Los árboles no dejan ver el bosque, pero el bosque deja ver a Nicanor luminoso. Hablaba como nosotros, era como el pan nuestro y el canto del mediodía. Cómo no iba a ser así si su madre Clarisa era costurera, y su padre, Nicanor, profesor primario.
El tecito en las casas del pueblo era más dulce porque él era el nuestro caballero andante, nuestro hidalgo (hijo de algo). Era el pirata que iba más lejos, el que gritó: "¡Tierra, tierra!", el que hizo bajar a todos los giles del Olimpo. ¿Que el poeta es un pequeño dios? No, replicó Nicanor, es pregonero de plaza pública.
A todos nos sabía el nombre, por eso revolvió las palabras y salió una luz poética renovada, que se fue adentrando a nuestros quehaceres cotidianos. Si Neruda habló en lenguaje universal, él nos transfiguró desde San Fabián de Alico. Alabó a Florcita Motuda y denostó a Zalo Reyes.
Ahora que se despidió me da la sensación de que le quedamos debiendo algo. Un salud, una tacita de té, un pan amasado, un homenaje nacional y popular, una disculpa por no alcanzar a descifrarlo, porque no entendimos la urgencia de hacerlo, por no incorporarlo al mapa de Chile. Pero aquí lo tenemos como reserva natural de nuestra lengua, de nuestro decir, de un lenguaje 'a lo chileno'. Este homenaje, lo hacemos gente simple, para un poeta sencillo que nos bautizó.
" Yo no sé qué decir en esta hora. La cabeza me da vueltas y vueltas. Como si hubiera bebido cicuta".
Porque con tu partida Nicanor, Valparaíso quedó hundido para arriba y nosotros también. Tu defensa de lo que somos quedará en nosotros por los siglos de los siglos. Dios, La Violeta y Roberto, son chilenos, como tú y todos nosotros.
Voy y vuelvo. El último apaga la luz.