Los comicios para elegir presidente han dejado sabrosas anécdotas a lo largo del tiempo. Desde la trastienda de la primera elección en 1826, a la tensión tras la ley que le dio el control de los locales de votación a las FFAA, hasta aquellas elecciones definidas en el Congreso. Mientras hace la fila para votar, acá una mirada en profundidad a esos momentos, más allá de la anécdota.
La primera elección presidencial…la realizó el Congreso
Es sabido que Manuel Blanco Encalada, fue el primer ciudadano que llevó el título de presidente de la República, un dato que suele repetirse en los textos escolares y en las clásicas preguntas de trivia. Sin embargo, la historia tras su ascenso al poder contiene notables diferencias a cómo se realiza la elección en nuestros días.
En julio de 1826, la floreciente república chilena pasaba por días decisivos. Con el título de Director Supremo, gobernaba el país el general Ramón Freire, quien había asumido el mando tres años antes, tras la dramática abdicación de Bernardo O’Higgins. Pero establecer las reglas del juego había resultado complejo; la constitución de 1823 demostró ser poco práctica en la realidad, y fue derogada.
Por ello, se eligió un Congreso constituyente que comenzó a sesionar el 4 de julio de ese año, en un salón del tribunal del consulado. Un guiño al primer Congreso Nacional inaugurado en la misma fecha, en 1811. A la sesión inaugural asistió Freire, ocasión en que sorprendió a los diputados con una noticia que seguro los dejó peinados para atrás; anunció su renuncia al mando de la nación. Incluso, días después, envió un oficio en que lo comunicaba de manera formal.
Así, los diputados debieron suspender sus deliberaciones para atender el problema; el país no podía quedar sin mando. Entonces, tras algunos debates -dominados por la mayoría del bando federalista- se decidió que en adelante la máxima autoridad del país llevaría el título de Presidente de la República, a la manera del referente político del momento, Estados Unidos. Además, se elegiría a una vicepresidente, quien podía sustituir al primer mandatario en caso de ausencia, enfermedad u otros motivos.
La primera elección presidencial se realizó el 8 de julio, por votación secreta de los diputados. Allí fue elegido como Presidente el general Manuel Blanco Encalada, y Agustín Eyzaguirre, como Vicepresidente. Aunque era argentino de origen -nació en Buenos Aires en 1790-, aquello no importaba. “Estamos en el inicio de la construcción de los estados nacionales, una época en la que las nacionalidades no están tan tan marcadas. O’Higgins y muchos de su generación son americanos”, explicó a La Cuarta, Gonzalo Serrano del Pozo, académico y Director del Centro de Estudios Americanos UAI.
Pero su gracia era otra. Blanco Encalada había participado en las campañas de la guerra de independencia, fue el primer comandante de la Escuadra Nacional, integró la expedición libertadora al Perú y la campaña de anexión de Chiloé, durante el gobierno de Freire; es decir, contaba con amplio prestigio. Esa trayectoria entre los salones y los campos de batalla, era la base del poder social y político en esos días. Ello permitió el surgimiento de los primeros líderes en las nuevas repúblicas; la “cantera de caudillos”, como la llamó el historiador John Lynch. El primer Presidente juró ante el Congreso pleno el 9 de julio.
Las Fuerzas Armadas no siempre tuvieron el control de los locales de votación
Una imagen clásica de las elecciones es la presencia de efectivos de las Fuerzas Armadas en el resguardo de los locales de votación. Una situación que no siempre se desarrolló de esa forma, ya que hasta entrado el siglo XX, era la policía municipal la encargada de esa labor. Pero, pronto comenzó a quedar en evidencia que su acción no era suficiente para impedir desórdenes y sobre todo, el fraude electoral.
Aunque la constitución de 1925 estableció el voto directo -y excluyó a las mujeres y los analfabetos-, por entonces era común el cohecho y la trampa por parte de los partidos, los que recurrían a variadas tretas para comprar votos, e impedir la participación de los rivales. Una práctica que se arrastraba desde el sistema indirecto anterior, en que los presidentes eran elegidos por electores y además, no existía una cédula única, ya que las papeletas eran elaboradas por los mismos partidos políticos. Por ello, las elecciones se peleaban no solo en los locales de votación.
La estructura clave eran las secretarías de los partidos. “Se reunía a los votantes en las secretarías de los partidos el día de la elección o bien en algún lugar determinado (fundo) y se les entregaba un sobre con el voto listo (‘sobre brujo’). Luego eran llevados a sufragar. El elector entraba a la camara secreta retiraba un voto y lo escondía junto con el sobre recibido en la mesa de votación”, detallan Ricardo Nazer y Jaime Rosemblit en su estudio Electores, sufragio y democracia en Chile.
