Durante primavera y verano, esta ave playera vive su temporada reproductiva. Sin embargo, en costas como las desembocaduras de los ríos Elqui y Maipo, muchos huevos ni siquiera alcanzan a eclosionar, a causa de distintas amenazas humanas. Sin embargo, en una playa de Talcahuano, las parejas “tienen un alto éxito”, declaran desde Fundación Bandada. Si bien no saben “a ciencia cierta” cuáles son las razones, sí aplican medidas que ayudarían a estos padres “súper protectores”
El pilpilén común (Haematopus palliatus) es un ave playera que habita prácticamente alrededor de todo el continente, tanto en las costas del Pacífico como del Atlántico. Su distribución es bastante amplia.
Hasta ahí, todo bien, no parece un escenario como para poner ojo.
Sin embargo, en lo que a Chile respecta, en 2020 el Ministerio del Medio Ambiente cambió su estado de conservación de “preocupación menor” a “casi amenazada” por el reglamento del Ministerio del Medio Ambiente. Su caso había empeorado. Felipe Jara, co-fundador de Fundación Bandada, define esta situación como “súper mala”, y advierte que si la cuestión sigue así, el siguiente paso será declararla “vulnerable”. Pero, dice a La Cuarta, “estamos tratando de que no pase eso”.
En lugares como la desembocadura del río Elqui, Región de Coquimbo, se han registrado problemas con los huevos y polluelos de este residente playero. Sin ir muy lejos, el 17 de noviembre la ONG Río Elqui Verde publicó los registros de tres polluelos que fueron cazados por perros. Tras el ataque, los padres pilpilenes permanecieron junto a los cuerpitos sin vida de sus retoños, acaso con alguna esperanza estéril de que se volvieran a mover.
“Esta ave está casi en peligro de extinción”, declararon desde la organización sobre el ave y el ecosistema de La Serena. “Su humedal, sus dunas, su agua, su flora y fauna están siendo devastados lentamente”.
Lo mismo ha ocurrido más hacia el sur en Mantagua, donde está la playa de Ritoque, que ha registrado escaso éxito en la eclosión de huevos para estas aves. Y más hacia abajo, en el tramo final del río Maipo, también, donde alcanza prácticamente un 0% de fortuna; aunque hace unos meses, tras un par de años, nacieron tres polluelos.
Pero “Talcahuano rompe la norma, tenemos mucho éxito reproductivo en la playa”, declara Felipe, quien es oriundo de esta zona de la Región del Biobío, y se dedica al aviturismo y a la conservación de esta especie. “Siempre nos llamó la atención el gran número de pilpilenes que había en el lugar”, dice. “Es una playa que alberga una población estable de unas 120 parejas”.
Sobre el porqué de aquel buen presente, admite que “la razón a ciencia cierta aún no la sabemos, pero hay varios factores que pueden estar ayudando”.
Una vida en la playa
El pilpilén común —que no es el mismo que sus parientes negro (Haematopus ater) y austral (Haematopus leucopodus)— vive desde Arica a Chiloé, y ya más hacia el sur disminuye su presencia hasta el estrecho de Magallanes.
“Utiliza las playas de arena para hacer sus nidos y seguir todo su ciclo de vida”, detalla a La Cuarta Katherine Sanhueza, también de Bandada y dedicada a la conservación de esta ave. En el arenoso suelo hace una leve “depresión” y ahí deposita de uno a tres huevos manchados que se camuflan con la superficie, protegiéndolos de eventuales depredadores.
Cuando no están en época reproductiva, al menos en Talcahuano, se reúnen en grandes bandadas playeras de hasta unos cien individuos. En las horas de marea baja, se acercan a la orilla a comer crustáceos y bivalvos, que son moluscos con un caparazón compuesto por dos conchas que se abren y cierran para proteger al animal. Pero el pilpilén ha desarrollado un pico anaranjado que es largo, delgado y puntiagudo, útil para acceder a su comida.
Ya en septiembre, empiezan a poner los primeros nidos, etapa que dura más o menos hasta enero. En una temporada cada pareja puede poner hasta dos nidadas, por lo que los últimos juveniles se independizan entre marzo y abril.
“Hemos anillado pilpilenes en el humedal, pero no hemos anillado parejas”, cuenta Katherine. “Pero sí hemos anillado por lo menos a uno, y nos gustaría anillar parejas para saber si son monógamos, aunque pensamos que sí lo son”, es decir, que la hembra y el macho persisten juntos con los años.
“Durante el día no los empollan tanto, porque igual las temperaturas son elevadas, sobre todo en el suelo”, comenta ella. Han medido la temperatura de la arena, y esta puede alcanzar los 28° o 30°C. “Pareciera que los dejan solos, pero siempre están pendientes, saben dónde están y emiten un sonido de alarma cuando uno se acerca mucho”, cuenta, una vocalización que Felipe describe como un “pitido cortito, de alerta”.
