Este pequeño volador nativo, caracterizado por una “bufanda” roja en el cuello, ha sabido adaptarse al mundo urbano y, ante esa cualidad, el biólogo César Muñoz partió un estudio para saber qué comportamientos ha modificado para lograrlo; a pesar de que “a veces uno los mira un poco a huevo”, admite el investigador sobre una especie que habita en buena parte de Latinoamérica. “De repente, te revelan cosas interesantes”, asegura. “Miras al pájaro de nuevo, con otros ojos”.
¿Por qué el chincol (Zonotrichia capensis)? El biólogo y fotógrafo César Muñoz Varela debía definirse por un “ave adaptada a la ciudad” para estudiarla. Y fue esa su elección.
Antes, ya había investigado al zorzal (Turdus falcklandii), otro pájaro común tanto en el mundo urbano como campestre. Pero ahora, para su magíster en ecología conductual en la U. de Chile, necesitaba otra especie.
“La gracia del chincol es que es un ave súper cosmopolita; vive desde el sur de México hasta Tierra del Fuego”, cuenta a La Cuarta sobre sus razones para elegir a este pajarito que habita a lo largo de casi todo el país. “Es un ave súper interesante porque obviamente tiene adaptaciones que le permiten moverse en distintos ambientes”.
Al verlo, este pequeño y emplumado volador se distingue por la “bufandita” rojiza que tiene en el cuello y un penacho con líneas negras sobre su cabeza. Verlo no es difícil; además, es conocido en la cultura popular. Su llegada, para algunos, anuncia la llegada de una carta o de una visita agradable. En tanto, su canto se asemeja a la frase “¿Has visto a mi tío Agustín?”. Eso sí, admite el biólogo, “me cuesta escucharlo; con imaginación, hay gente que lo escucha”.
“Es un pájaro súper cotidiano; eso a veces uno los mira un poco a huevo o los dé por sentado”, plantea. Sin embargo, remarca, “es entretenido que con aves a las que uno no le presta tanta atención, de repente, te revelan cosas interesantes”, por lo tanto, “miras al pájaro de nuevo, con otros ojos”.
Cómo descifrarlos
En el laboratorio del académico Rodrigo Vásquez, especializado en la conducta de los animales, César estudia los efectos de lo urbano en cómo se comportan los chincoles y, para ello, compara algunos “rasgos de personalidad” entre pajaritos que viven en la ciudad y en el campo. En Europa y Estados Unidos ya se han hecho trabajos de este tipo con otras aves y “se ha visto que hay algunas variaciones interesantes”, destaca .
Para ver si los chincoles citadinos han cambiado su comportamiento para adaptarse, decidió jugársela con dos experimentos para buscar diferencias de conducta.
El primero de ellos se enfocó en la “conducta exploratoria”, explica, que, en simple “es qué tanto explora un animal un ambiente”. Con esa idea puso a distintos individuos citadinos y pueblerinos en jaulas que desconocían, las cuales contenían distintas perchas y palitos. “Ahí uno graba, mide y anota cuánto rato, dónde se pone, cuánto rato está en cada percha, se mueve mucho, se mueve poco, etc”, dice.
El otro se centró en la “neofobia”, que “es el miedo a lo nuevo”, cuenta en fácil. Para ello, lo que hizo César fue ubicar un objeto nuevo en la jaula, “que puede ser lo que se te ocurra, generalmente algo llamativo y, como las aves tienen buena visión en color, les pongo adentro unos plumones de colores”. Tras dejar tiempo a los chincoles sin comida, les volvía a poner el comedero, pero con un lápiz dentro de este. “Uno lo que mide es generalmente cuánto rato se demora el pájaro en acercarse”, explica “Tiene que sopesar entre el hambre y acercarse a una cosa nueva”.
Los chincoles que necesitaba eran cerca de 40. Para ello utilizó redes de niebla, que es un sistema útil para atrapar aves y murciélagos. Aunque a veces se requiere paciencia. Esperar. A los pajaritos urbanos los capturó en el campus de Juan Gómez Milla de la U. de Chile. En tanto, a los campestres los pilló en el santuario de la naturaleza de Quebrada de La Plata, en Maipú, hacia la cordillera de la Costa.
