Una recién nacida cervatilla llegó en el 2017 al centro de rescate de fauna Chiloé Silvestre tras perder a su madre. Los cuidados que recibió le permitieron sobrevivir, pero impidieron su regreso a la vida silvestre: “Teníamos que darle mamadera varias veces al día”, recuerda el director Javier Cabello. Aquí, un relato de su vida y legado.
Con poco más de un mes de nacida, muy chiquitita, una pequeña pudú (Pudu puda) llegó desde Puerto Varas, Región de Los Lagos, en febrero del 2017; unos perros habían matado a la madre, y encontraron a la cría, viva. En aquel entonces, Javier Cabello, director del centro de conservación de la biodiversidad Chiloé Silvestre, se desempeñaba como profe de la Universidad San Sebastián, y una de sus estudiantes le suministró leche y los primeros cuidados, para luego ser trasladada a la Isla Grande, que se convertiría en su hogar.
Si bien el centro se había formado en el 2009, sólo ocho años más tarde Chiloé Silvestre consiguió el permiso oficial del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG). La pudú era de las primeras pacientes en aquella etapa.
En los albores del centro de rescate y rehabilitación de fauna, el equipo aún tenía mucho por aprender, pero, además, la infraestructura era otro escollo. Así, la cervatilla en cuestión, “se crió con nosotros, con todos los voluntarios y chicos de esa época; teníamos que darle mamadera varias veces al día”, relata Javier a La Cuarta, y no tenían cómo “evitar ese acostumbramiento de la pudú con el Ser humano”.
Al crecer, reconocía a cualquier persona como uno de sus pares y, por lo tanto, seguía a la gente; “eso es una condición muy negativa para liberarla, porque la puedes llevar lo más lejano posible, pero nada más ve una persona tiene muchas probabilidades de acercarse”, advierte, lo que limita las chances de un animal de regresar a la vida silvestre; cerca de la gente abundan las amenazas. “Uno puede decir que es un error de nosotros mismos al criarla así, (pero) no tuvimos otra manera en ese entonces”, reflexiona. “Hay cosas que uno aprende en el camino”.
Con los años, recibiendo cientos de pacientes, Javier y el equipo de Chiloé Silvestre evidencio que había criaturas que se acostumbran más fácil a la gente, como los pingüinos, loros —como el choroy (Enicognathus leptorhynchus) y la cachaña (Enicognathus ferrugineus)— y hasta los lobos marinos, aunque estos mamíferos acuáticos, según él, una vez liberados en el mar “se olvidan y se van”. En cambio, “esta cervatilla no, se acostumbraba a la mamadera y andaba buscándola”, plantea. Al final, a las personas las “identificaba como sus pares, y ahí está el error”.
¿Por qué “Pudini”?
Siendo aún chiquita, la pudú no tenía un recinto apto, por lo que le hacían pequeños corrales con palets, y siempre se las arreglaba para fugarse; entre el personal del centro surgió el apodo de “Jaudini”, que mezclaba “jaula” y, a su vez, hacía honor al reconocido mago y escapista austrohúngaro Harry Houdini. “De ahí derivó en ‘Pudini’, porque era la escapista”, según recuerda Javier. “Y fue conocida así durante el resto de su vida”.
Por estos días, Chilóe Silvestre tiene bajo su cuidado a cuatro crías de pudú, y todas manejan “probabilidades” de regresar a la naturaleza chilota. “Hemos tenido más infraestructura y experiencia”, destaca Javier sobre el crecimiento de la ONG; “de hecho, hay tres que comparten un recinto, entonces ya se conocen entre sí”, y eso no es menor, porque “un pudú sabe que es pudú porque ve a los otros pudú”, dice.
Con “Pudini” sin poderse liberar, en el 2021 el centro obtuvo otro permiso del SAG, para ser “centro de exhibición”, que “el nombre no nos gusta, pero por ley se llama así”, admite.
Así, Javier y el equipo ideó un centro educativo, emplazado en la Reserva Marina Pullinque, en Ancud, el que abrió sus puertas apenas tuvieron un recinto apto para que “Pudini” se convirtiera en una residente emblemática del espacio dedicado a la conservación: “El objetivo era que las personas pudieran conocer lo que es un pudú, un ciervo, la fauna silvestre de Chiloé, y aprender por qué estaba ahí”, explica. “No es un zoológico, no entran personas por sí solas, sino que con un guía”, quien a lo largo de los 800 metros de sendero contextualiza a los visitantes sobre la función del centro.
“Muchas veces cuando venían alguna delegación o curso, se la llamaba y venía”, recuerda Javiera. “Era la estrella”, ya que “entregó mucho, sobre todo a niños y adultos”. De vez en cuando, llegaban estudiantes de 5° o 6° básico, y al fin de semana siguiente, volvía alguno de los nenes junto a sus respectivos papás; “el niñito quería ver a ‘Pudini’, y quería que sus papás la conocieran”, comenta.
