El último concierto de los cuatro en el Parque O’Higgins para celebrar el retorno de su formación original luego de 24 años, contó con la particularidad de que a petición del público no hubo asientos en cancha. Después, sobre el escenario, lo de siempre: Los Tres funciona como sinónimo de calidad musical. Dos horas y poco que sirvieron para repasar los imbatibles de un cancionero legendario.
“En el día de los trabajadores, nosotros trabajamos”, se reía hace unos días Ángel Parra en Rock&Pop. En efecto, el conjunto penquista se decantó por este miércoles —seguro más silencioso que de costumbre en la capital— para completar el póker de conciertos que supuso la vuelta o la revuelta del cuarteto original que se hizo cargo del rock chileno en los noventas. Antes de presentarse, eso sí, personal de Movistar Arena, el reducto que Álvaro Henríquez propuso a sus compañeros por encima del Monumental o La Florida, les hizo entrega de un reconocimiento por haber hecho historia: Los Tres es desde anoche la primera banda nacional en llenar cuatro veces el escenario del Parque O’Higgins.
A continuación, con un ligero retraso y un setlist calcado al de las jornadas que le precedieron, Álvaro, Ángel, Pancho y Titae hicieron de las suyas frente a un público mayoritariamente sub 40. Sin mayores sorpresas o invitados, ni apenas interacción con el respetable —a excepción de algún agradecimiento por el coro multitudinario que acompañó sus hits—, tal vez el único ingrediente que distinguió esta revuelta a las otras fue una cancha sin asientos, que dotó al concierto de un carácter que hasta entonces se había echado en falta.
Después, una batería de veintinueve canciones que permitieron comprobar la capacidad musical de los cuatro protagonistas y, desde luego, entender por qué supieron ser la banda más popular y relevante de la escena nacional hace un par de décadas. De ahí que probablemente Henríquez haya insistido en un formato más tradicional, íntimo, de tocar allí y no en un estadio al aire libre, para que se pudiera medir y apreciar la estatura de su música casi un cuarto de siglo más tarde.
“La línea editorial del grupo es tener una propuesta sobria, tranquila en la iluminación, con un ritmo más clásico, que rescata la música”, le explicó en la previa del sábado Gonzalo Henríquez, hermano de Álvaro y mánager de la agrupación, a La Tercera. “Aquí es la música la que manda, por sobre cualquier otra cosa”.
Claro, es cuestión de revisar el formidable listado que los penquistas confeccionaron: la instrumental Follaje en el invernadero de Se remata el siglo advierte de qué va todo esto, y Sudapara o El aval funcionan para calentar motores. Después vendrá Gato por liebre con el rescate del riff de Day tripper de los Beatles, Hojas de té y La torre de Babel. Un segmento que repasa algunos tesoros escondidos de su cancionero y que deja al descubierto la madurez en la ejecución con las no-tan-habituales Claus y Largo, que por cierto incluyeron un enroque, con Molina en el bajo, Titae en el bajo y Henríquez detrás de la batería.
Déjate caer, Un amor violento y la no menos espléndida que melancólica Moizefala completan la primera mitad del espectáculo, para luego abrirle paso al bloque de las cuecas y el baile, con imágenes de fondo de Roberto Parra, y en definitiva dos bises que atraviesan esas composiciones que les hicieron leyenda: Amores incompletos, He barrido el sol, La primera vez, La espada & la pared, Pájaros de fuego, Bolsa de mareo, No sabes qué desperdicio tengo en el alma.
El clásico Tu cariño se me va de Buddy Richard en clave hard rock puso punto final a las poco más de dos horas que el cuarteto se despachó sobre el escenario y al hito de su revuelta tras tantos años. Sin más artificios que su propia música. De eso se trataba, después de todo.
Ahora, a la espera de los conciertos en Antofagasta y Puerto Montt en junio, esta nueva encarnación de la formación estelar de Los Tres promete nuevo material y un disco en vivo con el registro de estas presentaciones.
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