Los tenía solo durante tres días en cautiverio, para evitar que se acomodaran a esa nueva vida dentro de una jaula de tres por dos metros, y 1,5 mts de alto. Después, los dejaba libres.
Antes de los experimentos, lo que él creía que pasaría es que los “pájaros urbanos serían más exploradores”. Ello porque, al recopilar estudios de esta naturaleza, esa ha sido la tendencia. “Uno tiende a pensar que las aves adaptadas a la ciudad deberían ser más exploradoras, porque tienen más variabilidad del ambiente y más recursos para explorar”, plantea, considerando que se sabe que es una especie a la que le “fue bien y es exitosa en la ciudad”.
Ya acabó con los experimentos y ahora se ha enfocado en analizar los datos. En videos de diez minutos grabó los movimientos de las aves dentro de la jaula. Luego, con ayuda de un software, anotó los comportamientos. Por cada registro se demoró entre media y una hora.
Si bien aún no ha detectado diferencias entre los chincoles urbanos y rurales, sí ha notado variadas actitudes entre los individuos. “Aunque sean de una misma población, tienen cierto grado de variabilidad en su comportamiento y no reaccionan todos exactamente igual como una máquina”, cuenta.
Lo complejo es que los distintos comportamientos son sutiles, no es llegar y decir “sí” o “no”, sino que requiere, por ejemplo, de “una fórmula que te saca el índice de conducta exploratoria del pájaro”.
Eso sí, un detalle que ha percibido es que los chincoles campestres son “súper desordenados para comer”. Se metían de cabeza al comedero y “me dejaban la cagada, las semillas volaban para todos lados”, relata. En cambio, con los urbanos era mucho menos, o sea, “más piolita”, precisa.
Ante esa diferencia, “uno al tiro empieza como a elucubrar: viven en lugares abiertos, en que el suelo es de tierra y excavan en la hojarasca para buscar las semillas que les gustan más”, supone, aunque aquello es aún noticia en desarrollo. En todo caso, aclara, “son comportamientos relativamente simples”, por lo tanto, “no es como que fuera un mono, un cuervo o un animal que haga comportamientos mucho más elaborados”.
El canto, un lenguaje
También conocido como “chingolo” o “copete”, el chincol habita prácticamente en toda Latinoamérica, salvo en ambientes muy selváticos como el Amazonas o la cuenca del río Orinoco, o en las áridas condiciones del desierto de Atacama.
Pero fuera de sus escenarios, se lo puede encontrar desde el nivel del mar hasta alturas que alcanzan los 4.500 metros, según el Atlas de las Aves Nidificantes de Chile, publicado por la Red de Observadores de Aves y Vida Silvestre (ROC).
Es parte de las aves nativas que se han adaptado a la ciudad junto con los zorzales, las tórtolas (Zenaida auriculata) y los tordos (Curaeus curaeus). Además, están las especies exóticas —y por lo tanto no protegidas por la Ley de Caza— como el gorrión (Passer domesticus), la paloma (Columba livia) y la cotorra argentina (Myiopsitta monachus), que también se sienten bastante cómodas en espacios cubiertos de asfalto y cemento.
Por su amplia distribución, este pajarito se encuentra en la categoría de “preocupación menor”, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Para sobrevivir se alimenta de frutas, semillas y bichitos, dependiendo de lo que pille disponible.
El chincol pertenece al orden de los paseriformes (Passeriformes), conocidas popularmente como aves cantoras. Dentro de esta categoría se encuentran los oscinos (Passeri), que, entre otras características, se distinguen por la gran variedad de vocalizaciones que emite cada especie, a diferencia de lo que ocurre con los suboscinos (Tyranni) como los rayaditos (Aphrastura spinicauda), que presentan una menor variedad.
“La misma especie tiene variaciones en la zona centro, sur, norte y en distintos países”, explica sobre el chincol y sus parientes. “Tienen el mismo canto base y ciertas variaciones sobre todo en la parte final del canto”.
