Ricardo Rozzi, director del Centro Internacional Cabo de Hornos, creía que unos pajaritos que habitan en las Islas Diego Ramírez eran parte de una especie común en los bosques. Pero estos se encuentran en un lugar donde no hay árboles: ¿Cómo se las arreglan en una tierra ventosa y solitaria? Así arrancó una larga investigación colectiva que incluso recuerda a los viajes de Charles Darwin por las Galápagos, y que demostró que es un nuevo linaje: “Las aves son el grupo mejor conocido del mundo”, destaca a La Cuarta sobre el hallazgo. “Encontrar un ave es muy improbable”.
Donde parece que ya no queda más mundo hacia el horizonte, en Cabo de Hornos, una ya desmembrada Sudamérica se hunde en las aguas del abismal y tormentoso Paso Drake para que, unos 1.200 kilómetros al sur, emerja otra vez la tierra con la península de la Antártica y todo el gran continente blanco.
Sin embargo, antes de lanzarse a esa inmensidad, hay una última parada solitaria.
Unos 110 kms más abajo del archipiélago de Tierra del Fuego, en la Región de Magallanes, se encuentran las Islas Diego Ramírez, que “son totalmente diferentes a todo el resto de Chile”, porque están muy “expuestas” y “no tienen ningún solo árbol o arbusto”, solo unos “pastos enormes que a veces miden hasta dos metros de altura”.
Fue en noviembre del 2015 la primera vez que Ricardo Rozzi, ecólogo y filósofo en la Universidad del Norte de Texas y en la de Magallanes, estuvo en este inhóspito punto del planeta. En ese lugar a veces casi desierto, vive un pequeño pajarito de unos 16 gramos, conocido popularmente como rayadito (Aphrastura spinicauda).
Él sabía que estas aves, comunes en los bosques chilenos, también habitaban en estas alejadas tierras; aunque algo más robustos que los del continente.
A simple vista, lucían bastante similares a sus pares continentales, que tienen una cola larga como de espinas negras y anaranjadas. Pero, al ver en estos individuos de las Diego Ramírez, saltaba a la vista una diferencia: “¿Y a este qué le pasó?, se preguntó Rozzi. “¿Se le cortó la cola?”.
Así como en 1835 el célebre científico británico Charles Darwin recorrió las Galápagos y se encontró con que en las distintas islas los pinzones tenían diferentes picos —observación que resultaría clave para el despegue de su teoría de la evolución publicada en El origen de las especies (1859)—, algo “muy bonito” estaba por descubrirse en este austral rincón del mundo.
Algo no calza
Hace unos años, para que el Parque Marino Islas Diego Ramírez-Paso Drake recibiera esta categoría, Ricardo Rozzi y sus colegas científicos necesitaban tener en su postulación a una “especie símbolo y emblemática”. Eligieron al albatros de cabeza gris (Thalassarche chrysostoma), que es el más amenazado dentro de esta familia de aves marinas. Allí esta especie pone sus nidos sin las amenazas de depredadores introducidos como gatos y visones.
Mientras tanto al rayadito lo dejaron “piola”, relata a La Cuarta, para no enredar tanto la historia en la postulación, pero lo siguieron estudiando en paralelo, midiendo y tomándole muestras de sangre.
Y cuando finalmente llegó el decreto oficial para este Parque Marino, en enero del 2019, “le pusimos todo el pino al estudio” de este pajarito de garganta blanca y un cuerpito que mezcla los colores amarillos, café y negro.
El ecólogo lleva un largo tiempo dedicado a investigar la relación entre los hábitats (“dónde se vive”), los hábitos (“cómo se vive”), y los co-habitantes (“quiénes conviven”). Un modelo que él llama de “las tres Hs”.
Al aplicar ese sistema al rayadito que habita en los bosques chilenos, su hábito es subir y bajar por las ramas en busca de insectos o en los huecos en sus co-habitantes, los árboles, para poner sus nidos.
Ahí apareció la extrañeza.
