Iron Maiden, The Future Past World Tour en Chile: una misa metalera de primer nivel

Iron Maiden en el Estadio Nacional. Foto: Pedro Rodríguez.

La legendaria banda se presentó con virtuosismo en su primera jornada en el Estadio Nacional: juntarán a 120 mil devotos en lo que serán dos históricas noches para el género.

Lo que sucedió con Iron Maiden en su primera jornada en el Estadio Nacional fue una procesión cuasi religiosa de heavy metal de poleras negras y todo lo que podrían esperar de una reunión como esta.

De hecho, sin duda es fue la comunión más importante y masiva de este tipo realizada en suelo nacional desde que comenzó la pandemia, convocando a alrededor de 60 mil personas que disfrutaron de un espectáculo de rock de primerísimo nivel.

Sí, tal y como siempre esperan con seguridad los más férreos defensores de la banda, acostumbrados a shows estridentes, espectaculares, explosivos.

Por ello no debiese sorprender que su despliegue lo tuviese todo: bengalas que cual velas encendieron a la audiencia, cerveza lanzada entre los propios feligreses como si fuese agua bendita y a un pastor llamado Bruce Dickinson que, como el frontman de lujo que es, mantiene su voz para comandar esta gran liturgia de metal pesado.

Iron Maiden en el Estadio Nacional. Foto: Pedro Rodríguez.

En ese escenario, y en el actual tour, la ceremonia tiene muy bien medido sus tiempos y complementa a los más grandes hits de la banda con algunos temas menos populares de su disco más reciente de 2021.

Claro que los ritos en el Nacional comenzaron por otra línea, ya que rápidamente una bengala encendida acompañó al primer tema, Caught Somewhere in Time, el cual formó parte del sexto disco de la banda lanzado en 1986. Y ese fue justamente un año que resonó en más de una ocasión a lo largo de la jornada.

De hecho, mientras solicitaba que la audiencia saltase para generar un movimiento telúrico que superase a lo registrado en el reciente concierto que el grupo realizó en Colombia, Dickinson también invitó a un viaje en el tiempo para aquél año y requirió que se manifestasen todos aquellos que habían nacido después de 1986.

¿Resultado?, como hubo pocos dedos arriba, rápidamente reconoció que su audiencia definitivamente era más veterana. Y como tal, lo clásico siempre fue lo más celebrado.

Iron Maiden en el Estadio Nacional. Foto: Pedro Rodríguez.

Asimismo, fue en ese tercio inicial de su presentación metalica que Dickinson recordó los problemas que tuvo la banda en su primera presentación en Chile, con la censura que impulsó la Iglesia Católica. Pero rápidamente prefirió enviar toda esa polémica demonio, evitar recordar el mal sabor de boca y apreciar a lo que tenía en frente: una audiencia devota a la que hizo vibrar, saltar y gritar en éxtasis.

Dicho júbilo, una especie de aleluya rockero, fue impulsado por la utilización de una amplia gama de guitarras y el uso de las pantallas que cambiaban con cada canción, lo que se unió a un trabajo de luces bastante llamativo. Aquello concretó un trabajo visual que le dio una amplitud mayor al escenario y sustentó la roca sobre la cual se paró la Doncella de Hierro a lo largo de todo su concierto.

Al mismo tiempo, y agradeciendo a un público que coreó insistentemente cada una de las canciones, quizás los únicos que pudieron arrugar la nariz fueron aquellos fanáticos que hubiesen preferido solo una sucesión de hits tras hits. Pero como la elección del setlist fue mucho más variada en esta ocasión, recuperando varios temas del disco Senjutsu, aquí existió un ajuste general que permite apreciar otro tipo de elementos.

De hecho, el virtuosismo de sus músicos, incluyendo al legendario Steve Harris con su bajo, además de las guitarras estridentes de Adrian Smith y Janick Gers, logran pagar con creces el despliegue en aquellos temas que son menos populares. Y aunque fue evidente que la batería de Nicko McBrain tiene mucho menos protagonismo a lo largo de la jornada, el trabajo general de la banda y el sonido que logran es de alto calibre.

Por eso también hay que destacar que da lo mismo que uno nunca haya experimentado una de sus presentaciones previas, ya que es innegable que el propio show invita a que los novatos puedan sumarse al rito desde el primer minuto.

Iron Maiden en el Estadio Nacional. Foto: Pedro Rodríguez.

Además, sin duda el despliegue de Iron Maiden es lo suficientemente llamativo, y está tan bien armado, que no hay forma de quedar indiferente. Además, a todo eso aporta la propia relación que tiene la banda con sus fanáticos, lo que sin duda da pie a que se conforme una atmósfera que retroalimenta continuamente lo que va del escenario a la cancha y viceversa.

De ahí que el grupo continuamente está reaccionando a lo que pasa entre el público, manejando los hilos de los tiempos y de los espacios, lo que es perfectamente ejemplificado con lo que ocurre una vez que la banda despliega clásicos, como es el caso de The Prisoner, perteneciente al álbum The Number of the Beast, o hits imperecederos como Can I Play With Madness, el cual inicia la metralleta final que eleva todo mientras las canas de la banda no representan mayor merma, ya que a pura actitud logran irradiar su energía.

En toda esa procesión musical, es importante hacer notar que los fieles terminan en un verdadero éxtasis, quizás no hablando lenguas, pero si metidos en una volada que va expandiendo el contagio de euforia, especialmente a aquellos que están en cancha.

Y entonces, al abrazar la palabra de Dickinson, esa vorágine de devoción se desata en cada ocasión en que Eddie aparece en escena, dispara pirotécnica e intercambia disparos, guitarrazos y otras simulaciones de golpes que forman parte de esta gran cruzada que no será la última, ya que prometieron volver para el tour de celebración de su aniversario número 50 que comenzará el próximo año.

Iron Maiden en el Estadio Nacional. Foto: Pedro Rodríguez.

Solo basta agregar que la ceremonia llega a sus cotas más altas en su último tercio, con la potencia de Alexander the Great y la explosión del doble combo final de una Fear of the Dark que representa el gran clímax de la jornada - con el mayor número de bengalas - y una Iron Maiden que se une también para desatar a la audiencia antes del encore.

Y antes del verdadero fin, el llamativo show pirotécnico de Hell on Earth, probablemente la canción más celebrada del disco Senjutsu, es la antesala perfecta para el epílogo de lujo que representan The Trooper y Wasted years.

Lo que queda entonces es solo remarcar que conozco a fans de Iron Maiden que me han dicho que tienen la certeza de que la Doncella es la mejor banda del mundo. Que les da lo mismo el prodigio de otras bandas o que por momento surjan imperfecciones. Creen que son simplemente los mejores. Y al estar dentro de su templo, y al apreciar su despliegue, solo cabe decir que uno puede realmente entenderlos, concebir porqué lo creen y hasta pensar en que no es mala idea abrazar la conversión y unirse a su culto.

La segunda noche del The Future Past World Tour en Santiago aún tiene entradas disponibles para el sector de cancha general y, según datos entregados por la productora DG Medios, son poco menos de mil boletos disponibles. Pueden ser adquiridos por sistema Ticketmaster. Aún hay espacio para que te unas a la misa.

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