En junio de 1941 -hace 80 años-, Hitler inició la invasión al territorio de la URSS. Una campaña que debió ser corta y gloriosa para los alemanes, terminó en una pesadilla al no soslayar al temible invierno ruso que minó sus fuerzas. Acá una historia de las ambiciones, las decisiones erradas y la resistencia feroz que decidió la Segunda Guerra Mundial.
Una y otra vez, Stalin trataba de encontrar una solución. Un golpe de fuerza que le permitiera vencer la poderosa ofensiva de la Wehrmacht, que a fines de 1941 avanzaba por el territorio ruso y amenazaba con llegar hasta Moscú. Pero no veía salida alguna. El maltrecho Ejército Rojo apenas era rival para las tropas de Hitler y el todopoderoso líder soviético lo sabía.
En privado, Stalin le hizo ver sus temores al embajador de Bulgaria, Ivan Stamenov. En su opinión, la guerra estaba perdida, los alemanes iban a capturar Moscú y todo quedaría en ruinas. Pero Stamenov, le respondió: "Está loco. Incluso si se retira hasta los Urales, acabará ganando".
El embajador, pensaba que pese a todo, la URSS contaba con una ventaja; se podía defender solo con su inmenso territorio. Un factor que fue decisivo, tiempo después, para propinar a Hitler una feroz derrota que marcó el comienzo de su debacle en la Segunda Guerra Mundial.
El rey de Europa
El 30 de marzo de 1941, Hitler le comunicó a sus generales la decisión de invadir el territorio de la URSS. Estos quedaron preplejos. Recordaban perfectamente que buena parte de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial ocurrió precisamente por el desgaste de luchar en dos frentes a la vez. Incluso, esa idea fue la que fundó el pacto de no agresión entre soviéticos y alemanes, firmado en agosto de 1939.
Pero Hitler confiaba en su buena estrella. Gracias a la brutal estrategia de la Guerra Relámpago (Blitzkrieg), la Wermacht se había apoderado de un golpe de buena parte de Europa Occidental; controlaba un vasto territorio desde los países bálticos, pasando por Noruega, Dinamarca, los Países Bajos, Bélgica, y al menos la mitad de Francia. Y además contaba con aliados en Italia, Hungría, y en otros puntos del continente. Hasta ese punto, los alemanes habían ganado.
Además, el Führer sabía que su maquinaria de guerra podría vencer sin problemas a los soviéticos. "En las fronteras occidentales de la Unión Soviética había unos tres millones de soldados rusos, pero en realidad el Ejército Rojo no era en esos momentos más que una masa ingente de soldados escasamente preparados (...)sus oficiales habían resultado diezmados en las purgas estalinistas. Un ejército que sufriese la eliminación de 400 de sus generales, como así ocurrió, no podía presentarse como una organización competente en el campo de batalla", detalla Jesús Hernández en su Breve Historia de la Segunda Guerra Mundial.
Con su habitual gusto por la mitología germánica, Hitler llamó a la operación "Barbarroja", en recuerdo del emperador Federico I Barbarroja, un legendario monarca del siglo XII cuyo gobierno es considerado el punto de apogeo del Sacro Imperio Romano Germano.
"Según los cálculos de Hitler, en menos de tres meses las tropas germanas estarían desfilando por las amplias avenidas de Moscú -explica Hernández-. Tan convencido estaba de que se produciría una victoria aplastante que ni tan siquiera reparó en la necesidad de pertrechar a sus tropas con ropa de invierno".
En principio, la operación comenzaría el 15 de mayo de 1941. Pero se debió retrasar debido a que, de emergencia, Hitler debió enviar tropas en auxilio de Mussolini, su aliado, quien había ordenado la invasión de Grecia desde Albania. Tras algunas victorias, los italianos fueron vencidos y acorralados. Las cosas se complicaron más con el desembarco de un cuerpo expedicionario británico en el país heleno.
Una vez resuelto el asunto en los Balcanes, Hitler decidió el ataque. "Varios generales de su Estado Mayor, incluido el general Friedrich Paulus —quien acabaría rindiéndose en Stalingrado un año y medio más tarde—, le comunicaron que era arriesgado lanzar el ataque a mediados de junio, puesto que podían verse atrapados en el crudo invierno ruso antes de llegar a Moscú", detalla Hernández.
Finalmente, el ataque comenzó el 22 de junio. Algunos repararon en una coincidencia brutal: la desastrosa invasión de Napoleón a Rusia, en 1812, comenzó un 24 de junio.
El ataque del general invierno
Durante meses, a Stalin le advirtieron del ataque alemán. Recibió informes de espías soviéticos y británicos en que detallaban los prepartivos de la Werhmacht, e incluso con una sorprendente precisión llegaron a señalarle la fecha en que comenzaría el ataque. Pero el líder soviético no lo creía.
