Hace cinco años, distinguida en el exterior, lideresa de toda la movida femenina del stand-up local, el show de Jani Dueñas se adivinaba un éxito arrollador, pero no sólo no fue así sino que el fracaso impactó para siempre su vida. “Lo equiparo con un accidente”, definió ella alguna vez.
Son múltiples los factores que permiten explicar el tropiezo de un comediante en Viña, pero el de una figura como Jani Dueñas cuesta un poco más de trabajo.
La actriz llegaba al fin a la Quinta Vergara en 2019, precedida por el siguiente currículum: titiritera y voz detrás de Patana en 31 minutos, standupera consagrada en El club de la comedia, voz en off de La divina comida, panelista de un nutrido listado de programas radiales y de otros en TV, conductora de Dueñas de Salas. Por lo demás, cerebro de Grandes fracasos de ayer y hoy, rutina de stand-up que llegó a Netflix y que la revista Time seleccionó entre las diez mejores de 2018. Muy en resumen, con elogios internacionales acaso como aval, Dueñas entonces era percibida una de las cabecillas de la generación femenina de la comedia local, de modo que el llamado de Viña no sólo era justificado sino que había llegado, aparentemente, en su mejor momento.
Pero la noche del último martes de febrero, tercera jornada festivalera, después de un Marc Anthony sensacional que dejó al público con ganas de más y que, de hecho, estimuló abucheos contra los animadores —acusados de precipitar el cierre de su presentación—, Jani Dueñas se apagó.
Con el ambiente caldeado, fue ella, de buenas a primeras garantía de risas y buen rato, quien despertó la peor cara del Monstruo —que probablemente ocultaba esa sed de sangre desde Meruane II— y desde un inicio se hundió con una rutina que tal vez en otro lado hubiera cosechado diferente resultado. A eso intentó aferrarse en un principio. “Sigan viendo a quienes quieren ver, yo me voy al bar de donde salí con mi show”, dijo adiós, algo desencajada pero desafiante, cuando Martín Cárcamo y María Luisa Godoy acudieron a su rescate. Un día después, en charla con el Échale la culpa a Viña, reconoció que “no esperaba lo que me pasó anoche” y que su propuesta “no calzó con lo que la gente esperaba, no éramos compatibles”.
“Tal vez no era mi escenario”, se intentó convencer pronto, como construyendo un discurso para blindarse de la crítica descarnada, que tal como el público la noche anterior, ahora la asediaba sin miramientos. Matinales y programas de farándula la culparon de lanzarse contra niños y hombres, de reírse de los programas que le dieron trabajo y, en definitiva, de ser fome. “Me vendieron como la feminazi y el resto eran como artistas románticos para la mujer —Marc Anthony y David Bisbal—. Yo tampoco iba como representante de nadie, entonces eso condiciona”.
“Más que ganas de llorar, pensaba, loco, qué les pasa”, concluyó, con algo de rabia contenida.
Ése, claro, fue su análisis en caliente.
Tres meses más tarde, de regreso a los bares, pleno proceso catártico, Dueñas entregó a Revista Sábado más pistas acerca de su frustrado paso por la Ciudad Jardín. Dijo, por ejemplo, que la organización la buscó con poco tiempo por delante y que no estaba convencida, que cuando sus cercanos le consultaban cuándo la verían allí, “decía que no quería ir porque no me sentía preparada”, pero que después de Netflix y Time, se tentó con el desafío de “tratar de llevar lo mío a un público más masivo”. En tanto sus colegas le auguraban un éxito seguro, ella se repetía: “No es mi lugar, no estoy lista, es muy poco tiempo dos veces”. De todos modos, contagiada de esa confianza, aceptó. “A lo más, me imaginé que iba a pasar sin pena ni gloria, que la gente me iba a recibir de manera tibia”.
Consultada por sus recuerdos de ese martes noche, se descargó: “Lo equiparo con un accidente. A un choque en moto contra un árbol. O correr una maratón, llegar a la meta y que te agarren a patadas. Estaba en una especie de shock, en el que probablemente el cuerpo y la mente entraron en un estado de protección, de emergencia”. Escuchar las pifias, agregó por si quedaba alguna duda, “es atroz, es un mar de rechazo y de violencia”.
Cuando cayó en cuenta de todo, cerró Twitter y le puso candado a su Instagram. Luego, ya en Santiago, se la pasó varios días en cama, durmiendo, “drogada probablemente en Rize”, y más tarde se refugió en un hotel al sur del país.
Durante la cicatrización, Jani Dueñas bajó ciertas ideas. Concedió, por caso, que no se había preparado lo suficiente para un escenario como Viña: “Preparé una rutina que sentí que era un poquito más transversal que la que hago siempre. No hice festivales, hice sólo bares. No hice shows grandes, y probé la rutina solo con la gente que piensa igual que yo. Ése fue mi error, no saber a lo que iba”. Luego admitió que cuando sintió el rechazo del público, “los rechacé a ellos también”. “Los rechacé por rechazarme”.
A casi cinco años de su presentación, para la standupera, el golpe que supuso la Quinta Vergara en su vida aún es tema.
Por cierto que volvió a lo suyo, aun cuando le costó algún tiempo perder el miedo a los escenarios. En los bares se permitió nuevamente contar historias, conectar con la gente, quizás trazar sus propios límites —”prefiero que me vaya bien con seis personas que estar dos meses pasándolo como lo pasé”—. Pero el año pasado, en charla con Ignacio Franzani para Creadores de Canal 13 Radio, reflexionó que aunque su vida “no cambió tanto”, esto es, nunca dejó de trabajar y dedicó su tiempo a otros asuntos, “psicológicamente y emocionalmente” es algo que no supera.
Como muestra, una vez regresó el Festival después de dos años de silencio, Dueñas trató de sentarse a ver la primera noche.
No fue capaz.
“Hueón, ¡no puedo!”, se sorprendió ella misma.
“Fue como la bomba y los helicópteros del trauma”, dijo recordando el meme. “Ahora me doy cuenta de que el estrés postraumático que a mí me había generado ese hecho en mi vida, es súper fuerte”.
Hace cinco años, cuando le preguntaron por volver a ese escenario, la humorista en algún sentido ya lo anticipaba:
“Podría ser en el minuto en que Chile cambie mucho… y yo supere el trauma”.