Venerada por culturas originarias e inmortalizado en el escudo de 4 países, la gran ave de Sudamérica se enfrenta a múltiples amenazas, sumado a su lento ciclo reproductivo. Esta es la historia de “Eluney” que, como muchos de su especie, fue encontrado como polluelo sin volar, y empezó una rehabilitación de varios años que terminó en 2019 con su liberación, que no siempre resulta con éxito. Hace poco, se lo vio en el Cajón del Maipo. “Verlo volando libre es como proyectarte tú hacia el cerro y el cielo, sentirse parte de la montaña”, dicen Eduardo Pavez y Dominique Durand, de Proyecto Manku.
Eduardo Pavez (56) recibió un inesperado mensaje en su teléfono a fines de agosto. Era una foto. Aparece un cóndor macho, grande, sano y libre, en algún roquerío en el Cajón del Maipo, rascándose con el pico bajo una de sus fuertes alas, donde tenía una placa numerada con el “30”.
Él lo reconoció de inmediato.
Era “Eluney” (en mapudungún: “regalo del cielo”). Se había convertido en un adulto, ya sin restos del plumaje café que delatara su pasado como pichón.
Aunque no hay manera de saber la fecha exacta, se estima que “Eluney” nació en septiembre del 2014, y en noviembre fue encontrado sin poder volar en algún lugar de la Región de Aysén… ¡Y cómo no! Con tan solo dos meses de vida. Aún necesitaba de sus papis.
“Me acuerdo que llegó nuevito, sin experiencia de vuelo”, relata a La Cuarta Eduardo, quien ha dedicado toda su vida a la conservación y reinserción, antes como director del Centro de Rehabilitación de Aves Rapaces (CRAR), y presidente de la Unión de Ornitólogos de Chile (UNORCH); hoy, en la cabeza de Proyecto Manku (@proyecto_manku), dedicado a la rehabilitación y liberación del ave que protagoniza el escudo nacional.
“Los cóndores (Vultur gryphus), después que salen del nido, permanecen en el territorio paterno, cerca y dependiendo de ellos más o menos un año”, cuenta. “Cuando ellos, por alguna razón, quedan en manos del ser humano, cuando han salido hace poco del nido, tienen muy poca experiencia, no conocen el territorio. Hay que hacer todo un procedimiento más o menos largo para reinsertarlos. Ese es el caso de muchos cóndores que recibimos y rehabilitamos, y este es el caso de ‘Eluney’”.
¿Pichón abandonado?
Alcanzando hasta los tres metros con sus alas extendidas, es el más grande de la familia compuesta por los gallinazos y jotes, los catártidos (Cathartidae), también conocidos como buitres americanos o del Nuevo Mundo.
Con su vuelo que tranquilamente alcanza los 5.000 metros de altura, y con un hábitat que orbita en torno a la Cordillera de Los Andes, en las culturas originarias se lo ve como el “mensajero del Sol”, mientras que cuatro países (Colombia, Ecuador, Bolivia y Chile) lo tienen en su escudo patrio. Es, acaso, la especie insigne de la fauna sudamericana.
“El cóndor es un personaje súper antiguo, vive como en otro tiempo”, dice Dominique Durand, directora ejecutiva de Proyecto Manku (junto a Fundación MERI). Este carroñero puede vivir fácilmente 60 años en lo silvestre. “Es un pájaro muy dinosáurico”, agrega.
Tal como su vida, su crecimiento es largo y lento.
“Eluney”, siendo apenas un pichón, fue trasladado por el SAG (Servicio Agrícola Ganadero) desde Aysén a Santiago. Ahí pasó por la revisión médica en el Zoológico Nacional para ver si tenía alguna lesión u otro problema físico. Todo estaba en orden y, siguiendo el protocolo que hay para los cóndores, fue llevado hasta el Centro de Rehabilitación de Aves Rapaces (CRAR), en Talagante, al suroeste de la capital.
Ahí se lo integró a otra bandada. “Eso es importante, sobre todo porque son pájaros que no tienen experiencia de vuelo y, por lo mismo, tampoco tienen mucha experiencia social, más que con sus padres”, dice Eduardo Pavez. “Así desarrollan el carácter”.
