Como a mi mamá la he hecho ver tanto, puede comparar”. A veces vemos algo y me dice: “Ya cámbialo, este ya no prendió, no tiene las herramientas”. Y le digo: “Sí, tení razón, ese ya no prendió, no tiene las herramientas”. Ya cacha. Es súper entretenido. Los festivales de Viña los veo con ella; nos terminamos riendo de lo mismo. Sé que es mi mamá, nunca va a opinar de algo mío, pero sí del entorno.
Un momento clave fue pasar de electromecánico, porque el colegio Don Orione es industrial, a teatro. Lo comenté en mi casa y lo encontramos súper raro, sobre todo después de que había hecho la práctica (en una fábrica de latas). Fueron a verme a una obra que hacía en una compañía de teatro en Maipú y ahí ellos pudieron ver lo que hacía. Ellos, al verse entre el público, en algo súper alejado de lo que siempre mostré, de las tuercas y cables, me dijeron: “Te vamos a apoyar, porque te vimos en el escenario”: Fue el apoyo de ellos, y de las cinco mil personas que estaban viendo y aplaudiendo.
No sabía si me iba a dedicar netamente al humor cuando estudié teatro. Quizá pensé que podía ser un Alfredo Castro, jajaja, otra onda. Igual como alumno era bien latero: cuando salía a dar mi examen, sabían que iba a hacer algo de comedia. Más encima en teatro el drama es más potente, todos son más cabezones. Pero yo todo lo llevaba para el otro lado... y no me arrepiento de nada. Ese era el lugar para practicar y fallar. Cuando sales de ahí ya no la puedes cagar.
Siempre tuve una fe ciega en hacer humor, me da lo mismo lo que opinaran. “Estos profes ya me van a entender”, pensaba. Algo me decía que tenía que seguir. Pero es una barrera que hay que pasar en la escuela, sobre todo en una época en que el humor ni siquiera era bien remunerado; lo hacían algunos humoristas, tres cuatro o cinco, y se acabó. Pero ahora es diferente. Un joven le puede decir al papá: “Oye, quiero ser comediante”, y darle ejemplos. En mis tiempos no tenía qué ejemplo darle a mis papás de alguien joven que viviera del humor. Nosotros tuvimos que abrir eso un poco. Y ahora hay jóvenes que me dicen: “Gracias a ti estudio teatro, porque le dije a mi papá y para ellos, como los ven a ustedes, les es más fácil (imaginarlo)”.
Pedro Ruminot iba a casa y me decía: “Escribamos ideas y las vamos a presentar a los canales”. Y yo respondía: “Ya po’ tení razón”. Y nos poníamos a trabajar, con horarios y todo. Nadie nos pagaba, era puro escribir sueños. Y los íbamos a patentar, como si alguien lo fuera a robar, y nadie sabía lo que estaba escrito. De eso aprendí caleta de Pedro, de la perseverancia, tomárselo en serio aunque todavía no tuvieras nada serio.
Soy como un viejo chico, me gusta que me traten como abuelo. Nunca fui de ir a las discos. No soy tan de la cosa carretera, prefiero lugares de conversación, más calentitos, soy friolento... Y el respeto, jajaja, esa huea es súper de viejo: me gusta el respeto y soy respetuoso con la gente.
Las discos las conocí por mi pega, en El Club de la comedia (CHV), porque nos contrataban. Ahí empecé a cachar. Más encima, nosotros íbamos a arruinar la fiesta, porque eran contratos malos; nos llevaban a hacer reír a las dos de la mañana a la gente que estaba: los hueones con la minas, listos, y salía un hueón a hablar para que le prestaran atención. Era pura pifia, de parte de los hombres sobre todo: “¡Bájate, hueón!”. Fueron las pegas que nos tocaron por mucho tiempo, y nos quedábamos a carretear. Pero no es algo que busqué. Ahora hay más lugares hechos para la comedia; antes uno tenía que hacer que el lugar se volviera “de comedia”.
