El cartel del evento veraniego acusa recibo de las modas que cobraron fuerza durante su ausencia, pero sin olvidarse del repertorio latino más consolidado.
Viña está de regreso. El festival vuelve a la carga luego dos años fuera de juego, y lo hace con el claro deseo de sintonizar con los tiempos que corren, en un acto de equilibrismo con los clásicos en español que históricamente han sido su columna vertebral.
Por un lado del cartel vemos la inclusión de un variado repertorio de artistas que circundan lo urbano o que lo son de frentón. De partida se aprecia que hay un bloque femenino de alto poderío, conformado por Paloma Mami, Nicki Nicole y Karol G, tres figuras latinoamericanas populares que dictan pauta y tienen hits suficientes para asegurar la efervescencia de la Quinta Vergara. Cada una de ellas, por cierto, con un sello distinto: la chilena con su gustillo a R&B anglosajón, la argentina entrando a un momento de experimentación con el futurismo y la colombiana con su reggaeton de épica feminista.
También por la senda urbana, Polimá Westcoast llegará a poner la bandera del género chileno, luego de un año brillante que lo tiene posicionado como uno de los talentos locales que más llaman la atención fuera de Chile. Lo suyo será una suerte de vuelta olímpica, no solo personal, sino también del movimiento urbano local en su totalidad, que seguramente tendrá más embajadores sobre la tarima en forma de posibles invitados. Recordemos que Poli tiene temas con Pablo Chill-E, Nicko Og y Young Cister entre otros.
Bebiendo muchas veces de los sonidos urbanos, pero con una vocación pop más que evidente, Camilo llegará a Viña a cumplir un rol tradicional del evento: el de chico bueno. Con su actitud sonriente y canciones livianas de sangre que repercuten en millones de personas gracias a su universalidad, el colombiano es la clase de artista que siempre cae parado en el certamen veraniego.
Por el otro lado del cartel, encontramos números de efectividad asegurada, cada uno con más historia que el anterior. En orden ascendente por años de circo, primero están los mexicanos de Maná. Con ellos, la cuota de espectacularidad está asegurada porque son una de las bandas latinas más despampanantes en lo que respecta a la puesta en escena. Una superproducción. Cien por ciento una banda de estadios. Si alguien no los ha visto en vivo antes: ojo con la performance del batero Fher, simplemente digna de la alta competencia deportiva.
Después viene Alejandro Fernández, otra figura de primer nivel en el star system mexicano, el país que lo vio crecer y que, desde que tenía cinco años de edad, lo ha escuchado cantar. Su presentación en sociedad ocurrió de la mano de alguien que ya no está: su legendario padre Vicente. Casi un año ha transcurrido desde su fallecimiento, el 12 de diciembre del año pasado, pero de seguro su presencia se hará sentir en el show de rancheras y pop que dará El Potrillo.
Finalmente, los artistas de mayor y más emocionante trayectoria, Los Jaivas, estarán celebrando sesenta años de carrera en la ciudad que los vio nacer. Toda una institución de la música popular chilena, el grupo llegará al festival en una categoría aparte del resto, como una exhibición viviente que con su mera presencia nos enseña sobre legado, cultura e historia, no solo de ellos o del rock local, sino de Chile como país. Disfrutar es la única opción posible en este aniversario que debiese ser una auténtica fiesta nacional.
Así queda conformado, hasta ahora, el regreso de Viña del Mar a la cartelera local. Faltan artistas por confirmar, incluidos todos los humoristas, pero desde ya queda patente el relato de este año: un balance entre lo clásico y lo vigente, entre lo archi consolidado dentro del repertorio latino y lo que está en vías de serlo. En los dos años que no hubo festival, todo se tiñó de urbano y está claro que Viña 2023 quiere ponerse al día.