El estilo de “Pudini”
A pesar de la docilidad de “Pudini”, Javier aclara que “no es que hiciera caso a su nombre, como un perro al que le silbas”; en cambio, “uno la llamaba, sentía el sonido de las voces y venía”. Eso sí, a veces, considerando que vivía en un espacio de de 625 m² con bosque y matorral incluido, simplemente no aparecía, hasta que se asomaba a comer sus plantas favoritas, el diente de león (o achicoria amarga) y la siete venas (o llantén menor). En ocasiones, aunque eran muy pocas, derechamente no se dejaba ver, “para desgracia de quienes visitaban, y había que explicar a los visitantes que era así, la vida de ella, no la íbamos a forzar para que saliera”.
Javier describe que, en general, estos ciervos son “muy parecidos” entre sí, es decir, “muy tranquilos, de caminar lento, paso a paso, sin apurarse, para avanzar hacia donde quieren ir”. Y “Pudini” no era la excepción, “muy tranquila”, detalla. Sin embargo, “me tocó en alguna oportunidad verla correr, saltar, jugaba”, algo que “no lo había visto nunca en un pudú”, cuenta. A sus ojos, aquel comportamiento lo tienen en la naturaleza, probablemente, pero no me había tocado verlo; era bastante divertido”, dice. “Corría, corría, dentro de su recinto, saltaba, se pegaba unas carreras, volvía. Y de repente, le daba la cuestión y se iba, después del show”, y le atribuye algunos adjetivos como “muy simpática” y “cariñosa”.
“Soy chilote también, entonces digo que son animales chilotes como su gente: tranquilos y muy confiados”, resume.
En los últimos meses, otra pudú sin chance de libertad había ingresado a Chiloé Silvestre, “Pullü”, trasladada del centro de rehabilitación de Fundación Romahue, en Puerto Varas, luego que cerró en enero. “La aceptamos precisamente porque estaba la ‘Pudini’ y pensamos que podrían compartir”, por lo que en el corto plazo el plan era hacerlas convivir, a pesar de que en una primera instancia la emblemática residente no se mostró muy dispuesta; echaba a su par.
“Debimos construir un trozo más de recinto al lado de ‘Pudini’, cosa de que en una primera etapa se vieran, pero no compartieran espacio”, comenta. “A medida que se fueran acostumbrando, juntarlas”. De momento, sólo estaban en dos espacios a unos diez o quince metros, por lo que alcanzan a olerse y sentirse en la distancia. La institución reunía los fondos para construir los arreglos y juntarlas.
Mientras, hace ya un par de años dos pudués silvestres circulaban por la reserva, y se acercaban al recinto de “Pudini” para verla, olerla y, en definitiva, reconocerla. “Igual interactuaba con los de su especie”, destaca el director.
Este pequeño ciervo —que no suele superar los 85 cms de largo— habita en Argentina y Chile, extendiéndose desde las regiones del Maule hasta el norte de Magallanes. Su estado de conservación es Vulnerable, según el Ministerio del Medio Ambiente, y entre sus principales amenazas se encuentra la destrucción de su hábitat, la caza, los atropellos y especialmente los ataques de perros.
En el propio centro, la cantidad de ciervos que llegan con lesiones atribuidas a estos animales domésticos han ido al alza desde el 2021, siendo especialmente delicados los meses de primavera y verano, cuando las madres están con sus cervatillos: “Son presa fácil”, lamentó por aquel entonces la veterinaria Rocío Vicencio al diario pop. “Por la época, casi todas las hembras están ingresando o preñadas o recién paridas”.
El ataque canino
Días atrás, durante la madrugada del sábado 27 de abril, una tragedia acabó con los planes de convivencia en Chiloé Silvestre, según la propia ONG informó a través de sus redes sociales, levantando la consigna de “alerta roja por la fauna nativa”.
Sucede que un perro se coló al centro y atacó a “Pudini” y “Pullü”, lo que derivó en la muerte de ambas. Javier, que a eso de las 9:30 hrs llegaba al centro, se encontró con el can saliendo del recinto. Según él, parecía tener dueño, ya que “se veía bastante sano, gordito”, a pesar de que “andaba solo”, describe. Además, “acá son muy pocos los registros de perros asilvestrados, o ninguno; estamos en el campo, los cercos no son aptos para perros, que circulan por una superficie bastante grande”.
Para cazar a “Pudini”, el can en cuestión intentó hacer tres o cuatro hoyos a lo largo del encierro, “hasta que en algún momento pilló el lugar más débil del recinto, donde hay madera y malla, escarbó y rompió”. Aquel relato se refuerza con las huellas de perro que encontraron en el interior junto al SAG, porque inicialmente sospecharon de otra especie no nativa, el visón (Neovison vison), estaría detrás. Considerando que se trataba de un espacio de unas cuantas hectáreas, el cazador también se habría topado con un coipo (Myocastor coypus), al que también liquidó.
Ante la pérdida de “Pudini”, Javier expresa que “deja mucho cariño, hemos recibido mucho por Instagram, por WhatsApp y correo, muchos saludos de muchísimas personas que la conocieron. Hay mucho cariño que entregó como animal silvestre para que la gente aprendiera”.