El pasado martes, Jorge Navarrete dijo adiós a sus 72 años. Una falla multisistémica en medio de una operación fue la causa. El recordado humorista no tuvo una vida sencilla: fue preso político y torturado durante la Dictadura, se enfrentó a sus propios demonios —el alcoholismo y el consumo de drogas— durante más de 10 años y le dieron tres meses de vida en 2016, producto de un cáncer de próstata que se había extendido. Siempre salió victorioso.
—¿Tú creís que vamos a poder defender el Banco? Mejor devolvámonos…, ¿qué vamos a ir a defender?
Jorge Omar Navarrete Maldonado —rebautizado años más tarde como el “Chino” Navarrete, exitoso humorista, con recordados pasos por Sábado gigante, TVN y el Festival de Viña, psicólogo y presentador de televisión nacional— trata de convencer a su amigo Iván. Es la mañana del 11 de septiembre de 1973 y enfrente suyo, en la Plaza de la Aduana, Valparaíso, podían divisar una tanqueta y un montón de marinos desperdigados por el sector. Se habían enterado unos minutos antes, a través de la radio, de las marchas militares que a esa hora se concretaban en distintos puntos del país. Entonces, envalentonados, decidieron ir a su lugar de trabajo, el Banco Estado: allí Jorge era Presidente del Comité de Unidad Popular, de modo que se propusieron defenderlo. Pero tras mirar con detención la escena, entendieron que no podían hacer apenas nada. Ni siquiera estaban armados. Regresaron por el cerro hasta la casa de Iván.
Casi cincuenta años después, Navarrete recordaba esa anécdota con una sonrisa clavada: “Soldado que arranca sirve pa’ otra guerra”, le dijo a Santiago Pavlovic, en el primer episodio de la tercera temporada del programa Sin parche.
Allí también recordó que, al poco andar, fue detenido en Valparaíso. En su relato, se encontraba precisamente en el domicilio de Iván, colega del banco, donde solían reunirse para tomar unos tragos mientras discutían sobre el devenir de la izquierda, cuando irrumpieron cerca de dieciocho marinos con las caras pintadas. Aparentemente los había entregado un vecino. De la casa, los llevaron a la Escuela de Marinos con las manos en la nuca y después al Estadio de Playa Ancha. Finalmente, a los camarines. De a poco, Navarrete sentía, las cosas se estaban poniendo feas.
Sus días más duros
Esa sensación cobró mayor fuerza cuando Iván, su compañero, que pertenecía al Partido Comunista, intentó esconder un papel que los delataba a ambos. Aunque la afinidad de Navarrete por entonces era al Partido Radical, había contribuido en varias ocasiones a la campaña de finanzas del PC, de modo que aparecía en ese documento como el primer colaborador. Iván se movió al baño para ejecutar la maniobra con la esperanza de que nadie lo notara. Lo ubicó detrás de un cañón. Pero cuando regresó, pensando que la tarea estaba hecha, un militar que lo espiaba por entre las rendijas, tomó el mismo rumbo y volvió con la evidencia. Al rato, a Navarrete lo culparon de ser comunista y tuvo que quedarse.
Lo subieron a un barco. En la práctica, a una bodega repleta de presos. Era un lugar chico, en pésimas condiciones, sin baño, donde ni siquiera podían dormir porque no cabían en el suelo. Tuvieron que ingeniárselas para apilarse y dejar un espacio, de modo que allí pudieran hacer sus necesidades. Inclusive las sólidas. Con el movimiento sobre el mar, Navarrete decía que no fueron pocos los que se ensuciaron con su propia orina.
En su registro, estuvo así tres o cuatro días y unas 72 horas sin comer. Cada tanto, los interrogaban unos tipos de civil. Por cierto, los escupían y los ofendían. También pasaron miedo: cuando el barco se hizo a la mar, uno de sus compañeros los alertó. “Tenemos siete horas de vida, nos van a tirar al mar en Coquimbo, porque ahí se desaparecen los cuerpos”, les dijo. Durante ese lapso, el humorista se convenció de que le iban a poner una soga al cuello y que lo lanzarían al mar atado a una piedra. Nada de eso finalmente ocurrió, y tras las siete horas y una breve celebración porque, al menos por ahora, habían eludido la muerte, fueron declarados prisioneros de guerra y enviados a Pisagua.
