En 1951, creyeron que sería una gran idea introducir a 24 de estos zorritos para controlar una millonaria plaga de conejos en la gran isla austral. Pero la apuesta falló. Oriundos del Chile continental, en cambio, depredan a especies locales en peligro de extinción como el pingüino rey o el canquén colorado: “Ese es el principal problema que genera sobre la fauna nativa”, dice el ecólogo Carlos Zurita, quien en 2021 se embarcó en una investigación para, a través de censos, análisis genéticos y observación, avanzar hacia una solución “amigable” que evite cazarlo.
Una plaga de conejos europeos (Oryctolagus cuniculus), introducidos desde las Malvinas, azotaba la Isla Grande de Tierra del Fuego en 1951. El tierno invasor llevaba un par de décadas en aquel territorio austral y causaba estragos tanto en cultivos como en el bosque nativo.
Se estima que, por aquel entonces, había unos 30 millones de estos pequeños orejones en la isla.
El crítico escenario hizo que el Ministerio de Agricultura tomase una decisión delicada. “No hallaron mejor cosa que tomar 24 zorros chilla (Lycalopex griseus) provenientes de Punta Arenas y Argentina, e introducirlos allá para que controlaran la población de conejos”, relata Carlos Zurita Redón (36), candidato a doctor en Ecología en la U. Católica, a La Cuarta.
Esta especie de cánido (Canidae) —familia que llegó a Sudamérica hace al menos 3 millones de años con el surgimiento del istmo de Panamá— pertenece más precisamente al grupito de los vulpinos (Vulpini), es decir, se emparenta con los otros dos zorros nativos de Chile, que son el gran culpeo (Lycalopex culpaeus) y el pequeño chilote (Lycalopex fulvipes).
En tamaño, el zorro chilla o gris es el pariente del medio, alcanzando entre 40 o 60 centímetros de la cabeza al torso. En Chile originalmente, habitaba desde Arica hasta Punta Arenas, siendo el estrecho de Magallanes su gran barrera natural hacia Tierra del Fuego.
Pero, en la década de 1950, la acción del ser humano barrió con ese límite.
El zorro, un generalista por naturaleza, que come todo lo que pilla, tiene al conejo en su dieta. Por eso pensaron que era una buena idea echar a correr a un puñado de zorros chilla por la estepa fueguina como método de control.
Sin embargo, como era de esperar, los resultados no fueron inmediatos. “Tuvieron que darle un plazo de tiempo amplio, al menos veinte años, para que se reproduzcan los zorros y se coman a los conejos”, comenta Carlos sobre aquella intervención. Pero a los estancieros y ganaderos de la época les parecía que la medida no surtía efecto.
Así, unos veterinarios de Punta Arenas implementaron un segundo plan. Tomaron quince conejos y les inyectaron el Myxoma virus, que produce una compulsiva aparición de tumores en conejos, y que en dos semanas causa la muerte casi en el 100% de los casos.
Tras ser liberados en distintas partes de la isla, el virus se transmitió aceleradamente y, dos o tres años después, estos pequeños mamíferos prácticamente desaparecieron. “Hoy en día no se ven conejos”, asegura el ecólogo. “De hecho, yo visito Tierra del Fuego desde hace diez años y nunca he visto un conejo, ni siquiera atropellado”.
Y el zorro chilla se quedó ahí, a su suerte, sin ejercer el papel de depredador que se le asignó artificialmente, causando uno que otro estrago. Suena quizá extraño, pero a ese lado del estrecho, la especie nativa se había convertido en un “invasor”.
En un problema.
El daño
La última vez que el Servicio Agrícola Ganadero (SAG) censó a los zorros grises de Tierra del Fuego fue en 2007, y estimaron un total de 34 mil individuos.
De ahí, vino un largo vacío de información.
Carlos, que también es director del Centro de Investigación Científica Escolar (CICE), no oculta su afecto por Tierra del Fuego, la isla más grande de Chile, Argentina y Sudamérica, la cual visitó por primera vez como un simple turista en 2014.
Alguna vez, antes del arribo de los colonos, esta tierra fue el hogar de los selk’nam u onas, que encendían numerosas fogatas para sortear el gélido clima, las que se veían a los lejos, y que le dieron al lugar el nombre que conserva hasta hoy.
