Hace tiempo que no sabíamos de ella. Marta Sánchez prosigue con sus giras, se resiste a que Paula, su hija quinceañera, sea artista y, ante la ausencia de una pareja, no muestra ni un ápice de estar "desesperada".
La rubia, rabiosamente platinada, está como quiere. Hace tres años vive en Miami y presenta una espléndida figura a sus 52 años (y niega haber pasado por pabellón quirúrgico alguno). Fue el símbolo erótico de toda una generación, en la península y en toda América, desde el mismo instante en que se erigió como la vocalista, en 1986, del grupo Olé Olé. Por esos años, hasta con Sabrina Salerno, la italiana de "boys, boys, boys", se enemistó en el marco de las rivalidades por quién tenía más "chicos" seguidores.
Encontrar el amor le ha sido esquivo. Marta se ha casado en dos ocasiones: en 1995, con el argentino Jorge Salati, de quien se divorció al año siguiente, y, luego, con Jesús Cabanas, padre de su hija, de quien también se separó. Hasta junio salía con un empresario argentino, Alexis Rosenfeld. No obstante, ahora que ya termina sus vacaciones en islas Canarias, entre "arena y sol, el mar y tú", se la ha visto sola, muy sola, "bailando sin salir de casa".
Si de algo gusta hablar es de su carrera. La inició en solitario en 1993. Fiel a su impronta pop y electrónica, ha vendido más de doce millones de discos. Tras su "mutis" discográfico de ocho años, Marta, la que nunca se rinde -dice ella-, reapareció en 2015 con "21 días", su séptima producción (y la undécima, si contamos sus compilados).
Este fin de semana, arropada de su hija, con quien tiene una relación "de mujer a mujer", la también compositora retomará sus conciertos. Muy bronceada, subirá a los escenarios sabiendo que la Marta Sánchez de hoy, una con más de treinta años de carrera, nada tiene que envidiar a la de hace un cuarto de siglo. Vamos, guapa, guapísima, por ti el tiempo no pasa.