La devastadora trama del Huillín: “Hemos destruido el paisaje de Chile de una manera atroz”

Huillín. ILUSTRACIÓN: César Mejías / @gatoncomic
Huillín. ILUSTRACIÓN: César Mejías / @gatoncomic

Alguna vez habitó hasta Rancagua. Sin embargo, la caza, la destrucción de su hogar y las enfermedades introducidas lo tienen en poblaciones fragmentadas que apenas aparecen en La Araucanía: “Demuestra cómo hemos sido nosotros con la naturaleza”, dice el investigador Gonzalo Medina. A este escenario se suma un estudio que le detectó la menor diversidad genética entre las nutrias del mundo, que implica “un bajo potencial adaptativo para cambios futuros”, advierte la co-autora Juliana Vianna. “Es bien preocupante”.

“No me voy a olvidar de eso”, dice el médico veterinario Gonzalo Medina Vogel, quien llevaba dos años estudiando al huillín (Lontra provocax). Pero nunca lo había visto.

Eso hasta que un día, en 1990, andaba en el río Enco, que une los lagos Panguipulli y Riñihue, en la Región de Los Ríos. “Era un macho precioso”, relata sobre aquel encuentro a La Cuarta. El joven investigador andaba en una madriguera en busca de heces para estudiar su dieta. De repente, sintió como un “gruñido o soplido”. Miró hacia atrás y ahí estaba la criatura, de vuelta en la tierra, y lo observaba fijamente, como si le dijera “qué haces tú aquí, sale de aquí”.

“Son muy choros los huillines, por eso los cazan fácil”, describe. “No salen arrancando, se quedan un rato curioseando, mirándote, como enfrentándote; ahí los matan”.

Pero hasta 1987, casi nada se sabía de este animal. “Dentro de la fauna de Chile era muy poco conocido, hasta que lo redescubrí cuando empecé a hacer investigaciones en la especie”, relata el académico del Centro de Investigación para la Sustentabilidad de la U. Andrés Bello.

“No existía nada”, asegura, salvo algunos documentos del siglo XIX, un par de estudios en los canales australes y unas pocas publicaciones científicas en Argentina. “Eso era lo que había”, remarca. De hecho, aquellos textos describen a nutrias de entre cinco y ocho kilos. Hoy, se sabe que pueden llegar sin problema a los quince kilos.

Huillín
Un huillín en el río Queule. FOTO: Gonzalo Medina

En 1985 y 1990, siendo estudiante en la Universidad Austral, recorrió el sur de Chile en busca de un dato básico: dónde había huillines. “Ni eso sabíamos”, cuenta. “En ese tiempo se hablaba de que estaban a salvo dentro de los parques nacionales de Chile, y resulta que no”.

Se estima que actualmente ya no queda ni un 10% del total de huillines que había hace 200 años. Además, la inmensa mayoría de las poblaciones que habitan en ríos no cuentan con ninguna protección. “Dentro de los parques nacionales está, digamos, el 1% de los que habitan en agua dulce”, advierte y agrega que de “los ambientes marinos seguimos sin saber realmente qué está ocurriendo”, en referencia a los que viven en fiordos y canales australes.

En el pasado se la encontraba hasta la Región de O’Higgins en el norte. Sin embargo, hoy se la considera extinta hasta la del Bío Bío y, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), está en peligro de extinción desde La Araucanía, en el río Toltén, hasta Magallanes. Por supuesto, el ser humano ha tenido un papel clave para este escenario.

Mientras los estudios y los esfuerzos de conservación avanzan, algunas amenazas retroceden. Pero, en paralelo, aparecen otras nuevas.

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Un huillín en el Parque Nacional Pumalín. FOTO: Jorge Aichele

El drama genético

Existen trece especies de nutrias en el mundo y, en agosto del 2022, un grupo de científicos publicó una investigación en la prestigiosa revista Current Biology. El estudio secuenció los genomas de todos los linajes de esta subfamilia que, a su vez, pertenece a los mustélidos (Mustelidae), y que incluye tanto al chungungo (Lontra felina) como al huillín.

Tras el surgimiento del istmo de Panamá que unió Norte y Sudamérica, las nutrias cruzaron hacia el sur donde se pudieron diversificar hace al menos 3 millones de años.