Allá los días fueron duros. Fue encarcelado en una suerte de aldea carcelaria, que describió como un sitio con celdas vacías y ventanas sin vidrios. “Estuve en una celda común tres días, cuatro días, y después llegaron los detenidos que venían de Iquique y Arica, y ahí tuvimos que restringirnos y me tocó irme a una celda incomunicado”, precisó Navarrete en Sin parche. “Donde caben dos, habíamos ocho, con una frazada para tres y en las noches teníamos que hacer como un crucigrama para dormir”.
Más tarde, claro, vinieron las torturas. En palabras del propio Jorge Navarrete:
“Uno queda desnudo totalmente, ¡con un terror!, porque voy caminando por la calle de tierra, con la vista vendada, y me voy acercando a un lugar tétrico donde se sentían muchos gritos, muchos quejidos. Era difícil. Y de repente suena un timbre y se terminan los gritos y empiezan las risas. Como que cortan la película”.
“Viene un tipo y me saca, me dice: ‘ven tú’, me llevan caminando y abren una puerta. Lo único que hice fue levantarme la venda de los ojos, mirar y darme cuenta de que había otra persona. Debe haber sido tanto el miedo, que ninguno de los dos hablamos. Hasta que tocó mi turno”.
“Vino a buscarme un tipo, me llevó hacia afuera y me dijo: ‘Trata de no comprometer a nadie. No cuentes nada si sabes algo, di que no, no no’. Pero cuando nos íbamos acercando al lugar donde se estaba torturando, me decía: ‘Así que soy del MIR, comunista, ¿qué soy hueón?’. Cambió totalmente su postura frente a los demás, y me lanzó a una pieza”.
“Ahí escuché una voz conocida para mí, que me empezó a interrogar y dijo, ‘bueno, no quiere hablar, vamos nomás’. Empezaron a pegarme principalmente en el estómago, en los genitales, y resistiendo, resistiendo…, yo no sabía nada tampoco”.
Los golpes fueron durísimos. Tanto así, que Navarrete estuvo tres días orinando sin parar. Fueron puñetazos, puntapiés en los testículos y en su espalda. Le formaron una especie de camiseta con los moretones.
Pero quizás ni siquiera ese dolor físico se compara al que vivió unos días después, cuando asesinaron a sus compañeros. Fueron unos veinte, a los que engañaron prometiéndoles sacarlos de la cárcel para realizar algunas labores, como limpiar la playa o pintar la cárcel. Claro, luego de tantos días encerrados en esas condiciones, ver la luz del sol por algunos minutos era prácticamente un sueño para los presos, que se amontonaron para ofrecerse. Los militares los eligieron a dedo.
De pronto, Navarrete y el resto escuchó a lo lejos una ráfaga de disparos. “Se produjo un silencio sepulcral en las celdas, no se conversaba nada”. Entendieron de inmediato lo que había ocurrido. “Conocí a todos —lamentó más tarde el comediante—; todos participaban en ‘las noches fantásticas de Lalo Cabrera’”, una dinámica humorística que él improvisaba para combatir el miedo y la impotencia.
“Hace falta la verdad y el perdón…, cada uno tiene un guardián, que es la consciencia, y con la consciencia tiene que enfrentarse uno”, es la reflexión final que hizo Jorge Navarrete sobre ese infierno que tuvo que atravesar en 40 días.
“Yo me he muerto muchas veces en mi vida”, decía el año pasado Jorge Navarrete, como si de alguna manera tratara de explicarnos que la canción “Como la cigarra” de la argentina Mercedes Sosa retrata buena parte de su vida. Y de su relato se puede inferir que sí, que una parte de él se murió en los camarines del Playa Ancha, quizás otra sobre la bodega meada del barco. Probablemente en Pisagua, durante cada interrogación y simulacro. Sin dudas, murió cuando escuchó el disparo que acabó con la vida de sus compañeros.
Pero después de realmente escapar a la muerte, también.
