Historias aseguran que la pequeña se aparece jugando en el parque o que incluso hace que los columpios se muevan solos.
En el Parque O’Higgins existe una animita que recibe cientos de visitas de fieles que buscan su ayuda. Esta pertenece a Marina Silva Espinoza, una niña que falleció en las circunstancias más terribles hace 80 años.
Juguetes y placas dando gracias por el favor concedido rodean el lugar, así como también historias de que su fantasma aparece jugando ante los visitantes del parque o columpios que se mueven solos durante la noche. Sin embargo, son pocos los que conocen la historia real.
Esta comenzó el 23 de mayo de 1945, cuando una pequeña niña de tres años aceptó la invitación de su padrastro, Pedro Segundo Castro San Martín, para ir a pasear al Parque Cousiño, actual Parque O’Higgins.
La pequeña vivía con su madre y el hombre, en una casa ubicada en Roberto Espinoza 1641, sólo a cuatro cuadras del lugar.
La desaparición de Marina
Tras aquella invitación, nadie volvió a ver a la pequeña hasta que su cuerpo fue encontrado la mañana del día siguiente, bajo un árbol del parque, por Ismael Badilla García, soldado de los cercanos Arsenales de Guerra.
Según consigna el blog Urbanoramica, la niña fue apuñalada con un arma cortopuzante en el cuello, dejando su cabeza casi separada del resto del cuerpo.
No fue difícil para la policía identificar los restos de Marina, ya que horas antes el padrastro de la niña había puesto una falsa denuncia por la desaparición de la menor de edad.
Castro y la madre de la menor, Regina Espinoza Pavez, de 23 años, tuvieron que reconocer el cuerpo de la niña, y contrario a lo que cualquiera pudiera imaginar, ninguno mostró una emoción o consternación ante la escena, lo que hizo que la policía comenzara a sospechar de ellos.
El asesino
Medios de la época indican que tras un interrogatorio a la madre de Marina, quien además estaba embarazada de tres meses, la mujer había delatado a su esposo y contado todo lo ocurrido con la niña.
Ese 23 de mayo, el hombre había cambiado de turno en la fábrica en la que trabajaba, para salir más temprano y cometer el crimen que ya tenía planeado. Según aseguró el sujeto, odiaba a la niña, ya que en su mente era la responsable de todas las peleas con su esposa.
Al llegar a la casa, le regaló dulces a la niña y la invitó a pasear. Juntos caminaron hacia el parque y cuando comenzó a oscurecer encontró un lugar apartado, tendió a la niña en el suelo, sacó una cortaplumas y se la clavó en el cuello, para luego cortarlo casi por completo.
Cuando la pequeña dejó de gritar por su vida, Castro limpió el arma en el pasto y se fue a la casa de su hermana que quedaba cerca, para poder deshacerse de la sangre de la niña de sus manos y ropa.
Hasta el día de hoy se desconoce el grado de participación de la madre, pero el padrastro fue condenado a muerte, la que fue apelada por sus abogados, logrando una prisión de por vida, donde finalmente fue murió a los 48 años.
Algunos dicen que fue asesinado por sus compañeros en la cárcel, mientras que otros aseguran que falleció producto de una extrema desnutrición en 1971.
Tras la muerte de Marina, los vecinos comenzaron a dejar flores y velas en el lugar donde fue encontrada, lo que con el tiempo dio paso a la construcción de su animita.