Nos fuimos de Vía X y se supo después de dar una entrevista a un diario. Me llamó el director de Animal nocturno (TVN), Guillermo Muñoz, y me dijo que “quiero tener una reunión contigo”. Hablé con todo el equipo y me dijeron que “sí, anda”, porque nos habíamos ido de Vía X sin tener nada, a lo choro nomás... La choreza me ha ayudado, ahora que hago memoria. Querían que estuviéramos en un departamento al frente de Felipe Camiroaga e hiciéramos nuestros sketchs. Era súper buena. Le conté a la gente de CHV, porque les habíamos presentado el proyecto hace tres meses, y les dije que nos llamaron de Animal nocturno. Pasaron tres días y me llamaron: “Sergio, no, vuelvan a CHV, porque vamos a hacer un piloto y les vamos a dar el programa propio”. No teníamos por dónde perdernos.
En El club de la comedia tuvimos una época de rockstars. Me acuerdo de un show específico, el primero en que nos contrataron, en Valparaíso, que se llamaba “Ele Bar”, y era de puras chelas y jóvenes. Estábamos parados con la Natalia (Valdebenito), la Nathy (Nicloux), el Pedro, el Pato Pimienta y el Juan Pablo Flores. Y la gente estaba gritando, éramos como una banda de rock, ni siquiera les importaba lo que estábamos diciendo. “¡Somos una banda de rock!”, decíamos. “Esto no me lo esperaba”. Y empezamos a comportarnos más rockeros... La juventud, jajaja. Pero no me arrepiento, lo pasamos bien. Teníamos 25 años y ya andábamos “rockeando”, vestidos como rockeros; éramos súper atípicos del humorista de la época con camisa, corbata y terno. Nosotros nos vestíamos igual que los que estaban en el público, y hablando temas juveniles, más chuchadas y cosas rebuscadas.
En Chilevisión también nos trataban como los “indomables”. Como que no se nos podía decir nada, porque mandábamos a la chucha a todo el mundo. A veces lo hacíamos, jajaja. Éramos choros con nuestro producto, eso sí, súper brígidos, pero de lo profesional; llegábamos a caer mal.
Una vez dejamos la cagá porque en CHV le querían poner risas al programa, al segundo capítulo, y nosotros sabíamos, por la ley del absurdo, que no se ponían risas entre medio de los chistes. Me acuerdo hasta que pusimos el cargo a disposición y “nos vamos”, dijimos. Y ellos decían que “estos pendejos vienen recién llegando, deberían estar agradecidos que le estamos dando la oportunidad”. Pero confiamos tanto en el producto que no lo queríamos traicionar. Y fueron buenas peleas, porque El club de la comedia nos hubiese sido lo mismo. Nos podrían haber dicho: “Puta que es difícil trabajar con ustedes y nosotros les compramos el programa”. Pero por suerte, a diferencia de otros programas juveniles, teníamos el control creativo del programa. Nos podían echar, ¿pero quién escribía lo que había que hacer? Éramos nosotros mismos. Estaban amarrados, y quizás eso nos daba a nosotros la fuerza para ser choros, sin tener y venir de nada. A veces igual me quedaba para adentro y pensaba: “Si me echan, cago, y voy a ser el más hueón por el resto de mi vida: ‘¿por qué me puse tan terco?’”. Pedro era más brígido y yo confiaba en él, y nos apoyábamos: funcionamos como equipo cuando había que hacerlo.
Las primeras temporadas Pedro y yo estábamos como directores creativos en el canal, por haber estado en REC. Teníamos más feeling con la gerencia, lo que era bueno y malo, porque cuando había un atado a nosotros nos callampeaban, no era sólo para recibir las ideas, también cuando nos retaban: “¡Cómo dicen esto!” o “Este monólogo no se puede transmitir”.
