Cuando la tortuga Manuela desapareció, allá por la década de 1980, la familia Almeida pensó que ella había aprovechado que la puerta quedó abierta para fugarse y conocer mejor la bella Río de Janeiro.
Con tristeza asumieron que no la verían más y continuaron con su vida, aunque de tanto en tanto alguno se preguntaba "¿qué habrá sido de Manuela?".
Eso hasta que hace unas semanas falleció Leonel, el patriarca de la familia, tras lo cual sus descendientes decidieron poner orden en una pieza que él utilizaba para guardar cachureos, y se pusieron manos a la obra con la ayuda de unos vecinos.
Justamente uno de ellos le preguntó a Leandro, hijo de Leonel: "¿La tortuga también va para la basura?".
El hombrón recordaba perfectamente a Manuela, pero estaba seguro que o estaba en otra casa o había pasado a mejor vida hace muchísimos años.
"En ese momento me quedé pálido y no lo creí", declaró Leandro a medios brasileños, pero pronto asumió que se trataba de la misma mascota que llevaba tres décadas perdida.
Lo que nadie tiene claro es cómo se las ingenió el quelonio para sobrevivir en condiciones tan adversas, aunque la explicación más plausible es que se alimentó con polillas y otros insectos.