Es uno de los tres ciervos nativos de Chile y, en apariencia, es bastante similar al que aparece en el escudo patrio, pero solo habita en las dos regiones de más al Norte y lleva una vida distinta, adaptada al inclemente desierto. Al vivir en zonas de “difícil acceso”, cuenta el ecólogo Nicolás Fuentes, la pega para estudiarla es ardua. “Me transmiten nobleza y tranquilidad”, describe sobre una especie de la que ni siquiera está claro cuántos individuos rondan por el país, entre otras interrogantes. Mientras tanto, las amenazas acechan.
—¿Cómo? ¿Un huemul que vive en el desierto?
Fue lo primero que pensó Nicolás Fuentes, que por aquel entonces, en 2006, cursaba el tercer año de Recursos Naturales en la Universidad de Chile.
El joven estudiante iba todos los veranos a “pegar en la pera” donde su hermano mayor, que trabajaba en el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) en Putre, ciudad ubicada a 3.371 metros de altura, en pleno altiplano de la región de Arica y Parinacota. Ahí le preguntaron si conocía a la taruka (Hippocamelus antisensis), que junto al pudú (Pudu puda) y al huemul (Hippocamelus bisulcus), es uno de los tres ciervos nativos de Chile, y el segundo de mayor tamaño, muy similar a la especie que aparece en el escudo patrio.
—No, no es el mismo —contestaron los colegas de su hermano.
Nicolás quizá lucía algo confundido, sorprendido. Y le mostraron algunas fotografías.
“No me lo esperaba”, recuerda con La Cuarta. “Y me obsesioné, empecé a salir a los cerros a buscarla”. Estuvo un par de años en eso, recorriendo aquellos suelos áridos, salpicados de pastizales, matorrales y cactus. Hasta que, al fin, pilló una manada: “Fue bonito el encuentro”, dice. Era un grupo compuesto por unos quince individuos, cuatro machos y el resto hembras.
Les sacó todas las fotos que pudo. Era el inicio de su historia con estos ciervos, hasta el presente.
Las certezas
“Hay otro ciervo”. Gabriela Fuentealba también se sorprendió al enterarse que realmente hay tres especies nativas de la familia de Cervidae. La directora de Tarukari, ONG que el propio Nicolás co-fundó en 2013 (actualmente está en proceso de cierre), comenta que se le mal dice el “huemul del norte”, pero que el significado de “taruka” en quechua es algo así como “venado”, no “huemul”. Si bien es cierto que ambas especies están “fuertemente emparentadas”, son linajes que han evolucionado por separado durante miles de años.
La taruka vive en cuatro países distintos. Se estima que la mitad de la población estaría dispersa por Perú, mientras que alrededor de un 30% se ubicaría en Bolivia, y los otros dos 10% se encuentran divididos entre Argentina y Chile. Aunque esas son cifras tentativas, advierte el también biólogo de Durham University. Antes se la creía extinta en Ecuador, pero ahora la evidencia apunta a que realmente nunca habría habitado ahí.
Dentro de suelo chileno, llega al límite norte con Perú, en Arica y Parinacota, y hacia el sur, hasta la quebrada de Tarapacá, el principal curso de agua de la Pampa del Tamarugal, específicamente en la comuna de Huara, al menos según los datos hasta el 2019.
Todas esas poblaciones se ubican en la precordillera, en zonas que van desde los 2.900 a los 4.200 metros. La taruka no se acomoda en el altiplano, a diferencia de sus parientes camélidos (Camelidae) vicuñas (Vicugna vicugna) y guanacos (Lama guanicoe), sino que gusta de las quebradas, donde se acumula la escasa humedad del desierto y, por lo tanto, la vegetación más nutritiva.
Si bien es similar al huemul, es más pequeña, al fluctuar entre los 1,2 y 1,4 metros, y es de contextura más delgada, quizá como una cabra, compara Nicolás, porque “es un animal que está hecho para trepar, para meterse en lugares medios irregulares”, a diferencia de sus dos colegas camélidos que han evolucionado para correr en la planicie. “En Bolivia y Perú la taruka se ha registrado en zonas mucho más altas, pero siempre asociadas a quebradas: dónde hay quebradas, está el animal”, remarca Nicolás. “Si es un lugar plano, es muy probable que no”.