Una vez hicimos que un auspiciador se fuera, y estamos hablando de 400 millones de pesos; eso costó un chiste. Fue una parodia que hicimos de Té Supremo. En ese tiempo (2012) estaba Liliana Ross (1939-2018), que era ella mandando té a una mesas: “Lleva un té con cariño para la mesa cuatro” o “Un té con paciencia para la mesa dos”. Y se veía gente discutiendo y desanimada. Y nosotros hicimos el mismo comercial. Y Liliana Ross era yo, ni siquiera una mujer. Y mandaba puras hueás de té: “Un té con patá' en la raja para la mesa no sé qué”. Y al final decía algo como “el olor que llevamos dentro”, y me terminaba tirando un peo. Fue una huea muy pasada y Té Supremo se enojó más que la chucha. Y salió del canal: quitó su presencia durante un año. En los pasillos nos decían “los 400 millones”, todos supieron. Esa fue una cagada grande.
Hay cagadas en nos defendió el canal, como fue la parodia de Jesús, cuando hasta el Consejo Nacional (CNTV) estuvo encima, y zafamos; y también de la parodia a los pacos. El canal se portaba bien en eso y se acordaban de que éramos más jóvenes; siempre nos decían: “Chiquillos, no se preocupen, pero no se metan, no hablen con nadie y nosotros lo vamos a solucionar”. Y lo solucionaban.
Soy súper agradecido de los caminos que me llevaron al “Club”, del cual estoy súper agradecido, y de todos mis compañeros. Siento que hemos tenido suerte en hacer llamados en los momentos precisos.
Pedro Ruminot fue un huevón que era igual a mí, que tenía los mismos gustos que yo, y los mismos sueños. Es como un hermano gemelo que andaba buscando lo mismo, y este hueón es súper obseso, su perso es más brígida; admiraba eso de él. Yo era el buena onda, lo que a él también le servía, porque hubo reuniones en que nos podrían haber mandado a la chucha. Pero ahí yo estaba para decir: “Oye, pero espera, Pedro, calmémonos”. Eso hizo una unión súper buena para nuestras negociaciones y las creaciones juntos.
Como Pedro estaba con cáncer en 2007, yo era el amigo de los chistes, sentía que ese era mi rol, ponerle esa parte, porque ya el doctor era brígido (pesado) y su familia estaba muy desanimada. Fue duro, entonces le ponía los chistes y, sobre todo, le decía: “Hueón, no te podí ir, salió el programa, con todo lo que hemos hecho, grabado y escrito, no te podí morir ahora”. Cuando le descubrieron el tumor, recién estábamos grabando el primer sketch. Esas enfermedades tienes que apalearlas desde la buena onda, porque son depres. También hemos tenidos nuestros encontrones y discusiones, pero es lo menos.
En “El club” teníamos una reunión semanal en la que todos llegaban con ideas para los monólogos, pero también lo hacíamos en conjunto. Alguien decía que quería tocar cierto tipo de temas, tiraba lo que tenía y entre todos aportábamos, y la persona iba anotando lo que le servía. Y así íbamos uno por uno. Y cada persona escribía su monólogo. Para los sketchs, cada uno me tenía que mandar diez y, como jefe de guion, los revisaba con un equipo, e íbamos transformándolos en sketchs que tuvieran el sello del programa.
Cuando me compré el famoso auto descapotable “de futbolista”, sentía que éramos el único equipo joven de comedia que hacía lo que quería. Aparte, nos iba súper bien afuera donde nos presentábamos. Estaba ganando mucha plata, tenía una polola y sin hijos. Me vi muy joven con éxito y plata; con ese triángulo caí. Después de comprarlo pensé: “Qué chucha, yo nunca hubiese hecho esto”, jajaja. Pero también me había envuelto en cosas que nunca pensé que viviría. Ahora lo tomo con humor, pero en ese tiempo fue muy fuerte para mí. Cuando tuve el auto, mi incomodidad dentro era: “¡Por qué estoy dentro de esta huea!”. Sentí que no era yo.
