Desde sus días de colegial aplicado, hasta los duros días de actividad como guerrillero y espía, que incluso estuvo a punto de dejar por cansancio, son desentrañados con cuidado en un nuevo libro que aborda con detalle la vida de Rodríguez y su leyenda. "Es una figura que se encuentra al borde de lo mítico", explica el autor Javier Campos Santander.
Por un momento, la vida de Manuel Rodríguez Erdoiza, el célebre guerrillero de la independencia de Chile, pudo ser diferente. Una carta fechada en noviembre de 1816, registra el momento en que pudo dejar su actividad como espía del general José de San Martín, que le dio arraigo popular y una implacable persecución realista. Una misión tan compleja como peligrosa que se desplegó en los campos, las chinganas y las polvorientas calles del reino.
"Reducido Chile necesito descanso y no quiero más vida pública -escribe Rodríguez de su puño y letra en el texto-. Así crea usted que no haré gravamen de sueldo, ni estorbaré una vacante para los más dignos. Sírvase usted rivalidarme en su tropa mi grado militar ó aumentarlo si es pródigo".
El ex secretario de José Miguel Carrera ya llevaba un año de actividad encubierta en el país. En el intertanto iba y venía entre los campos e incluso logró atravesar la cordillera para volver por un tiempo a Mendoza, donde se preparaba el Ejército de los Andes. Pero en su fuero interno, ya acusaba el desgaste del constante movimiento y la persecución franca del gobierno de Marcó del Pont.
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Monumento a Manuel Rodríguez. Fue esculpido por Blanca Merino e instalado en el Parque Bustamante en 1947[/caption]
En el documento, le pide francamente a San Martín que su puesto lo ocupe gente muy allegada a él. "Me substituya en el ejercicio alguno de mis hermanos. Deseo que ellos tengan por Dios que comer".
Este Rodríguez, humano, desfachatado y franco, es el que revela la revisión exhaustiva de documentos que desarrolló el investigador y diseñador gráfico, Javier Campos Santander, para escribir su libro Tras la huella de Manuel Rodríguez, un texto de reciente publicación, editado por Ignición editorial, que se puede adquirir en línea en la Librería Página 128.
Fue durante ese trabajo de ocho años en los fondos documentales del Archivo y Biblioteca Nacional, además de algunas instituciones y museos en el extranjero en que descubrió aquella carta de Rodríguez. "Es espectacular, porque humaniza a Rodríguez y demuestra que se cansaba, que se hartaba, que su vida llegó a ser tan dura que un momento quiso tirar la esponja para darle su lugar a uno de sus hermanos -cuenta Campos a La Cuarta-. De todas formas, San Martín ignoró su petición y debió completar la tarea".
Ese precisamente fue el objetivo del libro; llegar al hombre, más que al mito plasmado en carne de bronce y en billetes de dos mil pesos. "Rodríguez es una figura que se encuentra al borde de lo mítico, al que se le atribuyen una serie de hazañas que han ido construyendo una imagen de un verdadero 'superhéroe chileno', y eso me llevó a tratar de averiguar qué tanto de cierto había detrás de su 'anecdotario'".
Por ello, el texto recorre la vida del prócer desde su infancia para desentrañar algunos aspectos poco conocidos sobre su vida; el posible origen peruano de su padre mulato y los años como estudiante aplicado en el Convictorio Carolino (donde compartió aulas con José Miguel Carrera), a diferencia de lo que proponen algunos de los primeros historiadores que indagaron en su figura (como Barros Arana y Latcham), que lo pintan como un chico revoltoso que organizaba guerras de pedradas. Para Campos, ante todo, la idea es desmitificar al guerrillero.
"Algunos historiadores intentaron instalar la caricatura de que era un personaje revoltoso por naturaleza, secundario, anecdótico y hasta contraproducente para la causa independentista, quizás tratando, solapadamente, de justificar su posterior asesinato -explica el autor-. Otros, exageran su rol al punto de considerarlo vital para la obtención de triunfos tan significativos como el de la Batalla de Maipú. Todas estas visiones sesgadas deben contrastarse entre sí y sobre todo con los datos obtenidos desde las fuentes primarias, para dimensionarlos en su justa medida".
-¿Algún dato sobre Rodríguez que no conocieras y te sorprendiera?
Hay dos documentos muy impresionantes que se incluyen en el libro. El primero es el estado de fuerza de los Húsares de la Muerte, que si bien ha sido transcrito en algunas obras, jamás se había publicado una fotografía del original hasta ahora. Este permite hacer muchas precisiones sobre su dotación y armamento. El segundo es la primera biografía de Rodríguez, redactada por nada menos que su amigo José Miguel Carrera, poco después de su asesinato. Este es el primer documento que resume su vida y se atreve a dimensionar su aporte al proceso independentista de Chile.
