Entre decenas de sus parientes de Magallanes, durante la temporada reproductiva, un puñado de estas aves marinas ponen sus huevos en los islotes frente a la bahía San Pedro de Purranque, en la reserva huilliche Mapu Lahual, siendo uno de sus hogares más sureños. El biólogo marino Carlos Oyarzún cuenta: “Es tanta la información que estamos generando que nos vemos superados”, considerando que muchas otras especies habitan allí. Además, buscan que el sitio sea declarado Santuario de la naturaleza, aunque “siempre ha estado protegido tanto por las comunidades indígenas como los pescadores”, asegura.
Hasta aquel entonces, en el 2007, se la consideraba una “zona gris”. Eran tres grandes islotes, junto a otros más pequeños en que habían lobos marinos, ubicados en la solitaria bahía San Pedro, en la provincia de Osorno, Región de Los Lagos. Los lugareños y pescadores sabían de este lugar en medio del mar, sin embargo, para la ciencia era apenas una silueta difusa, distante desde la orilla… ¿Qué especies marinas habitaban allí?
“No sé si tienen un nombre más oficial, pero para mí son los islotes ‘1′, ‘2′ y ‘3′. Que yo sepa, le llaman “Las pingüineras”. Sería bueno ponerle un nombre”, asegura Carlos Oyarzún, biólogo marino de la U. de Los Lagos y encargado de Medioambiente de la Municipalidad de Purranque, a La Cuarta.
El investigador lleva más de una década en la que define como una de “las zonas más ricas”; de hecho, destaca, “es la colonia reproductiva más grande de aves marinas en la provincia de Osorno”.
Hace ya más de una década, él y sus colegas simplemente se dedicaban a contar cuántos individuos había: “El pingüino de Humboldt (Spheniscus humboldti) acá no es tan abundante como en el norte (de Chile)”, detalla. “Acá hay colonias mixtas con los de Magallanes (Spheniscus magellanicus)”, una situación que sólo se da en un par de otras locaciones a lo largo de sus respectivas distribuciones.
Ahora, dice, están enfocados en entender su comportamiento y cómo funciona la colonia. “Es tanta la información que estamos generando que nos vemos superados”, plantea. “Convivimos con mucha información que, para ser validada, debe ser publicada de una u otra manera”.
Un hogar inesperado
Hay dieciocho especies de aves no voladoras y nadadoras que pertenecen al orden de los Sphenisciformes, todas residentes en distintos puntos del Hemisferio Sur, salvo por el pingüino de las Galápagos (Spheniscus mendiculus). Incluyendo el territorio antártico, nueve de todos estos linajes se encuentran en Chile.
Los pingüinos tuvieron su origen durante el Mioceno temprano, hace unos 22 millones de años, en Nueva Zelandia y Australia; no en la Antártica como se creía, según un estudio genético del 2020, liderado por Juliana Vianna, María José Frugone, Daly Noll y Elie Poulin). Es decir, estas aves primero dominaron las zonas templadas para, más adelante, colonizar el frío del Polo Sur y los calores tropicales.
Dentro de este gran grupo se encuentra el género Spheniscus, que engloba a especies como el pingüino de Humboldt, que se distribuye por el océano Pacífico desde la isla Foca, en la costas del norte de Perú, hasta los islotes de Puñihuil, al noroeste de Chiloé. Su estado de conservación está clasificado como “vulnerable”, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Una de sus locaciones más sureñas está en el sitio de nidificación de San Pedro, a pesar de que también se pueden encontrar algunas decenas de kilómetros más al sur como en la isla Lagartija o el archipiélago de Calbuco. Frente a la caleta que estudia Carlos y sus colegas en la comuna de Purranque, “entre medio de todos los pingüinos de Magallanes, encuentras a los de Humboldt”, asegura el investigador.
“Suelen estar asociados”, plantea sobre lo que ocurre en esta isla con ambas especies, las cuales tienen un antepasado común que vivió hace unos 2 millones de años, a inicios del Pleistoceno, para luego divergir. Sobre su apariencia, “hay algunas diferencias morfológicas, como las franjas en el pecho o un color más rosado en la parte trasera del pico”, describe. “Son diferencias que se observan a simple vista”.
En cuanto a proporciones, de cien nidos en estos islotes, cinco son de pingüino de Humboldt, o sea, una tremenda minoría, plantea el biólogo. “Son de aguas más cálidas, hacia las regiones de Valparaíso, Coquimbo y el norte”, explica, aunque “quizá son más resistentes” los individuos de San Pedro. “Habría que hacer un estudio más profundo en cuanto a las diferencias que se pueden dar entre los que están al norte y los que están a esta altura”, propone.