Veía el programa Los improvisadores (Vía X, 2009), porque como actor sé lo difícil que es improvisar, y lo que a mí me cuesta. Y cuando veía al “Panqueque”, a la “Moyita” y a la Maly Joquiera, pensaba: “Estos locos lo hacen ver fácil”. Después llegó la Maly trabajar con nosotros (en El club de la comedia), y ahí vi su método; aparte es guapísima, jajaja, ¿para qué vamos a ignorar eso? Obvio. Pero su forma de trabajo, su profesionalismo, me dejó loco. Le preguntaba cómo hacían Los improvisadores, me contaba y yo pensaba: “Qué difícil”. Entonces es un amor con admiración. Eso me voló la cabeza de la Maly.
La inteligencia que Maly vio en mí tiene que ver con la rapidez con que trabajábamos. Ella me conoció como jefe de guion del “Club”. Vio una parte de mi vida en que yo era: tele, tele, tele, humor, humor, humor... Mi cabeza, de verdad, pensaba en puros chistes y tele; tenía que dirigir las reuniones y darles chistes a todos también. Me vio en un momento súper activo creativamente de mi vida. Me vio en acción, jajaja... Ya estamos más relajados.
No me gustaba tanto ser jefe del guion, porque implicaba criticar el trabajo de mis colegas, decirles: “Oye, está fome lo que me mandaste”. Qué lata, si yo los admiraba, ¿cómo decirles? Esa parte era difícil. Y cuando poníamos una persona equis (en ese cargo), no cachaba nada, era peor. Y teníamos que retomar para poder cumplir y llegar a las metas.
Las ideas para los monólogos me vienen de la vida normal; estoy viviendo una situación, o conversando con alguien, y anoto todo en el celular. Antes teníamos libretas (abre un cajón de su escritorio y busca para mostrar las libretas que aún guarda) y ahora me mando mensajes por Instagram y me van quedando guardados. Y de repente llega el momento de traspasar: ahí empiezo a revisar y a llevarlo a guion, y voy probando los chistes en bares más chicos antes de llevarlos a teatros.
Me gustan caleta las chistes de ficción. Mezclo harto mi vida con algo súper ficcionado. Siento que es una línea que no está tan hecha; por lo general, los comediantes cuentan sus vivencias, que también me hace reír. Pero hay que ser valiente para contar algo totalmente inventado, porque, si es fome, es el medio fracaso. Si tu cuentas una historia inventada mala, jajaja, es más cueck a una real que no sea tan divertida, porque estás elevando la apuesta del espectador. Me ha costado arriesgarme con esos chistes; tenía un diálogo con un dios que me hablaba, y yo pensaba: “Si me meto en esto, que el dios me hable, y la gente no lo agarra, voy a dejar terrible de ahueonao”. La gente sabe que la historia con el dios realmente no pasó. Ese es el miedo. Me gusta meterme en ese lugar y de ahí salen chistes con los que realmente te sorprendes.
Un chiste es una trampa mental: tu mente nunca quiere quedar de hueona; entonces cuando te hacen una trampa mental, atina con una risa, que es como una forma de decir: “Me pilló”. Con un chiste más ficcionado dejas loco a alguien, porque no sabe realmente para dónde chucha va la historia, como el chiste de “Los choros”, del Bombo Fica; es un súper buen ejemplo, porque es muy conocido.
Un chiste que no debía haber hecho fue en el Festival de Olmué (2016). Me carga. En ese tiempo ni pensaba ser papá y dije que “si tuviese una niñita le pondría ‘Inculiable’ de nombre, para que cuando la vayan a buscar (los pretendientes), tengan que gritar: ‘¡Inculiable!”. Y yo decir ‘bien, hueón, qué bueno que lo tengai claro’”. Y ese chiste lo hacía en vivo en bares y funcionaba. Pero cuando lo vi en otro contexto, que te define los límites, dije: “No, nada qué ver, no va conmigo”. Feo. Después fui papá y pensé: “Uy, ¿y si hubiese tenido una niñita’”, jajaja. Da cuenta de una inmadurez.