Los huevos los ponen “un poquito más arriba de la línea de alta marea”, explica él. En ese punto de la playa parte de la vegetación dunaria, que es de baja altura, y se compone principalmente por docas y suspiros de mar. “Nosotros realzamos mucho esas especies porque son claves para el pilpilén, por lo menos en nuestra playa, porque las ocupan para esconderse cuando nacen”, detalla.
En esta costa, sus depredadores naturales son, en general, aves rapaces como el aguilucho común (Busardo dorsirrojo), el vari (Circus cinereus) y el halcón peregrino (Falco peregrinus). “Hemos visto cómo esas especies intentan depredar a los polluelos”, cuenta ella. “En esos casos uno es un espectador, porque es parte de la naturaleza”.
Durante el periodo de crianza se vuelven sumamente territoriales, “respeten mucho sus territorios y espacios en la playa”, recalca él. A lo largo de esta costa, las parejas con sus nidos se distribuyen cada 50 a 60 metros entre sí; de hecho, “son súper fieles a sus sitios de reproducción”, porque “las mismas parejas vuelven a nidificar en la misma área”. En ocasiones los individuos hacen algunas “migraciones locales”, precisa Katherine. Por ejemplo, durante el 2021 un ave fue anillada en la desembocadura del río Itata, en la Región del Ñuble, por el Laboratorio de Ecología de Vida Silvestre de la U. de Chile, “y nosotros la vimos en el canal El Morro, en Talcahuano”.
Los pilpilenes, que son “súper protectores” con sus pequeños, suelen ser bastante hostiles con los retoños de sus pares. “Nos hemos dado cuenta que si un polluelo de una pareja se mete al [territorio] de otra, le empiezan a pegar, lo picotean y lo espantan”, relata ella.
En tanto, Felipe destaca que ese comportamiento “nos ayuda a saber a qué pareja pertenecen” las crías, las que se demoran alrededor de un mes en aprender a volar.
Peligros al acecho
La Marisma Isla Rocuant o De Los Reyes está compuesta por una playa de unos nueve kilómetros de largo, que va desde Talcahuano hasta Penco, y un humedal que es el más grande la zona, el Rocuant-Andailén.
Su parte costera fue un balneario comúnmente visitado por turistas entre la década de 1960 y 1970. Sin embargo, con los años, la gente dejó de visitar la playa. Hasta que, en medio de la pandemia, “las personas empezaron a redescubrirla”, ante " la falta de poder salir y estar en contacto con la naturaleza”, cuenta Katherine.
Por lo tanto, “en este momento es súper visitada” y, con ello, se han intensificado las amenazas para los pilpilenes.
Aunque esta costa “no tiene un acceso público”, comenta Felipe, la gente ingresa por los portones, lo que permite la entrada a la playa de motos, autos, camionetas y jeeps.
“Eso altera la época reproductiva”, advierte ella, porque estas aves “nidifican en primavera y verano, que es cuando más tránsito de personas hay, y eso fomenta el uso de vehículos, cosa que no está permitida por un decreto de la Armada de Chile”, que data de 1998. De hecho, “hemos visto polluelos atropellados” en esta playa que “es muy angosta”, describe, “debe tener unos diez metros de ancho; aunque en algunas zonas es muy ancha”.
“Los huevitos son del mismo color que la arena”, plantea ella. “Se camuflan muy bien y son casi imperceptibles a la vista humana”, y más aún “para una persona que va en un vehículo”.
También, agrega Felipe, “la gente al acercarse a la playa en la época reproductiva los puede pisar”, por lo tanto, “cuando los pillamos aplastados, no sabemos si fue un auto o una persona”. Es decir, declara, “el turismo masivo también lo vemos como una amenaza”.
Pero esos no son los únicos problemas.
Hace dos años, la fundación instaló cámaras trampas en distintos sectores de la costa: “Tenemos registros de perros en la noche alimentándose de los pollos y los huevos”, dice él. En tanto, ella menciona que también atacan los pilpilenes adultos pero, como tienen la ventaja de volar, generalmente se salvan.
Así y todo, según los datos que han recopilado, “nos hemos dado cuenta que la especie en esta playa específicamente está teniendo un alto éxito reproductivo”, destacan.
Plan de acción
Mientras dura la época reproductiva, es decir, durante primavera y verano, en la fundación Bandada hacen un recorrido semanal por los nueve kms de playa. En esta caminata cuentan los nidos, los polluelos y los adultos que observan. “No es fácil”, advierte Felipe. “Todo eso es a pie y nos toma prácticamente todo el día”. En caso de “mal clima” o si “hace frío”, se posterga la salida, porque “no queremos molestar a los pilpilenes para que se levanten y los huevos tomen frío”.
Esa pega suele realizarse con binoculares y, mientras avanzan, se fijan en las parejas que hay más adelante “para ver cómo se comportan, porque cuando tienen pollitos empiezan a emitir vocalizaciones que detectamos y deducimos que tienen pollos”, explica. De hecho, en algunos casos, los adultos se hacen pasar por “heridos, como que tienen el ala rota, para llamar la atención y que uno no vaya a buscar a los pollos”, detalla.