Estas aves son sumamente sociales y de sociedades “súper estrictas”, en que los machos dominan sobre las hembras, y los viejos sobre los jóvenes. Ello se evidencia en el orden en que cada uno se alimenta de la carroña; los que están en posiciones más altas, por supuesto, van primero.
“Toda esa estructura tiene una base instintiva, pero también debe afinarse con experiencia”, explica, por lo que en la rehabilitación es clave que interactúen adultos, machos y hembras, “y deben posicionarse de alguna manera”, agrega.
Al recibir el alimento, el joven “Eluney” se veía envuelto en disputas, y así cultivaba el carácter y aptitudes para, en el mejor de los casos, regresar a la vida salvaje.
Mientras, “va estableciendo vínculos de amistad con otros cóndores”, detalla sobre el proceso. Hay individuos que tiene más afinidad entre sí dentro de esta jerarquía. También, “sobre todo entre los iguales, y en el caso específico de los que nosotros liberamos y que se conocen en el centro de rehabilitación, estos gallos se vuelven a juntar, son amigos, y establecen relaciones de, podría decirse, amistad”, asegura. “Los cóndores son muy inteligentes y estoy casi seguro de que saben quién es quién”.
“Eluney”, como otros de su especie, pasó unos cuatro años en una voladora, es decir, una gran jaulón de siete metros de ancho, tres de alto y 50 de largo. “Si bien los recibimos dados de alta, es difícil evaluar si el cóndor está en condiciones de volar si no es haciéndolo volar”, dice. “Vuelan de una percha a la otra, toda la longitud de la jaula”, detalla. “Se van musculando mientras revisamos que estén volando de forma simétrica y pareja”.
Para que ejerciten, el personal de CRAR se mete en la jaula y los “asustan” para que vuelen de un extremo al otro. “Son ejercicios súper controlados para que no se golpeen ni dañen”, asegura. Estos trabajos físicos se vuelven más intensos antes de pasar al centro de pre-liberación —que en el caso de “Eluney” fue en el Cajón del Maipo—, y así llegar fuertes a esa última etapa.
En el proceso, se evita cualquier contacto amistoso con estas aves, incluso a través de la alimentación, “para que no se amansen ante la presencia humana”, remarca. Si hay un cóndor “que no le tiene mucho temor al ser humano, les hacemos algunos ejercicios de rechazo, en que los asustamos un poco”, dice.
Deben desconfiar, ver a las personas como una amenaza potencial.
Aún así los voluntarios del CRAR, al menos para sus adentros, generan una relación con los distintos individuos; pero Eduardo, que lleva largos años de ruedo, tiene claro que deben liberarse; lo que no impide que “pueda tenerle simpatía a alguno en especial”.
En total, entre el 60 y 70% de los cóndores se reinserta “exitosamente”, dice. El resto muere en el proceso, sobre todo los que llegan intoxicados.
Muchos individuos van a comer a los grandes basurales en las afueras de la ciudades y “es como el McDonald’s”, describe Dominique. Con hambre, picotean lo que pillan y, sin querer y de a poco, comen pequeños plásticos (al punto que se convierten en el 30% de su dieta) y se intoxican lentamente.
Sin embargo, la gran causa a nivel sudamericano de muerte de cóndores son los cebos tóxicos. Esta situación se da, por ejemplo, en el campo, cuando perros o pumas matan el ganado y, ante eso, el dueño afectado envenena los restos. Pero ese actuar también afecta a los demás animales que comen de ese cadáver, incluidos los cóndores y, sobre todo a los machos reproductores, que son los primeros en servirse. “Como comen en grupo, pueden morir veinte cóndores de una vez”, advierte ella.
También hay individuos que, si bien alcanzan a llegar hasta los centros, tienen lesiones muy delicadas y otros están muy improntados con el ser humano, por lo que “no se relacionan bien con los de su propia especie, al haber sido alejados desde pichones”, explica. “En general, no hay vuelta atrás cuando están improntados”.
Por supuesto, ninguno de todos esos casos fue el de “Eluney”.
Aires de libertad
Y llegó el primer gran momento.
En octubre del 2019, “Eluney”, a sus cinco años, fue trasladado a su jaula de preliberación en la reserva Elemental Likandes, en la comuna de San José de Maipo, al sureste de la Región Metropolitana, a los pies de la Cordillera.