“Para mí, Tierra del Fuego es la tierra de las invasiones”, declara. “Tienes un montón”. Y él, que se dedicaba a las especies exóticas introducidas, ve con sumo interés este lugar “porque ahí es fácil estudiarlas” al encontrar castores (Castor canadensis), visones (Neovison vison), ratas almizcleras (Ondatra zibethicus), guarenes (Rattus norvegicus), lauchas (Calomys laucha), ratas negras (Rattus rattus), zorros chilla, e incluso, entre la vegetación, hay zarzamoras en los caminos.
En el sector este de la isla, en Bahía Inútil, Carlos partió con ocho estudios sobre el pingüino rey (Aptenodytes patagonicus), la segunda ave más grande de esta familia después del emperador (Aptenodytes forsteri), y que se lo encuentra en la reserva del mismo nombre.
A pesar de que el castor genera el mayor drama ecológico con sus diques de troncos y ramas, el zorro chilla también ha empezado a protagonizar un “grave problema” desde el 2018 en la reserva pingüinera, donde esta ave está en “peligro crítico”.
“Es una población que se ha ido levantando de a poco”, relata. La creación de dicho santuario fue en 2011, año en que la colonia incipiente puso solo un huevo; a la temporada siguiente, dos; de ahí, tres; posteriormente, diez… Y todo iba bien hasta que, siete años después, algunos individuos de zorro empezaron a merodear por ahí.
Si bien para un pingüino adulto el chilla no es problema, sí lo es para sus crías. Además los padres, muy hábiles nadadores pero toscos caminantes, poco pueden hacer para defender a sus retoños en tierra. Así que estos zorros “atacan a los polluelos cómo quieren”, relata. Es más, de la mano del CICE, Carlos tiene registros con cámaras-trampa de chillas llevándose pingüinitos en el hocico.
“Ese es el principal problema que genera sobre la fauna nativa”, remarca, además “hay que entender que el pingüino es uno de los puntos turísticos más importantes en la isla”.
De hecho, durante septiembre, Carlos visitó el Parque Pingüino Rey y había solo seis polluelos, en una población que, en el mejor de los casos, puede llegar a los 140 adultos: “Otra vez la misma historia, que ponen cincuenta huevos”, pero al año después sobreviven cuatro o cinco. “El resto muere de hambre o atacado por los zorros”, asegura.
A esos “ataques constantes” se suma, por supuesto, el cambio climático; puede hacer hasta 30°C durante el verano en estas tierras australes, lo que “deja la embarrada” en aves poco adaptadas para esas temperaturas.
¿Una “solución amigable”?
Durante el 2021, Carlos ingresó al programa de doctorado en Ecología en la Universidad Católica, instancia para la que presentó su propuesta de tesis. Lo primero que quería es que el trabajo en terreno fuera en Tierra del Fuego, porque “me encanta”; pero también le interesaba variar, que no fuera con pingüino rey, porque ya “tengo muchos datos levantados”.
Su plan era elegir un tema en que la ciencia anduviera escasa de información.
Y otra área en que se manejaba era en la invasión zorro chilla en la isla; y el último documento que se había escrito databa del 2009. Es decir, todos los datos estaban muy desactualizados. “Había una oportunidad de un nicho vacío en ecología”, cuenta. “Esto podría aportar para la toma de decisiones”.
Tras el vacío entre el 2007 y 2021, ese mismo año retomó los censos y estimó que habían 21 mil, o sea, 37% menos individuos que en la última medición. La población se encontraba a la baja, según los nuevos datos.
“Lo que pasa es que ahora hay problemas graves, que son los perros sin dueño (Canis lupus familiaris)”, dice. “Atacan mucho a los zorros y, sobre todo, al chilla”, además de que le transmiten enfermedades como el distemper (o moquillo). Es más, asegura que antes los reclamos de los ganaderos al SAG eran por los zorros, mientras que ahora, en los últimos cinco años, el 98% de los casos son protagonizados por canes.
A ello se suman los atropellos, que son “pan de cada día” para los zorros en tierras fueguinas.
De hecho, el pasado 17 de septiembre, en medio de la estepa austral, se encontró con los despedazados restos de uno de ellos. “No solo bastó con que alguien lo atropellara, sino también que pasara sobre el pobre una y otra vez”, relató sobre el responsable a través de Twitter.