Esto se debería a que en este suborden las vocalizaciones no vienen totalmente definidas por el ADN, sino que las aprenden. “No viene solo genéticamente determinado”, explica. “Hay como un lenguaje, por así decirlo”. Por ejemplo, dice, “en el sur canta cantadito, igual que la gente”.
Si bien en solo un gran linaje, el chincol presenta más de veinte subespecies, de las cuales cuatro se encuentran en Chile. Una de ellas es chilensis, que es la más común acá y se la halla en buena parte del norte, centro y sur.
Luego está la variante antofagastae, que se ubica en las regiones de Tarapacá y Antofagasta. En tanto, más hacia arriba, “en la colita de Arica”, dice, se ve a peruviensis. “Esas dos son más oscuras, las franjas negras son mucho más marcadas”, describe.
Y la otra es la australis, que se halla hacia la zona austral, mientras que sube en los sectores cordilleranos para llegar hasta puntos como Farellones o el Cajón del Maipo, en la Región Metropolitana. “Es más grande, más maceteado”, dice sobre este chincol. “Es el único migratorio, aunque no sabemos qué tan migratorio; sobre todo en Tierra del Fuego, donde pasan el verano”. Aún es materia de estudio.
Introducido en 1904 en Chile desde tierras europeas, se dice que el gorrión es un problema para el chincol. “Pero no conozco ningún estudio formal con una respuesta certera de cómo ha sido eso”, advierte él sobre una interrogante que califica como “súper interesante”. Por lo tanto, dice, “depende de a quién le preguntes qué te va a decir”.
Al mirar el tema desde la teoría, “el gorrión debería competir con el chincol y desplazarlo”, dice, considerando que es un pájaro más grande y algo más agresivo.
Sin embargo, según le ha tocado ver al menos en Santiago, “sobre todo en los barrios más bonitos, donde hay más verde, se ve más chincol que gorrión”, por lo que “siento que al chincol en zonas más precordilleranas le ha vuelto a ir bien”, mientras que en los lugares que hay menos vegetación cree que la situación es al revés. “No sé si es por competencia directa o simplemente en ese ambiente más hostil al gorrión le va mejor”, plantea.
En busca de respuestas, apunta a los nidos. El chincol los hace en árboles, arbustos y, sobre todo, en matorrales, donde haya buen follaje para ocultarse donde tiene dos o tres polluelos. En cambio, el gorrión recurre a cavidades o “huequitos”, por lo que “está súper asociado a las construcciones humanas” como aleros de casas, entretechos y focos. En cambio, “en ciertos sectores rurales, hay más arbustos para que el chincol pueda hacer su nido”, dice.
“Un cariño especial”
Al recordar las largas horas de trabajo con los chincoles, César dice:
—Es una relación de amor y odio.
A veces, cuenta, sucede que “no te caen los pájaros en la red, y llevas todo el día, y necesitas tal número de pájaros y piensas ‘pucha, estos gallos que no caen’”. También le pasó que “el experimento no salió cómo creíste, o el pájaro en vez de volar para acá, voló para allá”. En resumen, declara, “es como tener más mascotas, la quieres pero a veces igual te sacan”.
Desde otro ángulo, expresa, “tener un pájaro en la mano igual es una experiencia distinta”; porque “te dan esa sensación de fragilidad”, dice. Pero, al mismo tiempo, “son súper resistentes, muy elásticos, el ala tiene una movilidad súper loca y el pájaro vuela como si nada”, remarca. Aparte, “migran, aguantan el frío, los ves en la Cordillera; ese pájaro tan frágil aguanta tantas cosas”, asegura.
También, ahora que terminó los experimentos, en ocasiones le toca ver algún chincol suelto por ahí. En su momento, les ponía una anilla en la pata para identificarlos. A veces se pregunta: “¿Dónde andarán? ¿Seguirán por acá? ¿Estarán los mismos? ¿Cómo les irá este año? ¿Iré a encontrarlos de nuevo?”.
“Te reencantas con esas aves más comunes”, dice. “Uno les tiene un cariño especial”.