“Otras maneras de cometer fraude era la elaboración de votos del candidato opositor con errores, para que de esta manera fueran declarados nulos. Otra manera era realizar ‘encerronas’ (comida, trago y mujeres) de votantes proclives al candidato opositor para que de esta manera no sufragaran”, agregan los autores.
Por ello, en los días de elecciones, grupos de partidarios llegaban hasta las secretarías para impedir las reuniones de los rivales y el “acarreo” de votantes. En las de 1915 -ganadas por Juan Luis Sanfuentes-, la revista Sucesos daba cuenta de violentas grescas en la Alameda, frente a Lira, además de otras en Agustinas y San Diego, a pasos de la Universidad de Chile. La policía municipal -Carabineros se fundó en 1927- detuvo a manifestantes que llegaron armados de palos y garrotes.
Pese a que la carta magna del 25′ incorporó algunas innovaciones -como el Tribunal calificador de elecciones-, persistían algunos mecanismos del antiguo orden que facilitaban el fraude. “El nuevo sistema político, normalizado a partir de la elección presidencial y parlamentaria de 1932, mantuvo la antigua estructura de las ‘secretarías de partido’, donde se maneja una ‘clientela electoral’, se elaboraban los votos y se organizaba el cohecho”, detallan Nazer y Rosemblit.
Así ocurrió en la tensa elección de 1938, disputada voto a voto entre las candidaturas de Pedro Aguirre Cerda y Gustavo Ross Santa María. En esa ocasión hubo denuncias de ataques a las secretarías de los partidos para impedir el “acarreo” de votantes hacia los locales, los llamados “corderitos” ·
Fue precisamente durante el gobierno de “Don Tinto”, en febrero de 1941, cuando empezó a regir la Ley 6.825 la que entregaba a las Fuerzas Armadas el control y resguardo del proceso electoral. Se trataba de un texto de quince artículos que le daba al Presidente de la República la facultad de designar un jefe militar, naval, de aviación o de carabineros, al mando de las fuerzas a cargo del mantenimiento del orden público en los procesos electorales. Así se buscó asegurar la imparcialidad de los gobiernos en los actos electorales. “Si bien esta norma permitió que el acto eleccionario fuese pacifico, no impidió las situaciones de cohecho y fraude en las numerosas denuncias de la época”, agregan Nazer y Rosemblit.
El menos votado
Tras el regreso a la democracia, varios candidatos se han disputado el poco gratificante honor de ser el candidato menos votado de la historia de Chile. Allí figuran variados nombres con más o menos trascendencia por sus carreras políticas, aunque igualmente ignorados en su minuto.
Desde los comicios de 1989, el candidato con el más bajo respaldo fue Tomás Jocelyn-Holt, en 2013. Apenas sumó 12.830 preferencias, equivalente a un 0,19% y protagonizó uno de los primeros virales tras una aparatosa caída en bicicleta cuando arribó al debate televisivo de Archi, realizado en el Centro GAM.
La marca de Jocelyn-Holt, batió una que databa de 1999. La de Arturo Frei Bolívar, exsenador e independiente, quien obtuvo 26.812 sufragios, es decir un 0,38%. Al menos, su pegajoso jingle (“Arturo Freeeii Boliiivaaaar, ¡uno como usted!”), resultó lo suficientemente memorable como para ser recordado en la cultura pop.
Al menos, ambos pueden decir que sacaron más votos que el menos votado desde 1925, cuando se estableció el voto directo. Allí la marca es del dirigente obrero y exsenador Manuel Hidalgo Plaza, con apenas 1.263 votos en la elección de 1931, en la que triunfó el jurista radical, Juan Esteban Montero. Eso sí, en esos comicios todavía no votaban las mujeres y no entraban en vigencia varias reformas posteriores que ampliaron el electorado.
Por ello, en ese 1931, cuando la Gran Depresión echó a pique a la economía del país y al gobierno de Carlos Ibáñez, el total de votos válidamente emitidos fue apenas de 285.810. De tal manera que Montero ganó la presidencia con solo 187.914 votos.
El Congreso definió más de una elección
Conocido es el caso de la tensa elección presidencial de 1970, en que tanto Salvador Allende como Jorge Alessandri Rodríguez, los dos candidatos más votados, no alcanzaron más de la mitad de los votos válidamente emitidos, el requisito establecido por la Constitución de 1925 para proclamar un ganador. Por ello, el Congreso debió dirimir y le entregó su respaldo a Allende, por cuanto él había logrado la primera mayoría relativa (36,3%, frente al 34,9% de Alessandri).