Quitó el cuerpo del camino de ripio para dejarlo a un costado.
Aquella escena esconde dos problemas que se contraponen. “Primero, hay una necesidad de conectividad en Tierra del Fuego, urgente; el camino ripeado ya es del siglo pasado”, y menciona aislados asentamientos como Pampa Guanaco, “que tienen que estar conectados”. Pero por otro lado, el asfalto aumenta la velocidad con que circulan los vehículos y, junto con ella, la interacción humano-fauna.
“Siempre que veo un zorro atropellado, o el animal que sea, me bajo y, aparte de dejar el registro con foto, lo sacó del camino y lo dejó en la orilla”, dice. “Porque ese animal muerto es fuente de alimento de otros, por ejemplo, los caranchos (Caracara plancus), las rapaces, que empiezan a comer, viene otro tipo y atropellara a la rapaz; porque hay gente que no le interesa si atropellan animales, eso se da en todo Chile”.
A eso se agrega que “la gente puede decir que es un zorro chilla, y que da lo mismo porque es exótico, y la ley te permite eliminarlo”. En ese caso, si quieren borrarlo de la isla, Carlos piensa que debieran existir “mecanismos” más civilizados.
Por lo tanto, dice, hay dos temas que requieren una “solución amigable”, como incluir corredores ecológicos para que los animales puedan cruzar por debajo de la carretera.
Al menos hasta antes de la arremetida de los perros sueltos, el chilla entró en conflicto con la ganadería local. Aun con su pequeño tamaño, el drama surge durante septiembre con las pariciones de cordero, porque “al zorro le encanta comer placenta”, describe. “Anda buscando, y eventualmente podría atacar a los recién nacidos, por su porte”.
Los zorros comen de todo, y no le hacen asco a los vegetales, ni a los frutos del espinoso calafate en Tierra del Fuego.
En su momento, menciona, “empezó a comer especies endémicas de la isla o aves que solamente viven en Magallanes como el canquén colorado (Chloephaga rubidiceps)”, que localmente está en peligro de extinción. Además, se cree que podría depredar al tuco-tuco de la zona (Ctenomys magellanicus), roedor que habita bajo tierra y que se encuentra en estado vulnerable.
El chilla habita con otro zorro que sí es nativo en Tierra del Fuego: el culpeo. El primero es dado a vivir en la estepa, las planicies, sobre todo hacia el norte de la isla; mientras que el segundo se siente más cómodo en lo profundo de los bosques de lenga.
En la isla también hay una subespecie de culpeo, que se lo conoce como zorro fueguino (Lycalopex culpaeus lycoides). “Puede tener el porte de un perro danés, es gigantesco, y está bien amenazado, y se encuentra más hacia el sur, por acción del zorro chilla”, dice. “Antes lo encontrabas en toda la isla”. Carlos solo lo ha visto en videos y, hasta ahora, no ha tenido tiempo para ir en su busca cuando viaja a Tierra del Fuego. “Me gustaría verlo en vivo y en directo”, confiesa. “Es muy grande, comparado con un chilla, que allá tiene el porte de un gato, chiquitito’.
Al estar la caza de este zorrito permitida en la isla, surge otro problema, advierte el ecólogo: “Muchas veces la gente no diferencia si es un culpeo o una chilla”, por lo tanto, “corren balas nomás y matan al individuo”.
Pero Carlos pone las cosas en relieve.
“El daño lo tiene el castor, ese es el protagonista número uno de los daños ecosistémicos”, declara sobre este robusto y semiacuático roedor, introducido en 1946. Su hábito de talar árboles, las represas que construye y la falta de depredadores naturales lo tienen el tope de la lista.
Mientras que, resume, “los peores daños que hace el zorro chilla son al bolsillo de los ganaderos ovinos o puede atacar a un principal foco de interés turístico, el pingüino rey”.
¿Interactúa este zorro con el roedor de origen norteamericano? Prácticamente no. Cada uno anda por su lado: uno en la estepa, y el otro en los ríos. Y aunque se encontraran, este pequeño cánido tendría nulas posibilidades de cazar al castor, “que es más grande, como una vaca [exagera], es gigantesco, con una tremenda cola, y una piel súper dura”, comenta.