Hay una diferencia entre la inmadurez y la maldad de hacer un chiste con un bullying muy específico, y se hace cagar a una persona a la que después hacen mierda con ciberacoso. Como los chistes del “Club” de “Andai puro maraqueando”; si no los hubiésemos hecho, no hubiésemos sabido lo que es correr ese cerco, no habríamos aprendido. En el humor tenemos que meter las patas en el barro. No hay otra forma para el comediante. Tení que quemarte un poco.
“¿Sabí, Maly? Si me va mal en en Festival de Viña, hasta aquí nomás llego”, le dije en 2018. Fue en serio. Siento que hago una comedia un poco solitaria, en el sentido de que no conozco a otros que usen el mismo tono, más familiar, porque generalmente el stand-up es más agresivo. Eso me empezó a generar un ruido antes de Viña. Además, me salió difícil la invitación al Festival, se demoraron, por eso me inseguricé. “¿Por qué no me invitan?”, pensaba. “Quizá no soy bueno para este Festival”... Por suerte me fue bien y puedo seguir hinchándole las hueas a la gente, jajaja. Me segurizó. Aunque ya seas conocido, Viña genera el efecto de: “Este soy yo y ahora todos saben el humor que hago”.
Me gustaría volver a Viña, es un escenario que ya conozco y los masivo-familiar me gusta. No tengo que hacerle miles de arreglos en el guion, porque trabajo para todos; me encanta que un papá se ría con su hijo, y no tenga que estar tapándole los oídos, que se caguen de la risa y recuerden eso. Me gusta cumplir ese rol. Siempre me ha acomodado el humor más familiar. De hecho, Los Simpson (y apunta hacia su amplia colección de figuritas de la icónica serie gringa) me enseñaron eso: me cagaba de la risa con esa familia: entendía todo, vivían en Estados Unidos a la mierda y lo que mostraban era súper como nosotros, y la gente adulta se reía también. Si ellos hacían esa pega, yo también podía.
La nueva serie de cortometrajes de Dosis (en YouTube) la definí como una versión “madura” del Club de la comedia, pero madura en todo el sentido, no madura del humor, sino de que nosotros estamos grandes, como Juan Pablo Flores o yo, con más canas. Pero no es como un apéndice del “Club”. Pero este proyecto es na’ qué ver. A los actores que tengo del “Club” es porque son súper talentosos; JP, como actor de comedia, es uno de los mejores que he visto. Estas historias son más oscuras y nos inspiramos más en Black mirror. Cuando las empezamos a escribir con Rodrigo, mi hermano, nos gustaban los futuros distópicos, meterle tecnología, hablar del Instagram, de seguidores y cosas que antes no existían; meternos a este a este nuevo mundo que se está haciendo, pero con comedia y, además, nos preocupamos de que la producción sea súper rica.
Queremos que Dosis la entiendan todos, hay muy pocas cosas nacionales y chilenismos. Son historias para que las pueda ver un mexicano, un colombiano o un peruano. Me gusta que sea internacional, que cualquier persona se pueda reír. Por eso también para el tercer capítulo tomamos la historia de un supuesto minero 34, que se quedó en la mina San José por su voluntad, y le hacemos un reportaje tipo Informe Especial, porque fue una noticia mundial.
Las redes sociales las uso para lo profesional. Me entretienen también a veces, pero trato de pegarme poco. Netamente las uso para promocionar las cosas que hago, no subo muchas cosas de la vida personal ni tengo esa relación con los seguidores de hablarles como “hola, amigos...”. No tengo esa cercanía con la gente, jajaja. Me hubiese encantado, pero soy más pa’ dentro, y las redes te empujan a ser más extrovertido. Soy más piola. Tengo a mi gente real para las cosas íntimas, prefiero el cara a cara.
Todas las ideas de comedia que hago las pimponeo con la Maly para cachar si ando bien o muy perdido. Ella sabía desde siempre esta idea de Dosis; me ayudaba cuando estaba escribiendo, siempre es parte de los proyectos. Ella igual me comenta de sus chistes, y lo mismo yo con mis chistes de monólogo. Nos ayudamos mucho en la interna de los productos. Aparte en Dosis, donde actúa la Maly, sabe qué debe hacer; es un ahorro de tiempo en el trabajo, porque cacha al tiro las indicaciones, para dónde va y el estilo de humor.
