No es broma: antes de subirse a la Quinta Vergara, uno de los precursores del formato stand-up como lo conocemos en Chile, se planteó dejarlo si las cosas salían mal. Eso ahora apenas forma parte de una anécdota y Freire, lleno de proyectos, mucho más seguro que hace seis años, quiere triunfar de nuevo en el escenario más importante.
En algún momento del año pasado, pongamos que junio o principios de julio, Sergio Freire aceptó sentarse con el diario pop para revisar una carrera que lo ubica obligadamente entre los mayores exponentes del stand-up comedy del país. La cita, en su domicilio, se concretó un martes a la mañana y se publicó uno o dos viernes después, poco antes que le acercaran la propuesta para subirse de nuevo a la Quinta Vergara. Él, en todo caso, algo debía sospechar a esas alturas, o tal vez de plano lo sabía, porque cuando habló del certamen abrió las puertas enseguida. “Me gustaría volver, es un escenario que ya conozco y lo masivo-familiar me gusta”, guapeó. Pero lo más relevante vino a continuación, cuando a propósito de Viña entregó algunas pistas, claves o secretos —o todas las anteriores— sobre su humor. “Me encanta que un papá se ría con su hijo y no tenga que estar tapándole los oídos, que se caguen de la risa y recuerden eso”, dijo, y ocupó a modo de ejemplo Los Simpsons, quienes “me enseñaron”. “Me cagaba de la risa con esa familia: entendía todo, vivían en Estados Unidos a la mierda y lo que mostraban era súper como nosotros, y la gente adulta se reía también”. Y concluyó: “Si ellos hacían esa pega, yo también podía”.
No sólo fueron Los Simpsons, por supuesto. De chico, Freire consumía todo contenido humorístico que tuviera a disposición, en especial lo que ofrecía entonces la televisión por cable y el catálogo de VHS. Rutinas de Los atletas de la risa, Dinamita Show o las películas del Che Copete. Los programas de Andrés Rillón y el Jappening con Ja. Después Plan Z. Quizás este último fue el que más le interesó. Después de todo, el absurdo era lo suyo. Mucho más que la comedia directa, “ordinaria” o el doble sentido.
No obstante el visible interés que manifestaba, si hubiera que trazar una línea de tiempo para contar la historia del Sergio Freire comediante, es probable que el primer hito real haya sido cambiar la electromecánica por el teatro. Estudiante de la Escuela Don Orione de Cerrillos, lugar donde por cierto comenzó a forjar su amistad con Pedro Ruminot, Freire se decantó por dejar atrás el asunto industrial y una práctica en una fábrica de latas, para trepar al escenario. “No sabía si me iba a dedicar netamente al humor cuando estudié teatro”, reconoció a La Cuarta, pero tiempo después, allí, en la Escuela de Teatro de Gustavo Meza, él mismo advirtió que “todo lo llevaba para el otro lado”, hasta los dramas “más cabezones”, y “no me arrepiento de nada”.
En ese momento, contaba Freire, convencer a cualquier familia de perseguir una carrera humorística era un tema de cuidado. A fin de cuentas, eran cuatro o cinco los que verdaderamente podían permitirse vivir de ello. En la escuela lo mismo, algunos profesores no eran capaces de entenderlo. Pero así y todo, subrayó en La Firme, “algo me decía que tenía que seguir”: “Siempre tuve una fe ciega en hacer humor, me da lo mismo lo que opinaran”.
Con Pedro Ruminot se dieron a la tarea de escribir ideas —“sueños”, precisó él— y patentarlas. Tomarse el humor en serio antes de que tuvieran realmente algo serio entre manos. En eso, a Sergio se le presentó una primera oportunidad en el canal de televisión por cable Vía X. En octubre de 2005, para ser más exactos, formó parte del primer programa de stand-up comedy nacional, Sociedad de Comediantes Anónimos o, como se les reconocía por sus siglas, la SCA. Consolidados en la franja nocturna, Freire y compañía consiguieron inclusive presentar el show en vivo, abrirse paso en discos y abrirle paso al formato. Sin embargo, en 2007, diferencias irreconciliables con la producción los llevaron a dejar el proyecto.
Freire estuvo cerca de firmar con TVN y realizar algunos sketches durante Animal nocturno, espacio conducido por Felipe Camiroaga, pero Chilevisión se apresuró para impedirlo y les ofreció a cambio su propio programa. “No teníamos por dónde perdernos”, concluyó el comediante, quien allí se reencontró con Ruminot. A partir de entonces, instalados en la parrilla programática como El club de la comedia, sucesor inmediato de la SCA, “tuvimos una época de rockstars”. En un show en Valparaíso, por caso, al público “ni siquiera les importaba lo que estábamos diciendo”, los celebraban como a una banda de rock, “y empezamos a comportarnos más rockeros”.
Esa última línea cobra mayor sentido al revisitar el largo historial de discusiones que mantuvieron por el control creativo con Chilevisión. A ellos, sinceraba Freire, les llegaron a apodar “Los indomables” al interior del canal, en respuesta a estos idas y vueltas. Pero había que correr el riesgo: “Confiamos tanto en el producto que no lo queríamos traicionar”. Palabra del jefe de guión.
Como sea, El club de la comedia (2007-2014) puede que sea el proyecto que más distinga el trabajo de Freire, o el que más lo haya impulsado, pero su éxito no debe reducirse a ello. El standupero ha participado en otras series, obras de teatro, programas y películas —Fuerzas especiales I y II—, cumpliendo roles de actor. comediante, guionista o jurado según la ocasión.
Eso, en 2016, propició su presentación en Olmué, y dos años más tarde, el debut en Viña.
“Si me va mal en el Festival de Viña, hasta aquí nomás llego”, sorprendió Freire entonces a su pareja, Maly Jorquiera. Inseguro, porque “me salió difícil la invitación, se demoraron”, el comediante creyó que su tipo de humor, menos agresivo que el stand-up tradicional, no sería compatible con el Monstruo. “¿Por qué no me invitan?”, se torturó por un tiempo con la pregunta.
De ahí que ese triunfo, las gaviotas, el calor de ese público, ocupe un lugar tan significativo en su carrera.
Él lo explica así:
“Me segurizó…, aunque ya seas conocido, Viña genera el efecto de: éste soy yo y ahora todos saben el humor que hago”.
Entre tantos proyectos en su haber —la serie de cortometrajes Dosis, la gira “A lo maldito” y el podcast Hablemos de comedia—, poco después de abrirse aquí, con nosotros, a Freire lo llamaron de Viña y en breve arregló su deseo de retornar. Ahora, a diferencia de lo que pasó hace seis años, en algún sentido lidera la nómina de humoristas que se darán cita con el Monstruo. Digamos, fue jefe de guión de Alison Mandel en El club, Alex Ortiz suele contar que gracias a él dio sus primeros pasos en el stand-up y también fue juez de Luis Miranda en Got talent Chile.
Con mayor recorrido que el resto, ese parece ser su desafío en este anhelado remember. Se presentará el jueves 29, en la denominada noche chilena, entre Los Bunkers y Young Cister.
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