Un árbol que permanece entre un abuelo y su nieto.
Un día de invierno mi abuelo Héctor me dijo que odiaba el granado de flor del jardín, dejaba lleno de pétalos la terraza y tenía que barrer constantemente. Hablaba de lo bueno que sería tener un limonero “podríamos hacer pisco sour, ideal para el frío”. Le pregunté por qué no ponía uno. No me dijo nada. Agarró las llaves de la camioneta y me dijo vamos. Recordé un vivero en Buin, lo veía siempre que iba con mi papá a Paine. Creo que lo escogí yo, no estoy seguro, me gusta creer que fue así.
Sacar el granado dio mucho trabajo. Primero lo serruchamos, después intentamos sacar la raíz con una pala. Partí a la casa de un vecino a conseguirme un chuzo. Por más que, después de encajarlo en un lugar estratégico, nos subíamos sobre el fierro, no cedía. Fui a buscar a dos vecinos. Entre todos le dimos y le dimos con el chuzo. Llegó un punto en el que los cuatro pensamos que no era posible sacar lo que quedaba del granado. Seguimos intentando, nos paramos sobre el fierro e hicimos palanca. Lo logramos. Quedamos en el piso, patas para arriba tipo condorito, embarrados.
Lo cuidamos harto a nuestra manera. Además del regado solíamos mearlo, mi abuelo aseguraba que eso le hacía bien. Era un injerto. A los meses dio los primeros frutos, se inauguró en familia con unos tragos. Yo a veces lo podaba.
Después que murió mi abuelo siempre lo he observado como algo que permanece entre ambos. Tal vez esa era su urgencia, no veo razón para haber ido de forma inmediata a comprar y plantarlo. En ese jardín hay dos árboles más: un mancaqui que regaló mi bisabuela y un mandarino que alguien logró que saliera con una pepa.
Quizás cuántos árboles tienen una historia. Hoy compré un limonero de la especie Génova en Rapel de Navidad para nuestra familia. Aun soy muy joven para pensar en alguna clase de perpetuidad al pasarlo a un macetero gigante o directo a la tierra con mi esposa e hijas. Eugenio Montale tiene un poema titulado “Los limones”, me gusta este fragmento: «Hasta que un día, a través de un portón mal cerrado, / entre los árboles de un patio/ se nos aparece el amarillo de los limones, / y se deshiela el corazón, / y retumba en nuestro pecho / sus canciones/ las trompas de oro del esplendor solar». Pienso en el último verso: esplendor solar como la luz del sol de las mañanas. O bien, casa, descendencia o linaje noble.