En este pequeño archipiélago que contiene las islas de mayor tamaño son Gonzalo y Bartolomé, de 18 y 64 hectáreas respectivamente —y descubiertas en 1619 por los hermanos García de Nodal—, habitan dos poblaciones de estos pajaritos.
“El mar es bravísimo”, describe Ricardo sobre una zona donde los ventarrones pueden superar los 100 kms/hr, con temperaturas promedio de 3 °C en los meses más fríos y de 7,5 °C en los periodos cálidos. “Ahí estás en pelotas frente al viento”, remarca. “Es como lo más épico, epopéyico, de lo que puede ser la navegación”.
Para que los científicos lleguen hasta allá, requieren “toda una parafernalia” que implica transportarse en barco o helicóptero, para luego quedarse durante unos diez días en las instalaciones de la institución naval, ubicadas en el faro que se encuentra en la isla Gonzalo desde 1951, donde las comunicaciones solo son por radio o satélite.
Sin árboles ni arbustos en las islas: “¿Cómo es que está este pájaro? ¿O está mal esta idea mía de las ‘tres Hs’? ¿O algo pasó? Y ese algo es la evolución?”, dice. Y el momento ¡eureka!, es decir, el del hallazgo clave, fue cuando los científicos vieron que en los grandes nidos de los albatros, hechos de barro, en la base de estos, entre los restos calentitos de plumas, los rayaditos de las Diego Ramírez, “nada de tontos”, instalaban sus niditos.
En tanto, resultó que su rutina la hacían entre los altos pastizales, donde el viento casi no puede entrar y las temperaturas son hasta 5°C más que a la intemperie. Y cuando el tiempo “está bueno”, cuenta Ricardo, van hasta las rocosas orillas para comer crustáceos, porque hay pocos insectos.
Este rayadito “cambió la conducta, el hábitat y la morfología”, explica. Se le acortó la cola para moverse con más destreza en un clima ventoso; se le agrandó y endureció el pico para hacerle frente a los duros exoesqueletos de estos pequeños artrópodos marinos; y se hizo más “gordito” (pesa unos 4 gramos más que sus parientes continentales), lo que es útil para conservar el calor y hacerle frente a las ráfagas.
Las diferencias fueron quedando al desnudo, observaciones que fueron gran mérito del ornitólogo Omar Barroso.
Pero aún faltaban las evidencias decisivas.
Y estas solo llegaron durante el año pasado, cuando con la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) del Ministerio de Ciencia, el equipo se adjudicó un gran fondo que permitió crear el Centro Internacional Cabo de Hornos (CHIC), Puerto Williams, el más austral del mundo y del que Ricardo es director. Y como faltaba la patita genética, se metieron de cabeza a hacer los análisis moleculares y, con el ADN del núcleo de las mitocondrias, “pudimos demostrar que era una especie distinta”.
El descubrimiento, realizado en colaboración entre 17 científicos, fue publicado el pasado 26 de agosto en la prestigiosa revista Nature. El artículo se titula: El Rayadito subantártico (Aphrastura subantarctica), una nueva especie de ave en las islas más australes de las Américas.
¿Cómo llegaron ahí?
“Probablemente fue una población pequeña, de un par de individuos que se fueron del continente para allá, y se diferenciaron genéticamente, y eso lo pudimos demostrar”, explica Ricardo sobre el nuevo Rayadito subantártico.
Tomaron muestras de ADN de rayaditos desde el Parque Nacional Fray Jorge, en la Región de Coquimbo hasta las islas Navarino y Hornos, en Tierra del Fuego, para compararlas con los rayaditos de las islas Gonzalo y Bartolomé, separadas del continente por más de 100 kilómetros de embravecido mar.
Las variaciones genéticas, derivadas de un largo tiempo de aislamiento y selección natural de los individuos más adaptados, apuntan a que el arribo de estos pajaritos ocurrió durante el peak de la última glaciación que vivió la Tierra, es decir, hace unos 18 mil años, cuando el Ser humano (Homo sapiens) ya había salido de África y se adentraba en suelo americano.
Esa fría época marcaría el paso del Pleistoceno al actual periodo de Holoceno, el cual caracteriza por climas más templados y la subida del nivel del mar.
