Nada en la breve vida de la pequeña Rose Pizem fue fácil. No está claro el origen, pero presentaba serios problemas conductuales y severas dificultades para comunicarse.
Pero parecía estar feliz de vivir en Israel con su mami y su pareja, quien también era su abuelo paterno.
No mucho tiempo antes residía en París junto a su progenitor, luego de que éste regresara al país europeo tras una visita al Estado judío para que su señora y su hija conocieran a su papá.
El padre de Rose, Benjamin, jamás se imagino que su esposa, Marie Renault, se enamoraría de su suegro, Roni Ron. Pero así nomás fue. El matrimonio se disolvió y la mujer se quedó en Israel junto a su ex suegro y ahora pareja.
Su esposo regresó a Francia con la peque, pero Marie lo denunció por abusos y la justicia gala determinó que la chicoca debía regresar al Medio Oriente para vivir junto a su madre.
Junto a ellos, Rose comenzó a evidenciar problemas con ellos, lo que se denotaba en sus dificultades para comunicarse con sus cercanos, además de comportamientos autodestructivos, como defecarse encima y golpear su cabeza contra las paredes.
DESAPARICIÓN
Ronny Ron, un taxista cesante de 45 años, entregó a Rose a su madre, Vivien Yaakov, para que la cuidara.
Él y su mujer tuvieron dos hijos que vivían con ellos.
Ésa parecía ser la fórmula que permitía a la pareja vivir en relativa calma. Pero llegó el 12 de mayo, cuando se le perdió la pista a la pequeña.
Esa jornada el abuelo-padrastro pasó a buscar a la niña a casa de la bisabuela, quien le avisó a la pareja que ya no podría pasar tanto tiempo con ella. Fue la última vez que la mujer la vio.
Cuando Ronny llegó sólo a casa a Marie pareció no extrañarle. Casi por obligación le preguntó por ella y, ante la respuesta de él en cuanto a que la había enviado a estudiar a una institución francesa, la mujer se quedó tranquila y no indagó nada más.
No obstante, Vivien cachó que algo raro había pasado y denunció la desaparición de Rose.
Tras comprobar que no había salido del país, la policía israelí comenzó a buscarla y el abuelo-padrastro surgió como principal sospechoso.
"MADDY"
La prensa comenzó a especular que el caso tenía similitudes con el de Madeleine McCann.
Al igual que en el caso de la niña británica, en el de Rose se entrecruzaban versiones contradictorias.
Pasaron varios meses, hasta que en septiembre los policías arrestaron al abuelo-padrastro
No hubo que apretarlo mucho para que confesara el crimen, el que, argumentó, se produjo en un momento de ira tras haber discutido con Vivien.
Admitió que introdujo el cuerpo de Rose en un maleta roja y la lanzó al río Yarkon, de Tel Aviv.
Dos días después reculó y juró a los cuatro vientos que había sido obligado a confesar el crimen.
El jueves agentes policiales ubicaron la maleta roja y en su interior se encontraron con el cuerpo descompuesto de la pequeña.
Apenas supo el destino que había tenido su bisnieta, Vivien, la madre de Ronny, no dudó en acusarlo a él y a Marie: "Son dos animales, asesinos sin corazón".
TRES INFANTICIDIOS EN POCOS MESES REMECEN UN PAÍS
Junto al dramático caso de Rose, otros dos hechos policiales que involucran a niños han remecido en los últimos días las conciencias de los israelíes.
Y es que en ambos las acusadas de haber causado la muerte de los chicocos fueron sus madres.
En el primero, una mujer que según su abogado sufre de problemas mentales, fue detenida por la policía bajo la sospecha de que ahogó a su retoño en la tina de baño de su departamento ubicado en Tel Aviv.
En el otro, los agentes también arrestaron a una fémina, tras acusarla de haber permitido que su pequeño hijo se ahogara en el mar.
"CARGA". Y la detención no fue porque sí nomás, pues la mujer había calificado al chicoco como "una carga", lo que hizo suponer a la policía que no hizo nada para ayudarlo cuando lo vio en problemas.
Frente a estos casos, Anat Medan, columnista del diario Yedioth Ahronoth, aseveró que "el instinto que está arraigado tan profundamente en nuestro interior, de proteger a nuestros niños, recibió un terrible impacto durante la semana pasada".
"De pronto, se hizo evidente que el niño que grita 'mami' no siempre recibe un abrazo y un beso", concluyó.
Juan Pablo Ernst E.