Acorralado por el fuego, en Santa Juana, un bombero encontró un pequeño y asustado ciervo. Fue una “emoción tremenda”, expresa él. Aquella es una de las tantas historias, algunas de finales felices y otras no, que se viven estos días entre el Maule y La Araucanía. “Los incendios son tan agresivos que mucha de la fauna ya ha muerto”, declara una veterinaria. Varios individuos han perdido sus pezuñas y, por lo tanto, no regresarán a lo silvestre. También “hay que ver cómo evolucionan, porque no solo se trata de las quemaduras visibles”, declara otra doctora sobre las posibles secuelas silenciosas.
El fuego los había acorralado. La tarde del viernes 3 de febrero, Rodrigo Arcos (50) y sus compañeros de la 8ª Compañía de Bomberos de Concepción no podían arrancar. Todo estaba envuelto en llamas. El incendio ya estaba cerca de un caserío, ubicado en el poniente de la comuna de Florida, en el Biobío, y los habitantes no querían abandonar sus casas.
El capitán a cargo decidió hacer un despliegue en 360 grados para abrirse paso. Eran cerca de las 15:30 horas y el termómetro marcaba los 39°C, a lo que se sumaban el fuego y humo que los envolvían.
De pronto, un colega suyo, Jorge Briones, levantó la voz:
—Mira, ahí anda un pudú.
“Nos acercamos y entre medio de los árboles venía escapando”, relata el bombero a La Cuarta. El pequeño ciervo (Pudu puda) tampoco sabía a dónde huir. Se ubicó en el primer espacio vacío que encontró, acorralado entre el fuego y un cerco. Ahí se quedó. Era una hembra. “Hay que sacarlo de aquí” decidió él y un compañero suyo. “Por último los subimos al carro”, pensaron.
Sin señal, no tenían a quién llamar para saber cómo proceder ante aquella pudú, aunque tenían claro que “son animales sensibles”, detalla. Durante diez minutos, Rodrigo se le acercó, despacio y “tranquilito”; incluso avanzaba dándole la espalda. Todo para no asustarlo. De pronto, la cierva avanzó, pasó a su lado, y él se agachó y la tomó.
Ella no opuso resistencia.
“Me di cuenta que tenía heridas en la nariz”, describe. “Y venía con mucha temperatura, lo tomé y estaba ardiendo”. La llevaron al carro bomba, que contaba con una cabina hermética. Le pusieron paños y compresas frías, y encendieron el aire acondicionado.
“No sé si los animales tendrán esa capacidad, pero se dio cuenta que no le íbamos a hacer daño”, cuenta. “Yo le hacía cariño con mi cara, chocábamos las mejillas, y él me hacía lo mismo, sobre mis piernas”. Durante las dos horas que esperaron a la veterinaria de la municipalidad, jugaron hasta que la cierva se quedó tiernamente dormida.
Breve retrato
El pudú es el segundo ciervo más pequeño del mundo. Sus ancestros llegaron a Sudamérica hace unos 3 millones de años, cuando el istmo de Panamá unió al continente con América del Norte. En aquella época cruzaron los cérvidos (Cervidae), familia de ungulados que hoy en Chile también es representada por la taruka (Hippocamelus antisensis), en el norte, y el huemul (Hippocamelus bisulcus), ya hacia el sur.
Esta especie mide unos 85 cm de la cabeza al tronco, según el biólogo Agustín Iriarte en su Guía Mamíferos de Chile (2021). Su cabeza es gruesa; sus orejas, redondeadas; y sus patitas, cortas. Los machos son un poco más grandes que las hembras y presentan una cornamenta que, a diferencia de sus otros parientes chilenos, no se bifurca.
En Chile habitan desde el Maule hasta Aysén, lo que incluye la Isla de Chiloé, en Los Lagos, hallándose principalmente en bosques lluviosos donde predomina la vegetación baja, tanto en la Cordillera de La Costa como de Los Andes, a no más de 1.700 metros de altura.
Tanto el Ministerio del Medio Ambiente como la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), consideran al pudú en estado “vulnerable”, a causa de amenazas como la cacería practicada por personas y perros, además de la destrucción de su hábitat.
Durante febrero, en medio de una ola de altas temperaturas, decenas de incendios forestales han azotado la zona entre las regiones del Maule hasta La Araucanía. En las últimas horas, una breve tregua de lluvias permitió disminuir los focos de 98 a 79, según el subsecretario de Interior, Manuel Monsalve.
Sin embargo, la emergencia continúa.
Por supuesto, en este par de semanas, la fauna nativa ha sido profundamente afectada, siendo los pudúes unas de las principales víctimas.
Las víctimas
En el centro de rescate y rehabilitación Ñacurutú, ubicado en Tomé, han sido días de “correr para todas partes de aquí para acá, hablar y recibir a mucha gente”, cuenta la veterinaria Camila Alcaíno, a La Cuarta. “Ha sido muy intenso”.