Sin embargo, antes, durante los años de glaciación, las islas Diego Ramírez habrían quedado libres de hielo, dice Ricardo, y algunos pocos ancestros de los rayaditos, “nada de tontos”, se fueron allá y de ahí no se movieron hasta hoy.
Suena imposible que hoy estos pajaritos pudieran cruzar esta abismal distancia marítima, pero en aquel remoto pasado el mar se encontraba más bajo, o sea, la distancia con Cabo de Hornos era mucho menor.
Las islas Diego Ramírez son el último punto visible de la placa Sudamericana, por lo que el mar que las separa de Tierra del Fuego y el resto de Magallanes solo tiene unos 200 metros de profundidad; su origen no es el mismo que el del archipiélago de Juan Fernández o Isla de Pascua, que emergieron de erupciones volcánicas.
Ya hacia el sur del hogar de los rayaditos subantárticos hasta la Antártica, el Paso Drake puede alcanzar unos entre 4.500 y 5.000 metros de profundidad, “porque hay un verdadero cañón submarino, un marcado talud continental”, explica.
Así, un buen día hace miles de años, quizá con ayuda de alguna ráfaga favorable, los rayaditos llegaron a las islas Diego Ramírez, donde “no hay registros de que alguna vez hayan habido árboles”, agrega. Estas aves se habrían adaptado rápidamente a una vida completamente distinta.
Su intimidad
Los rayaditos son parte de la gran familia de los furnáridos (Furnariidae), que se distribuye por América Latina, desde el norte de México hasta las islas Diego Ramírez. Están ampliamente extendidos, con tamaños que van más-menos desde los 10 a los 26 centímetros.
La mayoría de las especies se dedica a comer bichos, aunque, por ejemplo, está la excepción del Rayadito subantártico, que enfoca su menú en crustáceos como pequeños cangrejos. El concepto “furnárido” viene del latín que significa “panadero” u “horno”, por la forma en que suelen armar sus nidos.
Los rayaditos subantárticos llevan una vida diurna, social y son “muy comunicativos entre ellos”, cuenta el ecólogo, y lanzan vocalizaciones cortas.
Es más, una diferencia con sus parientes de los bosques es su canto distinto, algo que han grabado los investigadores. “Este tiene un sonido más gutural, más bajo, que hace mucho sentido porque se transmite mucho mejor entre el pasto”, explica. “El otro es mucho más agudo; se transmite bien de tronco a tronco, por así decirlo”.
En Gonzalo y Bartolomé, ante la ausencia de mamíferos terrestres, casi no tiene depredadores naturales.
Sí hay algunas aves más grandes que, eventualmente, podrían tenerlo en su menú, como el carancho negro (Phalcoboenus australis), una rapaz fuerte y robusta, aunque más carroñera y oportunista, no muy dado a la caza.
También están los escúas, que es una familia de aves emparentada con las gaviotas, y esas sí tienden a la cacería. Eso sí, frecuentan más las orillas de las islas, mientras que este rayadito hace su rutina “muy metido en el pasto, está escondido y, como es muy pequeño, no es muy apetitoso”, dice.
Sí hay algunas moscas, que podrían ser alimento para este pajarito, y actualmente son estudiadas por la ecóloga Tamara Contador.
“Tenemos catastros de los insectos, musgos y líquenes”, cuenta Ricardo. “Hemos hecho todo el estudio de Diego Ramírez”, sin embargo, “lo interesante es que hay muy pocos... ¿Y qué haces si hay muy pocos? Te vas con sus parientes que son los crustáceos, como las pulgas de mar”.
Los investigadores no han encontrado dimorfismo sexual entre estos rayaditos, es decir, diferencias de tamaño, color o forma entre los machos y hembras; la única forma de distinguirlos es revisar sus cloacas y ver con qué están armados, vagina o pene. En tanto, los polluelos son mucho más pálidos.