El mecanismo, establecido en el artículo 64 de la carta magna, permitía zanjar de manera institucional una elección estrecha; ya había ocurrido en la de 1920. Ante las denuncias cruzadas de fraude, fue dirimida por un Tribunal de Honor establecido para la ocasión, el que determinó el triunfo de Arturo Alessandri Palma, por un solo voto electoral, frente a su contendor, Luis Barros Borgoño.
Hasta la década del cuarenta, no hubo necesidad de llegar a la definición del Congreso. Pero la situación cambió en 1946, otra elección estrecha, con la Guerra Fría en ciernes. El favorito era el candidato del gobierno, el radical Gabriel González Videla, apoyado por una alianza entre el PR y el PC. Pero desde la izquierda, lo desafió la candidatura de Bernardo Ibáñez Águila, apoyado por el Partido Socialista
A esa elección, tal como ocurrió en la primera vuelta de 2021, la derecha llegó dividida. Por un lado, el doctor Eduardo Cruz-Coke, apoyado por el Partido Conservador y la Falange Nacional -el grupo que dará orígen a la Democracia Cristiana-. Del otro, Fernando Alessandri Rodríguez -hijo del legendario “León”-, apoyado por el Partido Liberal, además del Partido Radical Democrático y otros grupos menores (entre estos, el Partido Socialista Auténtico, liderado por el indómito excomandante de la FACH, Marmaduke Grove).
Tras los comicios, ninguno consiguió la mayoría. González Videla fue el más votado con el 40,1%, le siguió Cruz-Coke con el 29,7% y Alessandri Rodríguez con el 27,2%. Por ello, el Congreso debió dirimir entre los dos primeros, pero la situación no era fácil. Pese a que González Videla tenía la preferencia, por conseguir la primera mayoría relativa, la suma de los votos de Cruz-Coke y Alessandri, superaban el 50%. Por ello, desde la candidatura de Cruz Coke y los partidos de derecha comenzaron a hacer gestiones de pasillo para que fuera el elegido.
Pero con mucha muñeca, reuniones de mantel largo en clubes sociales y su habitual carisma, González Videla comenzó a gestionar apoyos. Los liberales, que habían apoyado a Alessandri, estuvieron reacios en un primer momento, pero finalmente lo respaldaron. Además, el serenense amarró el apoyo de los Radicales Democráticos, la Falange, el Partido Socialista y el grupo de Marmaduke Grove. Así consiguió la ratificación del Congreso por 136 votos, frente a 46 de Cruz-Coke, el 24 de octubre de 1946. A consecuencia de la negociación, González Videla inició su gobierno con un curioso gabinete integrado por radicales, liberales y comunistas.
La situación se repitió en la elección siguiente, en 1952. La primera mayoría relativa la consiguió un viejo conocido, Carlos Ibáñez del Campo, con el 46,79%, seguido de Arturo Matte, el representante de la derecha, quien logró el 27,81%. Más atrás, quedaron Pedro Enrique Alfonso, del Partido Radical (19,95%) y el médico socialista, Salvador Allende Gossens (5,45%), quien se postulaba por primera vez a La Moneda.
Sin mucha vuelta, el Congreso ratificó a Ibáñez por 132 votos frente a los 12 de Matte. Esa elección, además marcó el ingreso del voto femenino a las presidenciales -votaban solo en las municipales desde 1935-, quienes, contrario al mito, siguieron el mismo patrón del electorado general. Es decir, su irrupción no fue el factor decisivo en el triunfo de Ibáñez. Además, hubo organizaciones de mujeres participando en las campañas de todos los candidatos -aunque el Partido Femenino de Chile apoyó al general-, con mayor o menor grado de organización.
“La respuesta al triunfo de Ibáñez está en la expansión del electorado en la elección del 1952, donde votó el 17% del total de la población nacional mientras que en las anteriores (1932- 1949) el promedio había sido en torno al 10% y por supuesto en la crisis del partido radical como partido eje de gobierno”, explican Nazer y Rosemblit.
Acaso como un signo de los tiempos, la elección siguiente, de 1958, también se debió definir en el Congreso. Y en esos giros de la historia, los candidatos fueron los mismos de la decisiva elección de 1970; Jorge Alessandri Rodríguez y Salvador Allende. Aunque en esa oportunidad, el hijo del León fue el que consiguió la primera mayoría relativa, con un 31,56%, seguido del 28,85% logrado por el “Chicho”. La distancia fue de apenas 33.410 votos. De allí a que fuese ratificado por el Congreso.