Querido principalmente por sus personajes, Paredes y El Tetera, el comediante se mantuvo en pantalla por casi tres décadas. Hizo reír a los televidentes de Sábado Gigante y también a los de Morandé con Compañía, hasta que su cuerpo dijo basta. En julio de 2007, con 63 años, repentinamente una falla cardíaca se lo llevó. Aquí, parte de su legado.
Si había algo que destacaba a Eduardo García Muñoz —Eduardo Thompson, El Tetera, El compro dólares, Paredes— es que siempre puso el humor por encima de todo: el día después de su muerte, resultado de una inesperada falla cardíaca, su hija, Yasna García, comunicó que su último deseo consistía en que todos quienes asistieran a su funeral lo hicieran vestidos de blanco.
“Quería que lo velaran en un escenario y que pusieran una pantalla de sus sketchs, porque no quería que la gente estuviera triste”, resumió sus tres peticiones.
Nacido en Santiago un lunes de octubre de 1942, Thompson dio sus primeros pasos en la comedia en Valparaíso. Allí, entre la bohemia que define al puerto, especialmente en el American Bar, cultivó acaso como sello jugar con el humor absurdo y así, de a poco, se fue abriendo paso hasta gozar de cierta fama.
Participó en espectáculos de revistas, como los de Daniel Vilches, la era dorada de la noche santiaguina, el Bim Bam Bum y el Picaresque, y en definitiva llegó a la pantalla chica, lugar en el que su popularidad se disparó.
Eso fue en la década de los ochenta, cuando se instaló en los Sábados gigantes de Canal 13 para dar vida a personajes como El Tetera o, por supuesto, Paredes, miembro imprescindible del trío Pinto, Paredes y Angulo, que llevaba adelante junto a Guillermo Bruce y Gilberto Guzmán.
Con la mosca en el caso y la lengua enredada, de seguro este último haya sido el papel que más elogios recogió a lo largo y ancho de su trayectoria.
Como también la creación de un clásico de nuestra jerga, el no estoy ni ahí, que Thompson siempre reclamó suyo, tras haberlo soltado aparentemente en una rutina con Bruce, y que luego alcanzó aún mayor notoriedad gracias a que lo utilizó Marcelo Ríos en uno de sus habituales desplantes a la prensa.
En sus últimos años, en tanto la salud aún se lo permitía, Thompson se las arregló para perpetuar su empresa de hacer reír al resto. Era un número puesto de La escuelita de Morandé con Compañía, donde interpretó a Lalito, y por cierto que en más de alguna ocasión presentó a sus clásicos, haciendo dupla con su colega y amigo Chicho Azúa.
Precisamente Azúa se enteró de su muerte, el miércoles 11 de julio de 2007, poco antes de salir al escenario de un local en Arica. “Era un excelente amigo, un actor creativo y gracioso en todo lo que hacía... Era de los pocos que vamos quedando en este ambiente”, dijo entonces, visiblemente emocionado.
Thompson llevaba varios años con su salud deteriorada producto de la diabetes y algunos problemas al hígado. En 2005 le habían amputado los cinco dedos de su pie derecho. Pero, de todos modos, nadie de su círculo esperaba su muerte así, tan repentina. “Nunca imaginé que moriría, porque estaba enfermo, pero jamás para fallecer”, señaló a modo de ejemplo su esposa Angélica Arancibia.
El emblemático humorista un día antes, el martes por la tarde, fue de urgencia al médico, no se sentía bien. Sin embargo, al no encontrar nada que ameritara su internación, lo enviaron de vuelta a casa.
A la noche, las cosas se complicaron. En el relato de Angélica, “se descompensó”. “A las 11 de la noche ya tenía una arritmia, el corazón apenas le latía, estaba muy mal”. Quedó internado en estado de gravedad en la Unidad de Cuidados Intensivos de la Posta Central, y a las pocas horas, se consumó su deceso.
Los restos de Thompson fueron velados en el Teatro Novedades, y tal como había solicitado, el ataúd fue ubicado en el medio del escenario. Atrás, imágenes de sus actuaciones más recordadas. Y claro, los asistentes llegaron vestidos de blanco para entregar esa señal de alegría que él tanto deseaba. En Morandé con Compañía, su último espacio, lo despidieron con un aplauso, y una semana más tarde, Mario Kreutzberger le dedicó un escrito agradeciendo su participación por tantos años en Sábado Gigante. Era el adiós de un grande del humor que hasta el día de hoy sigue siendo recordado.
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