Ante la escasez de depredadores, no son pajaritos temerosos, dispuestos a que se les acerquen bastante; similar a lo que ocurrió con los dodos (Raphus cucullatus), ave no voladora que, cuando llegaron los exploradores portugueses (y después holandeses) en 1507 a la isla africana Mauricio, tampoco mostraron recelo hacia las personas, siendo exterminados como por deporte en menos de dos siglos.
Estos rayaditos, evidentemente, han tenido mucha mejor suerte en su encuentro con el humano. Suele no requerirse de binoculares para ver su comportamiento o contar cuántos hay.
Cuando es necesario capturar individuos, se usan redes ornitológicas de neblina, las cuales se ponen durante las primeras horas después del amanecer y resultan invisibles para los pájaros. Al quedar capturados, se los toma con cuidado para medirlos, pesarlos y, actualmente, se les pone un anillo que permite determinar sus movimientos. En un tiempo los investigadores sabrán cuánto viven o si se desplazan entre las islas e islotes de Diego Ramírez, que están separadas solo por unos cientos de metros.
Toda esa información resulta sumamente relevante, pero: ¿Por qué? Eso viene más adelante…
El mundo que lo rodea
Muchas veces el viento alcanza los 100 kilómetros por hora, con un cielo tormentoso. Pero en ocasiones hay una “calma increíble”, dice Ricardo, en que el mar “realmente es casi como un espejo”. Ahí se escuchan los graznidos de las aves que habitan o frecuentan estas islas.
Los plumíferos son los más abundantes en estos solitarios puntos de tierra. Sin embargo, la mayoría de ellos pasan buena parte del día en el mar, sumergidos en los grandes bosques de algas que el ecólogo describe como “impresionantes”. Ahí se refugian diversos moluscos, cefalópodos como los pulpos y otros más “chiquititos con conchas muy lindas”, cuenta; y agrega que el investigador Sebastian Rosenfeld “ya va a encontrar especies nuevas de moluscos ahí”.
—Las aves son el grupo mejor conocido del mundo —explica—. Entonces encontrar un ave es muy improbable, pero encontrar unos micro-moluscos es un poco más probable.
Otra vez en la superficie de estas islas, además de estos largos pastos, hay musgos y líquenes aferrados en las rocas.
“Es súper interesante porque algunos tienen una relación muy estrecha con el continente; y otros, con la Antártica”, comenta. “Es el punto intermedio, el punto ‘eslabón perdido’ entre el continente y la Antártica”, haciendo alusión al remoto pasado en que Sudamérica y el suelo antártico estuvieron conectados, hace unos 68 millones de años.
“De repente, caminas por debajo de los pastos, y tus vecinos son los pingüinos, que van caminando al lado y tienen sus nidos abajo”, relata sobre las dos especies que pasan algunos meses en estas islas: los pingüinos de Magallanes (Spheniscus magellanicus) y macaroni (Eudyptes chrysolophus), “que es muy bonito porque tiene el penacho amarillo, son preciosos y saltarines”, agrega.
Mamíferos terrestres no hay, aunque en las orillas se pueden encontrar elefantes marinos (Mirounga leonina), focas leopardo (Hydrurga leptonyx), además de lobos marinos de uno (Otaria flavescens) y dos pelos (Arctocephalus australis), que se diferencian por los tipos de pelaje que tienen.
Alrededor de estas islas nadan orcas (Orcinus orca), cachalotes (Physeter macrocephalus) y distintas especies de delfines. “Es una vida marina muy rica”, comenta.
En verano los altos pastizales lucen verdes, mientras que en invierno se vuelven cafés, como quemados por el frío. El escenario cambia radicalmente. Los pingüinos y los albatros, tras haber puesto sus nidos y tenido a sus polluelos, se van. El lugar queda medio desierto, pero los rayaditos permanecen como custodios.
“Creemos que el rayadito será una especie símbolo”, dice él sobre este descubrimiento, “porque la gente no conoce que Chile llega hasta Diego Ramírez”.
El lección del rayadito
Ahora la pregunta es saber cuánto viven estos rayaditos: “Tenemos cierta estimación, pero prefiero no decirlo”, cuenta.