La “ardua tarea”
Cuántos zorros chilla hay en Tierra del Fuego. Ese es un dato básico que requiere Carlos para su tesis.
“La tarea es ardua”, asegura. Podría usar métodos “más fáciles”, como, por ejemplo, instalar cámaras-trampa en distintos sitios y “hacer estimaciones estupendas”. Pero, “¿por qué no lo hice?”, explica. “Porque tengo que usar el mismo mecanismo que usó el SAG en el pasado para poder comparar los datos”.
La pega consiste en, junto a alguien de su equipo, subirse a una camioneta y abrirse paso por los caminos de uso público a unos 20 kms/hr, de las 20:00 horas hasta cerca de las 1:00 de la madrugada, desde el crepúsculo a la noche, acompañado por su “gigantesco” mapa de bolsillo.
Avanzan con unos potentes focos que pueden iluminar hasta 100 metros a los lejos. “De repente”, relata, vas viendo unos ojos brillar” y “a simple vista notas que es un zorro chilla”; en caso de que no, los binoculares son la herramienta de apoyo.
Para el primer censo recorrió 948 kilómetros y vio un total de 138 zorros. Ello no significa que ese sea el número de individuos que hay en toda la isla. Junto al avistamiento, registra vía GPS detalles como “la distancia a la que los vi, en qué punto los vi, cuánto los vi y a qué lado lo vi (izquierda o derecha)”, explica. Toda esa información la ingresa a un programa que entrega una estimación de cuántos hay en toda Tierra del Fuego, dándole poco más de 21 mil en 2021.
Ahora, en esta segunda oportunidad, durante diez días de septiembre hizo la primera mitad del recorrido, por el sector centro-sur de la isla, donde pasaba las noches en un hotel de la capital provincial, Porvenir, y luego en unas cabañas en Lago Blanco, 260 kms hacia abajo en el mapa.
Antes de salir a terreno en la noche, siempre avisa a los retenes de Carabineros por si alguien piensa que anda robando ganado, una práctica que allá “no es común pero que se ve”, aclara.
Él describe esos trayectos como una “experiencia patagónica absoluta”; por ejemplo, se rige por la “ley magallánica” de que cuando el tiempo anda muy ventoso, no abrir ambas puertas del vehículo, porque “hay épocas en que los vientos pueden dar vuelta hasta camiones”.
De noche “la temperatura es muy menor, hay que ir bastante abrigados”, cuenta. Evita encender la calefacción de la camioneta porque cada tanto hay que bajar el vidrio “para cerciorarte de que lo que viste fue un zorro”, por lo que “ese cambio de temperatura es muy drástico y, típico, te resfrías”.
“Pero el gran problema es el viento, que muchas veces no te deja hacer los censos tranquilo”, dice. “Te puede romper un vidrio o tienes que tener cuidado porque te puede desorientar la dirección de la camioneta”.
La lluvia, en tanto, es esporádica, mientras que la nieve cae principalmente junio o julio, en ciertos lugares. “El cambio climático está haciendo lo suyo”, asegura.
En los recorridos, los animales que suelen verse son gatos, perros, visones y, de repente, al pasar por un puente, están los castores “haciendo lo suyo, que tienen la pura cagá”, comenta. También se deja ver el culpeo, en los sectores boscosos de la parte sur. “Se nota al tiro, porque alumbras, te pones los binoculares y ves tremenda cabeza y cuerpo”, describe, dejando en evidencia su diferencia de tamaño con el chilla, que en la isla es incluso más pequeño que en el continente.
En general, “son bien aislados, siempre lo vas a encontrar solos”, dice sobre el estilo de vida de estos zorritos. “Se juntan el macho y la hembra cuando tienen que hacer lo suyo, y la hembra cría a los cachorros, pero son muy solitarios en la vida cotidiana”. El macho no tiene tanto vínculo con las crías, mientras que a los tres o cinco meses los nenes ya se empiezan a independizar, según el ecólogo Agustín Iriarte en Guía de los mamíferos de Chile (Centro UC, 2021).
Durante la primera quincena de noviembre Carlos estará de vuelta por esas tierras. Hará la otra mitad del recorrido por la parte norte, donde se concentra la mayor cantidad de zorros grises. Así completaría los datos que requiere para su segundo censo anual.