Durante la madrugada los veloces tanques alemanes, los célebres Panzer, cruzaron la frontera y avanzaron cientos de kilómetros sin oposición. Mientras, en la base naval de Sebastopol, en el Mar Negro, los aviones de la Luftwaffe atacaron los buques de guerra soviéticos, cuyos tripulantes, en principio pensaron que se trataba de aviones propios. Apenas notaron la presencia de los germanos, dieron la alarma a Moscú. No les creyeron.
En las primeras semanas, la operación resultó como lo planeó Hitler. El estado mayor alemán había dividido al Ejército en tres grupos que atacaban por el norte, centro y sur. El del centro iba encaminado hacia Moscú, pero de improviso hubo cambio de planes; como las fuerzas del norte y el sur se estancaron, el Führer decidió enviar a las fuerzas del centro como refuerzo. Eso lo hizo perder algunas semanas y recién en octubre pudo retomar el asalto a la capital. Pero allí se encontró un enemigo formidable; los rusos le llamaban "el general invierno".
La noche del 6 al 7 de noviembre, el general invierno mostró su poder. Los termómetros bajaron de golpe a diez grados bajo cero. Y siguieron bajando. Para noviembre los solados alemanes estaban a la intemperie tratando de sacar a los Panzer del barro y la nieve, mientras soportaban temperaturas de 45 grados bajo cero. Y no estaban preparados.
"La falta de líquido anticongelante, al creer que Moscú caería antes de llegar el invierno, hizo que tanto los vehículos como las armas quedasen en buena parte inutilizados -explica Hernández-. Las previsiones de ropa de abrigo eran tan solo para un tercio de las tropas, las que Hitler calculaba que serían necesarias para integrar la fuerza de ocupación, por lo que la mayoría de soldados se vieron obligados a seguir combatiendo con sus uniformes de verano".
Pese a todo, el ejército alemán llegó hasta las puertas mismas de Moscú, tal como lo había hecho Napoleón en el siglo XIX con la Grande Armée. "Una unidad de reconocimiento logró abrirse paso hasta los arrabales del sudoeste de Moscú; los soldados alemanes que la integraban llegaron hasta las paradas de los autobuses que tenían como destino el centro de la ciudad, distante tan solo 35 kilómetros, e incluso llegaron a ver la luz del sol reflejada en las doradas torres del Kremlin".
Fue entonces que a Stalin le llegó un dato de sus espías. "Los japoneses no tenían ninguna intención de atacar a la Unión Soviética en el Extremo Oriente, tal como los rusos temían. Gracias a esta revelación, Stalin pudo reclamar la presencia de las tropas destinadas en Siberia para la defensa de la capital".
El último disparo de los Panzer
Pronto la situación se volvió desesperada para los alemanes. "Al no haberse decidido la batalla de Rusia tres meses después de haber comenzado, como Hitler esperaba, Alemania estaba perdida, pues no estaba equipada para una guerra larga ni podía sostenerla. A pesar de sus triunfos, poseía y producía muchos menos aviones y carros de combate que Gran Bretaña y Rusia, por no hablar de los Estados Unidos", explica Eric Hobsbawm en su célebre Historia del siglo XX.
El alto mando alemán intentó una nueva ofensiva en el verano de 1942. Y tal como en el año anterior, lograron avanzar y esta vez se asentaron en el Cáucaso y en el curso del Volga. Pero Stalin echó mano al fervor nacional, y llamó a resistir a los invasores en una gran guerra patriótica. Si los iban a vencer, tendrían que sudar sangre. Los comisarios políticos en el frente hicieron el resto.
La idea de Hitler era avanzar hacia los campos petrolíferos soviéticos y apoderarse de Stalingrado, la ciudad de Stalin, por su valor simbólico. Pero la resistencia fue feroz. "Los ejércitos alemanes fueron contenidos, acosados y rodeados y se vieron obligados a rendirse", detalla Hobsbawm.
"Hitler no encajó nada bien su humillante derrota en Stalingrado. Los que le trataban a diario dejaron constancia de que no volvió a ser el mismo", explica Hernández.
Al verano siguiente intentó una ofensiva final en Kursk donde los tanques alemanes se enfrentaron a los carros blindados soviéticos en una brutal batalla a cañonazos. Como guerreros medievales lanzados a toda carrera, las líneas chocaron una y otra vez en las praderas, donde los Panzer fueron vencidos por los flamantes T-34. Entre los fierros chamuscados, aparecían los cuerpos carbonizados y triturados de los tripulantes. Allí se decidió todo. Donde debió alcanzar la gloria, el Führer halló su perdición. No pudo reponer el golpe brutal del general invierno.
"Después de aquel día funesto para las armas alemanas, la llegada de los tanques soviéticos a Berlín podía ser demorada por más o menos tiempo, pero era ya inevitable -detalla Hernández-. Posiblemente, tras la derrota en Kursk, Hitler fue consciente por primera vez de que había perdido la guerra".