El actor guio un recorrido en el que participó La Cuarta, y mostró distintas escenografías de la teleserie que, en parte, se graba en Cochamó, y también en los estudios santiaguinos de Mega. En el living del protagonista comenta: “Les serviría whisky, pero como estamos en televisión, nunca ha sido whisky”. También adelanta sobre entre Manolo y Sofía: “Vamos a disfrutar, no a sufrir”.
Vestido de sí mismo, de Andrés Velasco, el actor se encuentra parado en medio del living-comedor del set, el cual se conecta con el escritorio del protagonista de La Ley de Baltazar.
Dentro de las instalaciones de Mega, se hay varias escenografías de las teleserie de la tarde-noche que se ambienta en Cochamó, Región de Los Lagos, pero en que muchas de las escenas de interior se graban en Santiago, en Av. Vicuña Mackenna. Los televidentes “no hacen la distinción y creen que efectivamente estamos dentro de una casa sureña”, cuenta el actor en el recorrido de la “Mega Experiencia”, de la cual fue parte La Cuarta.
—Mi personaje no es dueño de este lugar, pero pasa metido acá, porque soy el capataz de este fundo —detalla por si alguien no ha oído hablar de Manolo, la mano derecha de Baltazar (Pancho Reyes).
Así parte la visita guiada por el propio intérprete, y arranca con el living contando un primer secreto: “Como es un estudio, por supuesto que no se puede prender fuego, pero tenemos una chimenea”, plantea. Pero sin llamas, para lograr el efecto ponen unos focos “que son maravillosos, porque dan una luz cálida, que se mueve y a todos nos hace sentir como que estamos en una casa”, describe.
Luego, mira a un mesón con una botella de vidrio que supuestamente contiene alcohol:
—Les serviría whisky, pero como estamos en televisión, nunca ha sido whisky —cuenta—. Lo que se usa tampoco es té: es Coca Cola con agua, que se deja tomar. Lo peor es cuando es vino, porque es una cosa espesa y muy dulce. Yo preferiría a las diez de la mañana tomar un poco de vino que ese almíbar... Pero bueno, todo sea por la magia de la televisión.
Luego Andrés mira hacia un costado, donde están las escaleras que dan a algunas de las habitaciones de la familia protagónica. De ahí advierte:
—Al segundo piso tampoco los voy a invitar porque la escalera termina en la nada —confiesa—. Siempre los personajes como que suben y bajan con mucha urgencia. Es divertido cuando uno ve una escena y sabe que el compañero subió muy indignado y llegó hasta ahí nomás, porque no hay puerta que golpear.
El “chiche” de la cocina
Como la escalera no lleva a ningún lado, dentro del estudio, el segundo piso se encuentra frente al primero. Entre medio, se halla el sector donde Rosita (Mabel Farías) es quien más lo frecuenta:
—La cocina también es uno de los chiches, porque da la impresión de ser una cocina sureña, donde hay olorcito a comida, y eso es pura magia, porque en realidad lo que se hierve es pura agua.
Y agrega, a modo de talla:
—Pasemos a la cocina, para servirles algo.
Delante, justo en frente de donde estarían las cámaras, ponen unos frascos en primera línea con distintos alimentos no perecibles. “Eso a la gente le da una sensación de realidad, porque ven las arvejas, los fideos, los garbanzos”, comenta. Todo ese material es real. Sin embargo, confiesa, “lo de atrás no se ve tanto”, y de inmediato se acerca a una gran cómoda: “Entonces pudimos usar quesos de mentira, que son los que quedaron de Yo soy Lorenzo”, y se acerca con las ligeras redondelas para mostrarlas a los invitados.
La cocina también da la sensación de ser a leña y, por lo tanto, usan las mismas luces que en la chimenea.
—El actor tiene que meter el leño y hacer como que está caliente —explica—, y ahí es cuando uno entiende por qué le enseñaban pantomima en la escuela (de teatro). Por fin sirve para algo.
Como en los paisajes sureños predominan las lluvias, afuera del set de la casa, un utilero se instala con una bomba, listo para mojar al personaje y así entre “goteando” al hogar, “y da la sensación de que está lloviendo”, comenta. De hecho, también en cada ventana se ubica alguien del equipo a mojar las ventanas, “y tenga la calidez que nos gusta del Sur”, destaca.
—Sabemos a que a los chilenos les gustan los programas de viaje, ver cómo Pancho Saavedra (Lugares que hablan) o no sé quién van, comen en los lugares y conocen a la señora, y prueban de la olla. A los chilenos también les gustan sus teleseries, sus propias teleseries. Y cuando esas cosas se juntan, la gente queda realmente fascinada, porque ve a su país y estas historias que tanto les enganchan.
Eso sí, aclara el actor, así como fue con Isla Paraíso (2019) en Chiloé, grabar en estas locaciones también “implica cierta responsabilidad, porque Cochamó es muy chiquito, es un precioso paisaje, un escenario natural maravilloso, pero son cinco casas y una iglesia, y que no da abasto cuando se repleta”.
Aunque el turismo es una buena noticia, en el pueblo “están asustados porque saben que se va llenar de gente y ellos quieren proteger su lugar, porque es un hábitat para muchas formas de vida”, cuenta.
Es más, en la ficción Antonia ha luchado para que un terreno de Cochamó —propiedad de su hermano mayor, Mariano (Gabriel Cañas)— sea declarado santuario de la naturaleza. Durante noviembre, en el plano de la vida real, distintas agrupaciones se han coordinado para que este valle entre en dicha categoría.
¿Coincidencia? Tal vez no.
¿Qué será Manolo y Sofía?
Antes de La ley de Baltazar, Andrés interpretó a Dante durante la anterior nocturna de Mega, siendo el villano asesino de la trama. Sobre su actual papel como Manolo en comparación a la actual, admite:
—Cualquier cosa es mejor que Demente, porque interpretar a un enfermo de la cabeza es un peso, y pasar a un personaje romántico en un paisaje romántico es un alivio y un regalo. Pero antes de Demente, venía del padre Gabriel en Isla Paraíso, que era un dulce, así que me siento súper beneficiado.
Consultado por La Cuarta sobre lo más desafiante de su actual personaje, dice:
—Manolo habla muy poco, y también es muy poco expresivo. Para eso ha sido todo un aprendizaje, porque ha significado trabajar con las sutilezas, las pequeñas miradas, elegir la palabra justa: ajustar al mínimo los valores expresivos del personaje. Los actores, sobre todo los que tenemos formación teatral, somos demasiado exagerados, y en vez de levantar una ceja levantamos un brazo.
Según el presente de la trama, el capataz ha podido concretar su romance con Sofía (Ignacia Baeza): “La gente cuando me ve en la calle solo quiere confirmar que efectivamente nos vamos a casar”; y de hecho le pregunta “¿Se casan?”. El actor dice que los televidentes “no quieren sorpresas como que muera uno, no, que se casen, por favor, necesitamos una historia predecible”.
Sobre lo que se viene para esa historia de amor, entrega algunas luces:
—No puedo adelantar nada, pero creo que la parte romántica está bajo control. Aparecen algunas sorpresitas por ahí, pero todo dentro de la comedia. Así que vamos a disfrutar, no a sufrir.