Pero no iba solo.
Junto con él partieron “Maipo”, un macho un año más joven, y “Wilka”, una hembra de esa misma edad. Ninguno de los tres jovenzuelos tenía experiencia en vuelo.
Ahí permanecieron durante dos meses. ”En el Cajón es donde por primera vez sienten las corrientes de montaña”, cuenta Dominique Durand. Se acostumbran a su nuevo hogar; y además llegan hasta su jaula cóndores silvestres, que se posan en el techo de la jaula. Al ser “súper sociables”, destaca ella, “es bueno porque te asegura que, cuando los sueltes, no estarán tan solos”.
Ya con algunos años en el cuerpo, cada ave muestra una “personalidad” distinta.
“Hay un patrón general de conducta y es que los machos tienden a ser mucho más imponentes y dominantes que las hembras”, que son más retraídas, dice Eduardo. Pero aparte “cada cóndor tiene su historia y hay algunos más tímidos, otros que son más curiosos, otros que son un poco más agresivos”, asegura.
Dentro de ese grupito, al ser el mayor, “Eluney” era el dominante, por lo tanto, era más corpulento, y tenía su cresta y papada más grandes, por una cuestión hormonal, es decir, tienden a marcarse con más intensidad sus características sexuales secundarias.
En la jaula, cuando comían, era el primero en hacerlo. Generalmente les ponían chivos o cabras muertas. Debían aprender a rajar la carne del cuerpo, a alimentarse como en la vida silvestre. Una comida que después tendrían que empezar a buscar por ellos mismos.
Aunque eso vendría más adelante.
En ese periodo, los voluntarios de Proyecto Manku seguían estando detrás de las mallas para no ser vistos por estas tres aves. “Yo vi horas a ‘Eluney’, y no tuve ninguna relación”, recuerda.
—Uno siempre tiene un regalón, pero no les hago cariño, no les hablo ni nada —dice—. Ellos no me conocen. Dedico toda mi vida a salvarlos y no me conocen. Es heavy.
Mientras pasaban esa última etapa en cautiverio, cuando no se sentían observados, jugaban con las corrientes de viento. “Saltan, se picotean, son como cabros chicos de repente”, cuenta sobre la especie. “Saltan de una percha a la otra, van para arriba y abajo”, o sea, “es un pájaro súper entretenido”.
Mientras todo eso ocurre, las jaulas deben estar bien aseguradas, ante el tercer mayor problema para la fauna en Chile, dice Dominique: los perros asilvestrados (Canis lupus familiaris) que se pasean por las tierras precordilleranas.
Pero esta especie invasora es una amenaza para cualquier otro cóndor. Cuando estos pajarotes se reúnen en el suelo para alimentarse de algún cuerpo, pueden tragar hasta cinco kilos de comida, es decir, “un asado completo”, comenta ella; o la almacenan en su gran buche. El problema es que muchas veces los perros rivalizan con ellos por esos restos. Pero también, tras el banquete, en ocasiones estas aves deben esperar al menos una hora para retomar el vuelo ante el peso ganado, lo que las deja vulnerables a ser atacadas.
Pero, por mientras, para “Eluney”, “Wilka” y “Maipo” esas eran desconocidas y lejanas preocupaciones del futuro.
Hasta que les hicieron los exámenes médicos y luego les pusieron un número, un transmisor de radio y otro satelital a cada uno. En diciembre del 2019, llegó el momento de la libertad.
“Un mensaje de esperanza”
El sol pegaba fuerte, hacía mucho calor. En una alta ladera, como lo es el sector de Lagunillas, en el mismo Cajón del Maipo, los tres cóndores en distintos caniles, apuntaban hacia las tierras bajas.
Previo a la pandemia, invitaron a unas 60 personas que se posicionaron en forma de herradura, envolviendo a las grandes aves, para incentivarlos a alejarse de la multitud y volar. “Los animales en jaula han visto toda su vida como las mujeres bajo una burka, ven su vida cuadriculada, a través de una malla”, comenta Dominique.
En esa alta meseta, que suele estar expuesta al viento, los tres cóndores esperaban su momento.