Me gusta el contacto con el público que se da con el stand-up. Yo no sabía que me gustaba tanto, hasta que la pandemia me obligó a quedarme dos años encerrado. Ahí caché, porque extrañé la huea. Extrañé subirme a los escenarios, pararme, contar chistes y todo eso. Es algo que me gusta y lo quiero seguir haciendo por siempre... si es que se puede, jaja.
Estoy recorriendo Chile haciendo stand-up, con el show “A lo maldito”. Estamos con los cortos de YouTube de Dosis. Y en agosto volvemos con Pedro Ruminot y Fabrizio Copano al podcast Hablemos de comedia. Se vienen varias cositas que por mi hijo, Lucas, no había retomado tanto. Me puse súper papón; nació y estaba pegado, pegado él: el papá tóxico. Estoy a la par con la Maly, los dos para lo que necesite Lucas. Ahora, que ya está más grande, me pude dedicar a todas estas cosas que había dejado un poquito detenidas. También, en mi juventud le di tanto al humor que ahora mi hijo necesitaba esa atención. Ya estoy más repartido en mis tiempos.
Lucas es una mini-versión comediante de nosotros. Tengo mi oficina aquí en la casa. Me acuerdo de él, chico, y yo acá trabajando; tocaba la puerta y decía “papá, papá, ¿qué estás haciendo?”. Y le respondía: “Estoy escribiendo chistes, hijo”. Entonces la palabra “chiste” es pan de cada día para él, se habla de eso y lo ve con seriedad. A veces le digo a la Maly: “Tengo este chiste que lo estoy arreglando”, y él ve esa conversación. Y cuando salimos, la gente se acerca para pedir una foto y decirme “me cago de la risa contigo”. Y Lucas está consumiendo todo eso. Y parece que va para ese lado, le gusta... Qué sea lo que Dios quiera, jajaja.
Él nació y ordenó todas mis metas. Mis metas son que dure este camino (la comedia), cuidarlo, porque es lo que quiero hacer por siempre. Y este humor que adopté, con mayor razón, que lo agradezco ene; a veces a mi hijo le salen aparecen cosas mías, y no temo, es como “puta, qué bueno”. Lucas me ordenó en todo: en mi sentido de comedia, cuidar el trabajo, en seguir trabajando con fuerza y ganas, y hacer algo que él se da cuenta y le gusta. Es mi horizonte.
Si noto que Lucas tiene pasta para comediante, bacán. Sino, yo se lo diría, jajaja, al tiro, porque sé lo que cuesta. Le diría: “Ve otras alternativas también”. Pero si veo que tiene talento, le echaría vuelito. Cuando trabaje con la Coca Guazzini (para Dosis) contó que tenía un hijo que quiso ser actor y él le reclamaba que “¡no me dejaste ser actor!”. Y ella nos explicaba: “Es que era malo”. Me quedó grabado y pensé: “Yo haría lo mismo con mi hijo, decirle la dura”. Me sentí identificado.
La estafa en la gira por Europa fue en mayo. Nosotros nos preparamos para una gira con un loco de allá, que llamó, puso las fechas y los lugares. Llegamos a España para comenzar y ahí cachamos las faltas de garantía. El hueón no llegó y nos dijeron que iba a llegar después, como en la cuarta fecha se sumaría porque tenía “problemas con la visa”. El 1 del mes era el primer show. Y le dije a mi productor: “Llama a los locales, porque él quedó de arrendarlos”. Y nos respondieron: “Están pedidos, pero no pagados”. Empezamos a cachar que todo lo que nos dijo no era real. Ahí, por faltas de garantía, detuve todo. Eso pasó.
