Desde un edificio una secretaria captó el momento: “Era hermoso realmente, imponente”, expresa. Dos ornitólogas analizan qué tan comunes son estas aves en la ciudad: “No nos detenemos a observar, a contemplar la coexistencia alrededor nuestro”, dicen.
Desde el piso 20 de un edificio en las calles Moneda con Bandera, pleno centro de Santiago, “se veía perfecto” un águila mora (Geranoaetus melanoleucus) en vuelo, asegura Karin Ceballos, quien se desempeña de secretaria en un banco de la capital.
La mujer relata que el avistamiento se dio durante la mañana del lunes 27 de mayo, según vio a través de la ventana y registró con fotos en su celular, para luego compartir en sus redes sociales y que algún entendido le dijera de qué especie rapaz se trataba. “Fue sólo ese día”, precisa sobre su observación, que no se le ha repetido, a La Cuarta.
“De repente vi una sombra muy grande pasar por mi ventana”, cuenta. “Siempre vemos tiuques (Daptrius chimango), que se estacionan acá a descansar al borde de la ventana; pero este llamó mi atención porque era realmente grande, más aún con las alas abiertas y en vuelo”, destaca, considerando con en esa posición pueden llegar a medir hasta 1,84 metros, según la bibliografía pajarística.
Durante media hora, “lo que hacía específicamente era volar, dar vueltas en círculos por el edificio, seguro cazando”, describe y deduce. “Otros pájaros volaban a su lado, probablemente intentando alejarlo del nido, o de los polluelos”.
Después, “lo vimos justo en el edificio de la esquina, sobre el edificio del Patio Centro y estaba desgarrando algo”. Es decir, concluye ella, “había logrado su objetivo”. Desde la altura del veinteavo piso, varios metros abajo, Karin observaba la escena que ocurría en un cuarto nivel: “Comía, desgarraba, volaban algunas plumas”, recuerda. “Seguro ya había atrapado alguno de los pájaros, en vuelo o alguno de los nidos que hay en las alturas”.
Además del tamaño, lo que más atrapó la atención de la secretaria fue “su color, que no era café con los tiuques, sino más bien azulado”, aclara. “Era hermoso realmente, imponente”. Se trata de un ave perteneciente a los accipítridos (Accipitridae), familia que en Chile tiene ocho especies residentes, como lo son el peuco (Parabuteo unicinctus), el aguilucho común (Geranoaetus polyosoma), el bailarín (Elanus leucurus) y el vari (Circus cinereus).
“Me hizo pensar también en qué hacía acá, en la urbanidad, en pleno centro”, se pregunta. “Tal vez despojado de su ambiente habitual de caza”.
Rapaces en la ciudad
Esta águila nativa es “habitual” desde la Región de Coquimbo hacia el sur, según la guía Aves de Chile, de Daniel Martinez-Piña, habiendo registros en territorio chileno hasta la isla Hornos, en Magallanes, consigna e-Bird. Su estado de conversación es de Preocupación menor, califica la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Se la considera un ave sedentaria, con territorios que abarcan entre 4 y 7 kms², informa el libro Las aves rapaces de Chile (Iriarte, Rivas-Fuenzalida & Jaksic, 2019).
Sobre cuál es la relación de las aves rapaces de chile —diurnas y nocturnas— con la ciudad, Francisca Izquierdo, directora de la Unión de Ornitólogos de Chile, hace un recordatorio: “Están en los sectores urbanizados antes de que existiera la urbanización”, y plantea que las personas “estamos muy interiorizados en nuestras cosas, en nuestro día a día y no nos detenemos a observar, a contemplar esta coexistencia que hay alrededor nuestro”.
“Así como los humanos nos amoldamos a los cambios, con las aves sucede lo mismo”, destaca al diario pop. Francisca remarca, entre los factores que permiten su adaptación a la urbanidad, el rol que juegan los “cerros islas”, como el Renca, Chena, Santa Lucía, San Cristóbal o el Calán, siendo un “refugio” para estos voladores carnívoros de buen tamaño.
“Siempre es importante proteger y establecer zonas naturales dentro de la ciudad tales como cerros y parques, las cuales actúan como corredores biológicos, brindando áreas de descanso y nidificación para muchas de estas aves rapaces”, destaca la ornitóloga Natacha González, de la Red de Observadores de Aves (ROC), a La Cuarta.
Otro factor es la alimentación, siendo ratones, conejos, palomas y distintas aves más pequeñas parte de su menú asociado a lo urbano, remarcan ambas expertas. De hecho, “las águilas cumplen un rol ecológico fundamental, que es el control de plagas”, indica Natacha, y por eso “en ocasiones se pueden acercar a las ciudades en busca de estos recursos alimenticios”, dice.
“Mientras tengan refugio y alimentación van a coexistir con nosotros”, refuerza Francisca, también directora ejecutiva de Proyecto Manku, dedicado a la conservación del cóndor (Vultur gryphus).
Las ornitólogas enumeran una serie de rapaces nativas que se pueden encontrar en el Gran Santiago —además de águilas y tiuques—, también halcones peregrinos (Falco peregrinus), peucos y aguiluchos, especies que “pueden hacer uso de infraestructura humana como edificios y torres para reposar y buscar sus presas”, destaca Natacha. Incluso Francisca, en tanto, menciona a nocturnas como tucúqueres (Bubo magellanicus), el búho más grande de Chile, lechuzas (Tyto alba tuidara) y hasta chunchos (Glaucidium nana). Mientras que los cóndores “suelen trasladarse sobre la ciudad habitualmente entre sus zonas de alimentación”, agrega la integrante de ROC.
“La presencia de rapaces en radios urbanos es más habitual de lo que pensamos”, redondea Natacha. “Generalmente las asociamos a entornos naturales como cerros, bosques o cordillera, pero muchas de estas especies han logrado adaptarse con éxito a la ciudad, pudiendo algunas incluso nidificar en estos entornos”, como prueba máxima de cómo se han acomodado a ciudades.
Francisca remarca que “el cuidado de los ecosistemas es sumamente importante; los cerros islas también son fuentes de alimentación en el complemento de sus dietas”, porque “también cazan culebras, lagartijas e incluso insectos”.
También aclara que “verlas volar por la ciudad no significan que estén enfermas; si bien la mayoría se encuentra ‘más oculta’ en los escondites que puedan dar los árboles, también salen a volar y a recorrer el territorio, y por lo general en esas instancias las personas las ven, y creen que es raro; o si las ven también perchadas en algún poste de luz o rama de árbol más expuesta”.
“La invitación es a mirar, observar nuestro entorno y a valorar la naturaleza que nos rodea por más urbanizado que se encuentre”, cierra.