En el peak de su fama, el showman y filántropo nacional aceptó la invitación para formar parte del jurado de los 50 años del Festival. El asunto, sin embargo, escondía algo más: en la tercera noche trepó al escenario como cualquier artista y hasta se llevó una antorcha. Con el tiempo, se ha esparcido el rumor de que él compró ese espacio, ahora considerado un relleno peculiar —por decir lo menos— en la historia del certamen.
“Dicen que yo heredé fortunas. ¡No! I’m a self made man”, se jactaba Leonardo Farkas un día cualquiera de diciembre de 2007 en el diario La Tercera. Con algo más de un año y medio de regreso en Chile, el hombre orquesta devenido empresario minero acaparaba portadas de revistas y entrevistas en diarios y televisión para relatar su propio american dream: del paso por ingeniería comercial en la Universidad de Santiago a romperse dedos y espalda en los mejores pianobares de Miami, Nueva York y Las Vegas. “A los 24 años”, sinceró en la charla, “junté mi primer millón”, pero a costas de trabajar “como burro”. Se apresuró en destacar esto último, porque poco antes “un diario dijo que yo gané plata fácil”. “No tienen idea”, los desafió.
Lo cierto es que, de presentarse en el Castle Hotel, el Sheraton o el MGM Grand, a Farkas se le abrieron otras puertas. “Dubái para la inauguración del palacio de un jeque” o “en Arabia Saudita para la inauguración de otro palacio”, contaba él. “Allá se enamoró de mí la hija del príncipe, me invitaron a pasar con ellos un verano a su mansión en la Riviera francesa”. En rigor, “el príncipe me estaba ofreciendo a su hija”. Pero el melenudo artista rechazó la propuesta y con 27 años, en Catskill Mountains, contrajo matrimonio con Tina Friedman Parker, heredera de la cadena de hoteles Concord.
Perdidamente enamorado, comenzó una precipitada gira de despedida de los escenarios. “Tuve que elegir entre la fama como músico o mi familia”, se justificó, “y opté por mi familia”. Desde luego, lo que había acumulado ya descansaba en otros negocios que le permitían llevar una vida tranquila. Se pueden enumerar: tiendas de videojuegos, importación de escobas desde Brasil, venta de champús y cremas canadienses y de alimentos para lactantes. Incluso alguna alianza estratégica con Donald Trump.
Hasta que en 1995 retomó el negocio de su padre y decidió invertir en minería en Chile. Cuando él murió, en 2004, quiso regresar.
Y ese regreso lo hizo por todo lo alto. En sus palabras: “Puse teléfonos e internet en El Salado, un pueblo minero, esterilicé a las perras callejeras de Caldera para que no se siguieran reproduciendo, hice un concurso con los niños del puerto para que pintaran una estructura de 200 containers donde guardo el acopio de hierro, he regalado equipos de fútbol, financiado la regularización de propiedades de 80 familias”. En el sur, en una localidad cerca de Coronel, “a los huasitos de la zona les regalé una caja con arroz, vino, pan, cola de mono, dulces para los niños”. De a poco, el boca en boca se encargó de difundir la aparición de un sujeto de melena rubia y trajes costosos aparentemente capaz de conceder deseos. Los medios hicieron el resto.
Por si fuera poco, sobrevino su cumpleaños 40 y Farkas lo celebró como probablemente ningún otro millonario nacional antes. LT describió el evento así:
“Arrendó todos los salones del hotel Sheraton, contrató a KC and The Sunshine Band, Air Supply y Coco Legrand como platos fuertes, y a Antonio Vodanovic para que animara. Trajo a 60 bailarines de La Tirana y a 80 brasileños para que armaran un carnaval, a un dj de Nueva York y un barman de Miami para que preparara uno de sus tragos favoritos, el Sex on the beach. La torta era color oro y tenía forma de piano. Mujeres desnudas con sus cuerpos pintados recibían a los invitados”.
Rockstar consumado, en la Teletón de 2007 donó 235 millones de pesos y, un año después, 1000 millones.