Sobre aquel día, ella recuerda que, al principio, “no había una gota de viento”, lo que era un mal escenario, ya que les impiden despegar “como parapentes”. En cambio, según Eduardo, la situación fue algo distinta: “Un problema que hubo fue que cambió la dirección del viento repentinamente, minutos antes de la liberación”, por lo tanto, “hubo que modificar la posición de la gente y de los caniles para que pudieran salir contra el viento”.
Al ser individuos con nula experiencia ante las corrientes, es clave que despeguen de frente a ellas, “porque así tienen mejor sustentación para volar”; de hecho, “nunca los puedes liberar con viento de cola; es muy difícil de maniobrar”.
Dominique, que se encontraba en su primera liberación, le brotaban las lágrimas ante aquella adversidad.
Como sea, en medio de fotos y caras nerviosas de suspenso, finalmente abrieron los tres caniles al mismo tiempo. El primero en salir fue “Eluney”. “Hubo harta emoción de toda la gente, nerviosismo también, sobre todo en el equipo, porque siempre existe la posibilidad de que haya algún problema, un imprevisto y un cóndor no vuele bien”, cuenta él.
“Eluney” voló casi de inmediato, luego “Maipo” lo siguió, mientras que a “Wilka” le costó un tanto más.
“Algunos salen disparados, de hecho, hubo una que salió y llegó a Mendoza en un día, y otros salen, se quedan mirando y no entienden nada”, relata Dominique, que ya ha liberado a once cóndores en estos tres años.
Eduardo describe aquel momento como una “fiesta”, “se invitan niños, gente para que esta liberación sirva para divulgar el mensaje de conservación”, que “es uno de los grandes objetivos”.
—Lloro en todas, soy súper llorona, se me caen los mocos —expresa ella sobre las liberaciones—. Los ves salir de las jaulas y abren las alas, gigantes. Empiezan a mirar, y no saben lo que están pasando. De repente sienten el aire, y se van, volando. Y los ves que se elevan. No lo pueden creer, nunca lo han hecho. La liberación de Eluney fue abierta al público, y llegó un montón de gente. Creo que es una herramienta muy transformadora para que los niños se vuelvan guardianes del cóndor.
Ella intenta ponerse en el lugar de estas aves: “Imagínate que vives toda tu vida en una pieza y, de repente, puedes salir volando en la cordillera”, describe. “La liberación es un mensaje de esperanza, de que se pueden hacer las cosas mejor”.
Destinos dispares
Pero la pega no terminó ahí.
Vinieron dos meses y medio de seguimiento; es más, la primera semana iban casi todos los días tras ellos en el Cajón del Maipo, guiados por los transmisores de radio y satelital. “Subimos a la cordillera y les dejamos alimento cerca, para facilitarles el encuentro”, relata, mientras, “Eluney”, “Maipo” y “Wilka” conocían el territorio y desarrollan sus aptitudes para volar.
En promedio, los de Proyecto Manku iban dos veces por semana y les dejaban algo de comida al alcance. Fueron ocho horas de caminata por la “alta cordillera” y con un animal muerto en la espalda, relata Dominique. “Y cuando pones el animal, van a llegar todos los otros cóndores a comer, y los tuyos al principio comen últimos, pero de a poco se irán integrando”, detalla.
Nunca habían estado fuera de una jaula, todo era nuevo. Por eso los conservacionistas, desde la distancia, supervisaban que estuvieran en la seguridad de las rocas y que, por ejemplo, no apareciera un perro que los atacara. Y así es el seguimiento, “con nuestras dos patitas, con binoculares, mucha agua, mucho bloqueador y los transmisores satelitales nos van diciendo más o menos el área en que están”, describe, mientras que los radiotransmisores marcan el punto exacto dónde se ubican.
Al principio “siguen a los otros cóndores de la zona, lo que refleja que están socialmente sanos, que tengan ese interés, porque esos cóndores les van a mostrar los lugares dónde está el alimento y dónde hay que dormir en los acantilados”, explica el director de Proyecto Manku.
“Eluney”, que era grandulón y más adelantado, “fue el que voló mejor después de la liberación, espectacular”, recuerda Eduardo. “Rápidamente aumentó sus radios de movimiento”.
“Maipo”, en cambio, tuvo un proceso “más retraído, lento y gradual; aunque después se reintegró perfectamente”. Eso sí, en su momento fue “complicado porque le costó emprender vuelos largos, salir del cajón”. En el equipo estaban preocupados, e incluso se les pasó por la cabeza recapturarlo.
