El Festival de Las Condes implicaba un desafío en grande. Sin duda, era una de las primeras reuniones masivas realizadas después del estallido social. Convocó a cerca de cuarenta mil personas -al menos me quedé con esa percepción- en un Parque Padre Hurtado que permitía el ingreso de quien quisiera, al ser un evento gratuito.
Desde ya, era un problema eventual de seguridad, que se sorteó brillantemente. Incluso los llamados a boicotear el espectáculo no fueron oídos y el Festival corrió su curso sin sobresaltos.
También era un desafío de sintonía. Los distintos festivales del país se fueron cayendo uno a uno después del 18 de octubre, pero el de Las Condes logró sobrevivir. Y no sólo pasó el cedazo, sino que su transmisión terminó por aplastar en audiencia a sus rivales.
La presencia de un tremendo ícono de la canción como José Luis Rodríguez, recuperada ya su salud y sacando lo mejor de su repertorio; el humor de Belén Mora, que más de una carcajada me sacó; la tímida pero prometedora Paloma Mami y los chicos de CNCO, generaron algo que es muy difícil de hacer en estos días en televisión: convocar a la familia delante de la pantalla. Risas, música de todos los tipos, y de todas las generaciones. Una fórmula que no falla.
Lo sé, porque estoy seguro que las familias que vi en el parque, se replicaban en todo el país sintonizando Canal 13.
Fue un espectáculo bien hecho. Balanceado. Con buenos artistas y con un conductor generoso como Pancho Saavedra, que supo una vez más, empatizar con la gente. Sobrio y sin buscar protagonismos excesivos, entregó no sólo "la estrella de Las Condes" a cada artista, sino el espacio necesario para el lucimiento de cada uno.
Una buena idea. Bien implementada, y con grandiosos resultados. Venciendo las aprensiones y reuniendo, una vez más, a la familia.