Todos estos antecedentes —en líneas generales, el camino del mecenas— pavimentaron la invitación que en 2009 la organización de Viña le acercó a Farkas para formar parte del jurado del Festival de festivales.
Así las cosas, entre los músicos Juanita Parra, Fernando Ubiergo y Paolo Meneguzzi, y los rostros televisivos Catherine Fulop, Martín Cárcamo y Bastián Bodenhofer, el excéntrico empresario se hizo un lugar la última semana de febrero y participó de la quincuagésima edición del certamen viñamarino. Es más, compitió para quedarse con el puesto de “Rey”, quedando en el podio, tercero con diez votos —por detrás de Leo Rey (54 votos) y Paolo Meneguzzi (17)—.
Lo que hasta entonces nadie había vaticinado, claro, es que Farkas también tendría reservada hora para presentarse frente al Monstruo.
El miércoles 25 de febrero, tercera noche, después de la formidable apertura que ofreció el guitarrista Carlos Santana —y a la espera de Dinamita Show y el británico Roger Hodgson—, Soledad Onetto y Felipe Camiroaga, animadores de aquella edición, llamaron de pronto a Leonardo Farkas.
A los pocos segundos apareció él, debajo de su pelo de siempre: aros dorados que se dejaban caer sobre un costosísimo traje Ermenegildo Zegna. Para la ocasión, custodiado por un cuerpo de baile compuesto de varias mujeres cosplayando mineras.
Sin demasiada reacción del público, acaso porque no se lo esperaban o no entendían qué pasaba allí arriba, el Hombre Orquesta, como se hizo llamar en otros tiempos, se detuvo frente a un triple set de teclados y echó mano enseguida a, lo que podemos imaginar, el catálogo que le permitió amasar su primera fortuna en Estados Unidos: “The impossible dream”, “We will rock you”, “Whatever will be, will be” y “El rock del mundial”, en poco menos de quince minutos, configuraron una de las presentaciones —o uno de los rellenos— más peculiares de la historia del certamen. Coronada, por cierto, con una antorcha de plata.
“Nosotros nos paramos en ese momento y cuando comienza el espectáculo, nos miramos con Felipe y dijimos: esto va a salir corto y no va a haber premio”, sinceró algunas horas después Soledad Onetto. “Es como la primera sensación que tú tienes, porque además era un público de Carlos Santana, un público muy distinto, que no estaba pidiendo el beso, no era el público de La Noche, no era el público de la primera jornada”.
Camiroaga completó: “El público pide antorcha, pedía a gritos antorcha, entonces es el público el que está validando, aunque uno lo encuentre freak, curioso, entretenido. Aunque a otros no les guste, pero el público valora eso y lo premia con antorcha y, perdón, que casi piden la otra antorcha”.
Mucho menos complaciente fue la prensa, que no tardó en situar lo de Farkas como uno de los mayores bochornos de Viña. Uno de los argumentos esgrimidos es que se trataba de los 50 años del Festival, de modo que cada espectáculo precisaba de cierta calidad. Al contrario, lo del empresario rozaba lo amateur. Parecía más un capricho de él, otorgado por la fama que gozaba en ese minuto, que otra cosa.
Más tarde, en 2018, el diputado Andrés Celis reveló en La Red que “es el único artista que compró el espacio”, convalidando esa hipótesis.
“Un exejecutivo de Canal 13 le ofreció si estaba interesado en ir. Dijo que sí pero que él se pagaba todo. Él se pagó alojamiento, su asiento como jurado, los gastos de su señora, los músicos”, sostuvo el parlamentario, “pero también debía incluir su actuación… él se pagó todo”.
“Hay que hacer una pequeña distinción”, se allanó a explicar a continuación. “Hay artistas que tú traes y a la vez traen a alguien gratis, como para promocionarlo. Pero en este caso, el de Farkas, es distinto porque no estaba promocionando nada”.
“En definitiva, él dijo: yo quiero estar en la Quinta Vergara y yo me pago todo”.
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