Al ser herbívoros, su dieta se basa en cactáceas, suculentas, flores y raíces. “Pero lo que más les gusta es la alfalfa, la que plantan los agricultores, y el orégano, que le llaman el ‘oro verde’”, explica Gabriela sobre estos dos últimos nutritivos alimentos que, de pasada, les ha traído conflictos con la gente de la zona.
Sin embargo, “se la considera también una especie paragua, es decir, cuando protegemos a la taruka, protegemos al ecosistema completo, porque es un herbívoro súper importante”, remarca. “Además de comer frutas, verduras, semillas, lo que hacen es dispersarlas, y también remover vegetación para que haya una sucesión, nazcan otras nuevas y se mantengan saludables”.
Los astas, compuestas por dos puntas, le salen a los machos al año de vida, hito que marca su madurez sexual. Al principio a esta cornamenta de hueso la cubren unos “pelitos” que son una especie de “terciopelo”, explica Gabriela. “Ellos se rascan la cornamenta y les sangra”, dado que es tejido irrigado. Pero ya en septiembre, para la época reproductiva, estos cuernos se encuentran al descubierto, secos, y al poco tiempo se les caen.
A la temporada siguiente, el ciclo se repite.
Otra diferencia física entre hembras y machos, además del tamaño y de las astas, es que estos últimos tienen una mancha negra en la cara con forma de “Y”; en cambio, ellas no. Como sea, sin importar su sexo, “son difíciles de ver pero no porque no estén, sino que son muy buenas camuflándose”, describe Nicolás, que ha visto grupos de hasta 30 individuos. A diferencia del huemul, su pelaje es algo más opaco y pardo, por lo que se confunden con las piedras y la vegetación, mientras que las astas se asemejan a ramas secas.
A nivel sudamericano, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), se la considera en estado “vulnerable”. Mientras que con los datos que existen en Chile, el Ministerio del Medio Ambiente la ubica localmente en “peligro de extinción”.
Eso se sabe de la taruka; en tanto, las incógnitas son grandes.
El vacío del desierto
“Este es un animal que casi no ha sido estudiado”, admite Nicolás, que es parte de los especialistas en ciervos de la UICN y está a cargo de la conservación de la taruka en Chile. “No hay casi nada de información”. Los estudios que se han hecho son “muy locales” y siempre vinculados a lo agrícola y ganadero, es decir, a su vínculo con los asentamientos humanos.
“Siempre viven en lugares de muy difícil acceso, y como no son carnívoros, que a todos nos gustan como el puma (Puma concolor) o el gato andino (Leopardus jacobita), con estos animales cuesta encontrar fondos para hacer esta campañas”, plantea. Por lo tanto, “toda la investigación que se ha hecho ha sido en lugares accesibles, y generalmente son donde habitan personas”.
Desde el 2016, él lidera un trabajo junto a colegas de Perú, Bolivia y Argentina para describir la distribución de la especie en Sudamérica, de hecho, tienen registrados unos 1.400 avistamientos. El objetivo es ver si los lugares donde se halla la taruka calzan con santuarios, reservas o parques naturales.
En todo caso, “quienes más cosas han hecho somos nosotros en Chile”, destaca, mientras que Argentina —país en que este animal aparece en el billete de 100 pesos—, también ha empezado a hacer lo mismo, siendo los dos países que tendrían menor población de este herbívoro: “Tenemos esta iniciativa de generar información a nivel sudamericano para mejorar las evaluaciones de conservación de la taruka”.
Al vivir en lugares difíciles de acceder y camuflarse bastante bien, las búsquedas son caminatas “en sectores donde se sabe o se identifican como lugares en que podría estar”, explica. De hecho, en 2014 con Tarukari hicieron un protocolo para que Conaf (Corporación Nacional Forestal) haga monitoreos dos veces al año en Arica y Tarapacá; caminan por quebradas y cuentan a los individuos o buscan “indicadores de presencia’' como huellas, caca y astas.
Esas marcas son anotadas y luego se describe el hábitat donde fueron encontradas. Después, a través de imágenes satelitales, se determinan qué lugares similares hay para luego ir hasta ellos y comprobar si también se las encuentra ahí. “En cierta forma, está bien exploratorio el tema de la taruka”, comenta. “Es difícil verlas, entonces es más bien dónde están las condiciones para que pueda vivir”.
