Saltaban en una patita, se subían a las sillas, silbaban y gritaban como cabros chicos los cientos de científicos que ayer jugaron a ser Dios y recrearon el instante en que se creó el universo. El calducho de los tipos más sesudos y estudiosos del planeta se dio en las instalaciones de la Organización Europea de Investigaciones Nucleares (CERN), en Ginebra, Suiza, donde se emplaza parte del gigantesco Colisionador de Hadrones (HLC), una especie de "hipódromo" de 27 kilómetros de circunferencia, a 100 metros de profundidad, donde se echaron a correr protones a una velocidad cercana a la de la luz: 750 kilómetros por segundo.
¿Y cuál fue el motivo de tanta fiesta? ¿Acaso el saborcillo de gastarse 10 mil millones de dólares? La alegría fue porque se recreó el momento en que ocurrió el llamado Big Bang o la gran explosión que dio inicio al universo. "Es un momento fantástico para la ciencia, comienza una nueva era de descubrimientos", dijo el director general de la CERN, Rolf Heuer, en conexión desde Japón con Ginebra.
Los haces de protones, que alcanzaron una energía tres veces y medio mayor a la conseguida por otros aceleradores, comenzaron a alinearse y sincronizarse, cada vez más cercanos, hasta superponerse perfectamente y, finalmente, llegaron a las colisiones en los cuatro grandes detectores del LHC. En lo práctico, el experimento, que falló dos veces y lo detuvo desde 2008, permitirá que en la radioterapia los rayos X sólo ataquen las células cancerosas y no dañen las sanitas. Además, se podrá tener mejores imágenes médicas gracias al detector de fotones ultrasensitivos de LHC.
La estructura diseñada para el acelerador podrá ser aplicada a los satélites y hacerlos más resistentes a las partículas solares. Y, por último, la gran red global de computadores, llamada Grid, que se creó para manejar los datos remotos es considerada un gran adelanto para las telecomunicaciones a nivel mundial. Los 16 años que llevó echar a andar la "Máquina de Dios" valieron la pena, señalaron los responsables del proyecto.