Como que nos cagaron, pero no nos alcanzaron a cagar hasta el fondo. “Estamos yendo a una estafa”, pensé. Si tomábamos los shows que venían, las ticketeras iban a mandarle la plata a ese hueón, y él no estaba con nosotros: ¿Quién nos aseguraba que nos iba a pagar todos los shows? Y así alcanzamos a detenerlo para que las ticketeras devolvieran la plata a la gente. Y el hueón no quería, siempre estuvimos en contacto. Si bien no me estafaron con todo, perdí los pasajes de ida y vuelta, y el mes que me había programado. Fue más una estafa al alma. Eso fue lo que me dolió, que fue una estafa a la ilusión, al corazón, y pensar que estaríamos en esos lugares (como Barcelona o Lisboa), y no se dio. Me devolví y no tenía eventos ni nada, porque todo lo tenía congelado.
Si no hubiese sido comediante, habría sido dibujante. Me gusta el dibujo, caleta. En el colegio dibujé y después seguí dibujando por las mías; y de repente tomo el lápiz, hago retrato y mis cosas. El dibujo publicitario me gustaba también y todo eso.
Durante la media en el Don Orione era buen compañero, pero no era el que echaba la talla, era piola, siempre he sido pa’ dentro. Era como guionista, porque le tiraba la talla al de al lado, que tenía perso, él la decía y todos se reían. Me daba cuenta de que funcionaba, pero no me atrevía. Siempre fui de hartos amigos en el colegio. Jugaba a la pelota también.
Siempre he sido piola, él que se sube al escenario es otro Sergio Freire. Pero de eso me di cuenta hace poco, por algo súper específico: empecé a tener atados con algunas empresas, justo en un momento político brígido, cuando recién salió (Gabriel) Boric de Presidente y la gente estaba enojada. Y le dije a mi productor: “De verdad, vengo súper buena onda, no quiero pelear con nadie, hacer el show tranquilo; pero si me pongo a pelear, te juro que no sé qué me pasa, no lo puedo controlar; te hablo súper en serio”. Me subí al escenario y me pasó: no me volví amable, porque me gritaron una huea. Cuando me bajé me di cuenta: “El que se sube es otro, no lo puedo dominar”, dije.
Esa perso del hueón que está arriba (del escenario), que responde los chistes y todo, es otra persona. Me supera el loco que se sube, que tiene perso para hablar y decir los chistes. Abajo soy más piola, de la tallita entre los amigos, eso me gusta. Pero el que se sube es un alter ego, con mi ropa, Sergio Freire pero con otra personalidad: una versión zafada de mi mismo nombre.
“Chechín”, el Guatón (Rodrigo Salinas) me dice así, mi familia y la Maly. En el colegio me decían “Fito”, pero no sé por qué, de la básica que me decían así; nunca caché de dónde vino.
Un sueño pendiente es hacer otra película; bueno, varias. Me gustaría hacer una como lo mismo de Dosis, por ejemplo, que el corto “P.P.I” se convierta en película... Sería una locura, la raja, la raja. Para allá voy.
Una cábala que tengo es que, cuando voy a festivales televisados o grandes, me llevo una figurita de Homero (de Los Simpson) en traje de boxeo (se acerca a la repisa donde se encuentra el monito para mostrarlo). Siempre me llevo ese Homero. Este hueón me ayuda.
Había un restorán acá (en La Reina) que me gustaba; el nombre era la raja. Ahora me da lata se lo cambiaron, se llama “Patio Echeñique”, suena cuica la huea. Antes se llamaba “La copa feliz”, y era súper ameno: era como campo en la ciudad. Eso me gusta, me gusta lo campestre.
Un trago favorito es el Saint Germain, que es como el Ramazzotti, pero en vez de Ramazzotti lleva St. Germain; es amarillo, no naranjo. Pero es la misma combinación. En pandemia me puse bueno para hacer pisco sour; todavía hago cuando piden. Me gusta, sí, me gusta... ¿Sabí qué? Mi favorito es el pisco sour. Es verdad, me gusta más que la otra hueá. Pisco sour hecho por mí, ese es mi favorito. Uso limón de pica, clarita de huevo, amargo de angostura al final y las medidas propias. Y el pisco también tiene que ser uno bueno, como el Espíritu de Los Andes. No soy piscolero, sólo tomo sour.