La brasileña Juliana Vianna, ecóloga especializada en genética de vertebrados de la U. Católica, fue parte del estudio —junto a colegas como Eduardo Eizirik y Henrique Figueiró—y cuenta que los ancestros del huillín y el chungungo se habrían separado hace unos 430 mil años, pasando estos últimos del río hacia el mar.

“Las nutrias de Chile son las más recientes del mundo: el chungungo y el huillín”, dice Juliana sobre esta divergencia, a La Cuarta. “O sea, la adaptación del chungungo al mar fue bien rápida, lo que es bien interesante”. Ello explicaría por qué esta nutria marina “se queda poco tiempo en el agua, de hecho, pasa el 80% del tiempo en tierra”.

Huillín
Huillín mira a la cámara. FOTO: José Luis Bartheld

Una especie fue hacia el océano Pacífico, expuesta hacia el horizonte; la otra se quedó “protegida” en las aguas dulces y en las costas envueltas por el continente como fiordos y canales. A simple vista, el huillín prácticamente es el doble de grande que su pariente y, en los detalles, posee dos protuberancias en su nariz; a diferencia del chungungo, que la tiene lisa. En su comportamiento, ambos son sumamente ágiles, aunque en tierra el chungungo suele ser más hábil, lo que explica su apodo de “gato de mar”.

“Son especies importantes en el ecosistema”, explica Juliana sobre ambas nutrias. En el caso del huillín, es “el único depredador de los ríos”, así que “es una especie súper indicadora del ambiente, porque es muy sensible a los cambios”.

“Hay algunas diferencias genotípicas entre los que viven en agua dulce y salada, pero mínimas; o sea, no como para llegar a ser subespecies”, explica Gonzalo Medina sobre los huillines. Además, en cuanto a sus hábitos, por ejemplo, los de agua dulce tienden a alimentarse de peces y anfibios, mientras que los otros de crustáceos. Pero el problema que detectaron es que “están en una situación cercana al cuello de botella genético”, lo que es un “problema grave”, advierte sobre un peligro que enfrenta esta nutria que también habita en un costado de Argentina.

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Un huillín se come un pescado en la Patagonia argentina.

En un estudio que hizo Juliana en 2011 tomando el ADN mitocondrial (no los genomas) ya había detectado “un pequeño grupito diferenciado genéticamente de los de río, pero tampoco es tanto, porque dentro de la especie tampoco hay tanta diversidad; pero hay algo”.

Ambos investigadores coinciden en que estas diferencias no son tan relevantes porque, de por sí, “el huillín es la menor de todas [las nutrias] en diversidad genética, mientras que el chungungo es la segunda menor”, explica la ecóloga. Lo mismo se da en la categoría de homocigosidad, que es tener los dos alelos iguales, tanto el paterno y materno, lo que también es sinónimo de “menor diversidad”.

Esta situación es como contar con menos cartas en el mazo (o que estén repetidas). Así, en teoría, la especie cuenta con una gama inferior de opciones para adaptarse a los cambios en su ambiente y perseverar ante la selección natural.

Cuando se eliminan individuos de una especie, explica ella, las poblaciones “pasan por deriva génica, que es un efecto de cambios de las frecuencias alélicas de una generación a otra, y que genera más pérdida de diversidad”, continúa, “y mayor reproducción de individuos emparentados en pocas generaciones”. En simple, resume, “todos pasan, de alguna forma, a estar relacionados”, emparentados, lo que “aumenta la homocigosidad”.

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Primer plano de un huillín. FOTO: Gonzalo Medina

Durante el 2021, Gonzalo, Juliana y otros colegas publicaron un estudio sobre el complejo principal de histocompatibilidad (MHC), que son genes altamente polimórficos que intervienen en la respuesta inmunitaria de los vertebrados mediante el reconocimiento y la creación de antígenos al momento de enfrentar a microbios dañinos.

Al comparar el MHC del huillín con el del visón (Neovison vison), que en Chile es una especie invasora, “tenía muy poca diversidad”, lamenta ella. “Eso ya nos daba indicios de que tenía baja diversidad general”, lo cual “es un problema, porque baja diversidad genética confiere bajo potencial adaptativo para cambios futuros como climáticos o enfermedades”.

Si bien el MHC no es la única respuesta de los vertebrados ante los patógenos porque también hay otros genes involucrados en el sistema inmune, “en general tiene baja diversidad y, por lo tanto, baja capacidad adaptativa”, remarca. “Es bien preocupante”.