“Wilka”, por desgracia, debió volver al centro de Talagante. No volaba bien. Es difícil saber la razones, porque “tienen mucha relación con la historia de vida pasada que han tenido; por ejemplo, a qué edad llegaron al cautiverio, cuánto tiempo tuvieron contacto con sus papás”, dice Eduardo; es decir, una serie de factores que influyen la personalidad de cada ave.
—Eso refleja la realidad de lo que es la rehabilitación, que es complicada y no siempre se tiene éxito —resume él—. En estos tres cóndores se reflejan tres situaciones que son representativas de lo que es la rehabilitación.
Pero, en el caso de “Eluney”, que se le dio su regreso a lo salvaje, al principio se movía dos kilómetros, luego diez. Después quince. De ahí treinta… Y cuando agarró un patrón de movimiento, “asumimos que ya se movía lo suficiente para encontrar comida por sí solo”.
En las alturas de Los Andes, los cóndores básicamente se dedican a planear, pueden recorrer hasta 300 kilómetros diarios en busca de comida, sin practicamente batir las alas hasta por 170 kms. “Son tremendos planeadores”, destaca. Eso es clave porque, con el tamaño que tienen, el batir de alas es un esfuerzo grande, es mucho consumo de energía”, por lo tanto, “son súper eficientes energéticamente y pueden recorrer largas distancias con un consumo mínimo”.
Pero los cóndores no nacen sabiendo, les toma uno o dos meses ganar la habilidad que necesitan. “El vuelo, si bien es cierto es un comportamiento instintivo, igual requiere entrenamiento, práctica y ejercicio para la musculación”, sobre todo si pasan toda su vida en una jaula y, de pronto, se enfrentan a la cordillera.
Vuelo al futuro
“Eluney” ya tiene ocho años, es decir, está en el arranque de su madurez sexual, aunque no es fácil saber de su vida íntima.
Los cóndores son monógamos, escogen una pareja y se suelen quedar con ella el resto de sus vidas; aunque igual suelen pasar sus noches y ratos de descanso en las buitreras, donde se pueden reunir desde 20 a 200 individuos.
Sin embargo, cuando quieren anidar, se separan de los grupos y hacen su refugio en alguna grieta entre los altos roqueríos. Generalmente tienen un solo huevo que empollan durante dos meses. “De ahí nace este pichón blanco, precioso, como un plumón”, comenta Dominique, que pasa seis meses con sus papás y, luego, sigue volando con ellos. “Entonces los cóndores ponen un huevo cada dos o tres años, es una reproducción muy lenta”, agrega, además del tiempo que demoran en llegar a la adultez.
Aquel factor es clave para el cuidado de la especie, la cual se encuentra en estado vulnerable, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Las poblaciones demoran en generar nuevos individuos.
Como sea, el futuro de “Eluney” debiese ir por ahí, en traer al mundo una descendencia.
Su transmisor satelital se carga con energía solar y —a diferencia del de “Maipo”— sigue funcionando. Mientras que “Wilka”, quien finalmente fue recapturada tras lesionarse un ala, permanece en el centro ubicado en Talagante, donde es “un cóndor más dentro del plantel de parejas reproductoras”, misión para la que “armamos parejas y sus hijos los liberamos; de hecho, “estamos liberando mitad cóndores rehabilitados y mitad que nacen en el mismo centro”, destaca Eduardo.
El pasado 6 de septiembre, el director de Proyecto Manku, descargó la información con las últimas coordenadas de “Eluney”. Había andado por los alrededores del río Colorado, en el mismo Cajón del Maipo. Eso sí, el lugar donde se suele mover es en la cuenca del Maule, unos 300 kms al sur.
“Ahí se instaló, sale a volar y vuelve a donde siente que nació, que es donde lo liberamos”, dice Eduardo. “Se da sus rondas, está un par de días por acá, pero tiende a volver al Maule, que aparentemente es su territorio”; ahí debería poner su nido en cualquier momento.
Aun así, su rango de movimiento va desde Putaendo, en la Región de Valparaíso, hasta la altura de los Nevados de Chillán, en el Ñuble, por el lado argentino.