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José Miguel Carrera[/caption]
La sombra del guerrillero
Campos aún se emociona al recordar el primer documento, firmado de puño y letra por Manuel Rodríguez, al que tuvo acceso. "Fue uno de los varios oficios que envió a O'Higgins cuando ejercía como gobernador militar de San Fernando, entre febrero y marzo de 1817. La emoción es indescriptible, ya que en comparación a otros personajes contemporáneos suyos, no han sobrevivido muchos documentos de puño y letra, y es muy difícil acceder a ellos".
Según el investigador, en esos días, el ejército de los Andes había cruzado la cordillera y Rodríguez era un personaje que había ganado influencia gracias a su organización y capacidad de comando de las partidas de montoneros con los que dispersó al poder realista en la zona central. Por entonces, era un hombre con gran arraigo popular.
"Es indudable que tuvo ese arraigo -comenta Campos Santander- Al menos lo suficiente como para sobrevivir actuando clandestinamente bajo el gobierno de Marcó del Pont y para acaudillar bandas de delincuentes rurales -como la de José Miguel Neira- sin morir en el intento. Por lo demás el viajero inglés Samuel Haigh, que lo conoció personalmente, lo identifica como el que era 'quizás, el hombre más popular de Chile'".
La popularidad fue ganada por su actividad como agente entre fines de 1815 y comienzos de 1817. Observador, astuto y de gran capacidad para moverse entre la gente, organizó correrías por la zona central y realizó observaciones del estado de las tropas realistas, los movimientos de los buques y la situación del comercio. Incluso, en uno de sus informes a San Martín, se permitió enviar ilustraciones -realizadas por un artistas europeo- de algunas unidades que servían bajo las armas del rey.
A contrapelo de lo que se cree, Rodríguez no fue el único agente que envió el general argentino a Chile; entre estos figuran Ramón Picarte, Diego Guzmán, Antonio Merino, Francisco Salas y varios más. Otros no tuvieron suerte y fueron aprehendidos por los realistas.
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El cruce de los Andes[/caption]
También participaron mujeres en las operaciones. Campos Santander, afirma que entre las cartas y documentos de la época se puede acreditar que al guerrillero se le hacían llegar envíos de dinero a través de Micaela Fontecilla. También se acredita la participación de Carmen Palazuelos y Landa, mujer vinculada al hacendado y montonero Francisco de Villota.
Las acciones de Rodríguez y los agentes pronto alertaron a Marcó del Pont. El gobernador puso precio a su cabeza y la de José Miguel Neira -1.000 pesos de la época- en un célebre bando publicado el 7 de noviembre de 1816. Fue un fiasco; nadie delató al guerrillero, e incluso un campesino estafó al gobierno entregando a un hombre que resultó ser un impostor.
Por esos días la persecución a los montoneros era implacable. Pese a que estos lograban escabullirse por los intrincados rincones de quebradas y cerros, algunas partidas realistas lograron capturar y ejecutar a rezagados. La noticia fue difundida con profusión, con el claro objetivo de intimidar a los guerrilleros y lanzar una dura advertencia a la población.
"En la medida que el gobierno monárquico se veía incapaz de controlar la insurrección interna, la guerra se volvió cada vez más cruenta, como evidencia el endurecimiento de las sanciones dictadas por Marcó del Pont, especialmente entre 1816 y 1817, al punto que recurrió reiteradamente a las ejecuciones públicas y a dar publicidad a las mismas", detalla Campos Santander.
Salvo esos bandos públicos y alguna que otra noticia, aquellos son unos días ensombrecidos por la nebulosa de la duda. El sigilo propio del trabajo de agente, fue precisamente uno de los factores que dificulta el estudio del período. "La falta de datos precisos y el trabajo con documentos que pueden contener tanto datos certeros o información falsa, considerando el empleo del espionaje y contraespionaje por parte de ambos bandos", explica Campos.
"Así también, hay que considerar que muchas de las acciones fueron realizadas por hombres y mujeres del 'bajo pueblo', iletrados, que lamentablemente no dejaron registro alguno de las mismas", agrega.
Esto explica la buena cantidad de relatos y hazañas atribuidas a Rodríguez. Narraciones que al calor de la fogata vivificante de la noche cerrada en el campo, formaron la leyenda del prócer: ahí están la vez que, perseguido por los realistas mientras visitaba a un juez amigo, se hizo pasar por un ebrio castigado en un cepo; o aquella en que caracterizado como peón debió quedarse ayudando a los realistas a despejar un camino, antes de dejarlo partir; o la más osada y célebre de todas: cuando, vestido como un roto, se acercó a la calesa del gobernador cuando llegó a palacio, y le abrió la puerta. Éste, agradecido, le habría regalado una moneda.
Estas hazañas, según Campos, pertenecen más al mito que a la historia. "Lamentablemente ninguna ofrece un sustento documental consistente y todas aparecen décadas después de su muerte -cuenta-. Algunos hechos se recogen desde testimonios de personas que dicen haberlo conocido o haber sido sus compañeros de armas, pero sin más sustento que su propia palabra. Habrá que darles el beneficio de la duda, pero no tomarlas como hechos consumados".