Gonzalo advierte que cualquier “enfermedad que buscamos la encontramos en los huillines”, tales como toxoplasmosis, parvovirus o distemper; escenario que, según dice, es peor que el de los chungungos, sus parientes más cercanos. “Los pobres realmente la están pasando mal”, manifiesta.

Aunque, ojo, esas afecciones no provienen de su hábitat, sino que de otra parte… Pero eso viene más adelante.

Antes de eso: ¿Qué explica la poca variedad genética? La investigadora dice que “pueden ser varios factores”, algunos de los cuales serían ajenos a las personas, como las glaciaciones, siendo la última hace unos 12 mil años, y que marcó el inicio del periodo Holoceno con el respectivo ascenso del Ser humano (Homo sapiens).

Sin embargo, aquel escenario que enfrenta el huillín puede deberse también a factores antrópicos, dice ella, tales como la caza y la acelerada destrucción de su hábitat.

Huillín
Un ejemplo del hábitat que requiere el huillín en Pitrufquén, en La Araucanía.

Una tierra devastada

“El huillín empezó su disminución marcada siguiendo la misma ruta de la colonización del sur de Chile”, asegura Gonzalo Medina. En pocas décadas fue “extirpado”, primero, del valle central, luego hacia las cordilleras de Los Andes y de La Costa, para luego avanzar hacia tierras sureñas.

Por ejemplo, dice que ya en 1950 prácticamente había sido erradicado de la zona que va desde el valle del Cachapoal, en la Región de O’Higgins, hasta la cuenca del río Mataquito, en el Maule.

Las distintas investigaciones coinciden en que el cambio del uso del suelo como una amenaza principal, “que es básicamente la eliminación de la vegetación ripariana”, es decir las plantas que crecen naturalmente en la ribera de los ríos.

Orilla del río
La dañada orilla del río Queule en La Araucanía. FOTO: Gonzalo Medina

Hace ya un par de siglos, de Coquimbo hacia el sur predominaban los hualves en los paisajes, es decir, los bosques pantanosos, abarcando hasta los valles de los ríos Mapocho y Maipo, describe Gonzalo. Las lluvias estacionales hacían crecer los caudales y, junto con ello, la vegetación en torno al agua actuaba como un “dique”, lo que inundaba y enriquecía “estas tierras que eran maravillosas para el huillín”.

Pero ese clima también resultaría una bendición para la agricultura y, más adelante, para las forestales.

—La extinción del huillín demuestra cómo hemos sido nosotros con la naturaleza —declara Gonzalo—: simplemente extraerlo y explotarlo todo hasta agotarlo, y ahí nos vamos a la siguiente cuenca, y a la siguiente.

En los ríos y lagos sureños es el huillín el depredador tope, al igual como en espacios terrestres lo son los zorros, los gatos silvestres y sobre todo el puma (Puma concolor). Pero su realidad es muy distinta: “Primero, tiene un hábitat que es lineal, no bidimensional”, explica. “Segundo, comparte con nosotros el mejor de los territorios de Chile: el valle central y la cordillera de la costa”; por lo tanto, su ausencia lo vuelve “uno de los mejores ejemplos de cómo hemos ido destruyendo el paisaje de Chile de una manera atroz”.

Huillín
El nado del huillín. FOTO: Macarena Barros

“Cambiar los ríos como se hace en el sur, canalizarlos, destruir la vegetación del borde, elimina su alimento; cambia todo su ambiente y lo afecta directamente”, declara Juliana.

El huillín es de gran tamaño dentro de su hábitat y se encuentra muy adaptado a ese ambiente acuático: “Es una especie bien importante para indicar la salud del ambiente”, porque es “sensible a esos cambios”, remarca.

El investigador de la U. Andrés Bello define al río como “la arteria y vena de la tierra”. Y ahí entra el problema de la contaminación, porque aquel sistema de agua absorbe todo lo que recibe.

Como depredador tope, el huillín come varias especies que van desde la rana chilena (Calyptocephalella gayi), pasando por el camarón de río (Samastacus spinifrons), hasta salmones introducidos (Oncorhynchus tshawytscha).

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Una nutria se alimenta en el agua. FOTO: Flavio Camus

Particularmente la vida de estos anfibios y crustáceos depende de los sedimentos que se acumulan en el fondo y, por lo tanto, la velocidad y la “capacidad de carga” del río repercute en la salud de estas criaturas.