A causa de los incendios, les han llegado cinco pudúes, incluido el que fue rescatado por Rodrigo y los demás bomberos. Tres de los ciervos se encuentran en cuidados intensivos, ya que tienen quemaduras de segundo y tercer grado. La que está más grave perdió sus pezuñas delanteras, ya que se le “carbonizaron”, detalla. Otros también se quemaron distintas partes de la cara, el borde de los ojos, la nariz, la guata y los genitales.
Uno de los pudúes, que es el más “chiquitito”, fue encontrado “solo y desorientado, cerca de la carretera”, detalla. Los animales les han llegado a través del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), la municipalidad o una que otra persona particular.
También les han llegado otros dos ciervos que no sobrevivieron. Uno de ellos traía varias quemaduras y murió de camino a Ñacurutú. El otro era una hembra que, arrancando del fuego, terminó atropellada, y llegó ya sin vida al centro; “pensamos que tenía una cría, porque tenía las glándulas mamarias bien grandes”, precisa. Los pudúes se encuentran en periodo de crianza durante el verano.
Todos los individuos que han recibido son de la Región del Biobío, particularmente de Santa Juana, donde un 71% de sus hectáreas de la comuna habrían resultado afectadas estos días, según los catastros preliminares de la municipalidad. En esta zona, dice la veterinaria, los pudúes se encuentran “en mucha cantidad”, remarca, al igual que en zonas cercanas como Yumbel y Florida. Además, asegura, es la víctima “más visible, porque arrancan desesperados del fuego hacia las personas, a un lugar seguro, del malestar del humo y el aire caliente”.
De los cinco individuos que han llegado, cuatro son hembras.
Un escenario muy similar enfrentan en el centro de rehabilitación de la U. de Concepción. En total, están con ocho pudúes que han llegado por causa directa o indirecta de los incendios, “ya sea por intoxicación por humo, fractura, ataques de perros o quemaduras en sus extremidades”, detalla la veterinaria y directora del recinto, Paula Aravena, a La Cuarta.
Sobre sus diagnósticos, los individuos presentan distintos estados de gravedad, “algunos con pérdida total de pezuña; y otros, parcial”, detalla. “Es muy lamentable la llegada en esas condiciones, porque son pacientes críticos, no solo por inhalar y respirar aire muy caliente, que quema sus vías respiratorias, también la intoxicación con el humo, y la pérdida de sus extremidades”. Allí los pacientes provienen de distintas localidades del Ñuble y Biobío, como Florida, Nacimiento, Santa Juana, Pinto y San Nicolás.
Al igual que en Ñacurutú, en este centro de la universidad penquista también hay más hembras y crías que machos. “La razón de eso es el comportamiento de la especie”, plantea Paula. Los varones tienden a agrupar a algunas damas y, por tanto, ellas tienen “ámbitos de hogar más acotados, es decir, menos kilómetros de distribución porque se quedan con sus crías, en grupos bastante cerrados y afiatados”, precisa.
Cuando las hembras perciben un peligro, tienden a juntarse. En tanto, las crías suelen agazaparse y ocultarse, instinto que les sirve para salvarse de un depredador. Sin embargo, lamenta, “eso las deja mucho más propensas a daños como un incendio”, al pillarlas entre los matorrales y la hierba alta. “Los machos en general se mueven a más distancia y huyen de manera más eficiente”, agrega.
Cómo salvarlos
Desde chica, a Camila Alcaíno —de Ñacurutú— le han fascinado estos pequeños ciervos, de antes que entrara a estudiar medicina veterinaria. “Es mi animal favorito, tanto es lo que me gusta que tengo uno tatuado en la espalda” asegura. Sus conocidos, tal como lo evidencia su cuenta de Instagram (@puduvet), le dicen “Doctora pudú” o “La pudú”.
Durante su adolescencia, notó que en su entorno “nadie hablaba del pudú ni lo conocía”, recuerda, “pero tenía muchos problemas de conservación, por el ataque de perros, atropellos y la gente en las zonas rurales que los sigue cazando para comer”. Sin embargo, también sabía que “son animales tan importantes para el ecosistema, porque ayudan a la mantención de los bosques”. Es decir, lo vio como “algo tan pequeñito, bonito e indefenso, y que tiene una importancia tan grande para el equilibrio del ecosistema”.
“Quedé enamorada de ellos”, dice.
Por estos días, los incendios han deformado el clima del centro-sur del país. El calor golpea fuerte y, de pronto, es arrasado por un viento “heladísimo”, describe. “Hay días que el humo es demasiado intenso y hay que usar mascarillas”. Los ojos se secan. Se respira humo. “Hoy amanecí con migraña”, dice. El sol luce anaranjado, como al borde del colapso; y la luna se muestra rojiza, ardiente. “Ha estado así desde que empezó toda esta pesadilla forestal”, lamenta.
Es la primera vez que Camila se enfrenta a una situación así como veterinaria:
—Es muy terrible —dice, y se emociona, su voz se entrecorta—. A veces despierto en la mañana llorando. Me destroza tener que todos los días hacer las curaciones y ver sus patitas quemadas, con la carne viva. Se me hace imposible no pensar lo terrible que tuvieron que haberlo pasado arrancando del incendio. No entienden lo que es el fuego, lo que está pasando, ellos solamente están desorientados, asustados y escapando del dolor que les produce. Me genera mucha angustia y ansiedad... Ay, ha sido muy terrible.