“Acá en la precordillera hemos contado 45″, asegura Ingrid Robles, directora de Conaf en Arica y Parinacota. “Considerando que hay lugares a los que no se puede entrar o ir, entonces proyectamos”. Una pega que, según ella, no se hace en coordinación con la contraparte de Tarapacá. “Solamente se mandan los datos a una unidad central y ellos hacen las estimaciones después”, detalla, aunque “creo que están mal diseñadas”.
Calculan que hay unos mil individuos en Chile.
“Queremos hacer para el otro año un censo, porque solamente hay estimaciones”, dice, que se hacen en invierno y verano. “No existe un censo real y oficial, para tener datos más específicos”, porque “cuando tienes datos puedes abordar temas, sino no puedes justificarlos” para que se les destinen recursos.
“Hay harto por hacer en realidad”, admite.
Otra estimación que se tiene es del 2002, también elaborada por Conaf, y habla de entre 800 y 900 ciervos. Pero “esos datos no son fiables”, advierte Nicolás. “Aún no sabemos ni siquiera cuáles son todos los lugares en Chile dónde hay tarukas”.
Gabriela, que actualmente se desempeña en el Zoológico Nacional, también menciona otro problema al momento de saber cuántas son a nivel sudamericano: “La técnica que se ha utilizado en estos otros países para hacer los censos, no es la misma que se usa acá”, por lo que “no se pueden comparar los datos” debido a la falta de “consenso en la metodología”.
En el plano local, remarca lo “vasto” que es el territorio de estas regiones para el puñado de funcionarios con que cuenta Conaf. En estas dos regiones de norte a sur están el Parque Nacional Lauca, Reserva Natural las Vicuñas, Monumento Natural Salar de Surire, Parque Nacional Volcán Isluga y Reserva Nacional Pampa del Tamarugal, pero “precisamente las tarukas habitan en los lugares que no son áreas silvestres protegidas”, remarca ella.
Se cree que los ciervos del territorio chileno no cruzan a los países vecinos, lo que podría implicar que “esta población termine siendo una subespecie”, dice, por lo tanto, “ahí hay caleta de cosas que investigar”.
Lo genético es otro tema pendiente. “Las tarukas de acá no están en comunicación entre sí, sino con las de Bolivia y Perú”, precisa él sobre las zonas fronterizas. No serían animales dados a migrar, sino a permanecer en ciertos territorios. Por lo tanto, coincide en que “las que están acá en Chile probablemente sean muy distintas a las de Argentina”. Pero eso entra al terreno de la suposición: “Si miras fotos de las tarukas de Perú o de Argentina, son todas bien distintas físicamente”, plantea. “Ese ya es un indicador de que quizá podrían ser muy distintas genéticamente”.
La variabilidad genética (diversidad de genes dentro de las especie), por lo tanto, también se desconoce, “pero viéndolos físicamente podríamos decir que hay cierta variabilidad, y que podría ser bastante alta”, dice él, optimista, sobre este factor que, de ser así, les daría más herramientas para adaptarse a cambios en su ambiente.
Aunque, insiste, “eso no se ha estudiado”.
En octubre del 2019, el médico y fotógrafo ariqueño, José Luis Lineros, grabó a dos machos, uno joven y otro mayor, chocar sus astas en los alrededores de Putre, ante la presencia de las hembras de la manada, para luego aparearse con algunas. Aquel registro aportó para dar luces sobre el ciclo reproductivo del ciervo, el que, hasta donde se sabe, les daría un retoño por año.
“La taruka es solo un ejemplo de muchas otras especies que tenemos muy poco conocimiento”, lamenta Gabriela. “Lo primero que necesitamos es conocer más a la especie para tomar decisiones con información científica certera de cómo conservarla”, lo que implica más datos sobre “cuáles son sus hábitos, cómo se reproducen, cuántas crías tienen, en qué épocas tienen crías”; y por ejemplo, “determinar si están teniendo dos épocas reproductivas durante el año” y “así haya mayor protección a las madres con las crías”.
Rondan los peligros
“La principal amenaza que tiene la taruka en estos momentos es que la gente las mata”, declara Gabriela sobre la especie protegida por la Ley de Caza.