“¿Qué ha hecho Chile?”, plantea. “Como Estado, en base a la Ley de Riego y a la utilización de suelos para la agricultura, se ha dedicado a convertir los ríos en canales, en tubos para el riego”, una realidad que dataría prácticamente desde hace dos siglos.

“Eso disminuye la capacidad de carga de un sistema”, explica, “porque si tienes un río sinuoso, al que si le sumas todos los meandros, tiene 50 kms en total, y eso lo conviertes en un solo brazo, canalizado para la agricultura, esos 50 kms los bajas a 10″, lo que, a su vez, “aumenta la velocidad del torrente, por lo cual influye en el patrón de sedimentación” y, por lo tanto —según investigaciones de entre 1987 y 2004—, también en residentes como el camarón.

En resumen, toda la cadena se ve afectada y, con ello, el huillín, que se encuentra en la cima.

Huillín
Así se ve el hábitat ideal de huillín en el río Maullín. FOTO: Jorge Guzmán

¿Qué pasa con la caza?

En los textos de los misioneros y colonos que llegaron al Sur de Chile durante la primera mitad del siglo XIX, “se leía que cazarlos era bastante fácil”, para luego comérselos y posteriormente vender sus pieles.

Aquel escenario de abundancia “hoy parece totalmente imposible”, declara Gonzalo. “Nosotros, para capturar uno con una trampa y tomar una muestra, nos demoramos meses”.

Durante largas décadas, una de las principales amenazas del huillín fue la industria de la peletería, en vista de que esta nutria cuenta con un pelaje aterciopelado y sumamente tupido; de hecho, el mamífero que tiene más pelos por cm², sumamente útil como impermeable en la vida acuática.

En la cultura mapuche, esta nutria era sinónimo de vida y fertilidad. Los registros del pasado la muestran como un animal bastante más social. “Esas descripciones de grupos y de grandes individuos no las ves ahora”, lamenta.

Dos huillines
Una antigua captura de dos huillines. FOTO: Gonzalo Medina

Así, en distintos puntos acuáticos de las regiones de Los Ríos y Los Lagos, como el Bueno, el Calafquén, el Rupanco y el Ranco, ya prácticamente no hay registros de huillines; y recién hubo uno en el Llanquihue tras largos días de esfuerzo, pero, las descripciones del pasado en este lago hablan de una “abundancia” de nutrias.

Al menos hasta 1980 la caza fue una amenaza potente. De hecho, el investigador recuerda que entre 1992 y 1993 se encontró con algunos cazadores furtivos en las regiones de Aysén y Magallanes. Incluso, hace menos tiempo, cuando junto a algunos colegas capturó a un huillín para ponerle un marcador, se encontraron con que tenía ocho tiros de escopeta en la cabeza y, aun así, había sobrevivido.

“Es algo que sigue, pero ahora es mucho menos”, resume.

Nicole Delgado, biología marina en la U. Católica, y que trabaja en el mismo laboratorio que Gonzalo Medina (él la asesora en sus investigaciones), habla sobre un estudio exploratorio que condujo —junto a su colega Gabriela Molina— durante la pandemia, el cual abordó al huillín desde otro ángulo.

Si bien su tesis tenía un foco biogeográfico, durante el 2020, las investigaciones eran complicadas de realizar en medio de la crisis sanitaria, por lo tanto, hicieron una serie de entrevistas y encuestas virtuales a 239 personas, que antes debían pasar por un filtro que consistía en reconocer al huillín entre otras especies que habitan en Chile.

Huillín
La mirada curioso del huillín. FOTO: Gonzalo Medina

Las personas veían imágenes de chungungo, coipo (Myocastor coypus), lobos marinos e incluso del visón, que es introducido, para determinar “si efectivamente lo que tenían en mente era realmente un huillín”, explica ella a La Cuarta. Y resultó que 151 de los encuestados (todos chilenos residentes) lograron reconocerlo.

“Nos dimos cuenta que lo confunden mucho con el coipo, porque igual es grande, gordito, entonces en el agua, suele confundirse”, describió. También con el visón, porque ambos tienen un cuerpo alargado. “Y muchos lo confunden con chungungo”, porque “no tienen la noción de que es principalmente de zona marina, y el huillín es más de agua dulce”.