Otra prioridad de los investigadores del Centro Internacional Cabo de Hornos es determinar el tamaño de la población de estos pajaritos.
Ello, recalca, es importante porque hay una regla de oro: “Cualquier especie animal que tenga menos de 500 individuos, como el picaflor de Juan Fernández (Sephanoides fernandensis), está en peligro crítico de extinción”, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), explica Rozzi. En tanto, si hay al menos unos cinco mil individuos, entra en la categoría de vulnerable
“Y aquí podríamos tener una especie muy frágil”, dice sobre este pajarito de las Diego Ramírez. “Sería muy raro que hubieran más de cinco mil rayaditos”, de hecho, precisa que “no los va a haber”. Incluso se aventura a que “es probable que sean menos de 500″.
“Lo que viene es hacer ese censo para asignarle la categoría de conservación de la especie”, declara. “Hay que protegerla mucho”.
Para ello, según el estudio que publicaron los investigadores del CHIC en Nature, “deben tomarse medidas para mantener mamíferos exóticos, como ratas (Rattus rattus), gatos domésticos (Felis catus) y visones americanos (Neovison vison), que están todas presentes en otras islas de la Reserva de la Biosfera Cabo de Hornos, frente a las islas Diego Ramírez”.
Luego tocará ver “cuán afiatadas genéticamente están ambas poblaciones”, la de la isla Gonzalo y la de Bartolomé. “Y ojo, podría ser que en alguna otra isla subantártica hubiera otro pariente”, algo que se podría en otras islas que “no tengan bosques, como las Malvinas (Falkland Islands según los ingleses), donde hay rayaditos” pero no árboles autóctonos, advierte.
—Es muy bonito, además, porque es muy parecido a los pinzones de Darwin, porque cuando va en el siglo XIX a las Galápagos, encuentra entre islas distintas, pájaros con picos distintos —reflexiona—. Es un fenómeno que nos demuestra que en Chile todavía tenemos este laboratorio natural, donde la evolución está en curso. Eso es recontra interesante, porque en casi todo el planeta eso se está degradando, se está perdiendo. Tenemos un rincón donde sigue floreciendo la vida.
Para la toma de muestras se usó a 13 individuos de rayaditos, y solo tres perdieron la vida, aunque es algo que resulta inevitable.
“Tenemos una regla de nunca sacrificar’', dice Ricardo. Pero “para poder describir una especie, inevitablemente tienes que sacrificar para dejarlo como tipo”, es decir, “es el espécimen en base al cual se describe la especie”, siendo estos un macho, una hembra y un juvenil.
Los tres cuerpos se encuentran en el Museo de Historia Natural de Quinta Normal. “No están en Francia o Inglaterra”, destaca el investigador. “Está cuestión es chilena y en ninguna parte hemos recalcado la importancia”.
—De alguna manera, el rayadito subantártico da un mensaje a los humanos —dice—. El rayadito está ahí gracias a que está el albatros y el pasto; esa idea de co-habitante, y gracias a que la Armada también tiene un personal que cuida la isla. En Chile también tenemos gente que se saca la mugre, que están en un faro y gracias a eso van conservando. Y se colaboran los científicos con la Armada junto con el rayadito y estas otras especies… El concepto de co-habitante lo acuñé para proponer una ética biocultural.
Así es la vida —o lo que se sabe de ella— de este pajarito que anda en grupos de entre dos y cuatro individuos, siempre buscando el cobijo entre los pastizales, mientras los investigadores dedican largas horas a desentrañarlo.
“Es un mensaje desde el Sur para el mundo”, remata. “O sea, co-habitando nos va mejor a nosotros, y a los rayaditos”.
***La investigación del Rayadito subantártico fue realizada por los científicos Ricardo Rozzi, Claudio Quilodrán, Esteban Botero, Constanza Napolitano, Juan Carlos Torres, Omar Barroso, Ramiro Crego, Camila Bravo, Silvina Ippi, Verónica Quirici, Roy Mackenzie, Cristián Suazo, Juan Rivero, Bernard Goffinet, Bart Kempenaers, Elie Poulin y Rodrigo Vásquez.