“Por lo que llevo censado, creo que tendré un número muy parecido, o por debajo de que obtuve el año pasado, no muy distinto”, vislumbra.
Ya va en la mitad de su doctorado, el cual debería estar terminando en 2024.
Y pronto viene otra parte clave de su pega.
¿Qué será del chilla?
Durante el 2023, Carlos empezará a trabajar en la “parte genética” de su investigación, por lo tanto, capturará a algunos zorros y les tomará muestras de ADN.
En caso de que las poblaciones de chilla de Tierra del Fuego sean lo suficientemente similares con las del continente, el ecólogo podría aportar a que se desarrollaran planes de relocalización, es decir, trasladar zorritos desde la isla a lugares como la Reserva Nacional Magallanes, en Punta Arenas, o al Parque Nacional Torres del Paine, donde sí es nativo y se encuentra protegido por la Ley de Caza.
Así, eventualmente, los individuos fueguinos podrían cruzarse con sus pares continentales. “Pero mi hipótesis de trabajo es que ya son muy distintas genéticamente”, plantea Carlos. Si bien 70 años aislados es poco tiempo para que surjan divergencias evolutivas, “me atrevería a decir que ya hay cambios”. Es más, comenta que “son tan chicos que los veo muy distintos a un zorro chilla, por ejemplo, de la Metropolitana, que son del porte de un perro”, mientras que “allá son como un gato”.
El biólogo no es tan optimista sobre el futuro de la especie en la isla.
Primero, explica, “en ecología de poblaciones, cuando dices que tienes una población con una alta variabilidad, eso les da la posibilidad de tener herramientas para enfrentar los distintos cambios ambientales”, considerando factores como el calentamiento global. “En ese caso, estoy casi seguro que la variabilidad del zorro chilla es menor, es reducida, en Tierra del Fuego”, plantea.
Con una población que creció en base a los 24 individuos introducidos en los 50′, “eso da individuos que no son capaces de tener buenas respuestas conductuales o genéticas frente a los cambios”, continúa. “La teoría, habitualmente, dice que los lleva a la extinción”; un evento que, de ocurrir, supone él, sería en unos cien años más.
“Por ahora, lo que hay que hacer es el monitoreo constante, y ver cómo oscilan las poblaciones en el tiempo”, adelanta.
Los datos que ha recolectado durante el último tiempo le indican que la población iría en descenso, una tendencia que “creo que se va intensificar con el problema de los perros asilvestrados y la caza”.
Con los esfuerzos de conservación de la especie —categorizada en “preocupación menor” por el Ministerio del Medio Ambiente— destinados para el continente, el ecólogo sabe que “jamás voy a lograr un plan de protección” en la isla. “Eso es chistoso, porque la ley lo cuida hasta Punta Arenas, pero, cruzando a Tierra del Fuego, la misma ley te permite cazarlo”.
“Obviamente tengo un agrado por estudiar zorros”, admite sobre la especie, algo que le genera “sentimientos encontrados”, porque “por un lado digo, lo mejor sería encontrar menos zorros; por otro lado no es tan bueno; y por otro lado, es agradable verlo”.
Cuando anda en Tierra del Fuego, si se topa con algún chilla de día, se baja de la camioneta y le toma fotos. “Estos gallos posan para ti de repente”, cuenta. “Hay algunos muy inquietos que se te acercan y ahí ya me voy; evito darles comida”.
“Se da una relación en que tu objeto de estudio te es agradable”, por lo que le surge un afecto, más aún al tener contacto directo con los censos. “Es entretenido verlos de noche”, expresa. “Ahora me tocó ver familias, como están en época de pariciones, dos adultos con dos o tres crías”, o “de repente los ves escondidos por ahí; es bonito”.
—Me gustaría que la realidad fuera distinta, o sea que esté en el lado continental, sabiendo que esa familia estará protegida —dice—. Pero no es así. Se da esa dicotomía, pero la objetividad debe primar; hay que seguir ese estudio y saber que el individuo está destinado a que nunca se generen planes de conservación allá, imposible. Por el solo hecho de ser exótico, está destinado a planes de control, erradicación o a su suerte.