En este lugar, los de Humboldt y Magallanes comparten el mismo espacio, tienen “comportamientos similares”, e incluso ha detectado casos de hibridismo, o sea, reproducción entre pingüinos de las distintas especies; aunque “esas crías, al menos según sabemos, no son fértiles”, precisa. “Lo mismo que cuando reproduces un burro con un caballo y te sale una mula”.
Sin embargo, estas aves solo pasan una parte de la temporada en este discreto sitio de nidificación.
Meses de crianza
Los pingüinos, tanto de Magallanes como de Humboldt, comienzan a llegar en septiembre a San Pedro, junto con la primavera, tras haber estado entre abril y agosto internados en las corrientes del océano, alejados de tierra firme, según explica Carlos. Solo quedan en los islotes algunos juveniles rezagados de la temporada anterior.
Entre octubre y noviembre, la mayoría de las parejas están de regreso para poner, en general, dos huevos cada una. La población llega a su apogeo. Tanto el padre como la madre se dedican al cuidado de los huevos y, posteriormente, sus retoños empiezan a nacer en diciembre.
Si bien con las cámaras trampa no han encontrado un patrón claro, en general uno de los padres salen en la mañana a cazar al mar. “Hay comportamientos similares y diferentes”, plantea sobre ambas especies. Eso sí, han notado que tienen una suerte de “acto ceremonial” cuando traspasan el cuidado del nido. “Se juntan, hacen como un escalofrío, pegan un tipo de grito como ‘gua, gua’”, y uno se va para allá y el otro para acá”, describe sobre el rito común entre estos pingüinos.
Uno de los dos papás suele permanecer constantemente en el nido, haciendo guardia durante días o menos tiempo, a diferencia de otras especies como el emperador (Aptenodytes forsteri), en que el macho permanece largos meses empollando mientras espera el regreso de la hembra.
Existe la creencia de que, cuando de reproducción se trata, estas aves forman parejas para toda la vida. Sin embargo, contrario al mito, “la mayoría de los pingüinos están lejos de ser monógamos”, según la zoóloga británica Lucy Cooke en La inesperada verdad sobre los animales (2019), habiendo algunas especies “más transgresoras” que otras. En el caso de esta especie —y sobre todo el de Magallanes—, sí tiende a ser “más fiel”. Es más, agrega la europea sobre los de Humboldt, “las relaciones entre pingüinos del mismo sexo han sido especialmente bien documentadas en zoológicos”, al punto que “incluso han adoptado y criado un polluelo”.
Sus nidos son excavaciones que ellos mismos hacen entre piedras y raíces. El suelo está cubierto mayormente por la chupadilla, que es una especie de bromelia común del bosque valdiviano. Esta planta permite que se acumule tierra y así las aves puedan cavar.
Cuando Carlos y otros investigadores aparecen en los islotes, los pingüinos arrancan. Pero no dejan de proteger sus nidos. Eso sí, destaca él, “los pescadores, con su conocimiento ancestral, de alguna manera se han encargado de protegerlos”; de hecho, remarca que este lugar “siempre ha estado protegido por las comunidades y pescadores”.
Hace unos meses, una estudiante de biología estuvo en la zona y, a través de cámaras trampa, monitoreó cuáles eran los potenciales depredadores de estos nidos en el periodo reproductivo: “Lo bueno es que no encontramos agentes externos, especies invasoras como el visón (Neovison vison), ratones (Rattus rattus) o guarenes (Rattus norvegicus)”, destaca Carlos. “No se ven estos animales, a diferencia de otras colonias del norte”, lo que “nos da un alivio”. Eso lo atribuye a que estos islotes “están bien alejados del continente, así que, en ese aspecto, están protegidos por ahora”.
Lo que sí se encontraron fue con otros animales como jotes o chungungos (Lontra felina), que sí llegan a alimentarse, particularmente en caso de que el huevo ya estuviera roto. “Hay depredación, pero por especies nativas”, valora.
Ahora, con el laboratorio de ecología de la U. de Los Lagos están enfocados en tomar muestras de sangre para, a través de la genética, determinar si hay una asociación entre esta población y otras cercanas como la de la caleta de Estaquilla y Calbuco, ambas más hacia el sur. Y además, “determinar esas rutas migratorias, para proteger todo el sistema, no solamente los islotes”, cuenta. “Estamos en esa etapa”.