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Manuel Rodríguez abre el carruaje de Marcó del Pont. Una hazaña que no tiene sustento documental y corresponde a la tradición oral.[/caption]
De perseguido a mito
Mientras la causa de la independencia ganó nuevos bríos tras la victoria de Chacabuco -12 de febrero de 1817- la estrella de Rodríguez poco a poco le deparó nuevas persecuciones, esta vez por el gobierno patriota. Tras ser destituido de su cargo de gobernador de San Fernando, al guerrillero se le intentó expulsar del país en varias oportunidades, pero por la fortuna o por su evasión, el guerrillero logró huir.
Son meses en que Rodríguez estuvo bajo la vigilancia de las autoridades. Pero al año siguiente, sus últimas actuaciones en la vida pública se concentraron en pocos meses; tras la derrota de Cancha Rayada, y el rumor de la muerte de O'Higgins y San Martín, a Rodríguez se le nombró Director Supremo adjunto tras una reunión del Cabildo Abierto, en que la tradición afirma que pronunció la frase "Aún tenemos patria, ciudadanos".
Pero según Campos, ese es otro mito: la frase es mencionada por primera vez en 1850 por el historiador Salvador Sanfuentes quien no detalla cómo llegó hasta ella -la historiografía de la época a menudo se mezclaba con la literatura-. La revisión de documentos originales también es categórica y no la registra por ningún lado.
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El asesinato de Manuel Rodríguez. Grabado de Luis Fernando Rojas publicado en La Lira Chilena, 1904.[/caption]
Cosa similar ocurre con la imagen más icónica de Rodríguez vistiendo el legendario uniforme negro de los Húsares de la Muerte, un escuadrón creado por él para la defensa de Santiago ante el inminente arribo del ejército realista tras Cancha Rayada. Pero se trata, otra vez, de una licencia que surgió con los años. Según Campos, el origen de esa imagen está en el retrato del prócer realizado por Narcisse Desmadryl, treinta y seis años después de su asesinato y sin conocerlo en persona. Esa idealización se reforzó con las palabras de Barros Arana quien solo detalla que el grupo usaba por divisa "una calavera de paño blanco sobre fondo negro".
Según el autor, un testimonio del sargento mayor de los Húsares, Pedro Martínez de Aldunate, citado por Gustavo Opazo, detalla el apuro e improvisación al momento de montar al regimiento. De allí a que resulte muy difícil que todos vistieran el célebre traje. "El armamento se trajo de la maestranza, incompleto y de todas las clases, e igualmente vestuario para la tropa, de todos colores y figuras", cuenta.
Como sea, en esos días, la suerte del guerrillero fue sellada. En abril de 1818, luego de la victoria en Maipú, se conoció la noticia del fusilamiento en Mendoza de los hermanos Juan José y Luis Carrera. Ello generó indignación en parte de los vecinos más importantes y opositores a O'Higgins -varios de ellos partidarios de los Carrera- quienes se reunieron en un cabildo para exigir medidas de control del poder del Director Supremo, al que consideraban excesivo.
Ese día, Rodríguez, liderando una turba, entró a caballo al Palacio de gobierno. De inmediato fue tomado prisionero. Un poco más de un mes después, el 26 de mayo, murió asesinado por el oficial argentino Rudecindo Alvarado, mientras era conducido a Quillota para esperar el arriba de un barco que lo debía sacar del país. Una decisión que hasta hoy se atribuye a la Logia Lautarina y al mismo O'Higgins -quien era uno de sus integrantes-.
La investigación de Campos detalla cómo desde el primer momento se ordenó acabar con él. "No se si lo llamaría conspiración, pero sí hubo un acuerdo. Primero se le intentó sacar del país en términos elogiosos y con comisiones en el extranjero, de la misma forma que se intentó hacer con los Carrera en un momento de la Patria Vieja. Al fracasar estas tratativas, se tomó una decisión radical, y creo que todos los miembros de la filial santiaguina de la Logia Lautarina estaban al tanto. Las decisiones eran tomadas de forma colectiva y por tanto todos los miembros tienen, necesariamente, responsabilidad en el caso".
¿Cómo se forjó la leyenda sobre Rodríguez? según Campos la mitificación del personaje ocurrió de forma temprana, casi 20 años después, cuando la novel república chilena enfrentaba su primera guerra externa, contra la Confederación Perú-Boliviana (1837-1839). "Había que instalar un sentimiento de pertenencia a una nación a la que se debía defender, un nacionalismo que fomentase la recluta y la aprobación popular del conflicto, y que se encarnase a través de personajes que fueron ensalzados como ejemplos de heroísmo, sacrificio y entrega desinteresada por la patria", asegura.