Así y todo, en general, “uno puede darse cuenta de que sí pueden identificar nutrias”, destaca. “Tienen una noción de qué es nutria y qué no”, aunque “dar la especie cuesta un poco más”.

Con eso aclarado, empezaban una serie de preguntas sobre el “conocimiento y percepción” que tenía la gente sobre esta nutria de río. Si bien la encuesta tenía varias áreas, hubo una en particular que seleccionaron para presentar en el 15° Congreso Internacional de Nutrias durante septiembre.

Huillín
Un huillín siendo puesto en libertad para su seguimiento. FOTO: Gonzalo Medina

Estos datos recolectados tenían que ver con “cómo percibo los beneficios que me puede entregar la nutria; y por otro lado, qué percepción tenían las comunidades que se rodeaban con la nutria y cómo se podían beneficiar”.

Como una de las preguntas era si había visto un huillín alguna vez, un 46% respondió que se benefició personalmente de la nutria desde lo “emotivo”, por lo que significa verlo en estado silvestre. Mientras que a nivel de comunidad, un 87% de quienes viven en zonas de La Araucanía, Los Ríos y Lagos donde habita este carnívoro, indicaron que se beneficiaban desde lo “ambiental”.

En cuanto a quienes vivían en cursos de agua donde pudiera habitar el huillín, buscaron si estas personas perciben algún beneficio mayor: “Eso se analizó matemáticamente, pero no nos dieron correlaciones significativas”, dice ella. “Hasta el momento, con los datos que tenemos, no nos permite dar una explicación”.

Huillín
La protección del huillín. FOTO: Gonzalo Medina

Además, advierte que las personas reconocen al huillín, pero “no sé cuánto saben de la especie”, como “su estado de conversación o su distribución limitada”.

Como sea, son datos esperanzadores en cuanto a la “percepción” de un numeroso grupo sobre esta nutria.

La gran pregunta

De vuelta en las enfermedades, “descubrimos que se contagia de todo, porque viven en esa arteria, que es el receptáculo de todo lo que reciben alrededor”, dice Gonzalo sobre el huillín y su vida acuática. En aquellas indagatorias han tenido un papel clave las indagatorias del propia Juliana y de la veterinaria Macarena Barros.

Aquí entra al baile el visón. Aún no está del todo claro si esta especie proveniente de Norteamérica compite con la nutria nativa por alimento, aunque “hemos visto encuentros entre huillín y visón”, en que el primero “le saca la mugre” al segundo, que “sale arrancando”.

En cambio, el visón “sirve de puente para transferir el parvovirus y el distemper al huillín desde el perro (Canis lupus familiaris)”; un fenómeno que también se daría con los gatos (Felis catus). Por su presencia en ambientes silvestres, ambas especies domésticas se han convertido en un dramón para la fauna nativa en general.

En ese caso, como el visón es semiacuático, pero pasa más en tierra que el huillín, tiene más contacto con perros y gatos, lo que provoca estos cruces de patógenos. “Probablemente en muchos lugares se extinguió por parvovirus y distemper”, dice el investigador sobre la nutria de río.

Visón
Un visón invade la madriguera de un huillín.

En el 2000, ya se habían hecho las investigaciones que demostraban la drástica disminución de huillines de Rancagua hacia el sur durante los últimos dos siglos.Y aquellas nutrias que aún seguían en su hábitat se encontraban “semi-aisladas o fragmentadas”, lejos de la protección de los parques naturales que, en general, se ubican hacia la cordillera de Los Andes, y no en la de La Costa o el valle central.

Por aquel entonces, recuerda él, la discusión con “distintos organismos del Estado era: “¿Cuánto necesitamos conservar para conservar la población de huillín?”.

Pero, hasta ese momento, no había respuesta.

Gonzalo, junto a sus colegas Maximiliano Sepúlveda, José Luis Bartheld, René Monsalve y Vicente Gómez, decidieron buscarla. Para ello, previo a la era del GPS, aplicaron una técnica que hasta ese momento solo se había usado en Norteamérica y Europa: la radiotelemetría, que es implantar un transmisor para triangular las ondas electromagnéticas con antenas y determinar cómo se desplaza el animal.