De repente, relata, se forman “‘pajaradas’, que las llamamos nosotros, que es cuando todos los pájaros detectan un cardumen, y están todos ahí trabajando en comunión”. Es más, comenta que este comportamiento se asocia con los pescadores artesanales del lugar, “que ven estas acumulaciones de aves y saben que ahí está la pesca”.
Los pingüinos, al ser carnívoros, están en una parte alta de la cadena alimenticia. “Las aves y los lobos marinos (Otaria flavescens) son indicadores de la sanidad y calidad del medio ambiente”, remarca. “Ahí entendemos que toda la cadena hacia abajo está bien”.
¿Futuro santuario?
Toda la pega en estos islotes, declara Carlos, los tiene en la búsqueda para que el lugar sea declarado Santuario de la naturaleza, es decir, “sitios terrestres o marinos que ofrezcan posibilidades especiales para estudios e investigaciones geológicas, paleontológicas, zoológicas, botánicas o de ecología, o que posean formaciones naturales, cuya conservación sea de interés para la ciencia o para el Estado”, según define el Consejo de Monumentos Nacionales.
Por el momento, dice, se encuentran en la etapa de quién administraría el eventual santuario: las comunidades, el municipio de Purranque o distintas organizaciones. “Estamos en esa discusión”, plantea.
Además, “las comunidades indígenas tienen harto que decir en cuanto al cuidado de los mismos islotes y las pingüineras”, plantea en alusión a la gente del territorio huilliche Mapu Lahual. Sucede que en esta zona hay tres Espacios Marinos Costeros de los Pueblos Originarios (EMCPO) y, por lo tanto, casi el 60% del mar purranquino se halla protegido bajo este criterio. Una de estas áreas, de hecho, rodea a los islotes de San Pedro. “Siempre ha estado protegido por los habitantes tanto de las comunidades indígenas como los pescadores”, plantea sobre estos sectores en que están autorizados por el Estado a realizar ciertas actividades.
Por otro lado, para que se declare santuario, también deben realizar la cartografía de la zona, “que igual es complicada”, advierte. “Debes tener un levantamiento gráfico del lugar, toda su topografía”, cuenta. “Estamos en ese proceso”.
Si los islotes entran a esta categoría oficialmente, aparecería de lleno en los mapas y, por ejemplo, tendría el nombre de “Santuario de la naturaleza Islotes de los Pingüinos”, propone. “Eso atraería a un grupo especial de turistas, abriendo un rubro que habría que manejarlo cómo corresponde” para que resulte “sustentable”, advierte.
En paralelo, Carlos y su gente trabajan en conjunto con el Museo de Historia Natural de Santiago, visitando colegios y jardines de Purranque, donde le dicen a los jóvenes que en su comuna viven pingüinos. “Para la gente muchas veces, el común de nuestra población, el primer mensaje es que Purranque tiene mar, de hecho, los chicos casi no te creen”, plantea sobre la labor divulgativa. “Es romper un paradigma”.
Además, destaca, “educar a adultos es más difícil, así que estamos 100% enfocados en los niños”.
Los esfuerzos para que los islotes sean declarados santuario también buscan evitar que ejerza cualquier presión sobre los mismos, ya que, junto con los pingüinos de Humboldt y Magallanes, hay una treintena de aves que nidifican ahí, según el investigador, como la gaviota dominicana (Larus dominicanus), el pilpilén común (Haematopus palliatus) y el negro (Haematopus ater), el gaviotín sudamericano (Sterna hirundinacea), y el cormorán lile (Phalacrocorax gaimardi). Criaturas voladoras que, por supuesto, también conviven con lobos marinos. “Es un lugar muy importante para la biodiversidad”, insiste. “No es solamente una pingüinera”.
Pero los islotes no solo son parte del mar, sino que se vinculan con el bosque costero y los ríos. Hay una interacción, destaca él. “Nos ha tocado ver colibríes, que tienen un gasto energético muy grande para poder mantenerse activos y vivos, y se pegan el viaje desde la costa a los islotes a alimentarse de la flor de la chupadilla”, asegura sobre este fenómeno que se da en abril. “Queremos estudiar eso”, adelanta.
En aquel escenario, los pingüinos son una especie paraguas, ya que a través de su protección se resguarda todo el ecosistema. Pero, además, dice Carlos, funcionan como un símbolo de los islotes: “¿A quién no le gustan los pingüinos? Son varios enfoques los que tenemos: la educación, la parte científica y el desarrollo económico”, declara. Y los pingüinos ayudan a eso: ¿Quién no quiere venir a ver pingüinos?”.