Cuando se encuentra un individuo muerto, a través del SAG, se le hace una necropsia para determinar la causa de muerte y “muchas veces”, dice, se le atribuyen a disparos.
No es misterio que, sobre todo en el Norte Grande, el agua es escasa, y suelen haber tarukas donde logran darse los asentamientos agrícolas, por ejemplo, de quinoa u orégano. Según los campesinos, los ciervos ingresan a los predios y comen lo plantado. “Pero, en verdad, la taruka afecta con suerte a un 5% de los cultivos; es muy baja la tasa de ‘destrucción’ que provoca este ciervo”, asegura.
De hecho, destaca que “los que más dañan los cultivos” son los burros ferales (Equus asinus), originalmente oriundos del norte de África y acostumbrados a climas áridos. Estos animales andan sueltos, deambulan por el desierto y se comen lo que pillan. “Pero le echan la culpa a la taruka”, lamenta.
En su momento, en la ONG Tarukari promovieron el “cercado adecuado” de los cultivos en Arica y Parinacota, donde la gente construye pircas, que son muros hechos de piedra de poca altura, fáciles de saltar para los animales, sobre todo para las hábiles tarukas. “Trabajábamos para hacer capacitaciones y generar los recursos para que la gente pueda cercar sus predios. Por allá iba la labor”, recuerda.
Nicolás sostiene que, sobre todo en las zonas de la precordillera donde se da la agricultura u otras actividades productivas, no hay áreas protegidas.
“Eso también es un conflicto”, dice Gabriela porque si bien existe información científica en esa materia, “las decisiones se han ido tomado en la dirección opuesta”.
En 1983, durante el régimen de Augusto Pinochet, salió un decretó que desafectó 382 mil hectáreas de las 520 mil que conformaban inicialmente el Parque Nacional Lauca (1970), que se convirtieron en la Reserva Natural las Vicuñas y el Monumento Natural Salar de Surire. La norma permitió que, a través de la autorización presidencial, fuera posible la explotación minera en zonas protegidas. Así, en 1989, empezó a operar la empresa Quiborax con la extracción de bórax.
Con los años, el Lauca también ha despertado interés por sus yacimientos de cobre, oro y plata; el mismo lugar donde viven tres especies distintas de flamencos.
“Es una gran lucha contra el extractivismo, que no tiene pies, cabeza ni nacionalidad, y que es muy agobiante de combatir”, cuestiona Gabriela. “Tampoco la idea es que la minería deje de existir, eso no va a pasar”, considerando que “somos un país subdesarrollado y que nos da un montón de plata, pero tampoco hay que andar con eufemismos con que es virtuosa y sustentable”.
Hace poco aparecieron poblaciones nuevas de tarukas donde opera la minera Quebrada Blanca, en Tarapacá, situación que no habría sido informada por la empresa. Lo valioso de aquel descubrimiento es que estos individuos estaban 200 kms al sur de lo que creía era el límite de su hábitat, el cual en el pasado habría llegado aún más hacia tierras sureñas, hasta Paposo, ya en la región de Antofagasta. “Ahora aparecieron estos registros que hay que ir a confirmar”, adelanta.
Ante aquel escenario, Nicolás propone “generar áreas de protección que sean binacionales” como es el caso de Lauca con el Parque Nacional Sajama, de Bolivia. “No proteges solo lo de un país, sino que hace una zona mucho más grande de protección”, dice.
Otro peligro son los caminos en medio del desierto. “Se me atravesó una vez (una taruka) en la carretera que va hacia Bolivia, y que pasa por el lago Chungará”, cuenta Gabriela. “Y hemos sabido de atropellos”.
De hecho, en julio del 2021 uno de estos ciervos murió por esa causa en la Ruta 11Ch, unos 20 km al sur de Putre. Se trataba de un macho sano al que, tras el impacto, alguien “le cercenó una de sus astas o cornamentas, con algún instrumento cortante o del tipo sierra”, detallaron desde la Conaf por aquel entonces.
Sobre los estudios de genética, “se necesita colaboración internacional”, dice para obtener muestras de sangre y tejido de indicios de los distintos lugares. Por las regulaciones de cada país, plantea, no es fácil intercambiar aquel material con el ADN. “Ese es el siguiente paso que estamos tomando una vez que salga el trabajo de la distribución: ver qué tan distintas son las de los cuatro países”, adelanta el investigador de la UICN.