Si los pudúes están en muy mal estado, se los anestesia para hacerles los procedimientos. Junto con el director del centro, Cristian Herrera, usan una hora para evaluar, revisar y tratar a los pacientes. Las curaciones a las heridas son todos los días, lo que implica hacerles unos “zapatitos” con vendas, detalla, “y siempre desinfectar todo para que no se genere ninguna infección; es carne viva, necesita ser curado todos los días para su recuperación óptima”.
Una dificultad de tratar con estos ciervos es que suelen sufrir miopatía por captura, “que en palabras sencillas es que se mueren de estrés”, explica la veterinaria. “Son muy susceptibles al miedo, se asustan mucho, hay que tener mucho cuidado”. Los manejos deben ser rápidos y efectivos. Además, dice, hay que tener especial cuidado con que “no escuchen ruidos abruptos”.
Así y todo, cada pudú tiene su personalidad. Algunos son más “dóciles”, describe, mientras que otros son más “asustadizos” y otros tienden a ser más “agresivos”. Unos prefieren estar en compañía de sus pares, sobre todo acurrucarse si hace frío durante la noche; otros, en cambio, gustan de la soledad. “Son bien adorables en ese sentido”, expresa.
Los individuos en cuidados intensivos se hallan en una jaula que controla la temperatura; además, están tapados para no ver mucho movimiento o percibir muchos ruidos a su alrededor. De comida les dan nutritivo maqui, mientras “están en revisión y observación constantemente”, agrega.
La emoción
“Hay incendios muy grandes, que dejan a pocas especies con vida, y eso ha sido lamentable”, asegura Paula Aravena. En total, entre distintas especies, al centro de la U. de Concepción le han traído 26 individuos, pero “nos deberían haber llegado muchos más”, advierte. “Los incendios son tan agresivos que mucha de la fauna ya ha muerto”.
De hecho, remarca, “a medida que avanzan los días, es más difícil encontrar fauna en mejor estado”.
En tanto, Camila piensa que seguirán llegando pudúes: “Quizás hallan muchos más que la gente no ha encontrado”, dice, sobre todo porque “todavía están apareciendo nuevos focos”, adelanta. “Es bastante impredecible”.
Sobre el futuro de los pudúes en el centro de la U. de Conce, Paula dice que “tenemos algunos con pérdida total de pezuña”, los cuales se encuentran en un tratamiento de regeneración tejido celular que se realiza con filo-fármacos y células madre. “Es probable que algunos ejemplares tengan que recibir algún tratamiento con prótesis”, pronostica. “Muchos no podrán volver a la vida libre”.
Aun así, remarca, “es muy importante mantenerlos con vida de igual forma”, ya que —como el monito del monte (Dromiciops gliroides)— es una especie “clave” en la “regeneración del bosque: consumen semillas de plantas nativas, defecan las semillas con las heces y eso ayuda a que se vuelva a generar el bosque”. Por lo tanto, aunque esos individuos no regresen a lo silvestre, podrán aportar en un centro de reproducción, “donde vivan de manera cómoda y placentera para fomentar la reincorporación poblacional de sus hijos y nietos”, adelanta. “Cada individuo vale”.
Mientras, en Ñacurutú, los tres individuos en cuidados intensivos se enfrentan a un
“pronóstico reservado”, dice Camila. Solo hay claridad de que una hembra joven, que perdió por completo sus pezuñas, no volverá a la naturaleza: “Si tenemos suerte, lograremos ponerle prótesis, y que alguien las auspicie, pero con prótesis no puede volver a la vida silvestre, plantea. “Tendrá que estar siendo monitoreada, que no se le salgan y cambiárselas cuando crezca, porque aún no es adulta”.
Los demás individuos debieran ser liberados en uno o dos meses. Pero, aunque luzcan sanos, hay que esperar.
“Hay que ir viendo cómo evolucionan, porque no solo se trata de lo que uno ve, de las quemaduras visibles, uno no tiene cómo ver cuánto humo y aire caliente respiraron, y eso también compromete las vías respiratorias”, advierte. “Pueden estar bien en una semana, pero a las dos semanas puede empezar a mostrar otra signología producto del humo respirado y el aire caliente”. Habrá que esperar y evaluar.
Por el momento, el pudú rescatado por los bomberos está “bien dentro de todo”, ya en una jaula exterior. “Está con muy buen apetito, comiendo mucho maqui, y ese es un buen indicador de su bienestar”, asegura la veterinaria. Además, está en tratamiento preventivo ante cualquier daño respiratorio que pudiese haber sufrido.
Hasta aquella tarde del incendio, Rodrigo solo había visto un pudú en su vida, en cautiverio, siendo tan solo un niño de diez años:
—Cuando estás con un animal en peligro de extinción, y lo pudiste salvar, la emoción es tremenda —declara, y su voz se triza—. Al principio nos reíamos, pero después le tomas el peso, que es un animal único en Chile (y Argentina). Yo soy super patriota; mi país es lo más importante que hay. Proteger algo que es nuestro es una emoción tremenda. Estábamos todos contentos.