Lo primero que hice en tele fue un comercial en que mi mano se hizo famosa, la derecha. Era de Tapsin. La mano tenía ropa y hacía ejercicio con dolor de cabeza. Yo era estudiante y me preguntaba: “¡¿Cómo le digo a la gente?!”, jajaja. “Soy famoso”. Además, tuve que hacer un casting de manos y le gané a un mago, ¡un mago! Había hueones capos.
Mi primer sueldo grande fue de 80 mil pesos, tuve que contar gente en un mall, en Falabella, y tenía que contar gente que saliera con y sin bolsas de la tienda. Era para esos estudios que hacen esos locos. Fue la primera vez que me pagaron; era mucha plata para mí en ese tiempo.
Un hobbie oculto es que a veces domino la pelota, caleta de rato, dominar, dominar, dominar… Lo hago en el patio o voy a la plaza. A veces es algo que necesito hacer, solo. Soy bueno dominando, hago mis piruetas y cositas, mis cachañas de fútbol... Pero no sé si eso será un hobbie, es algo desestresante.
En la música, me gusta caleta Beck y David Bowie, esos mis artistas de cabecera; también Radiohead y el indie rock. Y las cosas que salen las voy cachando al tiro, aunque no sigo tanto el género urbano... no discrimino, por si acaso, jajaja. A veces la Maly pone Chayanne, nosotros no discriminamos. Gorillaz también me gusta.
Un personaje de Los Simpson que me gusta caleta, porque me da risa todo lo que hace, es el director (Seymour) Skinner; encuentro que tiene los mejores capítulos, la mejor voz en latino, profundidad y las mejores salidas, jajaja. Lo encuentro súper gracioso. Tiene harto peso humorístico en la serie.
Un comediante chileno que admiro es Coco Legrand, porque la hizo cuando nadie cachaba de qué se trataba: la conversación y el monólogo. Y Andrés Rillón lo admiró, aunque se murió, porque hizo comedia hasta viejo, que es algo que quiero imitar. Quiero verme viejo y haciendo cosas: y en él lo vi, canoso, pa’ la cagá', haciendo reír. Maestro.
Soy súper llorón con las películas, lloro caleta. Si es para llorar, voy a llorar... El eterno resplandor de una mente sin recuerdos a veces la pongo y no puedo aguantarme con algunos pasajes que tiene. Cuando quiero llorar, pongo parte de esa película.
No creo en horóscopo. La Maly me habla del horóscopo. Igual a veces me llaman la atención coincidencias de los signos, pero no es mi onda. Soy Libra, igual que Lucas.
Si pudiera tener un superpoder sería leer la mente. Me gustaría leer el pensamiento del público: pararme en el escenario y, sin tanta prueba, que me digan la dura de cómo encontraron los chistes.
Mis placeres culpables casi siempre son de música: soy cebollita. Me gusta Piero, Nino Bravo, los cantantes románticos italianos, todos, como Franco Simone. Cuando hacemos karaoke aparecen los placeres culpables, como “Soldado del amor”, de Mijares, cantado gritando: “¡Soldado del amor!”. La vecina después me dice: “Ayer anduvo ‘el soldado del amor’”, jajaja. “Sí, anduvo ‘el soldado del amor’”, le respondo.
Si pudiera invitar a tres personas famosas de la Historia a una comida, elegiría a Michael Jackson, para que cuente la dura y se cante una canciones ahí en vivo. Invitaría a Marilyn Monroe, para verla y saber de ella. Y a Charles Chaplin, para saber cómo la hizo mudo, esa hueá es peludísima, y que me hable y me diga cómo.
Sergio Freire es un comediante, nacido y criado en Santiago y San Antonio, amigo de los amigos, y una persona alegre... Sí, alegre.
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