Mientras, el pasado 26 de octubre, Nicolás se fue a Arica tras ganarse un Fondecyt (Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico) de posdoctorado, recursos que le dan para tres años de investigación.
De vuelta en el tema del contacto con la gente, ahora el ecólogo se enfocará en la relación de las tarukas con el ganado doméstico desde tres ángulos. El primero es “qué tanto comparten los ambientes” para saber si compiten o colaboran; el segundo es determinar si comen lo mismo; y el tercero es ver si se contagian enfermedades entre sí, “porque defecan en los mismos lugares y toman agua en los mismos bebederos”, intercambio del que suele llevarse la peor parte la fauna nativa.
—De repente a los seres humanos se nos olvida que estos animales están muchísimo antes que nosotros —declara Gabriela—, que han co-evolucionado con la flora y fauna que existe en ese sector, y que tienen adaptaciones que son bien específicas y especiales para sobrevivir en ese ambiente en particular.
La promesa
La última labor que hizo la ONG Tarukari previo a su cierre —tras obtener un fondo de fortalecimiento de organizaciones de interés público (FOIP)—, “fue un proyecto de valoración de la taruka a través de la fotografía”, cuenta ella. Se trató de un concurso de fotos de flora y fauna de Arica y Parinacota, en que los habitantes de la región enviaban sus capturas, para luego hacer exposiciones con los mejores registros en Arica, Putre e Iquique.
“Hay una necesidad de divulgación de la especie”, declara. “Si bien en la región se conoce medianamente, existe mucho desconocimiento en el resto de Chile”.
La directora de Conaf en Arica y Parinacota comenta que se hacen censos de vicuñas, “pero no está en un estado de conservación vulnerable como el de la taruka”, dice. “Las prioridades creo que deberían cambiar, y hacer censos de tarukas para complementar con recursos de acuerdo a lo que arroje el censo”.
De hecho, según dice, por estos días se cuentan a vicuñas en la zona: “En este momento los guardaparques están haciendo un censo con GPS, vehículos y tienen que caminar por lo menos siete kms diarios”.
Respecto al ciervo, el recuento se ha postergado “por motivos de pandemia” y por eso simplemente “se hizo solo una proyección”, explica. Por lo tanto, destaca que eso sería lo “más urgente” en cuanto a la conservación de la taruka. “Creo que va a ser bien complejo sacarlo de ese estado (peligro de extinción), pero hay que tomar acciones hoy”, declara.
En 2020, Nicolás Fuentes empezó con una nueva fundación, Sudamérica Diversa, con la cual “seguimos el mismo trabajo” que Tarukari. Mientras relata, en su computador tiene distintas fotos de los ciervos en su hábitat, algunas de cerca, otras de lejos:
—Pasan piola, son desgraciados —comenta y ríe—. Su forma de moverse y su color hacen que si uno no se detiene, no los ve. Uno pasa en auto y no los ve.
Una sensación especial le despiertan los “grandes herbívoros; todos los mamíferos grandes con pezuñas”, dice sobre los artiodáctilos (Artiodactyla) o ungulados, orden que incluye a mamíferos con pezuñas que terminan en un número par de dedos como los jabalíes, bisontes, vacas, jirafas, antílopes y muchos más. “Me transmiten nobleza y tranquilidad”, expresa. “Son pacíficos en cierta forma, no atacan, pero son fuertes”.
De alguna manera, plantea Gabriela, la taruka está en el escudo nacional, representada a través de su cercano pariente. “Nosotros, que somos tan buenos para defender los símbolos patrios, y a pesar de estar ahí, la gente no la conoce, no tiene idea”, dice. “El primer paso para conservar alguna especie es conocerla, sino es difícil que la podamos cuidar”.
Y Nicolás se remonta más de una década hacia el pasado, cuando “partió mi obsesión y pasión por buscar tarukas”. En ese tiempo se preguntaba: “¿Cómo un animal tan grande e igual al huemul es desconocido?”. Era una incógnita que no dejaba de rondarle.
Un día, en medio del desierto, “cuando uno es más chico y hippie”, le hizo una promesa a la taruka: “Van a saber de ti, van a saber de ti”.
—Me acuerdo —dice—. Y así sigo hasta ahora.