—Ocupan esos métodos —resume—. Uno se va acercando a las parejas y ellas se van delatando solas.
Cuando empezó a participar en los monitoreos de pilpilén, en 2020, llamó su atención “que ellos vuelan en círculo arriba y cerca, emitiendo un sonido de alarma”, relata. “Cuando nos íbamos acercando, si los padres están muy alterados, ahí debe haber polluelos, y en la mayoría de los casos era así”.
Durante el trayecto también anotan cuánta gente “vemos en la playa, si pasaron vehículos y si vimos perros”, datos que después dan a conocer, porque “es importante mostrar que las amenazas están presentes y con qué frecuencia”, remarca él.
En general, destaca, es “una especie fácil de monitorear”, porque suele hallarse “en el mismo sitio, es bastante confiada, siempre la observas; no es como los pájaros carpinteros o los búhos”.
En paralelo, tienen un programa de voluntariado en que, durante los fines de semana, los voluntarios recorren la playa “educando a la gente que está ahí”, explica. Los jóvenes van por el lugar respaldados con fotos de los pilpilenes adultos, de los polluelos y sus huevos, y así darlos a conocer. “La gente así se va empoderando y, si ven un vehículo, ellos mismos llaman para fiscalizar; nosotros ya no damos abasto”, destaca. “Es importante que la gente se haga parte del resguardo”.
Katherine también menciona que han colocado letreros en la playa con las amenazas de esta ave costera. En estos se lee que “no se debe ingresar con vehículos, que ojalá las personas, si van con sus mascotas, que vayan y la paseen con correa”. De hecho, recomienda que derechamente eviten ir con mascotas, porque “eso igual altera a los pilpilenes y, aparte de eso, el olor de la mascota atrae a perros asilvestrados que habitan en el humedal (Rocuant Andalién)” al que está conectado, donde hay registros de unas 140 distintas especies de aves nativas, además de roedores como el coipo (Myocastor coypus) y otros animalillos.
También, en la fundación planean colocar “cercos perimetrales temporales” para que las personas puedan transitar solo por un área delimitada. “Tampoco queremos que la gente no visite el lugar, pero sí que lo hagan de forma responsable, y para eso estamos esperando la respuesta de la Armada”, cuenta ella, permiso que debe llegarles desde la central en Valparaíso. En tanto, Felipe precisa que “queremos conseguir la concesión marítima de esa playa para poder administrarla, para conciliar el turismo y conservación, y que la gente pueda acceder a ciertas zonas”.
Ambos también tiene una empresa de aviturismo, Chile Birds, en que realizan tours por la playa y el humedal. “Hablamos de la importancia del área, sobre las especies, la ética que deben tener los observadores al momento de avistar vida silvestre”, plantea Katherine. “Usamos el turismo como herramienta para la conservación”.
Un ave “bastante llamativa”
En la fundación decidieron tomar al pilpilén como la “especie paragua, porque es uno de los sitios más importantes para su reproducción a nivel nacional”, explica ella. A través de esta ave se rigen para “proteger y conservar el ecosistema, pero, al mismo tiempo, otras especies también se verán beneficiadas”.
Según el Laboratorio de Ecología de Vida Silvestre de la U. de Chile, el pilpilén “es considerado como un indicador biológico, es decir, su presencia y abundancia es signo de un buen estado de los ambientes”.
El proyecto lo ejecutan con fondos de la ONG gringa Manomet. “No tenemos nada de financiamiento del Estado chileno o el Municipio [de Talcahuano]; todo es financiado por extranjeros”, menciona Felipe. Así, también aportan al cuidado de especies migratorias que llegan desde Norteamérica como el zarapito común (Numenius phaeopus) o la gaviota de Franklin (Leucophaeus pipixcan).
Ahora, el plan es retomar una pega que la pandemia ha entorpecido, debido a que no pudieron hacer por completo los monitoreos que se realizan entre agosto y marzo, “desde que las parejas se empiezan a agrupar en ciertos sectores de la playa hasta que los polluelos están juveniles” precisa ella.
El bicho pandémico impidió que esa labor se hiciera de forma “sistemática”. Sin embargo, en este momento ya tienen en mano los datos de la temporada 2021-2022, y ahora está en proceso de conteo del 2022-2023. Así, al menos en lo que respecta de un año a otro, en los próximos meses verán si hubo una “disminución o un alza” en su éxito reproductivo local.
Por último, Felipe define al pilpilén como un ave “bastante llamativa: por sus colores, tiene un pico largo y rojo”, describe. “Es una especie grande, entonces la gente la reconoce al tiro”.
—Uno cuando trabaja en conservación tiene que fijarse en especies que sean llamativas para llegar con el mensaje a la gente.