En paralelo, hace ya cuatro años desde Proyecto Manku han ido reuniendo los datos de los transmisores satelitales para tener todos los patrones de movimiento. “Los cóndores usan ‘carreteras’ en los cielos, no es que vuelen al azar”, aclara la directora ejecutiva. “¿Cómo vas a saber conservar los espacios del cóndor si no sabes dónde se mueven?”. Este trabajo podría servir para solucionar otra de las amenazas: las líneas de transmisiones eléctricas.
Estas aves suelen avanzar circularmente, unos 30 o 40 kms diarios, en busca de comida. Y más menos una vez al día o una por semana, pillan algo. “Es bastante irregular, como se alimentan de carroña, que es incierta en el tiempo y espacio”, dice él. La búsqueda es constante hasta que encuentran algo, y luego suelen pegarse un viaje largo de regreso a su territorio. Pero mientras el hambre arrecia, rondan por los cielos en grupos, lo que aumenta las chances de encontrar algo, al cubrir más superficie y tener más ojos atentos.
Actualmente, gran parte de su alimento consiste en animales muertos de la ganadería extensiva, como vacunos, caballares, cabras, ovejas; en la zona austral, en Aysén y Magallanes, suelen llegar hasta la costa, donde encuentran restos de ballenas, delfines y lobos marinos muertos; y en la Patagonia están los guanacos (Lama guanicoe) cazados por pumas (Puma concolor); allá también Proyecto Manku esta liberando cóndores, en colaboración con la fundación Rewilding Chile (ex Tompkins Conservation).
Basta con que un cóndor vea algún animal muerto para que empiece a sobrevolar persistentemente sobre un punto; de inmediato atrae la atención de sus compañeros, y así se transmite la noticia del hallazgo de cóndor en cóndor, al observar los movimientos de sus pares. Interpretan esas señales.
Salvo muy contadas excepciones —comiendo pequeños animalillos o los huevos de alguna otra especie—, los cóndores son exclusivamente carroñeros. Así y todo, cuenta Dominique, en algunos pueblos sudamericanos, como en Perú y Colombia, aún circula la leyenda de que estas aves se llevan volando a terneros e incluso guaguas. “Y es súper mentira”, aclara ella.
Es más, los cóndores no tienen las patas como las rapaces diurnas (águilas y halcones) o las nocturnas (búhos y lechuzas), que tienen cuatro dedos muy desarrollados y con largas uñas curvadas, útiles para capturar a su presa; en cambio, estos carroñeros poseen un dedo trasero corto, más parecido al de las gallinas, por lo que difícil podría afirmar a alguna presa en vuelo.
Además, tienen la cabeza completamente calva, una cualidad que —a través de las selección natural— ha evolucionado por razones de higiene, para evitar infecciones o cualquier patógeno que se encuentre en la carne en descomposición que consumen. Lo suyo es el reciclaje en la naturaleza, no la cacería; una tarea muchas veces incomprendida, como lo dejó en evidencia Gabriela Mistral en 1925: “Yo confieso mi escaso amor del cóndor, que, al fin, es solamente un hermoso buitre (...) Me rompe la emoción el acordarme de que su gran parábola no tiene más causa que la carroña tendida en una quebrada”.
Como sea, esa es la vida de “Eluney” y los suyos en libertad, que hace poco una persona lo fotografió posado en una roca, en el mismo Cajón donde ya hace casi tres años, fue liberado.
—Esta es una segunda oportunidad para ellos de rehabilitarse, de volver a la naturaleza —dice Dominique—; pero también lo es para nosotros, porque casi todos los cóndores llegan a un centro de rehabilitación por una causa humana.
Y declara: “Esta es nuestra pasión, nuestro amor”.
Eduardo, en tanto, no esconde lo que le despierta una imagen como la de “Eluney”:
—Si estás en el cerro y ves un cóndor volando, y tiene una marca con un número en las alas, recuerdas su historia y es emocionante, saber que ese cóndor estuvo en tus manos, estuvo contigo y lo recuperaste. Y en el fondo, verlo volando libre es como proyectarte tú hacia el cerro y el cielo, sentirse parte de la montaña. Es un sentimiento de alegría, gratitud de haber tenido la posibilidad de apoyar a ese pájaro, y que hoy esté libre, en el cielo.