Su carrera en el humor
El 10 de diciembre de 1985, Jorge Navarrete, exestudiante de Filosofía de la Universidad de Chile de Valparaíso y exintegrante de las Juventudes Radicales Revolucionarias (JRR), decidió darle un vuelco a su vida. Desde chico, había destacado por su buena onda y su humor, los chistes rápidos, elementos que a la postre le permitieron incursionar en el mundo de la comedia. Lo hizo ese día en el Festival de la Una. Y fue el punto de partida de una carrera que pronto lo vio convertirse en un rostro habitual de la televisión. Por ejemplo, como hombre ancla de Sábado Gigante, con su sección Alegría 86, o luego en TVN, en el programa de Paulina Nin de Cardona. Gracias a ello pudo comprarse una casa y, casi una década más tarde, presentarse en el Festival de Viña del Mar.
Esa jornada, horas antes Las Últimas Noticias le pronosticó un fracaso: Hoy, plato chino para el Monstruo, titularon. Acaso sea ese el motivo por el que el humorista, cuando salió al escenario de la Quinta Vergara, en un principio acusó el miedo. Le puso tiempo a esa sensación: unos tres o cuatro minutos. Había escuchado unas cuantas pifias. Quizás, en ese pequeño lapso, una parte de él también pudo morir. No lo sabemos, porque al rato logró darle la vuelta y, con su especialidad, los chistes cortos, se echó al Monstruo al bolsillo y también los premios.
Para llegar a conseguir el éxito, sin embargo, el camino no fue fácil. Tras Pisagua, Navarrete enfrentó otro infierno: sus propios demonios traducidos en el alcoholismo y el consumo de drogas. Fue prácticamente una década de lucha. “Fueron feos esos años, porque lo que tú haces es hacer tus mejores negocios y después te encuentras que todo se esfumó”, se sinceró con Santiago Pavlovic. “Sufren tus seres queridos, los ves pedirte que pares por favor”. Su señora se marchó de casa y se llevó a su hija, Silvanita. Creyó entonces que lo mejor era acabar con su vida y estuvo a unos segundos de lanzarse al metro. Entonces, pensó:
“La Silvanita…, ¿qué va a pensar de su padre?, que es un cobarde, que no pudo revertir una situación”.
Necesitó tocar fondo, como en la Dictadura, para nuevamente poder salir.
Maldito cáncer
En 2009, Jorge Navarrete fue diagnosticado con cáncer de próstata. Fue, según él, uno de los costos de haber sido preso político: los golpes en sus genitales derivaron en esa enfermedad. En enero de 2016, su médico le comunicó que el cangrejo se había extendido al hueso sacro, a la pelvis, las costillas, la columna y al cráneo. Le dio tres meses de vida, pero nuevamente volvió a ganar una dura batalla.
“Yo fui desahuciado hace cuatro años, he ido superando todo lo malo. Claro que me afecta lo que vivo, pero trato de ser firme, vine a dar alegría y no lástima”, le dijo al diario pop el 2019.
Y esa vez también hizo una precisión: “Si me tengo que ir para el otro lado, me voy. Siempre he sido una persona que ha enfrentado la enfermedad a cara limpia, he puesto valentía, dignidad, tengo una familia que me apoya”. Lo dijo también en Sin parche: “Desde que uno le pierde el miedo a la muerte, le pierde el miedo a todo”.
Últimas horas
Pasadas las 20 horas del pasado martes 19 de julio, Jorge Navarrete finalmente se despidió a sus 72 años. Su esposa, Marta, entregó detalles de lo que había ocurrido en conversación con Tu Día. En el espacio explicó que el comediante sufrió una fea caída, de modo que tuvo que ser hospitalizado y posteriormente intervenido quirúrgicamente:
“Lo de Jorge venía de hace mucho tiempo, a pesar de que se desenvolvía bastante bien. Nunca quiso usar bastón, nunca quiso usar burrito ni silla (...); se cayó hace tres semanas, tuvo una fractura de columna que también le comprometió el fémur. Lo dejamos en el Hospital del Salvador, que era donde lo controlaban”.
Luego reveló que “lo operaron para tratar de fijarle con una prótesis el hueso de la cadera y el fémur. Fue una operación bastante larga, el doctor dijo que había tenido una pérdida de sangre importante”. En el proceso, sufrió un infarto y horas después comenzaron a fallarle los riñones. En definitiva, una falla multisistémica fue la causa del deceso.
“Se fue sin dolor. Lo fueron sedando, nunca supo… entró a pabellón con la intención de salir caminando”, completó su señora.
—No sufrió, se fue apagando como una velita.