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Seguimiento del huillín con radiotelemetría en los 2000. FOTO: Gonzalo Medina

Así arrancó un proceso de cuatro años donde nace el río Queule, en La Araucanía, donde se construyó una estación de campo para capturar a un total de 17 nutrias, entre las que se encontraban “Rey” y “Esperanza”, que, de hecho, “fue la primera a la que se le puso transmisor de forma exitosa”, asegura. “Lo extraordinario es que pudimos seguirlos por varios años”, destaca sobre un proyecto que “para qué te digo la cantidad de plata que me costó eso… y también del punto de vista personal y familiar fue tremendo, un esfuerzo impresionante”; es más, agrega, “nadie lo ha vuelto a hacer”.

Sin embargo, valió la pena, porque consiguieron la respuesta: “Para conservar al huillín tienes que conservar todo el río”, declara. Ello se debe a que, en promedio, cada nutria tiene un “hogar” de 11 kilómetros de largo, por lo tanto, “las densidades poblacionales no superan los 2,5 individuos por 10 kms”. Es decir, por ejemplo en el Queule, la población no supera los 20 huillines.

“Por eso ha sufrido todos los problemas del uso del suelo”, explica. “Por el tamaño del ámbito de hogar que tienen, atraviesan una forestal, un campo agrícola, un pueblo”, por lo que “recibe todo el impacto”.

Huillín
"Esperanza", la primera huillín a la que le pusieron transmisor. FOTO: Gonzalo Medina

¿Hay esperanza?

Se habla de que hay solo entre 400 y 800 huillines en la vida silvestre.

Al considerar la cantidad máxima de nutrias que puede habitar un río chileno, que no hay individuos en las costas que dan al Pacífico y que hay algunos en lugares como el Parque Nacional Isla Magdalena, “probablemente el número de huillines que quedan en agua dulce no supera los 500 individuos”, dice el investigador. En tanto, agrega, el dato “en aguas marinas es totalmente desconocido”.

Ello, en parte, se debe a que es una especie “difícil de estudiar”, comenta Juliana Vianna, particularmente en materia genética, porque “es muy difícil obtener muestras e información”, ya que “no es fácil de ver en la naturaleza”.

“Ojalá que no esté condenada a extinguirse pronto”, expresa ella, quien remarca la importancia de cuidar la poca diversidad que queda, y para ello hay que “mantener las poblaciones lo más grandes posibles”. Ahora sus planes son secuenciar otra parte del genoma del huillín “para ver dónde tiene mayor o menor diversidad”, por lo tanto, “queremos ver cuáles son las partes que varían un poco más, y qué funciones tienen esos genes”.

Huillín
Un huillín mojado. FOTO: Gonzalo Medina

Por su lado, Nicole Delgado comenta que “hay muchos estudios de la ecología, la biología y geografía” de la especie, mientras que hay poco de “qué percepción tiene la gente de la nutria”. Sobre el incipiente trabajo que presentó en aquel congreso internacional, destaca: “Es lo primero que se hace de forma más social y da un pie para futuras investigaciones”.

Pero la joven científica también quiere enfocar sus esfuerzos en el calentamiento global, considerando el estado de peligro de la especie: “Hay factores que se van a intensificar”, dice sobre el “aumento de las temperaturas y la densidad poblacional en el Sur”. Así, su plan es modelar un posible escenario que “nos permitiría ver si es viable la especie en el futuro”.

Como bióloga marina, Nicole “amaba al chungungo”, hasta que Gonzalo Medina le mostró al huillín. “Ahí él me enseñó que todo lo que pasa en las aguas dulces va a caer al mar”, por lo tanto, sabiendo qué ocurre en ríos y lagos, “tenemos más probabilidad de entender qué pasa en el agua salada”. Es más, sin ir más lejos, “fue muy interesante darme cuenta que todo lo que está afectando al huillín, afecta al ecosistema en que vive la gente en el Sur”, porque “está todo ligado”.

Rey huillín
"Rey", otro de los huillines seguidos en los 2000. FOTO: Gonzalo Medina

En general, dice Gonzalo, en las aguas dulces de Chile solo se dejan ver las aves y, eventualmente, un coipo.

Al huillín, en cambio, “no lo ves nunca, es muy críptico”, por lo tanto, “no estamos acostumbrados a que, “de repente, ves en el río flotando un animalito que con la cola puede llegar a medir un metro y medio, de espalda, con grandes bigotes, con una cabeza robusta, jugando con sus manos, y te mira”.

—La primera vez que lo ves quedas impresionado y encantado —dice—. No sabes qué animal es ese.

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